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jueves, 7 de julio de 2016

CIUDADES HERMANADAS: SODOMA - MADRID (1 de 4) (Padre Alfonso Gálvez)

ORIGINAL COMPLETO  aquí

La Historia es Maestra de la Vida es una frase contenida en uno de los tratados de Cicerón de donde, a lo largo de la Historia, pasó a formar parte del acervo cultural de la Humanidad. La frase ha corrido un destino semejante al de esos libros llamativos colocados en un lugar visible de la biblioteca a fin de ser vistos por los visitantes, pero a los cuales nadie lee nunca. Tal como sucede con la observación de Cicerón, que ha sido reconocida por todos por su exactitud y agudeza pero a la que pocas veces se ha visto que alguien eche mano de ella para obtener lecciones. El Papa Juan XXIII, evocando seguramente la intuición ciceroniana, escribió una Encíclica referida a la Iglesia a la que puso el nombre de Mater et Magistra, la cual fue escrita oportunamente en el momento justo en el que la Iglesia dejaba de ser a la vez Madre y Maestra.

Una vez que ha sido reconocida la oportunidad y la ingeniosidad de la frase, no tiene nada de particular que alguien trate de aplicarla a diversas situaciones de la Historia en las que se dan circunstancias semejantes. Como sucede precisamente con las ciudades de Sodoma y Madrid. Aunque advertimos de antemano que nadie tiene porqué llamarse a escándalo. Pues, si bien es cierto que Sodoma es una Ciudad ya bastante antigua: se le atribuyen varios miles de años y la historia de su destrucción está narrada en los capítulos 18 y 19 del Génesis. Pero aquí no aludimos ahora a su destrucción por un castigo divino, sino a la situación en la que se encontraba anteriormente a ese suceso. La cual nadie podrá negar que es bastante similar a la situación actual de la ciudad de Madrid.


Aunque es seguro que serán muchos los que protesten y digan lo contrario, es muy difícil negar que la equiparación entre ambas ciudades —Sodoma y Madrid— es sobradamente justa. Madrid es una ciudad de algo más de tres millones de habitantes,[1] mientras que el desfile del Orgullo Gay, celebrado el pasado día tres de este mismo mes, reunió a un millón de partidarios o integrantes del Orgullo. [Se habla incluso de un millón y medio, aunque 300.000 vendrían de fuera de España] Donde es preciso reconocer que un tercio de los habitantes de la ciudad es una cifra más que considerable. Más aún si se tiene en cuenta que iban capitaneados por la alcaldesa de la ciudad y sus principales representantes, además de encabezados por todos los partidos políticos con carrozas incluidas; a excepción de uno de ellos, todo hay que decirlo, el cual había sido castigado a no asistir al desfile por el Orgullo y dando lugar a que hiciera un bonito papel con sus llantos, berridos y humildes súplicas con los cuales se arrastró para implorar que se le permitiera asistir. También es de notar que el evento fue aplaudido y jaleado por toda la prensa nacional, cuya casi totalidad tiene su sede precisamente en Madrid. Ni tampoco es de olvidar el silencio y la pasividad de toda la población madrileña, con respecto a la cual no se conoce ninguna protesta que al menos haya sido proclamada en voz alta.

Según la narración del Génesis, Dios se hubiera conformado con la existencia al menos de diez justos en la ciudad de Sodoma para no castigarla. Los cuales por lo visto tampoco fueron hallados, y de ahí el castigo. Por supuesto que sería altamente injusto y falso suponer que todos los habitantes varones de Madrid fueran sodomitas y todas las mujeres lesbianas. Cosa más que sabida y que siempre se tiene en cuenta cuando se trata de calificar a una ciudad. Que Ginebra sea considerada la ciudad de Calvino no quiere decir que todos sus habitantes sean o hayan sido calvinistas; como el hecho de que Detroit sea considerada la ciudad del motor no quiere decir que todos los que habitan en ella sean automovilistas o tengan algo que ver con las grandes compañías General Motors, la Ford o la Chrysler; y algo se podría decir de Chicago, la ciudad de Al Capone, lo que de ningún modo significa que sus habitantes participen de algún modo del gansterismo.

Sutilezas aparte y puestos a hablar en serio, es imposible dejar de reconocer que un millón de participantes, conducidos y animados por sus autoridades, impulsados y encabezados por todos los partidos políticos, con la promesa oficial de que en el año próximo Madrid será declarada la Capital Mundial del Orgullo Gay, a lo que hay que sumar la pasividad y el silencio del resto de la población..., es un acontecimiento que debe ser considerado seriamente.

Sin embargo, por lo que hace concretamente al silencio, no dejan de aparecer algunos problemas que quizá convenga solucionar. Ante todo hay que tener en cuenta que el silencio, que parece ser una realidad en los espacios siderales, no existe como tal en la convivencia humana. Se suele decir, por ejemplo y no sin cierta razón, que el silencio es un suceso que tiene por virtud quedar roto en el momento mismo en el que se habla de él. Y en efecto, puesto que es enteramente cierto que entre los humanos el silencio habla por sí solo, ya que siempre es expresivo de una manera o de otra. Por poner un caso concreto a considerar, es un hecho que ante los actos celebrados con motivo del Orgullo Gay ha parecido bastante elocuente el silencio de las Autoridades eclesiásticas diocesanas y, sobre todo, el de la Conferencia Episcopal. En cuanto a las primeras, algunos han querido ver una explicación de la actitud silenciosa adoptada por el Arzobispo. Pues después de haber afirmado el Prelado, a propósito de unas declaraciones del Cardenal de Valencia en contra de los homosexuales, que el Cardenal tenía derecho a sostener lo que él piensa con respecto a su Diócesis, algunos se han sentido movidos a decir, de modo enteramente injustificado, que tales declaraciones respondían a que el Arzobispo pensaba otra cosa con respecto a la suya. 

Lo que prueba que el silencio como tal tropieza con el hecho indiscutible de que siempre es interpretado, de una forma o de otra. Los antiguos filósofos y moralistas solían utilizar un adagio, valedero tanto en Derecho como en Moral, según el cual qui tacet consentire videtur. Que significa algo así como quien calla parece estar de acuerdo, y que el lenguaje popular expresa en forma más llana diciendo que quien calla otorga. El mismo Derecho moderno concede valor a lo que llama el silencio administrativo; y así sucesivamente.

(Continúa)