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jueves, 7 de julio de 2016

CIUDADES HERMANADAS: SODOMA - MADRID ( 3 de 4) (Padre Alfonso Gálvez)



Queda todavía otro importante obstáculo al que el Orgullo Gay no ha dado todavía suficiente satisfacción. Dado que el Orgullo defiende las ideas de libertad de pensamiento, del amor libre, de la propiedad del propio cuerpo y de la libertad de elección de la forma de practicar la sexualidad, sucede que al final, dígase lo que se quiera, se viene a concluir en la práctica sexual con las personas del mismo sexo: hombre con hombre y mujer con mujer. Pero la práctica de una preferencia exclusiva hacia el propio sexo, descubre necesariamente, una actitud de desprecio, de desdén o de desaire hacia el sexo contrario. Los cristianos habían dado forma de principio jurídico a una práctica que, por otra parte, venía siendo inmemorial desde los primeros tiempos de existencia de la Humanidad. Principio que fue formulado por boca de su Apóstol San Pablo cuando dijo que ni la mujer sin el varón, ni el varón sin la mujer, en el Señor.[4]

El Orgullo Gay, sin embargo, al quebrantar y volver del revés ese principio, ha obrado contra el sentir milenario de la Humanidad y el sentido común de los hombres, manifestados a través de toda una Historia cuyo principio se pierde en el amanecer de los Tiempos. Tal como el Orgullo lo formula ahora, el principio quedaría establecido según la forma: el hombre sin la mujer y la mujer sin el hombre. Si bien no se trata ahora de defender si es esa la mejor fórmula o no lo es, sino de establecer simplemente los hechos. Aunque para entenderlos mejor tal vez convenga traer a colación el correspondiente pasaje del Génesis:

Antes que fueran a acostarse, [los Ángeles en forma de hombres visitantes de Lot] los hombres de la ciudad, habitantes de Sodoma, rodearon la casa; mozos y viejos, todos sin excepción. Llamaron a Lot y le dijeron: "¿Dónde están los hombres que han venido a tu casa esta noche? Sácanoslos, para que los conozcamos". Salió Lot a la puerta y cerrándola tras de sí les dijo: "Por favor, hermanos míos, no hagáis semejante maldad. Mirad, dos hijas tengo que no han conocido varón; os las sacaré, para que hagáis con ellas como bien os parezca; pero a esos hombres no les hagáis nada, pues para eso se han acogido a la sombra de mi techo". Ellos le respondieron: "Quítate allá. Quien ha venido como extranjero, ¿va a querer gobernarnos ahora?[5]

Algo que se desprende del texto es la sed exacerbada que muestran los hombres de la ciudad por practicar la sodomía, aunque haciendo alarde a la vez de una actitud de cierta repulsión hacia las mujeres, pese a su condición virginal, tan adecuada para practicar el sexo para los que lo desean. Lo cierto es que la elección entre dos cosas incompatibles, mediante la aceptación de una y el expreso rechazo de la otra, siempre supone hacia esta última una cierta actitud de desprecio. En el pensamiento cristiano el varón y la mujer se complementan mutuamente, mientras que en el pagano se excluyen el uno al otro.

Nos queda por examinar el último aspecto del problema, o el derivado de la supuesta Hermandad entre las dos ciudades, Sodoma y Madrid. Pues así como parecen participar de idéntica condición, cabe preguntar si acaso compartirán también el mismo y fatal destino. Ante lo cual caben dos respuestas diferentes.

Para el mundo pagano, o el del Orgullo Gay, que no reconoce al Cristianismo, no existe ninguna razón para que haya de suceder así.

Para quienes tienen fe en la Doctrina de Jesucristo, en cambio, el castigo que espera a la Capital Mundial del Orgullo Gay es tan seguro como el que sufrió Sodoma. Y aquí sí que se aportan razones.

En primer lugar, porque según esta Doctrina nadie se burla impunemente de Dios. Su emblemático Apóstol San Pablo decía que de Dios no se ríe nadie.[6]

En segundo lugar, porque no existe ninguna razón para que no haya de suceder así. Dios es infinitamente justo y siempre ha actuado como tal en la Historia de los hombres: ¿Por qué razón no iba a hacerlo ahora? Y en efecto, porque todas sus profecías apuntan a que serán definitivamente destruidas las grandes ciudades corrompidas, o las grandes Rameras, como allí son llamadas.

En tercer lugar, porque es la misma Historia la que acaba haciendo justicia. Sobre todo porque siendo Dios el verdadero Señor de la Historia —a lo que los cristianos llaman Providencia— no puede ocurrir de otra manera.

Como puede verse, haciendo balance definitivo de la cuestión, los cristianos aducen razones mientras que el Orgullo Gay no aporta ninguna. 

El Orgullo se muestra enteramente tranquilo, puesto que no existen razones que demuestren que el famoso castigo vaya a caer sobre la capital mundial de su doctrina. Y desde su punto de vista, su postura es efectivamente inatacable.

(Continúa y acaba)