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jueves, 26 de junio de 2025

Pagolismo para el Corpus (Bruno Moreno)



A veces se publican cifras sobre el porcentaje de católicos que cree en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía en un país u otro y nos llevamos las manos a la cabeza. ¿Cómo puede ser que tantísimos católicos no crean en una doctrina tan básica de la fe de la Iglesia? ¿Qué ha llevado a esta situación?

No parece muy difícil responder a esa pregunta. A modo de ejemplo, voy a comentar una homilía escrita por D. José Antonio Pagola para la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo de este año, en la que, como es habitual en sus homilías, el cristianismo queda reducido a una especie de filosofía humana progresista, con un leve barniz religioso. Recordemos que Pagola ha sido durante años vicario general de su diócesis, profesor en el Seminario y en la Facultad de Teología del Norte de España, y aun hoy sigue publicando libremente sus homilías semanales.

Como siempre, el texto original está en negro y mis comentarios en rojo.


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Compartir lo nuestro con los necesitados

Dos eran los problemas más angustiosos en las aldeas de Galilea: el hambre y las deudas.

[¿De dónde sale esto? Claramente, de una chistera. ¿Por qué olvida el autor la infinidad de problemas que han tenido los seres humanos a lo largo de la historia: las enfermedades, las guerras, la orfandad, la viudez, la pobreza, la opresión, la esclavitud, la ignorancia, la soledad o la falta de sentido para la vida, entre otros muchísimos, y, en particular, la muerte y el pecado? Aparentemente, para hacernos olvidar que Cristo vino a salvarnos de los dos últimos, la muerte y el pecado, no de las deudas y el hambre. Es decir, para hacernos olvidar la redención y reducir el cristianismo a mero progresismo barato y justicia social].

Era lo que más hacía sufrir a Jesús.

[¿De verdad? Si lo que hacía sufrir a Cristo era el mero hecho del hambre, el problema se habría solucionado facilísimamente. En efecto, podría haber hecho llover pan del cielo todos los días desde entonces con un chasquido de sus dedos. Del mismo modo, si el gran problema para Cristo fueran las deudas, podría haberlas borrado todas de la memoria de los hombres con otro chasquido. Pero no lo hizo ¿No será que Cristo, como nos enseña la Iglesia, vino a redimir al ser humano y abrirnos el camino hacia el cielo, que es algo que solo podía hacer él, y no a decirnos simplemente que había que compartir, que es algo que ya sabíamos todos?]

Cuando sus discípulos le pidieron que les enseñara a orar, a Jesús le salieron desde muy dentro las dos peticiones: «Padre, danos hoy el pan necesario»; «Padre, perdónanos nuestras deudas, pues también nosotros perdonamos a los que nos deben algo».

[Aquí, como quien no quiere la cosa, se desvirtúa el mismo padrenuestro, que en la visión del autor parece ser algo puramente mundano, ya que el pan que se pide sería únicamente el pan físico y las deudas que hay que perdonar serían simplemente las económicas, no las morales y el pecado, ambas cosas diametralmente opuestas a lo que enseña la Iglesia]

¿Qué podían hacer contra el hambre que los destruía y contra las deudas que los llevaban a perder sus tierras? Jesús veía con claridad la voluntad de Dios: compartir lo poco que tenían y perdonarse mutuamente las deudas. Solo así nacería un mundo nuevo.

[¿De verdad? ¿La encarnación, muerte en la Cruz y resurrección del Hijo de Dios no tienen nada que ver con el mundo nuevo que trae Jesucristo? ¿Y la venida del Espíritu Santo, los sacramentos, la Iglesia, la Escritura, la Tradición, el anuncio del Evangelio, el cielo, la Maternidad de nuestra Señora, la moral, los mandamientos o la santidad? Si lo único necesario fuera compartir y perdonar las deudas, entonces Cristo podría haber fundado una ONG y, de paso, haberse ahorrado el hacerse hombre y, sobre todo, el morir en la Cruz. Lo único que puede deducirse de estas palabras es que Pagola rechaza el carácter redentor de la Cruz y, por lo tanto, la esencia misma del cristianismo]

Las fuentes cristianas han conservado el recuerdo de una comida memorable con Jesús.

[¿Por qué esta extraña forma de referirse al milagro de la multiplicación de los panes y los peces? Como veremos, no es casual, porque eso es precisamente lo que considera Pagola que es la Eucaristía: una comida memorable. ¿Y por qué esa extraña forma de referirse al Evangelio como “las fuentes cristianas”? Tampoco es casual, como veremos enseguida]

Fue al descampado y tomó parte mucha gente. Es difícil reconstruir lo que sucedió

[¿Difícil reconstruir lo que sucedió? ¿Por qué hay que reconstruirlo? Sabemos lo que pasó porque nos lo cuentan los Evangelios. Solo dice algo así quien no cree en la Palabra de Dios y, por lo tanto, necesita “reconstruir” lo que realmente “sucedió” al margen de lo que enseña el Evangelio, casualmente siempre eliminando lo sobrenatural y ajustándose a la mundanidad y la incredulidad reinantes en cada época. Después de esta afirmación, desgraciadamente, es difícil no deducir que el autor, ¡que se presenta como biblista!, no comparte la fe católica sobre la Sagrada Escritura].

El recuerdo que quedó fue este: entre la gente solo recogieron «cinco panes y dos peces», pero compartieron lo poco que tenían y, con la bendición de Jesús, pudieron comer todos.

[Aquí está la clave de todo el sermón: el milagro de la multiplicación de los panes y los peces solo es, en realidad, un ejemplo de lo bueno que es compartir lo que se tiene. Pagola no lo dice expresamente, porque algo ha aprendido desde que cometió el error de decir con claridad lo que realmente pensaba en aquel libro (Jesús, aproximación histórica) que fue condenado por la Iglesia, pero lo sugiere de forma que hasta el más tonto pueda entenderlo: los milagros no existen y la salvación siempre es puramente humana e intramundana (que es casualmente lo mismo que decía en aquel libro)].

Al comienzo del relato se produce un diálogo muy esclarecedor. Al ver que la gente tiene hambre, los discípulos proponen la solución más cómoda y menos comprometida; «que vayan a las aldeas y se compren algo de comer»; que cada uno resuelva sus problemas como pueda. Jesús les replica llamándolos a la responsabilidad; «Dadles vosotros de comer»; no dejéis a los hambrientos abandonados a su suerte.

[Claro. Si, como claramente indica Pagola, no se produjo ningún milagro, el “verdadero sentido” de este relato evangélico tiene que ser una moralina pelagiana: lo importante es cuidar de los pobres. No se trata de una prefiguración y un anuncio de que Cristo nos va a repartir el Pan del Cielo, que es su Carne y su Sangre, medicina de inmortalidad, ¡claro que no!, sino de una recetita progre para hacer un mundo mejor, que olvida dónde está la verdadera pobreza del hombre pecador y condenado a la muerte]

No lo hemos de olvidar. Si vivimos de espaldas a los hambrientos del mundo, perdemos nuestra identidad cristiana; no somos fieles a Jesús; a nuestras comidas eucarísticas

[Aquí llega por fin lo que ha ido preparando con todo lo anterior: la Misa, la Eucaristía, en realidad no es más que una “comida eucarística”, que vale solo en cuanto sirva como mitin para difundir las nuevas consignas del momento. Es la secularización completa del cristianismo, transformado en progresismo. No se dice expresamente que celebrar el Corpus sea absurdo, innecesario y una pérdida de tiempo, pero el lector avispado sacará rápidamente esa conclusión]

les falta su sensibilidad y su horizonte, les falta su compasión. ¿Cómo se transforma una religión como la nuestra en un movimiento de seguidores más fiel a Jesús?

[Y ahora, la moraleja: hay que convertir la Iglesia y el catolicismo en un movimiento humano “más fiel a Jesús”. Ese ha sido siempre el verdadero empeño de Pagola, construir una nueva Iglesia, porque la existente no ha hecho más que decir tonterías durante dos milenios, hasta que llegó Pagola y nos explicó por fin lo que “más hacía sufrir a Jesús” y cómo era realmente el “mundo nuevo” que Jesús buscaba. Eso nos indica que, cuando el autor habla de un movimiento “más fiel a Jesús”, en realidad lo que quiere decir es “más fiel” a las disparatadas, pelagianas y fundamentalmente agnósticas ideas de Pagola]

Lo primero es no perder su perspectiva fundamental: dejarnos afectar más y más por el sufrimiento de quienes no saben lo que es vivir con pan y dignidad. Lo segundo, comprometernos en pequeñas iniciativas, concretas, modestas, parciales, que nos enseñan a compartir y nos identifican más con el estilo de Jesús.

[Un “estilo de Jesús” que, por supuesto, no tiene que ver con lo que aparece en el Evangelio, porque, como ya nos ha explicado el autor, es muy difícil “reconstruir” lo que pasó de verdad y solo los expertos exegetas como Pagola pueden hacerlo. La Iglesia evidentemente no lo conoce y ha estado predicando algo completamente distinto durante veinte siglos. Solo Pagola nos puede decir cuál es la verdad, al margen de la Escritura y la Tradición, es cierto, pero firmemente cimentado en sus espectaculares habilidades hermenéuticas. Ergo, el supuesto estilo de Jesús es más bien, en realidad, el estilo de Pagola y a Jesús no se le encuentra en el catolicismo, sino en el pagolismo. ¿Cómo puede ser que tantos católicos no crean en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía? Más bien la pregunta que habría que hacerse es cómo puede ser que muchos aún creamos en ella cuando hace décadas y décadas que la Iglesia permite que sus mismos predicadores nieguen públicamente esa fe]


Bruno Moreno

El Camino Sinodal Alemán: Una crisis de fe y autoridad




Por un pequeño Príncipe Elector Contrarreformista


El llamado ‘Camino Sinodal’ en Alemania se presenta como una respuesta pastoral a los desafíos contemporáneos que enfrenta la Iglesia. Sin embargo, muchos católicos —tanto laicos como sacerdotes, así como desde la observación de la Iglesia universal— lo consideran una grave desviación de la doctrina católica, un proceso de reforma ideologizado que mina las bases teológicas y eclesiológicas del catolicismo.

Este camino no es un fenómeno aislado, sino la cristalización de un proceso iniciado tras el Concilio Vaticano II. En ese contexto, se promovió en Alemania la creación de figuras como los Pastoralreferenten y Gemeindereferenten, laicos y laicas formados en teología encargados de tareas pastorales en parroquias. 

Aunque inicialmente se pensaron como un apoyo al sacerdocio ante la escasez de vocaciones, en muchas diócesis estas figuras han pasado a ocupar un rol protagónico en detrimento de la figura del presbítero. Esto ocurrió a medida que se desarrollaba un espíritu anticlerical, aunque no todos esos agentes lo comparten, sí lo manifiestan muchos de ellos.

En diversas unidades pastorales, el sacerdote ha sido relegado a un papel meramente funcional. Se observa una creciente hostilidad hacia el clero, alimentada por un sentimiento anticlerical que se ha vuelto estructural en varias diócesis. Esto se manifiesta en decisiones que desautorizan o marginan al sacerdote en la vida pastoral y sacramental, favoreciendo una eclesiología horizontalista y tendencialmente protestantizada que contradice la Tradición Católica. No en vano, el Papa Francisco expresó que ya había en Alemania una iglesia evangélica, muy buena, y que no necesitábamos otra más…

Uno de los rostros más visibles de este proceso es el obispo Franz-Josef Overbeck de Essen, cuyas declaraciones han sido repetidamente polémicas, ideologizadas y sutilmente dañinas. Overbeck ha promovido activamente la bendición de parejas del mismo sexo, ha desafiado abiertamente la moral sexual de la Iglesia y ha abogado por una redefinición del sacerdocio, incluyendo su apertura a mujeres y personas no célibes. Él se jacta de tener laicos que administran el sacramento del bautismo, a pesar de que existen sacerdotes y diáconos disponibles. Estas posturas han generado fuerte rechazo entre fieles y clero, pero rara vez han sido corregidas desde las estructuras eclesiales. Este obispo utiliza su capacidad comunicativa en medios digitales y escritos para transmitir regularmente su perspectiva, y frecuentemente se percibe que intenta amedrentar y disciplinar a quienes osan expresar disenso. Para justificar estas posturas, apela al eslogan de que hay que animarse a cambiar y tomar la delantera.

Muchos que de buena voluntad han participado activamente en las reuniones del Camino Sinodal se han visto presionados por el establishment eclesial, dificultando un verdadero discernimiento espiritual y teológico.

La Iglesia alemana, lejos de mantenerse independiente del poder político, ha manifestado una creciente inclinación a alinearse con la ideología dominante del gobierno de turno, debilitando la función profética de la Iglesia de anuncio y denuncia. Bajo gobiernos de centroizquierda, temas como la ideología de género, cupos femeninos y la cultura woke han impregnado el discurso eclesial, influyendo en la manera de vivir la eclesiología de forma cada vez menos disimulada. El celibato sacerdotal ha sido relativizado por no pocos, presentándose algunos sacerdotes con sus parejas en público, y en varios casos siendo esto tolerado o
asumido en un silencio que denota claudicación por parte de las comunidades. El autor de este texto fue testigo de una misa de réquiem en la que la homilía fue
pronunciada por la ama de llaves del difunto párroco, quien ya era reconocida socialmente bajo el apellido del sacerdote, como señora de X.

Muchos agentes de pastoral laicos desplazan al presbítero en sus funciones esenciales, especialmente en la predicación y la conducción espiritual. Cuando un sacerdote se resiste a estas imposiciones, frecuentemente se inicia contra él una campaña de mobbing, marginación o desprestigio. Esto resulta especialmente contradictorio, pues aunque el grado sacerdotal es denigrado, los obispos que impulsan esa dinámica permanecen intocables, protegidos tras estructuras administrativas complejas, secretarías y personal, muchas veces inaccesibles en sus fortalezas episcopales. Todo muy «sinodal».

El presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Mons. Georg Bätzing, parece olvidar que es simplemente un portavoz, y en cambio se alza como mascarón de proa de la Iglesia alemana y uno de los principales promotores de su actual crisis doctrinal.

Un caso emblemático fue el del cardenal Rainer Maria Woelki. Desde el inicio del Camino Sinodal expresó sus reservas sobre la metodología adoptada, señalando que era contraria a la sana práctica eclesial. Sus declaraciones provocaron una campaña de desprestigio sostenida tanto por medios seculares como católicos afines a la agenda sinodal, utilizando como excusa su gestión pasada de casos de abusos, sin pruebas concluyentes de mala praxis. El cardenal, junto a otros tres obispos, se negó a financiar el Camino Sinodal, marcando distancia y colocándose en la mira de los reformistas.

La actitud de fondo, aunque pueda sonar dura, muestra una Iglesia alemana que mira al exterior con una autosuficiencia tendenciosa. Se trata de una Iglesia en declive en cuanto a crecimiento y evangelización, que pretende dictar al mundo católico sus propios experimentos pastorales, sostenidos por el músculo económico del impuesto eclesiástico.

En este panorama, la Iglesia Católica en Alemania se caracteriza también por su generosa contribución económica a proyectos eclesiales en todo el mundo. Su riqueza ha permitido una concreta aplicación del principio de subsidiariedad. Sin embargo, la masiva salida de fieles en los últimos años —quienes dejan de pagar voluntariamente el impuesto eclesial— pone en duda la sostenibilidad de estas ayudas a medio y largo plazo. Sería también doloroso constatar que parte de la paciencia de la Iglesia universal con Alemania ha estado condicionada por su peso económico.

Otro aspecto relevante es la apropiación casi total de los medios católicos oficiales por parte de una línea ideológica. Portales como katholisch.de, Domradio y la agencia KNA raramente difunden testimonios positivos de la fe o de experiencias evangelizadoras. Por el contrario, se dedican con frecuencia a amplificar voces críticas internas o externas, socavando la moral del Pueblo de Dios.

El feminismo radical también ha hallado eco en movimientos como María 2.0, que exige la ordenación de mujeres y otras reformas estructurales. En algunos casos, como en la catedral de Friburgo de Brisgovia, activistas interrumpieron una liturgia de ordenación sacerdotal, forzando al arzobispo a suspender su homilía. En otras situaciones, instalaron carpas frente a las iglesias para protestar de forma ruidosa durante las celebraciones litúrgicas.

A este clima de presión y reivindicación se suma un hecho reciente de especial relevancia: en los últimos días, en la arquidiócesis de Friburgo, se ha producido la presentación oficial, en el seminario diocesano San Carlos Borromeo, de la petición formal por parte de un grupo de mujeres para ser admitidas al seminario y comenzar la formación sacerdotal. Este acto, inédito en la historia reciente de la Iglesia alemana, representa un paso más en la estrategia de visibilización y presión pública para la apertura del ministerio ordenado a las mujeres, y ha generado un intenso debate tanto en ámbitos eclesiales como en la opinión pública.

Se habla mucho de sinodalidad y participación, pero lo que impera es una cacería de brujas de guante blanco. Aquellos que disienten son excluidos de los espacios de decisión y acusados de ser retrógrados o integristas. En el clero secular se percibe un profundo sentimiento de desánimo. No es sorprendente que, ante semejante ambiente, sea difícil encontrar nuevas vocaciones. Con el añadido de que los propios medios católicos parecen promover una silenciosa operación de descrédito hacia la institución eclesial.

Ante este panorama, Roma ha intervenido en varias ocasiones. En 2022, el Papa Francisco envió una carta a los católicos alemanes alertando sobre los peligros de un cisma. El Dicasterio para los Obispos y el Dicasterio para la Doctrina de la Fe también emitieron comunicados expresando preocupación por los contenidos y métodos del Camino Sinodal. Sin embargo, la respuesta desde Alemania ha sido ambigua y, en muchos casos, desafiante. A menudo se ha presentado erróneamente a las misivas vaticanas como una forma de respaldo a las decisiones alemanas, cuando en realidad eran advertencias.


Respecto al documento Fiducia supplicans, en varios sectores de la Iglesia alemana
vinculados al Camino Sinodal se interpretó como una validación de las bendiciones
litúrgicas y públicas de parejas homosexuales, a pesar de que el documento explícitamente lo prohíbe. Estas bendiciones continuaron, incluso con estructura litúrgica y vestimentas ceremoniales. Se ignoró la distinción clave entre una bendición pastoral individual y un acto que simula el matrimonio. Algunos obispos y portales diocesanos afirmaron que el documento respaldaba la línea sinodal alemana, cuando en realidad la contradice en lo esencial.

Lo que está en juego no es una simple reforma administrativa o pastoral, sino la fidelidad de una Iglesia local a la fe católica universal. La Iglesia en Alemania corre el riesgo de aislarse doctrinalmente del resto del cuerpo eclesial, vaciando de contenido su misión evangelizadora bajo la bandera de una modernización que no evangeliza, sino que acomoda la fe al espíritu del mundo.