BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



viernes, 14 de septiembre de 2018

La Iglesia debe volverse otra vez signo de contradicción (Spencer Hall)



En 1986, el arzobispo Marcel Lefebvre escribió las siguientes palabras tremendas:

“Porque, en efecto, se ha planteado un grave problema a la conciencia y a la fe de todos los católicos durante el pontificado de Pablo VI. ¿Cómo un papa, verdadero sucesor de Pedro, seguro de la asistencia del Espíritu Santo, puede presidir la destrucción de la Iglesia, la destrucción más profunda y más extensa de su historia, en el lapso de tan poco tiempo, algo que ningún heresiarca nunca logró hacer? Algún día habrá que dar respuesta a esta pregunta.” (Carta Abierta a los Católicos Perplejos, 1986)

Unos diez años antes, en un libro que llevaba el mismo título y con un tono más optimista, el papa Juan Pablo II se refería a la Iglesia como a Cristo, como un “signo de contradicción” contra el pecado y el error del mundo. Varias décadas después, la pregunta de Lefebvre continúa sin responderse, y la caracterización que Juan Pablo II hizo de la enemistad entre la Iglesia y el mundo se ha tornado progresivamente más irrisoria, dado que numerosos obispos y cardenales nombrados durante su propio pontificado están haciendo las paces con el mundo y sus pecados. Sin embargo, muchos comentaristas católicos conservadores continúan insistiendo en que, debido a la ortodoxia doctrinal de la “Nueva Evangelización”, la Iglesia ha mantenido su apariencia de contradicción con los pecados del mundo.

El que todos los aspectos de la Nueva Evangelización en verdad sean ortodoxos es otro tema. Lo importante es notar que la mera ortodoxia en la doctrina es insuficiente para que la Iglesia resulte un signo de contradicción frente al mundo. Así como es posible que un individuo católico sostenga la doctrina correcta y se encuentre en estado de gracia aunque mantenga una conducta cobarde, también es posible que la Iglesia como un todo vacile en oponerse fuertemente al mundo sin caer realmente en error doctrinal. De hecho, es precisamente eso lo que ha ocurrido desde el Concilio Vaticano Segundo. La pregunta de Lefebvre y la descripción de la Iglesia del anterior Papa están íntimamente ligadas: la destrucción de la estabilidad interna de la Iglesia destruyó su habilidad para ser un signo de contradicción frente al mundo. Si la Iglesia desea tener la esperanza de recuperar su antigua fuerza, los fieles católicos deberán comprender primero lo que se perdió en el Concilio: no la ortodoxia doctrinal, no la infalibilidad, sino un espíritu, un carácter, tanto de fuerza como de oposición, que en algún tiempo el mundo conoció bien.

Uno de los aspectos de la Iglesia Católica que hasta hace poco enfatizaban más fuertemente sus enemigos y sus hijos, conversos y opositores, era la severidad y consistencia con la que la Iglesia insistía en la adhesión absoluta a fórmulas doctrinales precisas, a diferencia de la libertad de pensamiento que gozaban los protestantes. Desde el lado de los protestantes y librepensadores, se la condenaba como oscurantista y dogmática; desde el lado católico, se la aclamaba como única garantía de fe cierta – de conocer aquello que un cristiano debía creer.

Es llamativa la unanimidad con la que se describía el carácter de la Iglesia. Cuando David Hume deseó atacar la obra “Superstición Cristiana,” apuntó hacia los católicos romanos sabiendo que su audiencia ampliamente protestante simpatizaría con su denuncia de Roma y su afirmación en su Tratado de la Naturaleza Humana: “Los católicos romanos son ciertamente la más celosa de las sectas del mundo cristiano.” Charles Hodge, teólogo presbiteriano de gran influencia en el siglo XIX, se refirió en Teología Sistemática a la proclamación de infalibilidad magisterial de la Iglesia como “una tiranía sin igual en la historia del mundo,” una crítica con la cual coincidió el teólogo anglicano evangélico de aquel tiempo, J.C. Ryle, calificando la sumisión católica al Magisterio como “holgazanería, ociosidad, y pereza”. En referencia al Movimiento de Oxford y la simpatía creciente hacia el catolicismo entre anglicanos encumbrados, Ryle prosiguió:

“En nuestra insensatez, soñamos que la Reforma había dado fin a la controversia del papado, que si el Romanismo iba a sobrevivir, el Romanismo cambiaría por completo. Si en verdad lo creímos, hemos vivido para darnos cuenta que cometimos el error más lamentable. Roma nunca cambia.” (“Sobre el Juicio Privado,” énfasis en el original.)

El teólogo liberal de principios de siglo XX, Charles Gore, influyente en el escenario del Moximiento post-Oxford del anglicanismo encumbrado, llamó “desastrosa” a la encíclica de León XIII, Providentissimus Deus, sobre la autoridad de las escrituras. Contrastó el supuesto oscurantismo de León con la libertad de consulta gozada por los protestantes de la iglesia anglicana, criticando la encíclica como:

“… diseñada para reprimir a la escuela de crítica real y libre que parecía estar formándose y tomando raíces firmes en la Iglesia Romana [.] … No debe permitirse nada más – hasta que la verdad se tome venganza, tal como se vengó de la Iglesia cuando lidió de forma parecida con la ciencia de Galileo.” (Gore, Aseveraciones Católicas Romanas, 1920)

Los autores católicos que observaron la misma diferencia entre el aprieto de los laicos protestantes al tener que elegir autoridades que competían entre sí, mientras su equivalente católico podía recaer en la viva voz de la Iglesia, conforman una lista de eminencias del siglo XIX y principios del siglo XX: Henry Edward Manning, John Henry Newman, Gerard Manley Hopkins, Robert Hugh Benson, Hilaire Belloc, Adrian Fortescue, Dom John Chapman, G.K. Chesterton, y Ronald Knox, por nombrar algunos. Tomando algunos como ejemplo, Newman observó en su Apología, que el punto de inflexión crucial en el cual se dio cuenta que la teoría del anglicanismo sobre la Iglesia era indefendible, fue al reconocer la perfecta similitud en el aspecto externo de la Roma durante la controversia monofisista del siglo IV y la de doce años más tarde, durante la Reforma, y dijo:

“El drama de la religión y la lucha de la verdad y el error han sido siempre uno y lo mismo. Los principios y modos de actuar de la Iglesia ahora, eran los de la Iglesia entonces [.] … La Iglesia podía ser considerada entonces como ahora, expeditiva y firme, decidida, imponente, infatigable [.]” (Apologia Pro Vita Sua, 1864)

La clave a considerar en esta afirmación de Newman, que enfatizó en otro momento, es que el asunto crucial no era simplemente un asunto de continuidad doctrinal entre la Roma del siglo IV y la del siglo XVI, sino una continuidad en el espíritu, el carácter, en cómo lidiaba con las herejías y el mundo exterior. Sin duda, la cuestión de la continuidad doctrinal fue precisamente la dificultad que mantuvo a Newman fuera de la Iglesia durante años, tras haber perdido la fe en el anglicanismo; tal como relata en Apología, se encontró impedido de pasar a Roma por una larga convicción de que los desarrollos tridentinos, especialmente la veneración de santos, no correspondían con las escrituras y fueron desconocidos en los primeros siglos de Iglesia. No fue la persuasión de que la doctrina de Roma no había cambiado, lo que llevó a Newman a concluir que la Iglesia Católica de su tiempo era la misma que la del siglo IV – ciertamente, eso es casi contrario a la verdad. Fue un sentido general de que la persona de Roma en los dos períodos era la misma lo que lo llevó, a pesar de sus dificultades, a concluir finalmente que las supuestas contradicciones y novedades en la doctrina solo eran aparentes.

Otro ejemplo ilustrativo de cómo era vista la Iglesia por quienes se convirtieron a ella, proviene de un converso del anglicanismo de principios del siglo XX y luego canciller del papa San Pío X, monseñor Robert Hugh Benson, quien escribió un apocalipsis titulado Señor del Mundo en 1908. En la historia alternativa de este libro, Benson imagina un escenario en el que el Vaticano del siglo XX convoca un concilio como continuación del Concilio Vaticano Primero, pero donde el ficticio Concilio Vaticano Segundo mantiene una estricta ortodoxia y condena la crítica bíblica modernista. En un oscuro paralelismo con el curso actual de la historia, uno de los personajes de Benson cuenta que una gran apostasía se desarrolló tras el Concilio Vaticano Segundo del libro, pero que tomó la forma de éxodo hacia fuera de la Iglesia a la luz de la intransigencia doctrinal de la jerarquía, en lugar de una traición desde adentro, y con una Iglesia reduciéndose pero manteniéndose ortodoxa. Si bien la predicción de Benson sobre la naturaleza de la apostasía futura fue errónea, arroja luz considerable sobre la forma en la que los católicos de su tiempo veían la relación entre la Iglesia y la herejía. La forma natural de describir a ambas en la ficción era simplemente haciendo que la Iglesia mantuviera el mismo “oscurantismo romano” que había mostrado siempre. Pareciera que la posibilidad de que la propia Iglesia dejara de ser dogmática y firme en su apariencia frente al mundo no se le ocurrió a Benson, ni siquiera en un contexto distópico.

Hacia la década de 1950, el contraste entre la supuesta uniformidad dogmática de la Iglesia Católica Romana en asuntos doctrinales, en comparación con la apertura relativa de las comuniones protestantes, fue observada por C.S. Lewis al dirigirse a sacerdotes anglicanos sobre la crítica bíblica modernista, destacando la visión negativa de la Iglesia Católica sobre el asunto. Una observación similar fue realizada casi una década antes del Vaticano II, en 1952, por el agnóstico convertido al anglicanismo, el filósofo CEM Joad, poco antes de su muerte y reconversión al cristianismo, quien afirmó que los pastores anglicanos eran libres de contradecirse entre sí en asuntos significativos como el parto virginal, mientras los católicos estaban sujetos a una fe única y constante, y sobre la vitalidad relativa de la Iglesia Católica a la luz de su firmeza doctrinal dijo:

“El hecho de que la elasticidad y la vaguedad del credo de la Iglesia [Anglicana] hayan sido una parte no menor en el declive de su influencia, y que la popularidad comparativa de la Iglesia Católica Romana, que ha hecho pocas concesiones al ‘espíritu de la época’, si es que hizo alguna, haya resistido el desafío de la ciencia, demuestra convincentemente [.] …que hay, imagino, poca evidencia de que la Iglesia Católica Romana esté en declive tanto en su influencia como en número. Al contrario, está creciendo en ambos.” (CEM Joad, Recuperar la Fe, 1952)

Podría multiplicar fácilmente afirmaciones como las de los católicos citados – incluyendo disidentes liberales – y protestantes antes del Concilio, hasta triplicar la longitud de este artículo. Todos atestiguan lo mismo: el carácter de la Iglesia antes del Concilio Vaticano Segundo era considerado universalmente, tanto por amigos como por enemigos, como firme, receloso ante novedades, y dogmáticamente insistente en la adhesión a fórmulas doctrinales precisas. Ya sea que la deploraran o la elogiaran, los de afuera y los de adentro de la Iglesia no habrían tenido dificultad para coincidir en que su actitud hacia el error doctrinal y el exterior era sin duda un “signo de contradicción” por encima y enfrentado a la creciente tolerancia doctrinal del protestantismo. Tal vez no exista una palabra más opuesta al espíritu de la Iglesia, descrito por quienes la conocían, que aggiornamento.

Sin embargo, a menos de veinte años de la afirmación de Joad, la Iglesia entraría en un período en el que los fieles de todo el mundo serían arrojados en una confusión doctrinal como no se había visto desde la Reforma, y en la que los propios pastores de la Iglesia estarían al frente de las novedades ganadoras y de todo tipo en la Iglesia. Al día de hoy, la mayoría de los miembros de la jerarquía, empapados en el espíritu del Concilio durante su juventud, transmiten el mensaje de abandonar el viejo, rígido, y seco autoritarismo de la Iglesia pre-conciliar.

Esta llamativa contradicción entre las características externas de la Iglesia antes y después del Concilio, indica que los católicos conservadores que intentaron defender la ortodoxia de los documentos conciliares, o de las declaraciones papales individuales de los Papas post-conciliares, en gran medida no terminan de comprender. El demostrar que el Concilio no enseñó nada técnicamente heterodoxo no es suficiente para resolver la objeción central en su contra, que es que ha introducido un espíritu de novedades y apertura al cambio doctrinal que era y es diametralmente opuesto al que la Iglesia tuvo siempre antes del Concilio. Parafraseando el viejo dicho de que el medio es el mensaje, cuando se trata de la forma en la que el mundo exterior percibe a la fe, en sentido práctico, la actitud de la Iglesia es su enseñanza. El mundo, perdido en la oscuridad espiritual, tal vez no discierna los matices precisos de la enseñanza doctrinal de la Iglesia, pero puede diferenciar la forma y la apariencia de un enemigo devoto de aquel que es un lánguido cómplice. En una época, el mundo no tenía dificultades para reconocer a la Iglesia como el primero, sin importar cuán grande era su enemistad. Hoy, en la era del padre James Martin y el papa Francisco, al mundo le cuesta cada vez más reconocer en la Iglesia al viejo enemigo que una vez tuvo.

La Iglesia debe convertirse una vez más en signo de contradicción. Pero para ser ese signo, no es suficiente con que la Iglesia mantenga simplemente la ortodoxia doctrinal. Se necesita algo más: una recuperación colectiva del viejo sentido de certeza sobre las enseñanzas de la Iglesia y la autosuficiencia de los recursos espirituales de la Iglesia. El mundo no se convertirá por medio una Iglesia que sale a hacer alianzas con su decadencia espiritual. Es la Iglesia en su viejo atuendo, el atuendo de la confianza y la fortaleza en la verdad de su enseñanza y en la gravedad del error espiritual, y solo ella, la que será reconocida por el mundo como el signo de contradicción que fue su Esposo mucho tiempo atrás, y que continúa siendo.

Spencer Hall 

(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)

Roma, en vilo ante los rumores de publicación de una lista de prelados gays (Carlos Esteban)




El diario sensacionalista italiano Il Fatto Quotidiano asegura haber visto una copia del célebre informe de 300 páginas encargado por Benedicto XVI que contendría los nombres de los clérigos miembros del llamado ‘lobby gay’ eclesial.

Dice el Cardenal DiNardo, a su salida de la reunión mantenida con Su Santidad en Roma junto a otros representantes del episcopado norteamericano, que la reunión fue “prolongada y fructífera”, si bien no entró en detalles ni se ha mencionado la eventualidad de enviar un visitador vaticano a Estados Unidos.

En realidad, la visita tiene de extraño que haya sido precedida por las de los cardenales Cupich, de Chicago, y Wuerl, de Washington, ‘hombres’ del defenestrado McCarrick.

La noticia de la convocatoria de un sínodo en el que estarán presentes los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo para tratar el tema de los abusos no ha tenido tampoco el efecto tranquilizador que se esperaba, y ello por tres razones: siendo el principal escándalo de la crisis el hecho del encubrimiento de abusos por parte de obispos, encargarle la solución a esos mismos obispos parece repetir el error de la Carta de Dallas, cuando los obispos norteamericanos pergeñaron un estricto código de supervisión del que, al mismo tiempo, se eximían; la fecha de este ‘urgente’ sínodo’ es febrero de 2019, dando la sensación de que no es tan urgente o que se pretende que todas las peticiones de reforma se pospongan a esa fecha; y, por último pero no menos importante, en el se tratará de abusos a menores y personas vulnerables, exceptuando de esta última categoría a sacerdotes y seminaristas, que son precisamente las principales víctimas de acoso homosexual.

Se teme, en fin, que el sínodo ponga sordina a lo que cada vez más voces críticas consideran el núcleo del problema, que no es (solo) el vago ‘clericalismo’ -término elástico donde los haya-, sino la penetración en la jerarquía eclesiástica de verdaderas redes de clérigos homosexuales decididos a subvertir la organización y aun la doctrina de la Iglesia sobre moral sexual.

Y es precisamente este aspecto el que centra el rumor más compartido del día: la afirmación de un diario sensacionalista italiano, Il Fatto Quotidiano, de que ya se habría filtrado el celebérrimo informe de 300 páginas encargado por Benedicto XVI a los cardenales Herranz, Tomko y Fi Giorgi poco antes de su abdicación y transmitido a su sucesor, Francisco, que nunca ha hecho referencia al mismo.

Se supone, y así lo afirma Il Fatto, que el documento contiene los nombres de los miembros de la Curia y la alta jerarquía eclesiástica que formarían parte de ese ‘lobby lavanda’ que estaría corrompiendo la Iglesia con su influencia. Y, sobre todo, que su publicación en formato digital es cuestión de días.

Cuenta en el diario la autora de la noticia, Francesca Fagnani, que “el informe contiene un cuadro perturbador y destallado de la corrupción moral y material del clero, con nombres, apellidos y circunstancias”.

Se trata, dice Fagnani, de una lista de prelados y laicos “que pertenecen al llamado ‘lobby gay’ y que a través de chantajes y secretos podría afectar o han condicionado de hecho, posiciones y carreras”

“El informe contiene una imagen detallada y perturbadora de la corrupción moral y material del clero, con nombres, apellidos y circunstancias” escribe Francesca Fagnani.


Carlos Esteban

Noticias varias 13 de septiembre de 2018



INFOVATICANA

Osoro ha escrito como un ‘grouppie’, no como un prelado católico (Carlos Esteban)

INFOCATÓLICA

Jaime Balmes explica la importancia de pensar con criterio

Cardenal Maradiaga considera que las relaciones homosexuales del ex-cardenal McCarrick son «algo de orden privado»

LIFE SITE NEWS

GLORIA TV

No es sorprendente: abusador homosexual McCarrick presionó por la comunión para adúlteros

Papa Francisco atrapado en sus errores, corrupción en la Capilla Sixtina, el 11 – S de la Iglesia Católica, abusos en Alemania (Specola).




La presión informativa es terrible y no sólo no cesa sino que está creciendo con nuevos matices.

El testimonio Viganò y sus consecuencias aumentan. Dejando de lado ha hojarasca con la que se ha intentado rodear al caso, ya es universal el reconocimiento de la veracidad del contenido. Ni los más fervientes defensores de pontífice se atreven a desmentir ni una sola linea, el último de ellos el afectado Maradiaga que a lo más que llega es a decir que esas cosas no se hacen públicas.

La reunión ‘urgente’ para febrero de los presidentes de las conferencias episcopales está causando sorpresa y perplejidad. La indignación universal por lo sucedido se siente y es más que evidente que las cosas no han funcionado y que el ocultamiento y los silencios impuestos han sido la forma de actuar en muchos de los gravísimos casos. El Papa Francisco está atrapado en sus propios errores, ya son cinco años de promesas frustradas y de palabras vacías. Las reuniones, comisiones, encuentros, enfados, simpatías o antipatías no han tenido ninguna consecuencia y el engaño ya no resiste mucho más.

Nos gustaría equivocarnos y mucho pero este periodo será dramático. Es previsible que la reunión de febrero justifique el que no se clarifique nada hasta esa fecha y nos tememos que tampoco después. Son muchos meses y la herida está abierta y la gangrena se extiende. Son muchos los sacerdotes, obispos y laicos que están viviendo estas jornadas con mucha amargura. Ya no sólo hablamos de casos de terribles delitos que han quedado impunes. De miles de víctimas inocentes con vidas destrozadas por quienes tienen obligación de ayudarles. Estamos ante una cadena de complicidades, encubrimientos, silencios, malversaciones de donaciones en la que está implicada una gran parte de la jerarquía de la iglesia.

Todos creímos que el Papa Francisco tenía la intención y decisión de terminar con todo esto y creímos que seguiría la linea de fortaleza iniciada en los pontificados anteriores. Los hechos nos hablan de lo contrario. Nos han querido vender el calentamiento global y los mundos de primaveras arco iris, nos quieren convencer de revoluciones históricas y de iglesias en salida y de puertas abiertas. Estamos viendo todo lo contrario. Las puertas de cierran incluso físicamente. Los seminarios y noviciados desaparecen y los fieles abandonan en masa a sus pastores porque han dejado de sentirlos como propios. Incluso la posible renuncia de Papa Francisco es un problema porque no enfrentaríamos a un conclave con muchos de sus miembros más que tocados y desprestigiados.

El secretario de Papa Benedicto XVI nos ha hablado de 11 de septiembre de la iglesia. No le falta razón. La conmoción que sufrió el mundo con la caída de las torres gemelas nos hizo ver que algo muy serio de fondo estaba sucediendo. Lo que estamos viendo estos días está cambiando la historia de la iglesia. Estamos ante un papa acorralado y cualquier salida que podamos imaginar es complicada.

Hace unos meses salto la noticia de la posible fuga del administrador de la Capilla Sixtina. Se desmintió todo y se cerro el problema en falso como siempre. Hoy nos dicen que el Papa Francisco ha autorizado una investigación. Lo que no nos han dicho es que esto es la consecuencia de la acusación por malversación de fondo y blanqueo de dinero que la justicia italiana ha realizado contra su director y su administrador. Es el Vaticano están desactivados todos los órganos de control económicos, descabezados o desprestigiados, y las ordenes solemnes de Papa Francisco son brindis al sol que nadie puede poner en marcha. La experiencia nos dice que los acusados seguirán en sus puestos y los investigadores, si es que alguien se atreve, serán eliminados.

A la larga suma de abusos se suma Alemania y esto son palabras mayores. Estamos tocando dos países muy importantes para la iglesia. Los católicos de Estados Unidos y Alemania son los mayores donantes en todo el mundo. Muchas zonas de misión viven de sus generosas aportaciones. Estas noticias, sobre todo la falta de claridad en su gestión, están ocasionando una huida masiva de donaciones que costará tiempo recuperar. Estos cinco meses pueden ser mortales.

Nuestro gran Miguel de Cervantes nos dice: “Encomiéndate a Dios de todo corazón, que muchas veces suele llover sus misericordias en tiempo que están más secas las esperanzas”. Estamos convencidos como nos recordaba Papa Benedicto en los días de su renuncia que “Siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino Suya y no la dejará hundirse.”

“Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian”.

Buena lectura.

PEZZO GROSSO COMMENTA IL PROF. BORGHESI. GLI RICORDA LA STORIA DI AL CAPONE E DEL FISCO USA.

Papa Francesco, il giorno del giudizio: abusi, la tesissima riunione da cui dipende il futuro della Chiesa

Il Papa fa indagare sui direttori del coro della Cappella Sistina. Ipotesi: truffa aggravata e riciclaggio

vaticano/papa_francesco_coro_sistina_bambini_truffa_abusi_vaticano_indagine

Preti pedofili, choc in Germania. “Più di 3mila abusi insabbiati”

Papa Francesco, Luigi Bisignani: “E se gli emeriti diventassero due?”

Padre Georg:«La pedofilia è l’11 settembre della Chiesa»

Papa, su abusi convoca capi di tutte le Conferenze dei vescovi

Preti gay nella diocesi di Nocera e Sarno, dossier a Papa Francesco

Wuerl scrive ai preti: vado dal Papa a discutere della mia rinuncia

Papa Francesco, il giorno del giudizio: abusi, la tesissima riunione da cui dipende il futuro della Chiesa

Gli spaventosi numeri degli abusi sessuali nella Chiesa

Specola

La popularidad del Papa cae en picado en Estados Unidos (Carlos Esteban)



Solo el 48% de los estadounidenses tiene ahora una opinión favorable de Su Santidad; entre los católicos, se ha pasado de un 83% a un 63%, según una reciente encuesta.

En Estados Unidos, el ‘affaire Viganò’ está dañando la imagen de un Papa que, hasta ahora, se mantenía como uno de los más populares de los últimos pontificados. Hace un año y medio, dos de cada tres americanos tenía una visión positiva del actual pontífice, según encuesta realizada por la cadena de televisión americana CNN. Hoy, según esa misma encuesta, ni siquiera llegaría a uno de cada dos, situándose en el 48%.

La encuesta se realizó entre el 6 y el 9 de este mes, en plena polémica sobre las acusaciones contra el Papa y la Curia contenidas en el explosivo testimonio del ex nuncio en Estados Unidos, el arzobispo Carlo Maria Viganò. Entre los católicos, que veían de forma positiva al Papa en un 83% de los casos en enero del año pasado, la proporción ha caído al 63%.

Los resultados contrastan, asimismo, con un estudio más reciente, de enero de este mismo año, realizado por el gigante americano de la demoscopia Pew Research, en el que todavía aproximadamente seis de cada diez americanos tenía una opinión positiva del Santo Padre, más de ocho de cada diez entre los católicos.

Aunque especialmente acusado, por ser allí donde se concentran los casos más graves conocidos hasta la fecha, el caso americano parece no ser excepcional. Más cerca, en la propia Italia, el Papa también ha visto descender su grado de aceptación en una reciente encuesta de La Repubblica, que muestra un descenso del 88% al 71% en sus cinco años de pontificado.

En la encuesta norteamericana, la caída es más fuerte entre los votantes conservadores, solo un 36% de los cuales tiene una opinión favorable de Francisco, lo que no debe extrañar a nadie en un Papa que considera un timbre de honor ser llamado “revolucionario”.

Pero la caída se ha dado en todos los segmentos de población. Entre las mujeres ha pasado del 71% al 51%, y entre los votantes progresistas ha caído del 79% al 59%.

Carlos Esteban

¡BASTA DE ENCUBRIMIENTOS! ...Diga la verdad (Michael Voris, dirigido al Santo Padre).


Duración 5:28 minutos

TRANSCRIPT

With the big announcement yesterday that Pope Francis is calling a worldwide meeting of bishops in February to discuss the sex abuse cover-up problem, this entire crisis has just entered a new phase. However, a massive, massive word of caution needs to be put forth: There needs to be complete and total transparency, and it needs to begin with the Pope.

A big meeting is all well and good, but what is the point of the meeting? Is it to figure out how to handle this from a public relations perspective, or is it how to actually purify the Church of pervert priests and the covering up superiors?

If it is the second, then that may very well necessitate the Pope himself stepping down since he covered up for McCarrick — and actually promoted him — and allowed him to have influence over the appointments of Cardinals Joseph Tobin in Newark (who also knew about McCarrick) and Blase Cupich of Chicago.

How can the Pope, who has also allowed cover-up-Cardinal Donald Wuerl to essentially plan his own going away party, how can the Pope expect anyone to take him seriously on this issue?

He chewed out and humiliated victims of predatory homosexual priests in Chile and actually called them names until he was forced through public pressure to backtrack. He promoted McCarrick in influence, disregarding Pope Benedict's actions to curtail McCarrick.

He completely ignored his own zero-tolerance policy with regard to Wuerl who covered up homosexual predatory priests while bishop of Pittsburgh. He refuses to come clean about Abp. Viganò's bombshell charges, which names many of his closest advisors as being part of a homosexual network strangling the Church.

It's clear that the Pope no longer has any credibility on this issue. He is covering up and deflecting and cannot seriously expect the world to take him seriously as one bent on making the necessary reforms to end this evil plague on the Body of Christ. He would first have to remove most, if not all, of the churchmen around him from their positions of influence.

Those men have stepped into broad daylight supportive of the very structure that has given rise to this wickedness. He should immediately dismiss Fr. James Martin and Fr. Thomas Rosica from their Vatican positions. Those two men are a disgrace to the priesthood — Rosica actively promoting sodomite priests and Matin actively promoting the acceptance of sodomy within the Church as a whole.

Surely, the Holy Father should consider tossing those two under the bus for starters, if nothing more than for the sake of appearance of being serious about reform.

But there are further steps that need to be taken, not just by the Pope, but by the U.S. bishops as well. For one, while a handful have openly come out and nailed the heart of the problem by declaring homosexuality within the priesthood the issue, too many have not.

Where is the public denouncement of Fr. James Martin by the U.S. bishops as a whole, that this man, who credible reports say actually confesses his homosexuality to Jesuit seminarians at retreats, has made a career not saving souls but trying to convince souls that evil is good. How can faithful Catholics take any of this talk of reform seriously until there is visible public action to begin to bring it all to an end.

We've had enough talk to last an eternity. Talk, plan, do whatever, but these wicked men have got to be exposed and thrown from the Church if they do not repent and make reparation, which means publicly announcing that they have done evil, were wrong and then retiring to a life of true prayer and penance — not like McCarrick, chilling in a millionaire pad in D.C. and enjoying great food.

Come on Holy Father, do the right thing. Get rid of your underlings who have and still are perpetrating this great evil, announce your own guilt and then step aside. Leave the February meeting of bishops from around the world — some of whom are more than likely also wrapped up in all this — to your successor.

But the first thing that has to happen is simple: end the cover-up. Tell the truth. Vigano is right. You are wrong. You are as guilty in all of this as any other cover-up bishop stretching back to your time in Buenos Aires.

The measure of how much a man loves the Church — and by extension, his own eternal life — is how much he will embrace the truth and comport his life accordingly.

Charity does not exist without justice.

Michael Voris