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viernes, 15 de septiembre de 2023

El Papa critica a los conservadores estadounidenses




“Reaccionarios”, “ideólogos”, “al revés”... Los oídos de los católicos conservadores estadounidenses y de sus pastores suenan desde que Civiltà Cattolica publicó, el 28 de agosto de 2023, la conversación que los jesuitas portugueses mantuvieron con el Sumo Pontífice hace tres semanas. más temprano. Y esto apenas unas semanas antes de la apertura del Sínodo el próximo mes de octubre en Roma.


El 5 de agosto de 2023, durante el viaje apostólico a Portugal con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco se reunió con los jesuitas en el Colegio de Sao Joao de Brito, una escuela gestionada por la Compañía de Jesús: la conversación, muy libre, fue la oportunidad para Sumo Pontífice para responder a las críticas de algunos conservadores estadounidenses.


A partir de tres criterios aportados por San Vicente de Lerins, en el siglo V, juzga la posible evolución de la doctrina católica: "se fortalece con los años, aumenta con el tiempo, se exalta con los siglos"; El Romano Pontífice cree que la actitud "reaccionaria" que observa entre algunos clérigos y católicos americanos es "inútil".


Estos católicos, según sus palabras, irían "hacia atrás". Peor aún, vivirían en "un clima de cierre" hasta el punto de "(perder) la verdadera tradición y (recurrir) a ideologías para encontrar apoyos de todo tipo". En otras palabras, la ideología reemplaza a la fe, la pertenencia a un sector de la Iglesia reemplaza la pertenencia a la Iglesia".


La acusación es pesada y hubiera merecido ser más exhaustiva en la referencia a San Vicente de Lérins, porque este padre de la Iglesia es más preciso en su Communitorium: “Enseñad sólo lo que habéis aprendido; Hazlo de una manera nueva, pero ten cuidado al introducir cosas nuevas”.


Y nuevamente: “El verdadero y auténtico católico sabe que cualquier doctrina nueva, nunca antes escuchada, profesada por un hombre ajeno o en contra de la opinión general de los santos, nada tiene que ver con la verdadera fe”.


¿Podría la acusación del inquilino de Santa Marta contra los conservadores estadounidenses ser signo de cierta molestia ante las reacciones que el documento de trabajo del Sínodo, publicado hace unas semanas, ha suscitado entre muchos fieles y obispos de ultramar?


De hecho, en pleno verano se escucharon varias voces discordantes: el 22 de agosto, el obispo de Tyler (Texas, Estados Unidos) denunció en el Sínodo "el mensaje falso y diabólico que se está difundiendo en la Iglesia" [aquí está el más noticias recientes]; mientras que el cardenal Raymond Burke, por su parte, ve en el Sínodo "una caja de Pandora que contiene un espíritu revolucionario".


“Es un honor para mí que los estadounidenses me ataquen”, exclamó el Pontífice argentino ya el 4 de septiembre de 2019, en el avión que lo llevó a Mozambique. Al parecer, nunca se cansan de honrarlo... A su manera. Fuente

lunes, 9 de mayo de 2022

Seguros en la Fe, mal que le pese a Roma (Mons. Héctor Aguer)



También en INFOVATICANA


[InfoVaticana/FVN] Es causa de asombro, desconcierto y preocupación de muchísimos fieles la persistencia del máximo exponente del magisterio eclesial en criticar -burlonamente a veces- a quienes están seguros de la identidad de la fe y se afirman en ella con alegría, agradecidos a Dios por hallarse enraizados en la gran Tradición de la Iglesia. Estos cristianos son vituperados como rigurosos fariseos. La insólita postura de la Santa Sede contradice la enseñanza de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI, que tanto amaron y glorificaron el esplendor de la verdad.
El moralismo relativista que actualmente profesa Roma, hunde la realidad de la fe y sus consecuencias éticas y espirituales en el ámbito kantiano de la Razón práctica. Peor aún: los “nuevos paradigmas” propuestos por el pontificado se someten a los dictados de un Nuevo Orden Mundial, manejado por la masonería y financiado por el imperialismo internacional del dinero. Desde hace tiempo se sabe que el Vaticano es una cueva de masones, que se ayudan a trepar a los cargos más influyentes, según los pactos secretos que desde sus orígenes caracterizan a la secta; los cuales han sido repetidas veces denunciados por los pontífices, que alertaron sobre el peligro que la tradicional enemiga de la Santa Iglesia implica para el orden social basado en la ley natural, y para el sostén y desarrollo de la fe en la vida de los pueblos. Soy consciente de la verdad y exactitud de lo que acabo de escribir, por eso no temo que mi libertad sea coartada por medidas que nadie se atreverá a tomar.
Los errores y las herejías pueden procesarse y difundirse ampliamente, ante el silencio cómplice de quienes deberían condenarlos, según fue hecho desde los tiempos apostólicos. El testimonio del Nuevo Testamento es por demás elocuente: “Conviene que haya herejías, para que se manifieste quiénes son fieles” (1 Cor 11, 19: hina kai hoi dokimoi phaneroi genontai). El sínodo alemán, ante el silencio de Roma, distingue en ese pueblo germánico a los verdaderos creyentes de los atrapados por los errores, que deben hacer sonreír a Martín Lutero (allí donde se encuentre). En la misma carta que citamos, el Apóstol Pablo recuerda a los fieles el Evangelio que les ha predicado, el que ellos recibieron, en el cual estamos firmes (estekate: 1 Cor 15, 1) por el cual son salvados si permanecen firmes (ei katechete: 1 Cor 15, 2), porque de lo contrario han creído en vano (ektos ei me eike episteusate). Lo fundamental, que Pablo les recuerda, es lo que él les ha entregado. Resulta escandaloso que Roma descalifique la tradición. San Pedro, en su Segunda Carta, hace notar a sus lectores -¡y a nosotros!- que su propósito es asegurarlos, hacerlos más firmes, esterigmenous (2 Pe 1, 12); les advierte contra los maestros mentirosos (pseudodidáskaloi) que se introducen en la Iglesia, como los falsos profetas en el pueblo de Israel; por ellos es blasfemado el camino de la verdad (2 Pe 2, 2).

Las epístolas pastorales del Apóstol Pablo describen una situación que se ha verificado periódicamente en la historia de la Iglesia: se precipitan “tiempos peligrosos” (kairoi chalepoi, 2 Tim 3, 1) por la introducción de errores que debilitan la fe y la seguridad de los fieles, respecto de la tradición en la que se apoyan. Por eso anima a sus discípulos y colaboradores a resistir. Muchas veces he citado el pasaje de 2 Tim 4, 1 ss: los pastores de la Iglesia deben predicar incansablemente la verdad, deben argüir e increpar (epitimeson: 2 Tim 4, 2). El problema era, y es, el de los falsos maestros que halagan los oídos que buscan actualidad, procuran reubicarse en un mundo más amplio, de aquellos que se entregan a los mitos abandonando la verdad (apo men tes aletheias… epi de tous mythous, ib 4, 4). Como los textos asumidos en estas citas, se encuentran numerosos pasajes en los que se expresa todo lo contrario de la orientación del actual pontificado. El contraste aparece en la simple comparación.

He señalado una causa en el predominio del moralismo, que despoja a la doctrina de la fe del dinamismo que la orienta hacia su dimensión mística. La fe es contemplativa; su aplicación al obrar depende de aquel reposo fruitivo y seguro en la verdad que es su objeto: es theoría antes que praxis; y la segunda acierta con lo que hay que hacer, en cada circunstancia, porque es iluminada por esta lumbre superior que permite discernir con sabiduría. El moralismo es necesariamente pragmático y relativista. La crítica que dirijo a esta corriente hoy día oficial incluye la observación de que ya no se predica íntegramente la doctrina de la fe. San Juan Pablo II nos ha dejado en el Catecismo de la Iglesia Católica una síntesis actualizada de lo que hoy debemos creer y difundir. En ese corpus que abarca dogma, moral y espiritualidad se halla la identidad del catolicismo, en la cual los cristianos en este “tiempo peligroso” podemos asegurarnos, dirigiendo la mirada de nuestro espíritu al Señor que está con nosotros “todos los días” (pasas tas hemeras, Mt 28, 20).

Parece mentira -pero es una penosa realidad- que, después de más de medio siglo, se cumplan aquellas palabras de Pablo VI: “Por alguna rendija entró el humo de Satanás en la Casa de Dios”. El sedicente “espíritu del Concilio”, contra el cual reaccionó tan sabiamente Jacques Maritain en “El campesino de Garona”, asoma nuevamente, esta vez desde la mismísima Colina vaticana. Los discursos pontificios eluden expresamente las verdades que habría que recordar con claridad, con magnanimidad y paciencia; y se detienen exclusivamente en aquellos “nuevos paradigmas”, que golpean en vano a los verdaderamente fieles, que intentan vivir con fidelidad lo que han recibido. El cristiano es alguien que ha recibido lo que cree y que, merced a los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía, procura ordenar su vida de hombre nuevo según el ejemplo de Cristo.

No debe extrañarnos que en los programas pastorales que se alientan desde la usina de la sinodalidad, los sacramentos no tengan lugar. Sacramentum traduce el griego mysterion; el moralismo pragmático relativista es incapaz de percibir los misterios de la fe, y tiende espontáneamente a descartar la dimensión sobrenatural de una pastoral de los sacramentos, que asegura el don de la gracia ofrecido a todos: la liberación del pecado y expansión de la vida nueva de participación de la naturaleza divina. Somos participantes de la naturaleza divina, theias koinonoi physeos (2 Pe 1, 4). Lo que constituye la vida de un cristiano es mantenerse en lo que ha recibido, en el “mandato viejo”, que dice San Juan en su Primera Carta, la entolen palaiàn (1 Jn 2, 7), es decir la recepción de la luz que aleja la tiniebla: he skotia paragetai (1 Jn 2, 8).

Un hecho histórico que permite apreciar hasta dónde se extiende el “peligro” de este tiempo oscuro, ha sido el silencio, o quizá el repudio, que ha merecido la presentación respetuosa de dudas sobre el alcance de la innovación semi-disimulada en la Exhortación Amoris laetitia; obra de cuatro eminentes cardenales, Burke, Caffarra, Brandmüller y Meisner. La cuestión de la posibilidad de admitir a los sacramentos a las personas divorciadas que han pasado a una nueva unión, fue un globo de ensayo del moralismo relativista; para el cual ya no hay actos intrínsecamente malos. Es una estafa contra los mismos posibles beneficiarios de esa permisión el propósito de trazar un camino alternativo al que indica la Tradición; equívoco que no puede ser considerado un gesto de misericordia. La justicia -la justificación por la gracia- es la verdadera misericordia. No es algo menor la objetividad con que la praxis eucarística se inscribe en la vida cristiana contra el mero deseo subjetivo de comulgar; en este orden la Tradición católica, con el reconocimiento de la sana teología, es fiel a los orígenes, tal como inequívocamente aparece en el Nuevo Testamento. La seguridad que proporciona el abrazo a la verdad conocida y amada, no implica de ninguna manera desprecio de quienes vacilan o han sido ya ganados por el relativismo; al contrario, expresa la fraterna preocupación para hacerles participar de la alegría que brinda la integridad de la fe, recibida humildemente como un don inmerecido.

La inquietud que provoca la actual postura del magisterio se agrava al considerar el sistema de promociones al Episcopado y a la dignidad Cardenalicia, por su abundancia y su orientación. En efecto, ¿qué sentido tiene que una diócesis que carece de vocaciones y cuenta con un número insuficiente de sacerdotes para cubrir las necesidades pastorales, disponga de dos obispos auxiliares? Me refiero a lo que ocurre en la Argentina, aunque la misma actitud puede verificarse en otros países. 

No es un pecado de suspicacia pensar que existe el propósito expreso de reformar la Iglesia, y difundir el criterio moralista y relativista que, como ya he dicho, se ha convertido en una política oficial. Desearía liberarme de tal inquietud y estar equivocado en el juicio que hago de la orientación impuesta desde Roma. Como muchos otros que en el mundo entero comparten esta inquietud mía, sólo puedo reposar en la confianza y el amor de Cristo, Señor y Esposo de la Iglesia; y en la intercesión de la Virgen Santísima, a la que invoco de corazón. No deseo caer en la pretensión de tener la razón en la crítica que no puedo menos que hacer, aunque las declaraciones y los hechos reseñados crévent mes yeux me producen un dolor amargo, que inducen a pensar y a juzgar. ¡Que el Señor tenga piedad de nosotros, y alivie la duración de este “tiempo peligroso” que vivimos! Insisto en lo que observo al comienzo de esta nota: asombro, desconcierto, preocupación: ¿qué otros sentimientos podría suscitar el extraño fenómeno de apalear a los verdaderos católicos, y acariciar a los herejes? Nuestra sencilla gente de campo diría: “cosa ´e mandinga”; el “humo de Satanás que por una rendija se ha metido en la Casa de Dios”, según confesaba un desengañado Pablo VI.

+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata
Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).


Buenos Aires, martes 3 de mayo de 2022.
Fiesta de los Santos Felipe y Santiago, apóstoles.

jueves, 11 de noviembre de 2021

Encuesta a sacerdotes en Estados Unidos: cuanto más jóvenes, más ‘rígidos’ (Carlos Esteban)



Decía ayer Su Santidad que la tentación es siempre la de volver atrás, pero no estamos muy seguros de que vaya a gustarle el panorama que hay delante, a juzgar por un reciente estudio demoscópico sobre los sacerdotes en Estados Unidos: cuanto más jóvenes, más críticos con la ‘renovación francisquista’.

El 80% de los sacerdotes norteamericanos ordenados antes de 1980 aplauden las reformas de Francisco, pero solo un 20% de los que accedieron al sacerdocio después de 2010, según un reciente estudio elaborado por el Instituto Austin para el Estudio de la Familia y la Cultura.

En principio, parece una paradoja. De los últimos ordenados, muchos lo habrán sido en plena ‘Iglesia de Francisco’, por lo que parecería razonable que lo hubieran sido en parte animados por el impulso dado por el Santo Padre y su particular estilo. Sin embargo, ocurre exactamente lo contrario.

En otro sentido, en cambio, es perfectamente comprensible: los ordenados antes de 1980, los más entusiastas del actual pontífice, están más próximos en edad a Francisco y más influídos, por tanto, por el mismo ‘ethos’ eclesial del llamado ‘espíritu del concilio’.

Sea como fuere, los sacerdotes jóvenes dan respuestas más católicas cuando se les pregunta por temas concretos. Así, el 90% de los ordenados después de 2010 afirman que el aborto provocado es siempre pecado. Se dirá que eso es algo sobre lo que no puede haber disputa, no ya entre clérigos, sino entre católicos sin más. Pero lo cierto es que, siguiendo la encuesta, solo un 56% de quienes accedieron al sacerdocio antes de 1980 piensa lo mismo.

Con respecto a la actividad homosexual (no la condición: la actividad), el 89% de los sacerdotes jóvenes consideran que la sodomía es siempre pecado, frente al 34% de los veteranos. Algo similar se aplica a la masturbación, el sexo extramatrimonial y la contracepción.

Quizá no sea del todo ajeno a esta diferencia de visión el hecho de que casi el 21% de los sacerdotes ordenados antes de 1980 se confiesa “homosexual” o “más homosexual que heterosexual”, frente al 5% de los más recientemente ordenados. En cualquiera de los dos casos, por encima de la media de población.

Carlos Esteban

sábado, 16 de mayo de 2020

Los rígidos del papa Francisco



El Papa Francisco nos recuerda que no podemos ser rígidos porque no tendremos la libertad del Espíritu Santo. Podemos tranquilizar a Su Santidad porque el problema de la iglesia de hoy no es en absoluto la rigidez y mucho menos en la sociedad. 
 
Algunos sesudos vaticanistas sitúan en el 30% los eclesiásticos que están descontentos con el Papa Francisco, siendo el papa reinante que siempre añade las simpatías de los pescadores de turno. 
 
Somos tan poco rígidos que, valorando lo que es y significa el papado en la iglesia católica, podemos estar en absoluto desacuerdo con muchas de las ocurrencias del pontífice reinante y no dejar por eso de ser católicos.
 
Lo triste de este momento es que al que no es rígido y se desvía de lo políticamente correcto se puede encontrar misericordiado
 
Hay un amplio sector que se está haciendo el muerto amparándose en argumentos de ‘prudencia’ y de ‘oportunidad’ y que están siguiendo con precisión la enseñanza jesuítica de ‘ceder sin conceder con ánimo de recuperar’.
 
Pretender imponer el pensamiento único, unido a la adhesión a una persona, rigidez de rigideces, suele tener efectos contrarios y muchos a muy corto plazo.
 
Specola

viernes, 15 de mayo de 2020

¿Es la ‘rigidez’ el principal problema de la Iglesia de hoy? (Carlos Esteban)


 
Su Santidad ha vuelto al ataque este mañana en la homilía de la Misa retransmitida en ‘streaming’ desde Santa Marta contra una de sus obsesiones más repetidas: la rigidez. La rigidez es un mal, pero, ¿es el principal mal que afecta ahora a la Iglesia?

“La rigidez no es del buen Espíritu, porque pone en tela de juicio la gratuidad de la redención, la gratuidad de la resurrección de Cristo”, ha dicho esta mañana el Santo Padre, en un ‘ritornello’ que se nos ha hecho ya más que habitual. De acuerdo, la ‘rigidez’ -nunca definida con alguna precisión- es mala. Pero, ¿es el principal defecto de la Iglesia de 2020?

La rigidez de la que habla comúnmente el Papa Francisco tiene una dirección particular. No hay denuncia de clérigos o doctrinas rígidamente progresistas y, créanme, existen. No, la rigidez a la que se refiere el Pontífice, como se ha encargado de aclarar en sus numerosas pláticas y entrevistas, es la que representan esos curas de sotana y saturno, apegados a las tradiciones tanto como a la Tradición, esos que convierten el confesionario en un lugar de tortura (sic) y hablan obsesivamente de sexo.

Esa rigidez, cuando existe, puede ciertamente ser mala, pero, ¿es común? ¿Es mayoritaria? ¿Es lo que más llama la atención en la Iglesia de hoy, en la Iglesia del último medio siglo? La visión de un sacerdote con un saturno, ¿es la habitual, o más bien una rareza exótica, de la que nos hace llevarnos la mano al móvil para sacarle una foto? Confesar los propios pecados rara vez es un plato de gusto, pero, ¿es su experiencia que el confesor convierta la experiencia en una sesión de tortura? ¿Cuándo fue la última que oyó disertar sobre la castidad desde un púlpito en una iglesia elegida al azar?

Advertir contra los males, contra cualquiera, es labor encomiable, pero la eficacia debería ir en el sentido de insistir en lo más frecuente, no en lo inusual. La sequía y la inundación son igualmente males, pero hablar obsesivamente de campos agostados en medio de la riada resulta, cuanto menos, desconcertante.

Su Santidad también ha indicado a menudo su intención de llevar a término las esperanzas nacidas del Concilio Vaticano II, que venía a acabar con tantas rigideces y a abrir la Iglesia al mundo, actualizándola (aggiornamento). Iba, en fin, a iniciar una nueva primavera en la Iglesia, entre otras cosas introduciendo flexibilidad donde había rigidez.

Pero, como metáfora, las primaveras parecen gafadas. No hace tanto que aplaudíamos las ‘primaveras árabes’, que acabaron trayendo cosas como el Estado Islámico. En el caso que nos ocupa, lo que trajo, contabilizándolo del único modo posible, con números, no es mucho más alentador.

El Centro de Investigación Aplicada al Apostolado de la Universidad de Georgetown (CARA) ofrece algunos números interesantes, comparando datos de 1970 con los de 2018 del catolicismo en Estados Unidos. Son, creo, ilustrativos. En 1970 se bautizaron 1.089.153 personas, frente a los 615.119 de 2018. Se ordenaron aquel año 805 sacerdotes; en 2018, 518. De los católicos, iba a misa dominical el 54,9%; hace dos años, el 21%. Si esta es la primavera que nos ha traído la flexibilidad, no quiero imaginar cómo sería el invierno.
Carlos Esteban