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viernes, 21 de marzo de 2025

Europa asume su papel secundario en el Nuevo Orden Mundial


Las negociaciones directas entre Washington y Moscú sobre el futuro de Ucrania evidencian, una vez más, la absoluta irrelevancia de Europa en los asuntos que marcarán su destino. Por mucho que Francia, Gran Bretaña o Alemania se empeñen en reuniones, gestos grandilocuentes, y declaraciones vacías, lo cierto es que Europa ya no tiene asiento en la mesa donde realmente se decide su porvenir.

Y esto por fin lo ha visto Europa. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha dejado claro lo que muchos intuían: Europa y el mundo se enfrentan a un cambio de era. En su discurso más bélico hasta la fecha, pronunciado el pasado 18 de marzo en la Real Academia Militar Danesa, la líder comunitaria asumió la llegada de un Nuevo Orden Mundial, en el que el Viejo Continente ya no ocupará un papel protagonista. Europa será, a partir de ahora, un actor secundario en el tablero internacional dominado por Estados Unidos, Rusia y China.

El mensaje de Von der Leyen no deja lugar a dudas. La propia presidenta reconoció la dureza de sus palabras y la necesidad de que los europeos despierten de una vez por todas ante la gravedad del momento. «Puede que deseemos que estas cosas no sean verdad. O que no tuviéramos que decirlas tan claramente. Pero ahora es el momento de hablar con sinceridad para que todos los europeos entiendan lo que está en juego. Porque la incomodidad de escuchar estas palabras palidece ante el dolor de la guerra. Si no, que se lo pregunten a los soldados y al pueblo de Ucrania. La cuestión es que debemos ver el mundo tal y como es, y debemos actuar de inmediato para hacerle frente. Porque en la segunda mitad de esta década y más allá se formará un nuevo orden internacional«, afirmó sin rodeos Von der Leyen.

Estas palabras, pronunciadas en un lugar simbólico y estratégico como la Real Academia Militar Danesa, son la constatación de que Europa está perdiendo su peso en la geopolítica mundial. Mientras Estados Unidos reorienta su estrategia hacia el Indo-Pacífico, la Unión Europea se ve forzada a asumir que su época de influencia ha terminado. Von der Leyen lo dijo con claridad: es el momento de que «los europeos entiendan lo que está en juego«.

El anuncio va más allá de la retórica. Se trata de una advertencia directa: la historia de Europa se está reescribiendo y el margen de maniobra se reduce cada día. La propia Von der Leyen señaló la fecha límite que Bruselas se ha marcado: el año 2030. Para entonces, Europa espera poder definir su posición en este Nuevo Orden Mundial que ya no girará en torno a los valores ni a los intereses del Viejo Continente.

La realidad es que el mundo se encamina hacia un escenario dominado por tres potencias: Estados Unidos, Rusia y China. Europa, en cambio, queda relegada a un papel de mero espectador.

Este giro en la política internacional obliga a los países europeos a replantearse su papel y su defensa. La Agenda 2030, lejos de ser un plan de prosperidad, se perfila como la hoja de ruta para gestionar la decadencia europea y asumir su rol secundario en el concierto de las naciones.

Las palabras de Von der Leyen son una rendición en toda regla ante la nueva realidad global. Estados Unidos deja de ser el escudo de Europa y el mensaje es claro: «La incomodidad de estas palabras palidece ante el dolor de la guerra». Si Europa quiere sobrevivir, debe actuar ya, aunque todo apunta a que solo le queda esperar su turno mientras otros deciden su futuro.

El tiempo se agota y Von der Leyen lo sabe. La Unión Europea se enfrenta al mayor desafío de su historia reciente, un desafío que evidencia el fracaso de unas élites más preocupadas en imponer su ideología globalista que en defender los verdaderos intereses de los europeos. La propia Ursula von der Leyen ha reconocido el fracaso del modelo globalista que durante décadas se nos ha querido imponer. En palabras de la presidenta de la Comisión Europea, «La visión de un mundo destinado a una cooperación cada vez más estrecha y hacia una hiperglobalización se ha quedado desfasada.» Una afirmación que no deja lugar a dudas: la hiperglobalización ha fracasado, dejando a su paso sociedades desarraigadas, economías dependientes y naciones sometidas a intereses ajenos.

Hoy más que nunca, la soberanía nacional y la defensa de nuestras tradiciones deben ser la prioridad frente a quienes aún pretenden disolver nuestras identidades en un proyecto global sin alma ni raíces. Pero mientras los burócratas de Bruselas miran aún hacia 2030 y su agenda globalista, Estados Unidos, Rusia y China ya están moldeando el nuevo mapa del mundo.

viernes, 7 de marzo de 2025

Munilla y el dedito del listillo



Hay una clase de hombres que, cuando ven a otro haciendo algo bueno, lo primero que sienten no es gratitud, sino la necesidad de corregirle. No pueden simplemente reconocer que alguien está dando la batalla, que alguien está poniendo el cuerpo y el prestigio donde ellos no se atreverían. No. Ellos necesitan señalar. Matizar. Añadir su cucharadita de «originalidad».

Monseñor Munilla pertenece a esa estirpe. No puede limitarse a agradecer que un político como JD Vance, en un mundo donde la mayoría de dirigentes se venden al globalismo, tenga la valentía de decir en Múnich que Europa ha traicionado sus propios principios. No puede simplemente asentir y decir: este hombre ha hablado con verdad. No. Munilla necesita poner su notita de color. Porque no hay nada más insoportable para un cierto tipo de clérigo que estar de acuerdo sin más.

Y así, en su carta de Cuaresma, lo que podría haber sido un reconocimiento de una verdad incómoda, se convierte en una lección moralista. Munilla, desde su púlpito clerical, se permite corregir a Vance: sí, sí, tiene razón en parte, pero se ha equivocado en el tiempo verbal, porque en realidad la traición es de todos, también de Trump, también de los suyos, también de nosotros. Y ahí es donde asoma el problema. Porque esa frase no está puesta por justicia, ni por equilibrio, ni por análisis político. Está puesta por vanidad intelectual.

Es el típico ejercicio del dedito listillo que describe Miguel Ángel Quintana Paz: la necesidad de demostrar que uno no es un vulgar aplaudidor, que no está de parte de nadie sin una pequeña corrección, que no es un palmero más. Pero lo que esta gente no entiende es que a veces la inteligencia está en saber callarse. En saber estar donde se debe estar sin la compulsión de demostrar la propia lucidez con una apostilla ingeniosa.

Porque la realidad es esta: JD Vance, con todas sus imperfecciones, está haciendo más por la fe, por las costumbres y por la civilización cristiana de lo que harían cien Munillas en cien vidas. Vance está en la trinchera. Munilla, en la gradería. Y lo mínimo que se espera de alguien que no está en el combate es que al menos respete a los que sí lo están. Que se guarde sus ganas de marcar distancias y que, por una vez, enmudezca el dedito corrector.

Pero no. Porque ser parte de la gradería tiene su propio código. Y una de sus reglas no escritas es que nunca debes parecer demasiado entregado a los que están luchando. Siempre hay que añadir un matiz, una corrección, un «sí, pero». Siempre hay que dar a entender que uno ve las cosas con más perspectiva que los que están en la refriega.

Y así, mientras Vance trata de poner un freno a la disolución de Occidente, Munilla está ahí, no para apoyarle, sino para hacerle un pequeño examen de conciencia en público. Porque, claro, no vaya a ser que alguien piense que él simplemente le da la razón.

Hay clérigos que se han olvidado de lo esencial. De que su misión no es la crítica sutil desde la distancia, sino el apoyo decidido a quienes, con sus errores y defectos, están peleando por lo que es bueno y verdadero. Que a veces, lo más inteligente no es demostrar la propia inteligencia, sino saber callarse y estar del lado correcto sin peros.

JD Vance merece muchas cosas. Pero lo que menos necesita es la corrección condescendiente de un obispo que no ha arriesgado nada. Porque cuando la fe, la verdad y la civilización están en juego, los que más estorban no son los enemigos declarados. Son los que, desde la comodidad de su púlpito, no pueden resistir la tentación de levantar el dedito.

Jaime Gurpegui

miércoles, 26 de febrero de 2025

Ucrania: por qué Trump cambia el relato


Trump ha cambiado el relato sobre la guerra de Ucrania. Lo ha dicho el vencedor de las elecciones alemanas, lo ha dicho nuestra ministra de Defensa y lo han dicho otros conspicuos portavoces del orden global. Y es llamativo que lo hayan dicho precisamente así: el relato. Porque, en efecto, la relevancia política de la guerra de Ucrania, fuera de los países contendientes, radica sobre todo en su fuerza como relato: una malvada potencia agresora abusa de su poder e invade alevosamente el territorio de una nación libre y soberana. ¿Cómo no salir en defensa del agredido? Éste ha venido siendo desde febrero de 2022 el relato oficial y desde el principio se intentó que no hubiera otro posible. Tanto se intentó, que una de las primeras decisiones de los países europeos fue prohibir cualquier medio de comunicación ruso en nuestro suelo e, inmediatamente después, publicar en todos nuestros países, con cargo a nadie sabe quién, biografías laudatorias de Zelenski lo mismo en libro que en audiovisual. Para dejar claro el relato.

Desde ese momento y hasta hoy, la tonalidad única de la información en nuestros grandes medios ha sido la propaganda de guerra: todo se contaba desde el lado Zelenski. Hemos estado a punto de ganar la guerra todos los días. Se subrayaban las crueldades y atrocidades de los rusos mientras se exaltaban las virtudes de los ucranianos, para los que se pedía de manera incesante más y más armamento, pues la victoria sólo era cuestión de tiempo. En torno a este relato ha crecido una atmósfera fuertemente emocional que hacía imposible cualquier disidencia: todo intento por ver las cosas desde otro punto de vista era —aún lo es— inmediatamente reconducida hacia la traición, el quintacolumnismo o la venalidad («¿quién estará pagando a este?»), en una especie de reductio ad Putinum que justificaba cualquier insulto, porque, claro, ¿quién sino un canalla o un vendido podía optar por el Mal en vez de por el Bien? Y desde ese punto de vista, era verdad.

El problema era —siempre ha sido— precisamente ése: el punto de vista. Por utilizar una imagen muy popular, es como lo de ese cuento indio donde unos ciegos tratan de describir un elefante sólo a partir de la parte del animal que pueden tocar: cada cual describe un animal distinto según palpe la trompa, la oreja, una pata, etc. Todos tienen razón, pero ninguno está describiendo toda la realidad. Lo mismo aquí, en esta guerra (como en todas). Si uno pone el foco en febrero del 22, es evidente que la guerra la empieza Rusia con una invasión alevosa y claramente ilegal del territorio soberano ucraniano. Ahora bien, si uno amplia el foco y lo coloca no en 2022, sino en 2013-14, que es cuando el conflicto se hace irreversible, entonces la perspectiva cambia. ¿Recordamos? Elecciones que gana Yanukovich, golpe de estado travestido de revolución popular, la transparente declaración de Victoria Nuland, en la época responsable de la Secretaría de Estado para asuntos eurasiáticos: «Que se joda la UE». Y los fallidos acuerdos de Minsk, y la ocupación rusa de Crimea… Si ponemos ahí el foco, el conflicto lo empiezan los americanos. Pero si ampliamos más el foco y nos vamos al nacimiento del estado ucraniano, en 1991, entonces la perspectiva vuelve a cambiar: tenemos un estado en buena medida artificial, con dos comunidades claramente diferenciadas (la ucraniana y la rusa), regidas ambas por dos oligarquías simétricamente corruptas, incapaces de construir un estado eficiente. Si ponemos el foco ahí, la culpa del conflicto es sin duda de los sucesivos gobiernos ucranianos, depredadores de una nación a la que han condenado a la corrupción permanente y a la emigración de millones de personas mucho antes de que empezara la guerra. Pero hay más: si volvemos a acercar el foco y nos vamos a la primavera de 2022, a las conversaciones de paz de Estambul, ahí la perspectiva cambia de nuevo: Zelenski había obtenido entonces una paz mucho más ventajosa que la que ahora podrá conseguir, pero llegaron los ingleses y empujaron a Ucrania a prolongar la guerra, aún no sabemos bajo qué promesas. Si colocamos ahí el foco, entonces la culpa es de los europeos; los mismos europeos que confesaron (Merkel, Hollande) que los acuerdos de Minsk sólo eran una trampa para ganar tiempo y permitir que los ucranianos se rearmaran. Y Europa, desde ese momento, no ha dejado de prolongar… el relato.

Trump ha cambiado violentamente el guion. No lo ha hecho por amor a la verdad, sino por puro pragmatismo político (que es su obligación, todo sea dicho). Sencillamente, esta guerra no es su guerra, sino la del establishment demócrata. A él no le interesa lo más mínimo tensar a los rusos, porque, en su visión del orden mundial, su rival en el tablero no es Rusia, sino China (y si consigue separar a Rusia de China, mejor que mejor). La guerra de Ucrania sólo es un sumidero de dinero cuyo destino, por otro lado, está rodeado de sombras. En cuanto a la guerra en sí, por supuesto que la OTAN podría doblegar a Rusia, pero sólo a costa de una escalada cuyas consecuencias serían con toda seguridad catastróficas. En estas condiciones, ¿qué sentido tiene prolongar la guerra? Una guerra que no vas a ganar, mejor liquidarla. Eso es todo. ¿Y los ucranianos, a los que se ha empujado a un conflicto imposible? Bueno —deben de pensar ahora en la Casa Blanca—, habrían hecho mejor en no fiarse de los Estados Unidos o de sus monaguillos europeos, que en esto llevan tanta culpa como Washington. Pero para eso es imprescindible, ante todo, romper la narrativa que durante tres años ha hecho de la guerra de Ucrania el eje de la política mundial, la quintaesencia de la lucha por las libertades y los «valores occidentales» frente al despotismo asiático-ruso-soviético. 

Romper el relato.

Se comprende perfectamente el desamparo de quienes, a lo largo de todo este tiempo, habían encontrado por fin un discurso capaz de explicar la Historia, una nueva guerra fría que daba cuenta del movimiento del mundo. Ahora el relato se deshace y el ciego ha de aceptar que sólo estaba tocando una parte del elefante. ¿Pero cómo aceptar tal cosa cuando uno no puede ver el conjunto? Por eso hay quien, incapaz de reaccionar, opta por el llanto, como Christoph Heusgen, o por el delirio de la conspiración: Trump títere de los rusos, los Sudetes, Trump traidor a la causa, Chamberlain y Churchill, Trump malvado que abandona a los ucranianos a su suerte… o al abrazo de la Unión Europea, que quizá sea una suerte aún peor. Pero no, no hay nada de eso. Sólo hay poder. Como siempre. Como cuando el conflicto empezó. Y ahora, también como siempre, asistiremos a la construcción de un nuevo relato a medida que las armas vayan callando y la paz se imponga… hasta la próxima guerra.

¿Y los europeos? Los europeos quizá deberíamos empezar a escribir otro relato. Nuestro propio relato. Pero con otros escribas, por favor, porque los de Bruselas ya no sirven ni para un folletín.

lunes, 10 de febrero de 2025

Trump y el espinazo de la modernidad



Parece que el presidente Trump nos despierta cada día con alguna nueva iniciativa, cada una más sorprendente que la anterior, desde la eliminación de organismos de subsidios turbios y la deportación de inmigrantes ilegales a la creación de un departamento de eficiencia gubernamental (un oxímoron donde los haya) o la marcha atrás en temas de transexualidad. Sus iniciativas y planes, además, no se limitan al interior de los Estados Unidos, sino que afectan a lugares tan dispares como Groenlandia, Gaza, Canadá, México o Panamá.

Sus enemigos políticos no esperaban esta vorágine de medidas y la nueva situación les ha pillado con el pie cambiado. Lo que más me interesa a mí, sin embargo, es la reacción de los católicos. Algunos están (con cierta razón) encantados con Trump y consideran desleal o desagradecido oponerle cualquier crítica. Otros (también con cierta razón) se empeñan en señalar que, en muchas cosas, las políticas de Trump y su conducta personal se apartan considerablemente de la moral católica, por lo que cualquier católico debe condenar públicamente al personaje.

A pesar de tener ambos su parte de razón, como ya he dicho, creo que ni unos ni otros aciertan en el diagnóstico general. Y tampoco lo hacen los que piensan que la verdad está en el término medio. Lo cierto es que la importancia de Trump no está en sus políticas concretas, algunas de las cuales son estupendas y otras absurdas o inmorales. Es necesario ir más allá. Lo importante de Trump es que es una señal, un signo de victoria que, de un solo golpe, ha roto el espinazo de la modernidad.

Me explico. La esencia de la modernidad, su ideología fundamental o, mejor dicho, su religión oficial es el progresismo. Se trata de una religión implícita e inconsciente para la gran mayoría de sus adeptos, pero no por eso menos real. Esa es la razón por la que izquierdas y derechas, conservadores o progresistas, ecologistas o nacionalistas, a la postre coinciden en promover o al menos conservar siempre el progresismo. Sus diferencias son meramente de detalle, envoltorios distintos para atraer a los diversos grupos o velocidades diferentes en una misma y única dirección.

El progresismo, a su vez, tiene un único dogma fundamental, que es el progreso continuo: lo nuevo siempre es mejor que lo viejo, hoy siempre es mejor que ayer, los hijos siempre saben más que los padres y los nietos más que los hijos. Eso es lo determinante y no los detalles. En concreto y en cada momento, lo “progresista” puede ser cualquier cosa e incluso lo contrario que lo progresista de ayer, porque lo que importa no es la cosa en sí, sino el mero hecho de ser lo nuevo, de ser un progreso, de diferenciarse del pasado.

La modernidad considera que, por su propia naturaleza, ese progreso es imparable e irreversible. A fin de cuentas, ¿quién querría retroceder, involucionar y volver al pasado, que es la suma de todos los males? Solo un loco o un malvado y esas son las categorías en las que se encuadra a cualquiera que rechace el último progreso inventado hace tres días. Los locos y los malvados enemigos del progreso deben ser, y generalmente son, acallados y marginados de la sociedad, de las instituciones y de todos los grupos sociales (incluidos los religiosos) implacablemente.

La mejor muestra de lo debilitado moral e intelectualmente que está Occidente es que durante décadas y décadas ha soportado este despropósito irracional y evidentemente manejado (o al menos aprovechado) por élites sin escrúpulos. Lo mismo, pero de forma más sangrante aún, se puede decir de una gran parte de los católicos, incluida la jerarquía, que se han rendido con armas y bagajes a la religión anticatólica del nuevo imperio mundial y le ofrecen alegremente incienso en toda ocasión. Como la clase política, unánimemente progresista, se ha asegurado además de debilitar también la familia, que era el otro ámbito de resistencia que quedaba, el dominio de la modernidad y su religión oficial ha sido casi absoluto durante toda mi vida.

En los últimos cincuenta o sesenta años no ha habido verdadera resistencia contra el progresismo, porque prácticamente el mundo entero se ha rendido o se ha pasado con entusiasmo al bando progresista vencedor. Inesperadamente, sin embargo, el más insólito campeón se ha presentado a hacer batalla: un setentón amigo del dinero, de moralidad dudosa, muy dado a las fanfarronadas y, además, con un historial político reducido y bastante decepcionante. En su contra, la práctica totalidad de la clase política mundial, la práctica totalidad de los medios de comunicación y, en apariencia, la práctica totalidad de la población de Occidente.

Más inesperadamente aún, el campeón setentón ha vencido arrolladoramente y, en vez de desaprovechar su victoria como hizo la vez anterior, la ha emprendido a mandoble limpio contra el edificio progresista en su país como si no hubiera mañana. Diversos “progresos” que parecían intocables y nadie se atrevía a cuestionar seriamente, sobre diversidad, transexualidad, multiculturalidad, fronteras abiertas y otros, han sido borrados de la faz de la tierra con una simple firma. Esto es un golpe terrible no tanto por su materialidad, porque las conquistas progresistas son legión y su eliminación requerirá décadas o siglos, sino por su carácter de signo visible: el progresismo, lejos de ser irreversible, se derrumba a poco que se le haga frente. Es posible y conveniente volver atrás en muchas cosas, en las que el camino tomado era claramente erróneo. El rey estaba desnudo, el gigante tenía los pies de barro y su aura de invencibilidad ha desaparecido, porque un estrafalario político norteamericano ha bailado sobre sus ruinas. El espinazo de la modernidad se ha roto.

En efecto, las fuerzas progresistas, al menos por el momento, parecen estar en desbandada y, para mayor humillación, se ha demostrado que su poder necesitaba apoyarse en una tupida trama de subvenciones ocultas. Sin ellas no tienen ninguna fuerza. Sin la percepción de que es invencible y cuando se corta el caudal interminable de dinero, el progresismo se disipa como un mal sueño. Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo; las mujeres reparten el botín.

Algo parecido han conseguido otros campeones menores, como Miléi, Bukele, en menor medida Orban y alguno más, cada uno a su estilo. La mayoría de ellos con grandes defectos personales o en cuanto a sus políticas concretas. De hecho, al igual que Trump, todos están más o menos infectados de progresismo, porque apenas hay nadie hoy que no lo esté. Por eso no hay nada de extraño en que muchas de sus políticas sean erradas, disparatadas o inmorales. ¿Cómo no van a serlo, si también ellos son progresistas? Pero lo importante es que, ellos también, han mostrado en sus países que el progresismo ateo, relativista, inmoral y anticatólico no es irreversible. No lo es y ese pequeño triunfo basta para cambiarlo todo.

Aunque sea doloroso, hay que señalar que, debido a la postración actual de la Iglesia, ninguno de esos campeones es católico. Hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. Por eso el campeón de la lucha contra el progresismo no ha podido ser un San Luis, un Carlomagno y ni siquiera un Constantino, porque de haberlo sido se habría tenido que enfrentar con toda probabilidad a la misma jerarquía católica. Tampoco ha podido serlo un gran teólogo, un San Agustín o un Santo Tomás. Porque nos lo merecemos, Dios nos ha dado la humillación de que los vencedores hayan sido otros, cuando era a la Iglesia a la que le tocaba por vocación liderar la lucha contra la hidra progresista y anticatólica. Como consuelo podemos fijarnos en que varios de los colaboradores cercanos de esos líderes son católicos, pero en conjunto, hay que reconocerlo, el catolicismo no ha estado a la altura.

En cualquier caso, el colmo de lo inesperado es que gran parte de la población norteamericana parece estar encantada con lo que está haciendo Trump, al igual que sucede, mutatis mutandis, en El Salvador, Argentina, Hungría et al. Y también en la población de otros países que mira a estos con apenas disimulada envidia. La reacción más frecuente ha sido el alivio: ya no hay que fingir que uno cree cien cosas imposibles y absurdas antes del desayuno, que los hombres son mujeres y las mujeres hombres, que la emergencia climática acabará con todos nosotros a pesar de que las predicciones al respecto no se cumplen nunca, que los delincuentes son honrados y los hombres honrados son el problema, que todo lo antiguo fue malo y todo lo nuevo es bueno por el hecho de ser nuevo, y un larguísimo etcétera. Lejos de ser algo inevitable e irrefutable, la cosmovisión progresista es claramente absurda y contradictoria y solo se puede mantener en el cerebro a base de una vigilancia política, legal, mediática y moral constante. Cuando la vigilancia cesa, los hombres normales rechazan ese absurdo.

Todo esto, sin embargo, no es la victoria, sino más bien un punto de inflexión en la batalla. Ni Trump ni sus versiones en otros países son en ningún sentido soluciones permanentes ni la victoria final puede venir de meras políticas humanas. Lo que se ha producido es, simplemente, un toque de trompeta esperanzador, que nos anuncia que no hace falta seguir huyendo, que la bestia no es invencible, que la victoria es posible y, para nosotros los católicos, que la fe y la moral de la Iglesia no son una carga obsoleta y oscurantista de la que convenga desembarazarse. Nada más y nada menos que eso.

Queda saber cómo vamos a reaccionar más allá del alivio inicial. El progresismo parece estar en desbandada, pero no sabemos si esta situación durará. ¿Retomaremos la iniciativa que hace tanto tiempo que habíamos perdido? ¿Aprovecharemos la victoria del insólito campeón norteamericano y sus no menos insólitos adláteres de otros países? ¿Osaremos dar el golpe de gracia a la bestia herida y, al menos por el momento, paralizada? ¿O seremos lo suficientemente estúpidos como para desaprovechar la ocasión, dejando que el progresismo se convierta de nuevo en el amo de Occidente? Hemos probado la libertad, ¿volveremos a la esclavitud de una ideología inhumana e irracional? Ante todo, ¿sabrá la Iglesia recuperar convicción de que solo Cristo tiene palabras de vida eterna y de que sus palabras no pasarán? El tiempo lo dirá.

Bruno Moreno

lunes, 3 de febrero de 2025

El PP y Trump: La alineación con el globalismo de izquierdas en su ataque al presidente estadounidense



El Partido Popular ha dejado en evidencia su alineamiento con la agenda globalista, una postura que se ha manifestado no solo en su connivencia con el Partido Socialista en Bruselas, y del blanqueamiento cada vez más descarado a Pedro Sánchez y al PSOE en el ámbito nacional sino también en su rechazo a figuras que desafían el statu quo internacional por sus políticas soberanistas y antiglobalistas. El último ejemplo de esta tendencia ha sido la reacción de animadversión de varios líderes del PP hacia Donald Trump.
Críticas de Aznar y la cúpula del PP contra Trump

Uno de los primeros en manifestar su oposición a Trump fue el expresidente del Gobierno, José María Aznar, quien expresó su inquietud por el retorno del líder republicano. «Algo muy serio sucede en el fondo de un país que elige presidente a una persona que ha sido responsable de un asalto al Congreso y de un intento de golpe de Estado», declaró Aznar. Además, dejó claro que nunca habría votado a Trump y aseguró que, de haber sido estadounidense, habría votado por Joe Biden o Hillary Clinton «sin duda«.

Pero Aznar no ha sido el único en el PP que ha arremetido contra Trump. El eurodiputado y director de FAES, Javier Zarzalejos, también se sumó a la ofensiva contra el presidente norteamericano con declaraciones incendiarias en las que incluso llegó a compararlo con Adolf Hitler. «Él es un presidente que se jacta de no haber entrado en guerras. Menos mal que no estaba en la Casa Blanca cuando Hitler arrasaba Europa«, afirmó en un artículo publicado en El Diario Montañés.

Zarzalejos continuó con su ataque: «Trump es un tratante, en sentido literal, un hacedor de tratos, autoritario y absolutamente personalista en la forma de ejercer su enorme poder». Estas declaraciones evidencian la animadversión del PP hacia el presidente republicano, alineándose con la narrativa impulsada por los demócratas y la élite mediática estadounidense.
González Pons y el desprecio hacia el presidente Trump

El vicesecretario general del PP, Esteban González Pons, también se ha unido a la campaña contra Trump con expresiones despectivas que han causado gran controversia. En una de sus intervenciones, llegó a referirse a Trump como «el macho alfa de una manada de gorilas».

Este tipo de declaraciones muestran de manera evidente el rumbo ideológico que ha tomado el PP en los últimos años. Se han posicionado abiertamente del lado del globalismo de izquierdas tanto de EEUU como de Europa, rechazando las políticas soberanistas e identitarias que defienden la independencia nacional y la autodeterminación de los pueblos. Mientras otras fuerzas políticas en Europa y Estados Unidos fortalecen el discurso en defensa de la soberanía y los valores tradicionales, el Partido Popular prefiere atacar a quienes desafían el pensamiento único promovido por las élites globalistas ya sea Trump en Estados Unidos o figuras como Giorgia Meloni en Italia.
Un PP alineado con la agenda globalista

La insistencia del PP en marcar distancia con Trump no responde únicamente a una estrategia comunicativa coyuntural. Se trata de un movimiento premeditado con el objetivo de reforzar su relación con los organismos supranacionales que dictan la agenda política en Europa. A pesar de que el PP mantiene un discurso conservador en España, sus acciones demuestran que está plenamente integrado en la corriente globalista que defiende el control supranacional de los Estados y el sometimiento a instituciones como la Unión Europea y la ONU y abandonando cualquier atisbo de soberanismo y defensa de los intereses nacionales.

El Partido Popular, que en su día simuló representar una alternativa conservadora en España, se ha convertido en un engranaje más del sistema que promueve la agenda globalista. Sus dirigentes ya no esconden su desprecio por los movimientos que desafían este orden, como el liderado por Donald Trump. Esto es lo que representa el PP. Ha optado por la senda globalista izquierdista. Es un agente más de la agenda globalista. Es una realidad.

miércoles, 22 de enero de 2025

El regreso de Constantino



Es difícil sacar conclusiones tan tempranas, pero parece que el poder está volviendo a los hombres que gobiernan, sin ir más lejos Trump y Putin, cocineros del futuro sandwich europeo. Entiéndase el poder político, corporizado en un gobernante “populista”, con objetivos políticos que hacen a la ejecución del bien del Estado nacional y la voluntad del que gobierna. Todos los anteriores políticos al uso han sido, más o menos, títeres de la banca, de los grupos de poder e interés, en definitiva de las élites que los eligen en un casting humillante. Biden empleado senil, Macron empleado atildado, Sánchez empleado destructor, Merkel empleada hipócrita-cristiana: todos pugnando por ganar el título de empleado del mes en la ejecución de las Agendas —género, inmigración, inclusión, Ucrania y para qué seguir— y controlados por los medios que dominaban la opinión pública. Los medios evangelizaban, los medios controlaban, los medios defenestraban. Atrás de ellos, por supuesto, las élites, la patronal.

Las cosas han cambiado, la irrupción de las redes ha tenido consecuencias realmente imprevisibles y la doxa popular se ha fragmentado alejándola del programa de las elites, que se han pasado de rosca con sus wokismos, sus maltusianismos y sus transhumanismos. Elon Musk hace poco, hablando con Jordan Peterson, describía al gobernador de California como una especie de Guasón creador del caos, legitimador de los robos inferiores a 1000 dólares, repartidor de kits para drogadictos, emperador de las calles repletas de los zombies del fentanilo y de los incendios inapagables, regidor de escuelas donde el porcentaje de niños ¨transexuales¨ llega a las dos cifras.

Los intentos de establecer censura en las redes (objetivo numero 1 de la Unión Europea) van fracasando, y recibieron el golpe mortal con la compra de Twitter que, según confesión del mismo Elon Musk tuvo por motivo el combate contra el ¨virus woke¨. Este virus, dicho sea de paso, que le arrebató un hijo y lo transexualizó, convirtiendo a Musk de un alegre cabeza fresca en un hombre relativamente focalizado en materia ideológica.

El cambio es copernicano, secular, de consecuencias que todavía no ponderamos debidamente. Pero la vacancia magisterial sobre la opinión pública, o mejor, la desaparición de los medios de formación de opinión de los últimos dos siglos (diarios, radio y TV), además de haber abierto una brecha por la que se han colado tipos antisistema como Milei, Bukele, Meloni o Trump (Putin es otra historia) suscita dos interrogantes.

En primer lugar, ¿quién adoctrina a las masas? ¿Quién forma opinión, quién editorializa? De acuerdo, el medio es el mensaje. Pero entonces el medio está en manos del sentido común de las redes. Todo lo frágil que se quiera, pero hasta ahora mucho mejor que la ortodoxia dictada en Davos. De todos modos, estamos surcando aguas no exploradas. No hay “filósofos” de la Ilustración, no hay diarios, no hay Iglesia docente, no hay escuela, no hay televisión, no hay pensadores. No hay magisterio. Hay un horror vacui que espera ser llenado.

Segunda cuestión, qué se puede esperar de los nuevos líderes.

En su biografía de Santa Helena, Evelyn Waugh le hace decir sobre su hijo, “es el poder sin la gracia”. El Constantino de Waugh no es el santo que la Iglesia ortodoxa pinta o escribe en los íconos. Es un férreo animal del poder como todos los césares, un estadista consumado y despiadado que no duda en mandar matar a su mujer y a su hijo porque conspiran contra él. Cuando Helena, de vuelta de Jerusalén, le obsequia los clavos de la Pasión de Cristo, usa uno de ellos para hacer un bocado para su caballo. Es un entusiasta banal de la nueva religión, de la que se considera “obispo exterior” y no bautizado, lo que hoy llamaríamos un cristiano cultural. El propio obispo de Roma, Silvestre, prudentemente no sale jamás de su residencia para no cruzárselo y tener problemas. Constantino es el Imperio, el orden romano, el derecho; en fin, todos los bienes políticos sin la gracia.

Trump, Putin, Milei, un poco Meloni, todos son cristianos culturales que ven positivamente a la religión y por supuesto, se benefician del apoyo de los fieles, pero probablemente sin la fe. Son un poco Constantinos, animales políticos no domesticados, de conducta imprevisible. El debilitamiento de los medios acrecentará su poder, para bien y para mal. Además del combate a la anticristiana agenda woke, pueden ser muy beneficiosos en el apoyo a la reconstrucción de los medios de evangelización. Sería prudente y conveniente que los miembros del clero progre, en particular el Papa, siguieran el ejemplo de San Silvestre y no se les cruzaran en el camino.

LUDOVICUS

martes, 28 de junio de 2022

Declaración del obispo Viganò sobre la sentencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos de América



La CORTE SUPREMA de los Estados Unidos de América, al revocar el fallo Roe v Wade del 22 de enero de 1973, sanó un vulnus constitucional y al mismo tiempo restauró la soberanía a los estados federados después de casi cincuenta años. 

El fallo de la Corte Suprema no se pronunció sobre el "derecho al aborto", como afirma la narrativa dominante- sino sobre su "legalización obligatoria en todos los estados", haciendo que la decisión sobre la "profunda cuestión moral del aborto" vuelva "al pueblo y sus representantes electos", a quienes Roe v. Wade lo había robado contra la constitución

El intento de intimidar a los jueces de la Corte Suprema, que comenzó con la difusión maliciosa de los borradores de la sentencia por parte de los miembros del lobby abortista, fracasó así. Así como la retórica de muerte de la izquierda democrática, alimentada por movimientos y grupos extremistas financiados por la Sociedad Abierta de George Soros, ha fracasado estrepitosamente. Y es significativo ver cuáles son las reacciones violentas e intolerantes de los autodenominados liberales, desde Barack y Michelle Obama hasta Hillary Clinton, desde Nancy Pelosi hasta Chuck Schumer,

En realidad, esto sería suficiente para que la gente comprendiera la importancia de esta sentencia: los ataques de grupos pro derecho a decidir , los ataques a asociaciones pro vida , la profanación de iglesias, las escenas de histeria de los partidarios del derecho a matar. la vida inocente del niño por nacer reúne de forma emblemática a los exponentes del partido democrático financiado por Planned Parenthood a su vez financiado por el gobierno, la Woke Left , los seguidores del globalismo de Klaus Schwab, los exponentes de la masonería internacional, los teóricos del cambio verde y reducción demográfica, los propagandistas del género , la ideología LGBTQ+ y las banderas del arcoíris, los adeptos de la iglesia de Satán que consideran el aborto como su "rito", los mercaderes de fetos humanos en las clínicas de la muerte, los vendedores de "vacunas" producidas con fetos humanos, los simpatizantes de la farsa pandémica y su grotesco codazzo de expertos todos coinciden en ver amenazada su hegemonía, que desde 1973 ha provocado la muerte de 63 millones de niños en Estados Unidos, ofrecidos en sacrificio humano al políticamente correcto Moloch.

El mundo globalista, que ha hecho de la violación sistemática del cuerpo humano su bandera ideológica, al imponer una terapia génica experimental contra toda evidencia científica, se rasga hoy las vestiduras al reivindicar la autonomía corporal de la mujer y su derecho a matar la vida que lleva en su vientre. Este mundo globalista, en el que una élite de criminales subversivos ha tomado el poder y se ha elevado a lo más alto de naciones e instituciones internacionales, ha perdido a los Estados Unidos de América, gracias a una sentencia histórica dictada por sabios jueces, entre los que se encuentran los últimos nominado por el presidente Donald Trump, cuyo compromiso en defensa de la santidad de la vida ha logrado hoy una gran victoria para Estados Unidos y para quienes lo ven como un modelo a imitar. 

Muchos estados ya han declarado ilegal la práctica del aborto y gracias a la sentencia de la Corte Suprema por fin podrán reconocer y proteger los derechos del niño por nacer.

Los órganos de prensa del Vaticano y la Conferencia Episcopal Americana evocan este día histórico con sospechosa moderación, como si fuera un deber embarazoso para ellos. Bergoglio guarda silencio, pero fue muy hablador a la hora de atacar a Donald Trump o dar apoyo a Clinton, Biden y los candidatos demócratas. Su silencio ante la victoria del Bien sobre la ideología de la muerte del mundo sin Dios aún tiene eco en la propaganda de la iglesia bergogliana de las llamadas vacunas y el apoyo a la Agenda 2030 de la ONU, que es uno de los principales defensores de la "salud reproductiva" impuesta a las naciones desde la sentencia de 1973. Sin olvidar cómo la Pontificia Academia para la Vida, encargada por Juan Pablo II, ha sido desfigurada en los últimos diez años incluyendo a personas notoriamente a favor del aborto y la anticoncepción.

El odio a Trump y la red de relaciones e intereses de la iglesia profunda con el estado profundo han sacado a la luz, entre otras, esta gran contradicción de la iglesia bergogliana, comprometida con hacer negocios con las altas finanzas globales y con las compañías farmacéuticas, mientras económicamente y surgen escándalos sexuales que involucran a políticos y prelados.
En el día en que la Iglesia celebra la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, el Señor quiso conceder a los Estados Unidos de América la posibilidad de redimirse, haciendo que las leyes humanas sean consecuentes con la Ley de la naturaleza impresa por el Creador en el corazón del 'hombre. Y esta es la única premisa necesaria para que una nación sea bendecida por el Cielo.
Espero que el pueblo estadounidense sepa atesorar esta oportunidad histórica, y que entienda que no puede haber justicia donde se reconoce el derecho al aborto, no puede haber paz y prosperidad en una sociedad que masacra a sus propios hijos, no puede haber libertad donde el libertinaje, el vicio y el orgullo subvierten los Mandamientos de Dios.


+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
24 de junio de 2022
Sacratísimo Corazón de Jesús

sábado, 9 de enero de 2021

EXECUTIVE INTELLIGENCE REVIEW: A QUIÉN BENEFICIA LA INSURRECCIÓN EN EL CAPITOLIO DE EEUU

 MENTE ALTERNATIVA

DURACIÓN 20:29 MINUTOS


El corresponsal en México de la revista Executive Intelligence Review, Ing. Gerardo Castilleja, habla del caso Assange y del caos que se vive en los Estados Unidos tras el fraude electoral y la insurrección de bandera falsa al Capitolio el 6 de enero de 2021. ¿Realmente beneficia a Trump un evento como ese, o fue una oportuna cortina de humo lanzada por sus enemigos para evitar que algunos senadores expusieran las evidencias del fraude en el Congreso?

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Trump y Tomás Becket



El presidente Donald Trump, que lo sigue siendo y veremos, quiso recordar el 850 aniversario del martirio de Santo Tomás Becket. 

«El martirio de Thomas Becket cambió el curso de la historia y llevó, cuarenta y cinco años después, a la declaración de la Carta Magna, que dice: “[La] Iglesia inglesa será libre; sus derechos permanecerán inalterados y sus libertades intactas”. 

«Es gracias a grandes hombres como Thomas Becket que el primer presidente estadounidense, George Washington, pudo proclamar, más de seiscientos años después, que en los Estados Unidos «todos tienen igual libertad de conciencia e igualdad de ciudadanía» y que «ahora ya no se habla de tolerancia , como si fuera la indulgencia de una clase de personas para que otra disfrute del ejercicio de sus derechos naturales intrínsecos”.» 

En este día, celebramos y reverenciamos la valiente posición de Thomas Becket por la libertad religiosa y reafirmamos nuestra invitación a poner fin a la persecución religiosa en todo el mundo». 
«Una sociedad sin religión no puede prosperar. Una nación sin fe no puede resistir, porque la justicia, el bien y la paz no pueden prevalecer sin la gracia de Dios».
Un documento increíble y mucho más en estos tiempos, y por si queda alguna duda: 
«Ahora, por lo tanto, yo, Donald Trump, Presidente de los Estados Unidos de América, en virtud de la autoridad que me confieren la Constitución y las leyes de los Estados Unidos, proclamo el 29 de diciembre de 2020 como el 850 aniversario del martirio de St. Thomas Becket. Invito al pueblo de los Estados Unidos a observar el día en escuelas, iglesias y lugares de reunión habituales con ceremonias apropiadas en conmemoración de la vida y el legado de Thomas Becket. 
Donald J. Trump. 

El día veintiocho de diciembre del año de Nuestro Señor dos mil veinte, doscientos cuarenta y cinco de la independencia de los Estados Unidos de América

lunes, 14 de diciembre de 2020

Mensaje de Trump para Navidad 2020: "Dios envió a su Hijo para salvarnos"

 QUE NO TE LA CUENTEN

DURACIÓN 3:06 minutos


Pues no será San Luis Rey ni San Fernando, pero ya querría yo ver a otros presidentes hablar así en 2020.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE

lunes, 9 de noviembre de 2020

La verdad existe de por sí independientemente de quien le dé crédito

ADELANTE LA FE


El mundo en el que vivimos está, por decirlo con una expresión evangélica, «dividido contra sí mismo» (Mt.12,25). A mi juicio, esta división se compone de realidad y de ficción: por un lado la realidad objetiva, y por otra la ficción mediática. Esto se aplica también a la pandemia, la cual el filósofo Giorgio Agamben ha analizado en la compilación de intervenciones titulada A che punto stiamo, recientemente publicada por la editorial Quodlibet, pero se aplica mejor todavía a la surrealista situación política de los EE.UU., en la cual las pruebas de un un enorme fraude electoral han sido impunemente censuradas en los medios informativos dando por hecho la victoria de Joe Biden.

La realidad del Covid contrasta claramente con lo que nos quieren hacer creer los medios que siguen la línea oficial, pero ello no es suficiente para desmontar el gigantesco montaje de falsedades que ha sido aceptado con resignación por la mayor parte de la población. La realidad de los fraudes electorales, de las evidentes violaciones del reglamento y la falsificación sistemática de los resultados contrasta a su vez con el discurso de los gigantes de la información, para los cuales Joe Biden es el nuevo presidente de los Estados Unidos, y punto. Y así tiene que ser: no hay alternativas a la presunta furia devastadora de una gripe estacional que ha causado el mismo número de víctimas mortales que el año pasado, ni a la irremediabilidad de la elección de un candidato corrupto y sometido al estado profundo. Tanto es así que Biden ya ha prometido restablecer el confinamiento en los EE.UU.

No se tiene en cuenta la realidad, se prescinde totalmente de ella, dado que se interpone entre el plan y su realización. El Covid y Biden son dos hologramas, dos creaciones artificiales listas en todo momento para ajustarse a las exigencias del momento y ser sustituidas respectivamente por el Covid 21 y por Kamala Harris. Se lanzan acusaciones de irresponsabilidad por la celebración de mítines de partidarios de Trump, pero no pasa nada si en la vía pública se concentran los de Biden, como ya sucedió en EE.UU. con las manifestaciones del movimiento Black Lives Matter y en Italia con las celebraciones partidistas del 25 de abril. Lo que para algunos es delito, a otros se les consiente sin dar explicaciones, sin lógica y sin criterios racionales. Porque el mero hecho de votar por Biden, de ponerse la mascarilla, es un salvoconducto absoluto; en cambio, si se es de derecha, se vota por Trump o se pone en duda la eficacia de las pruebas PCR es un motivo de condena que no requiere pruebas ni proceso. Automáticamente te tildan de fascista, soberanista, populista y negacionista, estigma social ante el que deben retirarse en silencio cuantos son objeto de él.

Volvamos a la división entre buenos y malos que es objeto de ridiculización cuando es afirmada por una parte –la nuestra– y erigida en postulado incontestable cuando la emplean nuestros adversarios. Ya lo vimos con los comentarios desdeñosos a mis palabras sobre los hijos de la Luz y los hijos de las tinieblas, como si mi tono apocalíptico fuera fruto de una mente delirante en lugar de la simple constatación de la realidad. Pero al rechazar con desdén esta división bíblica de la humanidad la han confirmado, limitándose a arrogarse el derecho de conceder patentes de legitimidad social, política y religiosa.
Los buenos son ellos, aunque propugnen el asesinato de inocentes, y nosotros tendremos que darles la razón. Los demócratas son ellos, aunque para ganar las elecciones tengan que recurrir siempre a fraudes que saltan a la vista. Los paladines de la libertad son ellos, aunque nos la vayan cercenando día a día. Los honrados y objetivos son ellos, aunque su corrupción y sus delitos los ven ya hasta los ciegos. La actitud dogmática que desprecian y ridiculizan en otros es algo indiscutible e incontrovertible cuando son ellos quienes la promueven.
Pero como ya tuve oportunidad de decir, olvidan un pequeño detalle que no alcanzan a comprender: la verdad existe de por sí independientemente de quien le dé crédito, porque por sí misma, ontológicamente, tiene su propia razón de validez. La verdad no se puede negar, porque es un atributo de Dios, es Dios mismo. Y todo lo que es verdadero participa de esa primacía sobre la mentira. Por tanto, teológica y filosóficamente podemos tener la certeza de que esos engaños tienen las horas contadas, porque bastará arrojar luz sobre ellos para que se desmoronen. Luz y tinieblas, ni más ni menos. Dejemos ahora que se arroje luz sobre las imposturas de Biden y los demócratas sin dar un paso atrás. El fraude que han tramado contra Trump y contra Estados Unidos no podrá sostenerse por mucho tiempo, como tampoco se sostendrán los fraudes mundiales del Covid, la culpa de la dictadura china, la complicidad de los corruptos y los traidores y el sometimiento de la iglesia profunda.

En medio de este panorama de mentiras erigidas en sistema y propagadas por los medios con un descaro desconcertante, la elección de Joe Biden no es sólo algo que desean, sino que se considera inevitable, y por tanto verdadera y definitiva. Aunque no haya terminado el escrutinio; aunque el control de votos y las denuncias de fraude no hayan hecho más que comenzar; Biden tiene que ser presidente, porque así lo han decidido ellos: el voto de los estadounidenses sólo es válido si lo ratifica este discurso; de lo contrario se convierte en deriva plebiscitaria, en populismo, en fascismo.

No sorprende, pues, el entusiasmo grosero y violento con que exultan los demócratas por su candidato in pectore, ni la incontenible satisfacción de los medios informativos y los comentaristas oficiales, como tampoco la constatación de sometimiento cómplice y adulador al estado profundo por parte de los dirigentes políticos de medio mundo. Asistimos a una competición a ver quién llega primero, abriéndose paso a codazos para hacer alarde, para hacer ver que siempre se creyó en la victoria aplastante del títere demócrata.

Pero si la actitud lisonjera de los jefes de estado y secretarios de partido es parte del trillado guión de la izquierda internacional, desconciertan sobremanera las declaraciones de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, las cuales se apresuró a reproducir la agencia Vatican News, que con inquietante cortedad de miras se atribuyen el mérito de haber apoyado al segundo presidente católico en la historia de los EE.UU., olvidando el importante detalle de que Biden es un abortista empedernido y apoya la ideología LGTB y el mundialismo anticatólico

José H. Gómez, arzobispo de Los Ángeles, profanando la memoria de los mártires cristeros de su país natal, sentencia lapidario: «El pueblo estadounidense ha hablado». Qué más dan los fraudes electorales denunciados y sobradamente probados; el fastidioso formalismo del voto popular, si bien adulterado de mil maneras, se considera concluido en favor del abanderado del pensamiento único. Hemos leído, y nos ha causado náuseas, los mensajes de James Martin SJ y de toda la caterva de aduladores impacientes por subirse al carro de la victoria para compartir con Biden el efímero triunfo. A quien disiente, a quien pide claridad, a quien recurre a las autoridades judiciales para hacer valer sus derechos no se le reconoce legitimidad, y se ve obligado a callar, resignarse y desaparecer. Peor aún: tiene que sumarse al coro exultante, aplaudir y sonreír. Quien no acepta, atenta contra la democracia y es condenado al ostracismo. Como se ve, sigue habiendo dos bandos, pero esta vez es algo legítimo e indiscutibles porque son ellos los que lo imponen.

Resulta significativo que la Conferencia Episcopal de EE.UU. y la organización abortista Planned Parenthood expresen satisfacción por la presunta victoria electoral de la misma persona. Tal unanimidad recuerda el apoyo entusiasta de las logias masónicas a la elección de Jorge Mario Bergoglio, que tampoco estuvo exenta de sospechas de fraude en el cónclave y era igualmente deseada por el estado profundo, como es sabido por los correos de John Podesta y los vínculos de McCarrick y sus compinches con los demócratas y con el propio Biden. Dios los cría y ellos se juntan.

Con estas palabras se confirma y sella la impía alianza entre el estado profundo y la iglesia profunda, el sometimiento de la cúpula de la jerarquía católica al Nuevo Orden Mundial renegando de las enseñanzas de Cristo y de la doctrina de la Iglesia. El primer e ineludible paso para entender la complejidad de lo que actualmente sucede y verlo desde una perspectiva sobrenatural y escatológica es darse cuenta de ello. Sabemos y creemos firmemente que Cristo, única Luz verdadera del mundo, ya ha vencido a las tinieblas que lo ocultan.

+Carlo Maria Viganò, arzobispo

8 de noviembre de 2020, domingo XXIII después de Pentecostés

La extraña alianza entre el Vaticano y Biden (Carlos Esteban)



Desde la COPE hasta la propia Conferencia Episcopal de Estados Unidos, la opinión oficial de la jerarquía católica parece especialmente satisfecha con la presunta victoria de Biden, hasta el punto de saltarse la puntillosa diplomacia eclesial para llamarle presidente electo simplemente porque así le ha declarado la prensa.

Ya sabemos que los católicos no debemos ‘obsesionarnos’ por el aborto, aunque en realidad no sabemos muy bien por qué. Si uno cree realmente que el feto es completamente humano, dotado de la misma dignidad que cualquier persona, siendo totalmente inocente e implicando su aniquilación a su propia madre, no entiendo bien cómo no podría ser el tema político que más podría interesar a la Iglesia Católica. Desde su consagración como derecho constitucional hasta hoy ha causado más de cincuenta millones de víctimas. ¿No clama al cielo? ¿Qué causa puede haber más clara y, a la vez, más (literalmente) sangrante?

Pues ya ven: el ‘católico’ Biden es un abierto y vociferante partidario del aborto, hasta el punto de anunciar que promocionará una ley federal asegurando este ‘derecho’ en el caso de que el Supremo dé la vuelta al caso Wade contra Roe, mientras que Trump ha sido el presidente más provida desde los setenta. ¿Por qué, entonces, tanto alborozo por parte de la jerarquía católica?

Se explica así: Biden ha anunciado que volverá a los acuerdos de París contra el Cambio Climático (en realidad, una transferencia de renta hacia China) y que legalizará a los inmigrantes ilegales, que casualmente son las obsesiones políticas del Santo Padre.

Pero Su Santidad también ha resaltado en numerosas ocasiones otro valor central en la política internacional, subrayándolo recientemente tras insistir sobre ello en su última encíclica, Fratelli tutti. La guerra provoca muertos indudables, pérdida de vidas que incluso los más ardientes abortistas concederán que son humanas.

Es lo que uno nunca ve señalado en, digamos, los alegatos del mediático jesuita James Martin cuando trata de diluir el escándalo del aborto con la pena de muerte, como si eso produjese una especie de empate entre su hombre, Biden, y el ‘diabólico’ Trump. Nunca, digo, fuente jerárquica alguna hace mención del hecho de que Biden ha votado a favor de todas las innecesarias y remotas guerras iniciadas por Estados Unidos desde la Administración Clinton (bombardeos sobre Belgrado), y Obama, Nobel de la Paz, arrojó más bombas sobre más países que ningún otro presidente desde la Segunda Guerra Mundial.

Por el contrario, Trump no solo no ha iniciado ninguna, sino que ha sido instrumental para dos paces que parecían imposibles: entre las dos Coreas y entre Israel y los países árabes. ¿Han oído un solo aplauso por este logro? ¿Ha felicitado el Vaticano a Trump por su extraordinario historial como pacífico y pacificador?

Lo que uno concluye, al final, con no poca tristeza es que incluso en esto nuestra Iglesia institucional sigue a las élites seculares y se sube al carro de un maniqueísmo que no tiene asidero alguno en nuestra doctrina moral.

Carlos Esteban

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Los hermanos terroristas del Papa Francisco, los ‘accidentes’ de Niza y Viena, guerra de votos en Estados Unidos.



Los terroristas que atentaron en Viena, en Niza y en tantos otros sitios, son terroristas islámicos, lo dicen ellos y quiénes somos nosotros para negárselo

El ministro del Interior austriaco dijo que el terrorista asesinado «simpatizaba con el grupo terrorista Isis», era conocido por los servicios secretos austríacos, siendo uno de los 90 islámicos austriacos que querían ir a luchar en Siria; era un inmigrante que había jurado lealtad al nuevo líder de Isis. 

No podemos olvidar que dos jóvenes vieneses de origen turco se comportaron heroicamente durante la masacre y salvaron a un policía herido. 

Angela Merkel: “Los alemanes apoyamos a nuestros amigos austriacos con participación y solidaridad. El terrorismo islámico es nuestro enemigo común. La lucha contra estos asesinos y sus instigadores es nuestra lucha común ”. 

Erdogan amenaza a Europa: «Ningún europeo en cualquier parte del mundo puede caminar con seguridad por las calles». Parece que lo que estamos padeciendo tiene algo que ver con el islamismo y esas cosas; cerrar los ojos no es bueno, porque nos hace vivir en una irrealidad absurda

El Papa Francisco sigue con sus fraternidades universales, evitando mencionar el origen de tanta violencia y sigue con sus muros y puentes, puertos y puertas abiertas, siempre que no sean las suyas, que siguen bien cerrados: «En estas horas dramáticas, rezo con muchos otros que siguen los trágicos acontecimientos en el corazón de nuestra ciudad a través de los medios de comunicación, por las víctimas, los servicios de emergencia; y que no haya más derramamiento de sangre». 

No llegamos a saber muy bien de que se habla, ¿un terremoto?, ¿un accidente?, ¿un rayo ha partido a alguien?, ¿problemas con un volcán? Son bien conocidas las dotes del Papa Francisco para crear confusión, aquí la vemos una vez más y además con un retraso de 16 horas.

El pasado fin de semana se recibió una carta con amenazas extremistas en el obispado de Turín. Las amenazas «de sabor francés» están supuestamente dirigidas al arzobispo Cesare Nosiglia, quien siempre ha mantenido una buena relación con la comunidad islámica local. Leemos en Il Giornale: «Debemos tener cuidado. Unos arrabales no son un laboratorio de integración, sino una bomba de tiempo que podría estallarnos en la cara»; «las señales son los diversos episodios de violencia y delitos menores por parte de bandas compuestas principalmente por jóvenes marroquíes, pero también por algunos egipcios de segunda generación, que saquearon tiendas de lujo durante los disturbios por las restricciones». 

En Italia han saltado todas las alarmas al saber que el asesino de Niza dio positivo a pesar de la cuarentena después de aterrizar en Lampedusa, viajó por toda Italia con el pase en el bolsillo, y terminó en Niza donde sembró la muerte y el terror en la catedral. Puede que al final tengamos que agradecer a los hermanos musulmanes que nuestros obispos salgan del ‘ dolce far niente’.

Estamos en horas decisivas en las elecciones de Estados Unidos en las que el perdedor en las encuestas está ganando. Trump no es católico pero se ha convertido en un referente para el catolicismo de los Estados Unidos; nunca ha violado la doctrina social católica, ni siquiera en términos de hospitalidad y pobreza, además de haber luchado por los principios no negociables más que cualquiera de sus predecesores. Los números parecen ajustados pero su victoria apunta con fuerza con el sorprendente apoyo hispano y de la comunidad negra. Todos los partidarios de los nuevos órdenes se revolverán, estamos en momentos decisivos y cuatro años pueden ser fundamentales para Estados Unidos y para todo el mundo.
Specola

viernes, 30 de octubre de 2020

CARTA ABIERTA DE MONSEÑOR VIGANO AL PRESIDENTE DE LOS EE.UU. DE AMÉRICA DONALD J. TRUMP

 ADELANTE LA FE


Sábado 25 de octubre de 2020
Solemnidad de Cristo Rey

Señor Presidente:

Permítame que me dirija a Ud. en estos momentos en que el futuro del mundo está amenazado por una conspiración mundial contra Dios y contra la humanidad. Le escribo como arzobispo, como sucesor de los Apóstoles y como ex nuncio apostólico en los Estados Unidos de América. Me dirijo a Ud. en medio del silencio de las autoridades civiles y religiosas. Espero que acoja estas palabras mías como la «voz del que clama en el desierto» (Jn.1,23).

Como le decía en la carta que le dirigí el pasado mes de junio, el momento histórico que atravesamos contempla a las fuerzas del Mal dispuestas en orden de batalla para librar una guerra sin cuartel contra las del Bien. Fuerzas del Mal que se muestran poderosas y organizadas en oposición a los hijos de la Luz, que están desorientados y desorganizados y han sido abandonados por sus dirigentes temporales y espirituales.

A diario observamos cómo se multiplican las ofensivas de quienes se proponen destruir los cimientos mismos de la sociedad: la familia natural, el respeto a la vida humana, el amor a la patria, la libertad educativa y la libre empresa. Vemos cómo jefes de estado y dirigentes religiosos están contribuyendo al suicidio de la cultura occidental y su alma cristiana, en tanto que se niegan derechos fundamentales de los ciudadanos y de los creyentes en nombre de una emergencia sanitaria que cada vez se manifiesta más plenamente como elemento indispensable para la instauración de una tiranía inhumana y sin rostro.

Está en marcha un plan de alcance mundial llamado Gran Reseteo. Lo ha diseñado una élite internacional que se propone subyugar a toda la humanidad imponiendo medidas coactivas para limitar drásticamente las libertades individuales y las de pueblos enteros. En algunos países el plan ya ha sido aprobado y costeado; en otros, está aún en sus etapas iniciales. Por detrás de los dirigentes mundiales que son cómplices y ejecutores de tan infernal programa se ocultan personajes sin escrúpulos que financian el Foro Económico Mundial y el simulacro de pandemia Event 201 promoviendo su plan.

El Gran Reseteo tiene por objeto imponer una dictadura sanitaria destinada a implantar medidas liberticidas ocultas tras tentadoras promesas de garantizar un ingreso universal y anular toda deuda personal. Dichas concesiones del Fondo Monetario Internacional tendrán un precio: la renuncia a toda propiedad privada y la adhesión a un programa de vacunación contra el Covid-19 y el Covid-21 promovida por Bill Gates con la colaboración de las grandes compañías farmacéuticas. Más allá de los enormes intereses económicos que motivan a quienes promueven el Gran Reseteo, la imposición de la vacuna vendrá acompañada de la exigencia de portar un pasaporte sanitario internacional. Quienes rechacen estas medidas serán confinados en campos de concentración o bajo arresto domiciliario, y se le confiscarán todos sus bienes.

Supongo, señor Presidente, que ya estará al tanto de que en algunos países el Gran Reseteo se activará entre finales de este año y el primer trimestre de 2021. A tal fin, se tienen pensados más confinamientos, los cuales se justificarán oficialmente por unas supuestas segunda y tercera ola de la pandemia. Usted conoce bien los medios que se han utilizado para sembrar el pánico y legitimar unas limitaciones draconianas de las libertades individuales provocando astutamente una crisis económica de alcance mundial. La intención de sus artífices es que dicha crisis mundial haga irreversible el recurso de las naciones al Gran Reseteo, dando con ello el golpe de gracia a un mundo cuya existencia y memoria misma quieren borrar del mapa. Pero ese mundo, señor Presidente, comprende personas, afectos, instituciones, fe, cultura, tradiciones e ideales; personas y valores que no funcionan como autómatas, que no obedecen como máquinas, porque están dotados de alma y corazón, porque están ligados por un vínculo espiritual que obtiene fuerzas de lo alto, de ese Dios al que quieren desafiar nuestros adversarios, como hizo Lucifer al comienzo de los tiempos con su non serviam.

Como todos bien sabemos, esta alusión al enfrentamiento entre el Bien y el Mal y este tono apocalíptico molestan a muchos; según ellos, exaspera los ánimos y agudiza las divisiones. No es de extrañar que el enemigo se enoje al ser descubierto justo cuando creía que había llegado a la fortaleza que quiere conquistar sin oposición. Lo que sí sorprende es que no haya nadie que dé la voz de alarma. La reacción del estado profundo a quienes denuncian su plan es desequilibrada e incoherente pero comprensible. Justo cuando la complicidad de los medios de difusión dominantes había conseguido realizar la transición al Nuevo Orden Mundial de forma inadvertida y casi indolora sale a la luz una caterva de engaños, escándalos y crímenes.

Hasta hace unos meses era fácil tildar de conspiracionistas a quienes denunciaban estos terribles planes que ahora vemos ejecutados hasta en sus más mínimos detalles
Hasta el pasado mes de febrero nadie habría podido imaginar que en todas las ciudades se arrestaría a las personas por el mero hecho de querer pasear por la calle, respirar, mantener abiertos sus negocios e ir a la iglesia los domingos.
Y sin embargo ahora está sucediendo por todo el mundo, hasta en un país de postal como Italia, que muchos estadounidenses consideran un país de cuento, con sus monumentos antiguos, sus iglesias, sus ciudades con encanto y sus pueblos típicos. Y mientras los políticos se atrincheran en sus palacios promulgando decretos como sátrapas persas, las empresas quiebran, las tiendas cierran y a la gente se le impide vivir, viajar, trabajar y rezar. Las catastróficas consecuencias psicológicas de esta operación ya están a la vista, empezando por los suicidios de empresarios desesperados y de nuestros hijos, apartados de sus amigos y compañeros de colegio, a los que mandan asistir a clase solos en casa ante la computadora.

San Pablo habla en las Sagradas Escrituras del que detiene la manifestación del misterio de iniquidad, el katejon (2 Tes.2,6-7). En el ámbito religioso, ese obstáculo para el mal es la Iglesia, y en particular el papado; en el político, son los que impiden la implantación del Nuevo Orden Mundial.

Como ahora es patente, aquel que ocupa la silla de San Pedro ha traicionado su misión desde el mismo principio a fin de defender y fomentar la ideología mundialista, apoyando el plan de la iglesia profunda, la ofensiva final de los hijos de las tinieblas.

Señor Presidente: usted ha declarado que quiere defender su nación, una nación bajo Dios*, las libertades fundamentales y los valores no negociables que hoy en día se niegan y combaten. Usted, estimado presidente, es quien contiene el avance del estado profundo, el asalto final de los hijos de las tinieblas. (*One Nation Under God, frase tomada del Juramento de Lealtad a la Patria y a la bandera que se recita solemnemente en ciertos actos públicos y en las escuelas del país antes de empezar las clases cada mañana. N. del T.)

Por esa razón, es necesario que todas las personas de buena voluntad se convenzan de la importancia histórica de las inminentes elecciones. No tanto por tal o cual punto del programa político, sino porque es la inspiración general de lo que hace lo que mejor encarna este contexto histórico particular a ese mundo, nuestro mundo, el cual quieren eliminar a base de confinamientos. El adversario de usted es también el nuestro; el enemigo de la especie humana, aquel que es «homicida desde el principio» (Jn.8,44).

En torno a usted se congregan con fe valerosamente quienes lo consideran el último baluarte contra la dictadura mundial. La opción contraria sería votar por alguien que está manipulado por el estado profundo, gravemente comprometido por escándalos y corrupción, que hará con los Estados Unidos lo que Jorge Mario Bergoglio está haciendo en la Iglesia, el primer ministro Conte en Italia, el presidente Macron en Francia, el presidente del gobierno Sánchez en España y tantos otros. El carácter sobornable de Joe Biden –como el de los prelados del círculo mágico del Vaticano– lo expondrá a ser utilizado inescrupulosamente, permitiendo que poderes ilegítimos interfieran en la política interna y en el equilibrio internacional. Es evidente que los que lo manipulan tienen ya preparado a otro peor para sustituirlo en cuanto se les presente la ocasión.

Con todo, ante un panorama tan sombrío, ante el avance aparentemente incontenible del enemigo invisible, hay un destello de esperanza. 

El adversario no sabe amar, y no entiende tampoco que no basta con garantizar un salario universal ni con anular hipotecas para subyugar a las masas y convencerlas para que se dejen marcar como ganado

Quienes llevan mucho tiempo soportando los abusos de una autoridad odiosa y tiránica están redescubriendo que tienen alma; empiezan a entender y no están dispuestos a vender su libertad a cambio de la homogenización y la anulación de su identidad; empiezan a comprender el valor de los lazos familiares y sociales, de los vínculos de fe y cultura que unen a la gente honrada. 

El Gran Reseteo está destinado al fracaso, porque quienes lo planificaron no se dieron cuenta de que todavía hay personas dispuestas a tomar las calles para defender sus derechos, para proteger a sus seres queridos, para que sus hijos y sus nietos tengan un futuro

La inhumanidad niveladora del plan mundialista se hará irremediablemente añicos ante la firme y valerosa oposición de los hijos de la Luz. El enemigo tiene de su parte a Satanás, que no sabe otra cosa que odiar. Pero nosotros tenemos de nuestra parte al Señor Todopoderoso, al Dios de los ejércitos dispuestos en orden de batalla, así como a la Santísima Virgen, que aplastará la cabeza de la serpiente antigua. «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rm.8,31).

Señor Presidente, usted es muy consciente de que en estos momentos cruciales los Estados Unidos de América están considerados el muro de contención contra el que se ha desatado la guerra que han declarado los partidarios del mundialismo. Cifre su confianza en el Señor, cobrando ánimo con las palabras del apóstol Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Fil. 4,13). 

Ser instrumento de la Divina Providencia supone una gran responsabilidad para la cual Ella le concederá todas las gracias de estado que necesite, pues se las están implorando fervientemente a Dios muchos que lo están apoyando con sus oraciones.

Con esta esperanza celestial y la garantía de mis oraciones por Ud., por la Primera Dama y por sus colaboradores, le imparto mi bendición de todo corazón.

¡Dios bendiga a los Estados Unidos de América!

+Carlo Maria Viganó

Arzobispo titular de Ulpiana

Ex Nuncio Apostólico ante los Estados Unidos de América

(Traducida por Bruno de la Inmaculada)