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sábado, 30 de abril de 2022

El cisma que nadie declarará (Carlos Esteban)



Cuando, a principios de semana, Rusia anunció su intención de declararle la guerra a Ucrania, más de un lector de la noticia se asombraría de su enunciado: llevamos ya más de un mes de guerra, las tropas rusas han invadido territorio ucraniano, ¿cómo se va a declarar la guerra ahora? La respuesta, sin embargo, es sencilla: ya no se declaran las guerras. Sencillamente, se ataca.

Y quizá esa huida de declaraciones oficiales y solemnes podría explicar por qué se lleva tanto tiempo esperando en el seno de la Iglesia un cisma que no acaba de producirse, no importa lo lejos que lleguen en sus pronunciamientos cismáticos unos y otros. Y es que, sencillamente, nadie está por la labor de declararlo.

Naturalmente, eso no significa que no vaya a producirse sino que, en la práctica, ya estamos viviendo en él, conviviendo con él y, casi diría, aclimatados a él. Cualquiera de nosotros, cristianos corrientes, sabe que basta pasar de una parroquia a otra -no digamos, de una diócesis a otra- para oír mensajes e interpretaciones de la doctrina totalmente incompatibles, que dibujan dos modalidades de cristianismo no solo distintas, sino que hacen que si uno es cierto, el otro no pueda serlo.

Durante el triunfo político, por así decir, de la herejía arriana, era común que la misma diócesis se la disputaran dos obispos, uno católico y otro arriano, y otro tanto pasase en las parroquias. No es el caso ahora. Ahora una misma parroquia podrá dar o no un mensaje ortodoxo dependiendo del párroco, o del obispo. Pero la estructura no se toca, sigue intacta y nadie la discute.

Carlos Esteban