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jueves, 12 de enero de 2023

Entrevista completa a Eliza Andrade sobre el Brasil de Lula: campos de detenidos sin agua ni comida



DURACIÓN 21:47 MINUTOS

Julio Ariza apunta contra los que disparan contra la concertada y la privada (Julio Ariza)



Duración 5:24 minutos

«Es mi pareja»: frase tópico de la idiotez actual (padre Ildefonso de Asís)



Escuchamos habitualmente esa frase a modo de salutación: “Es mi pareja”, “te presento a mi pareja”, “somos pareja”…

Es una de tantas frases manidas de la posmodernidad que identifican a una sociedad vacía, sin identidad, a expensas de la manipulación de los medios informativos financiados por el sistema político liberal vigente sobre todo en Europa y América. Se podría añadir que no es solo la frase del nihilismo actual sino de una dosis que la implementa en hortera y cursi o, dicho de forma más clara: la catetada más sonora del lenguaje moderno. Es digna de análisis crítico:

“Pareja” engloba a toda clase de relaciones. Pueden ser casados, novios, compañeros solo de cama, amigos “con derecho”, divorciados vueltos a juntar, homosexuales…

“Pareja” desprecia la forma natural de relacionarse en forma exclusiva según lo que Dios ha puesto en la naturaleza humana. Así, un hombre y una mujer casados por la Iglesia dejan de presentarse como matrimonio sino que son englobados en el saco común de fornicarios, adúlteros, arrejuntados, o parejas de quita y pon (usando un léxico muy vulgar pero a la vez comprensible).

“Pareja” es el vehículo usado por el modernismo para evitar el aprecio de la ley divina que ha creado hombre y mujer para dar vida y formar la familia como unidad básica en la transmisión de la fe cristiana.

“Pareja” es una forma de evitar toda afirmación de compromiso definitivo a la vez que consolida el llamado lenguaje de “género” según el cual no existe el sexo biológico sino una amalgama de alternativas y modelos de convivencia a elegir por el ser humano sin ánimo alguno de perseverancia fiel. En ese sentido si tiene algo de positivo la expresión ya que toda aquella relación no grata a Dios está condenada a terminar de forma trágica, traicionera o decadente.

“Pareja” en fin es una de tantas expresiones lingüísticas actuales destinadas a convertir cada ser humano en un simple número, o dato, a merced de lo que dispongan los poderes políticos y económicos de occidente. Frente a ello hay que animar a los católicos a usar el vocabulario de siempre, el auténtico y no deformado para presentarse como “novios” (hombre y mujer que se preparan para el matrimonio aún sin compromiso definitivo) o como “marido y mujer” (matrimonio bendecido por Dios para sus fines de procreación y amor mutuo). Y desterrar de una vez esa manera cursi, afectada y progre de hablar que a veces se usa, no del todo voluntariamente, para caer bien en el desarraigado ambiente posmoderno con toda su alergia a lo bueno, verdadero y hermoso que emana de la ley divina y su manifestación natural en la creación.

Padre Ildefonso de Asís

"La Iglesia debe liberarse de esta pesadilla tóxica". Las últimas palabras del cardenal Pell



Poco antes de morir el martes, el cardenal George Pell escribió el siguiente artículo para The Spectator, en el que definía los planes del Vaticano para el próximo "Sínodo sobre la Sinodalidad" como una "pesadilla tóxica". El cuadernillo elaborado por el Sínodo, que se celebrará en dos sesiones este año y el próximo, es "uno de los documentos más incoherentes jamás enviados por Roma", afirma Pell. No sólo está "redactado en jerga neomarxista", sino que es "hostil a la tradición apostólica" e ignora principios cristianos fundamentales como la creencia en el juicio divino, el cielo y el infierno.

El cardenal australiano, que sufrió la terrible experiencia de ser encarcelado en su país por falsas acusaciones de abusos sexuales antes de ser absuelto, fue muy valiente. No sabía que estaba a punto de morir cuando escribió este artículo; estaba preparado para enfrentarse a la furia del Papa Francisco y de los organizadores cuando se publicara. Así las cosas, su repentina muerte puede dar más fuerza a sus palabras cuando el sínodo se reúna en octubre.



El Sínodo de los Obispos católicos está ahora ocupado construyendo lo que ellos consideran "el sueño divino" de la sinodalidad. Por desgracia, este sueño divino se ha convertido en una pesadilla tóxica, a pesar de las buenas intenciones declaradas de los obispos.

Han elaborado un cuadernillo de 45 páginas que da cuenta de los debates de la primera fase de "escucha y discernimiento", celebrados en muchas partes del mundo, y es uno de los documentos más incoherentes jamás enviados desde Roma.

Mientras damos gracias a Dios porque el número de católicos en todo el mundo, especialmente en África y Asia, está aumentando, el panorama es radicalmente distinto en América Latina, con pérdidas tanto para los protestantes como para los laicistas.

Sin ningún sentido de la ironía, el documento se titula "Amplía el espacio de tu tienda", y el objetivo de hacerlo es dar cabida, no a los recién bautizados —aquellos que han respondido a la llamada a arrepentirse y creer—, sino a cualquiera que pueda estar lo suficientemente interesado como para escuchar. Se insta a los participantes a ser acogedores y radicalmente inclusivos: "Nadie queda excluido”.

El documento no insta ni siquiera a los participantes católicos a hacer discípulos en todas las naciones (Mateo 28:16-20), y mucho menos a predicar al Salvador a tiempo y a destiempo (2 Timoteo 4:2).

La primera tarea de todos, y especialmente de los maestros, es escuchar en el Espíritu. Según esta reciente actualización de la buena nueva, la "sinodalidad" como forma de ser de la Iglesia no debe definirse, sino simplemente vivirse. Gira en torno a cinco tensiones creativas, partiendo de la inclusión radical y avanzando hacia la misión en un estilo participativo, practicando la "corresponsabilidad con otros creyentes y personas de buena voluntad". Se reconocen las dificultades, como la guerra, el genocidio y la brecha entre clero y laicos, pero todo puede sostenerse, dicen los obispos, con una espiritualidad viva.

La imagen de la Iglesia como una tienda en expansión con el Señor en su centro procede de Isaías, y su objetivo es subrayar que esta tienda en expansión es un lugar donde la gente es escuchada y no juzgada, no excluida.

Así pues, leemos que el pueblo de Dios necesita nuevas estrategias; no peleas y enfrentamientos, sino diálogo, en el que se rechace la distinción entre creyentes e incrédulos. El pueblo de Dios debe escuchar realmente, insiste, el clamor de los pobres y de la tierra.

Debido a las diferencias de opinión sobre el aborto, la contracepción, la ordenación de mujeres al sacerdocio y los actos homosexuales, algunos consideran que no se pueden establecer ni proponer posturas definitivas sobre estas cuestiones. Lo mismo ocurre con la poligamia y el divorcio y segundas nupcias.

Además, el documento es claro sobre el problema especial de la posición inferior de la mujer y los peligros del clericalismo, aunque se reconoce la contribución positiva de muchos sacerdotes.

¿Qué pensar de este popurrí, de esta efusión de buena voluntad de la Nueva Era? No es un resumen de la fe católica ni de las enseñanzas del Nuevo Testamento. Es incompleto, hostil en aspectos significativos a la tradición apostólica y no reconoce en ninguna parte el Nuevo Testamento como la Palabra de Dios, normativa para toda enseñanza sobre la fe y la moral. Se ignora el Antiguo Testamento, se rechaza a los patriarcas y no se reconoce la Ley de Moisés, incluidos los Diez Mandamientos.

Inicialmente se pueden hacer dos observaciones. Los dos sínodos finales en Roma en 2023 y 2024 necesitarán clarificar la enseñanza sobre asuntos morales, ya que el Relator (redactor jefe y gestor) Cardenal Jean-Claude Hollerich ha rechazado públicamente las enseñanzas básicas de la Iglesia sobre sexualidad, alegando que contradicen la ciencia moderna. En tiempos normales, esto habría significado que su continuidad como Relator era inapropiada, incluso imposible.

Los sínodos tienen que elegir si son servidores y defensores de la tradición apostólica sobre la fe y la moral, o si su discernimiento les obliga a afirmar su soberanía sobre la enseñanza católica. Deben decidir si las enseñanzas básicas sobre cosas como el sacerdocio y la moral pueden arrumbarse en un limbo pluralista en el que algunos eligen redefinir los pecados con menos gravedad y la mayoría acuerda diferirlos completamente.

Más allá del sínodo, la disciplina se está relajando, especialmente en el norte de Europa, donde algunos obispos no han sido reprendidos, incluso después de afirmar el derecho de un obispo a disentir; ya existe un pluralismo de facto más generalizado en algunas parroquias y órdenes religiosas en cosas como la bendición de la actividad homosexual.

Los obispos diocesanos son los sucesores de los apóstoles, el maestro principal de cada diócesis y el centro de la unidad local de su pueblo y de la unidad universal en torno al Papa, sucesor de Pedro. Desde la época de San Ireneo de Lyon, el obispo es también el garante de la fidelidad permanente a la enseñanza de Cristo, la tradición apostólica. Son gobernantes y a veces jueces, así como maestros y celebrantes sacramentales, y no son meras flores de pared o sellos de goma.

Ampliar la tienda es consciente de los defectos de los obispos, que a veces no escuchan, tienen tendencias autocráticas y pueden ser clericalistas e individualistas. Hay signos de esperanza, de liderazgo efectivo y de cooperación, pero el documento opina que los modelos piramidales de autoridad deben ser destruidos y que la única autoridad genuina proviene del amor y del servicio. Hay que hacer hincapié en la dignidad bautismal, no en la ordenación ministerial, y los estilos de gobierno deben ser menos jerárquicos y más circulares y participativos.

Los principales actores en todos los sínodos (y concilios) católicos y en todos los sínodos ortodoxos han sido los obispos. De una manera suave y cooperativa, esto debería afirmarse y ponerse en práctica en los sínodos continentales para que las iniciativas pastorales se mantengan dentro de los límites de la sana doctrina. Los obispos no están allí simplemente para validar el debido proceso y ofrecer un nihil obstat a lo que han observado.

A ninguno de los participantes del sínodo —laicos, religiosos, sacerdotes u obispos—, les conviene que el sínodo decida que no se puede votar y que no se pueden proponer proposiciones. Transmitir al Santo Padre sólo las opiniones del comité organizador para que decida es un abuso de la sinodalidad, una marginación de los obispos que no se justifica ni por las Escrituras ni por la tradición. No es el debido proceso y es susceptible de manipulación.

Los católicos regulares de todo el mundo no aprueban las conclusiones del sínodo actual. Tampoco hay mucho entusiasmo en los altos niveles de la Iglesia. Las reuniones continuas de este tipo profundizan las divisiones y unos pocos avivados pueden explotar la confusión y la buena voluntad. Los ex anglicanos vueltos a la Iglesia tienen razón al identificar la confusión cada vez mayor, el ataque a la moral tradicional y la inserción en el diálogo de la jerga neomarxista sobre la exclusión, la alienación, la identidad, la marginación, los sin voz, LGBTQ, así como el desplazamiento de las nociones cristianas de perdón, pecado, sacrificio, curación, redención. ¿Por qué el silencio sobre un más allá de recompensa o castigo, sobre las cuatro postrimerías: muerte y juicio, cielo e infierno?

Hasta ahora, el método sinodal ha descuidado, e incluso degradado, lo trascendente, ha encubierto la centralidad de Cristo con apelaciones al Espíritu Santo y ha fomentado el resentimiento, especialmente entre los participantes.

Los documentos de trabajo no forman parte del magisterio. Son una base para la discusión; para ser juzgados por todo el pueblo de Dios y especialmente por los obispos con y bajo el Papa. Este documento de trabajo necesita cambios radicales. Los obispos deben darse cuenta de que hay trabajo por hacer, en nombre de Dios, más pronto que tarde.

El cardenal Pell lo dijo claramente: el rey está desnudo (Bruno Moreno)



Antes de fallecer, el cardenal Pell escribió un artículo para el diario británico The Spectator. Esto, en principio, no debería tener nada de especial. Los obispos y sus colaboradores escriben infinidad de artículos, cartas pastorales, sermones, planes pastorales, declaraciones, notas de prensa y todo tipo de documentos, que prácticamente nadie lee.

Este artículo, sin embargo, es diferente. En efecto, el cardenal, quizá sintiendo la muerte cercana, decidió expresarse sin los habituales eufemismos y circunloquios episcopales y escribió lo que gran cantidad de obispos no se atreven más que a susurrar a sus amigos y colaboradores cercanos: el rey sinodal está desnudo.

El artículo, de hecho, empieza con una fuerte descalificación: el sínodo “se afana en construir lo que consideran que es el “sueño de Dios” de la sinodalidad. Desgraciadamente, este sueño divino se ha convertido en una pesadilla tóxica a pesar de las aparentes buenas intenciones de los obispos”. Un lenguaje tan claro y negativo sobre una actividad oficial de la Iglesia es prácticamente desconocido en las declaraciones episcopales modernas.

Como prueba de lo que afirma, el cardenal presenta el folleto de 45 páginas en el que se resumen las discusiones de la primera etapa sinodal de “escucha y discernimiento” que ha tenido lugar en todo el mundo y que, en opinión del purpurado es “uno de los documentos más incoherentes que Roma ha emitido nunca”. El documento, titulado “Amplía el espacio de tu tienda” compara a la Iglesia con una tienda y pretende que en esa tienda ya no solo quepan los conversos, los bautizados que tienen fe y han cambiado su vida, sino “cualquiera que tenga el suficiente interés para escuchar”. En consecuencia, se urge a los participantes a dar la bienvenida a todos y a ser radicalmente inclusivos, de acuerdo con el lema “nadie está excluido”.

Este enfoque se basa, según el cardenal, en la idea de que hay que “escuchar en el Espíritu” y escuchar también “el grito de los pobres y de la Tierra”. De ese presupuesto surge el concepto de sinodalidad “como una forma de ser para la Iglesia que no se debe definir, sino solo vivir”. Por lo visto, la sinodalidad “gira en torno a cinco tensiones creativas, empezando por la inclusión radical y moviéndose hacia la misión con un estilo participativo, practicando la ‘corresponsabilidad con otros creyentes y personas de buena voluntad’”. Como consecuencia, hay que dejar atrás las disputas y pasar al diálogo, rechazando “la distinción entre creyentes y no creyentes”.

¿Qué significa esto? Que “debido a las diferencias de opinión sobre el aborto, los anticonceptivos, la ordenación de las mujeres y los actos homosexuales”, así como “la poligamia, el divorcio y los nuevos matrimonios”, “algunos sentían que no se puede establecer ni proponer ninguna postura definitiva sobre estas cuestiones”. En cambio, sí son males objetivos la posición inferior de la mujer en la Iglesia y el clericalismo. Esta actitud es especialmente peligrosa en un momento en que, “fuera del sínodo, la disciplina se está disolviendo, especialmente en el norte de Europa, donde unos pocos obispos no han sido corregidos” después de mostrar su rechazo de la doctrina de la Iglesia sobre temas como la homosexualidad.

Esto no debería sorprender a nadie, teniendo en cuenta que, como el propio cardenal Pell recuerda, el Relator del sínodo, el cardenal Jean-Claude Hollerich, que es el principal redactor y gestor del proceso sinodal, “ha rechazado públicamente la enseñanza básica de la Iglesia sobre la sexualidad, afirmando que contradice la ciencia moderna”. No es extraño que el cardenal Pell, justamente indignado, afirme que “en una época normal, esto habría hecho que su permanencia en el puesto de Relator fuera inadecuada y, de hecho, imposible”.

Llegados a este punto, el cardenal abandona cualquier cautela y expresa con total claridad la opinión que le merece el proceso sinodal hasta el momento: “¿Qué debemos pensar de este popurrí, de esta sobreabundancia de buena voluntad New Age? No es un resumen de la fe católica ni de la enseñanza del Nuevo testamento. Es incompleto, hostil de modo significativo a la Tradición apostólica y no reconoce en ningún lugar el Nuevo Testamento como la Palabra de Dios, normativa para cualquier enseñanza sobre la fe y la moral. El Antiguo Testamento es ignorado, el patriarcado se rechaza y no se reconoce la Ley mosaica, incluidos los diez mandamientos”.

A esto se suma que el procedimiento sinodal tiende a dejar de lado la autoridad de los obispos y de los ministros ordenados. En primer lugar haciendo únicamente hincapié en un gobierno de la Iglesia “menos jerárquico y más circular y participativo”. En segundo lugar, porque no permite que los obispos voten y presenten propuestas, sino que solo pueden transmitir las opiniones del comité organizador al Santo Padre, lo que “no es el procedimiento debido y se presta a la manipulación”. Esta forma de organizar el sínodo, para el cardenal, “carece de justificación bíblica o tradicional”.

Las conclusiones actuales del sínodo “no cuentan con la aprobación de la gran mayoría de los católicos practicantes del mundo”, solo “ahondan las divisiones” y permiten que “unos pocos puedan aprovechar la confusión y la buena voluntad”. En esencia, además de guardar silencio sobre los novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria), llevan al “aumento de la confusión, el ataque a la moral tradicional, la inserción en el diálogo de una jerga neomarxista sobre exclusión, alienación, identidad, marginalización, los sin voz y las cuestiones LGTBQ y el postergamiento de las nociones cristianas de perdón, pecado, sacrificio, sanación y redención”.

El cardenal Pell recuerda que “los principales actores de todos los sínodos (y concilios) católicos” han sido los obispos” y propone que “de forma amable y cooperativa esto se afirme y se ponga en práctica”, para que las “iniciativas pastorales se mantengan dentro del límite de la sana doctrina”. En su opinión, “los obispos deben darse cuenta de que hay que hacer algo, en el nombre de Dios, más pronto que tarde”.

Después de leer la opinión del cardenal acerca del proceso del sínodo sobre la sinodalidad, sin embargo, es legítimo preguntarse si algo que está tan viciado de raíz puede sanarse de alguna forma o sería mejor hacer borrón y cuenta nueva.

Bruno Moreno

El Cardenal Pell y la original muerte de los cardenales polémicos



Redacción (11/01/2023 13:41, Gaudium Press

El Cardenal George Pell, australiano y de línea conservadora, ha fallecido el 10 de enero de 2023, en el Salvator Mundi International Hospital de Roma. ¿La causa? Serias complicaciones cardíacas a raíz de una operación de cadera para cambio de prótesis. Con los avances médicos de nuestros días y tratándose de un personaje tan destacado, llama la atención esta triste circunstancia, que inscribe al purpurado en la lista de defunciones de cardenales controvertidos.

Pell era un cardenal sincero, tachado por sus adversarios de rudo, honesto defensor de la verdad y promotor del progreso homogéneo del dogma católico en continuidad con la tradición recibida. Sus posturas firmes y su actitud coherente frenaron hasta cierto punto la máquina de los que pretenden un cambio radical, una evolución o adaptación de la doctrina católica al pensamiento único que extravía hoy al mundo, hundiéndolo en una crisis moral sin precedentes causada por la más extravagante inversión de valores.

Quizás por eso fue falsamente acusado de pedofilia en Australia, y, quien sabe, también por eso estuvo injustamente preso allí durante un año en la cárcel de máxima seguridad. Finalmente, fue absuelto en instancias superiores de todos los cargos. Los jueces se rindieron ante la puerilidad de las acusaciones. En ese sentido, tenemos ante nuestros ojos un bienaventurado del Evangelio, alguien que sufrió persecución por amor a la justicia, y que ahora, seguramente, ha conquistado el Reino de los Cielos. Un prelado que merece pasar a la historia como un valiente, como un héroe de Cristo.

Los periódicos en general han resaltado el hecho de que Pell fue condenado. Y eso, sobre todo, en sus titulares. Afirman haber sido él “el mayor cargo de la Iglesia condenado por abusos sexuales”, y sólo a lo largo de los sendos artículos se puede percibir que fue condenado sí, pero injustamente, aunque ese dato se deje caer de forma soslayada. Pero más allá de las tristes y múltiples manipulaciones de la información, Pell no deja de tener un fallecimiento prototípico de esta clase de cardenales que haciendo justicia a su sotana roja han estado dispuestos a jugarse la vida por defender el Evangelio en su integridad.

Otro caso semejante de una larga lista, lo encontramos en la muerte del Cardenal Merry del Val. Los lectores que deseen más detalles sólidamente fundamentados de su historia pueden hacer clic aquí. El Cardenal Merry del Val fue el brazo derecho de San Pío X, el Papa Sarto, gran protagonista de la denuncia al modernismo, esa herejía con múltiples tentáculos, que envenenaba a la Iglesia con sus falacias y falsas doctrinas. Merry del Val fue una pieza esencial en la política del Papa Sarto en su lucha contra la infiltración en la Iglesia.

Pues bien, pocos años habían pasado del fallecimiento de San Pío X, cuando el Cardenal Merry del Val, que se conservó siempre un intrépido defensor de la Fe, encontró su muerte en una banal operación de apendicitis. Tenía sesenta y cinco años, gozaba de óptima salud. La causa fue investigada a instancias de diversos curiales, pero jamás del todo esclarecida. Algunos dicen haber sido el exceso de cloroformo usado en la anestesia, el que envió al Cardenal – hoy venerable – a la otra vida. Otros, el hecho de haberse desprendido su dentadura, causándole la muerte por asfixia. El médico no habría podido hacer nada por faltarle las pinzas adecuadas al caso. Otro detalle: el anestesista de su operación murió de modo imprevisto pocos meses tras la desaparición del Cardenal.

Hay ciertos episodios históricos, como este de las muertes de los cardenales polémicos, que están lejos de ser sencillos y van dejando detrás de sí sombras de incertidumbre.

Por Ricardo González