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martes, 17 de marzo de 2020

Para Leonardo Boff, la epidemia es una ‘represalia’ de Gaia, la Madre Tierra



¿Dios castiga? Un obispo norteamericano y varios sacerdotes y teólogos han salido a la palestra para negarlo, aunque las Escrituras parecen muy claras en sentido contrario, y el profesor Roberto de Mattei se ha pronunciado recientemente en sentido afirmativo con respecto a la plaga que vivimos. Pero hay un teólogo para quien el coronavirus es, sí, una represalia contra la mala conducta del hombre, pero no de Dios, sino de Gaia, la Madre Tierra: Leonardo Boff, viejo amigo del Papa e inspirador de su encíclica Laudato Sì.

En el portal de opinión brasileño A Terra É Redonda, Boff, teólogo y ex fraile franciscano disciplinado por Benedicto y rehabilitado por Francisco, ha escrito recientemente una colaboración, ‘Los orígenes del coronavirus’, en la que sostiene esta tesis peregrina: la pandemia que vivimos es una ‘represalia’ del planeta, que entiende en línea con la tesis de James Lovelock, como un ser vivo al que pertenecemos. Una Tierra que, en palabras de Boff, “siente, piensa, ama, venera y se preocupa”. Eso es paganismo en estado puro, se mire como se mire.

La columna está llena de citas pero, curiosamente en un teólogo, la única fuente no secular cuya opinión recoge es la del Papa Francisco, y ésta solo expresada en su encíclica ‘ecológica’, Laudato Sì. Dios, Cristo, María o cualquier realidad sobrenatural brilla absolutamente por su ausencia.

La tesis de Boff, que sólo mantienen ecologistas radicales con cierta inclinación mística es, en parte, no meramente ajena al cristianismo, que supone no solo su fe sino también su ‘especialidad profesional’, sino incompatible con su concepción del hombre.
Dice Boff: “Los astronautas tenían la misma percepción de sus naves espaciales y de la Luna: la Tierra y la humanidad constituyen una misma entidad”.
No, evidentemente. Dios, hecho hombre, muere para salvar a los seres humanos caídos por el pecado, no para salvar el planeta que, de hecho, está llamado a la destrucción, hagamos lo que hagamos.
“Después de darnos cuenta de esto, ya nunca abandonaremos nuestra conciencia de que el destino de la Tierra y la humanidad es inextricablemente común”.
Tampoco. La tierra tiene los días contados, aunque se midan por trillones de trillones. El destino de los seres humanos es la eternidad, la vida que no tiene fin. Nada de destino común.
Y termina: “Como somos seres de inteligencia y amantes de la vida, podemos cambiar el rumbo de nuestro destino. Que el Espíritu Creador nos fortalezca para ese propósito”.
Ya puestos, podía terminar diciendo: “Que la Fuerza os acompañe”. No sonaría menos cristiano.
 
Carlos Esteban