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miércoles, 17 de febrero de 2021

Un gran documental acerca de San Fernando Rey

 QUE NO TE LA CUENTEN


Nuestros amigos de EUKMAMIE han publicado en estos días este excelente documental acerca de San Fernando Rey, que no debe dejar de verse.

Estará disponible de modo gratuito durante todo el mes de Febrero. Vale la pena para,

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE

Hacer clic AQUÍ para acceder al documental (DURACIÓN: 85 MINUTOS)

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Susanna Tamaro juzga los templos modernos (Roberto De Mattei)



Susanna Tamaro es una novelista italiana que ha escrito nóvelas de mucho éxito, algunas de las cuales han sido llevadas al cine. No es católica, y a veces ha asumido posturas que se apartan de la fe católica o la contradicen. Con todo, más de una vez ha conseguido zafarse del conformismo que nos invade revelando una honda sensibilidad a la dimensión trascendente de la vida. La pandemia que atravesamos le ha dado ocasión para escribir un artículo que publicó Il Corriere della Sera el pasado 7 de febrero, del cual me gustaría citar algunas cosas.

Escribe Susanna Tamaro: «El destino nos agobia y no alcanzamos a otear un destello de esperanza en el horizonte. En el fondo no nos diferenciamos mucho de Atlas, obligado a cargar el universo sobre sus hombros. Mientras él miraba al suelo, nosotros, en la misma postura, consultamos obsesivamente nuestros aparatos electrónicos en busca de algo que alivie el peso invisible que nos dobla la espalda. ¿Cuál es el peso que oprime con una fuerza cada vez más sutil nuestra vida de sapiens modernos? La falta de una dimensión trascendente. Somos hijos de la casualidad y esclavos del tiempo, y esta condición nos obliga a cargar con todo el peso del mundo sobre nuestras espaldas».

Añade la escritora: «He viajado mucho por Italia en estos últimos años, y en numerosas ocasiones, al toparme con la infinidad de horrendas iglesias modernas construidas en la posguerra, me he preguntado: ¿podría alguien convertirse aquí dentro, o al menos, llegar a pensar que tras el mundo material existe otro que se concreta y manifiesta en el misterio de la belleza? ¿Quien decidió, proyectó y costeó la construcción de estas abominaciones arquitectónicas se preguntó alguna vez si le hubiera gustado casarse, o asistir a un bautizo o a un funeral en un lugar semejante? Ahora bien, el horror que siento no es de índole intelectual; es un horror que hiere directamente el corazón porque la fealdad, la disonancia y lo desagradable son la negación misma de la trascendencia».

Y prosigue: «Hará unos diez años, atormentada por este sentimiento de rabia, pregunté a un importante cardenal que estaba presente a qué obedecería la abominable deriva que, en un país como el nuestro, duele más todavía por la enorme cantidad de parroquias, capillas y catedrales maravillosas edificadas a lo largo de los siglos. Me explicó que se trataba de una tendencia surgida en los años sesenta con la prosperidad económica que llevó a la construcción de nuevas barriadas. Se pensaba que como el hombre moderno pasaba mucho tiempo en fábricas, garajes y otros edificios feos levantados a toda prisa, hacían falta templos que por el estilo del mundo que lo rodeaba para que se sintiera en su casa, sin tener en cuenta que unos lugares así no podían tener otro fruto que un alejamiento progresivo de las realidades que se ofrecían como complementarias a la horizontalidad del mundo».

De todos modos, hay que reconocer que la tendencia de la que habla este desconocido cardenal es consecuencia de la llamada apertura al mundo, del aggiornamento que trajo a la Iglesia el Concilio Vaticano II. Si no se dice esto, no se llega a la raíz del problema. Después, dice Tamaro que ha leído con alegría y consuelo Disegnare il sacro, ensayo publicado recientemente por Christiano Sacha Fornaciari, publicado por la editorial Lindau reivindicando el papel de la luz en el espacio litúrgico cristiano.

Hasta el siglo XX –recuerda el autor– toda época tuvo una arquitectura adecuada a su estilo musical y su teología: la arquitectura románica y el cántico gregoriano se reflejan mutuamente, y «mientras asciende el canto, ayudado por los arcos de medio punto y los grandes ábsides semicirculares, fuentes de luz natural iluminan el lugar donde se anuncia la Palabra de Dios (…) En la catedral gótica todo está ordenado a la total participación emotiva de los fieles».

»¿Y ahora? –se pregunta Susanna Tamaro– ¿A qué dimensión nos transporta la música de estos templos modernos? A la del desaliento: voces en su mayoría incultas, aunque no les falte fervor, que cantan como si estuvieran de acampada; alegres conjuntos juveniles con guitarra y batería que se apagan de repente sin dejar huella en el ánimo de quienes han asistido a la función, salvo tal vez una especie de alegría epidérmica. La dimensión de la fraternidad es sin duda importante, pero cuando la dimensión trascendente se vincula exclusivamente a esto, a la primera crisis, al primer choque con las asperezas de la vida, la fe que se creía poseer se derrite como la nieve al sol».

»La soledad en que vivimos –prosigue– es la soledad del abandono de lo sagrado porque, paradójicamente, la fe en la Encarnación ya no está en condiciones de acompañarnos en una dimensión que nos abra a los interrogantes y nos motive a buscar respuestas a las inquietudes que ontológicamente nos son propias. Aturdidos por las imágenes, convulsionados en un mundo que desconoce las razones profundas de la existencia, y más en unos momentos tan graves como los que atravesamos, ¿cómo es posible reconquistar la estabilidad profunda que nos proporciona la contemplación del misterio?

»Los ecomonstruos cúbicos, las astronaves, las velas de cemento y los campanarios siderúrgicos que, como un cáncer maligno, invaden nuestro país humillando con su agresiva fealdad no sólo a los creyentes sino a todo el que pase nos hablan de la ceguera espiritual de los arquitectos y de la todavía mayor ceguedad de quienes les han encargado el diseño. La naturaleza, con sus formas armoniosas, suscita en nosotros un asombro que nos conduce a las puertas de lo sagrado. Pero la naturaleza jamás tiene en cuenta la rigidez geométrica que se nos ofrece en estas construcciones modernas. Si hay geometría, si hay matemática –y la hay, y mucha, en la naturaleza–, siempre se caracteriza por la armonía.»

Susanna Tamaro cita en su artículo un episodio de la vida de Santa Edith Stein, que siendo filósofa atea entro por casualidad en una capilla y quedó conmocionada ante la visión de una anciana que rezaba sola con la bolsa de la compra a su lado. «Entonces entrevió una frontera invisible: la del fanum, el lugar sagrado, un espacio suspendido en el tiempo donde era posible recogerse un día cualquiera de semana para entablar un diálogo íntimo con la eternidad. Fue el principio de su conversión».

La conversión de Santa Edith Stein recuerda a la del escritor francés Paul Claudel, estudiante incrédulo que vagando por las calles parisinas la Nochebuena de 1886 entró en la catedral de Notre-Dame mientras el coro entonaba el Magnificat. «En aquel momento –recuerda– tuvo lugar un suceso que se convirtió en el eje de mi vida. El corazón se me conmovió y creí. Creí con una fuerza de adhesión tan grande, con tal elevación de todo mi ser, que no quedaba lugar para la menor duda. Desde entonces, ningún razonamiento, ninguna circunstancia de mi agitada vida ha sido capaz de sacudir ni alterar mi fe.

Aquella noche, Paul Claudel comprendió en un abrir y cerrar de ojos y con palpable evidencia que la vida de cada uno de nosotros nos presenta ante los ojos una elección ineludible: el amor infinito de Dios o la condenación eterna. Y nos recuerda: «Me hablaba en concreto a mí, a Paul, y me prometía amor. Pero al mismo tiempo, si no lo seguía, no me planteaba otra opción que la condenación. No hacía falta que me explicara lo que era el Infierno; yo ya había cumplido condena allí. Aquellas pocas horas me bastaron para entender que el Infierno está donde no está Cristo. ¿Qué me importaba el mundo, si me encontraba ante este Ser prodigioso que se me acababa de revelar?» Estas palabras ya nadie las dice: o Cristo o la condenación eterna. Esto también se aplica igualmente a la vida humana y a la sociedad. Y si la armonía de las catedrales antiguas prefigura la belleza del Paraíso, el horror de las modernas nos muestra una vislumbre de la gélida frialdad y la tristeza infinita del Infierno.

ROBERTO DE MATTEI


Son pocos los que animan ya a negar que Bergoglio dejará a la iglesia, cuando su pontificado termine de terminar, en un estado de postración quizás único en toda su historia. Literalmente, y aprovechándose del envión recibido por el Vaticano II, se cargó dos mil años de teología y espiritualidad cristiana. Y no se da cuenta o, en todo caso, no le importa hacerlo.

¿Cómo será entonces esa iglesia post-Francisco? Es un tema en el que vale la pena detenerse a pensar, sabiendo que nos adentramos en el área de las especulaciones y fácilmente podemos equivocarnos.

Para comenzar se impone una reserva. Quien obra en la iglesia es el Espíritu Santo, por lo que las previsiones que podamos hacer tienen siempre un valor muy relativo. Por ejemplo, al Papa lo eligen los cardenales que son asistidos por el Espíritu Santo; sin embargo, ellos son libres de aceptar o rechazar esa asistencia. Cualquier análisis, entonces, que pretenda dar alguna perspectiva sobre el futuro, deberá siempre enfrentarse a las incertidumbres de la acción del Paráclito y de la libertad de los hombres.

La muerte de Francisco se acerca inexorablemente, como se acerca la todos nosotros. Y se acerca también la llegada de su sucesor luego de un cónclave al que todos temen.

Nadie sabe qué saldrá de ese aquelarre escarlata y lo que podamos decir no son más que quinielas. Pero podemos hacer algún análisis de los datos que tenemos, incluyendo a los nuevos purpurados anunciados el último domingo de octubre de 2020. Hay 128 cardenales electores, más de los previstos por la ley canónica. De ellos, 16 fueron creados por Juan Pablo II, 39 por Benedicto XVI y 73 por Francisco. Estos datos dicen algo pero no dicen todo. Estaríamos tentados a dar por sentado que los cardenales que deben su púrpura a Bergoglio votarán en masa por el candidato que unja, con todas las sutilezas del caso, el Papa reinante antes de morir. Pero no necesariamente es así, y una prueba de ello es lo sucedido en el cónclave anterior: no todos los cardenales benedictinos votaron por Scola, el candidato de Ratzinger. Y esto señala la incertidumbre que encierran los resultados, pues por el secreto propio del cónclave no sabemos cómo se mueven allí las fuerzas.

Sin embargo, podemos encontrar alguna pista mirando a reuniones semejantes como los concilios. Y lo que allí vemos es que la masa de obispos se mueve al compás que marca un apretado puñado de líderes. Es decir, las reuniones episcopales se caracterizan por estar compuestas de un número muy reducido de capitostes y una rebaño de borregos. Es cuestión de ver lo que ocurrió durante el concilio Vaticano I, tan bien relatado por O’Malley, o lo sucedido en el Vaticano II, mejor relatado por De Mattei: los obispos entendían poco los temas que se trataban, aplaudían lo que aplaudía la mayoría y votaban a los que más aplausos cosechaban. Y convengamos que esta suele ser la conducta de todas los cuerpos colegiados, desde los consejos académicos de una universidad a la cámara de diputados de la nación, pasando por las reuniones de consorcio de cualquier edificio de mala muerte.

No he hecho, ni ganas que tengo de hacerlo, un análisis detallado de los cardenales nombrados por Bergoglio, pero aventuro alguna hipótesis. Como viejo zorro de la política y sabedor de la mecánica de los cuerpos colegiados, lo previsible es que se haya preocupado de llenar el sacro colegio de borregos, agregando de cuando en cuando algún líder que, llegado el momento, pueda ser elegido él mismo, o bien, ser un king maker. Y creo plausible esta maniobra por dos hechos fácilmente comprobables.

El primero y más universalmente conocido, es que Francisco de ha caracterizado por armar un colegio cardenalicio que posee dos características principales: su mediocridad y su color. Sobre la primera de ellas, remito al artículo de Tosatti, cuya conclusión se puede sintetizar afirmando que los cardenales creados por Bergoglio son apéndices de sí mismo. Sobre la segunda, con la fácil y cuestionable excusa de que en púrpura debe estar representada toda la iglesia, se ha preocupado de hacer cardenal desde el obispo de Toga, una remota y perdida isla del Pacífico hasta, últimamente, al vicario apostólico de Brunei. No conozco a estos prelados y nada puedo decir de ellos, pero el sentido común indica que se trata de personas que pasaron sus vidas en ocupaciones y preocupaciones de una grey reducida y maltratada, y que difícilmente tengan las habilidades que sí tienen los peligrosos lobos vaticanos, a los cuales serán arrojados. Aventuro que con este tipo de cardenales, que son mayoría, ocurrirá lo que ocurrió en los concilios: serán fácilmente amedrentados, o comprados, por los king makers y votarán por quien se les indique.

En cambio, Bergoglio se ha cuidado mucho de hacer cardenales a los titulares de sedes que tradicionalmente fueron ocupadas por la púrpura. Uno de los casos más clamorosos es el de París. Su arzobispo, Mons. Michel Aupetit, cuya nominación fue aplaudida incluso por la FSSPX, sigue sin ser cardenal aunque han pasado ya dos consistorios desde su elección. Y a Aupetit, claro, no le calentaría la cabeza ningún bergogliano en los corredores del cónclave.

¿Qué puede esperarse? Las posibilidades que salga electo algún cardenal cercano a la tradición son nulas. Nadie elegiría, por ejemplo, al cardenal Burke. Y no sé cuán bueno sería que eligieran al cardenal Sarah. A pesar de la campaña que se hizo para convertirlo en papabile en los últimos años, lo cierto es que el Su Eminencia ha dado muestras de tener miedo aún de su propia sombra.

¿Debemos prepararnos para lo peor? Pareciera ser ese el caso. Sin embargo, hay dos factores que considerar. Primero, aunque Francisco elija cardenales a aquellos que le son vergonzosamente fieles, lo cierto es que las fidelidades terminan cuando desaparece su objeto. Como se ha dicho, Bergoglio no participará del próximo cónclave. La muerte disolverá la fidelidad mafiosa al porteño. Y por ese lado, nada está dicho. La segunda es que las instituciones, como los seres vivos, tienen una indestructible tendencia a la supervivencia, y cualquiera sabe que la iglesia, desde un punto de vista puramente humano, no aguantaría otro pontificado como el de Francisco. Más bien lo contrario. No sería raro que la elección se adecuara al movimiento pendular y, para compensar la devastación de los últimos años, se eligiera, por mera cuestión instintiva, a un moderado o conservador, versado en teología y con algún resto de fe católica.

Emociones no nos faltarán.

THE WANDERER

Conferencia Episcopal de Estados Unidos financia al diablo



La Campaña Católica para el Desarrollo Humano (CCHD, por sus siglas en inglés), el programa de justicia social y contra la pobreza de los obispos de Estados Unidos, financia cuatro organizaciones en Nashville (Tennessee), que están en connivencia con el aborto y la ideología transgénero, informa el 15 de febrero el sitio web Lepanto.org.

El peor es el llamado “Proyecto de Dignidad de los Trabajadores” (WDP, por sus siglas en inglés), el cual recibió seis subvenciones de la CCHD desde el 2013, por un total de u$s 245.000. El sitio web Lepanto.org reunió evidencia, incluyendo grabaciones de audio y video, de que WDP está impulsando el aborto y el transgénero en los inmigrantes y trabajadores que se supone debe cuidar:

• WDP respaldó el “Orgullo Nashville” 2017.

• WDP fue incluido como “socio comunitario” en el informe anual 2018 de Tennessee y North Mississippi de la red abortista Planned Parenthood.

• Cecilia Prado, codirectora de WDP, se rodea en Facebook.com de organizaciones a favor del aborto, marxistas y homosexuales (captura de pantalla a continuación).

• La estación de radio de WDP presenta regularmente a ideólogos homosexuales y de Planned Parenthood.

De acuerdo con sus pautas fantasma, CCHD “no” financia organizaciones que contradicen las enseñanzas morales de la Iglesia.

Burke acusa implícitamente a Francisco de mentiroso

GLORIA TV


“El mejor término para describir el estado actual de la Iglesia es confusión, que con frecuencia limita “con el error”, escribe el 15 de febrero el cardenal Raymond Burke en el sitio web LaNuovaBq.it.

Él advierte una negación de la verdad, el pretexto de “no conocerla” y el fracaso de proclamarla. Implícitamente, Burke critica declaraciones de Francisco, tales como la afirmación de que todos los hombres son hijos de Dios y que los católicos deberían referirse a las personas de otras religiones y sin religión como hijos de Dios: “Esta es una mentira fundamental y fuente de la más grave confusión”.

Todos los hombres son creados por Dios, pero solo pueden llegar a ser hijos de Dios en Cristo a través de la fe y el bautismo, explica Burke.

Rechazó la acusación de que “Dios quiere una pluralidad de religiones”, porque Dios ha enviado a Cristo como el único Salvador, y que las otras religiones son “falsas”.

Aquéllos que se aferran a la verdad son “etiquetados como rígidos” y descritos “por los autores de la cultura de la mentira y la confusión como personas pobres y deficientes, personas enfermas que necesitan una cura”, analiza Burke.