León XIV había logrado transmitir en estos primeros meses un aire de serenidad y normalidad. Un estilo sobrio, previsible, sin bandazos ni sorpresas gratuitas. Justo lo que muchos esperaban tras los sobresaltos del pontificado anterior.
Hasta hoy. Porque al nuevo embajador de Estados Unidos, Brian Burch —designado por Donald Trump—, no le recibió el Papa, sino el sustituto de la Secretaría de Estado. Un gesto que rompe esa línea de estabilidad y que, además, resulta difícil de explicar.
La paradoja es elocuente: la Santa Sede recibe sin problema al representante de Bielorrusia, la dictadura más dura de Europa, y sin embargo rehúsa recibir al embajador de Washington, país con el que mantiene una relación histórica y decisiva. Y lo hace, además, el mismo día en que abre sus puertas a un jesuita conocido por sus ataques a la administración Trump. Una provocación gratuita.
El caso resulta aún más chocante si se recuerda quién es Burch: cofundador de CatholicVote, una organización empeñada en algo tan escandaloso como pedir que los católicos voten de acuerdo con su fe. Oh crimen, pretender coherencia entre misa dominical y urna electoral.
El error es mayúsculo porque devuelve la sombra de episodios del pasado reciente: gestos diplomáticos que parecían castigos personales, improvisaciones que confundían a aliados y enemigos. Justo lo que León XIV había prometido superar.
Jaime Gurpegui