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jueves, 24 de enero de 2019

Cardenal Müller: la Iglesia debe reconocer el papel de la homosexualidad en los abusos (Carlos Esteban)



Habla de nuevo el ex prefecto para la Doctrina de la Fe en declaraciones al National Catholic Register insistiendo en que no es sólo el ‘clericalismo’ la causa de los escándalos de abusos que asolan la Iglesia.

Reducir la raíz de la crisis de encubrimiento de abusos sexuales a un difuso ‘clericalismo’ sin atreverse a menciona siquiera el evidente papel que desempeña la homosexualidad activa en una mayoría de los perpetradores de abusos -en más del 80% de los casos denunciados la víctima era un varón pasada la pubertad- es un modo de negarse a ver las verdaderas razones de la crisis. Lo hemos repetido muchas veces en estas páginas, y ahora insiste en ello el cardenal alemán Gerhard Müller, ex prefecto para la Doctrina de la Fe, defenestrado por Francisco.

Además, añade Müller, quienes insisten en esta explicación única tienen una agenda concreta que quieren avanzar con el pretexto de la crisis y que incluye, entre otras cosas, cambiar la moral sexual de la Iglesia y acabar con el celibato sacerdotal, un asunto que se abordará este año en el Sínodo de la Amazonía.

Para empezar, esa insistencia en el ‘clericalismo’ es “muy injusta con Jesús”, asegura el cardenal, “que dio a los apóstoles y obispos poder y autoridad espiritual”. No, la mayoría de los abusos que han copado los titulares de la información religiosa desde el pasado verano “no se deben al Sacramento del Orden, sino a la incontinencia sexual, a una falsa concepción de la sexualidad que no respeta el Sexto Mandamiento”. Y se pregunta retóricamente: “¿Dónde aparece escrito en la Biblia o en algún libro sobre el sacerdocio o en los Padres de la Iglesia que si uno es sacerdote está eximido de la moral? Al revés, debe dar un buen ejemplo”.

Si el clericalismo puede ser una causa remota, subraya Müller, no va a solucionarse ignorando la más próxima y evidente, la penetración del homosexualismo en el clero, y es vital que se reconozca ésta para que haya alguna esperanza de que de la reunión episcopal del próximo mes salga algún remedio eficaz a la actual situación. 

Müller establece la distinción obvia entre atracción y acto, citando el libro de Daniel Mattson, ‘Por qué no quiero que me llamen gay’, cuya versión italiana presentó el propio cardenal. La atracción homosexual no puede en ningún caso justificar los actos homosexuales de modo análogo a como la atracción sexual normal no justifica la práctica sexual con otra persona que no sea tu cónyuge. “No necesitamos una nueva interpretación de esta doctrina sino, más bien, mayor obediencia a la palabra de Dios”, sentencia Müller.

Habla el ex prefecto de otra plaga que ha invadido la Iglesia, la de pensar en exclusiva siguiendo criterios mundanos, como cuando el cardenal arzobispo de Chicago, Blase Cupich -encargado por el Papa para organizar la reunión del próximo mes- estableció una rígida distinción entre abusos y una relación homosexual consentida entre dos sacerdotes o un sacerdote con un laico. “El pecado es el pecado, aunque las circunstancias puedan agravarlo o mitigarlo”, dice.

Pero la crisis que padece la Iglesia va mucho más allá de los escándalos, es de raíz teológica. Los teólogos pueden diferir en estilo e incluso en algunos extremos disputados, pero hasta ahora tenían clara la base de sus argumentos: Escritura, Tradición y Magisterio. Ahora, esa base parece tambalearse.

“Por ejemplo, algunos hablan de la reforma de la Curia, pero no todo el mundo tiene una idea de cuál es la posición teológica y eclesiológica de la Santa Iglesia Romana, con el Papa a la cabeza”, señala Müller. “¿Qué es el Colegio de Cardenales? Es una representación de la Iglesia, un ‘presbyterium’ o sínodo del Papa para su misión universal”.

El dogma se relativiza y lo distintamente sobrenatural se ignora, nuestro destino eterno que da pleno sentido a nuestra vida sobre la tierra. “Tengo la impresión de que casi todos creen en la vida eterna, pero más bien como un consuelo frente a la muerte, mientras que otros no la consideran relevante para su propia vida”, se lamenta el cardenal. “En su concepción, Dios está siempre impartiendo misericordia, pero ése no es el Dios de la revelación de Jesucristo. Es proyección de sus propios deseos”.

En última instancia, hay un conformarse a la opinión del mundo, a las modas ideológicas del siglo. Pero pertenecer a Cristo “es una cruz, que exige penitencia y cambio de vida, obediencia a los mandamientos. Algunos prefieren un Dios blando”.

Carlos Esteban

Francisco llama “muros del miedo” al que separa EE UU de México



Una vez más, Francisco ha cargado contra las fronteras en el vuelo que le lleva a Panamá. Son, dice, fruto del miedo que enloquece a los hombres. Pero el temor es a menudo un instinto útil y necesario.

“Es el miedo lo que te vuelve loco”, ha dicho Su Santidad, respondiendo a una pregunta sobre el muro fronterizo entre Estados Unidos y México, en la rueda de prensa en vuelo hacia Panamá, donde empieza la Jornada Mundial de la Juventud. Y ha añadido: “Son los muros del miedo, como escribe L’Osservatore Romano en el editorial de Monda, que hay que leerse”.

Que a Francisco le obsesiona la inmigración masiva es un dato que todo el mundo conoce; que sus tesis alcanzan un maximalismo sin límites, no distinguiendo de números o condición, también. De hecho, es un asunto que ha tratado bastante más a menudo que otros que preocupan a muchos católicos en estos momentos de confusión, crisis y escándalos en la Iglesia, o incluso que temas que uno pensaría más acordes con su cargo.

Su postura de defensa a ultranza de una inmigración masiva es, de hecho, uno de los puntos en los que se está abriendo una sima entre los fieles y la jerarquía -que le sigue en esto como un solo hombre-, muy especialmente en Italia, donde la mayoría de quienes se consideran católicos practicantes apoyan la política restrictiva de su ministro del Interior y líder de la Liga, Matteo Salvini.

La postura que el Papa y los obispos presentan, cada vez más, como la única aceptable para un católico choca, sin embargo, con lo que teólogos y pontífices anteriores han enseñado sobre una noción que solo es simple en la mente de Su Santidad. Y la defiende con frases breves como la que puede leerse arriba y que muchos podrían calificar de simplista.

Sí, el miedo puede enloquecer, como cualquier otra pasión humana llevada a la exageración. Pero si defender las propias fronteras es indicio de un miedo ‘enloquecedor’, entonces habría que aplicar el mismo argumento contra los que cierran la puerta de su casa o la de su coche, es decir, prácticamente todo el mundo.

Hay argumentos para denostar las fronteras como los hay para defenderlas. Pero lo que parece transmitir Francisco es una noción de la humanidad prelapsaria, donde basta un poco de buena voluntad para que todo salga bien.

¿Quién no querría vivir en un mundo así? Pero la virtud de la sabiduría nos enseña que no es el caso, que el Pecado Original sigue funcionando como el primer día, y la virtud de la prudencia nos conmina a actuar en consecuencia. No es locura timorata cerrar la puerta de casa, y tampoco lo es necesariamente controlar quién entra -y cuántos- en tu país.

Es esperanzador tener un Papa que nos anime a superar el miedo. “No temas” -y sus variantes- se repite, dicho por Dios o por sus enviados, 365 veces a lo largo de las Escrituras, y “No tengáis miedo a Cristo” fueron las primeras palabras de Juan Pablo II. Pero el miedo existe por una razón, y a un temor perfectamente saludable y que, de hecho, nos ha permitido sobrevivir como especie hasta ahora. Es el que se basa en una justa y adecuada valoración del peligro y que empuja a tomar medidas para contrarrestarlo.

Es el mismo peligro que el Papa parece no ver, el mismo que se niega resueltamente a ver aspectos oscuros en el Islam que para casi todos los demás son evidentes. De entrada, para las organizaciones que informan sobre la persecución de los cristianos, que sobreabunda precisamente en países musulmanes.

Carlos Esteban