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lunes, 10 de febrero de 2025

Trump y el espinazo de la modernidad



Parece que el presidente Trump nos despierta cada día con alguna nueva iniciativa, cada una más sorprendente que la anterior, desde la eliminación de organismos de subsidios turbios y la deportación de inmigrantes ilegales a la creación de un departamento de eficiencia gubernamental (un oxímoron donde los haya) o la marcha atrás en temas de transexualidad. Sus iniciativas y planes, además, no se limitan al interior de los Estados Unidos, sino que afectan a lugares tan dispares como Groenlandia, Gaza, Canadá, México o Panamá.

Sus enemigos políticos no esperaban esta vorágine de medidas y la nueva situación les ha pillado con el pie cambiado. Lo que más me interesa a mí, sin embargo, es la reacción de los católicos. Algunos están (con cierta razón) encantados con Trump y consideran desleal o desagradecido oponerle cualquier crítica. Otros (también con cierta razón) se empeñan en señalar que, en muchas cosas, las políticas de Trump y su conducta personal se apartan considerablemente de la moral católica, por lo que cualquier católico debe condenar públicamente al personaje.

A pesar de tener ambos su parte de razón, como ya he dicho, creo que ni unos ni otros aciertan en el diagnóstico general. Y tampoco lo hacen los que piensan que la verdad está en el término medio. Lo cierto es que la importancia de Trump no está en sus políticas concretas, algunas de las cuales son estupendas y otras absurdas o inmorales. Es necesario ir más allá. Lo importante de Trump es que es una señal, un signo de victoria que, de un solo golpe, ha roto el espinazo de la modernidad.

Me explico. La esencia de la modernidad, su ideología fundamental o, mejor dicho, su religión oficial es el progresismo. Se trata de una religión implícita e inconsciente para la gran mayoría de sus adeptos, pero no por eso menos real. Esa es la razón por la que izquierdas y derechas, conservadores o progresistas, ecologistas o nacionalistas, a la postre coinciden en promover o al menos conservar siempre el progresismo. Sus diferencias son meramente de detalle, envoltorios distintos para atraer a los diversos grupos o velocidades diferentes en una misma y única dirección.

El progresismo, a su vez, tiene un único dogma fundamental, que es el progreso continuo: lo nuevo siempre es mejor que lo viejo, hoy siempre es mejor que ayer, los hijos siempre saben más que los padres y los nietos más que los hijos. Eso es lo determinante y no los detalles. En concreto y en cada momento, lo “progresista” puede ser cualquier cosa e incluso lo contrario que lo progresista de ayer, porque lo que importa no es la cosa en sí, sino el mero hecho de ser lo nuevo, de ser un progreso, de diferenciarse del pasado.

La modernidad considera que, por su propia naturaleza, ese progreso es imparable e irreversible. A fin de cuentas, ¿quién querría retroceder, involucionar y volver al pasado, que es la suma de todos los males? Solo un loco o un malvado y esas son las categorías en las que se encuadra a cualquiera que rechace el último progreso inventado hace tres días. Los locos y los malvados enemigos del progreso deben ser, y generalmente son, acallados y marginados de la sociedad, de las instituciones y de todos los grupos sociales (incluidos los religiosos) implacablemente.

La mejor muestra de lo debilitado moral e intelectualmente que está Occidente es que durante décadas y décadas ha soportado este despropósito irracional y evidentemente manejado (o al menos aprovechado) por élites sin escrúpulos. Lo mismo, pero de forma más sangrante aún, se puede decir de una gran parte de los católicos, incluida la jerarquía, que se han rendido con armas y bagajes a la religión anticatólica del nuevo imperio mundial y le ofrecen alegremente incienso en toda ocasión. Como la clase política, unánimemente progresista, se ha asegurado además de debilitar también la familia, que era el otro ámbito de resistencia que quedaba, el dominio de la modernidad y su religión oficial ha sido casi absoluto durante toda mi vida.

En los últimos cincuenta o sesenta años no ha habido verdadera resistencia contra el progresismo, porque prácticamente el mundo entero se ha rendido o se ha pasado con entusiasmo al bando progresista vencedor. Inesperadamente, sin embargo, el más insólito campeón se ha presentado a hacer batalla: un setentón amigo del dinero, de moralidad dudosa, muy dado a las fanfarronadas y, además, con un historial político reducido y bastante decepcionante. En su contra, la práctica totalidad de la clase política mundial, la práctica totalidad de los medios de comunicación y, en apariencia, la práctica totalidad de la población de Occidente.

Más inesperadamente aún, el campeón setentón ha vencido arrolladoramente y, en vez de desaprovechar su victoria como hizo la vez anterior, la ha emprendido a mandoble limpio contra el edificio progresista en su país como si no hubiera mañana. Diversos “progresos” que parecían intocables y nadie se atrevía a cuestionar seriamente, sobre diversidad, transexualidad, multiculturalidad, fronteras abiertas y otros, han sido borrados de la faz de la tierra con una simple firma. Esto es un golpe terrible no tanto por su materialidad, porque las conquistas progresistas son legión y su eliminación requerirá décadas o siglos, sino por su carácter de signo visible: el progresismo, lejos de ser irreversible, se derrumba a poco que se le haga frente. Es posible y conveniente volver atrás en muchas cosas, en las que el camino tomado era claramente erróneo. El rey estaba desnudo, el gigante tenía los pies de barro y su aura de invencibilidad ha desaparecido, porque un estrafalario político norteamericano ha bailado sobre sus ruinas. El espinazo de la modernidad se ha roto.

En efecto, las fuerzas progresistas, al menos por el momento, parecen estar en desbandada y, para mayor humillación, se ha demostrado que su poder necesitaba apoyarse en una tupida trama de subvenciones ocultas. Sin ellas no tienen ninguna fuerza. Sin la percepción de que es invencible y cuando se corta el caudal interminable de dinero, el progresismo se disipa como un mal sueño. Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo; las mujeres reparten el botín.

Algo parecido han conseguido otros campeones menores, como Miléi, Bukele, en menor medida Orban y alguno más, cada uno a su estilo. La mayoría de ellos con grandes defectos personales o en cuanto a sus políticas concretas. De hecho, al igual que Trump, todos están más o menos infectados de progresismo, porque apenas hay nadie hoy que no lo esté. Por eso no hay nada de extraño en que muchas de sus políticas sean erradas, disparatadas o inmorales. ¿Cómo no van a serlo, si también ellos son progresistas? Pero lo importante es que, ellos también, han mostrado en sus países que el progresismo ateo, relativista, inmoral y anticatólico no es irreversible. No lo es y ese pequeño triunfo basta para cambiarlo todo.

Aunque sea doloroso, hay que señalar que, debido a la postración actual de la Iglesia, ninguno de esos campeones es católico. Hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. Por eso el campeón de la lucha contra el progresismo no ha podido ser un San Luis, un Carlomagno y ni siquiera un Constantino, porque de haberlo sido se habría tenido que enfrentar con toda probabilidad a la misma jerarquía católica. Tampoco ha podido serlo un gran teólogo, un San Agustín o un Santo Tomás. Porque nos lo merecemos, Dios nos ha dado la humillación de que los vencedores hayan sido otros, cuando era a la Iglesia a la que le tocaba por vocación liderar la lucha contra la hidra progresista y anticatólica. Como consuelo podemos fijarnos en que varios de los colaboradores cercanos de esos líderes son católicos, pero en conjunto, hay que reconocerlo, el catolicismo no ha estado a la altura.

En cualquier caso, el colmo de lo inesperado es que gran parte de la población norteamericana parece estar encantada con lo que está haciendo Trump, al igual que sucede, mutatis mutandis, en El Salvador, Argentina, Hungría et al. Y también en la población de otros países que mira a estos con apenas disimulada envidia. La reacción más frecuente ha sido el alivio: ya no hay que fingir que uno cree cien cosas imposibles y absurdas antes del desayuno, que los hombres son mujeres y las mujeres hombres, que la emergencia climática acabará con todos nosotros a pesar de que las predicciones al respecto no se cumplen nunca, que los delincuentes son honrados y los hombres honrados son el problema, que todo lo antiguo fue malo y todo lo nuevo es bueno por el hecho de ser nuevo, y un larguísimo etcétera. Lejos de ser algo inevitable e irrefutable, la cosmovisión progresista es claramente absurda y contradictoria y solo se puede mantener en el cerebro a base de una vigilancia política, legal, mediática y moral constante. Cuando la vigilancia cesa, los hombres normales rechazan ese absurdo.

Todo esto, sin embargo, no es la victoria, sino más bien un punto de inflexión en la batalla. Ni Trump ni sus versiones en otros países son en ningún sentido soluciones permanentes ni la victoria final puede venir de meras políticas humanas. Lo que se ha producido es, simplemente, un toque de trompeta esperanzador, que nos anuncia que no hace falta seguir huyendo, que la bestia no es invencible, que la victoria es posible y, para nosotros los católicos, que la fe y la moral de la Iglesia no son una carga obsoleta y oscurantista de la que convenga desembarazarse. Nada más y nada menos que eso.

Queda saber cómo vamos a reaccionar más allá del alivio inicial. El progresismo parece estar en desbandada, pero no sabemos si esta situación durará. ¿Retomaremos la iniciativa que hace tanto tiempo que habíamos perdido? ¿Aprovecharemos la victoria del insólito campeón norteamericano y sus no menos insólitos adláteres de otros países? ¿Osaremos dar el golpe de gracia a la bestia herida y, al menos por el momento, paralizada? ¿O seremos lo suficientemente estúpidos como para desaprovechar la ocasión, dejando que el progresismo se convierta de nuevo en el amo de Occidente? Hemos probado la libertad, ¿volveremos a la esclavitud de una ideología inhumana e irracional? Ante todo, ¿sabrá la Iglesia recuperar convicción de que solo Cristo tiene palabras de vida eterna y de que sus palabras no pasarán? El tiempo lo dirá.

Bruno Moreno

domingo, 27 de agosto de 2023

En palabras de Spadaro el peor modernismo

CHIESA E POST CONCILIO


En palabras de Spadaro, la escoria del peor Modernismo que ha estado plagando a la Iglesia durante más de un siglo emerge como si se revolviera en un charco de aguas residuales. Ese Modernismo nunca fue erradicado definitivamente de los seminarios y universidades autodenominadas católicas, a las que una secta de herejes y extraviados ha erigido el tótem del Concilio, reemplazándolo por dos mil años de Tradición.

Hasta hace algún tiempo, esta "síntesis de todas las herejías" intentaba hacerse presentable no manifestando su carácter anticristiano, que sin embargo le era consustancial: todavía existía el riesgo de que algún prelado vagamente conservador y aún no plenamente comprometido con la causa podría darse cuenta de su peligro intrínseco. Ciertamente, la divinidad de Cristo era considerada una ilusión que surgía de la necesidad de lo sagrado de la "comunidad primitiva", sus milagros eran exageraciones, sus palabras metáforas; en cambio, "no había grabadoras", como dijo Arturo Sosa, Superior General de la Compañía de Satán.

Hoy, protegidos por un jesuita que, violando la Regla de San Ignacio, ocupa la Sede de Pedro, los peores seguidores de esta secta se sienten libres de desatar sus desvaríos y llegar, en un frenesí infernal, a blasfemar a Jesucristo, ya hecho el objeto de inquietantes epítetos por parte de Bergoglio. "Jesús se hizo serpiente, se hizo diablo", dijo hace un tiempo el argentino [ ver ].

Se hace eco de él Spadaro, quien con la arrogancia de quien se cree impune se atreve a definir a Nuestro Señor como «enfermo y prisionero de la rigidez y de los elementos teológicos, políticos y culturales dominantes de su tiempo», «indiferente al sufrimiento, enojado e insensible; irrompiblemente duro; teólogo despiadado; burlón e irrespetuoso; cegados por el nacionalismo y el rigor teológico". Es inútil explicar a estas mentes enredadas lo que los Santos Padres han enseñado sobre el paso evangélico del cananeo: están interesados ​​en mantener en alto sobre su pedestal el ídolo del Vaticano II; y poco importa si para defender sus errores tienen que pisotear al Hijo de Dios, ofendiéndolo y blasfemándolo como ni siquiera los peores heresiarcas del pasado se habían atrevido a hacerlo.

La de Spadaro no es una simple provocación -algo ya de por sí inaudito- sino la manifestación, la epifanía, como la llamaría algún "teólogo" de Santa Marta, de una contraiglesia con sus falsos dogmas, sus preceptos mendaces, su predicación engañosa, sus ministros corruptos y corruptores. Una contraiglesia proclive al Anticristo, a todo lo que represente la negación y el desafío del Señorío de Dios sobre el hombre. Orgullo. Orgullo luciferino. Orgullo que no conoce límites ni frenos.

La secta que eclipsa a la Iglesia de Cristo ya no se esconde: se muestra y pretende sustituir definitivamente a la verdadera Iglesia, muestra sus ídolos y exige que sean adorados, al precio de negar al mismo Salvador, refutar su divinidad, juzgar su acciones, disputa tus palabras.

Pero si los simples ya han comprendido que el precio de este ὕβρις es νέμεσις, casi todos los Pastores – Cardenales, Obispos, sacerdotes – se vuelven y miran hacia otro lado. Saben bien que su cobardía, su conformismo, su deseo de no parecer retrógrados los hicieron corresponsables de esta revolución infernal, que podrían haber detenido en su momento; pero como también ellos participaron durante sesenta años en el culto del Concilio, prefieren continuar el camino emprendido hacia la ruina de la Iglesia y de las almas, antes que detenerse y volver al punto donde se han desviado. Así terminan prefiriendo el triunfo de los malvados -y con ello la difamación blasfema de Jesucristo- a la humilde admisión de estar equivocados. Prefieren que se diga que Nuestro Señor se equivocó,

La medida está plena y ha llegado el momento de elegir de qué lado tomar. Con Bergoglio y Spadaro, con el Sínodo sobre la Sinodalidad [ ver ], con una iglesia humana y falsa esclavizada al Nuevo Orden Mundial, o con Dios, Su Iglesia, Sus Santos. Y si lo miramos más de cerca, ya resulta inaudito tener que plantear la hipótesis de que los católicos –no me refiero a sacerdotes o prelados– puedan considerar posible tener una opción.

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
27 de agosto de 2023
Domingo XIII Post Pentecostés

domingo, 6 de agosto de 2023

Juan Pablo II y la Teología del cuerpo – Un estudio del Modernismo



Al igual que Blondel y de Lubac descubrieron el “auténtico cristianismo” con 2000 años de retraso, así Karol Józef Wojtyla (el papa Juan Pablo II) descubrió la “auténtica sexualidad cristiana” para la Iglesia a los 2000 años de su existencia.(1)

Introducción a la Serie de artículos

La «Teología del cuerpo» es una invención de Karol Józef Wojtyla, conocido por la historia como el papa Juan Pablo II. (2)

Los temas principales de la nueva filosofía y teología propias de Wojtyla acerca de la dimensión corporal del amor humano, el sexo, la sexualidad, el matrimonio y el celibato se gestaron y tomaron su forma concreta a través de un largo período que empezó incluso antes de su ordenación sacerdotal en 1946 y continuó cuando fue hecho obispo auxiliar y luego el Cardenal Obispo de Cracovia, Polonia (1958-1978).

El 5 de septiembre de 1979, cuando no llevaba todavía un año de pontificado, Juan Pablo II, en su audiencia general de los miércoles, pronunció el primero de ciento veintinueve discursos basados en los textos revisados de un libro suyo, ya publicado, acerca de la Teología del Cuerpo(TDC). Seis discursos basados en el Cantar de los Cantares se habían preparado, pero nunca vieron la luz del día por ser considerados demasiado delicados para un público juvenil. El último discurso del papa acerca de la Teología del Cuerpo se pronunció cinco años más tarde, el miércoles, 28 de noviembre de 1984.

Como obra catequética, la Teología del Cuerpo es antropocéntrico, esto es, centrado en el hombre, a la vez que personalista, acorde al tema central del Concilio Vaticano Segundo y el estilo filosófico personalista y fenomenológico propio de Wojtyla.

Desde un punto de vista católico, el mismo nombre «teología del cuerpo» es problemático.

Teología [del griego theós, que significa Dios, y logos que significa discurso], en todas sus formas, se centra en Dios y sus atributos, en todo lo divino, las verdades reveladas y temas de fe, pero no, propiamente, en el hombre.

En lo que se refiere al cuerpo humano, el hombre es uno. Está compuesto tanto por un alma espiritual y racional como por un cuerpo material que da al hombre su identidad corporal. El alma inmortal e intelectual, infundida al cuerpo en el momento de la concepción, es el principio substancial que informa al cuerpo y le da vida. El cuerpo sin el alma es inerte, un cadáver.

¿Cómo puede existir, entonces, una «Teología del Cuerpo»?

Es una pregunta difícil, aunque sólo es uno de tantas preguntas que el autor (Wojtyla) y sus partidarios se han esforzado en responder en defensa de un «nuevo» «desarrollo» «revolucionario» en la enseñanza sexual católica al que llaman la «Teología del Cuerpo».

El hecho de que la Teología del Cuerpo sea difícil de leer y aun más difícil de entender es algo en que están de acuerdo tanto los adeptos como los detractores de la obra de Wojtyla.

De hecho ha dado lugar a un pequeño negocio de alcance mundial que tiene como su única finalidad la de explicar y divulgar esta nueva teología entre los laicos tanto católicos como no católicos, el clero y los religiosos. Aun no ha llegado el día en que los que rinden culto a Juan Pablo II se den cuenta de que la razón por la que los escritos de Juan Pablo II son difíciles de comprender probablemente sea porque no son católicos, o quizá sea más justo y más preciso decir que en lo que sus escritos tienen de originales, no son católicos y en lo que tienen de católicos, no son originales.

Dadas ciertas complejidades inusuales y la naturaleza multifacética de la controversia de la Teología del Cuerpo (TDC), el autor ha elegido un formato de pregunta y respuesta para proporcionar una visión más clara de los temas críticos que se han de tratar.

Iª Parte

Los orígenes de la Teología del Cuerpo

¿Cuándo se hizo pública, por primera vez, la Teología del Cuerpo (TDC) de Wojtyla?

El manuscrito original que versa sobre la TDC y recopila el trabajo de Wojtyla se publicó en italiano bajo el título Uomo e donna lo creó: Catechesi sull’amore umano (Hombre y mujer los creó: una catequesis sobre el amor humano) antes de su elevación al papado en 1978. (3) Después de que fue nombrado papa, Juan Pablo II dio una versión revisada de sus propias charlas, en pequeños fragmentos, en las audiencias generales de los miércoles desde el otoño de 1979 hasta el otoño de 1984, con tan sólo unas pocas interrupciones, muy oportunas. El título alternativo de su obra, Teología del Cuerpo, lo puso el mismo papa.

El primer ciclo de charlas acerca de la TDC de Juan Pablo II, que llevaba por título «Lo que se quiere decir con ´Comienzo,´» basado en los dos relatos del Génesis y que versaba sobre la indisolubilidad del matrimonio, se dio el 5 de septiembre de 1979, un año antes del inicio de Sínodo de obispos en Roma acerca del Papel de la familia cristiana en el mundo moderno de 1980.

¿Existe más de una traducción de la TDC al inglés?

Sí. La primera traducción al inglés la publicaron las Hijas de San Pablo en el año 1997. Esta traducción se hizo a partir de un texto obtenido en las oficinas del periódico vaticano L’Osservatore Romano en las que se traducen y publican la versión inglesa de los discursos del papa después de las pronuncie. En el caso de la TDC, el gran número de traductores, cada uno en un estilo distinto, dio lugar a muchas inconsistencias entre las versiones.

En el año 2006, Michael Waldstein trajo a la luz una traducción inglesa, nueva y mejorada, del libro Hombre y mujer los creó – Una teología del cuerpo basada en el texto en lengua polaca de Wojtyla que contenía un sistema de títulos originales de cada capítulo además de seis charlas adicionales que nunca se habían publicado más que en lengua polaca. (4) Waldstein es un personaje central en cualquier conversación sobre la TDC. Es el presidente y fundador del Instituto Teológico Internacional para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia en Gaming, Austria. Se creó este centro de estudios a petición de Juan Pablo II.

¿La TDC hunde sus raíces en las primeras ideas y escritos de Wojtyla sobre la sexualidad humana?

El 11 de Mayo de 2006, el Papa Benedicto XVI, dirigiéndose a los que formaban parte del Instituto para Estudios sobre el Matrimonio y Familia, reconoció que:La idea de "enseñar a amar" ya era propia de Karol Wojtyla cuando era un sacerdote joven y después le llenaba de vigor, como joven obispo, cuando se enfrentaba a los momentos difíciles que llegaron al publicar la profética encíclica, que llegó justo a tiempo, de mi predecesor Pablo VI, "Humanae Vitae". Esa fue la circunstancia que le hizo comprender la necesidad de emprender un estudio sistemático de este tema.

En su ensayo «El misterio del ‘Amor Justo'», John T. Crosby, profesor de filosofía en la Universidad Franciscana de Steubenville, Ohio, y un proponente de la TDC, afirma que «Karol Wojtyla ha albergado una afinidad especial hacia el amor entre el hombre y la mujer desde los primerísimos días de su ministerio sacerdotal» y que «demostró una habilidad inusual para reflexionar» sobre este amor. (5) Crosby cita del libro de Juan Pablo II Cruzando el umbral de la esperanza:Como sacerdote joven aprendí a amar al amor humano [esto es, el amor entre el hombre y la mujer]. Este ha sido uno de los temas fundamentales de mi sacerdocio. . . . Si uno ama el amor humano, naturalmente surge la necesidad de dedicarse completamente al servicio del 'amor justo,' pues el amor es justo, es bello. (6)

Crosby afirma que el primer libro de Wojtyla, Amor y Responsabilidad, nacido de su experiencia pastoral con parejas jóvenes, es un estudio profundo y original del «amor justo». (7)

¿Cuándo se escribió Amor y responsabilidad?

Amor y responsabilidad se tomó de una serie de charlas, dirigidas a universitarios, que se centraban en la moral sexual católica, relaciones conyugales, castidad y ética sexual dadas por Wojtyla en 1958 y 1959 en la Universidad Católica de Lublin (KUL), siendo obispo auxiliar de Cracovia. En 1960, se publicó la primera edición de Amor y responsabilidad en lengua polaca con el título Matos I Odpowiedzialnosc por el TNKUL (Sociedad Intelectual de la Universidad Católica de Lublin). Las ediciones en francés e italiano se publicaron en 1965, pero la versión inglesa no vio la luz hasta 1981. (8)

¿Cuál fue el impacto que tuvo Amor y responsabilidad sobre la TDC?

Tuvo un impacto grande en la TDC. Como afirmó Juan Pablo II, la filosofía y los temas básicos de la TDC vieron su origen en Amor y responsabilidad, además de algunos de sus escritos anteriores como Persona y acto. (9) Amor y responsabilidad incluye las ideas iniciales de Wojtyla acerca del valor sexual del cuerpo, el matrimonio, el adulterio, la castidad, la continencia, el celibato y, por encima de todo, el valor y la supremacía de la «persona». El mismo título que escogió Wojtyla para la obra, Amor y responsabilidad, preconizó la naturaleza radical de sus futuras catequesis sobre el sexo y el matrimonio, esto es, la Teología del cuerpo.

El título, Amor y responsabilidad, señaló, además, el inicio de un ataque encubierto a las enseñanzas tradicionales de la Iglesia acerca de los fines primarios del matrimonio, a saber, la procreación y la educación de los hijos y la formación de una familia (un principio que Wojtyla no veía con buenos ojos puesto que estimaba que tal elemento devaluaba el amor conyugal) para dar mayor importancia a las «relaciones interpersonales,» la «integración», «amor» y «responsabilidad.»

¿Cuál es el fundamento filosófico de Amor y responsabilidad?

Amor y responsabilidad representa uno de los primeros intentos de Wojtyla de «casar» la escolástica tradicional de Santo Tomás de Aquino con las filosofías seculares modernas(modernistas), en particular la de Max Scheler, un discípulo de Edmund Gustav Albrecht Husserl, el padre de la fenomenología. (10) Es un secreto a voces que aun cuando era un joven seminarista, Wojtyla encontró carencias en la escolástica y mantenía la esperanza de desarrollar un sistema filosófico y ético nuevo que incorporara la objetividad del tomismo con el personalismo y el subjetivismo humano del Schelerismo — un sistema que era más adecuado para las exigencias y problemas de esa criatura mítica salido de Gaudium et Spes, a saber, «el hombre moderno». (11)

¿Salió bien este intento de «casar» tales ideas?

¡De ninguna manera! ¿Cómo podría salir bien?

Las pasiones intelectuales de Wojtyla se decantaban claramente a favor de Scheler en detrimento de Santo Tomás.

En este cruce de caminos, viene a la mente el aviso de San Pablo acerca de los que «cerrarán sus oídos a la verdad y se volverán a los mitos», (12) y la de San Pío X, quien, en su encíclica Pascendi de 1907, relacionó la afinidad de los modernistas por las novedades filosóficas y teológicas con su odio a la escolástica, y señaló que «no hay señal más segura de que un hombre está en camino hacia el modernismo que cuando empieza a mostrar su aversión por este sistema». (13)

Wojtyla sabía que no debía atacar directamente al tomismo, pero sí intentó eludirlo.

Estas observaciones y críticas a Wojtyla y a sus primeros escritos son validadas, aunque indirectamente, incluso por los promotores de sus obras.

El P. Richard N. Hogan, discípulo de Juan Pablo II, aunque reconoce la contribución de las tradiciones tomista y agustiniana que parten de la existencia de Dios y son «objetivas, deductivas y basadas en principios«, sin embargo cree que nuestra «cultura moderna» exige que, ahora, las verdades de la fe deben ser reveladas por nuevos caminos que son «principalmente subjetivos, inductivos y experienciales«. (énfasis añadido) (14) Hogan destaca la contribución de Wojtyla en este sentido:La dificultad, sin embargo, estriba en tomar las "joyas" de la fe... y presentarlas de un modo nuevo a través de un nuevo sistema filosófico, sin cambiar el contenido de estas "joyas". Necesitamos otro genio, otro San Agustín, otro Santo Tomás, que haga por nuestra era lo que cada uno de estos santos hizo por la suya. Juan Pablo II es otro Santo Tomás, otro San Agustín.

Wojtyla vio que la fenomenología proporcionaba una manera de volver a vincular las normas éticas a la realidad.... A pesar de las críticas que Wojtyla hizo a la obra de Scheler, vio que el uso que éste hacía de la fenomenología proporcionaba una poderosa herramienta para el estudio de la ética cristiana. Si las normas cristianas enseñadas por la Revelación pudieran entenderse como normas interiores, es decir, si estas normas pudieran percatarse a través de la experiencia, dejarían de tener el carácter de leyes externas impuestas desde fuera (el énfasis es nuestro). Además, se podría hablar de estos valores de una manera subjetiva, adecuada al mundo moderno. (15)

Como informó Zenit News, el 22 de marzo de 2003, unos cuarenta y tres años después de escribir Amor y responsabilidad, Juan Pablo II elogió tanto a Husserl como a Scheler en una recepción en el Vaticano para los delegados del Instituto Mundial de Fenomenología, con sede en Estados Unidos. El Papa dio gracias a Dios por haberle permitido participar en la «fascinante empresa» que supuso la investigación y el desarrollo de las obras de Scheler, desde sus años de estudio y enseñanza e incluso más tarde, «en las sucesivas etapas» de su vida y de su ministerio pastoral.

Al perfilar la fenomenología como «sobre todo, un estilo de pensamiento, una relación intelectual con la realidad, cuyos rasgos esenciales y constitutivos se espera captar, evitando prejuicios y esquematismos«, el Papa terminó su discurso describiendo la fenomenología como «una actitud de caridad intelectual hacia el hombre y el mundo y, para el creyente, hacia Dios, el principio y fin de todas las cosas» (el énfasis es nuestro). (16)

¿Fue muy leído en Estados Unidos Amor y responsabilidad cuando se publicó en inglés en 1981?

Al aparecer más de veinte años después de la edición polaca, el libro probablemente pasó desapercibido para la mayoría de los laicos católicos, aunque es posible que gozara de cierta popularidad en ciertos círculos académicos católicos y entre clérigos, religiosos y seminaristas.

¿Cuándo se leyó Ud. Amor y responsabilidad?

Lo leí por primera vez en el año 1981, poco después de que se tradujera al inglés. La nueva edición incluía algunos elementos adicionales que no estaban presentes en el texto original de Lublin de 1960, como una nueva introducción de Karol Wojtyla, ahora sentado en la Cátedra de San Pedro como Juan Pablo II; algunas referencias a la encíclica Humanae Vitae publicada por el Papa Pablo VI el 25 de julio de 1968; un estudio adicional sobre sexología y ética sexual; y unas «notas» en las que el Papa remite a sus obras anteriores, especialmente Persona y acto.

El libro fue un «regalo» de un amigo de muchos años, un sacerdote tradicionalista, que se sintió tan angustiado después de leerlo que lo tiró a la papelera, pero, pensándoselo mejor, lo sacó y me lo envió. Al igual que a él, a mí también me inquietaron muchos aspectos del libro.

Brevemente, ¿qué aspectos concretos de Amor y responsabilidad le inquietaron?

Pues, incluso para un profano, estaba claro desde el principio que el autor de Amor y Responsabilidad se había adentrado en aguas filosóficas muy extrañas y peligrosas.

En su introducción original, escrita en 1960, Wojtyla afirma que su obra «no es una exposición de doctrina». (17) Más bien, refleja en toda ella «un carácter personalista». (18) Atribuye el origen del libro a la «incesante confrontación de la doctrina con la vida», es decir, con la experiencia vivida por las personas, por él mismo y por los demás. (19) «La moral sexual pertenece al ámbito de la persona. … El nivel personal es el único plano adecuado para todo debate sobre cuestiones de moral sexual», explica Wojtyla. (20)

También afirma que su libro «nació principalmente de la necesidad de establecer las normas de la moral sexual católica sobre una base firme, una base lo más definitiva posible, apoyándose en las verdades morales más elementales e incontrovertibles y en los valores o bienes más fundamentales», en particular, el bien de la persona en el contexto del «amor y la responsabilidad» (el énfasis es nuestro). (21) Lo que implica esta afirmación es patente: la Iglesia tuvo que esperar casi 2000 años para que Wojtyla pusiera «la moral sexual católica sobre una base firme», como si para tal tarea la Ley Natural, las Escrituras, el Magisterio de la Iglesia y la Tradición hubieran demostrado ser inadecuados.

En su nueva introducción a la traducción inglesa de Amor y responsabilidad, escrita después de que fuera nombrado papa, Juan Pablo II reafirma la primacía de la «experiencia» en el ámbito de la moral sexual.

La intención del libro es ofrecer una oportunidad de ‘confrontación’ continua e ininterrumpida; una oportunidad de ‘poner a prueba la experiencia con la experiencia'», explica el Papa. (22) Punto seguido, amplía su tesis sobre el valor de la experiencia:“ Esta obra está abierta a todo vestigio de experiencia, venga de donde venga, y es al mismo tiempo un llamamiento permanente a todos para que dejen que la experiencia, su propia experiencia, se haga oír, en toda su extensión, en toda su amplitud, y en toda su profundidad. ... Si los omitimos [es decir, los contenidos de la experiencia], estaremos restando valor y empobreciendo la experiencia, y privándola así de su validez, siendo, como es, la única fuente de información y la base de todo conocimiento fiable sobre cualquier tema. Amor y responsabilidad, con esta suerte de metodología, no teme ni debe temer nada que pueda ser legitimado por la experiencia. La experiencia no tiene por qué temer a la experiencia. La verdad sólo puede salir ganando de tal confrontación". (23)

¿Puede citar un ejemplo concreto de Amor y responsabilidad que ilustre cómo las desventuras filosóficas de Wojtyla afectaron a su capacidad de comunicar las verdades objetivas que sustentan las enseñanzas perennes de la Iglesia sobre la moral sexual?

Uno de los ejemplos más extraños se encuentra en el capítulo V, «Sexología y ética», que, como se ha señalado anteriormente, fue escrito en una fecha posterior por Wojtyla como un suplemento a los cuatro capítulos anteriores. (24) Contiene la única referencia al aborto en el libro.

En una sección titulada “El problema del control de la natalidad”, Wojtyla introduce la cuestión del aborto provocado, al que se refiere eufemísticamente como «el acto de interrumpir artificialmente el embarazo». (25)

Wojtyla afirma que moralmente, “‘la interrupción del embarazo’ es una ofensa muy grave”, pero en su escrito tan sólo se centra en la experiencia de la persona que aborta, no en el niño que es asesinado:“Es [el aborto], de hecho, una interrupción artificial del ritmo biológico natural con consecuencias muy profundas. No hay analogía para el enorme sentimiento de resentimiento que deja en la mente de una mujer. No puede olvidar el hecho del aborto y tampoco librarse del resentimiento que alberga contra el hombre que le llevó a ello. Aparte de sus efectos físicos, el aborto artificial provoca una neurosis de ansiedad con sentimientos de culpa hasta la médula, y a veces incluso una profunda reacción psicótica. En este contexto, podemos destacar la importancia de las declaraciones de las mujeres que sufren depresión durante el climaterio y que, a veces, una década después del suceso, recuerdan el embarazo interrumpido con pesar y sienten una culpa tardía por ello. ...(26)

Ahora bien, la realidad objetiva es que el aborto provocado es el asesinato deliberado de un niño no nacido con la cooperación al menos tácita de su madre. Es el asesinato más vil, porque no sólo se priva al niño no nacido de su vida física, sino también de su vida espiritual, ya que se le priva del Sacramento del Bautismo, la llave de la puerta del cielo.

Sin embargo, en ningún lugar hace mención Wojtyla del niño no nacido cuando habla del aborto. Además, si bien es cierto que matar al propio hijo es un crimen antinatural que provoca una grave «neurosis» y «psicosis» -así como la virtud es su propia premio, el pecado es su propio castigo-, habría sido más apropiado, que Wojtyla, como pastor de almas, recordara a sus lectores del peligro de la muerte eterna si la mujer y sus cómplices no se arrepintieran y son absueltos de su grave pecado.

Luego, como para echar sal en la herida (y más desde una perspectiva provida), Wojtyla concluye su declaración anterior con la observación de que «no hay motivos para discutir el aborto en relación con el control de la natalidad. Hacerlo sería bastante impropio (el subrayado es nuestro)».

Una vez más, la realidad objetiva es que el aborto inducido es la íntima servidora de la anticoncepción y la esterilización. Ambos se estimulan mutuamente y compiten entre sí. Parafraseando a Planned Parenthood, el aborto siempre es necesario como respaldo a la anticoncepción defectuosa u omitida.

Wojtyla cometió un grave error cuando negó la conexión inherente entre el aborto y el control de la natalidad. [En la segunda parte de esta serie volveremos a examinar este punto concreto en relación con la Comisión de Cracovia].

En los dieciocho años que transcurrieron entre la publicación de Amor y responsabilidad y la finalización de TDC, ¿qué acontecimientos influenciaron el punto de vista de Wojtyla acerca del sexo y el matrimonio?

Se me ocurren al menos tres:La participación de Wojtyla en el Concilio Vaticano II, especialmente su influencia en Gaudium et Spes;
La creación por Wojtyla, en 1966, de un grupo especial de investigación, conocido como la «Comisión de Cracovia», con el fin de volver a examinar las enseñanzas de la Iglesia sobre el amor conyugal;
La contribución del cardenal Wojtyla a la encíclica Humanae Vitae, publicada por el Papa Pablo VI el 25 de julio de 1968.

¿Desempeñó Wojtyla un papel importante en el Concilio Vaticano II?

Al principio no, pero su influencia creció lentamente durante la segunda mitad del Concilio, tras su nombramiento como arzobispo de Cracovia el 13 de enero de 1964. Hay que recordar que Wojtyla no recibió el birrete rojo de manos del Papa Pablo hasta el 26 de junio de 1967, mucho después de la clausura del Concilio. (28)

Del 31 de enero al 6 de abril de 1965, Wojtyla participó en la redacción del Esquema XIII, Gaudium et Spes, la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, pero no fue uno de los principales artífices del documento, tal como se llegó a decir. (29)

Sin embargo, su influencia, así como la de los padres conciliares que compartían algunas de sus ideas revolucionarias sobre el matrimonio, como el Cardenal Leo Jozef Suenens de Malines-Bruselas y el Cardenal Paul-Émile Léger de Montreal, puede verse en Gaudium et Spes, Parte I, Capítulo 1 «La dignidad de la persona humana», y Parte II, Capítulo I «Fomentar la nobleza del matrimonio y de la familia», con sus connotaciones fuertemente «personalistas»; en la descripción del amor conyugal como «una forma primaria de comunión interpersonal»; y en la ausencia clamorosa de los términos “primario” y “secundario” en lo que se refiere a los fines del matrimonio en el texto del decreto. (30)

Llegados a este punto, puede ser útil recordar que en la apertura de la segunda sesión del Concilio, el 6 de octubre de 1963, ya se hablaba entre los padres conciliares de que se acercaba un cambio de paradigma sobre el matrimonio y sus fines.

Este rumor se alimentó aún más cuando el Papa Juan XXIII, en marzo de 1964, sólo unos meses antes de su muerte, con la aprobación del Cardenal Giovanni Battista Montini, su heredero, encargó la creación de una Comisión Pontificia especial para estudiar los recientes avances de la anticoncepción hormonal y para reexaminar la oposición de la Iglesia a la anticoncepción a la luz de las nuevas tendencias demográficas. (31)

El Papa Pablo VI eliminó el tema del «control de la natalidad» del orden del día del Concilio, ¿verdad?

Sí. El 23 de junio de 1964, un año después de la muerte del Papa Juan XXIII, el Papa Pablo anunció la reformulación y reorganización de la Comisión Pontificia para el Estudio de los Problemas de la Familia, la Población y la Natalidad que, en efecto, eliminó las bombas de relojería que eran el «control de la natalidad» y el «control de la población» de los puntos a deliberar por los Padres del Concilio.

Cuando Pablo VI promulgó Gaudium et Spes el 7 de diciembre de 1965, incluía la famosa nota 14 a pie de página en la que el Papa Pablo VI afirmaba: “Por orden del Sumo Pontífice, se han confiado a una comisión algunas cuestiones que requieren una investigación más profunda y cuidadosa para que lleve a cabo un estudio sobre la población, la familia y los nacimientos, a fin de que, una vez terminado, el Sumo Pontífice pueda emitir un juicio. Con la actual doctrina del Magisterio sobre estos asuntos, este santo sínodo no pretende proponer soluciones concretas en este momento”. (32)

¿Seleccionó el Papa Pablo al arzobispo Wojtyla para formar parte de la Comisión Pontificia para el control de la natalidad?

El Papa Pablo nombró a Wojtyla para que se uniera a las deliberaciones de la Comisión durante su quinta, última y más importante, reunión en junio de 1966, pero Wojtyla decidió no asistir, bien por las delicadas complicaciones políticas que atañían al Cardenal Primado Stefan Wysznski y al régimen comunista, bien porque ya había desarrollado una vía de comunicación más directa y eficaz con el Papa.

Randy Engel

Notas a la Parte I

Esta paráfrasis del autor es un juego de palabras de una serie de nueve partes de Si Si No No (Sociedad San Pío X) titulada «Creen que han ganado» de autor anónimo, «Hirpinus» y traducida de Courrier de Rome. Está disponible en http://www.sspxasia.com/Documents/SiSiNoNo/1993_August/They_Think_Theyve_Won.htm. Para un incomparable TAC de la mente modernista de Maurice Blondel y el P. Henri de Lubac, véase la encíclica de San Pío X, Pascendi Dominici Gregis (1907).

Nacido el 18 de mayo de 1920 en Wadowice (Cracovia), Polonia, Wojtyla perdió a su madre y a su hermano Edmund antes de alcanzar la mayoría de edad. Poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, se matriculó en la Universidad Jagellónica de Cracovia, donde estudió filosofía, literatura y humanidades, escribió poesía y se unió al Grupo de teatro rapsódico de vanguardia «Studio38». Con la guerra llegó la ocupación nazi y luego el dominio soviético. En octubre de 1942, fue aceptado como candidato a las órdenes sagradas en el seminario clandestino organizado en Cracovia bajo el arzobispo Adam Sapieha. Fue ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946. Dos semanas más tarde, tras obtener el permiso de Stalin para abandonar Polonia, partió a Roma para estudiar en el Angelicum. Dos años más tarde regresó a Cracovia, y en 1954 obtuvo el título de profesor de grado y postgrado en la Universidad Católica de Lubin (KUL). Incluso después de su nombramiento como obispo auxiliar de Cracovia en 1958, la afición de Wojtyla por la novedad filosófica siguió floreciendo, como lo demuestra su sensacional ciclo de conferencias sobre el sexo, la sexología y la ética sexual en Lubin entre 1958 y 1959.

Giovanni Paolo II, Uomo e donna lo creò: Catechesi sull’amore umano. Roma: Città Nuova y Libreria Editrice Vaticana, 1985. Como señala Michael Waldstein, el original polaco tiene el mismo título, pero no el subtítulo.

Juan Pablo II, Man and Woman He Created Them: A Theology of the Body, traducido por Michael Waldstein, Pauline Books & Media, Boston, 2006.

El Papa Benedicto XVI, «Authentic and the Authentic Theology of the Body», traducido por Michael Waldstein, Pauline Books & Media, Boston, 2006. Benedicto XVI, «El amor auténtico se transforma en luz», (Zenit News) enhttp://www.zenit.org/article-15995?l=english

John F. Crosby, «The Mystery of ‘Fair Love'» en http://www.catholic.net/rcc/Periodicals/Igpress/cwr4-99/essay.html.

Juan Pablo II, Crossing the Threshold of Hope, editado por Vittorio Messori; traducido del italiano por Jenny McPhee y Martha McPhee, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1994, p. 123.

Karol Wojtyla (Papa Juan Pablo II), Amor y responsabilidad, traducción inglesa, Farrar, Strausand Giroux, Inc., Nueva York, 1981.

Para una breve descripción del estudio (incompleto) de Karol Wojtyla de 1969 Osoba y Czyn (Persona y Acto), que ha sido retitulado The Acting Person: A Contribution to Phenomenological Anthropology (Analecta Husserliana), véase http://www.amazon.com/Acting-Person-Contribution-Phenomenological-Anthropology/dp/9027709858/ref=sr_1_1?ie=UTF8&s=books&qid=1202238403&sr=8-1

Para más información sobre Person and Act, véase «Wojtyla’s Walk Among the Philosophers», de George Weigel, en http://www.eppc.org/publications/pubID.2779/pub_detail.asp.

En septiembre de 1951, el arzobispo Eugeniusz Baziak, administrador apostólico de Cracovia, concedió al joven Wojtyla un permiso para realizar los exámenes de acceso a la universidad. Del 1 al 3 de diciembre de 1953, Wojtyla completó esa tarea presentando su tesis sobre el sistema ético de Max Scheler. En 1960, el mismo año en que se publicó Amor y responsabilidad, la Academia de Ciencias de la Universidad Católica de Lublin publicó la tesis del obispo auxiliar Wojtyla, «Evaluación de la posibilidad de construir una ética cristiana basada en el sistema de Max Scheler». Véase «Biografía (Pre-Pontificado) de Su Santidad Juan Pablo II», disponible en la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 13 de febrero de 2001.
11. Gaudium et Spes [Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual] promulgada por el Papa Pablo VI, 7 de diciembre de 1965. Disponible en http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vatii_cons_19651207_gaudium-et-spes_en.html.

«Porque se acerca el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo deseos de oír, se amontonarán maestros a su medida, y, dejando de escuchar la verdad, se desviarán hacia los mitos» (II Tim 4, 3-4).
Papa Pío X, Pascendi Dominici Gregis, 8 de septiembre de 1907, «El modernista como reformador» (38).
Ibid.

«La fenomenología representa una ‘caridad intelectual’, dice Juan Pablo II», Zenit News, Vatican City, 24 de marzo de 2003.

Wojtyla, Amor y responsabilidad, 1981, p.15.

Ibid, p.18.
Ibídem, p. 15.
Ibídem, p. 18.
Ibídem, p. 16.
Ibídem, p. 10.
Ibid., Véase también «En la raíz de la filosofía de Karol Wojtyla», Zenit News, 19 de febrero de 2006, que contiene lo más destacado del congreso de tres días celebrado en Madrid sobre «La filosofía personalista de Karol Wojtyla». Según Jaroslaw Merecki, «la experiencia, primera fuente de la filosofía del hombre, y el encuentro con la fenomenología son las fuentes de la filosofía de Karol Wojtyla».
Todo el capítulo 5, «Sexología y ética», empezando por el uso poco riguroso que hace Wojtyla de términos como «sexología» y «control de la natalidad», y después por su lenguaje sexual explícito, es muy problemático, no sólo el ejemplo del aborto que se cita.

Ibídem, p. 284.
Ibídem, 284-285.
Ibid. 285.

Tras la muerte del cardenal Adamo Stefano Sapieha, el 21 de julio de 1951, Eugeniusz Baziak, arzobispo de Lviv (Ucrania), fue nombrado administrador apostólico de Cracovia, cargo que ocupó hasta su muerte, el 15 de junio de 1962. El 16 de julio de 1962, Wojtyla fue nombrado Vicario Capitular, y en diciembre del año siguiente fue designado Obispo Metropolitano de Cracovia.

El P. Ralph M. Wiltgen no menciona el nombre de Wojtyla en su obra clásica The Rhine Flows dInto The Tiber, Tan Books, Rockford, Il., 1985.

Véanse las notas a pie de página de Donald R. Campion, en The Documents of Vatican II (Walter M. Abbott,S.J., General Editor, American Press, 1966, pp. 249, 250, 252, 254 y 256), que coincide enérgicamente en esta apreciación sin mencionar a Wojtyla por su nombre.

Los seis miembros de la Comisión original se reunieron en octubre de 1963 en Lovaina. Los seis miembros de la Comisión original se reunieron en octubre de 1963 en Lovaina. Una Comisión ampliada, de tres niveles, creada por el Papa Pablo VI, se reunió en Roma en abril y junio de 1964, una vez en 1965, y celebró su última reunión en abril de 1966 con la presencia de 72 miembros
Gaudium et Spes, parte II, capítulo 1, nota a pie de página nº 14.

Tomado de “Catholic Family News

domingo, 18 de junio de 2023

¿Pecado o fragilidad? La revolución lingüística en la Iglesia



Toda revolución trae consigo también una revolución lingüística porque suprimir una determinada realidad para sustituirla por otra nueva implica, paralelamente, suprimir todos aquellos términos que definen la realidad presente para dar paso a un nuevo vocabulario capaz de describir el nuevo mundo que, por definición, siempre es mejor que el anterior. Incluso las revoluciones en la casa católica que invierten la fe y la moral no escapan a esta regla léxica. Algunos ejemplos.

Tomemos primero la palabra "pecado" que ha sufrido un severo ostracismo en favor del término "fragilidad". "Pecado", término ahora en el banquillo, evoca un complejo doctrinal de principios, así como una ofensa a Dios, por lo tanto se refiere a un plan trascendente, una voluntariedad expresada por la persona y por lo tanto su responsabilidad. Se sigue que, en el imaginario colectivo, asociado al “pecado” tenemos conceptos como mandamiento, error, injusticia, culpa, reparación, castigo. La "fragilidad" baja la temperatura moral respecto al concepto de "pecado". De hecho, este lema se refiere más al ser –. “Él es una persona frágil” – que a la acción, a la conducta. Pero la moral se refiere sobre todo a la acción y, por tanto, a las reglas de conducta. De ello se deduce que la fragilidad es capaz de liberarse de los cuellos de botella de la moralidad.

Y entonces la fragilidad, siempre en la conciencia colectiva y desde una perspectiva psicológica, puede ser inherente a la persona, por tanto inevitable y por tanto sin culpa. Además -y ahora en cambio nos movemos desde un punto de vista teológico- este término parece evocar, en el sentido protestante, esa condición de debilidad intrínseca e irrecuperable de nuestra naturaleza humana herida por el pecado original. Pero incluso en este caso, la fragilidad no se puede suprimir, no se puede erradicar. Por lo tanto, no puede suscitar ninguna condena y, por el contrario, se mueve inmediatamente hacia su justificación y, por tanto, hacia la solidaridad.

Huelga decir entonces que el concepto de fragilidad excluye a Dios del horizonte , porque la fragilidad no ofende a nadie, y menos al Creador, que entrará en juego, si acaso, para sanar a los frágiles en la confesión, un lugar que se ha convertido sólo en un enfermería y no también un tribunal para admitir la culpabilidad. La fragilidad, en cambio, elimina este aspecto y presenta al pecador sólo como una persona herida sin su culpa. Por tanto, es necesario asesinar el pecado en la legítima defensa de una vida tranquila.

Otro término que se ha retirado es "doctrina".En su lugar encontramos "pastoral". Ya no existe un complejo de normas y principios de fe y moral que guían al creyente en la práctica, que deben ser declinados por los pastores en la acción evangelizadora. Esta relación jerárquica en la que la doctrina está arriba y la pastoral abajo se ha invertido, de hecho, para ser más correctos, podríamos decir que la pastoral coincide con la doctrina. Es lo contingente, lo particular que revela la norma igualmente contingente y particular. No hay lugar para la doctrina en esta idea de Iglesia, sino sólo para un pesado manual de experiencias. Las reglas universales ya no existen: la casuística dicta la ley. Las únicas reglas universales son principios muy generales, buenos para todas las épocas, que con jactancia se deducen de un espíritu del Evangelio deliberadamente inespecífico: apertura a los demás, especialmente a los más pequeños, mejor si son pobres; El diálogo; no discriminación, inclusión; respeto por el medio ambiente; solidaridad; etc.

Detengámonos en el sustantivo "entorno" que envió "creado" al ático. Señal, una vez más, de que el brazo horizontal de la cruz, horizontal como la tierra, debe vencer al vertical, que indica el Cielo. Por tanto debe prevalecer una visión inmanentista y no trascendente porque el medio ambiente no necesita de Dios para existir, mientras que la creación sí. Cabe añadir que el entorno, dentro de un ambiente religioso, pronto se convirtió en el culto, aunque disfrazado, de Gea, diosa de la Tierra. Se revoluciona la jerarquía del orden natural querido por Dios y así la persona se vuelve sólo un animal humano, pero siempre es un animal, que se subordina, para conquistar el Cielo, para honrar la Tierra, es decir, las plantas, los animales y hasta los glaciares. .

Hasta la palabra “justicia” ha caído en el olvido, que ha sido descartado del vocabulario católico a favor del término "misericordia". O más bien, el término "justicia" todavía encuentra su dignidad solo si se declina como "justicia social", es decir, solo si se gasta en referencia a los pobres, los marginados, los enfermos, los inmigrantes, etc. Pero cuando despeguemos hacia el Cielo, la justicia quedará en el suelo y en el más allá sólo nos encontraremos frente a frente con una misericordia divina que, según las intenciones de algunos teólogos, es tan generosa que no parece a nadie ni a nada, ni siquiera a los pecados. Y por eso, después de la confianza ciega en Dios, ahora también debemos predicar la misericordia ciega, ciega ante los méritos y los deméritos. En cuanto a estos últimos, reinará el poder del perdón que, después de tantas e insistentes operaciones de cirugía plástica teológica,

Incluso la palabra “jerarquía” ha sido blanqueada porque lo nuevo que avanza se llama sínodo (que no es tan nuevo). Caminar juntos sin rumbo, persiguiendo tenazmente el caminar juntos como único fin, es el sínodo, el órgano de gobierno sin precedentes de la Iglesia que, idealmente desprovisto de jerarquía, produce una marcha de los fieles inevitablemente sin un orden particular. El caso alemán es paradigmático en este sentido. En realidad todo es una ficción deliberada: históricamente los que siempre han hablado de colegialidad, de democracia, de compartir, lo hacían porque les servía instrumentalmente a su autoritarismo. Tras el escudo de la sinodalidad se esconden los cuatro de siempre que no quieren ceder el poder. La masa se maneja fácilmente, sobre todo si en la dinámica sinodal sólo participan los que piensan como los de la sala de control: el consenso se construye ingeniosamente y, por lo tanto, fortalece la fuerza de unos pocos. Si entonces el pueblo de Dios no se orienta como quieren los controladores, señor, bastará no escucharlo. Este proceso que ve la sinodalidad utilizada subrepticiamente para consolidar el poder es la antítesis del principio jerárquico, tal como se entiende en el sentido católico. Tanto porque la jerarquía no prevé la aniquilación de los poderes intermedios en favor del poder de uno solo, como porque la jerarquía católica significa servicio, y porque la jerarquía de los eclesiásticos está siempre subordinada a la jerarquía celestial y por tanto a la verdad. Este proceso que ve la sinodalidad utilizada subrepticiamente para consolidar el poder es la antítesis del principio jerárquico, tal como se entiende en el sentido católico. Tanto porque la jerarquía no prevé la aniquilación de los poderes intermedios en favor del poder de uno solo, como porque la jerarquía católica significa servicio, y porque la jerarquía de los eclesiásticos está siempre subordinada a la jerarquía celestial y por tanto a la verdad.  

Un último par de lemas, entre los infinitivos que se pueden mencionar: fe y duda. La fe fue descartada porque en el Catecismo de la Iglesia Católica se puede leer la siguiente "blasfemia": "la fe es cierta, más cierto que todo conocimiento humano, porque se funda en la misma Palabra de Dios, que no puede mentir» (n. 157. Nótense las cursivas, que no son nuestras). Hoy, en cambio, la fe se enseña en la duda: no las respuestas sino las preguntas, no los signos de exclamación sino las preguntas, no la luz sino las tinieblas. Dios no se ha revelado a sí mismo, pero sólo podemos verlo a través del ojo de la cerradura de nuestra conciencia muy personal e incluso se mueve en una habitación inmersa en la oscuridad. La verdad aparece rígida, no maleable, tan incómoda porque no es ergonómica para las almas delicadas de los contemporáneos tan inclinados al compromiso. He aquí pues el diálogo por sí mismo, la celebración de la crisis de fe, la doctrina líquida, gaseosa más aún, la prioridad de los procesos sobre el resultado, del camino sobre la meta, de la investigación sobre los resultados. La única liturgia permitida es la que celebra lo ambiguo, ¿y nos sorprende la bendición eclesial de la homosexualidad? – en detrimento de lo unívoco, que ensalza el problema y no la solución, lo relativo y no lo absoluto, como absolutos morales. Esta es la única certeza a cultivar: que ya no tienes certezas.

Tomás Escandroglio

viernes, 30 de diciembre de 2022

El superdogma de la modernidad: está bien porque lo hacen todos (Miguel Ángel Yáñez)



La sociedad moderna esta nutrida en su basta mayoría por personas de todas las clases sociales que carecen de una verdadera formación espiritual, moral e intelectual, lo cual consustancia un gran vacío intelectual que los imposibilita radicalmente para siquiera distinguir con certeza que es el bien y el mal o, simplemente, entender y gobernar su vida de forma mínimamente coherente.

Su desconocimiento o rechazo de la Verdad (en muchos casos culpablemente, especialmente en países «católicos») no los exime de sus angustias ante la vida y las decisiones que deben tomar, del runrún de su conciencia, pero se encuentran desnudos, carentes de recursos, y buscan la seguridad que no tienen en un superdogma establecido tácitamente: está bien lo que hace la mayoría, lo que la corriente dominante nos transmite a través de todos sus medios de comunicación. Esto es lo único indiscutible. El hombre moderno encuentra su falsa seguridad sintiéndose parte de un rebaño gigantesco que camina hacia un destino desconocido; el borreguismo como forma de vida es la esencia de la sociedad actual.

Ejemplos podrían darse millones, pero por sólo citar algunos que son fácilmente reconocibles en nuestro día a día y que si les preguntaras serían incapaces de dar una explicación mínimamente coherente más allá de su deseo de sentirse seguro siguiendo al rebaño y/o su egoísmo personal:

- Me cambian la Fe, la liturgia las oraciones y hasta el padre nuestro, pero lo sigo ciegamente “porque lo hacen todos”.

- Mantengo relaciones sexuales fuera y/o antes del matrimonio “porque lo hacen todos”, y por lo tanto está bien.

- Aunque yo me case y jure por lo más sagrado que es para toda la vida, en lo bueno y en lo malo, eso es papel mojado decorativo y cuando me canse lo tiro a la basura y me autosatisfago buscando otra “pareja” (adulterio y/o concubinato), importándome un comino si es pecado o no, porque “como lo hacen todos” está bien, y el que diga algo es que “no quiere que yo sea feliz”.

- ¿El criterio para evaluar a otras personas? Por favor, nada de moral, coherencia, mandamientos ni antiguallas, es mucho más fácil hoy día, si es “buena persona” todo lo demás no importa. Y este criterio tan minimalista lo tengo “porque lo piensan todos”.

- La homosexualidad, lesbianismo transexualidad… hay que aceptarlos “porque todos lo aceptan”.

- Me vacuno porque lo hacen todos.

Podríamos seguir así hasta el infinito. El hombre moderno queda enclaustrado en una cárcel moral que sólo tiene tres principios que se mueven en un bucle sin salida: 

1. No existe un bien o mal objetivos, y mucho menos una moral objetiva, el bien y el mal lo determinan el comportamiento de “lo que hacen todos” y “lo que yo quiero”.

2. ¿Quiénes forman parte de ese “todo”? Los que son “buenas personas”.

3. ¿Qué hay que hacer para ser “buena persona”? Hacer “lo que hacen todos”.

Cualquiera que se salga de este guion automáticamente es ridiculizado, insultado, expulsado de la sociedad, estigmatizado como fóbico y condenado al ostracismo. Un monstruo que no quiere que las otras personas sean felices.

Así pasa su vida el hombre moderno, refugiado en la falsa seguridad del rebaño caminando inexorablemente hacia un final en el que se encontrará con Dios que le preguntará ¿me has seguido a Mí o a “lo que hacían todos”? En la respuesta tendrá su destino eterno.

Miguel Ángel Yáñez

martes, 27 de diciembre de 2022

La crisis de fe que atraviesa la Iglesia tiene su origen en la nueva Misa



Este imperdible artículo del sacerdote austriaco Michael Gurtner se publicó originalmente en alemán en el sitio katholisches.info el pasado 27 de noviembre, que ha autorizado a Rorate Caeli a publicar la traducción.

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En estos momentos la Iglesia modernista trata de transformar su constitución interna, transformándose por sí sola y por iniciativa propia para que en lugar de la Iglesia jerárquica querida e instituida por Dios sea de carácter sinodal (y por tanto obra de hombres). En la única Iglesia de Jesucristo, que es la católica, se está llevando a cabo desde décadas un proceso de continuo apartamiento de la divina Revelación y del propio Cristo; un proceso de autodemolición. La Iglesia se está haciendo pedazos desde dentro. Desgraciadamente, es muy legítimo plantearse en este momento hasta qué punto sigue siendo católica la Iglesia. ¿Es todavía como Cristo quiso que fuera?

Indudablemente, está claro que la Iglesia es la misma que instituyó Cristo. En cierta forma se puede señalar a la Iglesia y afirmar: «Ésta es la única Iglesia que fundó Jesucristo». Por otro lado, cabría plantearse si lo que en general hacen, enseñan, deciden y creen los jerarcas terrenos de esta Iglesia única de Jesucristo en un momento dado se ajusta a lo que Él quería.
No podemos incurrir en el craso error de creer que todo lo que dice la Iglesia por medio de sus órganos visibles se corresponde automáticamente con las enseñanzas y la voluntad de Jesucristo. No todo lo que dice y hace la Iglesia se conforma de forma automática a la voluntad de Dios: hay muchas posibilidades de que de palabra y de obra se actúe contra la verdad revelada. Cuando esto se hace por ignorancia y sin culpa se llama error; cuando se hace adrede y de modo consciente, se llama pecado.
Para entenderlo bien, lo podríamos comparar con un doble molde. Una parte representa la Iglesia sobrenatural y la otra la natural. La forma de la sobrenatural es formativa. La de la natural adopta la forma y hay que hacerla coincidir con la otra. Si ambas formas coinciden, todo está en orden. Ahora bien, si en ciertos puntos no se ajustan es que algo está mal y es preciso corregirlo urgentemente, quitando o añadiendo lo que proceda hasta restituir la congruencia.

Teniendo en cuenta que el núcleo central de la Iglesia es la liturgia, en concreto la oblación del sacrificio eucarístico, centro de todo su ser y su acción, se hace necesario plantearse una cuestión analítica en torno a la Santa Misa: ¿qué misión ha desempeñado la reforma litúrgica en general, en particular la Misa nueva, en su desarrollo hasta llegar al punto en que nos encontramos hoy? Es decir, la descomposición interna de la Iglesia.

¿Qué significa la Nueva Misa?

En cuanto emprendemos una reflexión de este estilo, nos topamos para empezar con un problema esencial: aunque todo el mundo entiende perfecta e inequívocamente cuando se habla de celebrar la Misa de antes, con la Misa nueva no es así. En este caso es necesario aclarar a qué clase de nueva Misa se refiere uno. Pues aunque no se aparte de los opciones que le brinda el Misal, el espectro es tan amplio que va desde una Misa solemne en latín y con incienso, casulla de guitarra y en el altar mayor a otra que se celebra sentados formando un círculo con albas grises, aporreando guitarras, oración eucarística suiza y cáliz y estola de diseño modernista. A primera vista no tienen nada en común, y sin embargo las dos siguen el mismo Misal de Pablo VI sin apartarse de las opciones que permite.

Si añadimos a eso las misas que se celebran en las parroquias cometiendo infinidad de abusos litúrgicos, o sea cuando se apartan (y a veces mucho) de las posibilidades que brinda el nuevo Misal, la deriva llega más lejos todavía.

Los excesos litúrgicos (si queremos llamarlos así) están a la orden del día en muchos lugares y hace mucho que dejaron de ser cosa de capellanes rebeldes de tercera que lo hacían contrariando abiertamente la voluntad expresa del párroco o el obispo. Todo lo contrario; hace tiempo que esas barbaridades litúrgicas las hacen también clérigos de alto rango: párrocos y capellanes no son los únicos que dan mala nota, sino también vicarios episcopales, vicarios generales, obispos y cardenales. En internet abundan las imágenes, y no están documentadas todas esas misas ni mucho menos, en las que se puede ver desde un obispo de Sicilia dando vueltas en bicicleta por la catedral con casulla y mitra a un obispo alemán con maquillaje de carnaval y casulla barroca o un cardenal vietnamita jugando con globos durante la Misa bajo luces de discoteca.

Incluso en los seminarios modernos (cuyo espacio más antiestético suele ser la capilla, que hace difícil, por no decir imposible el recogimiento y la oración devota, y que evoca una sensación incómoda o hasta suscita resistencia al entrar), se suele describir la liturgia como una especie de laboratorio continuo en el que se puede y debe experimentar. En la formación sacerdotal no se enseña necesariamente el concepto de sacralidad. ¿Qué tiene de sorprendente entonces que algunos sacerdotes no vean nada de malo en celebrar la Misa en medio del mar usando un colchón neumático por altar, o que otro, en camiseta y pantalones cortos, haga lo mismo en un claro de un bosque, y diga Misa sentado sobre una tela extendida en el suelo. La nueva Misa se entiende como un banquete comunal; ya no es el sacrificio sublime y sagrado de Jesucristo. En el novedoso concepto de la liturgia, según lo que promueve y exige la propia reforma litúrgica, todo elemento de culto se ha degradado y reducido a algo meramente cultural y sociológico.

Admitiendo que estos ejemplos extremos –aunque algunos los cometan cardenales y obispos– no son reflejo directo de la propia reforma litúrgica (¡indirectamente sí), el abanico en cuanto a cómo se puede celebrar la Misa según el nuevo rito es enorme, incluso dentro de los límites de lo que permiten las normas establecidas, y no se entiende cómo formas tan divergentes puedan ser expresión de una misma fe. Es la conclusión inevitable dada la amplia variedad de diferencias en los textos y ceremonias que pueden acompañar toda instanciación . Este es el primer problema grave que nos lleva a otros.

La Misa nueva es válida pero ambigua

Nada más esto basta para que la Misa y la fe asociada a ella pierdan la necesaria claridad y falta de ambigüedad. Es más, es inevitable que los fieles tengan la impresión de que, para empezar, no hay claridad: todo es vago, impreciso, y en el fondo no es tan importante lo que se cree con tal que se crea algo, sea lo que sea (única limitación: que no sea preconciliar).

Si la propia Iglesia tiene la intención de que la celebración del sacrificio sea objeto de una amplia gama de opciones aun en sus partes más fundamentales y dependa por tanto de decisiones personales, y de conformidad con ello, de las preferencias de cada uno, al haber creado la Iglesia una situación en la que la liturgia se ha vuelto ambigua, lógicamente ello también se aplicará a la fe que subyace a la liturgia y que esta fomenta (lex orandi, lex credendi). Ahora bien, una situación así no promueve la convicción y la fe, sino la manifestación creativa de las propias y arbitrarias opiniones. El nuevo misal obliga al sacerdote a decidir él mismo cómo y qué va a ofrecer como Santa Misa.

De este modo la Iglesia ha abandonado en la práctica sus convicciones anteriores dejándolas como una opción más entre tantas. Así, es más bien una cuestión de gustos, preferencias y opiniones, todas ellas equiparadas. Aparte de que el nuevo Misal ya ha introducido cambios importantes y muy desafortunados, al celebrante le toca decidir en qué poner más el acento. Lo cual es absurdo, teniendo en cuenta que la Santa Misa tiene que estar definida con claridad y no puede degenerarse para convertirse en la obra de un cura cualquiera o de un comité litúrgico. Está claro, pues, que lo que predomina es el carácter de celebración conjunta y el ofrecimiento del Sacrificio de Cristo en el culto de la Iglesia queda en un segundo plano. El católico medio entenderá que la Santa Misa es una celebración comunitaria que externamente se le presenta de esta manera, y además, también se expresa de dicha manera y no primariamente como un sacrificio, que es lo que realmente es.
Para que nadie oponga resistencia, no se eliminan de forma clara y tajante las creencias de siempre. Se limitarán a no mencionarlas más, y se disimularán y ocultarán hasta que desaparezcan de la fe y de las conciencias y en la mentalidad general del clero y el pueblo hayan dejado de ser una doctrina vigente o válida o una práctica litúrgica. Por ese camino, llegará un momento en que las doctrinas y prácticas tradicionales se llegaran a ver como cosas de antes que han perdido vigencia. Suele ser más eficaz dejar algo como en segundo plano y que así vaya cayendo en el olvido que abolirlo directamente, pues se provocaría una reacción.
Se engaña a la gente con palabras astutas que parecen importantes: no se habla del sacerdote que ofrece el Sacrificio sino de quien preside la celebración, no se habla de altar ni víctima sino de la mesa para la Palabra y la Eucaristía. Lo principal es que se ha perdido la falta de ambigüedad. Ahora se habla más de enriquecer nuestra diversidad, de la necesidad de emplear otros métodos o de la prioridad de la participación activa.

Nada de esto afecta en sí la validez del sacramento, pero es un ataque contra su fruto espiritual. No basta con una comunión válida, como si el Cuerpo del Señor fuera un medicamento que funciona mediante una reacción bioquímica. Es preciso que las gracias que derrama el Sacramento caigan también en suelo fértil para que se desarrollen debidamente. Y dado el contenido y estilo de la nueva Misa, ese suelo -o sea, nuestra alma- no se ha preparado como sería necesario para que las gracias se desarrollaran en su plenitud. Dependiendo de cómo se haga, la nueva Misa puede incluso llegar a petrificar el suelo en vez de abonarlo y hacerlo fructífero.
Como es natural, la gracia de Dios puede actuar en cualquier sitio, pero eso no quiere decir que podamos rehuir nuestras responsabilidades ante el sancta sanctorum, y hacerle cargar con el muerto a Dios y hacer lo que nos dé la gana alegando que como Dios es tan poderoso ya lo resolverá. Esa actitud puede llevarnos incluso a abolir los sacramentos y totalmente la práctica de la religión, la fe y la liturgia. Con una liturgia falsa que ha perdido de vista los principios fundamentales corremos el riesgo de que la gracia de los sacramentos caiga en terreno pedregoso y sea cubierta por espinos. En algún momento la gente dejará de creer, aunque comulgue, o bien dejará de asistir a Misa.
La Misa nueva lleva a transigir en cuestiones fundamentales de fe

Un problema capital de la nueva Misa es que enseña a ceder en cuestiones de fe. Se podría decir que ella misma lo demuestra. Uno se va acostumbrando a hacer concesiones. A una tachadura sigue otra, hasta que no queda nada del escrito original.

Lo que al principio se percibe como una deficiencia que convendría eliminar no tarda en convertirse en un hábito al que hay que hacer frente y se termina por defender. Al principio, tal cosa no es sino una opción más; luego, es un derecho de todos; y al final, un deber general. El altar del pueblo, el empleo de acólitas y la comunión en la mano no son sino tres ejemplos particularmente llamativos que prueban este esquema repetitivo. Mientras tanto, en algunos lugares nos vamos acostumbrando a ver laicos que predican, laicos que bautizan, laicos que celebran enlaces matrimoniales y laicos que presiden funerales. El propio sacerdote se está volviendo superfluo, porque después de haberlo despojado de muchas otras competencias pastorales sólo falta que le quiten la liturgia.
En todo caso, siempre se sigue el mismo esquema: lo que al principio fue un escándalo y un abuso litúrgico se ha vuelto de obligada aceptación para todos. Ha pasado de ser un mal a ser un derecho y un deber. Se está introduciendo una mentalidad fatalista de que es mejor que nada o no es tan malo porque no es esencial. Pero la inexorable espiral cuesta abajo ya ha empezado. La nueva Misa nos ha ido acostumbrando a las novedades. Y poquito a poco siempre se avanza algo más. Con frecuencia se trata de alteraciones mínimas que no parecen tan graves, pero esos cortos pasitos iniciales se van convirtiendo poco a poco en grandes zancadas cuando se enlazan entre sí. Si se observa lo que parece normal durante largos intervalos de tiempo, no se tarda en apreciar hasta qué punto se ha decaído nada más con lo que es normal en el Novus Ordo Missae.
La reforma litúrgica enseña a enseña a hacer cada vez más concesiones. Y una concesión de por sí siempre constituye un entramado de cosas que no convencen ni son las mejores. Ceder siempre supone tolerar un mal que se reconoce como parte del conjunto, una reducción de la calidad. De lo contrario, si no fuera algo inferior a lo mejor no habría necesidad de ceder. En el mejor de los casos lleva al promedio, que aprueba por los pelos. Pero es imposible edificar sobre esa base una fe saludable y plenamente desarrollada, porque la fe supone una convicción profunda y apunta al máximo: la fe exige todo lo que se pueda y sin reservas, no lo mínimo indispensable y necesario.

Y si transigir supone esencialmente un retroceso en las convicciones, vendrá acompañado de una disminución de la fe y las convicciones. Precisamente cuando nos ocupamos de teología, del Santo de los santos, no basta con aspirar a algo meramente válido ni a la mediocridad, a un mínimo común denominador que aglutine a los más posibles: ¡el sacrificium perfectum exige una liturgia perfecta! Es imposible degradar conscientemente, adrede y hasta la mediocridad el sacrificio perfecto de Dios transformándolo en una liturgia antropocéntrica sin afectarla en su núcleo. La fe que transige, aunque sólo sea en su expresión externa, está cómo mínimo sujeta al grave riesgo de desaparecer gradualmente. Es mucho más que un posible peligro; es una realidad brutal que ya se ha cumplido y que vemos y oímos a diario en la Iglesia.

Lo trágico es que, casi de forma paradójica, es la nueva Misa la que por sí misma contribuye a esta degeneración a pesar de que en principio no pierde su validez sacramental. Desde una perspectiva es medicina, pero al mismo tiempo no deja de ser un potente tóxico. Por un lado, en la Misa nueva el sacrificio de Dios sigue siendo el mismo sacrificio perfecto de Jesucristo en la Cruz; pero desde el punto de vista eclesiástico, el sacrificio ya no se corresponde litúrgicamente con su propia esencia. Lo que inevitablemente transmite la nueva liturgia (en mayor o menor medida dependerá del celebrante, pero en principio siempre es así) no es lo que realmente es en cuanto a su esencia y tiene forzosamente que ser en cuanto a su forma. Dada esa discrepancia de esencia y forma, empieza por implantarse un error, que terminará por transformarse en una fe novedosa y diferente. Tal afirmación parece poco menos que sospechosa de herejía, porque al principio cuesta creer que tanta gente haya estado engañada por tanto tiempo en una cuestión tan importante. Pero si evaluamos con objetividad y precisión la cosa, tenemos lamentablemente que dar un diagnóstico: que precisamente es la nueva liturgia de la propia Iglesia, si bien no de forma exclusiva pero sí en una medida importante, la que ha favorecido y en muchos casos desencadenado de forma directa esta masiva apostasía. Justo dónde el hombre espera con toda lógica encontrar la verdad y la salvación se topa con el error y la banalidad.

Tras una apariencia de piedad, hasta el mal es justificado

Por razones que son fáciles de entender, a muchos les cuesta creer esto y reconocerlo como una realidad. Es difícil creer que pueda haberse producido semejante desviación. Surge la cuestión: ¿cómo pueden unas ideas tan ajenas y aun contrarias a la mentalidad tradicional de la Iglesia haber penetrado hasta tal punto y haber arraigado tanto? Al analizar lo sucedido se observa que al religioso se lo convence por su propia religiosidad; es decir, se les ataca por donde son más vulnerables y les gustaría crecer. Se encuentra una excusa santa para todo, que justifica cualquier cosa; se escogen argumentos que a simple vista y formulados engañosamente, dan a la primera la impresión de ser muy buenos y ser fruto de la fe, pero en el fondo no lo son. Como el famoso lobo que aparece disfrazado de oveja para parecer amigo cuando en realidad lo que quiere es devorar al rebaño.
Ay, habría que decir algo bastante claro y con toda franqueza: salvo excepciones muy aisladas, los teólogos, sacerdotes, obispos y hasta organismos de la Santa Sede, en conjunto, ya no son amigos de los que podemos esperar todo. Sobre todo en cuestiones de fe. Y es un objetivo declarado destruir la tradición católica en materia de fe, costumbres, dogma y liturgia, y considerarla cosa del pasado. No puede haber ya catolicismo tradicional, con sus diversos aspectos centrales y marginales; se nos considera retrógrados a los que hay que erradicar con consignas y decretos que suenen muy bien. Si la dirigencia actual de la Iglesia, diocesana o universal, se sale con la suya, no podemos seguir existiendo.
Este objetivo se persigue con mucho empeño, no sólo mediante leyes y decisiones sino con palabras que suenan muy bien pero manipulan con mucha perfidia. Si, por ejemplo, alguien se niega a recibir la Comunión en la mano, se hará que se sienta culpable «por no haber recibido a Cristo». Se le reprochará con palabras bonitas: «Cristo quiere entrar en tu corazón y no lo recibes porque pones la manera de recibirlo por encima de Cristo y de su gracia». A quienes insisten en ir a la Misa de antes en vez de la nueva, se los acusa de desobedientes: «¡Jesús no quiere que seamos desobedientes!» Por otra parte, argumentos como «si Jesús no lo quisiera no lo habría permitido» son tan teológicamente falsos y manipuladores como afirmar: «Si la Iglesia (o el obispo, el Papa, el párroco el consejo parroquial) lo dice, es señal de que está bien. El Espíritu Santo siempre habla por boca de ellos». O se le dice a los feligreses (como siempre les gusta decirles a los alumnos de los seminarios) que el que obedece no peca.

Hay muchos otros argumentos falsos que suenan buenos y creíblesy que pillan a la gente religiosa y crédula por su punto vulnerable pero que si se miran objetivamente no se apoyan en la realidad teológica, sino que apuntan a los sentimientos, y tienen por objeto transformar la manera de pensar, hablar y actuar.

En vez de recurrir a argumentos basados en la realidad –al fin y al cabo, el acto de fe es el asentimiento voluntario de la mente a una verdad reconocida, ¡no una cuestión de sentimientos!–, se prefiere llevar las cosas al nivel emocional para influir en las almas piadosas con argumentos que suenan bien pero están tergiversados en su contenido, y no tener en cuenta los aspectos importantes de la cuestión: los críticos encuentran más eficaz acosar a los tradicionalistas de irreligiosos y de haber roto su relación con Cristo. Lo que hacen y creen –precisamente porque quieren cultivar, edificar y mantener una relación íntima con Cristo–, se les hace ver que es perjudicial. La realidad está, pues, totalmente invertida.

La ambigüedad de la nueva Misa actúa como un anestésico

La ambigüedad de la nueva liturgia y el amplio espacio al que inherentemente da lugar a interpretación actúa como un anestésico que duerme el alma y el espíritu. Nos vamos acostumbrando a cambiar lo que se entiende a la primera sin ambigüedad por algo vago o que se entiende mal. Uno se tranquiliza pronto diciéndose a sí mismo: «De todos modos, se puede entender bien». Pero ahí está precisamente el error. Puede que lo entienda, pero también puede que no lo entienda. Esa impresión de que todo es incierto en vez de claro y diáfano se promueve mediante cambios constantes a nivel pastoral. Uno se hace a la idea de que nada está definido y todoestá sujeto a cambios constantes, porque «el Espíritu Santo sopla donde quiere y lo hace todo nuevo». Las verdades objetivas reveladas se disuelven y se vuelven algo negociable. Una vez que la mente humana está sedada y adormilada de ese modo, se le puede imponer cualquier cosa.

La ambigüedad se utilizada adrede para que lo que en un principio sería legítimamente rechazadopor la mayoría termine por convertirse no sólo en una posibilidad, sino en una obligación para todos. Ya hemos dado algunos ejemplos de ello, como comulgar en la mano, aunque se podrían citar muchas otras innovaciones. La dinámica de esta evolución siempre es la misma y se da en siete etapas pequeñas individuales, y siempre sigue el mismo esquema previamente trazado.

Primero se da algo que suscita el rechazo general, y por tanto se prohíbe. Por ejemplo, mesas de altar para el pueblo, acólitas o comunión en la mano.

Segundo, si uno quiere acabar con esa prohibición o rechazo, empieza a incumplir la prohibición esporádicamente. Aunque en un principio cause escándalo y horror, con el tiempo se vuelve más frecuente y la gente se va habituando.

Tercero, llega un momento en que se cansan de resistir. Al ser cada vez más frecuente, nadie quiere llevar la contraria criticando continuamente lo mismo. Al ir amainando las críticas, la mente y la conciencia se van adormilando: con el hábito viene la tolerancia. Aunque es probable que se siga percibiendo como un mal, se termina por aceptar. Es una situación ambigua: aunque la práctica se asocie con un mal, poco a poco se va considerando posible (aunque sea peor)

Cuarto: la posibilidad se vuelve aceptación: aunque uno diga «no es exactamente mi preferencia», lo empieza a ver factible y legítimo en principio.

Quinto: Claro que todo lo que se entiende como posible y legítimo termina por permitirse oficialmente. El siguiente paso es la autorización.

Sexto: La autorización se convierte en un derecho, que puede llegar a imponerse sobre los demás.

Y séptimo: ¡Al final de la cadena está el grave deber de ejercer los derechos! Hemos pasado de la prohibición estricta al derecho obligatorio. Y como el deber y la prohibición son en realidad una misma cosa (una es una obligación, la otra no), el paso de la obligación a la prohibición sigue los mismos pasos en orden inverso, anestesiando una vez más mentes y conciencias.

Con la nueva Misa se perdió la fe

Si nos desembarazamos de toda ideología y analizamos con bastante serenidad y sin dejarnos llevar por sentimientos, no podemos menos que reconocer que la nueva liturgia acabó con la fe del pueblo, en particular la Misa nueva.Desde luego no ha sido ésa la única causa, pero es preciso verlo como el motivo fundamental. Pues si la Santa Misa es el corazón de la fe católica (en sí lo es), es lógico e inevitable que la gente encuentre la medida de la fe en ese centro. ¿Dónde si no?

Ahora bien, si ese centro se desplaza, si se vuelve ambiguo y transmite contenidos diferentes ya sea en las palabras, los gestos y la evidencia, será inevitable que la fe se adapte a esas ambigüedades y alteraciones. El hombre tiende a percibir las cosas de un modo muy inmediato y sacar las conclusiones más obvias, aunque no sea a nivel intelectual. Las explicaciones teológicas complejas que ayuden a entender bien una ambigüedad no pueden justificar los cambios ni son edificantes para la fe. ¡Es impensable que la sagrada liturgia se altere drásticamente sin que afecte la fe! Podría darse de forma muy ocasional que alguien concreto mantuviera la fe por una obra muy particular de la gracia de Dios, o por nutrir su fe en otras fuentes. Pero a grandes rasgos se puede afirmar que es imposible.

La nueva liturgia sigue un concepto general totalmente alterado que pone al hombre en el centro, donde Dios se encontraba antes. Distrae al hombre apartando su mirada de Dios para dirigirlahacia el hombre, y enla práctica obstaculiza la oración íntima y personal durante la Misa al faltar el silencio litúrgico y ocupar constantemente al hombre con algo externo. Desde luego así no se nutre la fe. En consecuencia, la fe se seca y evapora. Eso es ni más ni menos lo que vemos a diario y lo que ha adquirido unas proporciones que ya no es posible disimular, negar ni minimizar.

Por raro que parezca, las deficiencias en la fe del pueblo, los errores, la apostasía, hunden sus raíces más profundas en las costumbres litúrgicas postconciliares.

No podemos pasar por alto las consecuencias de décadas de mutilación y disolución de la liturgia. ¡Pensemos en el daño inflingido a las almas! Están confundidísimas en la fe; muchas de las cosas que creen ya no se corresponden con la fe católica; es una fe muy incompleta, o se ha secado totalmente. Las consecuencias que vemos a diario de un fe sustancialmente cambiada –hasta en los mismísimos pisos superiores de los palacios apostólicos–, se convierten en causas que agravan la apostasía. Hoy en día se excusa todo, todo tiene su validez y justificación, excepto la Tradición que la Iglesia reconoció, enseñó y practicó durante siglos bajo la guía del Espíritu Santo.

El estado de la fe católica en la Iglesia actual lo vemos en innumerables ejemplos: cultos paganos aun en presencia del Papa, que también encuentran su lugar en documentos y discursos oficiales de la Santa Sede, la imperdonable conducta de la Iglesia durante los confinamientos covidianos, que dejaron bastante claro que las autoridades de la Iglesia habían perdido la fe en el Sacrificio de la Misa y la Presencia Real. Simulacros de misa realizados por laicos se están volviendo cada vez más frecuentes y descarados, considerándose como la nueva normalidad, bautizos, bodas, funerales, bendiciones y otros actos litúrgicos son realizados por seglares en cada vez más diócesis, y en ciertas vicarías se ha decidido oficialmente: ya no hay sacerdotes que celebren honras fúnebres porque no quieren privar de nada a los laicos.

Por consiguiente, la nueva Misa es también peligrosa

La Misa se va degenerando más cada vez, hasta el punto de convertirse en un instrumento de propaganda a favor de temas como la inmigración, el cambio climático y otras cuestiones políticas del momento con las que la izquierda trata de captar a la gente por la vía espiritual y moral. Actualmente la gente vota más a la izquierda porque al fin y al cabo es católica. El resultado final será una sinodalización de la Iglesia en la que su divina constitución e institución terminará por ser abolida: se eliminará la modalidad jerárquica espiritual para transformar en una Iglesia laica y sinodal. No es sino la consecuencia lógica, la coherente continuación y puesta en práctica del antropocentrismo que se inauguró en el último Concilio y ha hecho patente la reforma litúrgica.

El camino sinodal con sus demandas es consecuencia lógica y directa del Concilio y la reforma litúrgica a él anexa, ya que avanza dentro de la misma mentalidad, si bien con más coherencia y va más allá. Sería absurdo y ridículo decir «Concilio sí, sínodo no». Porque la ruptura ya se dio en el último Concilio, no sólo en los últimos años. No es coherente afirmar que el Concilio se ajusta perfectamente a la Tradición. Aunque al principio lo pareciera, es una afirmación errónea. Lo que tenía de verdaderamente católico se ha hecho humo. Al principio parecía que estaba presente (al menos en forma compacta) en las reformas que siguieron. El humo se fue diluyendo más y más, hasta que acabó por perder la forma; se ha vuelto tan tenue que apenas si se perciben ya vagas trazas. Y la nueva liturgia ha desempeñado una parte fundamental en ello.

Cierto que estas ideas, arraigadas en el modernismo, se remontan a más atrás; aun antes de Concilio, no todo estaba bien. La reforma de la Semana Santa es una de muchas pruebas de que no se puede decir que antes de 1960 todo estaba bien y después todo está mal. ¡La diferencia está en que con el último Concilio la Iglesia oficialmente representó y promovió lo que hasta ese momento siempre había rechazado tajantemente con toda razón! Se ha producido un cambio de paradigma que no es posible entender como crecimiento y profundización sino como ruptura y destrucción.

A la vista está adónde nos ha llevado: ha llegado a afectar a obispos, cardenales e incluso papas. Hay prelados que no vacilan el declarar que la Iglesia tiene que cambiar, que de ahora en adelante quieren ser católicos pero diferentes. Supondría un craso error y una tremenda cortedad de vista pensar que esta situación no ha tenido nada que ver con la reforma litúrgica (que a mismo tiempo parece más y más anticuada y necesitada de reformas, como cada vez más se oye decir).

La solución: abandonar la nueva Misa y volver a la Tradición

Desde esta perspectiva, se plantea una pregunta legítima: ¿Qué se puede hacer? ¿Cómo podemos salir de la crisis?

Hay dos opciones fundamentales. O se intenta salvar lo poco que queda para después volverlo a desarrollar, como cortar la planta parásita del modernismo para que las ramas crezcan más sanas en la planta buena. O seguir por el mismo camino que hasta ahora, avanzando cada vez más hacia la apostasía, esperando un poco más hasta que las partes de la Iglesia heridas de muerte por la reforma terminen por desaparecer porque ya no convencen a nadie y, claro, nadie quiere saber nada de ellas.

Tanto en un caso como en otro, el final será el mismo. Sólo la Tradición permanecerá, pues todo lo demás terminará por desaparecer. ¡Ya se percibe qué está muriendo y qué está cobrando fuerza! Aunque de por sí las cifras no sean un criterio razonable para juzgar, porque la verdad no la decide la mayoría, se va delimitando con bastante claridad una tendencia bastante razonable: la gente se aleja de una iglesia y una liturgia que afirmaban querer salir al encuentro de la gente y ser más humanas y modernas (modernistas). Por otro lado, las iglesias que celebran la liturgia tradicional y exponen en su plenitud la doctrina católica están experimentando un crecimiento tremendo a pesar de los intentos de suprimirlas. En un futuro no muy lejano, o se será católico tradicional o no se será católico.
En vista de ello, lo más sensato sería abandonar la nueva Misa y regresar en todo a la liturgia romana tradicional antes de que la evolución natural de los acontecimientos termine por autodestruirse de mala manera. Porque la nueva liturgia y la teología a ella asociada están ya tan destruidas y vaciadas que no se tienen en pie.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)