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sábado, 26 de abril de 2025

Los desafíos del próximo Papa: Restaurar la fidelidad doctrinal, la unidad eclesial y el respeto al derecho canónico



Es aún pronto para hacer balances y análisis sobre lo que ha supuesto para la Iglesia y todos los católicos estos doce años de pontificado de Francisco. De nada sirve lamentarse en estos momentos por sus errores (como todos los tenemos). Toca pasar página y mirar ya al futuro.

La Iglesia católica, aquella verdaderamente fundada por Jesucristo sobre Pedro, su roca firme, vive tiempos convulsos y es momento de no perder la esperanza. Hay quienes sumidos en el pesimismo más absoluto ya sacan a pasear el popular refranero alertando de que «otro vendrá que bueno le hará», pero toca confiar en que dentro de unos días en la Capilla Sixtina también entre esa ola de sentido común que está empezando a resplandecer en algunos países de Occidente.

No en vano, el futuro Papa tiene por delante una ardua tarea. Son múltiples los temas que deberá abordar el 267º Papa de la Iglesia católica. Y no, la sinodalidad, la conversión ecológica o el fomento de la inmigración masiva no son prioridades. Tras el fallecimiento del Papa Francisco, la Iglesia Católica se encuentra en un momento de reflexión profunda. El próximo Pontífice enfrentará la tarea de abordar diversas cuestiones que han generado debate y división en los últimos años.​

Volver a respetar el Derecho Canónico

Uno de los retos más urgentes que deberá abordar el futuro Papa es la restauración del respeto y la aplicación coherente del Derecho Canónico, la ley fundamental que rige la vida interna de la Iglesia. Durante el pontificado de Francisco, numerosos canonistas y observadores vaticanos han expresado preocupación por lo que consideran una administración personalista y, en ciertos casos, contraria al espíritu del orden jurídico eclesial. Casos concretos y ampliamente discutidos, como el famoso ‘Caso Gaztelueta’, han puesto sobre la mesa la inquietante percepción de que el Papa ha intervenido en procesos judiciales sin el debido respeto a las instancias establecidas por la ley canónica.​

En el caso Gaztelueta, por ejemplo, se señala que el Papa intervino directamente en una causa que ya había pasado por las instancias judiciales eclesiales pertinentes, desautorizando de facto la sentencia y ordenando una revisión en términos que, para muchos, comprometían la imparcialidad del sistema judicial interno. Este tipo de actuaciones han sido vistas por numerosos juristas católicos como una señal de deterioro institucional, donde la figura del Papa se impone por encima de los procedimientos establecidos, rompiendo con siglos de tradición legal en la Iglesia.​ Principios elementales del derecho fueron pisoteados y despreciados por el Pontífice y su delegado para este caso, el obispo José Antonio Satué, tal y como han demostrado numerosos juristas. El último en denunciarlo fue el expresidente del Foro de la Familia Benigno Blanco en un certero artículo publicado en ABC.

Del mismo modo, ha sido motivo de escándalo el modo en que el Papa Francisco ha removido a varios obispos sin que mediaran procesos claros o públicos. Si bien el Papa tiene autoridad para remover prelados, el modo en que se han llevado a cabo algunas de estas destituciones ha generado un ambiente de inseguridad jurídica y desconfianza. Pastores con años de servicio han sido apartados sin explicación oficial, y en algunos casos, sin haber cometido delitos ni errores doctrinales manifiestos. Esto ha dado pie a acusaciones de arbitrariedad y a un malestar creciente entre los miembros del episcopado, que temen ser cesados no por razones objetivas, sino por motivos ideológicos o personales.​ Muchos han guardado silencio por miedo a perder la poltrona.

Paradójicamente, todo esto ha ocurrido en un pontificado que ha hecho bandera de la sinodalidad, es decir, de un estilo de gobierno basado en la escucha, la participación y la colegialidad. Sin embargo, en Roma ha sido común en estos años escuchar que, más allá de la retórica, la forma real de gobernar del Papa Francisco ha tenido tintes más propios de un régimen absolutista. El hecho de que el Papa sea, en efecto, un monarca absoluto en términos canónicos, no debe ser excusa para ejercer ese poder de forma despótica. El papado no es una monarquía oriental ni una dictadura: es el servicio más alto en la Iglesia, que debe reflejar en su forma y fondo la figura de Cristo, el Buen Pastor.​

Es por ello que se vuelve imperioso recuperar un gobierno eclesial que no solo proclame la justicia, sino que la practique conforme a los procedimientos establecidos. Que el sucesor de Pedro sea verdaderamente ipse Christus, el que sirve, guía y santifica, no quien gobierna como un pequeño dictador de república bananera. En definitiva, el próximo Papa tendrá que recuperar la dignidad del Derecho Canónico, no como un obstáculo a la misericordia, sino como el cauce justo, prudente y transparente que garantiza la verdadera caridad y el orden en la Iglesia.​

Reafirmar la ortodoxia doctrinal

Durante el pontificado de Francisco, documentos como Amoris Laetitia y Fiducia Supplicans han generado debates sobre la interpretación de la doctrina católica, especialmente en lo referente a la comunión de divorciados vueltos a casar y la bendición de parejas en situaciones irregulares. Estas situaciones han provocado confusión entre los fieles y han resaltado la necesidad de una enseñanza clara y coherente con la tradición de la Iglesia.​

El próximo Papa deberá proporcionar claridad doctrinal en estos temas, reafirmando la enseñanza tradicional de la Iglesia y ofreciendo una pastoral que combine la verdad con la caridad.​ Inexplicablemente, son muchos los perseguidos que visten sotana o alzacuellos y defienden postulados tradicionales. En cambio, aquellos clérigos acostumbrados a vestir de vaqueros y camisas de cuadros y que predican una teología contraria a la fe católica o en el límite, han gozado de total impunidad. Es evidente que en este pontificado ha existido una doble vara de medir. Hay quienes han logrado salir de rositas como Zanchetta o Rupnik. En cambio, otros con menor o ninguna culpa han sido guillotinados por la maquinaria vaticana dependiendo de si gozaba de la simpatía o no del Pontífice.

Promover la unidad en la verdad frente a la polarización

El obispo Joseph Strickland describió el pontificado de Francisco como uno de los más polarizantes de la historia de la Iglesia, señalando que se ha dado cabida a opiniones alejadas de la fe y la moral católica. La promoción de la sinodalidad, aunque con la intención de escuchar a todos, ha sido interpretada por algunos como una apertura a doctrinas y estilos de vida contrarios a la enseñanza tradicional.​

El famoso «todos, todos, todos» supuso un punto de inflexión para colar pensamientos, teorías, doctrinas y estilos de vida pecaminosos. Ya no se habla de conversión o de vida de fe profunda y espiritual. Se ha dado rienda suelta al libre albedrío para dar cabida a la diversidad con la idea de fondo de que nadie se aleje, pero la realidad es que sería una falsa compasión hacia aquellos que tienen derecho a que se les diga la verdad, la cual no está en contraposición a la unidad que ha de estar siempre fundamentada en la verdad. Todo lo demás es humo.

El próximo Papa deberá trabajar para restaurar la unidad en la verdad, asegurando que la diversidad de opiniones no comprometa la integridad doctrinal de la Iglesia.​
Recentrar la misión espiritual de la Iglesia

Durante el pontificado de Francisco, la Iglesia ha enfatizado temas sociales como la inmigración, la conversación ecología, el cambio climática y la pobreza. Estos asuntos, han copado gran protagonismo en las intervenciones y discursos del Papa Francisco en detrimento de cuestiones fundamentales de las que se espera que hable un Papa.

No son pocos los fieles que se han sentido en cierta medida huérfanos estos años de un verdadero padre que les confirme en su fe. También conocemos casos de unos cuantos católicos que han tenido que dejar de leer los escritos de Francisco para poder mantener una fe fuerte y no sentirse decepcionados por quien debería habernos llenado de Dios en estos años.

El próximo Pontífice deberá recuperar y recordar la misión esencial que tiene la Iglesia: la salvación de las almas, la promoción de la vida sacramental y la profundización en la oración y la espiritualidad.​
Aclarar cuestiones doctrinales polémicas

Sea quien sea el sucesor de Francisco, tendrá que cortar con los temas polémicos: el próximo Papa debe recordar que el sacerdocio es algo reservado para el hombre tal y como zanjó san Juan Pablo II y que algunos pretenden volver a «estudiar» aprovechando el problemático Sínodo. Que no habrá ni siquiera diaconado femenino. Derogar Fiducia supplicans y recordar que la Iglesia no puede aprobar ni bendecir el pecado. Insistir en la acogida con caridad pastoral a las personas con tendencia homosexual que quieran vivir acordes a la enseñanza de la Iglesia.

Apostar por la riqueza valiosa que supone el celibato sacerdotal. Dejar de perseguir a movimientos e instituciones que hacen bien a la Iglesia y empezar a cortarles las alas aquellos que están infectando la Iglesia con sus tesis heréticas. Que la Iglesia no es una moneda de dos duros que deba contentar a todo el mundo.

El nuevo Papa tendrá trabajo y sí, deberá ser continuista pero con la fe y doctrina que nos dejó Cristo en el Evangelio y no estar a merced de las modas y cambios que reclama la secularizada sociedad actual.

El triunfo actual del padre de la mentira



Homilía del 24 de mayo de 2009
Jn 15: 26-27, 16: 1-4

Duración: 0:26:50

Comentario:

El padre de la mentira consigue engañar a la gente, pero a aquellos que hicieron su opción por la mentira. 

Su éxito más importante ha sido el de corromper lo que significa lo esencial del cristianismo. Ha infundido la idea de que el cristianismo es solo para esta vida. Se quita lo sobrenatural. Lo vemos en los movimientos de los jóvenes con el Papa. 

El cristianismo convertido en una tarea social de proteger a los marginados. La promoción de los derechos humanos. El mensaje del Evangelio destinado a conducirnos al Cielo ha sido transformado y subvertido y olvidado. Una religión de hombres. La Iglesia promocionando determinados partidos políticos. Esta no es su misión. El ejemplo de la Democracia Cristiana en Italia. 

¿Para qué vino Jesucristo en medio de nosotros? 

En el evangelio de hoy se da el auténtico testimonio cristiano. "Cuando yo me fuere, os enviaré el Espíritu Santo..." "Desde el principio estáis conmigo..." 

Los que os persigan pensarán que están haciendo una obra a Dios. "Todos aquéllos que pretendan vivir según Cristo, padecerán persecución..." 

El mundo no nos perdonará que pongamos en práctica las enseñanzas de la vida cristiana. "Si el mundo os aborrece a vosotros..." "Si me persiguieron a mí..." 

La verdadera alegría nos la da el ser fiel a Cristo

- El padre Alfonso cuenta la historia de la perfecta alegría de San Francisco de Asís. 

- El signo del Cristianismo es la Cruz. La senda angosta.

- Narración del pasaje de la Madre de los Zebedeo. El cariño falso de algunas madres las cuales conducen a sus hijos a la perdición. "No sabéis lo que pedís..."

- El camino es el que Jesús les propone a los jóvenes. "Possumus". San Pablo predicaba a Cristo crucificado.

- El mundo no puede comprender esto. La Bienaventuranza es prometida a los que sufren, los que lloran. 

- La alegría se fundamenta en nuestra entrega de la vida, como el grano de trigo. Y en la participación de la misma ruta del Amado. "El amigo del esposo..." "La voz del esposo, hermosa mía, hermana mía.." 

- Esta es la existencia cristiana.

No Santo Padre sino Papa Hermano



El papa Bergoglio fue un papa humano, demasiado humano. Hizo de la humanidad el sentido y el horizonte de su pontificado. Humanizó lo divino, desacralizó la fe, socializó la cristiandad, tradujo la caridad en filantropía. No fue el Santo Padre, sino el Papa Hermano, y su hermandad era un poco como la fraternité unida a la égalité

El cristiano concibe la fraternidad con respecto al Padre Eterno. Quería derribar muros y fronteras, abrirse a los no creyentes o a los creyentes de otras religiones, pero levantó muros y trazó fronteras dentro del cristianismo, entre los católicos de la tradición y los católicos del progreso, poniéndose del lado de estos últimos. Humano, demasiado humano es, como sabéis, el título de una obra de Friedrich Nietzsche; el filósofo del anticristo habría encontrado en él exactamente lo que él entendía por cristianismo y a lo que se oponía: la religión de los últimos, la cristiandad como preámbulo religioso del socialismo, del pauperismo, el Evangelio como redención y denuncia social. En el fondo, la visión del cristianismo de Nietzsche coincide con la de los cristianos progresistas. Por supuesto, el signo es opuesto, negativo en Nietzsche y positivo en ellos, pero el diagnóstico es similar.

No somos nadie para juzgar a un papa, y la historia dirá cuál ha sido su huella en la Iglesia y en el mundo. Pero si se me permite expresar con toda humildad una modesta opinión sobre su papado, más allá de las untuosas hipocresías que nos inundan desde hace dos días, Francisco no ha sido un gran papa, ni un papa grande, como se dice en la Iglesia, que entiende la grandeza como presagio de santidad. Ha sido, en cambio, un papa pequeño, que ha querido ponerse a sí mismo y a la Iglesia a la altura del mundo, de los tiempos, de la situación social. Se ha hecho pequeño para estar dentro de este tiempo; humilde, si se quiere, aunque no de buen carácter.

En el fondo, esta definición de Papa Pequeño no debería desagradar a quienes han exaltado en él precisamente este aspecto de cercanía a la humanidad, empezando por los excluidos. El carisma es el signo de una paternidad radiante y de una presencia luminosa de lo divino en la tierra; Bergoglio, en cambio, ha elegido el camino opuesto, el de humanizar a Cristo y al Vicario de Cristo en la tierra, hasta convertirlo en «uno de nosotros». No el amor por lo lejano, sino el amor por los lejanos, los más alejados de la civilización cristiana, de nuestro Occidente, de la Iglesia, ocupándose ampliamente de los migrantes, es decir, de aquellos que venían de otros mundos, de otras religiones. No ha afrontado el nihilismo de nuestra época, la desertificación de la vida espiritual, limitándose a criticar legítimamente el egoísmo y la prepotencia. Buscó la simpatía, a veces el agrado, más que la conversión y el misterio de la fe.

Murió el día del Sepulcro vacío, el día después de Pascua, en el que el ángel anuncia a las mujeres que el Hijo ha vuelto al Padre, que ya no está en la tierra, y también esto, para quienes creen en los símbolos, es una coincidencia significativa. Un día especial, no solo porque era lunes de Pascua, sino porque este año la Pascua católica coincidía con la ortodoxa; y era el 21 de abril, día del Nacimiento de Roma, en el que el sol entra perfectamente en el opaion del Panteón, el óculo abierto en la cima del círculo, y atraviesa la puerta de bronce y a quienes se encuentran en el umbral del tiempo dedicado a todos los dioses. Su papado duró doce años, un tiempo no tan largo como el de Juan Pablo II, ni tan breve como el de los papas meteoros, como le sucedió a Juan Pablo I, el papa Luciani.

Dejará un importante legado al cónclave que deberá elegir al nuevo Papa y tal vez iniciar la santificación del Papa Bergoglio: ha elegido más cardenales que cualquier otro predecesor, el ochenta por ciento del cónclave, dejando así una amplia mayoría bergogliana. Por eso, su legado será realmente importante en el próximo cónclave, aparte de la inspiración del Espíritu Santo.

No ha logrado detener la hemorragia de la fe cristiana en el mundo, el descenso sin precedentes de las vocaciones en la Iglesia y en los conventos y de la participación de los fieles en los sacramentos y en las misas; las iglesias vacías, la fe abandonada.

Un proceso largo que dura desde hace tiempo, que se ha acelerado al menos desde el Concilio Vaticano II y que sus predecesores no lograron frenar; con él, la descristianización ha sido aún más amplia y rápida.

El papa Bergoglio se granjeó la simpatía de muchos que no eran cristianos ni creyentes y que siguieron siéndolo; no convirtió a ninguno de sus simpatizantes no creyentes, mientras que, dentro del cristianismo, como decíamos, se agudizó el desacuerdo y la división entre los católicos más vinculados a la tradición y los católicos más abiertos a los nuevos tiempos y a un mundo cada vez más descristianizado. Ha dialogado más con los progresistas no católicos que con los católicos no progresistas; abierto a los primeros, hostil a los segundos, la fe católica se ha convertido en una variable secundaria con respecto a la posición histórico-social. Elogió el diálogo interreligioso, pero no partiendo de los más cercanos, como los cristianos ortodoxos de rito greco-bizantino, sino de los más lejanos, como los musulmanes y los más remotos del mundo.

Sus temas dominantes fueron la paz, la acogida, los migrantes, el medio ambiente, la apertura a las mujeres con roles eclesiásticos y el diálogo con los ateos. Denunció las injusticias sociales, defendió a los pobres, criticó el capitalismo y el consumismo, como corresponde a un Papa. Se mantuvo firme en algunos principios y opciones de vida, en materia de aborto, maternidad, familia, lobby gay; pero los medios de comunicación silenciaron sus llamamientos contrarios a la corriente dominante. También en materia de paz, ha hecho resonar con fuerza su palabra ante las guerras y los genocidios, sin distinguir entre unos y otros. Menos atento, en cambio, a las persecuciones de los cristianos en el mundo. Se ha mostrado reacio a los ritos, los símbolos y la liturgia sagrada.

Quedan algunos misterios grandes y pequeños, como el hecho de que en doce años de pontificado nunca haya vuelto a su Argentina; ha estado en Brasil, en sus fronteras, pero nunca ha cruzado el umbral de su casa, y los medios de comunicación siempre han guardado silencio sobre los motivos de esta extraña decisión.

La Iglesia que deja es más frágil, deshabitada y lacerada que la que, ya en crisis, recibió de su predecesor, el papa Benedicto XVI. Y sigue lastrada por algunas sombras de infamia, como la pedofilia y la corrupción, que desde hace muchos años asolan la Iglesia y a los sacerdotes.

Algunos, para responder a la crisis de vocaciones y a la pedofilia, proponen el matrimonio para los sacerdotes, pero eso no es remedio para ninguno de los dos problemas. No entraremos en la espinosa cuestión de la legitimidad de su pontificado, no tenemos competencia para ello y es un tema demasiado delicado para abordarlo en un artículo. Siempre hemos estado divididos entre la obediencia al Papa, sea quien sea, por lo que representa y por nuestra incapacidad para juzgar, y la crítica a algunas de sus posiciones, que estaban en clara contradicción con el magisterio de los pontífices anteriores y con las enseñanzas de los santos, teólogos y doctores de la Iglesia.

Su muerte exige respeto, piedad y oración por su regreso al Padre. Bergoglio ejerció su papel de Pontifex tendiendo puentes entre los pueblos más que entre el hombre y Dios. No construyó puentes entre el tiempo y la eternidad, sino entre la Iglesia y su tiempo, en un sentido unidireccional. De hecho, su Iglesia se abrió al hoy, pero el hoy no se abrió a la Iglesia.

Pensamientos dispersos sobre el papado de Francisco



He leído muchas intervenciones sobre el Papa Francisco, lo que me ha permitido tener una idea de cómo las instituciones, los políticos, la prensa y la gente común han comentado la muerte del Papa. Obviamente estoy dejando de lado la avalancha de retórica que, como siempre en estas circunstancias, llena el discurso público.

Dejo de lado esa actitud de quien (en las redes sociales) ejerce el “poder del teclado” para comunicar al mundo (muchas veces a sí mismos) principalmente el propio malestar existencial, las propias frustraciones, la falta en esencia de una mínima capacidad para medirse en el ejercicio de la reflexión, que en todo caso no nace de la voluntad sino del hábito de interrogarse sobre la existencia. Entre ellos está el componente no-vax (para que quede claro: no me he vacunado y me he opuesto a la lógica del “pase verde”) que hoy representa un verdadero desastre para cualquier reanudación seria del debate político basado en premisas racionales. En la que se arraiga una actitud resentida, burda, “primitiva”, incapaz de añadir un elemento más, por la que se aplaude la muerte del Papa recordando su (desafortunada) posición sobre la vacuna; Hay quienes las estelas químicas han producido tal confusión en sus frustrados cerebros que escriben mensajes como “Está muerto otra vez” o cosas así.

Sin embargo, más allá de estos fenómenos extraños, el hecho es que casi todo el mundo está intentando poner al Papa Francisco de su lado usando una frase suya que apoya la tesis que están defendiendo. En este ejercicio, los mejores son los llamados progresistas, que, desde lo alto de un total desinterés por la dimensión espiritual y religiosa del Papa fallecido, se complacen en subrayar su cercanía a los "últimos", a los migrantes... en definitiva, en "medir" el valor del episcopado bergogliano con el criterio de cercanía a su propia concepción del mundo, olvidando sin embargo todas aquellas declaraciones en las que Francisco expresó claramente la condena de ciertas prácticas (aborto, género...).

Pero hay un hecho, difícil de discutir, y es que bajo el papado bergogliano, más allá de la retórica de acogida y cosas por el estilo, el "mundo" entró de lleno en la Iglesia, entrando por aquella brecha que hacía tiempo que había aparecido en los muros que lo separaban de ella. Vivimos en una época que el sociólogo Emmanuel Todd ha definido acertadamente como la de “religión cero”. Al menos en nuestro Occidente. Religión cero que corresponde a una ausencia casi total en la vida cotidiana de la dimensión espiritual de la trascendencia. Un proceso que viene en marcha desde hace tiempo pero que ha ido creciendo rápidamente en los últimos años. Un proceso al que no se opuso en absoluto el papado de Francisco, durante el cual se pretendía acercar al pueblo a la Iglesia acentuando aún más su mundanidad, haciéndola más “del” mundo que “en” el mundo (del Evangelio de Mateo: “Estáis en el mundo, pero no sois del mundo. Sois para el mundo!”).

Quienes frecuentan la iglesia saben bien lo que esto significa, saben bien que en el papado bergogliano se ha llevado mucho más lejos el proceso de “mundanidad” iniciado con el Concilio Vaticano II; que ha ido en la dirección de complacer al mundo para ganar su consentimiento.

Pero, nos guste o no, cuando se trata de religión las cosas no funcionan así: las estadísticas crudas nos dicen que la llamada apertura no ha llevado a un aumento en el número de creyentes. Durante el papado de Francisco, de hecho, el número de ciudadanos que asisten a misa ha disminuido verticalmente (se estima que aproximadamente el 25% de los ciudadanos italianos asisten a misa regularmente), así como el número de bodas religiosas. Cualquiera que quiera profundizar en el aspecto estadístico debería leer los datos de Swg. Para concluir: no quiero culpar sólo a Francisco de la secularización de la sociedad, pero el hecho es que su papado no ha hecho más que exaltar el proceso.

Antonio Catalano 

El cardenal Robert Sarah aplaudido por su postura contra inmigración ilegal e ideología 'woke'



DURACIÓN 2:29 MINUTOS

¿Quién será el nuevo Papa? | ACT. COM. (25-04-2025) | P. Santiago Martín FM | Franciscanos de María



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