Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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domingo, 17 de septiembre de 2023
¿Más sabio que Santo Tomás? (Bruno Moreno)
viernes, 23 de diciembre de 2022
En 2025 rehabilitan a Lutero
La rehabilitación de Lutero es una movida cuyos intentos se han venido incrementando en la última década (incluso llegándose a insinuar que su ‘reforma’ la inspiró el Espíritu Santo) pero, pensamos, el culmen llegará en 2025 para las celebraciones del año santo. Y no solamente Lutero, de allí podría pasarse a Wesley (ver aquí), Fidel Castro, el ché Guevara, los fariseos (ver aquí) y, quién sabe, hasta Jesús Malverde, el que en México llaman ‘el santo de los narcos’. ¿De dónde sacamos todo eso que parecen delirios nuestros? Lean lo siguiente y juzguen después si es que estamos tan delirantes.
Información de Vatican News, Oct-05-2022.
Jubileo: nace la Comisión para los testigos de la fe
El cardenal Marcello Semeraro lo anunció durante la conferencia "La santidad hoy" en el Augustinianum: "El Papa ha dicho que se reconstituya, de manera estable, esta realidad que estará vinculada a la actividad del Dicasterio para las Causas de los Santos"
Amedeo Lomonaco - Ciudad del Vaticano
Con vistas al Año Santo de 2025, se creará la Comisión para los testigos de la fe, que ya había sido creada, a instancias de San Juan Pablo II, con motivo del Jubileo de 2000. El cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, lo anunció durante la conferencia "La santidad hoy".
¿Qué es la Comisión de Testigos de la Fe?
Esta iniciativa ya tuvo lugar con motivo del Gran Jubileo de 2000. San Juan Pablo II quiso destacar estas figuras de hombres y mujeres que, aunque no fueron canonizados, manifestaron con fuerza su fe. Así, la Comunidad de Sant'Egidio recibió el encargo de crear esta Comisión. Y se había elaborado una lista con biografías de personas que hablaban a todo el mundo cristiano, no sólo al católico. La experiencia de esta Comisión se limitó al gran Jubileo de 2000. Esta idea ha vuelto para el próximo Año Santo. El Papa Francisco ha pedido que se reconstituya esta Comisión, esta vez sin referirla a una circunstancia concreta, sino vinculándola a la actividad del Dicasterio para las Causas de los Santos. Por ello, se está creando una Comisión estable. En los próximos días la pondremos en marcha, también como campo de estudio.
¿Quiénes son los testigos de la fe?
Pongo un ejemplo: me viene inmediatamente a la mente Dietrich Bonhoeffer, teólogo y pastor de la Iglesia que fue asesinado por oponerse al nazismo. La Iglesia no lo proclama mártir porque no era católico. Sin embargo, es una figura emergente como testigo cristiano. Como Bonhoeffer hay muchos otros. La santidad no siempre es inmediatamente evidente a los ojos de los fieles. Nuestro servicio es sacarla a la luz. Nosotros "no construimos santos", pero ayudamos al Papa en el discernimiento. Debemos mostrar que la santidad no está lejos de nosotros, sino que es una llamada que concierne a todos. No es necesario ser canonizado, pero debemos responder a la llamada a la santidad.
lunes, 24 de octubre de 2022
Si la Iglesia puede destituir a un papa formalmente hereje, ¿qué debe hacer con un demoledor?
En una reciente entrevista con Michael Matt, a la pregunta de si Juan XXII dejó de ser papa cuando incurrió en herejía a principios del siglo XIV al enseñar que las almas de los justos no disfrutan de la visión beatífica hasta después del juicio final, monseñor Athanasius Schneider respondió alegando que Juan XXII no dejó de ser pontífice porque la Iglesia todavía no había definido el dogma en cuestión; por eso no incurrió en herejía formal. De ello se deduce que de haber incurrido en herejía formal habría dejado de ser papa.
Igualmente, en la entrevista que concedió en 2016 a The Catholic World Report, el cardenal Raymond Burke afirmó que si un papa incurre en herejía formal, cesa automáticamente de ser pontífice:«Si un papa expresa formalmente una opinión herética, al hacerlo pierde el pontificado. Es automático. Podría darse el caso».
Con ello queda abierto el debate en torno a cómo debe responder la Iglesia en caso de que un pontífice deje automáticamente de serlo, pero se recalca que una expresión formal de herejía significa que un pontífice puede ser destituido.
Tres años más tarde, varios teólogos católicos y catedráticos de renombre escribieron una Carta abierta a los obispos de la Iglesia Católica que desarrollaba los argumentos por los que un pontífice puede dejar de serlo al incurrir en herejía:
«Hay consenso en cuanto a que si un papa es culpable de herejía y se mantiene pertinazmente en su opinión no puede seguir siendo pontífice. Teólogos y canonistas debaten esta cuestión dentro del tema de si un papa puede dejar de serlo. Entre otras causales se enumeran fallecimiento, dimisión y herejía. Este consenso coincide con la postura de sentido común según la cual para ser papa hay que ser católico, postura cimentada en la tradición patrística y en principios teológicos fundamentales relativos a asuntos como cargos eclesiásticos, herejía y pertenencia a la Iglesia. Los Padres de la Iglesia negaban que un hereje pudiera ejercer la menor autoridad eclesiástica. Más adelante, los doctores de la Iglesia entendieron que esta doctrina se refería a herejías notorias sujetas a sanciones por parte de las autoridades eclesiásticas, y sostuvieron que tenía su origen en el derecho divino y no en la ley positiva de la Iglesia. Afirmaron que esa clase de herejes no podían ejercer autoridad alguna dado que la herejía los había separado de la Iglesia, y nadie que haya sido excomulgado puede ejerce la menor autoridad en Ella.»Sostenía la carta que el Papa no dejaría de serlo automáticamente; sería más bien la Iglesia la que habría de tomar medidas para destituirlo:
«Autores sedevacantistas han sostenido que cuando un pontífice incurre en herejía notoria deja automáticamente de ser papa y no hace falta ni está permitido que intervenga la Iglesia en ello. Esta opinión no es compatible con la Tradición y la teología católicas, y debe ser rechazada. Aceptarla supondría sumir la Iglesia en el caos cuando un papa abrazara una herejía, como han señalado muchos teólogos. Le tocaría decidir a cada católico cuándo y en qué circunstancias se podría afirmar que un pontífice es hereje y ha dejado de ser papa. Es preciso, por el contrario, aceptar que el Papa no puede dejar de serlo sin que intervengan los obispos».Como se ve, no hay unanimidad en cuanto a cómo debería responder la Iglesia ante un papa hereje, pero esta carta hace suyas algunas de las afirmaciones del cardenal Burke y el obispo Schneider en el sentido de que el pontífice dejaría de serlo.
Volviendo al ejemplo de Juan XXII que puso monseñor Schneider, no es imprescindible que la herejía formal tenga un impacto tremendo en la manera en que entienden y viven su fe la mayoría de los católicos. El verdadero delito de la herejía formal consiste en que un católico se adhiera con contumacia a una creencia contraria a una verdad proclamada por la Iglesia. León XIII explicó de forma sucinta lo gravemente problemático de la cuestión en su encíclica de 1896 Satis cognitum:
«Quien en un solo punto rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica de toda la fe, pues rehúsa someterse a Dios en cuanto a que es la soberana verdad y el motivo propio de la fe».Si rechazamos en un solo punto la verdad revelada, implícitamente rechazamos todo el cimiento de la Fe católica. Naturalmente, esto se ajusta a lo que recitamos en el Acto de fe:«Dios mío, porque eres verdad infalible, creo firmemente todo aquello que has revelado y la Santa Iglesia nos propone para creer.»
Teniendo en cuenta todo lo anterior, el hereje formal rechaza el cimiento de la Fe católica aun en el caso de que su pertinaz herejía consista en algo que a la mayoría nos parecería un punto relativamente menor e intrascendente de la Fe. En el caso de un pontífice, la consecuencia podría ser que dejara automáticamente de serlo o que los obispos se vieran obligados a tomar medidas para destituirlo.
En este contexto, ¿cómo debemos evaluar que Francisco no sólo rechace la base de la Fe católica sino que además intente acabar totalmente con la Iglesia? Si el rechazo pertinaz de un solo punto de la Fe es motivo justificado para destituirlo, ¿hay fundamentos lógicos para creer que deba seguir ejerciendo el cargo cuando no deja lugar a dudas de que persigue a los católicos precisamente porque no quiere que sean fieles a lo que siempre nos ha enseñado la Iglesia? No hace falta ser un gran teólogo para darse cuenta de que eso es peor que si, pongamos por caso, persistiera en una creencia errónea en cuanto a cuándo alcanzan los justos la visión beatífica.
Por otra parte, vale la pena tener en cuenta la respuesta reciente del cardenal Gerhard Müller a Raymond Arroyo ante la pregunta de por qué está permitiendo el Papa los ataques sinodales a la Iglesia:«Es una pregunta de difícil respuesta. Es que no lo entiendo. Tengo que declararlo públicamente, porque la definición de Papa es, [basándonos] en el Concilio [Vaticano I] y en la historia de la teología católica, el que tiene el deber de garantizar la veracidad del Evangelio y la unidad de todos los obispos, y en la Iglesia, y en la verdad revelada».
Cabe suponer que un papa que incurre en herejía formal puede seguir ajustándose a la definición de lo que es un papa, con la excepción de que tiene un concepto erróneo de una doctrina católica determinada. Ahora bien, Francisco no se ajusta ni de lejos a la definición que expresó el cardenal Müller. Desde luego, no es una exageración decir que, según esa definición, es prácticamente lo contrario de un papa.
La trágica paradoja es que Francisco quiere seguir haciendo tanto daño como pueda a la Iglesia y por eso se abstiene de dar a los obispos pruebas inequívocas de su herejía formal. En vez de limitarse a rechazar un punto determinado de la Fe, rechaza innumerables verdades católicas y el cimiento entero de la Fe. No sólo eso. Cada vez exige más a todos los católicos que hagan lo mismo. Pero como no convence a los obispos de que ha incurrido irremediablemente en herejía formal, puede seguir hasta que no quede nada que destruir.
Si la actual situación parece absurda es porque en efecto lo es. Si los obispos tienen el deber de destituir a un pontífice que ha incurrido en herejía formal en cuanto a un punto solo de la Fe, salta a la vista que tienen un deber más acuciante aún de hacerlo con quien está acabando con la Iglesia como lo está haciendo Francisco. Para verlo con claridad diáfana no hay más que tener en cuenta los principios expuestos en la Carta abierta a los obispos de la Iglesia arriba citada:«Todos están de acuerdo en que el mal que supone un papa hereje es tan grande que no puede tolerarse en aras de un supuesto bien mayor. Suárez lo expresa así: "Sería sumamente perjudicial para la Iglesia tener un pastor así y no poder defenderse de tan grave peligro; por otra parte, atentaría contra la dignidad de la Iglesia obligarla a seguir sujeta a un pontífice hereje sin poder expulsarlo de su cuerpo; ya que la gente está acostumbrada a ser como sus príncipes y sacerdotes”. San Roberto Belarmino declara: «Pobre de la Iglesia si se viera obligada a tener como pastor a alguien que se conduce manifiestamente como un lobo» (Disputationes de controversias, tercera disputa, libro 2, capítulo 30).
Si es así en el caso de un papa hereje, más lo es todavía con Francisco, que no sólo es hereje sino que, como dice el cardenal Müller, está conduciendo a una opa hostil de la Iglesia:«Es una ocupación de la Iglesia de Jesucristo que se puede comparar con una empresa que hace una opa hostil. Basta con mirar, o leer, una sola página del Evangelio para ver que esto no tiene nada que ver con Jesucristo»
No parece que esos obispos que creen que no pueden hacer nada que valga la pena por resolver esta catastrófica situación tengan mucha confianza en Dios. Si la mafia de San Galo pudo reunirse para llevar a cabo los maquiavélicos planes de Satanás, ¿cómo no pueden vacilar los prelados verdaderamente católicos en reunirse con la firme resolución de discernir y ejecutar lo más fielmente posible la voluntad de Dios? Si no es voluntad de Dios que destituyan a Francisco, al menos habrán hecho todo lo que estaba en sus manos, y por lo menos podrán orientar mejor a su grey en estos tiempos difíciles.
Los argumentos a favor de soportar con paciencia los ataques de Francisco al catolicismo han llegado a ser motivo de escándalo, sobre todo porque esa paciencia y aguante ha dado lugar a que inflija gravísimos daños a la Iglesia, se condenen innumerables almas y se respalden con la autoridad moral las iniciativas anticatólicas del Gran Reinicio. Aunque antes creyéramos que bastaba con rezar para salir de la presente debacle, Dios ha dejado claro hasta la saciedad desde la blasfema presentación de la Pachamama en octubre de 2019 por parte de Francisco que el mundo entero padece con el uso abusivo que hace de su cargo como pontífice. En este momento, casi todos los hombres que podrían tomar medidas concretas para enfrentarse al reinado de terror de Francisco se han dormido en sus episcopales laureles.
El mensaje de Nuestra Señora de Akita prevenía los males que ya estamos presenciando en la Iglesia, pero todavía no hemos visto una oposición generalizada a esos males por parte de los obispos fieles:«La obra del demonio infiltrará hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra cardenales y obispos contra obispos».
Ha llegado la hora de acudir a los obispos para que dejen de hacerle el juego al Diablo. El momento de volvernos a Dios con confianza, entregarnos de lleno a Él y a su Iglesia, aunque nos cueste el martirio.
Robert Morrison
Artículo original. Traducido por Bruno de la Inmaculada
miércoles, 21 de septiembre de 2022
¿Qué hacer con los obispos cuando no cumplen con su deber?
lunes, 19 de septiembre de 2022
Cuatro obispos, sacerdotes y seglares señalan un error doctrinal contenido en «Desiderio desideravi» sobre la recepción de la Eucaristía
La doctrina católica de siempre, ratificada en el concilio de Trento y en el actual catecismo, indica que para poder comulgar hay que estar en estado de gracia y no en pecado mortal. Cuatro obispos, varios sacerdotes y numerosos miembros del mundo académico católico han publicado una carta señalando el error en la carta apostólica «Desiderio desideravi»
El canon XI sobre la Eucaristía del concilio de Trento reza así:
Si alguno dijere, que sola la fe es preparación suficiente para recibir el sacramento de la santísima Eucaristía; sea excomulgado. Y para que no se reciba indignamente tan grande Sacramento, y por consecuencia cause muerte y condenación; establece y declara el mismo santo Concilio, que los que se sienten gravados con conciencia de pecado mortal, por contritos que se crean, deben para recibirlo, anticipar necesariamente la confesión sacramental, habiendo confesor. Y si alguno presumiere enseñar, predicar o afirmar con pertinacia lo contrario, o también defenderlo en disputas públicas, quede por el mismo caso excomulgado.
El Catecismo enseña:
1385. Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: «Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo» ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
De igual manera, el Código de derecho canónico decreta:
Can. 915: No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave.
Can. 916: Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave, no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; y en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes.
Can. 711. Quien sea consciente de pecado grave, absténgase de celebrar la divina liturgia y de recibir la Divina Eucaristía, a menos que exista seria razón y falte oportunidad de recibir el sacramento de la Penitencia. En tal caso debe realizar un acto de perfecta contrición, que incluye el propósito de acceder a este sacramento lo antes posible.
Can. 712. Ha de apartarse de la recepción de la Divina Eucaristía a los públicamente indignos.
5. El mundo todavía no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del Cordero (Ap 19,9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe que viene por medio de la escucha de su Palabra (cfr. Rom 10,17).Por ello un grupo de obispos, sacerdotes y seglares expertos en doctrina católica han hecho pública una declaración, «La enseñanza católica sobre la recepción de la Sagrada Eucaristía», en la que tras constatar que:
«El significado natural de estas palabras es que la única condición para que un católico reciba dignamente la Sagrada Eucaristía es la posesión de la virtud de la Fe, por la cual uno cree la doctrina cristiana como divinamente revelada. Además, en la Carta Apostólica como un todo se guarda completo silencio sobre este tema esencial del arrepentimiento del pecado para recibir dignamente la Sagrada Comunión.
Recuerdan que:
La Carta Apostólica Desiderio desideravi no constituye enseñanza infalible porque no satisface las condiciones requeridas para la infalibilidad. El canon del Concilio de Trento, en cambio, es un caso de ejercicio del poder infalible de enseñar de que goza la Iglesia. Luego, la contradicción entre Desiderio desideravi y la doctrina definida por el Concilio de Trento no derrota la doctrina de que la Iglesia está infaliblemente guiada por el Espíritu Santo cuando, haciendo uso de su oficio de enseñar, exige que todos los católicos crean una doctrina como divinamente revelada.
Y añaden:
Sobre la posibilidad de que un papa enseñe públicamente doctrinas erradas, véase la Correctio filialis dirigida al papa Francisco por un grupo de académicos católicos (http://www.correctiofilialis.org), y las discusiones contenidas en el libro Defending the Faith against Present Heresies (Arouca Press, 2021).
Y recalcan que:
Ningún católico puede creer o actuar basado en una declaración papal si ésta contradice la Fe Católica divinamente revelada.
Los firmantes de la carta lamentan que la política estadounidense Nancy Pelosi, pro abortista radical, comulgara públicamente en una Misa oficiada por el papa Francisco en la Basílica de San Pedro, a pesar de que su arzobispo, Mons. Cordileone, le advirtió públicamente que no podía comulgar precisamente por defender el crimen de matar a los no nacidos. Igualmente lamentan que el Papa no solo no apoyó al arzobispo de San Francisco sino que pareció reprocharle por querer ser fiel a la enseñanza de la Iglesia.
El texto concluye con la siguiente declaración:
Nosotros, los abajo firmantes, confesamos la Fe Católica en lo que concierne a la digna recepción de la Eucaristía, tal como ha sido definida en el Concilio de Trento. Es decir, la fe sola no es preparación suficiente para recibir dignamente el Sacramento de la Sagrada Eucaristía. Exhortamos a los obispos y clérigos de la Iglesia Católica a confesar públicamente la misma doctrina sobre la recepción digna de la Eucaristía, y a hacer cumplir los cánones pertinentes, para evitar grave y público escándalo.
Texto completo
Firmantes
Monseñor Joseph Strickland, Obispo de Tyler
Reverendísimo René Henry Gracida, obispo emérito de Corpus Christi
Mons. Robert Mutsaerts, Obispo Auxiliar de S'Hertogenbosch, Países Bajos
Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana, Kazajistán
P. James Altman
Dr. Heinz-Lothar Barth, hasta 2016 profesor de latín y griego en la Universidad de Bonn
Donna F. Bethell, JD
James Bogle, Esq., MA TD VR, abogado y ex presidente de Una Voce International
Diácono Philip Clingerman OCDS BS, BA, MA [Teología]
Diácono Nick Donnelly, MA
Anthony Esolen, PhD
Diácono Keith Fournier, JD, MTS, MPhil
Matt Gaspers, Editor General, Catholic Family News
P. Stanislaw C. Gibziński, Reading, Reino Unido
Maria Guarini, STB, editora del sitio web Chiesa e postconcilio
Sarah Henderson, DCHS, MA (Educación Religiosa y Catequesis), BA
Dra. Maike Hickson, PhD, periodista
Dr. Robert Hickson, profesor jubilado de literatura y filosofía
Dr. Rudolf Hilfer, Stuttgart, Alemania
Dr. Rafael Huentelmann, redactor jefe de METAPHYSICA
Steve Jalsevac, cofundador y presidente de LifeSiteNews.com
Dr. Peter A. Kwasniewski, PhD
Dr. John Lamont, DPhil
P. Elias Leyds, CSJ, diócesis de Den Bosch, Países Bajos
P. John P. Lovell
Dr. César Félix Sánchez Martínez. Profesor de Filosofía de la Naturaleza en el Seminario Arquidiocesano San Jerónimo de Arequipa (Perú)
Diácono Eugene McGuirk
Martin Mosebach
Brian M. McCall, redactor jefe de Catholic Family News
Patricia McKeever, B.Ed. M.Th., Editora, Catholic Truth (Escocia)
Julia Meloni, licenciada en Yale, licenciada en Harvard, autora
P. Cor Mennen, licenciado en derecho canónico, ex-profesor de seminario
P. Michael Menner
Dr. Sebastian Morello, BA, MA, PhD, editor de ensayos para The European Conservative
P. Gerald E. Murray, J.C.D., párroco de la Iglesia de la Sagrada Familia, Nueva York, NY
George Neumayr, escritor católico
P. Guy Pagès
Paolo Pasqualucci, profesor retirado de filosofía, Universidad de Perugia, Italia
Dr. Claudio Pierantoni, Universidad de Chile, doctor en Historia del Cristianismo, doctor en Filosofía
Dr. Carlo Regazzoni, filósofo.
Dr. John Rist, profesor emérito de Clásicos y Filosofía, Universidad de Toronto, FRSC
Eric Sammons, editor de la revista Crisis
Edward Schaefer, presidente, The Collegium
Wolfram Schrems, Mag. theol., Mag. phil.
Paul A. Scott PhD, FRSA, FRHistS, FCIL, CL, profesor asociado de francés y profesor Cramer, profesor afiliado del Gunn Center for the Study of Science Fiction, profesor afiliado del Ad Astra Center for Science Fiction and Speculative Imagination, editor general de The Year's Work in Modern Language Studies (Brill) Departamento de Estudios Franceses, Francófonos e Italianos,
Universidad de Kansas, Estados Unidos
Anna Silvas, BA, MA, PhD, Investigadora Senior Adjunta, Universidad de Nueva Inglaterra, Australia
Dr. Michael Sirilla, PhD
Anthony P. Stine, PhD
Dr. Gerard J.M. van den Aardweg, Países Bajos
Dr. phil. habil. Berthold Wald, profesor jubilado, Facultad de Teología de Paderborn, Alemania
John-Henry Westen, cofundador y editor jefe de LifeSiteNews.com
Elizabeth Yore, abogada, fundadora de Yore Children
John Zmirak, Doctor en Filosofía
Firmantes adicionales
P. Edward B. Connolly
Christina Fox, BA BDiv., académica
Adrie A.M. van der Hoeven MSc, editor de jesusking.info
P. Tyler Johnson
Edgardo J. Cruz Ramos, presidente de Una Voce Puerto Rico
Luis Román, estudiante de MBA y MA de teología, anfitrión y productor del conocido programa en la comunidad hispana llamado Conoce, Ama y Vive Tu Fe
Prof. Leonard Wessell (retirado), Ph.D. (USA), Dr. Phil. (Alemania), Doctorado, (España)
jueves, 26 de agosto de 2021
Monseñor Schneider: Los comentarios del papa Francisco sobre los 10 mandamientos contradicen la doctrina de la Iglesia y son afines a la de Lutero
«¿Desprecio los Mandamientos? No. Los observo, pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo».
«Los Diez Mandamientos son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos».
miércoles, 25 de agosto de 2021
La verdadera doctrina de la infalibilidad pontificia
El papa Francisco no deja de escandalizar a los laicos, los sacerdotes fieles y todo el mundo secular (al fin y al cabo, el cargo le proporciona jurisdicción universal sobre todos ellos). Su más reciente y escandaloso ataque a la Misa Tradicional por medio de Traditionis custodes ha llevado a muchos católicos tradicionales a poner en tela de juicio el dogma de la infalibilidad del Papa. ¿En qué consiste esa infalibilidad? ¿Qué es lo que protege la infalibilidad? ¿Puede un papa proclamar una herejía? Todas estas preguntas están en este momento en boca de gran cantidad de católicos. Desgraciadamente, esta confusión no tiene nada de nuevo, porque el beato Pío IX mismo reconoció poco después de la proclamación del dogma que éste no se entendía bien.
« [La infalibilidad pontificia] es una cuestión cuyo verdadera sentido no entienden bien todos los hombres, y menos aún los laicos.»[1]
Debido a esta confusión, muchos se están viendo tentados a rechazar de plano el dogma mencionado y pensando en apostatar y pasarse a la Iglesia Ortodoxa, mientras otros exageran la infalibilidad más allá de sus verdaderos límites tentados a caer en la papolatría o el sedevacantismo (perdón por repetirme). Es imprescindible que en un ambiente así los católicos tengan clara la verdadera naturaleza del dogma, con todo su alcance y sus límites.
El dogma de la infalibilidad pontificia fue definido el 18 de julio de 1870 en el Concilio Vaticano I, si bien la Iglesia lo creía desde el tiempo de los Apóstoles. Este dogma sostiene que Dios garantiza que el Romano Pontífice no enseñará jamás un error cuando se exprese en unas condiciones determinadas. Pastor Aeternus, el documento que definió el dogma, establece claramente las circunstancias concretas en el que el Papa se expresa de modo infalible. En el nº9 declara:
«Enseñamos y definimos como dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres.»
Demuestra que son necesarias tres condiciones para que una declaración sea infalible:
1. Que el Sumo Pontífice se exprese como pastor supremo de la Iglesia (o sea, como papa).
2. Que defina una verdad relativa a la fe o las costumbres.
3. Que la haga vinculante para todos los fieles (es decir, todos los cristianos bautizados).
Esta tercera condición es la que tantísimos católicos han entendido en gran medida mal. El Papa sólo está salvaguardado por la infalibilidad cuando formula una declaración que todos los cristianos bautizados están obligados a creer si quieren salvarse.
Determinación de los límites de la infalibilidad
En respuesta a la confusión reinante en torno a la infalibilidad de la que habló Pío IX, monseñor Fessler, secretario del Concilio Vaticano I, intentó definir claramente qué es y qué no es infalibilidad. No sólo eso; trató de contrarrestar los crecientes ataques contra el recién definido dogma que proliferaron durante la segunda mitad del siglo XIX. Al haber participado tan de lleno en la definición del dogma, el obispo Fessler entendía mejor que nadie el asunto y podía hablar con mucha autoridad. En 1871 publicó un libro titulado The True and False Infallibility of the Popes,en el que explicó cumplidamente el alcance y límites de infalibilidad pontificia y refutó uno por uno los trillados argumentos que cada día se arrojaban contra ella. La finalidad principal de la obra era rebatir las objeciones compiladas por el Dr. Schulte, catedrático de derecho canónico de la Universidad de Praga y uno de los más acerbos críticos de del Papa desde el Concilio Vaticano I. La obra de monseñor Fessler expone con gran autoridad la cuestión, pues fue aprobada por el beato Pío IX, que afirmó que el libro exponía con bastante lucidez la verdadera definición del dogma.
Monseñor Fessler define la infalibilidad del Papa conforme a las condiciones arriba señaladas:
«Por nuestra parte, observamos que la opinión de los teólogos católicos es que hay dos notas que distinguen a un pronunciamiento ex cathedra; no sólo eso: ambas notas tienen que darse a la vez. Es decir, que (1) el objeto o tema a decidir tiene que ser una cuestión de fe y costumbres; y (2) es preciso que el Sumo Pontífice exprese, en virtud de su suprema autoridad doctrinal, su intención de declarar que esa doctrina concreta en materia de fe y moral es parte integral de la verdad necesaria para la salvación revelada por Dios; y para que sea tenida como tal por toda la Iglesia Católica,[2] debe publicarla y darle una definición formal. Estas dos notas tienen que darse a la vez».[3]
Si nos fijamos en las indudablemente heréticas doctrinas de Francisco con respecto a muchas cuestiones, desde la salvación de ateos empecinados hasta la de afirmar que el proselitismo es pecado, en ningún momento ha declarado que una de sus doctrinas heréticas sea parte integral de la verdad necesaria para la salvación. Ello obedece a que el dogma de la infalibilidad se lo impide.
Cuando Fessler definió la infalibilidad, definió asimismo lo que no es la infalibilidad:
(2) Ciertamente un acto pontificio no es una definición ex cathedra.
(3) No todo lo que han afirmado los papas en su vida diaria o en libros de su autoría, o en cartas ordinarias, son definiciones dogmáticas ni ex cathedra.
(4) Lo que diga un pontífice, ya sea a una persona en particular o a toda la Iglesia, incluso en un rescripto solemne, en virtud de su suprema jurisdicción al promulgar leyes disciplinarias, decretos judiciales y sentencias penales, así como en actos de gobierno eclesiástico, no constituye una declaración dogmática infalible o ex cathedra.
(6) Es más, si cuando nos encontramos ante una auténtica definición dogmática de un pontífice, sólo debemos considerar y aceptar como ex cathedra aquella parte que esté expresamente calificada de definición; no se debe incluir nada que se mencione de modo accesorio.[4]
Habida cuenta de cuánto le gusta al pontífice actual la teología de altos vuelos (aeronáuticos, se entiende), esta afirmación tiene mucho peso. Las declaraciones (supuestamente) improvisadas que hace en conferencias de prensa, entrevistas y demás no se pueden considerar en modo alguno doctrina infalible de la Iglesia, sino meras opiniones falibles de un hombre que puede fallar mucho. Y aun cuando se dirige a toda la Iglesia, sólo sería infalible en la medida en que vinculara a los fieles a una verdad moral o teológica necesaria para la salvación, cosa que el papa Francisco no ha hecho en su vida. En realidad, la sola idea de vincular a los fieles a una creencia cualquiera es la antítesis del relativismo y el liberalismo del ideal modernista.
Sedevacantismo
Al estilo de los buitres, los sedevacantistas dan vueltas en círculo alrededor de los animales enfermos. Hacen presa en los católicos debilitados por las herejías y tremendas imprudencias de nuestro pontífice. Paradójicamente, caen en el mismo error que los liberales papólatras a los que tan ruidosamente se oponen. Unos y otros inflan el dogma de la infalibilidad papal por encima de sus verdaderos límites, es decir, los que fijó monseñor Fessler. Sostienen que toda afirmación que hace el Romano Pontífice desde su cátedra de maestro supremo está salvaguardada por el dogma de la infalibilidad, y que por consiguiente cuando un papa enseña una herejía eso es señal infalible de que no es el verdadero papa. Afirman que ningún hereje puede ser elegido al solio pontificio, e invocan la bula Cum ex apostolatus officio de Paulo IV como doctrina infalible a este respecto. Cierto es que dicha bula prohíbe que los herejes ejerzan el cargo de papa; ahora bien, no se trata de una definición de doctrina, sino de una norma disciplinaria. Mucho antes de que llegase a pensarse siquiera en la posibilidad del sedevacantismo, el obispo Fessler ya habló de esa tesis:
«Está fuera de toda duda para nosotros que esta bula no es una definición en materia de fe y costumbres ni una declaración ex cathedra. Se trata simplemente de un decreto de la suprema autoridad del Papa como legislador, con el que hizo uso de su autoridad punitiva; no de su autoridad como supremo maestro (...) Es indudable que Pablo IV considera la posibilidad (por improbable que sea) de que quien mantiene con pertinacia una doctrina herética puede ser elegido papa, así como de que una vez que haya ascendido al trono pontificio pueda seguir sosteniendo doctrinas heterodoxas, y hasta podría ser que las expresara en una conversación con otras personas. Pero no que llegase a enseñar a toda la Iglesia esa doctrina herética como expresión de su suprema autoridad docente (ex cathedra). Con su especial asistencia, Dios impide que el Papa y la Iglesia hagan declaraciones así».[5]
El mismo documento que invocan los sedevacantistas en apoyo de su premisa de que ningún hereje puede ser papa prevé en sus propias palabras la posibilidad de que tal cosa ocurra y socava con ello su propio argumento. De estar aún en vigor Cum ex apostulatus officio, evitaría que un hereje llegara a ser elegido pontífice; sin embargo, el Código de Derecho Canónico de 1917 abrogó la ley anterior sin dejar ninguna disposición equivalente.
El gran peligro del sedevacantismo está en que al exagerar erróneamente la infalibilidad pontificia intranquiliza las almas. En su libro, Fessler censura esa misma actitud:
«Si presenta un rescripto pontificio, que entra dentro de la legislación reversible o son meros actos de gobierno, como definición pontificia en materia de fe y costumbres, o bien si a partir del repertorio de auténticas definiciones dogmáticas de los papas saca alguna observación secundaria, dicha de pasada, afirmando que es ex cathedra, conduce al error a sus lectores; suscita innecesariamente sospechas de los gobernantes y los pone en contra de la doctrina católica declarada por el Concilio del Vaticano; por último, de forma consciente o inconsciente (sólo Dios sabe de cuál de las dos maneras) genera grandes prejuicios la Iglesia Católica».[6]
Herejías pontificias
Aparte de los últimos pontificados, al menos tres veces en la historia de la Iglesia se ha dado el caso de que un pontífice exprese una herejía. A pesar del escándalo que constituyó para la Iglesia, en modo alguno anuló o desacreditó el dogma de la infalibilidad. Durante la crisis arriana del siglo IV, el papa Liberio firmó la fórmula de Sirmio, que afirmaba que Dios Padre era mayor que Dios Hijo, tremenda blasfemia contra la Santísima Trinidad, conocida después como la blasfemia de Sirmio.[7] En el siglo VII, Honorio I afirmó que la herejía monotelista, por que fue condenado no por uno, sino por tres concilios ecuménicos.[8] Y en el siglo XIV, Juan XXII enseñó que las almas de los fieles difuntos no alcanzarían la visión beatífica hasta después del juicio final, creencia anatemizada por Benedicto XII.[9]
Entonces, ¿cómo es que esta realidad indiscutible de que ha habido papas que han enseñado herejías no desacredita el dogma de la infalibilidad? La explicación está en que ninguno de ellos enseñó esas herejías ex cathedra. Esos pontífices heterodoxos hablaban de cuestiones de fe, y Liberio hasta refrendó con su firma la blasfemia de Sirmio mientras ejercía como papa, pero ninguno de ellos hizo vinculante para los fieles su herética doctrina como creencia necesaria para salvarse.
Dicho de otra manera: a sus declaraciones heréticas les faltó la última condición para ser definiciones infalibles ex cathedra. Del mismo modo, el papa Francisco en sus innumerables afirmaciones y decretos heréticos y vergonzosos, desde afirmar de buenas a primeras que el proselitismo es pecado, pasando por sus encíclicas Amoris laetitia y Fratelli tutti hasta llegar a Traditionis custodes, no ha hecho sus doctrinas heréticas vinculantes para los fieles con miras a la salvación.
Es más, un papa jamás puede obligar a los fieles a creer una doctrina herética como necesaria para la salvación, ya que Cristo precisamente prometió a su Iglesia que las puertas del Infierno no prevalecerían contra Ella. De eso mismo nos protege precisamente el dogma de la infalibilidad papal. Por las virtudes teológicas de Fe, Esperanza y Caridad, sabemos que Dios no permitirá que ningún papa enseñe una doctrina herética ex cathedra, por muchas herejías que arroje por su sucia boca. Así como un demonio, por mucho que se esfuerce, no puede resistir lo que le ordena un alter Christus durante un exorcismo, tampoco puede un papa resistir la promesa de infalibilidad asociada a su cátedra por mucha malicia o debilidad que tenga.
Al papa Francisco tenemos que resistirlo en su último y vergonzoso ataque a la Iglesia Católica. Recordemos la fiel resistencia del obispo Roberto Grosseteste a Inocencia IV:
«No es posible, pues, que la Sede Apostólica, a la que Cristo mismo le confirió autoridad para edificar y no destruir, promulgue un precepto tan odioso y perjudicial para la raza humana como éste. Si no, sería degeneración, corrupción y abuso de la más santa y plenaria autoridad. Nadie sujeto y fiel a la mencionada Sede con inmaculada y sincera obediencia que no esté apartado cismáticamente el Cuerpo de Cristo y dicha Sede puede obedecer órdenes y preceptos como éste; así lo promulgara el más elevado coro de los ángeles, está obligado a rebelarse y oponerse con todas sus fuerzas».[10]
Cobremos ánimo recordando que Cristo ya ganó la batalla en el Calvario y que los furiosos asaltos del Diablo son los inútiles esfuerzos de quien se niega a reconocer la derrota.
«Y Pedro saliendo de la barca, y andando sobre las aguas, caminó hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, se amedrentó, y como comenzase a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!” Al punto Jesús tendió la mano, y asió de él diciéndole: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”»[11]
Cuando nos azoten los vientos del presente pontificado y nos escandalicen nuestros pastores; cuando vacile nuestra fe, recordemos que Jesucristo es dueño de la situación; alarguémosle la mano, como San Pedro.
Michael Massey
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[1] Pope Pius IX, Breve al obispo Fessler, 27 de abril de 1871.
[2] En este caso la segunda condición de Fessler se puede subdividir en la 2ª y 3ª como outlined antes.
[3] Fessler, The True and False Infallibility of the Popes, p. 65.
[4] Íbid, p. 89.
[5] Íbid, pp. 89-90.
[6] Íbid, p. 68-69.
[7] V. San. Hilario, Contra Valente y Ursacio libro II Ch. VII; y Sozomeno, Hist. Eccl., lib. IV, cap. XV.
[8] V. Hefele, A History of Christian Councils Vol. V, p. 182.
[9] V. la constitución Benedictus Deus.
[10] Stevenson, Francis Seymour. Robert Grosseteste: Bishop of Lincoln, p. 309-310.
[11] Mateo 14, 29-31.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)