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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Fundamentalismo cristiano 2ª (11) [Violencia cristiana-2]



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Aquellos que han puesto su total confianza en el Señor y que están convencidos de que Jesús no les va a fallar nunca y que pueden decir, con san Pablo: "Sé muy bien de quien me he fiado" (2 Tim 1, 12); estos cristianos, que "conservan el buen depósito" (1 Tim 1, 14) [es decir, el depósito de la fe que han recibido] son los que harán posible que la Iglesia no se desplome. 

Así ocurrió, por ejemplo, con el caso de San Atanasio, obispo de Alejandría, de quien Dios se sirvió [y él cooperó, jugándose la vida, pues fue encarcelado y expulsado cuatro veces de su sede] para salvar a Su Iglesia, pues ésta se había desviado del recto camino debido a la influencia de la herejía arriana. Su intervención en el Concilio de Nicea (año 325) fue decisiva para que se proclamase solemnemente la divinidad de Jesucristo. 

Hoy la herejía dominante es la modernista, suma de todas las herejías, según proclamó el papa San Pío X, en su encíclica "Pascendi", puesto que rechaza lo sobrenatural. Tenemos una urgente y vital necesidad de santos que, como San Atanasio, estén dispuestos a jugarse la vida para que la Palabra de Dios no sea desfigurada, escamoteada o adulterada, tal y como está ocurriendo en la actualidad, para desgracia nuestra. Dios está necesitado de pastores que "expongan con rectitud la doctrina verdadera" (2 Tim 2, 15), sin miedo, y que no se avergüencen de Jesucristo. 


Y, desde luego, suscitará estos pastores santos [como siempre lo ha hecho en las épocas en las que todo parecía estar perdido para la Iglesia, tal y como hoy ocurre]. Pero para ello es preciso que se lo pidamos, con fe y con ardor, con lágrimas, si es preciso, porque está en juego el destino eterno de millones de personas. Se me viene a la mente el pasaje evangélico en el que Jesús, "al ver a las muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas sin pastor" (Mt 9, 36). Y cómo "entonces dijo a sus discípulos: 'La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37-38). 

Aunque Dios podría sacarlos de las piedras, cuenta, sin embargo, con nosotros, con nuestra oración confiada y constante, para que envíe santos a su Iglesia y ésta vuelva a resurgir: santos del estilo de San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena, San Vicente Ferrer, San Francisco de Asís, Santo Tomás de Aquino, San Juan de la Cruz, etc ...; es decir, auténticos santos, de virtud probada, que amen fervientemente a Jesucristo y que lo den a conocer a este mundo, cuya mayor desgracia es que no se dan cuenta, ni siquiera, de que la padecen. 
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Si volvemos, otra vez, a las palabras del Papa, cuando dice -hablando de los cristianos fieles a la Tradición, a los que llama fundamentalistas- que "su estructura mental es violenta; violencia en nombre de Dios", y si se piensa un poco, tal vez tenga razón el Papa, aunque habría que introducir un matiz esencial en el uso de esa palabra, un matiz de tal calibre que cambiaría por completo el significado con el que normalmente se la entiende, y que es también como el mismo Papa la entendió en su entrevista con Cymerman, al contestarle a una de sus preguntas. Dijo: El saludo del fundamentalista es ... ¡a ver dónde te puedo pegar! ... al menos ideológicamente. No es un saludo que acerque".  

Como se ve -y esto es lo habitual- la violencia se entiende siempre, implícitamente, como violencia hacia los demás para hacerles daño. Pues bien: en este sentido, ningún cristiano que se precie de tal puede ser violenta; menos aún los llamados cristianos tradicionalistas. Se sobreentiende que esto es así en tanto en cuanto actúen como cristianos. Si actuasen con violencia, su acción sería pecaminosa y no estarían actuando conforme a la voluntad de Dios: su actuar no sería cristiano. 

El Papa erró por completo, con relación a estos cristianos, [cuyo único delito es el de ser fieles a la Tradición de la Iglesia], pues la violencia que, efectivamente, se da en los fundamentalistas judíos y musulmanes, el Papa la hizo extensiva a los que él llama fundamentalistas cristianos. Esto es una grave injusticia. Y no sólo no ha pedido perdón por ello, sino que se ha reafirmado, como hemos podido ver en sus recientes declaraciones.



Vamos, pues, a considerar ahora la violencia de los cristianos dándole ese matiz esencial al que antes aludíamos, un matiz que hace que tal palabra posea un significado diferente al que todos le damos siempre. Nos podríamos preguntar si esto es posible ... y por qué quiero introducir aquí esa palabra con otro sentido distinto del usual. Mi punto de partida son unas palabras pronunciadas por Jesús, que siempre me han llamado la atención, y que nunca he acabado de entender del todo: "El reino de los cielos padece violencia y son los violentos los que lo arrebatan" (Mt 11,12).


¿A qué violencia se refiere el Señor? Es fundamental dar una respuesta adecuada a esta pregunta, dada la afirmación rotunda que hace Jesús, según la cual sólo los violentos arrebatarán el Reino de Dios. ¿Acaso debemos ser violentos los cristianos? La clave para poder entender estas palabras se encuentra en el verbo que Jesús ha utilizado: "padecer". Los cristianos no son violentos -ni pueden serlo- en el sentido de ejercer violencia contra los demás, sino en cuanto que padecen esa violencia: "Todos los que aspiren a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución"  (2 Tim 3, 12). 

Y de aquí se puede sacar una conclusión, si aplicamos la lógica; y es que si un cristiano no sufre persecución -de alguna manera- es una muestra evidente de que no posee, como debería de poseer, esa aspiración a vivir santamente en Cristo Jesús. La persecución parece ser, así, una nota esencial que sirve para identificar si nos encontramos o no ante un cristiano de verdad, una persecución que no tiene por qué ser necesariamente cruenta [aunque un cristiano debería de estar dispuesto a dar su vida, también físicamente, si se encontrase ante la disyuntiva de negar a Jesús o morir]. Se da, por ejemplo, en las burlas y en las incomprensiones por parte del mundo; las cuales tienen lugar incluso por parte de otros "cristianos", sin excluir a "algunos" pastores y Jerarcas; en particular -aunque no sólo- tal ocurre cuando salen a relucir temas controvertidos y de los que no se quiere hablar, pero que están ahí: divorcio, aborto, homosexualidad, etc..., que están condenados por la Iglesia desde siempre, como no podía ser de otra manera, pues atentan contra la ley de Dios.


Sea como fuere, ahí están las palabras de nuestro Señor, cuando dice:  "¡Ay cuando los hombres hablen bien de vosotros!" (Lc 6, 26). De manera que si, por lo que fuese, tuviéramos el aplauso del mundo, deberíamos de estar seriamente preocupados, pues sería una clara señal de que nos estábamos desviando del recto camino; y, que, por lo tanto, deberíamos reflexionar sobre lo que hay de errado en nuestra conducta, puesto que según las palabras de Jesús "nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá odio a uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo. No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Mt 6, 25). 


Dios no nos pide mucho, sino que nos lo pide todo, aunque sea poco lo que podamos darle. Pensemos en lo que decía san Pablo: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4, 7). Todo es gracia y todo es don de Dios; y si Dios nos lo ha dado todo (¡se ha dado a Sí mismo, por Amor, para salvarnos!) ¿qué de extraño tiene que también nos lo pida todo? El amor supone totalidad, no se queda nada para sí. No se puede amar a medias: "Quien no está conmigo, está contra Mí" (Mt 12, 30). 


Sin embargo, nuestra naturaleza está herida por el pecado original, resultando así que tenemos tendencias contrarias a lo que realmente queremos, lo que le ocurría también a san Pablo: "No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero" (Rom 7, 19). Y anteriormente a San Pablo, el poeta romano Ovidio, muerto en el año 17, coincide con lo dicho por san Pablo: Video meliora; proboque. Deteriora sequores decir, veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor. Así somos los humanos; todo ello, como consecuencia del pecado original (que algunos niegan y el que muchos no creen). Pero esto no es motivo de pena, pues nos podemos aplicar a nosotros mismos las palabras que san Pablo dirigía a los corintios, a quienes animaba, diciéndoles: "fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito" (1 Cor 10, 13). 


Toda prueba o tentación lleva consigo un sufrimiento, un "hacerse violencia" a uno mismo pues, como se ha dicho, nuestra naturaleza humana es una naturaleza caída, debido al pecado, y tendemos a lo más fácil, a lo cómodo. Pero es precisamente, a través de las pruebas (si las superamos, con la ayuda del Señor, que no nos va a faltar) como le demostramos al Señor que lo queremos de verdad, pues obras son amores y no buenas razones. 


El sufrimiento, junto a Jesús, y a causa de Él, nos une aún más con Él, pues nos lleva a compartir su Vida. No hablo del sufrimiento en sí (que no es bueno y que es consecuencia del pecado de Adán, pecado de naturaleza, con el que todos nacemos) sino del sufrimiento a causa de Jesucristo, que es completamente distinto. Este sufrimiento es una demostración del máximo amor posible, pues el estar dispuestos a padecer por Jesús antes que negarle es un claro indicativo de que lo queremos de verdad y de que lo preferimos a Él antes que a las riquezas. [Éstas, las riquezas, se refieren a todo aquello que nos ata, sea lo que fuere, en tanto en cuanto nos pueda separar de Jesucristo]. 


El amor que decimos tenerle al Señor se hace más patente y auténtico conforme vamos superando las pruebas con las que siempre nos vamos a encontrar en el camino de nuestra vida, por el mero hecho de tomarnos en serio nuestro ser cristianos y nuestro amor al Señor. Y no vayamos a pensar que esto es algo por lo que debamos entristecernos: es todo lo contrario, pues junto al amor siempre se encuentra la alegría. Así se explica, por ejemplo, que los apóstoles "salían gozosos del Sanedrín, porque habían sido dignos de ser ultrajados a causa del Nombre de Jesús" (Hech 5, 41). Y también las palabras de Jesús, en el Sermón de la Montaña: "Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo mal por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será abundante en los cielos" (Mt 5, 11-12)
(Continuará)