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jueves, 7 de septiembre de 2023

Pastor, buen pastor lo fue efectivamente: San Pío X en el recuerdo de Pío XII (Roberto De Mattei)



Hace ciento veinte años, el 4 de agosto de 1903, dio comienzo el pontificado de uno de los más grandes santos de la época moderna. Pío X, cuyo nombre era Giusseppe Melchiorre Sarto, nació en Riese, pequeña localidad del Véneto, el 2 de junio de 1835. Antes de ascender al solio pontificio fue obispo de Mantua y cardenal patriarca de Venecia. Falleció el 20 de agosto de 1914, tras haber reinado durante once años en la Iglesia Universal. Fue beatificado el 3 de junio de 1951 y canonizado el 29 de mayo de 1954 por Pío XII, que fijó su fiesta el 3 de septiembre. Quienes siguen el calendario litúrgico antiguo celebran su festividad en dicha fecha. El nuevo calendario, sin embargo, trasladó la conmemoración al 21 de agosto, un día después del de su muerte.

En estos tiempos difíciles en que la Iglesia tiene necesidad de modelos, no nos cansaremos de exaltar su figura. Y hoy queremos hacerlo con las palabras que pronunció Pío XII durante el discurso de su beatificación en 1951:

«Nos, que en aquel momento iniciábamos nuestros sacerdocio, al servicio ya de la Santa Sede, no olvidaremos jamás nuestra honda emoción cuando, en el mensaje de aquel 4 de agosto de 1903, desde la logia de la Basílica vaticana resonó la voz del cardenal primer diácono anunciando a la multitud que aquel cónclave –¡notable en tantos aspectos!– había tenido como resultado la elección del Patriarca de Venecia, Giusseppe Sarto.

»En ese momento se pronunció por primera vez a los oídos del mundo el nombre de Pío X. ¿Qué habría de significar aquel nombre para el Papado, para la humanidad? Mientras hoy, transcurrido casi medio siglo, hacemos un repaso espiritual de los graves y complejos sucesos que han llenado ese tiempo, inclinamos la frente y doblamos la rodilla con admirada adoración de los designios divinos, cuyo misterio se revela lentamente a los humildes ojos humanos, a medida que se van cumpliendo a lo largo de la historia.

»Pastor, buen pastor, lo fue efectivamente. Parecía que hubiese nacido para ello. En todas las etapas del camino que lo fueron conduciendo desde su humilde casa natal –fue pobre en cuanto a bienes terrenos, pero rico en fe y virtudes cristianas– al vértice supremo de la Jerarquía, el hijo de Riese siempre fue el mismo: sencillo, afable, accesible a todos, tanto en la casa parroquial rural como en la sala capitular de Treviso, en el obispado de Mantua, en la sede patriarcal de Venecia o ataviado con el esplendor de la púrpura romana, y siguió siendo el mismo ejerciendo la soberana majestad, en la silla gestatoria y bajo el peso de la tiara el día en que la Providencia, previsora modeladora de las almas, inclinó el espíritu y el corazón de sus compañeros en el episcopado para que pusieran en sus manos el báculo que pasaría de las debilitadas manos del venerable anciano León XIII sobre las paternalmente firmes de Sarto. El mundo necesitaba precisamente aquellas manos.

»No pudiendo levantar de sus sienes el terrible peso del Sumo Pontificado, él, que siempre había rehuido los honores y grandezas, así como otros rehúyen una vida desapercibida y desconocida, aceptó con lágrimas el cáliz que le entregaba el Padre Celestial. Y una vez pronunciado su fiat, este hombre humilde, muerto para las cosas de la Tierra y vivamente anhelante de las del Cielo, dio muestras de su espíritu de inflexible firmeza, varonil robustez y gran valor que son prerrogativa de los héroes de la santidad.

»Desde su primera encíclica, pareció que una llama luminosa se hubiera elevado para iluminar las mentes y encender los corazones, del mismo modo que a los discípulos de Emaús les ardía el corazón mientras el Maestro les hablaba revelándoles el sentido de las Escrituras (Lc.24,32). ¿Acaso no habéis experimentado alguna vez ese ardor, amados hijos que vivís en estos tiempos, y habéis oído de sus labios un diagnóstico preciso de los males y los errores de la época, indicando al mismo tiempo los medios y remedios de curación? ¡Qué claridad de pensamiento! ¡Qué eficacia persuasora! Era ni más ni menos la ciencia y la sabiduría de un profeta inspirado, la intrépida franqueza de un Juan Bautista o un Pablo de Tarso. Era la ternura paternal del Vicario y representante de Cristo, atento a todas las necesidades, solícito a todos los intereses y miserias de sus hijos. Su palabra era trueno, espada, bálsamo que transmitía en abundancia a toda la Iglesia y llegaba eficazmente más allá todavía. Tenía un vigor irresistible no sólo por la sustancia del contenido, sino por su íntima y penetrante calidez. Se sentía la ebullición del alma de un pastor que vivía en Dios y de Dios, sin más objetivo que conducir a Él las ovejas y los corderos. Por eso, si siendo fiel a las venerables tradiciones seculares de sus antecesores conservó sustancialmente todas las formas solemnes exteriores (no ostentosas) del ceremonial pontificio, en ese momento su mirada levemente triste, fija en un punto invisible, indicaba que todos los honores no iban dirigidos a él sino a Dios.

»El mundo, que hoy lo aclama entre los bienaventurados, sabe que recorrió el camino que le había señalado la Divina Providencia con una fe capaz de mover montañas, con una esperanza a toda prueba, aun en los momentos más oscuros e inciertos, y con una caridad que lo motivaba a no escatimar sacrificios en pro del servicio a Dios y las salvación de los hombres.

»Por estas virtudes teológicas, que se podría decir que constituían la urdimbre de su vida y que practicó en grado de perfección, superando incomparablemente toda excelencia puramente natural, su pontificado refulgió como en los edades gloriosas de la Iglesia.»

De Mattei
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

martes, 16 de mayo de 2023

La masonería y el NOM son los principales enemigos de la iglesia (Gabriel Calvo, sacerdote e historiador)



El padre Gabriel habla sobre aspectos muy interesantes y desconocidos para la mayoría de los católicos. Entre ellos se encuentra un frente de mentiras sobre cinco bloques:

1. La Edad Media, el Islam y las Cruzadas

2. La Inquisición Española

3. La obra de España en América

4. La Revolución Francesa y la Ilustración

5. El ascenso al poder del nazismo y el "silencio" del Papa. Pío XII sobre la matanza de judíos.

Luego explica cómo la fundación de la Universidad y de los hospitales fue obra de la Iglesia Católica. Explica, además, cómo la filosofía de la masonería (fundada ésta en 1717 en Inglaterra) se ha infiltrado en el ambiente católico. Habla también del protestantismo, cuya esencia es el ataque al catolicismo; y de otros asuntos de interés.

Duración 16:05 minutos

sábado, 11 de marzo de 2023

Pío XII y la «Humani generis» (Monseñor Héctor Aguer)



El magisterio de Pío XII (1939-1958) constituye un corpus doctrinal (teológico, jurídico, pastoral) impresionante por su amplitud y profundidad. Con un estilo personalísimo abordó todos los temas que serían años más tarde retomados por el Concilio Vaticano II con otra perspectiva y otros fines. En su primera encíclica, Summi Pontificatus (20 de octubre de 1939) se presenta el programa que se propone adoptar a partir de la herencia de su predecesor, el culto al Corazón Sacratísimo de Jesús en su carácter de Rey universal. El planteo parte de la constatación de que el mundo contemporáneo estaba empeñado en el culto de lo presente, alejándose cada vez más de Dios y agotándose en la búsqueda de ideales terrenos, en una concepción del mundo para la cual el sermón de la Montaña y el sacrificio de la cruz son escándalo y locura. Cuesta aceptar la seriedad afectada veinte años después por su sucesor, que en el discurso de apertura del Vaticano II advirtió contra los «profetas de calamidades» (las cuales se cumplieron inexorablemente).

En la Summi Pontificatus se manifiesta el deber de evangelizar a los hombres a partir de una inteligencia espiritual y moral del presente en el que acababa de desencadenarse la segunda guerra mundial. Las angustias de entonces eran vistas como una apología del cristianismo y de la necesidad de convicción. Señala Pío XII varios errores doctrinales: el agnosticismo religioso y moral del individuo y de la sociedad, el laicismo y sus consecuencias: falta de conciencia y olvido de la solidaridad humana; en el reconocimiento de Dios como Padre y de Cristo Mediador se basa la unión de los individuos y de los pueblos. El estatismo, la absorción estatal procede del olvido de que la autoridad viene de Dios, con las consecuencias en el Estado mismo, el individuo y la familia. La educación indiferente y contraria al espíritu cristiano es también causada por el estatismo. El Papa señala la turbación del orden internacional y que los remedios no vendrán de los medios externos; la acción de la Iglesia para restaurar el orden implica que ella no es enemiga del verdadero progreso. Tras recordar que la Iglesia atravesaba un tiempo de prueba, esta primera encíclica concluye con una invitación a orar.

La historia presenta frecuentemente a Pío XII como un papa «conservador» (adjetivo empleado en una acepción peyorativa). La realidad muestra al Papa Pacelli como un profundo renovador que actualizó lo mejor de la tradición eclesial. Señalo solamente tres hechos: 1) En primer lugar nos devolvió la Vigilia Pascual. Desde la Edad Media, la resurrección del Señor se celebraba en la mañana del Sábado Santo, jornada ésta que de ese modo perdía su identidad como el día en que «Dios estaba muerto». La nueva disposición ubicaba la Vigilia Pascual a la medianoche. Notemos que en la más reciente actualidad se tiende a adelantarla, aunque la indicación litúrgica requiere que esté oscuro. 2) Encomendó a la Pontificia Comisión Bíblica una nueva traducción del Salterio del original hebreo, para corregir interpretaciones de la Vulgata jeronimiana. Mandó, además, incluir la nueva versión en el Breviario (que así se llamaba a la actual Liturgia de las Horas). Pero se registró una fuerte resistencia del clero, acostumbrado al sonido de la vieja versión, lo cual obligó a volver atrás. 3) Abundantes referencias al papel de los laicos, que ya habían sido movilizados por la Acción Católica, creada por Pío XI. También hubo múltiples referencias al matrimonio y a la familia, sobre todo en las alocuciones dirigidas a los jóvenes esposos, a los que recibía en audiencia.

La obra escrita incluye más de 20 encíclicas, varias Constituciones Apostólicas y Cartas Apostólicas, y las alocuciones se multiplicaron en todos los años del pontificado. El título de Pastor Angelicus, que le correspondía según la seudoprofecía de Malaquías, retrata perfectamente su figura y sus gestos. La admiración que despertaba en el mundo elevó el prestigio de la Iglesia en un tiempo cuya cultura se alejaba cada vez más de la cultura católica. En su obra toda se advierte con qué claridad enfrentó al comunismo, entonces plenamente en auge, siguiendo la condenación que había hecho Pío XI en la encíclica Divini Redemptoris promissio, que contenía la ubicación del fenómeno y la doctrina del comunismo desde una perspectiva teológica, a la luz de la historia de la salvación. El Papa Pacelli reaccionó y reclamó con energía ante las persecuciones de los comunistas, por ejemplo –y sobre todo- en Hungría (1956), con la prepotencia del Estado Soviético, y la China (1958).

La encíclica Humani generis enfoca, como lo expresan las primeras palabras, las disensiones que han acompañado la historia de la humanidad desde sus orígenes sobre las cuestiones religiosas y morales. El tema central será, pues, las orientaciones peligrosas que se registraban en los años 50 con la «teología nueva». El tiempo mostraría cómo esa «novedad» se iría afianzando hasta convertirse en oficial a la muerte de Pío XII a través de la división manifestada en el Concilio Vaticano II, el posconcilio y sus exasperaciones, hasta que fueron superándose por la obra restauradora del Papa polaco, Juan Pablo II. La Humani generis no nombra personas, pero señala claramente los errores que iban ocupando lugar en la Iglesia, y como dice la encíclica, «vemos combatidos aun los principios mismos de la cultura cristiana».

Se recuerdan entonces verdades fundamentales: la razón humana puede con sus fuerzas y su luz natural llegar al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal que con su Providencia sostiene y gobierna el mundo. Podemos añadir a este conocimiento absoluto que Dios comunica al ser de tal manera que si dejara de hacerlo todo volvería a la nada de la que fue creado (ex nihilo). Asimismo, puede conocer la ley natural impresa por Dios en nuestras almas. Sin embargo, no pocos obstáculos impiden a la razón el empleo eficaz y fructuoso de ésta su potencia natural. El entendimiento humano encuentra dificultades en la adquisición de tales verdades por la acción de los sentidos y de la imaginación, por las malas concupiscencias nacidas del pecado original, de tal modo que «se persuaden de ser falso lo que no quieren que sea verdadero». Se afirma entonces que la Revelación es moralmente necesaria. Existe dificultad para formarse un juicio cierto sobre la credibilidad de la fe católica (a pesar de los indicios que servirían de prueba del origen divino de la fe cristiana) por prejuicios –la cultura ambiente puede alimentarlos- la mala voluntad y las pasiones que también bloquean las inspiraciones que Dios infunde. Señala asimismo el Papa el desprecio del magisterio de la Iglesia. Se puede añadir que una cultura infatuada en su laicismo lo considera como una intrusión inaceptable.

A mitad del siglo XX estaba en auge la pretensión de extender a toda la realidad el sistema evolucionista y la hipótesis monista y panteísta ganaba numerosos adeptos. Pío XII critica lo que llama «moderna seudofilosofía»; se refiere al rechazo de esencias inmutables por obra del existencialismo, y al «falso historicismo».

Una característica que distingue a la Humani generis es su mención de «actitudes peligrosas dentro de la Iglesia», lo cual subraya su valor pastoral. Tales actitudes son claramente señaladas: amor excesivo a la novedad y consiguiente sustraerse a la dirección del magisterio eclesial; «imprudente irenismo», pretensión de reformar completamente la teología y el método en la enseñanza teológica. Esta temprana observación se vio confirmada en los años posteriores, las discusiones conciliares y el desnoramiento de algunos en el posconcilio. Nota también el Papa que esas ideas eran difundidas mediante publicaciones subrepticias. El rechazo del lenguaje tradicional y del uso de la filosofía corresponde a un relativismo teológico y dogmático que se filtraba con el propósito de «volver» a la Biblia y a los Padres de la Iglesia. El aviso era una apelación a la prudencia en el desarrollo del lenguaje y los enfoques de la problemática teológica. Critica el Papa el intento de formular los dogmas con categorías de filosofía moderna, el idealismo, el inmanentismo y el existencialismo especialmente; señala que la Iglesia no puede ligarse a cualquier efímero sistema filosófico. Los «amigos de novedades» desprecian la teología escolástica. A la luz de la historia posterior puede comprenderse la actitud de Pío XII: el sano desarrollo del pensamiento teológico se haría a través de desviaciones y errores. Respecto de la interpretación bíblica, la encíclica señala la apelación a los Santos Padres, especialmente los griegos, el rechazo de la analogía de la fe y el desplazamiento de la exégesis literal por la simbólica y espiritual. A propósito del tema bíblico, Pío XII había publicado en 1943 la encíclica Divino afflante Spiritu, en la cual alentaba los estudios contemporáneos y aprobaba el recurso a los géneros literarios.

Las actitudes peligrosas en el seno de la Iglesia han producido, según la Humani generis, «frutos venenosos». Se enumeran no menos de diez errores o puesta en duda de verdades ciertas: la razón humana no puede llegar al conocimiento de Dios, Dios no tiene presciencia; la creación es necesaria; Dios no puede crear seres inteligentes sin elevarlos a la visión beatífica; con lo cual se niega la gratuidad del orden sobrenatural; se destruye el concepto de pecado original; se duda si la materia difiere esencialmente del espíritu y si los ángeles son personas; se discute la identidad entre Cuerpo Místico y la Iglesia Católica, el carácter racional de la fe cristiana, la satisfacción dada por Cristo, la doctrina de la transubstanciación eucarística. Todos estos errores tuvieron una vigencia prepotente durante el período posconciliar en los años 60 y 70; la encíclica de Pío XII resultó profética. Se reconoció implícitamente este carácter en el rechazo de su texto y el desprestigio que cubrió a su autor. En este lugar cabe una observación. Los sucesores de Pío XII fueron todos canonizados; él todavía está esperando un milagro. Este hecho da que pensar en el juicio histórico que puede hacerse de la Iglesia en los 70 años que siguieron a su muerte, tiempo que está coloreado por el célebre Concilio.

La Humani generis continúa con la exposición de la doctrina católica respecto de la filosofía y de las ciencias positivas. En primer lugar afirma la capacidad de la razón para conocer a Dios, que es reconocida y estimada según la filosofía que llama tradicional y también «sana filosofía»; es un patrimonio heredado dotado de una autoridad superior. Concretamente se refiere a los principios metafísicos de razón suficiente, causalidad y finalidad, que tienen valor universal. Estos principios permiten adquirir la verdad cierta e inmutable.

Reconoce que hay un genuino progreso filosófico. En este punto se puede citar el caso del tomismo y el ejemplo de Cornelio Fabro, que explicitó el sentido de la metafísica del Doctor Angélico a la luz del concepto de participación. Recuerda el Papa que la Iglesia aprobó el método, doctrina y principios de Santo Tomás, y que no se debe abrazar ligeramente cualquier novedad. Aunque la Iglesia la haya aceptado y aprobado, algunos desprecian la filosofía tomista como anticuada. Las nuevas posiciones ponen en peligro dos disciplinas filosóficas relacionadas con la doctrina católica: la teodicea y la ética.

En lo que puede verse un sano existencialismo, afirma Pío XII que lo que la fe enseña sobre Dios y sus preceptos es conforme a las necesidades de la vida para evitar la desesperación y alcanzar la salvación eterna. El problema de la esperanza es la gran cruz de la cultura moderna. La vigilancia del Magisterio sobre la filosofía tiene por finalidad evitar que no obstaculice los dogmas de la fe.

Respecto de las ciencias positivas hay dos capítulos importantes: en primer lugar la encíclica enfoca los problemas biológicos y antropológicos. El evolucionismo plantea el origen del cuerpo de una materia viva precedente. Se recomienda juzgar con gravedad y moderación las razones a favor y en contra. Diversa es la actitud respecto del poligenismo, que no está probado y no se compagina con la doctrina del pecado original, que se refiere a la falta cometida por un solo Adán. El segundo capítulo es el valor histórico que se debe reconocer a los relatos del libro del Génesis. Entre paréntesis digamos que según enseña la encíclica Divino Afflante Spiritu, nada impide que se tomen en cuenta los géneros literarios.

El epílogo de la encíclica recuerda los deberes de los profesores y de las autoridades eclesiásticas. Puede decirse que estos deberes se resumen en una apelación a la prudencia. La Humani generis fue mal juzgada por el progresismo que la vio como una rémora. Objetivamente se puede pensar que impidió unos años el reinado universal del progresismo.

Las orientaciones actuales de Roma están muy lejos de observar la norma de la prudencia. En primer lugar se observa una indiferencia respecto de la verdad de la Tradición; se permiten entonces (en eso está el relativismo) errores evidentes. Además, la ortodoxia teológica ha cedido el puesto a una moralina mundialista; es doloroso reconocer que ya no se predica a Jesucristo y la necesidad de convertirse a Él y al Evangelio. Hay otro clima, otro espíritu, otra Iglesia: se compite con la masonería, aunque de un modo espontáneo e inconsciente; el mundo sigue andando su propia marcha. El magisterio romano parece entrampado en la Razón Práctica: la preocupación es mejorar la vida del hombre en este mundo, o sea: lo temporal, lo relativo, lo finito. En 1850 Soeren Kierkeagaard, el Sócrates danés, escribió en su Ejercitación del Cristianismo: «Lo absoluto consiste únicamente en escoger la eternidad».

+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata

miércoles, 10 de agosto de 2022

Una crítica doctrinal de Desiderio desideravi: La primacía de la adoración



Introducción del editor: Damos inicio a la publicación, en cinco artículos sucesivos, de un importante estudio de José Antonio Ureta sobre los fundamentos teológicos sobre los que se apoya la reciente exhortación apostólica Desiderio Desideravi. 

El autor argumenta que estos fundamentos difieren manifiestamente de los de la encíclica Mediator Dei de Pío XII en la medida en que ponen todos los acentos precisamente en las peligrosas inclinaciones del Movimiento Litúrgico tardío contra las cuales el último Papa preconciliar quiso advertir a los fieles.

La primacía de la adoración

José Antonio Ureta

Necesidad de un examen meticuloso

En los medios tradicionalistas, los comentarios a la exhortación apostólica Desiderio desideravi se han limitado hasta el presente a lamentar la reiteración de la tesis de que la misa de Pablo VI es la única forma de Rito Romano y a negar que el nuevo Ordinario de la Misa sea una traducción fiel de los deseos de reforma expresados por los Padres conciliares en la constitución Sacrosantum Concilium.

No me ha llegado a las manos (o, más bien, a la pantalla del computador) ninguna crítica teológica de los principios desarrollados por el papa Francisco en su meditación sobre la liturgia. Veo inclusive con preocupación que algunos artículos, al mismo tiempo que condenan los dos defectos de Desiderio desideravi arriba mencionados, dan a entender que si sus principios y algunos comentarios del Papa fuesen puestos en práctica en las parroquias, el resultado sería positivo.

«De hecho, buena parte de los consejos del papa Francisco para la liturgia se podría entender como una convocatoria general a la tradición en la liturgia», escribe un destacado líder tradicionalista, que tras citar algunos fragmentos de la exhortación sobre la riqueza del lenguaje simbólico, agrega: «Si los ceremonieros de las diócesis se tomasen a pecho estas afirmaciones, observaríamos por todo el mundo una transformación de la liturgia de vuelta a la tradición»[1]. 

Los sacerdotes birritualistas de la diócesis de Versalles que animan el portal Padreblog afirman, por su parte, que «bastantes elementos de la carta tienen en común que ni son propios ni figuran en el Misal de 1962 ni en el de 1970», para concluir que «lo mejor del Misal de San Pío V encontrará de modo natural su lugar en la profundización litúrgica que pide el Santo Padre»[2]. El capellán de la misa tradicional a la que asisto regularmente (perteneciente a una comunidad Ecclesia Dei) parece ser de la misma opinión, pues sugirió al fin de un sermón reciente superar el desagrado que produce el párrafo 31 de Desiderio desideravi y aprovechar las vacaciones del verano europeo para nutrirse espiritualmente con la lectura del documento papal.

Temiendo que esa actitud benevolente se difunda en los medios tradicionalistas, pretendo mostrar en los párrafos que siguen los desvíos doctrinales que, en mi modesta opinión, salpican las meditaciones del Papa Francisco sobre la liturgia, desvíos que resultan de la nueva orientación teológica asumida por la constitución Sacrosantum Concilium del Concilio Vaticano II. 

Lo haré comparando la visión de la liturgia que enseña el último documento preconciliar sobre el tema, o sea, la encíclica Mediator Dei de Pio XII con aquella que emerge de Desiderio desideravi. La conclusión será que esta última merece, por lo menos, la crítica que hacía el cardenal Giovanni Colombo a la Gaudium et Spes, a saber, que «todas las palabras son apropiadas; lo que falla son los acentos»[3]. Infelizmente, tras leer el texto reciente del Papa los lectores se quedan más con los acentos errados que con las palabras apropiadas…
La comparación entre la visión de Pio XII y la de Francisco versará sobre cuatro puntos específicos: la finalidad del culto litúrgico, el misterio pascual como centro de la celebración, el carácter memorial de la Santa Misa y, por último, la presidencia de la asamblea litúrgica.
Finalidad del culto litúrgico

Mediator Dei[4] deja sentado con una claridad meridiana que el culto católico tiene dos finalidades principales que se entrecruzan y se apoyan mutuamente: la gloria de Dios y la santificación de las almas. Pero, evidentemente, la primacía le corresponde al homenaje rendido al Creador.

Después de explicar que «el deber fundamental del hombre es, sin duda ninguna, el de orientar hacia Dios su persona y su propia vida» (n° 18), reconociendo su majestad suprema y dándole «mediante la virtud de la religión, el debido culto» (n° 19), Pío XII recuerda que la Iglesia lo hace continuando la función sacerdotal de Jesucristo (n° 5) y concluye con la siguiente definición: «La sagrada liturgia es, por consiguiente, el culto público que nuestro Redentor tributa al Padre como Cabeza de la Iglesia, y el que la sociedad de los fieles tributa a su Fundador y, por medio de Él, al Eterno Padre: es, diciéndolo brevemente, el completo culto público del Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros» (n° 29).

Inclusive el fin subsidiario (y, de hecho, primario desde otro punto de vista) de santificar las almas tiene como fin último la gloria de Dios: «Tal es la esencia y la razón de ser de la sagrada liturgia; ella se refiere al sacrificio, a los sacramentos y a las alabanzas de Dios, e igualmente a la unión de nuestras almas con Cristo y a su santificación por medio del divino Redentor, para que sea honrado Cristo, y en Él y por Él toda la Santísima Trinidad: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo» (n° 215).

Por influencia de los teólogos del llamado Movimiento Litúrgico, cuyas ideas fueron recogidas en Sacrosanctum Concilium, esa relación entre glorificación de Dios y santificación de las almas en la liturgia quedó invertida. Lo explica de modo muy pedagógico el teólogo jesuita P. Juan Manuel Martín Moreno en sus Apuntes de Liturgia[5] para el curso que impartió en la Pontificia Universidad de Comillas (de la Compañía de Jesús) en los años 2003-2004:

«Siempre se ha reconocido una doble dimensión al acto litúrgico. Por una parte tiene como objetivo la glorificación de Dios (dimensión ascensional o anabática) y por otra la salvación y santificación de los hombres (dimensión descensional o catabática). (…)

»La teología litúrgica anterior al Vaticano II partía del concepto de culto concebido anabáticamente. La liturgia era primariamente la glorificación de Dios, el cumplimiento de la obligación que la Iglesia tiene como sociedad perfecta de rendir culto público a Dios, para atraerse de ese modo sus bendiciones.

»En cambio para el Vaticano II prima la dimensión descendente. La Trinidad divina se manifiesta en la Encarnación y en la Pascua de Cristo. El Padre entregando a su Hijo al mundo en la Encarnación, y su Espíritu en la plenitud de la Pascua, nos comunica su comunión trinitaria como un don. Este doble don de la Palabra y el Espíritu se nos da en el servicio litúrgico para nuestra liberación y santificación. (…)

»La concepción anabática de la liturgia se centraba en el servicio del hombre a Dios, mientras que la concepción catabática se fija en el servicio ofrecido por Dios al hombre. La crítica del culto, entendida como servicio del hombre a Dios, se basa en el hecho de que efectivamente Dios no necesita esos servicios del hombre. (…)

»Si la liturgia fuese básicamente culto, sería superflua. Pero si la liturgia es el modo como el hombre puede entrar en posesión de la salvación de Dios, el modo como la acción salvífica se hace realmente presente aquí y ahora para el hombre, es claro que el hombre sigue necesitando la liturgia»[6].

De hecho, la dimensión catabática tiene también la finalidad anabática de conducir los hombres a Dios y hacer que lo glorifiquen. Pero, en Desiderio desideravi[7], el papa Francisco enfatiza casi exclusivamente esta concepción primordialmente catabática de la liturgia y deja en la sombra la glorificación de Dios, que para Pío XII es su elemento primordial.

Su meditación comienza con las palabras iniciales del relato de la Última Cena – «ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros»– subrayando que ellas nos dan «la asombrosa posibilidad de vislumbrar la profundidad del amor de las Personas de la Santísima Trinidad hacia nosotros» (n° 2). «El mundo no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del Cordero (Ap 19, 9)» (n° 5), agrega el pontífice. Sin embargo, «antes de nuestra respuesta a su invitación –mucho antes– está su deseo de nosotros: puede que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a Misa, el motivo principal es porque nos atrae el deseo que Él tiene de nosotros» (n° 6). La liturgia, entonces, es ante todo el lugar del encuentro con Cristo, porque ella «nos garantiza la posibilidad de tal encuentro» (n° 11).

El sentido catabático y descendiente de la liturgia –entrar en posesión de la salvación– está muy bien resaltado. Pero fue enteramente omitido el hecho, destacado por Pío XII en el texto ya citado, de que la primera función sacerdotal de Cristo es rendir culto al Padre Eterno en unión con su Cuerpo Místico.

Esa unilateralidad se refuerza en otro párrafo que trata específicamente del aspecto anabático ascendiente, o sea, de la glorificación de la divinidad por los fieles reunidos. Dicho texto insinúa que la gloria de Dios es secundaria, en cuanto no agrega nada a la que Él ya posee en el Cielo, mientras lo que realmente vale es su presencia en la tierra y la transformación espiritual que ella produce: «La Liturgia da gloria a Dios no porque podamos añadir algo a la belleza de la luz inaccesible en la que Él habita (cfr. 1 Tim 6,16) o a la perfección del canto angélico, que resuena eternamente en las moradas celestiales. La Liturgia da gloria a Dios porque nos permite, aquí en la tierra, ver a Dios en la celebración de los misterios y, al verlo, revivir por su Pascua: nosotros, que estábamos muertos por los pecados, hemos revivido por la gracia con Cristo (cfr. Ef 2,5), somos la gloria de Dios» (n° 43).

Las palabras son apropiadas, porque es verdad que el hombre agrega a Dios una gloria apenas “accidental”, pero fue Dios mismo el que quiso recibirla de él al crearlo. Pero los acentos, por su unilateralidad, conducen los fieles a una posición errónea, que fácilmente degenera en el culto del becerro de oro, o sea, «en una fiesta que la comunidad se ofrece a sí misma, y en la que se confirma a sí misma», actitud denunciada en su tiempo por el entonces cardenal Joseph Ratzinger [8].

NOTAS:




[4] Las citas de la encíclica y su numeración corresponden a la versión publicada en el sitio internet de la Santa Sede: https://www.vatican.va/content/pius-xii/es/encyclicals/documents/hf_p-xii_enc_20111947_mediator-dei.html.


[6] Op. cit., p. 47-48.

[7] Las citas de la exhortación apostólica y la numeración corresponden a la versión publicada en el sitio internet de la Santa Sede:


[8] Joseph Ratzinger, El Espíritu de la liturgia: una introducción, Eds. Cristiandad, Madrid, 2001, p. 43.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Pío XII y la Navidad de 1943



La de 1943 fue una de las Navidades más duras de la guerra en la Roma ocupada por los nazis. Había toque de queda, y las misas de Navidad fueron suprimidas. Pío XII celebró una Misa solemne en la tarde del 24 en San Pedro.

Aquel día el Papa pronunció un discurso ante el Sagrado Colegio y la Prelatura Romana, cuyos pasajes principales reproducimos a continuación.

Pío XII principió recordando una expresión entrañable para los cristianos: Un solo corazón una sola alma. «Este cor unum et anima una que congregaba a los primeros seguidores de Cristo fue la fogosa arma espiritual de la pequeña grey de la Iglesia primitiva, que sin medios terrenales, por medio de la palabra, el amor abnegado y el sacrificio de la propia vida, emprendió y culminó su acción victoriosa frente a un mundo hostil. Contra la capacidad de resistencia, el ardor y el menosprecio de los padecimientos y de la muerte de tal corazón y tal alma no valieron las artimañas y los ataques de los poderes adversos que combatían su existencia, doctrina, propagación y consolidación, y quedaron en nada.

»De ese modo, del corazón y el alma de todos los creyentes se iba formando algo así como un mismo corazón y una misma alma, que la propagación de la Fe a lo largo de los tiempos extendió y sigue extendiendo por tantas regiones y pueblos. Y un nudo tan hermoso de corazones y almas por todas las tierras y países llega hasta Nos y se renueva en el momento presente de las aflicciones e invocaciones comunes y de los anhelos y esperanzas comunes, merced del divino Espíritu santificador y dador de vida que forma y preserva la Esposa de Cristo, siempre la misma en su unidad y universalidad, incluso en medio de las convulsiones que trastornan a las naciones».

Seguidamente, el Papa describe la guerra y sus duras consecuencias:

«A lo largo de este último año se ha ido aproximando más cada vez la vorágine de la guerra a la Ciudad Eterna, y numerosos miembros de nuestra diócesis han soportado duros padecimientos. Muchos de los más pobres han visto su hogar destruido en incursiones aéreas. Un santuario muy popular en la Roma cristiana fue alcanzado y sufrió heridas difícilmente sanables».

La ruina, añade el Papa, no es sólo material, sino también económica: «Si la interrupción y la parálisis de la producción normal de lo necesario para la vida hubieran de proseguir al ritmo actual, es de temer que a pesar de la solicitud de las autoridades competentes, dentro de no mucho tiempo el pueblo de Roma y de buena parte de Italia se encuentre en una situación de pobreza como tal vez no recuerde memoria humana que haya tenido lugar en este país ya tan sometido a pruebas».

Con todo, Pío XII hace un llamamiento a la serenidad espiritual y moral: «Instamos a todos, y en particular a los habitantes de la Urbe, a que mantengan la calma y la moderación y se abstengan de todo acto precipitado, que no haría otra cosa que acarrear calamidades mayores».

Sobre todo, afirma el Papa, no hay que desanimarse ante las dificultades.

«En medio de tales agitaciones es fácil entender hasta qué punto es conveniente que cada uno mantenga la confianza y el valor en la práctica moral de la vida mientras no pocos cristianos, entre ellos los que están al servicio de la Iglesia y del santuario, se dejan desanimar por estos tiempos tan lamentables, por la amargura de las privaciones y de los esfuerzos perdidos y por la cadena de desilusiones que los oprime y se abate sobre ellos; hasta tal punto que no se libran del peligro de desanimarse y perder la frescura y agilidad de espíritu, la fuerza de voluntad, la serenidad y la alegría de atreverse y llevar a término cuanto se emprende, sin lo cual no es posible un apostolado fecundo.

En la adversidad de los tiempos que vivían, tiempos de guerra y de miseria, el Sumo Pontífice exhorta «a los pusilánimes, los desanimados y los extenuados a dirigir la mirada al pesebre de Belén y al Redentor, que comienza la renovación espiritual y moral del género humano con una pobreza sin igual, en una separación casi total del mundo y de los poderosos de entonces». Esta perspectiva «debe recordar y advertir que los caminos del Señor no son los que están iluminados por la luz engañosa de una sabiduría puramente terrenal, sino los rayos de una estrella celestial desconocida por la prudencia humana. Cuando se dirige la mirada a la historia de la Iglesia desde la cueva de Belén, todos deberían tener la certeza de que aquello que afirmó su divino Fundador, “sui eum non receperunt” (Jn.1,11), ha sido siempre la dolorosa divisa de la Esposa de Cristo a lo largo de los siglos, y de que en más de una ocasión los tiempos de ardua lucha son la preparación de victorias grandiosas y definitivas para largas épocas futuras».

A continuación, Pío XII se dirige a las almas generosas:

«Si nos fuera permitido penetrar en la visión y los designios de Dios, sobre los cuales arroja luz el pasado, las penosas y cruentas condiciones de la hora presente no son tal vez sino el preludio del amanecer de nuevas situaciones en las que la Iglesia, enviada a todos los pueblos a través de todos los tiempos, se encontrará con misiones en otros tiempos desconocidas que sólo podrán llevar a cabo almas valerosas y resueltas para enfrentarse a todo; corazones que no tengan miedo de asistir a la repetición y renovación del Misterio de la Cruz del Redentor en el camino de la Iglesia sobre la Tierra sin pensar en abandonarse con los discípulos de Emaús a una huida de la amarga realidad; corazones conscientes de que las victorias de la Esposa de Cristo, sobre todo las definitivas, se preparan y alcanzan in signum cui contradicetur, en contraste; es decir, con todo aquello que la mediocridad y vanidad humanas tratan de oponer a la penetración y triunfo de lo espiritual y lo divino.»

El Santo Padre prosigue haciendo un llamamiento:

«Si hoy debemos ayudar a nuestros tiempos; si la Iglesia tiene que ser para los errantes y los amargados por las angustias espirituales y temporales de nuestro tiempo una Madre que ayuda, aconseja, protege y redime, ¿cómo podría hacerse cargo de tantas necesidades si no dispusiera de una acies ordinata, una hueste reclutada entre las almas generosas que por encima de la dulce contemplación del Niño recién nacido no temen ni olvidan alzar la mirada al Señor crucificado que consuma sobre el Calvario el sacrificio de su vida por la regeneración del mundo y evoca con fuerza y valor en su vida y su obrar la ley suprema de la Cruz?»

Las palabras con que concluye Pío XII su discurso de la Navidad de 1943 manifiestan confianza en las infalibles promesas de Dios:

«Rogamos por el género humano, enredado y prisionero en las cadenas del error, el odio y la discordia, como en una prisión construida por él mismo, repitiendo la invocación de la Iglesia en el sagrado Adviento: «O clavis David et sceptrum domus Israel; qui aperis, et nemo claudit; claudis, et nemo aperit: veni, et educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris et umbra mortis!»

«Llave de David y cetro de la Casa de Israel, que abres y ninguno cierra y cierras y ninguno abre, ven y saca de la cárcel al preso que está sentado en las tinieblas y las sombras de la muerte.»

Estas palabras de la Sagrada Escritura siguen resonando con su fuerza perenne. Hoy también, al igual que entonces, somos prisioneros de las tinieblas, pero en las tinieblas ciframos toda nuestra esperanza en el Santo Niño de Belén, en su Santísima Madre y en San José, cabeza de la Sagrada Familia, a fin de pedirles la fuerza para constituir una auténtica acies ordinataque combata cor unum et anima una por amor a la Iglesia y a la civilización cristiana.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

martes, 8 de septiembre de 2020

Angelus Domini nuntiavit Mariae (grabación de audio)

Angelus Domini nuntiavit Mariae.
Et concepit de Spiritu Sancto.
Ave, María, gratia plena;
Dominus tecum.
Benedicta tu in mulieribus,
et benedictus fructus ventris tui, Jesus.
Sancta Maria, Mater Dei,
ora pro nobis peccatoribus,
nunc et in hora mortis nostrae. Amén.
Ecce Ancilla Domini.
Fiat mihi secundum verbum tuum.
Ave María, gratia plena ...
Et Verbum caro factum est.
Et habitavit in nobis.
Ave María, gratia plena ...
Ora pro nobis, Sancta Dei Genitrix.
Ut digni efficiamur promissionibus Christi.
Oremus. Gratiam Tuam, quaesumus, Domine, mentibus nostris infunde; ut qui Angelo nuntiante Christi filii Tui incarnationem cognovimus, per passionem Eius et crucem, ad resurrectionem gloriam perducamur. Por eundem Christum Dominum Nostrum. Amén.
Gloria Patri, et Filio et Spiritui Sancto.
Sicut erat en principio et nunc et semper
et in saecula saeculorum. Amén.
(...)
In nomine Patris, et Filii et Spiritus Sancti. Amén.
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El 15 de agosto de 1954 Castel Gandolfo el primer Ángelus de radio de un Papa el aire y a partir del otoño, Pío XII comenzó a recitar desde la ventana de su estudio en la plaza de San Pedro.

domingo, 6 de enero de 2019

Suspenso del Magisterio Petrino y Parrhesia

IPSI GLORIA


Suspenso del Magisterio Petrino y Parrhesia


[Apuntes 65] El confuso "hacer lío" (para usar los mismos términos agradables al papa Francisco) que caracteriza este pontificado, nos exige recordar continuamente los hechos y palabras más notables (en cuanto sorprendentes y escandalosos) que vienen jalonando estos casi seis años de régimen en la Sede Romana. Si no lo hiciéramos así, si no los recordáramos, si no acometiéramos con esfuerzo la tarea de discernir (otra palabrita del gusto de Su Santidad) lo que es importante de lo que no lo es, seríamos arrastrados por el tsunami del “lío” en el que navega al garete hoy la barca de Pedro.

Hacia mediados de 2017, año y medio atrás, los fieles católicos pudimos conocer el texto de la última solicitud de los Cuatro Cardenales para que, en una audiencia con el Soberano Pontífice, se pudieran considerar los Dubia que habían planteado anteriormente. Debemos agradecer la respetuosa y valiente actitud de responsable parrhesía que los Cardenales Walter Brandmüller, Raymond L. Burke, Carlo Caffarra y Joachim Meisner manifestaron entonces, como claro ejemplo y testimonio para todo el Pueblo fiel, y la historia y N.S. Jesucristo algún día les hará justicia. Lo que siguió después lo conocemos: el silencio del Papa, su desconsideración hacia los Cardenales (miembros de su propio colegio de asesores), su indiferencia, su decisión de mantener viva en el seno de la Iglesia la confusión y ambigüedad doctrinal en graves cuestiones de Fe y Moral, a consecuencia de la exhortación Amoris laetitia, un documento que nunca debió ser firmado por un Romano Pontífice en los términos en que se redactó. Este tipo de actitudes y decisiones escandalosas del Vicario de Cristo son suficientes para colegir que su declamado proyecto de Iglesia sinodal al que él dice aspirar, esconde la más absoluta de las dictaduras, negadora del principio de colegialidad episcopal que él afirma querer sostener.

No pretendo discutir aquí la validez teológica, canónica o de simple conveniencia pastoral, que corresponde a la llamada colegialidad episcopal. Sólo me refiero a ella en cuanto hecho eclesial. Dicho eso, hay que decir que la colegialidad episcopal (repito, sea lo que ella sea) no esperó para existir a ser inventada por el Concilio Vaticano II. En la década de 1950, el papa Pío XII, escribió a cada obispo de la Iglesia Católica para preguntarle: 1°) si creía en la Corporal Asunción de la Madre de Dios; y 2°) si consideraba oportuno definir esa creencia como dogma. La subsiguiente Solemne Definición siguió al abrumador consenso puesto de manifiesto por las respuestas del episcopado mundial. Entiendo que si Pío XII sintió necesidad de hacer aquella consulta a los obispos del todo el mundo no fue por exigencia teológica o canónica ninguna derivada de la colegialidad episcopal, no fue por seguir un supuesto criterio de colegialidad episcopal tal cual hoy se la entiende, sino porque estaba dispuesto a ejercitar su carisma de infalibilidad sólo bajo las condiciones y límites que fueron definidos por el Concilio Vaticano I, que exigen del Papa ser no el dueño sino el servidor del Depósito de la Fe, de la Tradición, del Magisterio, realidades a las que debía someterse y obedecer, como cualquier miembro fiel de la Iglesia.
El próximo 19 de marzo se van a cumplir tres años de la publicación del documento divisivo y mal redactado llamado Amoris laetitia. En todo este tiempo, muchos obispos y conferencias episcopales han emitido directrices, guías pastorales, criterios de orientación, etc. que dejan en claro que nada ha cambiado desde que el papa Juan Pablo II en Familiaris consortio, y el papa Benedicto XVI en Sacramentum caritatis, enfatizaron la inmemorial disciplina de la Iglesia que establece que: los divorciados "vueltos a casar" que no se arrepienten de su adulterio y no se comprometen a separarse o al menos intentar, con la ayuda de la gracia de Dios, cohabitar castamente, deben excluirse de los Sacramentos durante el tiempo de su impenitencia.

Algunas conferencias episcopales y algunos obispos han emitido declaraciones entendidas en el sentido de que los así impenitentes pueden, en virtud de Amoris laetitia, recibir los Sacramentos. Como recordé en mi publicación de ayer, un grupo de obispos porteños también entendió el asunto de ese modo, y el papa Francisco, causando escándalo, aprobó y elogió la interpretación. Aún así, otras conferencias episcopales han sido manifiestamente incapaces de ponerse de acuerdo entre sí. En definitiva, está claro que el Episcopado Universal no está unido, no hay consenso, detrás de una interpretación "alemana" de Amoris laetitia. Sino muy lejos de eso. Obviamente, esta falta de consenso entre los obispos ha conducido a diferentes actitudes del propio bajo clero, es decir, de los sacerdotes con cura de almas acerca de la aplicación pastoral de Amoris laetitia, independientemente del grado de obediencia personal a su Ordinario. Así, sucede hoy que un párroco toma una actitud frente a los divorciados “recasados”, mientras que otro cura de parroquia vecina toma otra actitud completamente distinta. El resultado: un verdadero “lío”… ¿tal como lo quiere el papa Francisco?...

En el contexto de la Unidad de la Una Catholica y de la naturaleza colegiada del Episcopado Universal, cum et sub Petro, seguramente ha llegado el momento de que este "diálogo" (por cierto, infructuoso diálogo que los Cardenales de los Dubia han intentado sostener con el Papa) pase a una nueva etapa. De manera manifiesta, si como Iglesia Católica vamos a persistir con la embarazosa idea de que pertenecemos a una Iglesia con una Enseñanza sobre la Eucaristía y el Santo Sacramento del Matrimonio, se deben tomar medidas para avanzar hacia la coherencia, la armonía y el testimonio unido. La idea de que alguien, que está excluido de los Sacramentos por su propio rechazo impenitente del Evangelio, lo único que tiene que hacer es cruzar la frontera entre Polonia y Alemania, o pasar de una diócesis estadounidense a otra, o pasar de una diócesis argentina a otra o, peor aún, caminar veinte cuadras y asistir a Misa en la Parroquia vecina para poder comulgar (como de hecho ocurre, y soy testigo), es obviamente, un absurdo profundamente anti-católico que necesita ser rápidamente resuelto. La actual disonancia en doctrina y disciplina moral entre diócesis vecinas y hasta en parroquias de una misma diócesis es absolutamente ridícula y anti-católica.

Seguramente ha llegado el momento de que los Dos Cardenales que quedan de los Cuatro que intervinieron con sus Dubia, estén acompañados por otros Cardenales, para revisar y replantar las preguntas y la solicitud al Romano Pontífice. Y es también el momento para que los Obispos, Sucesores como son de los Apóstoles, de acuerdo con las enseñanzas de León XIII y del Concilio Vaticano II, ya que no son simples vicarios del Papa ni gerentes de una franquicia de Roma, hablen con coraje, claridad y unanimidad. Y es también el momento para que clérigos, laicos y académicos hagan lo mismo. Es tiempo de recordar que, en el colmo de la crisis de los Arrianos, no fue entre los Obispos, ni siquiera fue en Roma, donde la Fe se conservó y se defendió del modo más visible. Es tiempo de recordar la cuidadosa y lúcida enseñanza del Beato John Henry Newman, acerca del Transitorio Suspenso del Magisterio.

Parrhesia, que es audacia al dar testimonio de la Verdad, esa virtud que estuvo alguna vez (solo hace un puñado de años... y parece una eternidad, ¿no?) tan incesantemente en los labios del actual ocupante de la Sede Romana, seguramente sigue siendo una virtud obligatoria para todos los fieles católicos.

Si son cada vez más los que audazmente hablen, más difícil será para los fieles quedar sometidos a la antipática presión del actual régimen.

jueves, 5 de julio de 2018

RESPUESTA A JUAN SUAREZ FALCO (Y V). AQUELLOS “MARAVILLOSOS” AÑOS (Capitán Ryder)




Una última entrada para comentar dos asuntos que han quedado en el tintero: la relación de la Iglesia con el comunismo desde Juan XXIII y los nombramientos post-conciliares.

Del segundo, poco que decir: los hombres que implantaron la revolución en la Iglesia, Vaticano II, y lo hicieron por amplias mayorías, como dice Suaréz Falcó aunque con otra intención, eran nombramientos de Pio XII y pontificados anteriores, luego los problemas en la Iglesia eran muy profundos desde tiempo atrás. Por ejemplo, Bugnini ya revoloteaba como asesor de liturgia con Pío XII.

Muchos de ellos jugaron un papel letal para la vida de la Iglesia, el cardenal Bea, Dopfner, Kónig, pero muchos otros ya estaban señalados desde tiempo antes y eso no impidió su progresión en pontificados como los de Pablo VI y Juan Pablo II


Hemos hablado aquí de la lista Pecorelli (Prelados que supuestamente formarían parte de la masonería) y de la vergonzosa actuación de Casaroli durante el pontificado de Pablo VI en relación con el comunismo. Eso no impidió que Juan Pablo II lo hiciese, nada menos, que Secretario de Estado durante 11 años.

En la lista Pecorelli se daban los siguientes datos sobre él y su inicio en la masonería:

Inscripción 28/9/1957; Matrícula: 41/076; Monograma: CASA.

El Padre Luigi Villa en el libro ya citado en artículos anteriores dice al respecto:

“El paulino, Padre Rosario Espósito, en su libro: “Las grandes concurrencias entre la Iglesia y la Francmasonería” refiere que Casaroli, el 20 de octubre de 1985, en ocasión de las celebraciones del 40º aniversario de las Naciones Unidas que tuvieron lugar en la Iglesia de San Patricio, en Nueva York, dio “una homilía de largo aliento”, cuyo contenido “confirma que las concordancias entre Iglesia y Masonería pueden considerarse, de hecho, alcanzadas.”
El mismo sacerdote señala más adelante
El mismo P. Henrici, en la revista “30 Giorni” (diciembre de 1991) subraya que “la Nueva teología”, (Condenada por Pío XII en “Humani Generis”, de acuerdo con San Pío X) “se ha convertido en la teología oficial del Vaticano II”. 
Eso está confirmado también por el hecho que los “puestos claves” en la Iglesia ya han sido asignados a los modernos exponentes de la “Nouvelle Théologíe”, cuyo periódico oficial es la revista “Communio”, patrocinada por el Card. Ratzinger, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. 
Algunos han señalado que varios teólogos, nombrados obispos en años recientes, vienen de las filas de “Communio”; tales como los germanos Lehman (obispo en 1983, cardenal en 2001 y 20 años presidente de la Conferencia episcopal alemana, todo en tiempos de Juan Pablo II) y Kasper ( Obispo en 1989, cardenal en 2001 y desde 1994 co-presidente de la comisión internacional para el diálogo luterano-católico); los suizos Von Schönbern y Corecce; el francés Léonard; el italiano Scola; el brasileño Romer 
También tiene que hacerse notar que los “fundadores” de la revista “Communio”, Balthasar( cardenal en 1988), De Lubac (cardenal en 1983) , y Ratzinger, han sido consagrados cardenales. Hoy a este grupo de nombres, puede agregarse el del dominico George Cottier, teólogo (¡lamentablemente!)
Desconozco las razones de estos nombramientos, sólo que no fueron buenos para la Iglesia, y por lo tanto, para el mundo, pero no son unos “fallitos”. Parece, al contrario, que se era muy consciente de la línea seguida. Por la razón que fuese.

Por tanto, esa teoría de Suarez Falcó, por la que algunos nombramientos de aquellos maravillosos años han salido rana, no parece muy consistente. Todo el mundo conocía que entorno a Communio se agolpaba todos los progresistas eclesiásticos.
Suarez Falcó también afirma que el Concilio fue una maravilla, que todo se aprobó por mayorías cualificadas y que el espíritu del Concilio echó al traste con los frutos de éste.

Sólo diré dos cosas al respecto: 

- Esos padres conciliares tan “ortodoxos” que alumbraron los documentos conciliares fueron los que, pocos años después, se rebelaron abiertamente contra Humanae Vitae por confirmar lo que siempre había dicho la Iglesia
Conferencias Episcopales enteras como la francesa, holandesa, belga, austriaca, alemana, inglesa, canadiense o escandinava. Casi na. O mudaron de pensamiento en muy poco tiempo o, a lo mejor, el Concilio no fue tan maravilloso

Uno de los padres conciliares más relevante, mimado por Pablo VI, fue el austriaco Köenig, también señalado en la lista Pecorelli, y quien recomendó a los Padres Conciliares “tener en consideración las ideas de Teilhard de Chardin sobre el evolucionismo”. [ Ironía ON  “Uf, qué tiempos aquellos, tan entrañables, en los que todo era ortodoxia y fidelidad a la Iglesia, no como ahora, con Francisco. ¡Y cómo persiguieron a estos propagadores de herejías desde el Papado,…, un momento, …, espera, uhmmm! Ironía OFF

- Respecto al tema del comunismo tres apuntes: 

- El Pacto de Metz requetecomentado en este portal. El “maravilloso” Concilio Vaticano II, empezó con un pacto completamente inmoral. Ese Concilio que hablaría de los problemas más acuciantes del hombre moderno se dejaba en el tintero el principal. Otro pequeño error. 

- Ese Pacto añadió otros dos episodios realmente repugnantes

El primero, extraviar ex profeso la solicitud de condena del comunismo realizada por muchos Padres Conciliares. Acontecimiento “realmente maravilloso” aquel en el que la mayoría dominante utiliza la mentira y el engaño para llevar a cabo su agenda

El segundo las dos encíclicas, Pacem in Terris y Populorum Progressio por parte de Juan XXIII y Pablo VI, que presentaban un comunismo nada ajustado a la realidad y propugnaban la colaboración entre cristianos y comunistas en las áreas-objetivos que pudieran ser comunes. La Iglesia abrió ahí las puertas al comunismo y de ahí la infección vía Teología de la Liberación. 

Añado unos párrafos del libro del Padre Luigi Villa sobre estos temas. Para el resto, me remito a algunos artículos ya publicados. 



[NOTA: El contenido que sigue puede leerse igualmente, con algunas variantes, en Panorama Católico Internacional, en la entrada titulada "Ese oscuro espisodio en la vida del Arzobispo Montini" . Curiosamente, ya está prevista y confirmada la canonización de Pablo  VI en octubre de este mismo año 2018; concretamente, el día 14 de octubre: ¡Vivir para ver!]

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Era 1954, cuando Pío XII era probado por la enfermedad y debilitado por la vejez

Fue el Coronel Arnauld, del Segundo Bureau francés, Brigadier General del Intelligence Service (Servicio de Inteligencia Británico. N. del T.), y el “James Bond” de Pío XII, oficial de carrera pero, sobre todo, hombre de rígidas costumbres y católico practicante. Al final de la guerra, se desempeñaba con los británicos y regresó a los “Servicios Secretos” franceses. 

Y para entonces, poco después del armisticio, el Quai d’Orsay (Ministerio de Relaciones Exteriores francés) le asignó una misión cerca del Papa Pío XII, para pedirle que expulsara de sus diócesis a veintidós obispos franceses, a quienes el gobierno de Charles De Gaulle consideraba culpables de haber favorecido al régimen del Mariscal Petain. 

Expuesto a Pío XII el pedido de su Gobierno (escuchado “muy fríamente” por el Papa), Pío XII le dice querer conocer “el juicio personal del embajador, del católico, del oficial, cuya hermana es Superiora de un Convento en Roma”. El Coronel le pide tiempo para estudiar el “dossier” de los veintidós obispos. Cuando regresó a Roma, le manifestó su “juicio” sobre el caso; Pío XII compartió el juicio e hizo alejar de Francia solo dos obispos, rechazando “castigar a los otros”. 

Poco tiempo después, el Coronel Arnauld renuncia al Bureau francés. Pío XII, informado, lo llamó a Roma y le ofreció convertirse en su agente personal, dependiente solo de él, porque – le dice – “un diplomático está constreñido a observar algunas reglas y a ser muy prudente: un agente no”. El Coronel acepta, presta juramento al Pontífice e inicia su nueva misión. 

En el curso de una gira por el Este, entró en contacto con el obispo luterano de Uppsala, Primado de Suecia, quien teniendo a Pío XII en gran estima, no dudó en rendirle preciosos servicios, como ayudar a los miembros del clero detenidos, y en la introducción clandestina de biblias en Rusia, etc. 

En el curso de uno de esos encuentros (hacia el verano de 1954), el arzobispo de Uppsala dijo repentinamente al Coronel: «La autoridad sueca está perfectamente al corriente de las relaciones del Vaticano con los Soviets». El coronel decide inmediatamente interrogar a Pío XII, apenas regresara de la misión. Vuelto a Italia, interrogó al Santo Padre, quien muy asombrado por ese informe, pidió al coronel que dijera a Monseñor Brilioth que el Vaticano no tenía relaciones con los Soviets. 

Pero cuando el coronel Arnauld regresó a Suecia, el arzobispo de Uppsala le reiteró lo que le había dicho antes, rogándole que regresara tan pronto como terminara su nueva misión. El coronel aceptó y volvió a ver al arzobispo

Mons. Brilioth, esta vez, le entregó un sobre sellado, dirigido a Pío XII, rogándole lo pusiera directamente en sus manos, sin darlo a conocer a nadie más en el Vaticano. Sólo le dijo: «Este sobre contiene la “PRUEBA” de la relación que el Vaticano tiene con los soviéticos» 

Una vez en Roma, el coronel entregó el sobre a Pío XII, que lo leyó en su presencia, mientras se le blanqueaba el rostro. En resumen: el último texto oficial, firmado por el Pro-secretario de Estado, Monseñor Montini, tiene fecha 23 de setiembre de 1954.

De otras fuentes de información se sabe que, en aquel trágico otoño de 1954, Pío XII también había descubierto que su Pro-secretario de Estado “le había ocultado todos los despachos relativos al cisma de los obispos chinos” cuyo caso se estaba agravando.

Ahora, el hecho que Monseñor Montini había sido alejado de la Secretaría de Estado por haber caído en desgracia con Pío XII (a quien “traicionaba”) lo ha admitido Jean Guitton en su libro: “Paulo VI secreto”, donde escribe: «Nunca se supo, no se sabrá nunca, por qué Pío XII, habiéndolo hecho arzobispo de Milán, no lo había creado cardenal, lo cual le quitó la posibilidad de ser elegido papa…» 

Y después, más adelante, Guitton escribe: «Él (Paulo VI) atravesaba una prueba análoga a aquella que le había infligido Pío XII: la de la “desconfianza”, cuando Pío XII pareció haber perdido la confianza que había puesto en él. ¡Es un hecho que Montini, mientras vivió Pío XII, no volvió a pisar el Vaticano! Cito, a este respecto, un “documento” extraído de los Archivos Nacionales de Washington, en el cual se prueba que el futuro Papa Paulo VI se reunía, secretamente, con el lider comunista italiano, Palmiro Togliatti, ya en julio de 1944. 

Pero será el Papa Juan XXIII – ¡de quien Montini recibió la púrpura! – quien abrirá más a Montini el camino del “diálogo” con el mundo comunista, después de su famosa encíclica “Pacem in Terris” del 10 de abril de 1962, en la que el Comunismo, aunque no nombrado directamente, sin embargo, es considerado en plena evolución dialéctica, o sea, no más idéntico a la doctrina de Carlos Marx, aunque conservando sus principios.
[Nota: Esa encíclica (PACEM IN TERRIS) había sido precedida por la discutida “audiencia privada” con el yerno de Kruschev, Alexis Adjybei. Debería saberse que la audiencia terminó con las palabras del Papa Juan XXIII: «Nos separan solamente concepciones opuestas. ¡Es poca cosa!»]

El Pontificado de Paulo VI, por lo tanto, seguirá ese camino, abierto por Juan XXIII, quien había iniciado difíciles negociaciones, tanto con el Patriarca de Moscú, como con Atenágoras, Patriarca de Constantinopla.

Paulo VI demostró ese su espíritu de conciliación con el mundo comunista, por ejemplo, en ocasión del “Sínodo Episcopal” de Roma, en el otoño de 1971. El tema era: “Justicia y Paz”. El Vaticano había indicado imprimir una fuerte tendencia anti-capitalista al sínodo, tratando la injusticia causada a los países subdesarrollados por las naciones tecnológicamente evolucionadas. Pero el Arzobispo Maxim Hermanioux, Metropolita de los ucranianos, presente en los trabajos, tuvo el coraje de reaccionar, diciendo: «Me parece muy sorprendente que, en el proyecto de base, se trate de todas las formas posibles de injusticia: política, cultural, económica e internacional, pero no de la injusticia más desagradable para un cristiano: ¡la persecución de la Iglesia de Cristo..!»

El Arzobispo Hermanioux hablaba por los fieles de la Iglesia Católica Ucraniana, perseguida por los comunistas; y ciertamente, hacía alusión a los acontecimientos del año precedente. 

En 1970, en realidad, el Patriarca de Moscú, Pimén, había anunciado, durante su investidura, que la Iglesia Católica Ucraniana “no existía más”. Y el Cardenal Willebrands, negociador pontificio desde 1961, enviado oficial de Paulo VI a la ceremonia no había reaccionado, ni en el lugar ni a su regreso a Roma. 

¡Paulo VI, así, daba la victoria a Moscú ateo y persecutor de los fieles católicos! Los gestos más marcados y evidentes, a favor de los deseos soviéticos, por parte de Paulo VI, no se llegarán a calcular. Hasta a sus Cardenales los trasladaba a otra sede, privándoles así de toda influencia, precisamente por su intransigencia frente a los gobiernos locales. 

Así hizo con el Cardenal Mindszenty, ¡a quien Paulo VI, destituyó de su cargo de “Primado”!En vano el Cardenal Mindszenty intentó resistir, en nombre del “daño a la vida religiosa y a la confusión que tal procedimiento fuera a causar en las almas de los católicos y de los sacerdotes fieles a la Iglesia”. Lamentablemente, venció Paulo VI con su “Ostpolitik” que se inclinaba siempre frente a las criminales “razones de estado”. Y así, el 5 de enero de 1974, la Santa Sede hizo de dominio público la decisión de Paulo VI, dando la “noticia” del alejamiento el Cardenal Mindszenty de la Sede Arzobispal Primada de Esztergon. Mindszenty, en sus “Memorias” anotará«Le rogué (a Paulo VI) volviera atrás esa decisión, pero en vano.».

Una lacónica alusión a su drama interior, que iluminó, sin embargo, su última inmolación en la Cruz de Cristo. Desafortunadamente, el 8 de junio de 1977, Paulo VI se rebajó a recibir también a Janos Kadar. Nunca ningún Secretario del Partido Comunista había cruzado el umbral del estudio privado de un Papa.

¡GLORIA A TI, CARDENAL MINDSZENTY, CONFESOR Y MÁRTIR!

Sin embargo, este Gran Confesor de la Fe, sepultado el 15 de mayo de 1975 en la Capilla Húngara de San Ladislao, en Mariazel (Austria), en lugar de una apoteosis – ¡que merecía! – no vio, entonces, siquiera un “representante” de la “nueva” Iglesia Católica Húngara, la que nunca envió siquiera una corona de flores y ni una palabra. ¡Ni siquiera estuvo presente el Nuncio Apostólico en Austria! Solo el “mundo libre” – 4.000 húngaros exiliados de todo el mundo, 250 sacerdotes y unas 100 religiosas – se encontraron frente a la tumba de aquel moderno Apóstol-Mártir.

NOTA: J. Mindszenty, “Memorias”, Rusconi, Milán 1974, pp. 356-357. En el texto publicado
faltan algunas páginas, las más graves, pero por voluntad explícita, renovada varias veces por Paulo VI. Me lo dijo ‘aperetis verbis’, el mismo card. Mindszenty, quien luego, en mi encuentro personal con él, en Viena, el 14 de diciembre de 1971, después de dos horas y media de un apasionado e ilustrativo coloquio, me dijo: «¡Créame: Paulo VI ha entregado los países cristianos en manos del Comunismo!».

Y por su Ostpolitik, Paulo VI sacrificó también al Cardenal Slipyi, Primado de la Iglesia Uniata Ucraniana. Arrestado poco después de consagrado Obispo, en 1940, y otra vez el 11 de abril de 1945, y condenado a ocho años de reclusión y de trabajos forzados en durísimos campos de prisioneros soviéticos, en Siberia, Polaria, Asia y Mordovia. A continuación, fue de nuevo condenado al exilio en Siberia, y, en 1957 tuvo todavía una tercera condena de siete“años de prisión y de trabajos forzados, y finalmente sufrió una
cuarta condena con encarcelación en la durísima prisión de Mordovia…

Ciertamente, la idea fija de Paulo VI sobre el comunismo era la contenida en la “Pacem in terris”, o sea, la distinción entre movimiento histórico (fija) e ideología (en evolución continua); por la cual él creía que el Comunismo podría evolucionar y mejorar, y por eso le tendía los brazos, recibía a sus emisarios, cooperaba con él para una presunta justicia y paz en el mundo. ¡Cuánta ilusión! 

Pero para eso, Paulo VI se exponía a continuos escándalos en tal sentido. Como el del “matrimonio civil”, en 1965, del Padre Tondi, entonces su colaborador en la Secretaría de Estado, que dejó también el sacerdocio para ingresar al Comunismo. Mons. Montini le obtuvo una dispensa extraordinaria insólita de su estado religioso.
Un servicio excepcional a su colaborador (suyo y de Moscú) que hizo levantar dudas sobre su finalidad… 

Otro escándalo dado por Paulo VI fue a través de Mons. Glorieux, quien cubrió su persona cuando ocurrió la “sustracción fraudulenta de la ‘Petición’ de no menos de 450 Obispos reclamandoal Concilio, en setiembre de 1965, la condena del Comunismo”. Aquel escándalo produjo su efecto; el Papa – se dijo –no ha querido que el Concilio condenase el Comunismo, por lo tanto, el Comunismo no está más condenado.

Ahora, todo esto era la consecuencia de su primera Encíclica “Ecclesiam Suam”, que abría la Iglesia al diálogo, a la reconciliación, a la cooperación con el Comunismo. Una apertura que se volvía siempre más temeraria, en los Documentos Sociales, olvidando el problema de los cristianos perseguidos, de sus sufrimientos, de sus persecuciones, para no detenerse ni entorpecer su política de aproximación y de cooperación con los estados comunistas.

La verdad de los “HECHOS” por nosotros narrados, disipa toda duda. Basta recordar otra vez la transferencia del Cardenal Mindszenty, de “Primado” de Hungría a Roma. Basta recordar también el grito del Cardenal Slipyi, ese otro confesor de la Fe, fugitivo de los campos soviéticos quien, frente al Sínodo, gritaba su indignación a los traidores que hicieron la paz con los persecutores, sin preocuparse de sus fieles, que el comunismo soviético perseguía y martirizaba. 

«Sobre 54 millones de ucranios católicos – dijo – diez millones han muerto como consecuencia de las persecuciones. El régimen soviético ha suprimido todas las diócesis. Hay una montaña de cadáveres y ni siquiera nadie, que los conserve en su memoria. Miles de fieles están todavía encarcelados o deportados. Pero la diplomacia vaticana (¡Paulo VI, por lo tanto!) ha elegido el silencio, para no afectar sus tratativas. Han vuelto los tiempos de las catacumbas. Millares y millares de la Iglesia Ucraniana son deportados a Siberia, próxima al Círculo Polar, pero el Vaticano ignora esta tragedia. ¿Tal vez los mártires se han convertido en testigos molestos? ¿Seremos nosotros una bola y una cadena para la Iglesia?»


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Poco más que añadir. Creo que hay material suficiente como para dejar de imputar a otros católicos el estar influenciados por Satanás, o haber caído en la trampa de éste. No, al menos, con los argumentos de Juan Suarez Falcó, a quien remití copia del primer artículo, y de quien no he recibido respuesta. Mucho menos cuando plantean preguntas muy legítimas no respondidas por las autoridades de la Iglesia, ni ahora, ni en décadas pasadas.

Algunos, simplemente, mostramos nuestra perplejidad, y la incompatibilidad de muchas de estas propuestas con la Tradición de la Iglesia. Y nos da igual si lo plantea Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco.

No, no han sido unos años maravillosos.

Y no, no podemos hablar de “tradición bimilenaria inmutable” sobre la que Francisco ha puesto sus manos. Al Cardenal Avery Dulles no le importaba reconocerlo.

Capitán Ryder