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viernes, 25 de diciembre de 2020

Pío XII y la Navidad de 1943



La de 1943 fue una de las Navidades más duras de la guerra en la Roma ocupada por los nazis. Había toque de queda, y las misas de Navidad fueron suprimidas. Pío XII celebró una Misa solemne en la tarde del 24 en San Pedro.

Aquel día el Papa pronunció un discurso ante el Sagrado Colegio y la Prelatura Romana, cuyos pasajes principales reproducimos a continuación.

Pío XII principió recordando una expresión entrañable para los cristianos: Un solo corazón una sola alma. «Este cor unum et anima una que congregaba a los primeros seguidores de Cristo fue la fogosa arma espiritual de la pequeña grey de la Iglesia primitiva, que sin medios terrenales, por medio de la palabra, el amor abnegado y el sacrificio de la propia vida, emprendió y culminó su acción victoriosa frente a un mundo hostil. Contra la capacidad de resistencia, el ardor y el menosprecio de los padecimientos y de la muerte de tal corazón y tal alma no valieron las artimañas y los ataques de los poderes adversos que combatían su existencia, doctrina, propagación y consolidación, y quedaron en nada.

»De ese modo, del corazón y el alma de todos los creyentes se iba formando algo así como un mismo corazón y una misma alma, que la propagación de la Fe a lo largo de los tiempos extendió y sigue extendiendo por tantas regiones y pueblos. Y un nudo tan hermoso de corazones y almas por todas las tierras y países llega hasta Nos y se renueva en el momento presente de las aflicciones e invocaciones comunes y de los anhelos y esperanzas comunes, merced del divino Espíritu santificador y dador de vida que forma y preserva la Esposa de Cristo, siempre la misma en su unidad y universalidad, incluso en medio de las convulsiones que trastornan a las naciones».

Seguidamente, el Papa describe la guerra y sus duras consecuencias:

«A lo largo de este último año se ha ido aproximando más cada vez la vorágine de la guerra a la Ciudad Eterna, y numerosos miembros de nuestra diócesis han soportado duros padecimientos. Muchos de los más pobres han visto su hogar destruido en incursiones aéreas. Un santuario muy popular en la Roma cristiana fue alcanzado y sufrió heridas difícilmente sanables».

La ruina, añade el Papa, no es sólo material, sino también económica: «Si la interrupción y la parálisis de la producción normal de lo necesario para la vida hubieran de proseguir al ritmo actual, es de temer que a pesar de la solicitud de las autoridades competentes, dentro de no mucho tiempo el pueblo de Roma y de buena parte de Italia se encuentre en una situación de pobreza como tal vez no recuerde memoria humana que haya tenido lugar en este país ya tan sometido a pruebas».

Con todo, Pío XII hace un llamamiento a la serenidad espiritual y moral: «Instamos a todos, y en particular a los habitantes de la Urbe, a que mantengan la calma y la moderación y se abstengan de todo acto precipitado, que no haría otra cosa que acarrear calamidades mayores».

Sobre todo, afirma el Papa, no hay que desanimarse ante las dificultades.

«En medio de tales agitaciones es fácil entender hasta qué punto es conveniente que cada uno mantenga la confianza y el valor en la práctica moral de la vida mientras no pocos cristianos, entre ellos los que están al servicio de la Iglesia y del santuario, se dejan desanimar por estos tiempos tan lamentables, por la amargura de las privaciones y de los esfuerzos perdidos y por la cadena de desilusiones que los oprime y se abate sobre ellos; hasta tal punto que no se libran del peligro de desanimarse y perder la frescura y agilidad de espíritu, la fuerza de voluntad, la serenidad y la alegría de atreverse y llevar a término cuanto se emprende, sin lo cual no es posible un apostolado fecundo.

En la adversidad de los tiempos que vivían, tiempos de guerra y de miseria, el Sumo Pontífice exhorta «a los pusilánimes, los desanimados y los extenuados a dirigir la mirada al pesebre de Belén y al Redentor, que comienza la renovación espiritual y moral del género humano con una pobreza sin igual, en una separación casi total del mundo y de los poderosos de entonces». Esta perspectiva «debe recordar y advertir que los caminos del Señor no son los que están iluminados por la luz engañosa de una sabiduría puramente terrenal, sino los rayos de una estrella celestial desconocida por la prudencia humana. Cuando se dirige la mirada a la historia de la Iglesia desde la cueva de Belén, todos deberían tener la certeza de que aquello que afirmó su divino Fundador, “sui eum non receperunt” (Jn.1,11), ha sido siempre la dolorosa divisa de la Esposa de Cristo a lo largo de los siglos, y de que en más de una ocasión los tiempos de ardua lucha son la preparación de victorias grandiosas y definitivas para largas épocas futuras».

A continuación, Pío XII se dirige a las almas generosas:

«Si nos fuera permitido penetrar en la visión y los designios de Dios, sobre los cuales arroja luz el pasado, las penosas y cruentas condiciones de la hora presente no son tal vez sino el preludio del amanecer de nuevas situaciones en las que la Iglesia, enviada a todos los pueblos a través de todos los tiempos, se encontrará con misiones en otros tiempos desconocidas que sólo podrán llevar a cabo almas valerosas y resueltas para enfrentarse a todo; corazones que no tengan miedo de asistir a la repetición y renovación del Misterio de la Cruz del Redentor en el camino de la Iglesia sobre la Tierra sin pensar en abandonarse con los discípulos de Emaús a una huida de la amarga realidad; corazones conscientes de que las victorias de la Esposa de Cristo, sobre todo las definitivas, se preparan y alcanzan in signum cui contradicetur, en contraste; es decir, con todo aquello que la mediocridad y vanidad humanas tratan de oponer a la penetración y triunfo de lo espiritual y lo divino.»

El Santo Padre prosigue haciendo un llamamiento:

«Si hoy debemos ayudar a nuestros tiempos; si la Iglesia tiene que ser para los errantes y los amargados por las angustias espirituales y temporales de nuestro tiempo una Madre que ayuda, aconseja, protege y redime, ¿cómo podría hacerse cargo de tantas necesidades si no dispusiera de una acies ordinata, una hueste reclutada entre las almas generosas que por encima de la dulce contemplación del Niño recién nacido no temen ni olvidan alzar la mirada al Señor crucificado que consuma sobre el Calvario el sacrificio de su vida por la regeneración del mundo y evoca con fuerza y valor en su vida y su obrar la ley suprema de la Cruz?»

Las palabras con que concluye Pío XII su discurso de la Navidad de 1943 manifiestan confianza en las infalibles promesas de Dios:

«Rogamos por el género humano, enredado y prisionero en las cadenas del error, el odio y la discordia, como en una prisión construida por él mismo, repitiendo la invocación de la Iglesia en el sagrado Adviento: «O clavis David et sceptrum domus Israel; qui aperis, et nemo claudit; claudis, et nemo aperit: veni, et educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris et umbra mortis!»

«Llave de David y cetro de la Casa de Israel, que abres y ninguno cierra y cierras y ninguno abre, ven y saca de la cárcel al preso que está sentado en las tinieblas y las sombras de la muerte.»

Estas palabras de la Sagrada Escritura siguen resonando con su fuerza perenne. Hoy también, al igual que entonces, somos prisioneros de las tinieblas, pero en las tinieblas ciframos toda nuestra esperanza en el Santo Niño de Belén, en su Santísima Madre y en San José, cabeza de la Sagrada Familia, a fin de pedirles la fuerza para constituir una auténtica acies ordinataque combata cor unum et anima una por amor a la Iglesia y a la civilización cristiana.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)