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sábado, 22 de octubre de 2022

¿Son siempre mejores las traducciones modernas de la Biblia? Un lingüista católico elogia la Vulgata de San Jerónimo



(CNA/Jonah McKeown)-La mayoría de la gente sabe que San Jerónimo -cuya fiesta la Iglesia celebra el 30 de septiembre- es famoso por haber traducido toda la Biblia al latín en el siglo IV d.C., creando una edición muy leída conocida posteriormente como la Vulgata.

Pero probablemente menos gente se da cuenta de lo innovadora -y duradera- que es la obra de Jerónimo. La Vulgata se convirtió en la Biblia más utilizada de la Edad Media y ha perdurado hasta nuestros días como una traducción que al menos un destacado lingüista considera una de las mejores disponibles.

«No conozco ninguna otra traducción, ni antigua ni moderna, tan buena como la Vulgata», sostiene Christophe Rico, un lingüista católico que vive y trabaja en Jerusalén.

Rico, de nacionalidad francesa, es profesor de griego antiguo y decano del Instituto Polis de Jerusalén, que enseña diversas lenguas antiguas. En colaboración con el Instituto Polis, Rico elabora libros para que los estudiantes aprendan a hablar y leer latín y griego, con el objetivo, en parte, de que quienes deseen leer la Vulgata latina original puedan hacerlo.

Experto profesor de griego y latín, Rico afirma que, a pesar de los más de 1.600 años transcurridos desde su finalización, la traducción de Jerónimo de la Biblia -aunque no es perfecta, como no lo es ninguna traducción- ha demostrado ser sorprendentemente precisa y muy valiosa para la Iglesia.

«Si tienen dudas sobre la solidez de una traducción moderna, acudan a la Vulgata; especialmente para el Nuevo Testamento», aconseja, y añadia que la traducción del Antiguo Testamento en la Vulgata también es «excelente».

¿Quién era Jerónimo?

San Jerónimo nació hacia el año 340 como Eusebio Jerónimo Sofronio en la actual Croacia. Su padre lo envió a Roma para que se instruyera en retórica y literatura clásica.

Bautizado en el 360 por el Papa Liberio, viajó mucho y finalmente se estableció como ermitaño del desierto en Siria. Más tarde se ordenó sacerdote y se trasladó a Belén, donde vivió una vida solitaria y ascética desde mediados de la década de 380. Allí aprendió hebreo, sobre todo estudiando con rabinos judíos. Llegó a ser secretario personal de San Dámaso I.

Curiosamente, el genio lingüístico y una admirable ética de trabajo no son las únicas cualidades por las que se conoce hoy a Jerónimo. También es el santo patrón de las personas con personalidades difíciles, ya que se dice que él mismo tenía un temperamento duro y propenso a hacer críticas mordaces a sus oponentes intelectuales.

El nacimiento de la Vulgata

Contrariamente a la creencia popular, la Vulgata no fue la primera Biblia en latín: en la época de Jerónimo, en el siglo IV, ya existía una versión ampliamente utilizada llamada «Vetus Latina», que era a su vez una traducción de la Septuaginta griega de aproximadamente el siglo II. Además, la Vetus Latina contenía la traducción del original griego de todos los libros del Nuevo Testamento. Todos los libros del Nuevo Testamento se escribieron originalmente en griego, pero el Antiguo Testamento -salvo unos pocos libros- se escribió primero en hebreo.

Rico describió la Vetus Latina como una «buena traducción, pero no perfecta». En el año 382, San Dámaso I encargó a Jerónimo, que entonces trabajaba como su secretario, que revisara la traducción de la Vetus Latina del Nuevo Testamento.

Jerónimo así lo hizo, tardando varios años en revisar y mejorar minuciosamente la traducción latina del Nuevo Testamento a partir de los mejores manuscritos griegos disponibles. Rico dijo que, a lo largo del proceso, Jerónimo corrigió ciertos pasajes y expuso los significados profundos de muchas de las palabras griegas que se habían perdido en las traducciones anteriores.

Por ejemplo, la palabra griega «epiousios», que probablemente fue acuñada por los escritores de los Evangelios, aparece en el Padre Nuestro de Lucas y Mateo y suele traducirse al español como «diario». En el Evangelio de Mateo, sin embargo, Jerónimo tradujo la palabra al latín como «supersubstantialem», o «supersustancial», una alusión, como señala el Catecismo de la Iglesia Católica, al Cuerpo de Cristo en la Eucaristía.

Lo que hizo Jerónimo a continuación fue aún más ambicioso. Se propuso traducir también todo el Antiguo Testamento a partir de su original hebreo. Jerónimo conocía muy bien el hebreo, señaló Rico, ya que en ese momento había vivido en Tierra Santa durante 30 años y se mantenía en estrecho contacto con los rabinos judíos. Jerónimo también tenía acceso a la Hexapla de Orígenes, una especie de «piedra Rosetta» de la Biblia que mostraba el texto bíblico en seis versiones. (El texto hebreo, una transliteración en letras griegas del texto hebreo, la traducción griega de la Septuaginta y otras tres traducciones griegas que se habían realizado en un entorno judío).

En un esfuerzo que finalmente duró 15 años, Jerónimo consiguió traducir todo el Antiguo Testamento a partir del original hebreo, lo que tiene un gran mérito dado que el hebreo se escribía originalmente sin el uso de vocales cortas.

Una vez terminada, la Vulgata no sólo sustituyó a la Vetus Latina, convirtiéndose en la traducción bíblica predominante en la Edad Media, sino que también fue declarada Biblia oficial de la Iglesia católica en el Concilio de Trento (1545-1563).

La Vulgata ha sido revisada varias veces a lo largo de los años, sobre todo en 1592 por el Papa Clemente VIII (la «Vulgata Clementina»), y la revisión más reciente, la Nova Vulgata, promulgada por San Juan Pablo II en 1979.

Además de su uso actual en la misa tradicional en latín, la Vulgata ha perdurado como base para diversas traducciones, como la popular traducción inglesa de la Biblia, la Douay-Rheims.

Aunque Rico advierte que ninguna traducción es perfecta, no duda en elogiar la Vulgata de Jerónimo por su precisión y su importancia en la historia de la Iglesia.

«Para el Nuevo Testamento no he podido encontrar ningún error… El conjunto es increíble», explica.

Por su parte, Jerónimo es hoy reconocido como doctor de la Iglesia. Vivió sus últimos días en el estudio, la oración y el ascetismo en el monasterio que fundó en Belén, donde murió en 420.