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jueves, 8 de junio de 2017

Las palabras que no dice el Papa (Roberto de Mattei)



Los terroristas del atentado del puente de Londres asesinaron al grito de: «¡Es por Alá!». 

El 14 de julio de 2016, Mohamed Lahouaiej Bouhalel segó en nombre de Alá la vida de 84 personas en el Paseo de los Ingleses en Niza. 

El asesino de Mónaco disparó a la cara a niños el 21 de julio de 2016 berreando en árabe «¡Alá es grande!». 

El mismo grito de «Al-lá akbar» fue proferido el 26 de julio en Ruán por el fanático que degolló al sacerdote Jacques Hamel, así como el 1º de enero de este año por el autor del atentado de la discoteca Reina de Estambul. 

Y el 2 de julio del año pasado en Dacca, nueve italianos fueron torturados y asesinados por no saberse el Corán. 

Para el ISIS, todos estos atentados recientes reflejan una fidelidad integral a las enseñanzas del islam. El nombre de Alá, dios del islam, cuyo profeta es Mahoma, resuena siniestro de un extremo a otro de Occidente acompañado de un largo rastro de sangre y terror.

¿Es posible seguir negando que asistimos a una guerra religiosa? 

Afirmando que no se puede matar en nombre de Dios no se puede ocultar la realidad de que hay un proyecto de conquista religiosa del mundo por medios violentos. 

La propia primera ministra inglesa Theresa May, después del nuevo atentado terrorista en Gran Bretaña, ha hablado de “extremismo islámico”, y ha dicho que es una ideología que se difunde a través de internet y las grandes sociedades, y que no sólo sería necesario contrarrestar por medios militares y de inteligencia, sino con «los valores pluralistas de la cultura británica, superiores a los mensajes de los predicadores extremistas».

El 4 de julio, en el Regina Coeli, el papa Francisco condenó el terrorismo, pero por lo visto para él la palabra Islam es impronunciable. 

Criticar, aunque sea de forma implícita, el Islam significaría caer en ese proselitismo que, según el papa Francisco, es uno de los pecados más graves que puede cometer un católico. 

Y, sin embargo, qué mejor oportunidad puede haber para la verdad de la fe católica a las religiones que predican la violencia, como el islam, y para explicar que el pluralismo al que se refiere la primera ministra inglesa es, en realidad, un relativismo moral que abre paso a la violencia mahometana

Gran Bretaña es un país que está pagando carísimo el fracaso de la ideología multiculturalista que profesa desde hace tantos años

La alternativa a la violencia islámica no es ni el multiculturalismo ni el ecumenismo, sino la afirmación clara y tajante de los principios del Evangelio. ¿Qué otra cosa podría proclamar, si no, el Vicario de Cristo?

Roberto de Mattei
(Traducido por J.E.F)

Mejores que Jesucristo (por Bruno Moreno)




Después de mucho tiempo pensando sobre esta cuestión, he ido llegando a la conclusión de que las diversas heterodoxias actuales pueden atribuirse, en su gran mayoría, al asombroso convencimiento de sus autores de que son mejores que Jesucristo. Ya sé que desafía a la imaginación que alguien se defina como cristiano y crea ser mejor que Cristo, pero, desgraciadamente en este caso, la realidad supera con creces nuestra imaginación.

La soberbia desorbitada del pensamiento actual, con raíces en el evolucionismo filosófico, ha hecho que el hombre moderno mire por encima del hombro a todos los hombres de épocas anteriores por el mero hecho de haber vivido en el pasado. En ese sentido, se da por supuesto que el presente siempre y por definición es superior al pasado. Esta tendencia, que es casi universal en el pensamiento moderno, tiene su expresión dentro de la Iglesia en los variados heterodoxos actuales que, como lo más natural del mundo, miran por encima del hombro al propio Cristo.

El caso más claro, sin duda, es el de la plaga de eclesiásticos empeñados en admitir el divorcio en la Iglesia so capa de misericordia. Lo planteen como lo planteen, subyace a todos sus razonamientos el convencimiento de ser más misericordiosos que Jesucristo, que prohibió explícitamente y con absoluta claridad el divorcio. A este carro se suben todos los deseosos de aprobar las parejas del mismo sexo, las relaciones prematrimoniales, los anticonceptivos y un largo etcétera, considerando que Jesús, en realidad, vino a la tierra para decirles lo que ellos ya sabían y para darles unas cariñosas palmaditas en la espalda por lo listos que son.

Muy parecidos son los intentos de aguar el lenguaje cristiano y no hablar nunca de “adulterio", “pecado", “culpa", “infierno", “redención” y términos similares, impulsados por la pretensión de no ofender nunca a nadie, en ningún rincón de la tierra. Aparentemente, los aguadores en cuestión piensan que son más dulces, educados y majetes que Jesucristo, que dirigió palabras durísimas cuando la ocasión lo requería a fariseos, ricos, fornicarios, saduceos, tiranuelos, profanadores y demás. Por no hablar de que Jesús hablaba con total claridad de la doctrina cristiana y que no tenía ningún problema en utilizar todos esos términos tan ofensivos.

Lo mismo se puede decir de los ecumaniacos decididos a que la Iglesia no evangelice, a que los musulmanes sigan siendo musulmanes y a acallar cualquier intento de predicar la conversión a ateos, agnósticos, budistas, judíos y, en general, todo ser humano sobre la faz de la tierra. Es difícil no pensar que esa forma de actuar refleja la creencia de ser más salvadores que Jesucristo o, dicho de otra forma, de que ellos son los que, después de dos mil años, han encontrado la verdadera salvación (basada en la buena voluntad y en el llevarnos todos bien) al margen de la salvación en Cristo.


Otros creen que conocen al Padre mejor que su Hijo. Un ejemplo de esta pretensión absurda pueden ser los que pretenden que la oración de petición no es “coherente con el Dios revelado en Jesús”, sin que aparentemente les importe que el Hijo de Dios nos enseñara en el padrenuestro a pedir, pedir y pedir cosas a Dios. 


También pertenecen al grupo los que niegan la existencia del infierno contra las claras palabras de Cristo, basándose en sus propias elucubraciones sobre la forma de ser de Dios, su misericordia y su perdón.

Los hay también que piensan que son más inteligentes que el Verbo eterno de Dios, como los que dicen que el demonio no existe, sino que es una forma primitiva de personalizar el mal. Será que Cristo no hacía más que exhibir su primitiva ignorancia cuando hablaba del demonio y que, en realidad, el Hijo de Dios es como mucho el Alfa y el principio, pero no la Omega y el fin, ya que ese puesto corresponde más bien a la variada fauna de modernillos, modernuelos y modernenses actuales. De la misma forma actúan los que piden mujeres sacerdote y explican condescendientemente que el Hijo de Dios encarnado actuaba según los prejuicios de su tiempo.

Así podríamos seguir con todas las herejías, heterodoxias y tonterías del último siglo. Por supuesto, sus defensores no lo plantean así, porque hacerlo les obligaría a abandonar del todo la Iglesia y ese es un paso que muchos no están dispuesto a dar, ya sea por razones económicas, por un apego sentimental, por miedo a lo desconocido o por simple y pura inercia. Así pues, para no verse obligados a dejar la Iglesia, lo que hacen es camuflar esas afirmaciones de ser mejores que Jesucristo o presentarlas de forma oscura o indirecta. En ese sentido, hablan de “profundizar", “actualizar” o “reinterpretar” las enseñanzas de Cristo (aunque lo que en realidad hagan sea negarlas). 

Otras veces desestiman lo que dijo nuestro Señor distinguiendo el Cristo de la fe y el Jesús histórico (como si no fueran uno y el mismo)

También alegan que no podemos conocer las ipsissima verba Iesu, las palabras exactas de Jesús (ya sea por la ausencia de grabadoras, por las “elaboraciones de la comunidad primitiva” o por lo que sea), y que, por lo tanto, se puede poner en duda cualquier afirmación de Cristo que a uno le venga en gana.

Una modalidad especialmente sutil es la de explicar lo que realmente quería decir Jesús o lo que de verdad corresponde al “estilo de Jesús”, en contradicción abierta con lo que el propio Jesús siempre ha enseñado a través de su Cuerpo, que es la Iglesia

En el mismo saco podemos meter a los que apelan a un Espíritu indefinido (o al “espíritu del Concilio” en concreto) para cuestionar la fe y la moral católicas e introducir novedades contrarias a las mismas, como si ellos fueran más espirituales que Cristo, que derramó su Espíritu Santo sobre su Esposa la Iglesia.

Excusas, en definitiva, que en algunos casos pueden ser inconscientes o incluso bienintencionadas, pero apenas pueden ocultar la falta de fe en Cristo que las motiva. La realidad, en efecto, es testaruda y sus obras hablan más claro que sus palabras. Y esas obras pretenden colocarlos por encima de Cristo, sean cuales sean sus excusas, falsedades o, en el mejor de los casos, autoengaños.

Cada uno que haga lo que quiera. Por mi parte, tengo una regla muy sencilla: si alguien pretende ser mejor que Jesucristo, sea anatema.


Bruno Moreno
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NOTA: Debo decir que todos los artículos de Bruno merecen ser leídos. Es de lo mejor que conozco. Profesionalidad, claridad al expresarse, amor a la verdad. Y amor a Jesucristo y a la Virgen María. Por eso suelo introducir algunos de ellos en este blog. Creo que cuento con el permiso implícito de su autor, pues de lo que se trata es de "evangelizar" de verdad, a través de este medio de internet, para que muchos puedan llegar así a Jesús, ya que de otro modo, tal como está el mundo de los mass media, difícilmente podrían hacerlo. Me congratulo sinceramente de que sigan habiendo personas como él, porque hacen mucho bien sus escritos.