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viernes, 12 de diciembre de 2025

Nuestra Señora de Guadalupe: Patrona de América



Ciudad de México, diciembre de 1531. Una mañana fría a las orillas del antiguo lago de Texcoco, un humilde indígena camina hacia sus clases de catecismo sin imaginar que está por presenciar un acontecimiento que transformará la historia espiritual de un continente. Juan Diego Cuauhtlatoatzin, chichimeca recién bautizado, sube al cerro del Tepeyac cuando el alba despuntaba. De repente oye un canto celestial y una voz dulce que lo llama por su nombre. En la cima del montículo se encuentra con una Señora de sobrehumana belleza, radiante como el sol, que se le presenta con palabras amables: “Yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive”. Así comienza la historia de la Virgen de Guadalupe, la advocación mariana que con el tiempo sería aclamada como Madre espiritual de toda una civilización y proclamada Patrona de América por la Iglesia católica.

Las apariciones de 1531: el milagro en el Tepeyac

El relato tradicional —preservado en documentos como el Nican Mopohua en náhuatl y las crónicas de la época— narra con detalle cuatro apariciones entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531. En la primera, la “perfecta Doncella del Cielo” encarga a Juan Diego que solicite al obispo de México la construcción de un templo en ese lugar, “para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra”, en palabras de la propia Virgen. Con obediencia sencilla, Juan Diego acude a la ciudad y tras arduos esfuerzos logra entrevistarse con el fraile franciscano Juan de Zumárraga, primer obispo de México. El prelado, aunque piadoso, se muestra escéptico ante la petición insólita del campesino y le pide una prueba tangible de las apariciones antes de proceder.

Desanimado pero firme en cumplir el mandato celestial, Juan Diego vuelve al Tepeyac al día siguiente. La Virgen se le aparece de nuevo y promete concederle una “señal” para convencer al obispo. Sin embargo, el lunes 11 de diciembre Juan Diego falta a la cita: su tío Juan Bernardino ha caído gravemente enfermo, y él se apresura a buscar un sacerdote. La madrugada del martes 12, angustiado por la salud de su tío y temeroso de retrasar su deber filial, Juan Diego trata de rodear el cerro para evitar encontrarse con la Señora. Pero María sale a su encuentro en el camino: en esta cuarta aparición, la Madre de Dios lo escucha compasivamente y pronuncia palabras inmortales de consuelo: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? (…) ¿No te aflige esta enfermedad? Ten por seguro que ya sanó”. La dulce voz maternal de Guadalupe disipa el miedo de Juan Diego, asegurándole que su tío no morirá de aquel mal. En efecto, la tradición refiere que en ese mismo instante la Virgen se apareció también a Juan Bernardino para curarlo milagrosamente y revelarle el nombre con que deseaba ser invocada: Santa María de Guadalupe.

Convencido y lleno de fe, Juan Diego solicita entonces la señal prometida. La Virgen le indica que suba a la cumbre árida del Tepeyac y recoja las flores que allí encontrará. Juan Diego obedece y descubre, para su asombro, rosas frescas de Castilla florecidas en pleno invierno —algo imposible en el frío diciembre mexicano—. Corta tantas rosas como puede y las guarda en su tilma (un humilde ayate o manto de fibra de maguey). La Virgen acomoda con sus manos aquellas rosas en el regazo de Juan Diego y le ordena no abrir su tilma hasta estar ante el obispo.

Horas más tarde, en el palacio episcopal, ocurre el prodigio central. Juan Diego despliega su tilma frente a fray Zumárraga y los asistentes: las rosas caen al suelo, y al mismo tiempo aparece estampada en la tela la imagen bellísima de la Virgen María, tal como se había manifestado en el Tepeyac. Todos se quedan sobrecogidos: la Morenita del Tepeyac se revela con rostro sereno y manos juntas en oración, vestida con una túnica rosada adornada de motivos indígenas y un manto azul verdoso tachonado de estrellas. El obispo Zumárraga, conmovido hasta las lágrimas, se arrodilla ante aquel milagro tangible. En seguida toma la sagrada tilma y la entroniza en su capilla privada. Días después, el prelado, convencido ya de la veracidad de las apariciones, ordena la construcción inmediata de una ermita en lo alto del cerro del Tepeyac, tal como la Virgen había solicitado. Juan Diego, por su parte, dejó todo para vivir junto al nuevo santuario, donde durante el resto de sus días fue humilde custodio de la sagrada imagen y guía de los peregrinos que empezaban a acudir al lugar santo.

El impacto del fenómeno guadalupano fue inmediato. La sencilla ermita inicial pronto se quedó pequeña ante la multitud de fieles que acudían a venerar la imagen, para 1556 ya hay registros históricos de la devoción extendida entre diversos estratos de la Nueva España. Con los años, el santuario fue ampliándose y embelleciéndose hasta erigir un gran templo barroco. Ya entrado el siglo XVII, en 1709, se consagró la primera Basílica de Guadalupe, símbolo del arraigo permanente de esta devoción en el corazón del pueblo mexicano.

Evangelización y mestizaje espiritual: el legado de Guadalupe

La apariciones de Guadalupe ocurrieron apenas una década después de la caída de Tenochtitlan (1521). La Virgen del Tepeyac actuó —en palabras del Papa Pío XII— como un “instrumento providencial” escogido por Dios para atraer a los indígenas hacia Cristo. El milagro del ayate significó una poderosa confirmación de la fe: “Desde aquel momento histórico la total evangelización fue cosa hecha”, afirmó Pío XII, destacando que Guadalupe marcó el punto de inflexión que consolidó la conversión de México y, por extensión, de Hispanoamérica. De hecho, tras 1531 se registró un auge asombroso de bautismos y conversiones en la Nueva España –se habla de millones de indígenas que abrazaron la fe católica en las dos décadas siguientes–, un fenómeno que muchos han interpretado como una respuesta providencial a la pérdida de fieles en Europa durante la Reforma protestante. La Virgen “alzó una bandera, alzada una fortaleza (…) pilar fundamental de la fe en México y en toda América”, añade el Papa Pacelli, describiendo cómo Guadalupe estableció un baluarte espiritual que resistiría todas las tempestades de la historia.

Patrona de la Nueva España y Emperatriz de América

La veneración a Nuestra Señora de Guadalupe no tardó en recibir reconocimiento oficial en la Iglesia. En 1754 el Papa Benedicto XIV aprobó la Misa y Oficio propios de Santa María de Guadalupe para el 12 de diciembre, otorgando rango litúrgico a la fiesta en Nueva España. Cuentan que, al enterarse de los prodigios del Tepeyac y ver una copia de la sagrada imagen, el pontífice exclamó admirado en latín: “Non fecit taliter omni nationi” –“No ha hecho cosa igual con ninguna otra nación”–, reconociendo así que Dios había obrado en México un portento único en el mundo. Desde entonces, la Virgen del Tepeyac fue proclamada Patrona del Virreinato de Nueva España, protectora de la Ciudad de México y abogada de sus naturales.

Con el tiempo, su patronazgo se extendió a toda Hispanoamérica. El Papa San Pío X la declaró en 1910 “Patrona de toda la América Latina”, y su sucesor Pío XI la nombró Patrona de todas las “Américas” sin distinción entre el norte y el sur. Durante los convulsos años del siglo XX, María de Guadalupe siguió siendo faro de esperanza. En plena posguerra, el Papa Pío XII dirigió en 1945 un radiomensaje al pueblo mexicano con motivo del cincuentenario de la coronación pontificia de la imagen. En ese histórico discurso llamó a la Guadalupana “Emperatriz de América y Reina de México”, recordando cómo los fieles la habían coronado con amor filial en 1895. Pío XII alabó el “justísimo homenaje” que México rendía a su “Noble Indita, Madre de Dios y Madre nuestra”, reconociendo la gratitud de todo un pueblo hacia la Virgen que “tuvo la parte principalísima en su vocación a la verdadera Iglesia” y en “la conservación de la pureza de la fe” de una joven nación que en Ella fundió su identidad. Con vibrante elocuencia, el Papa describió a María de Guadalupe tomando la Cruz traída por las frágiles carabelas españolas y “paseándola triunfalmente por todas estas tierras, plantándola por doquier” desde su santuario sobre el cerro rocoso del Tepeyac, “para desde allí reinar en todo el Nuevo Mundo y velar por su fe”. Quedaba así confirmado desde Roma lo que los mexicanos habían sentido por siglos: que Guadalupe es reina y madre de las Américas bajo cuyo manto se gestó la cristiandad de este continente.

Identidad, fe y unidad bajo el manto de la Virgen

Hoy, casi medio milenio después de aquel amanecer milagroso, la Virgen de Guadalupe sigue siendo el corazón espiritual de millones de americanos. Su santuario en el Tepeyac es el destino de peregrinaciones multitudinarias: se calcula que más de diez millones de fieles lo visitan cada año, especialmente en torno al 12 de diciembre, convirtiéndolo en el recinto mariano más concurrido del orbe católico. La imagen original, intacta e incorrupta contra todo pronóstico científico, preside la Basílica y contempla amorosamente a sus hijos día y noche.

Contrario a las visiones reductoras o a la llamada leyenda negra que pinta la conquista como mero choque destructivo, el acontecimiento guadalupano ofrece una perspectiva veraz: en él se funden las herencias indígenas y españolas bajo la mirada amorosa de María, dando origen a algo nuevo y fecundo. La Virgen de Guadalupe, al escoger a Juan Diego y hablarle en su idioma, dignificó a los indígenas, mostrando que el mensaje cristiano no venía a aniquilar sus anhelos, sino a plenificarlos. Bajo su manto, el indio y el español encontraron hermandad como hijos del mismo Dios y de la misma Madre. Nació así esa “mestiza unidad” de la que hablaba San Juan Pablo II, para quien Guadalupe es “reina de toda América” y auténtica forjadora de comunión entre los diversos pueblos del continente.

jueves, 11 de diciembre de 2025

Consecuencias de la nota Mater Populi Fidelis (Roberto de Mattei)





El pasado 4 de noviembre se publicó la nota doctrinal Mater Populi Fidelis, con la que el Dicasterio para la Doctrina de la Fe se propone aclarar el sentido y los límites de algunos títulos marianos relativos a la cooperación de María a la obra de la salvación. La declaración ha suscitado consternación entre los fieles de a pie, y también entre los mariólogos, porque objetivamente reduce los privilegios reservados a la Virgen en la Tradición de la Iglesia. Cabe preguntarse las consecuencias que tendrá en la práctica.

La entrevista concedida a Diane Montagne por el cardenal Víctor Manuel Fernández el pasado 27 de noviembre, publicada por la citada vaticanista en su blog el día 27 [en español aquí], resulta muy oportuna para orientarse en el horizonte de confusión creado por el mencionado documento. En su respuesta a la periodista, monseñor Fernández explicó que la afirmación contenida en el párrafo 22 de la nota doctrinal Mater Populi Fidelis, según la cual es «siempre inoportuno» emplear el título de Corredentora para referirse a la colaboración de María en la obra de la Redención de Cristo se refiere exclusivamente al empleo oficial del título de Corredentora en textos litúrgicos y documentos de la Santa Sede, pero no se extiende a la devoción privada ni a los debates teológicos entre fieles.

El momento central de la entrevista es cuando se dice que la expresión siempre inapropiado se aplica al título de Correndentora. Diane Montagne pregunta si dicho título, que según él «es siempre inoportuno el uso del título de Corredentora» (…) «se refiere al pasado, especialmente teniendo en cuenta que fue utilizado por los santos, los doctores y el magisterio ordinario». Y el cardenal responde: «No, no, no. Se refiere al momento actual» (…) La periodista insiste: «Entonces, ¿«siempre» significa «a partir de ahora»? El purpurado confirma: «A partir de ahora, sin duda». La reportera, insatisfecha, pide otra aclaración sobre el sentido de la palabra siempre: «Fernández recalca que no se refiere al pasado sino únicamente al presente, y en un sentido limitado a los documentos oficiales.

Hay que tener en cuenta esta importante aclaración. En la nota doctrinal, el adverbio siempre no tiene el mismo sentido que en el lenguaje de todos los días. Cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que el adverbio siempre indica un periodo de tiempo ininterrumpido, sin excepciones, que abarca el pasado y el futuro. Por ejemplo, la ley divina y natural está siempre vigente, en cualquier época, lugar y situación. En cambio, en la respuesta del cardenal la palabra se redefine como apenas vinculada al presente e, hipotéticamente, al futuro: «A partir de ahora». Pero si, como afirma el Prefecto, siempre significa sólo a partir de ahora, la consecuencia es que, como del pasado al presente se ha dado un cambio, podría también haber un cambio entre el presente y el futuro. Eso quiere decir que Mater populi fidelis, aunque se haya presentado como una nota doctrinal, funda sus argumentos en medidas de índole pastoral que están sujetas a circunstancias de naturaleza histórica. La valoración que hace el documento de los títulos marianos no es absoluta ni definitiva, sino transitoria y contingente.

El cardenal confirma el carácter provisional de la nota con las siguientes palabras: «Esta expresión [“Corredentora”] no se utilizará ni en la liturgia, es decir, en los textos litúrgicos, ni en los documentos oficiales de la Santa Sede. Si se desea expresar la cooperación única de María en la Redención, se expresará de otras maneras, pero no con esta expresión, ni siquiera en los documentos oficiales».

El término que no es oportuno emplear «ni en los textos litúrgicos ni en los documentos oficiales» puede utilizarse legítimamente para todo lo que no entre en tan estrechos límites. La prohibición sólo afecta al ámbito oficial. Si un grupo de fieles comprende «bien el verdadero significado de esta expresión» (la cooperación subordinada de María a Cristo), «ha leído el documento» y está de acuerdo con lo que dice, puede usar libremente el título de Corredentora. En conclusión, los fieles son libres de creer y promover la verdad según la cual María siempre ha sido Corredentora y Mediadora de todas las gracias mientras se esfuerzan por conseguir que dicha verdad sea proclamada dogma de fe. Si ayer no era adecuado el título de Corredentora, podría llegar a serlo mañana. Aunque la verdad de la Corredención de María nunca se ha proclamado como dogma, pertenece al patrimonio doctrinal de la Iglesia. La nota del Dicasterio para la Doctrina de la Fe lo admite, limitando su uso al presente y en unas circunstancias determinadas. Pero, precisamente por esa razón, aunque ese título mariano no se cuente entre los dogmas oficiales de la Iglesia, podría llegar a contarse un día. Es algo que la nota no excluye ni puede excluir.

La definición dogmática del dogma de la Inmaculada Concepción tuvo lugar en 1854, y la de la Asunción en 1950. Desde aquellas fechas, todo católico que rechace estas verdades incurre en herejía, pero la Virgen siempre fue Inmaculada y asunta. Del mismo modo, tenemos libertad para creer no sólo que siempre ha sido Corredentora y Mediadora de todas las gracias, sino para poner todo nuestro empeño en que esas verdades sean proclamadas lo antes posible dogmas de fe, para que todo católico esté obligado a creer por siempre lo que en este momento se considera inoportuno, pero siempre ha sido cierto.

A la última pregunta de la vaticanista, «¿consultasteis (es decir, la DDF) a algún mariólogo para Mater populi fidelis?», el prefecto de Doctrina de la Fe repuso: «Sí, a muchos, muchos, así como a teólogos especializados en cristología».

Sin embargo, el padre Maurizio Gronchi, consultor del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que participó en la presentación de documento junto al cardenal Fernández, declaró a Aciprensa el pasado 19 de noviembre: «No se encontraron mariólogos colaborativos», y señaló que ni los miembros de la Pontificia Facultad teológica Marianum ni los de la Pontificia Academia Mariana Internacional participaron en la presentación junto a la curia jesuita. Silencio que, a su juicio, «puede entenderse como disenso» ().

Un destacado mariólogo ha confirmado indirectamente dicho disenso: el P. Salvatore Maria Perrella declaró que Mater populi fidelis «debería haber sido redactada por personas competentes en la materia», dando a entender con ello que fue redactado por personas carentes de formación mariológica. Y, podríamos añadir con todo respeto, que no saben razonar en buena lógica.

Y ahora que sabemos que Mater populi fidelis no tiene por objeto imponer límites arbitrarios a la devoción mariana ni negar la participación de María en la obra redentora de Cristo, y que la prohibición sólo se aplica al uso del título de Corredentora en los textos litúrgicos y actos de magisterio, y no a la devoción privada ni al debate teológico, es nuestra gran oportunidad de aceptar el reto y salir al ruedo.

Reiteramos lo que dijimos al día siguiente de la publicación del documento: «Tenemos el convencimiento de que actualmente hay en el mundo un puñado de sacerdotes y laicos de ánimo noble y generoso dispuestos a empuñar la espada de dos filos de la Verdad para proclamar todos los privilegios de María y exclamar a los pies de su trono: «Quis ut Virgo?» Sobre ellos se derramarán las gracias necesarias para el combate en estos tempestuosos tiempos. Y quién sabe si, como ha ocurrido cada vez que en la historia se ha intentado opacar la luz, el documento del Dicasterio de la Fe que trata de restar importancia a la Santísima Virgen María confirmará sin proponérselo su inmensa grandeza» ().

Roberto De Mattei

sábado, 29 de noviembre de 2025

La Inmaculada: pensamiento eterno del Padre



Día 1: Novena a María Inmaculada



Cada año, a partir del 29 de noviembre y hasta el 7 de diciembre, la Iglesia invita a los fieles a prepararse para la solemnidad de la Inmaculada Concepción mediante una antigua y profunda devoción: la novena que honra a la Virgen concebida sin pecado. No se trata de una simple costumbre piadosa, sino de una afirmación clara de la fe católica en la pureza única de María y en su intercesión constante por la humanidad.

La novena —rezada tradicionalmente una vez al día— recuerda que la Virgen fue preservada incluso de la sombra del pecado, porque Dios la destinó a ser no solo Madre del Verbo encarnado, sino también madre, refugio y abogada del hombre. Desde esa identidad, la oración se dirige a Ella con una confianza que no es presunción, sino reconocimiento humilde de su papel en la economía de la salvación.

Al acercarse la solemnidad del 8 de diciembre, la novena se convierte así en un llamado claro: volver a la pureza, volver a la oración, volver a Cristo por manos de María. Porque donde la humanidad cayó, la Inmaculada venció; y en esa victoria se encuentra también nuestra esperanza.

Desde InfoVaticana invitamos a nuestros lectores a unirse al rezo de la novena a María Inmaculada durante estos días hasta las vísperas de la fiesta de Nuestra Señora:

Oración inicial para todos los días

Dirigida al Padre Eterno, en la unción del Espíritu, mirando a María como Obra maestra de la Santísima Trinidad

Padre Eterno,
Fuente inagotable del Ser y del Amor,
que al pronunciar desde tu eternidad el Nombre de tu Hijo quisiste que resonara también en el silencio blanquísimo de una Mujer,
te bendigo por la Inmaculada Concepción de María,
primer destello de la Redención, aurora intacta que anticipa la luz del Día eterno.

Tú, que desde siempre soñaste una criatura capaz de decir “sí” sin sombra,
una carne sin herida que pudiese acoger al Verbo sin temblores,
quisiste para tu Hijo una Madre pura, fuerte, luminosa,
y para nosotros, sus hermanos, una compasión sin límites.
Por eso la preservaste del pecado original
y la introdujiste en la historia como un río de gracia que nunca se enturbia.

Padre Santo,
mira nuestras vidas tantas veces cansadas,
heridas por el pecado, vencidas por la prisa, dispersas por el ruido.
Y por el amor que tienes a esa Mujer sin mancha,
haz que en este Adviento Cristo encuentre en nosotros una gruta,
pobre pero abierta, disponible, humilde, deseosa de Él.

Envía sobre nosotros al Espíritu Santo,
ese mismo Espíritu que cubrió a María con su sombra fecunda
y la hizo Madre del Verbo.
Que Él purifique nuestro corazón,
nos devuelva la sencillez perdida
y nos regale una mirada parecida a la suya.

Y tú, María Inmaculada,
Patria limpia donde Dios quiso nacer,
haz que esta oración suba al Padre con tu misma música.
Empújanos hacia Jesús,
acompaña nuestros cansancios,
cura nuestras tristezas,
vuelve a encendernos por dentro con la alegría de los hijos.

Amén.

DÍA 1. La Inmaculada: pensamiento eterno del Padre

María no es un accidente tardío en la historia.
Es el primer sueño de Dios en la creación, el modelo en cuya luz se comprende el resto.
Si el pecado original oscureció la trama del mundo,
la Inmaculada fue el punto intacto donde el Padre guardó su proyecto inicial.

En Ella contemplamos lo que Dios quiso para todos:
un corazón limpio, una libertad entera para amar,
una humanidad que no se repliega sobre sí misma sino que se abre como un cáliz.

Mírala así: una criatura que nunca rompió la comunión con su Creador.

Oración:
Padre, límpiame en la pureza de María.
Devuélveme la belleza de lo que Tú soñaste para mí.
Haz que yo también sea un lugar donde Cristo descanse.
Amén.

Oración final 

María Inmaculada,
Tota pulchra desde la aurora eterna,
Medianera de todas las gracias que Cristo nos ha merecido,
Corredentora asociada al único Redentor en la hora santa del Calvario,
Abogada potentísima que nunca abandonas a quien te suplica,
Madre espiritual de la Iglesia y de cada uno de sus hijos,
Patrona amantísima de España, que te reconoció siempre como su Reina, acoge mi gratitud y mi súplica;

las deposito en tus manos
como quien entrega un pequeño cirio a la claridad del mediodía.
No mires tanto la pobreza de mi oración
cuanto el deseo de amar a tu Hijo con un amor parecido al tuyo.

Madre Inmaculada,
vuelve tus ojos misericordiosos a España, que es tuya,
marcada por tu nombre en sus montes y en sus mares, en sus ciudades y aldeas,
que quiso —y quiere— seguir siendo tierra de María Santísima.
Guárdala en la unidad, en la fe, en la pureza de sus raíces cristianas.
Que no se apague en ella la oración,
ni se borre la memoria de Dios,
ni se derrumben los signos que recuerdan al mundo
que Cristo ha vencido.

Haz, Madre Inmaculada,
que en España siga en pie la Cruz, alta, serena y visible,
como columna de cielo plantada en nuestra historia
y como testigo silencioso de la victoria del Amor.
Que ninguna sombra, ningún miedo, ninguna ideología
puedan abatir la Cruz que proclama, desde lo alto,
que solo el perdón cristiano ilumina.

Y a mí, hijo tuyo,
límpiame con tu luz,
enséñame a entregarme sin reservas,
a obedecer al Espíritu como Tú obedeciste,
a permanecer junto a Cristo con la misma firmeza
con la que tú permaneciste junto a la Cruz.

María Inmaculada,
Medianera, Corredentora, Abogada, Madre y Señora,
llévame de tu mano hasta Jesús.
Y cuando llegue mi última hora,
cúbreme con tu manto
y preséntame ante el Padre
con la ternura con que llevaste al Niño en Belén
y con la fortaleza con la que estuviste al pie de la Cruz.

Así sea.


Textos y reflexiones de Mons. Alberto José González Chaves

domingo, 23 de noviembre de 2025

De Maria nunquam satis




Vivimos en un mundo pusilánime, donde la exaltación de cualquier privilegio recibido por herencia o por gracia de Dios, aparece siempre como un insulto a la igualdad en la mediocridad de todos los hombres.

Siempre los mejores son los menos, la santidad es algo extraordinario, pero la sociedad cristiana supo tenerlos como referencias y la Iglesia como regla de conducta, por eso canonizaba sólo a los mejores, a los que habían llegado más alto, no para halagar la mediocridad del común de los cristianos ni desalentarlos, sino por el simple hecho de que las luces que guían las naves se ponen en alto, y cuánto más alto, mayor es el número de quienes pueden verlas. Es decir, que los espíritus más elevados servirán de guía a mayor número de almas.

A esto se suma el hecho de que los bienes espirituales son comunes, y mientras mejor es un miembro, mejor es la sociedad, todos gozamos del bien espiritual del prójimo, y mientras más son los que participan, mayor es el bien.

Materialistas, egoístas y resentidos como somos, creemos que todo bien del prójimo es algo que yo no tengo, y que todo lo que no se obtuvo con el sudor de la propia frente es robo. Pero como lo que se obtiene por propio esfuerzo es bien poco, creemos estar justificados para descansar en nuestra mediocridad y poder canonizar a aquellos que hicieron “lo que pudieron”, pero que no fueron tan imprudentes como para ponerse por encima de los demás y tratar de guiarlos, porque el colmo de la caridad parece hoy consistir en no herir la profunda pusilanimidad de los hombres y dejarlos arrastrarse por el barro sin decirles que se están ensuciando.

El concilio Vaticano II, al justificar el liberalismo cristiano, significó la canonización de la tibieza cristiana. Ya no más privilegios, todos somos iguales delante de Dios. Si se puede reconocer, sin entusiasmo, algún tipo de privilegio, sólo puede ser de un grupo, y mientras más se diluya mejor. Habrá santos, pero muchos, porque es algo común, cualquiera puede serlo, sin necesidad de hacer mucho.

Los privilegios personales atentan contra la dignidad de los hombres iguales en mediocridad. Y ¡qué decir de privilegios únicos e irrepetibles!

En este mes de diciembre celebramos de un modo particular a la Virgen María, y se concentran en ella las gracias y privilegios más grandes que Dios pueda haber concedido a criatura alguna.

Ella es Inmaculada desde su concepción. Apartada del resto del mundo pecador, fue preservada por un privilegio singular, único e irrepetible, de la ley de condena que pesaba sobre todo el género humano. Nunca, en ningún instante de su vida, su alma fue ensombrecida por la más mínima mancha de pecado. Por el contrario, su alma llena de gracia, fue siempre purísima.

¿Y a qué se debe tan singular privilegio? Dios había decidido desde toda la eternidad, que su Hijo Unigénito, el Verbo Eterno, al hacerse carne nacería de esta Virgen purísima, de esta Madre santísima que sería preparada por la Trinidad con el mayor cuidado, para ser digna de la gran obra de la creación: la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo y la redención del género humano.

Puesto que sería la Madre de Dios, convenía que fuese adornada de los privilegios más excelsos que el cielo puedira participarle, de los cuales, el haber sido preservada del pecado original es sólo el primero y el comienzo de todas las maravillas que Nuestro Señor obraría en su alma. No contento con haberla llenado de gracia en su concepción, esta misma plenitud iría aumentando con el tiempo. Si fue el mismo Dios quien nos mandó honrar padre y madre, ¿acaso no cumpliría Él con este deber del mejor modo posible? La Virgen María fue, sin duda alguna, la criatura más honrada por Dios, pues ¿qué mayor honra que ser su madre?

Pero Dios va a pedirle a María su consentimiento en esta obra, su Fiat. ¿Por qué? ¿acaso podría negarse a tanto honor?

“Honor onus”, decían los latinos con su acostumbrada concisión, el honor es una carga, y la Virgen María lo supo bien, se le concedía un honor enorme y al mismo tiempo una carga igualmente grande. Se le pedía ser Madre de Dios, para que por la encarnación, el Hijo Unigénito pudiera obrar la redención de los hombres. Se le otorgaba el bien más grande que la creación pudo contener y se le pedía la entrega más grande que la creación pudo admirar. Y no se le pedía que acepte esta entrega con resignación, sino con amor, voluntariamente. Su Fiat significaba la aceptación de todo el plan de la redención.

Todo ese honor, todos esos privilegios y gracias tomaban de repente una nueva dimensión, ser Madre de Dios no significaba solamente dar a luz al Salvador, sino quedar unida a Él de un modo tan estrecho que le permitiera quedar asociada a la obra de la Redención, mereciendo de congruo lo que Nuestro Señor mereció de condigno, siendo verdaderamente Corredentora con Nuestro Señor Jesucristo Redentor.

Dios da siempre más de lo que pide, pero a Nuestra Señora le pidió que entregara a su Hijo, ¿acaso hay algo más grande que Él? Casi nos atreveríamos a decir que, en esta tierra, Dios quedó en cierta manera en deuda con su Madre, le pidió demasiado y ella lo dio sin esperar recompensa, ¿acaso algo podía recompensar la pérdida de su Hijo Dios?

Su único consuelo era el cielo, la otra vida y a la verdad que debe ser algo enorme, porque Dios no iba a quedar en deuda con su Madre, pero sólo allí, en esa otra vida, pudo encontrar el modo de recompensarla. ¡Tanto escapa la grandeza de la vida Eterna a nuestros espíritus apocados!

Todo buen hijo sabe que de su madre se puede abusar con toda confianza. Nuestro Señor, en el momento mismo en que terminaba de ser inmolado frente a los ojos de su madre, viendo todo su dolor y su amor de madre, le pidó que adoptara como hijos a aquellos por los que había sido entregado…

Hasta aquí aguanta nuestro corazón, querríamos pensarlo como un momento feliz, y lo es para nosotros, pero, al decir de San Bernardo, ¡vaya cambio para nuestra Madre!

Aquí entendemos por qué no somos santos. Dios nos ofrece todo, pone a disposición sus gracias, sus sacramentos, sus luces, sus ayudas y nos colma de privilegios… ¿qué falta? Falta nuestro fiat.

Entre mediocres y cobardes hemos calculado que si pedimos y obtenemos poco, también se nos pedirá poco, y tratamos de acomodarnos en una posición media que nos mantenga bastante alejados del infierno, pero no demasiado cerca de la Cruz. El hombre moderno entendió que los honores son cargas, y decidió abandonar aquellos para no tener estas. Decidió no pedir nada a Dios para que Dios no le pida nada. Y con la excusa de librar a todos los hombres de sus cargas a todos los deshonró. El santo del mundo moderno es ese hombre sin honor y sin gloria, capaz de no generar rechazo ni admiración, la situación más cercana a la nada, que es lo único que nos queda si no tenemos en cuenta a Dios.

La Virgen María fue siempre el rayo de luz que irrumpe en esas almas vacías, para recordarles que la santidad es posible, que todas las entregas y sufrimientos valdrían por el sólo hecho de ser amados de Dios, que siempre hay tiempo para salvarse.

Y es por eso que contra ella se revuelve el demonio y encuentra su mejor aliado en la tibieza del cristiano, que no quiere el pecado pero tampoco la grandeza y los privilegios, porque es amor que exige amor y es por eso que Nuestro Señor dijo de ellos “He aquí que estoy por vomitarlos de mi boca”

RP José Antonio Calderón

sábado, 22 de noviembre de 2025

El mariológo Salvatore M. Perrella cuestiona la solidez doctrinal de Mater Populi Fidelis




El reconocido mariológo italiano Salvatore M. Perrella, una de las voces más autorizadas en el estudio contemporáneo de la Virgen María, ha ofrecido una lectura crítica de la Nota Mater Populi Fidelis, publicada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe. En una extensa entrevista concedida al medio suizo RAI, el teólogo advierte que el documento interpreta la mariología desde un marco “excesivamente cristológico” y “demasiado dependiente” de la perspectiva del papa Francisco, dejando fuera dimensiones esenciales para comprender el lugar de María en la economía de la salvación.

Según Perrella, la Nota doctrinal “abre debates necesarios”, pero revela serios desequilibrios internos. A su juicio, el texto reduce prácticamente a cero las dimensiones eclesiológica, antropológica, trinitaria y simbólica de la mariología, tratándola únicamente desde una perspectiva funcional a Cristo. Esta carencia, afirma, empobrece la comprensión de la tradición y dificulta ofrecer una visión integral de la fe.

La importancia de la memoria doctrinal: un vacío que debilita la Nota

Perrella subraya que la explicación magisterial sobre la cooperación de María en la obra redentora debería apoyarse en los desarrollos doctrinales posteriores a la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, donde teólogos y pontífices —de León XIII a Pío XII— reconocieron en María un fruto de la misericordia divina y un sujeto de misión dentro del plan salvífico. Sin embargo, considera que el nuevo documento no recoge adecuadamente esa evolución ni la memoria histórica que la sustenta.

El título “Corredentora”: tradición, matices y reduccionismos

Uno de los puntos centrales de la entrevista es la crítica a la valoración del título “Corredentora”. Perrella se muestra crítico con el término, aunque reconoce su presencia en el magisterio posconciliar, especialmente bajo san Juan Pablo II, quien utilizó tanto el título como expresiones equivalentes. “Como teólogo, no puedo ignorarlo”, afirma.

Sin embargo, condena la forma en que Mater Populi Fidelis descalifica el título recurriendo exclusivamente a afirmaciones de Francisco, sin dialogar con la tradición teológica y magisterial previa. El mariológo recuerda que Lumen gentium optó por un método inteligente: acoger el vocabulario anterior sin absolutizarlo ni repudiarlo. En su opinión, la Nota del DDF hace precisamente lo contrario: estigmatiza algunas expresiones tradicionales sin ofrecer alternativas doctrinalmente más sólidas.

Preocupación ecuménica desproporcionada y pérdida de la “sobrietas” romana

Otro aspecto que Perrella destaca es la preocupación ecuménica, que considera legítima pero desproporcionada. A su juicio, la Nota sacrifica profundidad doctrinal para evitar tensiones con otras confesiones cristianas, algo que califica como “un paso en falso”. Añade que el texto peca de exceso de extensión y de falta de sobrietas, una nota distintiva del Magisterio romano tradicional.

Un argumento inconsistente: ¿explicaciones excesivas?

De manera especial, el teólogo se muestra crítico con el razonamiento del párrafo 22, donde el Dicasterio sostiene que un título que requiere demasiadas explicaciones catequéticas pierde su utilidad. Perrella considera que esta lógica es insostenible, pues con ese criterio también deberían abandonarse títulos esenciales como “Madre de Dios”, “Inmaculada” o “Madre de la Iglesia”, todos ellos necesitados de una extensa elaboración teológica. “Esa es precisamente la tarea de la teología y de la catequesis”, afirma.

La crisis doctrinal actual: María como clave para recuperar la fe completa

El mariológo advierte que el problema de fondo no es María, sino la propia crisis doctrinal contemporánea. “Hoy muchos ya no creen en la Trinidad, ni en la divinidad de Cristo”, señala. En ese contexto, la figura de María “es segunda pero no secundaria”, como recordaba Benedicto XVI, y su correcta comprensión ayudaría a recuperar la coherencia interna de la fe. Sin embargo, acusa al documento de ofrecer una visión “demasiado monofisita”, incapaz de sostener esa tarea.

Falta de especialistas en la elaboración del documento

Perrella lamenta también la ausencia de competencia especializada en la redacción de la Nota. A su juicio, un documento de esta naturaleza debería haber contado con expertos en mariología, dogmática y tradición magisterial. El resultado final, denuncia, no refleja el rigor que históricamente caracterizaba al Dicasterio para la Doctrina de la Fe.

Crítica severa al uso de las nuevas normas sobre fenómenos sobrenaturales

El mariológo dedica una crítica especialmente contundente al párrafo 75, en el que la Nota remite a las nuevas normas del Dicasterio para el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales. Según él, estas normas —y la dependencia del nuevo documento respecto a ellas— diluyen el patrimonio doctrinal acumulado desde 1978 y rompen con la línea prudente, histórica y profunda que había guiado a la Iglesia hasta la reforma de la Curia impulsada por Francisco.
Tradición, sensus fidelium y devoción: claves que la Nota no recoge

Perrella concluye recordando que la mariología auténtica no nace de ocurrencias teóricas, sino de la Palabra de Dios, de la tradición viva de la Iglesia y del sensus fidelium, donde la devoción popular sigue revelando una sabiduría profunda. Señala que, durante dos milenios, el pueblo cristiano ha invocado a María con títulos ricos en significado teológico, como los de la Salve Regina, que expresan la espiritualidad e intuición del conjunto de los fieles. A su juicio, Mater Populi Fidelis no logra integrar esa riqueza y pierde así una oportunidad para fortalecer la fe del pueblo de Dios.


Dejamos a continuación la entrevista completa traducida al español:

Mater Populi Fidelis. Para muchos, es un documento inapropiado, dañino e inútil…

Sobre la cuestión de su inutilidad, discrepo. Todo es útil de algún modo, incluso un documento controvertido, porque provoca y sostiene el debate. En este caso concreto, la Nota doctrinal abre debates en teología y mariología, especialmente en lo que respecta a las distintas dimensiones implicadas. En ella aflora una perspectiva que interpreta la mariología en un sentido estrictamente cristológico. Pero hay poco, casi ningún espacio para las dimensiones eclesiológica y antropológica. Y las dimensiones trinitaria y simbólica están completamente ausentes. El documento debe, en cualquier caso, entenderse dentro de una perspectiva mucho más amplia.

¿Qué perspectiva?

Detrás de esta Nota, como sugiere el propio documento —y espero que los autores sean conscientes—, hay que considerar el párrafo 20, donde se aborda la postura del papa Francisco sobre el título de Corredentora. La cuestión de los títulos marianos ha estado siempre en la agenda: reaparece y luego se atenúa. Entonces, ¿qué puede decirse? En lo que respecta a los títulos relacionados con la cooperación de María, estos se convirtieron en objeto de reflexión renovada a partir de 1854 con la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. Fue precisamente en el marco de la doctrina inmaculista donde se favorecieron interpretaciones más profundas del servicio o munus de María en la obra de la salvación, utilizando una variedad de términos. Algunos, en verdad, eran del todo inapropiados, como Redemptrix o Substitutrix de lo que es propio de Dios. Esto llevó a los teólogos y a los papas, desde León XIII hasta Pío XII, a comprender a la Inmaculada en la obra de la salvación tanto como fruto como misión: el fruto de la misericordia, la misión de María.

¿Qué faltaba, en su opinión, en aquella interpretación?

Ante todo, se pasaba por alto la dimensión creatural de María. Hoy ese aspecto está afortunadamente presente, aunque quizá de manera algo excesiva. En resumen, necesitamos un equilibrio que actualmente falta. En cuanto a la Nota doctrinal, mi opinión —después de leerla y releerla— es que se adhiere formalmente, aunque no siempre con acierto, a la enseñanza del Concilio Vaticano II, especialmente Lumen Gentium 60–62, retomados más tarde por Juan Pablo II en Redemptoris Mater, particularmente en los párrafos 40–42. Estos son hoy los pilares de la doctrina sobre la cooperatio de María. Personalmente, no soy partidario del título “Corredentora”, pero como teólogo no puedo dejar de tener en cuenta que también ha aparecido en el Magisterio posconciliar.

Juan Pablo II, de hecho, utilizó el título Corredentora siete veces. Y aunque —después de la Feria IV del antiguo Santo Oficio el 21 de febrero de 1996— ya no volvió a emplearlo, como señala la Nota, también es cierto que posteriormente utilizó expresiones equivalentes como Cooperadora del Redentor o Singular cooperadora en la Redención. ¿Qué puede decir sobre esto?

Todo cierto. Examinando específicamente el documento Mater Populi Fidelis, lo encuentro inconfundiblemente “franciscano”, en sentido bergogliano. El párrafo 21, que introduce el párrafo 22, recurre a tres afirmaciones del papa Francisco para explicar por qué el término Corredentora es “inapropiado” e “inútil”. Personalmente, yo nunca habría utilizado tales expresiones. Prefiero el enfoque inteligente de Lumen gentium, que tiene en cuenta el vocabulario previo: ni lo estigmatiza ni lo adopta. Además, tengo la impresión de que la Nota está dominada por la preocupación ecuménica. Y esto, creo, es un paso en falso. Dicha preocupación debe estar presente, por supuesto, pero no debe ser predominante. La prioridad debería ser el carácter pastoral de la doctrina. También encuentro la Nota excesivamente larga, en contraste con el Magisterio romano, tradicionalmente caracterizado por la sobrietas, es decir, la concisión.

Lo especialmente problemático es el siguiente pasaje del párrafo 22: “Cuando una expresión requiere muchas explicaciones repetidas para evitar que se desvíe de un sentido correcto, no sirve a la fe del Pueblo de Dios y se vuelve inútil”. Pero desde este punto de vista, títulos como Madre de Dios, Inmaculada o Madre de la Iglesia también parecerían inapropiados, puesto que ellos también requieren amplias explicaciones —tarea que, después de todo, corresponde a la teología y a la catequesis—. ¿No le parece?

Sin duda. La verdad es que estamos en la historia, pero no somos conscientes de ello. Esta desconexión ya era evidente desde el principio con el título Theotokos. Todo el alboroto en torno a los títulos es artificial, porque tienen un único fundamento: la Sagrada Escritura y lo que la Providencia divina, como enseñaba el padre Calabuig, quiso y designó ab aeterno para María. El documento —a pesar de ser amplio y expansivo— carece de memoria histórica. Y eso, por así decirlo, es una pobreza. Incluso el objetivo mismo del documento; es decir, llamar la atención sobre el papel de María en la obra de la salvación —expresado, además, de un modo excesivamente radical—, plantea dificultades. En efecto, deberíamos preguntarnos: ¿Cuál es hoy la preocupación urgente de la Iglesia en materia de fe? Hoy la gente ya no cree en la Trinidad; hay dudas sobre la divinidad y la identidad mesiánica de Cristo. Ahora bien, María es subsidiaria de todo esto. María, para usar una expresión querida por Benedicto XVI, “es segunda pero no secundaria”. Y la Nota, que yo describiría como “demasiado monofisita”, lamentablemente no ayuda a promover la comprensión integral y completa de la fe cristiana que se necesita. A mi juicio, el documento requería una consideración y una elaboración más cuidadosa, pero sobre todo debió ser preparado por personas competentes en la materia.

Al presentar Mater Populi Fidelis, el cardenal Fernández afirmó que ciertos títulos marianos son un tema que “ha causado preocupación a los papas recientes”. ¿Qué piensa de eso?

No me parece que los papas se hayan inquietado por tal cuestión. Su preocupación era algo muy distinto: la receptio inmediata de Lumen gentium y del Concilio. Seguimos viviendo bajo una recepción mítica del Vaticano II, cuyos documentos, lamentablemente, no son profundamente conocidos.

El párrafo n. 75 de la Nota se refiere a las nuevas Normas para Proceder en el Discernimiento de Presuntos Fenómenos Sobrenaturales, sobre las cuales usted ha sido abiertamente crítico. ¿Cuáles son sus razones?

Perdóneme el neologismo, pero ese párrafo es otra “poco preciosa” perla de la Nota. Y lo es precisamente por su estrecha conexión con las nuevas Normas publicadas por el Dicasterio en 2024. Siempre tuve en gran estima las Normas aprobadas por Pablo VI en 1978 y publicadas oficialmente en 2011. Particularmente aprecié el prefacio firmado por el entonces prefecto, cardenal William Levada. En su momento, habiendo sido consultado por la Congregación, animé firmemente a una revisión de las Normas de Pablo VI, pero desde la perspectiva de un sabio profundizamiento, no de un derroche del gran patrimonio retórico y conceptual de lenguaje, contenido y perspectivas.

¿Podría explicar más?

Para comprender las nuevas Normas y lo que ha surgido en estos dos años de prefectura del cardenal Fernández, hay que tener siempre ante los ojos la figura —siempre presente— del papa Francisco, especialmente su reforma de la Curia romana en Praedicate Evangelium. Esa constitución, que quebró todas las costumbres diplomáticas, políticas y operativas del Vaticano, también ha tenido impacto en la mariología y en la identidad mariana de la Iglesia. Con la reforma de la Curia, bajo Francisco, la Secretaría de Estado perdió su primacía y su papel de coordinación, mientras que el dicasterio principal pasó a ser el de Evangelización. Sin embargo, la primacía de la evangelización no puede prescindir de las palabras de Cristo, que no abolió ni la más pequeña letra de la Ley (cf. Mt 5,17-19). Este principio fundamental debería haber guiado —y debería seguir guiando— las declaraciones magisteriales con mayor prudencia, mayor respeto por la historia y por el presente en una perspectiva de futuro, y con cuidadosa atención a otras realidades. Esto también se aplica a la cuestión de los títulos marianos.

El documento también reflexiona sobre la devoción popular. Sin embargo, la devoción popular siempre ha tenido su propio lenguaje —el del corazón, el del sentimiento—. Un ejemplo notable es la variedad de títulos con los que, durante dos milenios, los fieles han invocado a María, Madre de Cristo y de la Iglesia. Piénsese, por ejemplo, en la antífona litúrgica Salve Regina, donde es invocada como Spes nostra y Advocata nostra…

Son títulos que pertenecen propiamente al Espíritu Santo, y sin embargo los atribuimos con razón a María en virtud del principio de analogía. Cuando considero la devoción popular y su lenguaje, recuerdo una espléndida conferencia que el entonces cardenal Ratzinger pronunció en el Marianum sobre la doble caracterización de la mariología y de la dimensión mariana de la Iglesia: a saber, la razón y el sentimiento. De ahí surge la pregunta crucial: ¿Cómo armonizar estas dos exigencias? Ese es el verdadero problema. Por desgracia, hay pocas personas bien preparadas en la Iglesia que puedan ayudar en este sentido. Y así, María continúa siendo explotada, como siempre, a la manera —si se me permite la imagen— de una trabajadora no remunerada. Si realmente queremos conocer a María, debemos hacerlo a través de la Palabra de Dios y del sensus fidelium en el camino de la Iglesia.

Mons. Strickland: "Descartar el título de Corredentora no es sólo una cuestión lingüística..."



“Descartar el título de Corredentora no es simplemente una cuestión lingüística. Es parte de un esfuerzo continuo por despojar a la fe de sus afirmaciones sobrenaturales, para hacer que la Iglesia parezca inofensiva ante un mundo que odia la cruz. (…)

Si la Santa Sede —y, de hecho, la misma oficina que acaba de publicar este documento— pudo conceder indulgencias a tal oración, ahora no puede pretender que la doctrina que la sustenta sea «inapropiada». El lenguaje puede requerir una explicación pastoral, pero la verdad no puede ser retractada."

En honor a la fiesta de la Presentación de Nuestra Señora que celebramos hoy, publicamos a continuación una Carta Pastoral de Mons. Strickland sobre el uso del término “Corredentora", que llamativamente no ha sido aún difundida en español, y que a nuestro juicio es oportuno que sea tomada en consideración junto a todo lo respondido al respecto..


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CARTA PASTORAL DEL Mons. STRICKLAND - 5/11/2025

LA QUE ESTÁ DE PIE BAJO LA CRUZ

Carta pastoral sobre la Santísima Virgen María, Corredentora y Mediadora de todas las gracias


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

El 4 de noviembre de 2025, la Santa Sede publicó una Nota doctrinal a través del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF) titulada Mater Populi Fidelis, firmada por el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del DDF. En el documento, el cardenal Fernández declara que «no sería apropiado utilizar el título de «Corredentora» para definir la cooperación de María». La razón expuesta es que dicho título «corre el riesgo de oscurecer la mediación salvífica única de Cristo y, por lo tanto, puede crear confusión y un desequilibrio en la armonía de las verdades de la fe cristiana…» (párrafo 22).

Dado que muchas personas se sienten inquietas por estas palabras, y dado que el amor a la Santísima Virgen es el corazón de la auténtica fe católica, me siento obligado, como sucesor de los Apóstoles, a reafirmar la enseñanza perenne de la Iglesia sobre la cooperación singular de Nuestra Señora en la Redención.

Es sorprendente que la justificación dada —para evitar la «confusión» y por razones ecuménicas— se haga eco del mismo lenguaje que durante más de medio siglo se ha utilizado para suavizar y oscurecer la verdad católica. Este razonamiento ha embotado el filo de la doctrina hasta dejar solo un vago sentimiento. Pero la verdad no puede sacrificarse en aras de la diplomacia. El ecumenismo que silencia la verdad deja de ser verdadera unidad. El camino a seguir no es difuminar lo que distingue a la fe, sino proclamarla con claridad y caridad, confiando en que la luz de la revelación disipe la confusión, en lugar de ocultarla.

En los últimos años, este patrón se ha repetido en muchos frentes de la vida de la Iglesia. Con el pretexto de ser «acogedora» e «inclusiva», la identidad sobrenatural de la Iglesia se está sustituyendo poco a poco por una identidad sociológica. Lo que antes se definía por la gracia y la conversión, ahora se está reformulando en el lenguaje de la acomodación y la afirmación. La llamada al arrepentimiento se sustituye por la llamada a la pertenencia. Se le dice al mundo que no necesita cambiar; solo la Iglesia debe cambiar para adaptarse a él. Y así, la fe se diluye, la cruz se suaviza y el Evangelio se vuelve sentimental en lugar de salvífico. Pero el amor sin verdad no es misericordia, es engaño.

Este nuevo documento debe verse en ese contexto. Descartar el título de Corredentora no es simplemente una cuestión lingüística. Es parte de un esfuerzo continuo por despojar a la fe de sus afirmaciones sobrenaturales, para hacer que la Iglesia parezca inofensiva ante un mundo que odia la cruz. 

La Santísima Virgen es el reflejo humano más perfecto de la verdad divina. Menospreciar su papel es menospreciar la realidad misma de la gracia. Cuando sus títulos exaltados son declarados «inapropiados», no es ella quien queda menospreciada, sino nuestra comprensión de Cristo, ya que cada verdad mariana protege una verdad cristológica.

La cooperación de María en la Redención es una doctrina perenne, como atestiguan los Padres. San Ireneo enseñó que «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María», y San Efrén la llamó «el rescate de los cautivos».

Desde los albores de la Iglesia, la obediencia de la Virgen ha sido vista como la anulación de la rebelión de Eva y el comienzo de la restauración de la humanidad.

La confusión que rodea al término «Corredentora» surge en gran medida de un malentendido del prefijo «co-». En latín, es «cum», que no significa «igual a», sino «con». María no es una redentora rival, sino la que sufrió con el Redentor. Toda su participación fue dependiente, derivada y subordinada, pero profundamente real. Así como la primera Eva cooperó en la caída, la Nueva Eva cooperó en la restauración. Su «fiat» en la Anunciación y su presencia bajo la Cruz son los dos polos de esa cooperación divina. María participó en la obra redentora de su Hijo, el único que podía reconciliar a la humanidad.


Desde el principio, la Iglesia ha profesado que el fiat de María —su consentimiento total y libre al plan de Dios— no fue un momento pasivo, sino una cooperación verdadera y activa en la obra salvadora de su Hijo. La palabra «Corredentora» aparece por primera vez en un pronunciamiento oficial durante el pontificado del papa San Pío X. En 1908, la Sagrada Congregación de Ritos pidió que se incrementara la devoción a la Madre Dolorosa y que se intensificara la gratitud de los fieles hacia la «misericordiosa Corredentora del género humano».

El 22 de enero de 1914, la Sagrada Congregación del Santo Oficio (ahora llamada Dicasterio para la Doctrina de la Fe) concedió una indulgencia parcial de 100 días por la recitación de una oración de reparación a Nuestra Señora, que dice así:
«Bendigo tu santo Nombre, alabo tu exaltado privilegio de ser verdaderamente Madre de Dios, siempre Virgen, concebida sin mancha de pecado, Corredentora de la raza humana».
Si la Santa Sede —y, de hecho, la misma oficina que acaba de publicar este documento— pudo conceder indulgencias a tal oración, ahora no puede pretender que la doctrina que la sustenta sea «inapropiada». El lenguaje puede requerir una explicación pastoral, pero la verdad no puede ser retractada.

El papa San Pío X, en su encíclica Ad Diem Illum Laetissimum (2 de febrero de 1904), enseñó:
«Ahora bien, la Santísima Virgen no concibió al Hijo eterno de Dios solo para que Él se hiciera hombre tomando de ella su naturaleza humana, sino también para que, por medio de la naturaleza asumida de ella, Él fuera el Redentor de los hombres. Por esta razón, el ángel dijo a los pastores: «Hoy os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor».
Continuó diciendo:
María, «puesto que estaba por delante de todos en santidad y unión con Cristo, y fue tomada por Cristo en la obra de la salvación humana, mereció congruentemente, como dicen, lo que Cristo mereció condignamente, y es la principal ministra de la dispensación de las gracias».
Esto no es poesía, sino enseñanza papal. Esto define lo que la Iglesia siempre ha sabido: la maternidad de María no es solo física, sino redentora, espiritual y universal.

El papa Benedicto XV, en Inter Sodalicia (22 de marzo de 1918), escribió:
«María sufrió tanto y estuvo a punto de morir con su Hijo sufriente y moribundo; renunció tanto a sus derechos maternos sobre su Hijo por la salvación del hombre, […] que podemos decir con razón que redimió a la raza humana junto con Cristo».
El papa Pío XI, en su mensaje a Lourdes el 28 de abril de 1935, rezó:
«Oh Madre de piedad y misericordia, que como Corredentora estuviste junto a tu dulcísimo Hijo sufriendo con Él cuando consumó la redención de la raza humana en el altar de la Cruz… preserva en nosotros, te lo suplicamos, día tras día, los preciosos frutos de la Redención y de tu compasión».
El papa Pío XII, en su mensaje radiofónico a Fátima el 13 de mayo de 1946, declaró:
«Fue ella quien, como la Nueva Eva, libre de toda mancha de pecado original o personal, siempre unida íntimamente a su Hijo, lo ofreció al Padre Eterno junto con el holocausto de sus derechos maternales y su amor maternal, por todos los hijos de Adán, mancillados por su miserable caída».
El 31 de marzo de 1985, Domingo de Ramos y Jornada Mundial de la Juventud, el papa San Juan Pablo II habló de la inmersión de María en el misterio de la Pasión de Cristo:
«María acompañó a su divino Hijo en el más discreto ocultamiento, meditando todo en lo profundo de su corazón. En el Calvario, al pie de la Cruz, en la inmensidad y en la profundidad de su sacrificio maternal, tenía a Juan, el apóstol más joven, a su lado… Que María, nuestra Protectora, la Corredentora, a quien ofrecemos nuestra oración con gran efusión, haga que nuestro deseo corresponda generosamente al deseo del Redentor».
El papa San Juan Pablo II declaró el 6 de octubre de 1991, hablando de Santa Brígida de Suecia:
«Ella habló enérgicamente sobre el privilegio divino de la Inmaculada Concepción de María. Contempló su asombrosa misión como Madre del Salvador. La invocó como Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de los Dolores y Corredentora, exaltando el papel singular de María en la historia de la salvación y en la vida del pueblo cristiano».
Además de «Corredentora», el documento Mater Populi Fidelis también abordó los títulos marianos «Medianera» y «Medianera de todas las gracias», afirmando que dichos títulos no contribuyen a una comprensión correcta del papel de María como intercesora.

Sin embargo, el papa León XIII enseñó en Adiutricem Populi (5 de septiembre de 1895):

«… Es justo decir que nada de ese gran tesoro de toda gracia que el Señor nos trajo —pues «la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo»— nos es impartido si no es por medio de María, ya que así lo quiere Dios…».
De su participación en la Redención mana su mediación maternal. Toda gracia que proviene del Corazón de Cristo pasa por las manos de su Madre, no por necesidad de la naturaleza, sino por la voluntad divina que la asocia al orden de la gracia.

El papa San Pío X, en Ad Diem Illum (2 de febrero de 1904), afirmó
«… Ella se convirtió dignamente en la reparadora del mundo perdido y, por tanto, en la dispensadora de todos los dones que nos fueron ganados por la muerte y la sangre de Jesús… y es la principal ministra de la dispensación de la gracia
Mis queridos hermanos y hermanas, este ataque a la doctrina mariana debe entenderse como parte de un desmoronamiento más amplio. El espíritu moderno busca una Iglesia que ya no ofenda, que ya no advierta, que ya no llame al pecado por su nombre. Quiere una Iglesia sin sacrificio, una Cruz sin sangre, un cielo sin conversión. Tal visión no es renovación, es sustitución.

Muchos santos previeron una estructura falsa que imitaría a la verdadera Iglesia mientras la vaciaba por dentro. Esta imitación de la Iglesia mantendría la forma exterior —liturgia, jerarquía, lenguaje— pero la despojaría de su contenido sobrenatural. Cuando se silencia a la Madre, pronto le sigue la Cruz; cuando la gracia es sustituida por la psicología, los sacramentos se convierten en símbolos y la fe se convierte en terapia.

Por eso el sueño de San Juan Bosco sobre los dos pilares resuena hoy con tanta urgencia. Él vio la Barca de Pedro azotada por las tormentas, atacada por todos lados, hasta que se ancló entre dos grandes pilares que se alzaban desde el mar: la Eucaristía y la Santísima Virgen María. El actual intento de disminuir los títulos de María es un ataque a uno de los pilares, y podemos estar seguros de que el otro pronto será atacado con más ferocidad. Ya vemos confusión sobre la Presencia Real, indiferencia ante el sacrilegio e innovaciones que oscurecen la naturaleza sacrificial de la Misa.

Atacar a María es atacar a la Eucaristía, ya que ambas están inseparablemente unidas en el misterio de la Encarnación. Ella le dio a Cristo su Cuerpo; ese Cuerpo se convierte en nuestro Alimento Eterno. Negar su papel como Corredentora y Mediadora es separar el signo visible del corazón maternal que lo dio.

Por lo tanto, debemos mantenernos firmes. No guardemos silencio cuando la verdad se desmantela bajo el pretexto de la prudencia. Los fieles tienen el derecho —y el deber— de hablar el lenguaje de la fe transmitido por los santos. Llamar a María Corredentora y Mediadora de todas las gracias no es añadir nada a la revelación, sino honrar lo que la revelación ya contiene.

Que los sacerdotes, los religiosos y los laicos pronuncien sus títulos con confianza y enseñen su significado. Que nuestros hogares, nuestros apostolados y nuestras penas sean consagrados de nuevo a su Inmaculado Corazón. En tiempos en que los pastores vacilan y se extiende la confusión, Nuestra Señora sigue siendo el signo seguro de la ortodoxia, el espejo de la Iglesia, la que aplasta la cabeza de la serpiente. A ella le confiamos la renovación de la fe, la purificación del clero y el triunfo de su Inmaculado Corazón prometido en Fátima.

Es profundamente lamentable que el documento del cardenal Fernández pretenda suprimir los venerables títulos de Corredentora y Mediadora con el argumento de que podrían confundir a los fieles. La confusión no surge de la verdad, sino de su oscurecimiento. Generaciones de santos y fieles fueron iluminados, y no engañados, por estos títulos.

No temamos decir la verdad: 

María es la Madre de Dios.

María es Corredentora.

María es Mediadora de todas las gracias.

Estas verdades no glorifican a María al margen de Cristo, sino a Cristo a través de María, pues toda su grandeza proviene de Él y conduce de vuelta a Él.

Que la Virgen Inmaculada interceda por la Iglesia en esta hora de prueba

Que nos obtenga el valor para decir la verdad con amor, la pureza para vivirla y la perseverancia para defenderla hasta el final.

Con paternal afecto en Cristo,


Obispo Joseph E. Strickland

Obispo Emérito

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Sobre este tema de María corredentora puede leerse también el artículo titulado