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martes, 13 de diciembre de 2022

Ni madre ni diosa. También el canto gregoriano está en contra de la nueva idolatría de la tierra




(s.m.) Tanto más en este tiempo de Adviento, la gran liturgia de la Iglesia católica está literalmente en las antípodas de la rampante nueva religion de la naturaleza, con la tierra como diosa madre.

Que los cielos “hagan llover al Justo” y que la tierra “se abra y germine al Salvador”. Esto es lo que canta y espera la Iglesia, como hará dentro de unos días en el admirable Introito gregoriano “Rorate caeli” del cuarto domingo de Adviento. La naturaleza y el hombre no tienen otra razón última sino en Dios, su Creador y Salvador.

El canto gregoriano es expresión perfecta de esta visión bíblica y cristiana de la tierra. Y esto es lo que explica en esta página de Settimo Cielo el maestro Fulvio Rampi, gran experto y devoto de este canto profano que se hace uno con la liturgia católica, una liturgia cuya ofuscación actual se debe en parte al imperdonable abandono del canto gregoriano.

Rampi enseña prepolifonía en el Conservatorio de Turín y dirige los “Cantori Gregoriani” y el “Coro Sicardo” en Cremona, donde también fue maestro de coro de la catedral. Es uno de los mayores gregorianistas del mundo, autor de importantes libros, ha dirigido y grabado una cantidad impresionante de cantos y sus conferencias pueden seguirse en su página web personal, en italiano y en inglés.

¡Disfruten leyendo y escuchando los ocho audios incluidos en el texto!

*

LA ECOLOGÍA SEGÚN EL CANTO GREGORIANO


por Fulvio Rampi

Lo que identifica a cada canto gregoriano -ese “sonido de la Palabra” que la Iglesia latina ha definido en términos exclusivos como “propio”- es ante todo su ubicación en un momento celebrativo preciso, que a su vez se caracteriza necesaria e íntimamente en el plano estético por unos textos propios y una disposición estilístico-formal específica.

A esto se añade la dimensión diacrónica, igualmente esencial, es decir, la pertenencia a un tiempo celebrativo que sitúa cada pasaje en el corazón del itinerario cristológico marcado por el año litúrgico.

Pero en este inmenso tesoro musical es posible también vislumbrar hilos rojos que recorren y marcan el fluir del tiempo litúrgico, los cuales vinculan las distintas piezas a un tema recurrente.

Uno de los hilos que es posible distinguir tiene como tema la tierra, es decir, la mirada que el canto gregoriano reserva, por así decir, a la “cuestión ecológica”.

El tema de la tierra es muy apreciado en la Sagrada Escritura, la cual nos enseña desde el libro del Génesis que el hombre y la tierra están puestos por Dios en estrecha relación con Él y entre ellos. El hombre está moldeado por la tierra, hecho de “polvo de suelo”, pero Dios insufla en él su espíritu. En abierta polémica contra todo mito antiguo y nuevo que sacraliza a la diosa tierra como madre ancestral, la sabiduría bíblica nos recuerda que el hombre es efectivamente terrenal, frágil fruto caduco de la tierra, pero no es hijo de ella, porque ha sido creado por Dios.

En consecuencia, lejos de toda idolatría, Israel no celebra la tierra en sí misma. Todo es un conducto y una referencia cruzada que remite a Aquél de quien todo proviene. Todas las instituciones y acontecimientos de la salvación son dones del poderoso aliento de Dios, que a partir de la creación del hombre sigue fecundando esta tierra y su historia, dándole vida y reviviéndola más allá de toda posibilidad. El canto gregoriano, en su discurrir a través de los tiempos litúrgicos, confirma precisamente esta clave de lectura.

Ya la “Communio” del primer domingo de Adviento, “Dominus dabit benignitatem”, se sitúa en la perspectiva mencionada. El análisis de este pasaje revela la primacía del sujeto, “Dominus”, puesto de manifiesto en particular por el melisma en la sílaba final de esta primera palabra decisiva. El Señor es el sujeto protagonista, del que procede toda la continuación de la antífona: la tierra “dabit fructum suum”, dará su fruto, precisamente porque “Dominus dabit benignitatem”.

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“Dominus dabit benignitatem:
et terra nostra dabit fructum suum”.


El salmo 84, del que está tomado el texto de esta “Communio”, resuena también en el Ofertorio del 3º domingo de Adviento con el versículo 2: “Benedixisti Domine terram tuam”, donde se puede ver cómo el énfasis musical en “terram” está subordinado a la bendición divina, citada en el mismo inicio del pasaje.

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“Benedixisti Domine terram tuam:
avertisti captivitatem Jacob:
remisisti iniquitatem plebis tuae”.


El binomio hombre-tierra, ampliamente desarrollado en el Antiguo Testamento, encuentra solución en Jesucristo. En efecto, la encarnación manifiesta su irreversible vínculo al proyecto salvífico de Dios. El Hijo de Dios, el Verbo a través del cual se ha hecho todo – como recita el prólogo del Evangelio de san Juan – se hace hombre, razón por la cual la tierra recibe ya no una idea, sino a una Persona: ya no la justicia, sino al Justo que la realiza; ya no la salvación, sino al Salvador.

Es lo que se proclama en el IV domingo de Adviento con el Introito “Rorate coeli”, cuyo texto original extraído del profeta Isaías ha sido forzado en clave cristológica por san Jerónimo, en su traducción latina. De este modo el don de Dios, que el Antiguo Testamento había identificado en el don de la tierra, es transferido a la persona de Cristo.

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“Rorate caeli desuper, et nubes pluant iustum:
aperiatur terra, et germinet Salvatorem”.


Llegamos así a las tres Misas de Navidad, donde en todos los Ofertorios respectivos se cita el tema de la tierra con amplio énfasis: “Laetentur coeli et exsultet terra” en la Misa de Nochebuena; “Deus enim firmavit orbem terrae”, Dios ha hecho firme la tierra, en el Ofertorio de la Misa de la Aurora; y finalmente proclamando en el Ofertorio de la Misa del día: “Tui sunt coeli et tua est terra”.

Precisamente la Misa del día de Navidad es el contexto en el que este tema se hace más presente: en el aleluya “Dies sanctificatus”, por ejemplo, donde en cierto momento se canta: “Hodie descendit lux magna super terram”, pero sobre todo en el Gradual y en la “Communio”, que retoman la misma línea del Salmo 97: “Viderunt omnes fines terrae salutare Dei nostri”, todos los confines de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios. Con un énfasis especial reservado precisamente a “terrae” en la primera parte de la “Communio”.

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“Viderunt omnes fines terrae
salutare Dei nostri”.


Con la Epifanía, al tema de la tierra se une el de la adoración. Hay que subrayar el hecho que no sólo están llamados a la adoración los Magos, los reyes del mundo y las naciones, (como nos dicen el Aleluya, el Ofertorio y la Communio), sino que también la tierra misma, toda la tierra, está llamada a adorar al Señor.

En efecto, en el segundo domingo después de la Epifanía, el Introito retoma el texto del Salmo 65: “Omnis terra adoret te, Deus”, toda la tierra te adora, oh Dios. El énfasis musical decisivo, tanto melódico como rítmico, está precisamente en el verbo “adoret”: la tierra, toda la tierra, está llamada a adorar a Dios, en resonancia con la manifestación y la realeza celebradas unos días antes en la solemnidad de la Epifanía.

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“Omnis terra adoret te, Deus, et psallat tibi:
psalmum dicat nomini tuo, Altissime”.


Es interesante cómo también se pone en evidencia en Pascua el tema de la tierra. El Ofertorio de la Misa del día comienza con esta misma palabra, unida a los dos verbos siguientes de signo opuesto: “Terra tremuit et quievit”, la tierra ha temblado y se ha aquietado.

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“Terra tremuit et quievit,
dum resurgeret in iudicio Deus, alleluia”.


Al día siguiente, “feria secunda” de la octava de Pascua, el Introito retoma el tema con la alusión en clave cristológica al éxodo de Egipto y a la entrada en la tierra prometida: “Introduxit vos Dominus in terram fluentem lac et mel”, el Señor os ha introducido en la tierra en la que mana leche y miel.

El tiempo pascual es tiempo de aleluya, es decir, de júbilo y proclamación. También la tierra participa en ella, y cada domingo de Pascua, después del domingo “in albis”, contiene esta invitación en sus propios cantos, particularmente en los introitos.

Así sucede con el alegre Introito del octavo modo del tercer domingo, con el texto del Salmo 65: “Iubilate Deo omnis terra”. El júbilo de la tierra encuentra raíz y razón en la misericordia, con la que el Señor ha colmado la tierra misma.

Es lo que nos dice el Introito del IV Domingo de Pascua, con las palabras del Salmo 32: “Misericordia Domini plena est terra”. La progresión melódico-rítmica de esta antífona está mucho más contenida por la exuberante “Iubilate Deo” del domingo anterior: aquí estamos en el modo IV, el “deuterus plagale”, la misma modalidad tónica del sorprendente Introito “Resurrexi” del Domingo de Pascua.

En el V Domingo de Pascua vuelve el tema del júbilo, en el Ofertorio que proclama: “Iubilate Deo universa terra”. Y después de la preparación, la adoración, la misericordia, el júbilo, llega el tema del anuncio, que encuentra espacio en el Introito del VI Domingo de Pascua, “Vocem iucunditatis annuntiate”: un anuncio gozoso destinado a llegar hasta los confines de la tierra, “usque ad extremum terrae”, expresado melódicamente con las notas agudas de la melodía de toda la pieza.
“Vocem iucunditatis annuntiate,
et audiatur, alleluia:
nuntiate usque ad extremum terrae:
liberavit Dominus populum suum, alleluia, alleluia”.


El hilo rojo que, partiendo del Adviento, atravesó también el tiempo pascual, llega finalmente a Pentecostés, desembarco definitivo de un recorrido marcado por la iniciativa divina sobre toda la creación, solemnemente resumida en el incipit del admirable Introito: “Spiritus Domini replevit orbem terrarum”.

> ASCOLTA

“Spiritus Domini replevit orbem terrarum, alleluia:
et hoc quod continet omnia,
scientiam habet vocis, alleluia, alleluia, alleluia”.


En síntesis: el canto gregoriano, constantemente suspendido entre el cielo y la tierra, se convierte en voz noble y humilde (de “humus”, tierra) de esta misma superabundancia de gracia. Entonando siempre la respuesta adecuada y hecha suya por la Iglesia.

Sandro Magister

viernes, 25 de septiembre de 2020

La fe es un don de Dios que no debiéramos dar por hecho (Peter Kwaskniewski)



A comienzos de septiembre el calendario litúrgico de la Iglesia Católica Romana nos ofrece un interesante enigma. De 1955 a 1970 el día 3 de septiembre era la festividad de San Pío X, mientras que el 12 de marzo siguió siendo la festividad de San Gregorio Magno (siendo el día real en el que murió y aún celebrado como tal en el calendario Tridentino y entre los cristianos orientales). Sin embargo, en 1969 el comité que revisó el calendario litúrgico trasladó a San Gregorio al 3 de septiembre, el día de su consagración episcopal, y movió a Pío X al 21 de agosto, el día después que este Papa murió. Así no obstante uno observa que estos dos Papas están misteriosamente conectados el uno con el otro. Y de hecho es apropiado que ellos estén asociados porque Gregorio estableció la forma final del Canon Romano, la oración central de la Misa Latina, mientras que Pío reestableció la primacía del canto llamado Gregoriano, la música central del rito Romano.

Ambos Papas fueron hombres que vivieron heroicamente las virtudes teologales de la fe; ambos fueron grandes predicadores y proclamadores de la Fe Católica.

“La fe viene de oír” dice San Pablo, “y el oír por la palabra de Cristo” (Romanos 10, 17). Aprendemos del Evangelio de Nuestro Señor a través de sus ministros y defensores, de nuestros padre y padrinos, de nuestros sacerdotes y obispos. Escuchamos de la belleza y de la profundidad de la palabra de Dios en las sinuosas líneas del Canto Gregoriano; escalamos el Monte Tabor espiritual en la solemne quietud del Canon de la Misa, así que ambos música y silencio se convierten en heraldos de los misterios. Aquellos que llegan a la fe tarde en la vida a menudo fueron introducidos por aquellos laicos católicos que predicaron la verdad a tiempo y a destiempo. Siempre hay una palabra y un oído atento.

Cualquier sea la forma en que las verdades del Evangelio nos lleguen y penetren en nuestros corazones es necesario para nuestro bienestar como cristianos que recibamos instrucción religiosa sólida junto con la iniciación sacramental. Esta doble fuente de madurez cristiana, la dupla catequesis moral e intelectual unida a la participación de la vida divina a través de los sacramentos, está bellamente ilustrada en la conversación de Cristo con Nicodemo (Juan 3, 1-21), donde Nuestro Señor está a la vez catequizando a Nicodemo sobre el significado de la redención y llevándolo de la mano a ver la necesidad del bautismo.

Donde quiera que los profesores de la verdad católica difundan la palabra de la salvación forjada por Cristo, están imitando a su Maestro en Su aspecto de Luz de los Gentiles. “La fe viene del oír”: es a través de la prédica y de enseñanza de la fe católica que la virtud teologal de la fe, que abarca los sublimes misterios de Dios, se siembra primero en los corazones de los no creyentes y fortalece aún más la de aquellos que ya creen.

No obstante, debemos tener en cuenta el hecho más importante que sólo Dios nos da: el hábito de la fe sobrenatural.

Es únicamente por su gracia, no por instrucción humana o iniciación, que creemos “para la salvación”, que se nos permite confesar el Credo con total cometido a Dios quien lo reveló a nosotros. Los cristianos llegan a esta verdad sobrenatural por medio de la gracias de la fe infusa en sus almas (“recibid en suavidad la palabra ingerida (en vosotros) que tiene el poder de salvar vuestras almas” Santiago 1, 21), no mediante argumentos o persuasiones en la boca de los hombres.

El cristiano completamente formado recibe tres dones fundamentales de Dios, llamados “virtudes teologales” que permean su vida espiritual entera: fe, esperanza y caridad (donde la “caridad” es entendida no como una práctica de limosna que sirve para reducir impuestos, sino como el amor de Dios por Su propio amor y el amor al prójimo por amor a Dios). La gracia de la fe es el fundamento de los otros ya que es imposible esperar el cielo o tener amistad con Dios sin adherirse firmemente a la doctrina revelada de la fe, mientras sea posible, tal como lo muestra Santo Tomás de Aquino, para tener una fe “informe” incluso en ausencia de la esperanza o de la caridad. Por ejemplo, el alma en estado de pecado mortal está en estado de enemistad con Dios y sabe que no puede alcanzar el cielo por esta separación, sin embargo, aún cree que el Evangelio es verdad, que Jesucristo es su Redentor y que el arrepentimiento es posible. “Ninguno puede exclamar: “Jesús es el Señor”, si no es en Espíritu Santo” (1 Corintios 12, 3). “Conoced el Espíritu de Dios en esto: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios.” (1 Juan 4, 2) Sin una fe inquebrantable en Dios, ninguno volvería nunca a Él en la Confesión.

Para los cristianos, cuya alma alberga la íntima presencia de Dios, la gracia de la fe, que conduce al alma hacia arriba a realidades invisibles, tiene un paralelo con la gracia de la esperanza impulsándonos a anhelar nuestra realización en la visión cara a cara de Dios; y por la gracia de la caridad, que capacita al alma a compartir la vida y el amor mismo de Cristo; así lo que es Suyo llega a ser nuestro “Pero a cada uno de nosotros le ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo.” (Efesios 4, 7)

La gracia de la caridad es la corona de las virtudes teologales por al menos tres razones: es la amistad espiritual a la cual hemos sido elevados por la misericordia de Dios; nos capacita para realizar obras y para sufrir privaciones de manera agradable a Él; y es la única que se mantiene en su esplendor en el cielo, donde la fe da paso a la visión y la esperanza a la posesión (cf. 1 Corintios 13, 8-13).

Dios sólo es el autor de las virtudes teologales, las que son inherentemente sobrenaturales, esto es, por sobre y más allá del poder del hombre para producir o inducir. Ni por nuestros propios sinceros esfuerzos ni por recibir la instrucción de otros puede el hombre aprender u obtener las virtudes teologales. Dios escoge (debemos hablar como si Dios estuviera tomando decisiones en el tiempo cuando en realidad Él permanece eternamente sin cambios) dar crecimiento a las semillas que otros han plantado y regado. En una notable declaración de humildad, el más grande predicador de la religión cristiana que alguna vez se haya conocido dice: “Yo planté, Apolo regó, pero Dios dio el crecimiento. Y así, ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento” (1 Corintios 3, 6-7)

El Señor nos dice que le supliquemos, al divino Jardinero, para darnos un aumento. “¡Señor aumenta nuestra fe!” (Lucas 17, 5). Como las vírgenes prudentes esperan la llegada del novio en la parábola (cf. Mateo 25) o como la amada anhela a su amado en el Cantar de los Cantares, así debemos orar y suplicar, esperando, pero siempre buscando al Todopoderoso.


“En mi lecho, de noche,

busqué al que ama mi alma;

le busqué y no le hallé.

Me levantaré y giraré por la ciudad,

por las calles y las plazas;

buscaré al que ama mi alma.

Le busqué y no le hallé.

”Cantar de los Cantares 3, 1-2)

En muchos de sus libros, Søren Kierkegaard insiste en recordar al lector que “No tenemos prisa.” Tampoco lo está el hombre en búsqueda de Dios. Está bien esperar por luz, esperarla humildemente, ansiar su amanecer, pero no podemos hacer que salga el sol. Podemos viajar a pie, en el frío de la noche hacia el horizonte donde aparecerá la luz, y en este sentido hacernos abiertos a la luz, capaz de iluminar, deseando ser convertidos por la gracia de Dios. Puede parecer que estamos acelerando la salida del sol cuando simplemente nos estamos acercando hacia donde sale primero, para poder contemplarlo en una hora más temprana. “Yo amo a los que me aman; y los que me buscan me hallarán” (Proverbios 8, 17)

Peter Kwaskniewski

domingo, 6 de septiembre de 2020

Gloria in excelsis Deo



Duración 2:30 minutos



- LETRA en latín, y también su traducción al castellano (español): (Lyrics): 


Glória in excélsis Déo, ..............Gloria a Dios en el Cielo, 
et in térra pax homínibus............y en la tierra paz a los hombres 
bónae voluntátis. ..................... de buena voluntad. 
Laudámus Te. ...........................Te alabamos, 
Benedícimus Te. .......................Te bendecimos, 
Adorámus Te. ...........................Te adoramos, 
Glorificámus Te. ........................Te glorificamos, 
Grátias ágimus Tíbi ....................Te damos gracias 
propter mágnam glóriam Túam. ...por Tu inmensa gloria. 
Dómine Deus, ............................Señor Dios, 
Rex caeléstis, ............................Rey celestial, 
Déus Páter omnípotens. ..............Dios Padre todopoderoso.
Dómine Fili unigénite ...................Señor Hijo único 
Iésu Chríste. ...............................Jesucristo. 
Dómine Déus, .............................Señor Dios, 
Agnus Déi, .................................Cordero de Dios, 
Fílius Pátris. ...............................Hijo del Padre. 
Qui tóllis peccáta múndi, .........Tú que quitas el pecado del mundo, 
miserére nobis. ............................ten piedad de nosotros. 
Qui tóllis peccáta múndi, .........Tú que quitas el pecado del mundo, 
súscipe deprecatiónem nóstram. ...atiende nuestra súplica. 
Qui sédes ...................................Tú que estás sentado 
ad déxteram Pátris, ......................a la derecha del Padre, 
miserére nobis. ............................ten piedad de nosotros. 
Quóniam Tu sólus Sánctus. ...........Porque sólo Tú eres Santo. 
Tu sólus Dóminus. ........................Sólo Tú Señor. 
Tu sólus Altíssimus, ......................Sólo Tú Altísimo, 
Iésu Chríste, .................................Jesucristo, 
cum Sáncto Spíritu .......................con el Espíritu Santo 
in glória Déi Pátris. ........................en la gloria de Dios Padre. 
Amen. ..........................................Amén.

EN PARTITURA

Duración 3:20 minutos


viernes, 28 de agosto de 2020

miércoles, 26 de agosto de 2020

ANIMA CHRISTI


Duración 4:06 minutos


A continuación escribo, en latín, las palabras exactas usadas en el canto, indicando, al lado de una vocal, entre paréntesis, cuando es necesario, el número de veces que esa vocal se canta con diferentes tonos.

[Aquí abajo el estribillo, que se repetirá tres veces más]

Anima Christi, sanctifica me.
Corpu(2)s Christi, salva me.
Sanguis Christi, ine(2)bria me.
Aqua la(2)teris Christi, lava me.


Passio Christi, confo(2)rta(2) me.
O(2) bone Jesu, exaudi me.
Intra(2) vúlnera tu(2)a, a(4)bsconde, absconde me.

[Estribillo]

Ne permittas a te me separari.
Ab hoste maligno, defende me.
In hora morti(2)s me(1)a(1)e(1), vo(2)ca(2) me(2), voca me.

[Estribillo]

Et jube me ve(2)nire ad te,
Ut cum sanctis tui(2)s, laudem te,
per infinita(2) saecula sae(2)cu(2)lorum. Amen

[Estribillo]

*******

NOTA: Se puede escuchar y, simultáneamente, ver la partitura, para poder así cantar bien esta oración, tan preciosa, de san Ignacio de Loyola.  Para ello, pínchese en el siguiente link: