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lunes, 2 de octubre de 2023

Una «respuesta» a los dubia que no es ni siquiera cristiana (BRUNO MORENO)

ESPADA DE DOBLE FILO




Leo con asombro y tristeza la carta que escribió el Papa Francisco a los dubia presentados por cinco cardenales sobre los temas que van a debatirse en el tristemente famoso Sínodo de la sinodalidad. No vamos a entrar en si fue redactada por el propio Papa o por el cardenal Fernández. En realidad da igual: está firmada por el Papa y eso es lo que importa.

Esta “respuesta”, como era de prever dada la confusión actual, no responde a las preguntas, sino que se limita a confundir más las cuestiones en lugar de aclararlas, una forma de actuar que, hasta donde puedo ver, es inédita en el Magisterio de dos milenios de historia de la Iglesia. Desgraciadamente, eso no es lo peor y decía que he leído la respuesta con asombro y tristeza porque me veo obligado a concluir que no es simplemente confusa y errónea, sino que ni siquiera cumple los requisitos mínimos para ser considerada cristiana. Al menos a mi (falible) juicio. Vamos a verlo brevemente.

En la respuesta se encuentran afirmaciones asombrosas, que, hasta donde puedo ver, en cualquier momento de la historia de la Iglesia (excepto el presente, por lo visto), habrían recibido una condena universal por parte de todos los católicos. Por ejemplo:
“f) Por otra parte, es cierto que el Magisterio no es superior a la Palabra de Dios, pero también es verdad que tanto los textos de las Escrituras como los testimonios de la Tradición necesitan una interpretación que permita distinguir su substancia perenne de los condicionamientos culturales. Es evidente, por ejemplo, en los textos bíblicos (como Éx 21,20-21) y en algunas intervenciones magisteriales que toleraban la esclavitud (cf. Nicolás V, Bula Dum Diversas, 1452). No es un tema menor dada su íntima conexión con la verdad perenne de la dignidad inalienable de la persona humana. Esos textos necesitan una interpretación. Lo mismo vale para algunas consideraciones del Nuevo Testamento sobre las mujeres (1 Cor 11,3-10; 1 Tim 2,11-14) y para otros textos de las Escrituras y testimonios de la Tradición que hoy no pueden ser repetidos materialmente”
Esto es, sencillamente, increíble. Es dogma de fe que la Sagrada Escritura está libre de error. El Concilio Vaticano II recordó esta verdad básica de la fe católica: “Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación” (Dei Verbum 11). Si alguien no reconoce esta verdad fundamental y evidente de que la Palabra de Dios no se equivoca, no puede ser considerado ni siquiera cristiano, mucho menos católico.

Nunca creí que vería el día en que un documento pontificio se dijera, con toda naturalidad, que “algunas consideraciones del Nuevo Testamento sobre las mujeres” y otras cuestiones “hoy no pueden” ser repetidas “materialmente” por la Iglesia. ¿Y qué vamos a repetir entonces? ¿Lo que dicen los vedas, El Capital o El arte de besar? Si eso no es ponerse por encima de la Palabra de Dios no sé lo que es. Con ese criterio, se puede enseñar cualquier cosa. Hoy ya no se puede repetir lo que dice la Palabra de Dios sobre las mujeres, mañana no se aceptará lo que dice sobre las parejas del mismo sexo o sobre el adulterio y pasado mañana le tocará al asesinato (al menos para niños y ancianos), a la resurrección de Cristo o a la Santísima Trinidad. Un completo despropósito.

Decía que este criterio no es ni siquiera cristiano porque disuelve por completo la fe y a la misma Iglesia. A fin de cuentas, la misión de la Iglesia en su conjunto y del Magisterio en concreto es transmitir la Revelación de Jesucristo, contenida en las dos fuentes gemelas de Escritura y Tradición. Si el Magisterio, en vez de transmitir lo revelado, pasa a elegir qué partes de la Escritura y la Tradición se pueden “repetir materialmente” y qué partes no porque ya están obsoletas, ha convertido al Papa en fuente de la revelación, en una especie de nuevo Mesías, mejor y más misericordioso que Jesucristo. Es una idea por completo incompatible con la fe.

En cuanto a la esclavitud y brevemente para no alargarnos, es lamentable que el documento haga uso de un bulo anticatólico muy extendido, al afirmar que la Iglesia ha cambiado de opinión con respecto a la esclavitud (¡y además lo ha hecho abandonando lo que afirma la Escritura sobre el tema!). La realidad, evidente para cualquiera que sabe algo de moral, es que lo moral e inmoral no son los nombres. La palabra “esclavitud” no es moral ni inmoral y se ha referido a lo largo de la historia a realidades variadísimas, desde los trabajos forzados a la servidumbre de la gleba, los trabajos para saldar una deuda, la prisión, etc. Algunas de esas realidades son intrínsecamente rechazables y otras no lo eran necesariamente en sus circunstancias.

Lo inmoral, que siempre ha sido condenado por la Iglesia y por la Palabra de Dios, es tratar a una persona como si fuera un objeto. En ese sentido, por ejemplo, las leyes sobre la esclavitud existentes en Norteamérica (la llamada “chattel slavery”, que consideraba objetos a los esclavos) permitían que los amos vendieran a los hijos de los esclavos, los maltrataran cruelmente, se acostaran con las esclavas a voluntad y un largo etcétera y, por lo tanto, eran evidentemente inmorales, no por la palabra “esclavitud”, sino por esas inmoralidades que permitían. En cambio, en los países católicos se entendía que esas inmoralidades debían estar prohibidas, porque el hecho de que alguien, jurídicamente, tuviera la condición de “esclavo” no significaba que dejara de ser una persona. Del mismo modo, San Pablo, cuando habla a un amo sobre su esclavo escapado Onésimo, le dice que lo trate como a un “querido hermano en el Señor”, como una persona y no como un objeto de su posesión, rechazando así cualquier inmoralidad. Es decir, no ha cambiado la doctrina moral sobre esta cuestión, porque lo que hoy es inmoral también lo era hace mil años, aunque por supuesto hayan cambiado los juicios prudenciales sobre estructuras jurídicas que dependen de las circunstancias. Es tristísimo que un documento papal aproveche falsas acusaciones anticristianas para “demostrar” así que la doctrina católica puede cambiar.

Asimismo, en la respuesta papal se afirma que “la Iglesia debe discernir constantemente entre aquello que es esencial para la salvación y aquello que es secundario o está conectado menos directamente con este objetivo”. Eso es cierto, pero irrelevante para la pregunta de los cardenales, a no ser que, como parece, por “distinguir” se esté entendiendo abandonar lo que no nos gusta y que, precisamente para eso, hemos calificado de secundario, como, por ejemplo, la enseñanza de la Iglesia sobre la inmoralidad del adulterio, la existencia de actos intrínsecamente malos, la licitud de la pena de muerte, la imposibilidad de que Dios quiera que pequemos en algunas ocasiones, el hecho de que Dios siempre da la gracia necesaria para no pecar o la existencia de la guerra justa, doctrinas todas ellas que han sido negadas en diversos documentos o declaraciones de este pontificado.

En la misma línea de confusión aparentemente deliberada, se nos asegura que “cada línea teológica tiene sus riesgos pero también sus oportunidades”. Esto es un evidente despropósito. La “línea teológica” de Lutero, Calvino, Tyrrell o Cerinto, por dar cuatro ejemplos, no tenía simplemente “riesgos” y “oportunidades”. Eran herejías, errores mayúsculos que apartaban a los fieles de la verdadera fe. Por eso la Iglesia determinó que no cabían en la Iglesia. Esa pretensión moderna de que todo es bueno y no hay nada malo (excepto defender la fe católica de siempre) no es más que una aplicación de dos viejos refranes castellanos: de noche todos los gatos son pardos y a río revuelto, ganancia de pescadores. Es decir, es un claro intento de introducir la confusión para poder llevar a cabo los cambios deseados, sin que se note mucho que son opuestos por completo a la fe católica. Hay de los que llaman mal al bien y bien al mal, dice Isaías (aunque a lo mejor es una de esas afirmaciones de la Palabra de Dios que no se pueden “repetir materialmente”, quién sabe).

Con respecto a las parejas del mismo sexo, abundan en el texto las simplificaciones engañosas. Por ejemplo, se nos asegura que la Iglesia “evita todo tipo de rito o de sacramental que pueda contradecir esta convicción [de que el matrimonio es entre un hombre y una mujer] y dar a entender que se reconoce como matrimonio algo que no lo es”. Esto es una simplificación evidentemente engañosa porque omite lo más importante: la Iglesia no solo enseña que esas uniones no son matrimonio. La fe católica enseña también que son gravísimamente inmorales, contrarias a la ley de Dios y, por su propia naturaleza, conducen al infierno y no al cielo. ¡Por eso no se pueden bendecir y no por cuestiones de apariencias!

También se simplifica engañosamente cuando se nos dice que “no podemos constituirnos en jueces que sólo niegan, rechazan, excluyen”. Esto es engañoso porque no existe absolutamente nadie en el mundo que solo niegue, rechace o excluya. Lo que se hace es negar, rechazar o excluir lo que vulnera la Ley de Dios, como siempre ha hecho la Iglesia, porque no puede hacer otra cosa. En esto no puede haber ninguna duda y ciertamente no tiene nada que ver con “constituirnos en jueces”, sino en reconocer que el Juez divino ha hablado sobre esta cuestión y nosotros no podemos hacer más que aceptar lo que Dios manda. Obedecer y recordar lo que ha dictaminado el mismo Dios es lo contrario de constituirse en jueces, es constituirse en siervos y discípulos. En cambio, rechazar la Ley de Dios sí que es constituirse en jueces por encima del único Juez.
Asimismo, se nos dice que es necesario “que no sólo la jerarquía sino todo el Pueblo de Dios de distintas maneras y en diversos niveles pueda hacer oír su voz y sentirse parte en el camino de la Iglesia”. 
Lo que se oculta con esta respuesta aparentemente tan bonita es que quien hace “oír su voz” contra la doctrina de la Iglesia, por ese mismo hecho no es parte del Pueblo de Dios. Si la sinodalidad, como estamos viendo y como ya sucedió en los sínodos anteriores, consiste en abrir la veda para que todo el mundo pueda negar sin consecuencias lo que enseña la Iglesia y para que se acepte la posibilidad de aceptar esas negaciones de la fe, eso no tiene nada que ver con el sensus fidei, ni con el “camino de la Iglesia” ni con nada lejanamente católico. Es, simplemente, la confusión de Babel elevada de forma blasfema al rango de Pentecostés.

También se nos asegura que la enseñanza de la Iglesia sobre la diferencia esencial entre el sacerdocio sacramental y el sacerdocio común de los fieles (señalada con toda claridad por el Concilio Vaticano II) equivale a decir que “no es conveniente sostener una diferencia de grado que implique considerar al sacerdocio común de los fieles como algo de ‘segunda categoría’ o de menor valor (‘un grado más bajo’). Ambas formas de sacerdocio se iluminan y se sostienen mutuamente”. Esto es asombroso. Precisamente, el hecho de que la diferencia sea esencial indica que no se puede hacer esa equiparación, que pone todo al mismo nivel, en la que los sacerdotes ordenados iluminan a los seglares y los seglares iluminan a los sacerdotes, como si, en la práctica, todos fueran lo mismo. La realidad es que una diferencia esencial y cualitativa implica ministerios esencialmente distintos y que el triple munus de enseñar, santificar y gobernar se ha encomendado al sacerdocio ordenado por voluntad de Dios. Los seglares podemos y debemos colaborar con los clérigos, pero este intento de usurpar su misión específica y distinta (manifestado en el hecho delirante de que se permita votar a los laicos en el Sínodo de los Obispos como si diera igual ser obispo que seglar) es completamente contrario a la doctrina de la Iglesia.

De nuevo, se intenta sembrar la confusión en lugar de dar claridad cuando se nos asegura que no se conoce del todo la “naturaleza exacta” de la “declaración definitiva” que hizo Juan Pablo II de que la Iglesia no puede ordenar mujeres. Ante esta afirmación, creo que conviene hablar con claridad: todo el mundo conoce la “naturaleza exacta” de lo que enseñó Juan Pablo II sobre la ordenación de mujeres excepto los que se empeñan en negarlo contra viento y marea. A fin de cuentas, la doctrina de que la Iglesia no está facultada para ordenar mujeres ha sido enseñada siempre por el Magisterio, sigue el ejemplo del mismo Cristo y es parte de la fe católica. Recogiendo una larga sucesión de textos magisteriales sobre el mismo tema, Juan Pablo II enseñó que:
“Con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia” (Ordinatio Sacerdotalis)
Por si eso fuera poco, la Congregación para la Doctrina de la Fe declaró un año después que “la Iglesia no tiene facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres” y que esa verdad, “exige un asentimiento definitivo”, está “basada en la Palabra de Dios escrita y constantemente conservada y aplicada en la Tradición de la Iglesia desde el principio”, “se ha de entender como perteneciente al depósito de la fe” y “ha sido propuesta infaliblemente por el Magisterio ordinario y universal” (Congregación para la Doctrina de la Fe, respuesta a dubia del 28 de octubre de 1995).

En principio, uno pensaría que “infalible”, “definitivo”, “Palabra de Dios”, “Tradición” y “depósito de la fe” bastan para que un tema quede perfectamente claro para los católicos. Sin embargo, aparentemente, el autor del documento, sea el propio Papa o el cardenal Fernández, no lo tiene claro.

Hay algunos párrafos de la carta papal que a uno le dejan patidifuso, por la confusión que muestran:
“Hay muchas maneras de expresar el arrepentimiento. Frecuentemente, en las personas que tienen una autoestima muy herida, declararse culpables es una tortura cruel, pero el sólo hecho de acercarse a la confesión es una expresión simbólica de arrepentimiento y de búsqueda de la ayuda divina”
No. Esto es un mero intento de marear la perdiz. El arrepentimiento es el arrepentimiento. Todo lo demás estará muy bien y Dios sin duda lo tendrá en cuenta, pero no es arrepentimiento. Y sin arrepentimiento, incluido el propósito de la enmienda, no hay ni puede haber perdón de los pecados. Esto es dogma de fe y nadie lo puede cambiar, como enseña infaliblemente el Concilio de Trento al afirmar que es parte de la materia del sacramento (can IV, sesión XIV). Si una persona va a confesarse con la intención de seguir adulterando (que es de lo que estamos hablando), no tiene arrepentimiento. Cualquier intento de oscurecer este hecho básico es, en realidad, una excusa para considerar que algunos pecados, que están de moda en nuestro tiempo, ya no son verdaderamente pecados.

Me horroriza también que en este documento, siguiendo una lamentable práctica que hemos observado en varias ocasiones (empezando por Amoris Laetitia), se cite a San Juan Pablo II para decir exactamente lo contrario de lo que él enseñaba. Por ejemplo, se nos dice que “siguiendo a san Juan Pablo II, sostengo que no debemos exigir a los fieles propósitos de enmienda demasiado precisos y seguros, que en el fondo terminan siendo abstractos o incluso ególatras”. La diferencia, por supuesto, está en que San Juan Pablo II, como todos los moralistas católicos, sabía que el propósito de la enmienda no asegura que uno vaya a actuar bien, igual que sucede con los demás propósitos. Uno puede tener propósito de no volver a pecar y, aun así, al día siguiente peca, porque somos débiles. Nada tiene esto que ver con la situación que ha permitido y promovido el Papa Francisco, en la que a personas sin ningún propósito de la enmienda (porque no piensan dejar de adulterar con su nueva pareja) se les da (inválidamente) la absolución y se les permite recibir la Comunión. Esto es la ausencia de arrepentimiento y, repitámoslo, hace imposible recibir el perdón.

En la misma línea, se nos asegura que “todas las condiciones que habitualmente se ponen en la confesión, generalmente no son aplicables cuando la persona se encuentra en una situación de agonía, o con sus capacidades mentales y psíquicas muy limitadas”. Esto, de nuevo, no es cierto. Porque, como hemos visto, las condiciones de propósito de la enmienda y dolor de los pecados son parte esencial del sacramento y, sin ellas, no puede haber absolución, como siempre ha enseñado la Iglesia. Se puede dispensar de lo que es accidental, pero no de lo que es esencial según la enseñanza de la Iglesia.

¿Cómo se intenta escapar a esta evidente doctrina de la Iglesia en el documento? Siguiendo una táctica que ya hemos visto muchas veces: se afirma la doctrina de forma teórica, pero se procede a negarla en la práctica:
“El arrepentimiento es necesario para la validez de la absolución sacramental, e implica el propósito de no pecar. Pero aquí no hay matemáticas y una vez más debo recordar que el confesionario no es una aduana”
Es decir, como “aquí no hay matemáticas” no se puede decir que el arrepentimiento es distinto del no arrepentimiento. ¿Qué pensará el autor que son las “matemáticas”? No son matemáticas, es la verdad más básica. Si el arrepentimiento, incluido el propósito de la enmienda, es esencial para recibir la absolución, eso significa que sin arrepentimiento no hay absolución, aunque lo parezca o aunque un confesor indigno o engañado diga las palabras. Y aunque todo un Papa afirme lo contrario, porque en la Iglesia a quien seguimos es a Jesucristo y su Palabra y si alguien, sea quien sea, se aparta de la fe católica, hay que responder sintiéndolo mucho como San Pablo nos enseñó: anathema sit.

No es extraño que los cardenales autores de los dubia hayan señalado que las respuestas del papa Francisco “no han resuelto las dudas que planteamos, sino que, si acaso, las han profundizado”. Lo mismo me parece a mí. Es tristísimo, como decía al principio, tener que escribir este artículo, pero magis amica veritas. Si en la carta se niegan doctrinas básicas de la fe católica, se siembra la confusión en lugar de la claridad y se niega incluso la lógica más elemental, yo no puedo hacer otras cosa que señalarlo con todo el dolor de mi corazón. Y rezar mucho por el Papa y por la Iglesia.

Bruno Moreno

Santiago Abascal confirma su no rotundo a Pedro Sánchez y llama a la movilización en las calles



En el marco de la ronda de consultas previas a la investidura de Pedro Sánchez, Santiago Abascal ha trasladado a su majestad el rey Felipe VI, la lealtad de VOX a la Corona como símbolo de la unidad y permanencia de España, así como nuestra firme negativa a apoyar la investidura de Pedro Sánchez.

Desde VOX nos oponemos, al ser conscientes de que una nueva investidura de Pedro Sánchez supondría que España pagase un alto precio. Así, la puesta en marcha de un referéndum en Cataluña supondría un ataque al fundamento irreformable de la Constitución, que no es otro que la Unidad de España. La amnistía, por su parte, constituiría una agresión contra el pueblo español, a la par que legitimaría a los golpistas y deslegitimaría 40 años de democracia y la actuación de su majestad el rey durante el golpe de Estado del 1 de octubre de 2017.

Por ello, Abascal ha querido trasladar tres mensajes a los españoles:

• Un mensaje de alerta porque los enemigos de España y del orden constitucional están a las puertas, preparados para tomar las instituciones centrales del Estado.

• Un mensaje de movilización, llamando a todos los españoles a acudir el próximo domingo 8 de octubre a manifestarse en Barcelona, en defensa de lo que de verdad importa: la Unidad de España, la igualdad de los españoles ante la ley, nuestra Constitución y el Estado de Derecho.

• Un llamamiento a que la movilización sea permanente y a apostar por la verdadera alternativa para frenar a los partidos separatistas: su ilegalización.

A continuación la rueda de prensa completa de Santiago Abascal:

DURACIÓN 5:32 MINUTOS

La gran inversión



El agua ha comenzado a hervir.

Una de las características que tienen los tiempos post cristianos que vivimos dentro de la Iglesia es la inversión. Sabemos que el demonio, en su envidia, busca imitar a Dios y lo hace en las antípodas, es decir, invirtiendo lo que Él hace con sabiduría (Prov. 3,19). Los ejemplos se multiplican semanalmente. Veamos algunos casos de las dos últimas semanas:

1. En esta entrevista, la mediática dominica de clausura Lucía Caram, amiga del Papa Francisco, dijo abiertamente que no hay ningún pecado en las relaciones sexuales con personas del mismo sexo, siempre que se hagan con amor. Además, asegura que el Papa Francisco acaba de nombrar como prefecto de un importantísimo dicasterio vaticano a un gay.

2. El presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Mons. Bätzing pidió al Vaticano que revea la medida que impide ordenar sacerdotes homosexuales que practican en secreto su sexualidad. Es decir, pidió que los sacerdotes homosexuales puedan ejercer libremente su sexualidad.

Hace quince años, nadie hubiese pensado que estaríamos viviendo semejantes tiempos de confusión. Ya no sólo se pide el matrimonio de los sacerdotes, sino que se pide la sexualidad libre para los sacerdotes, y para todo el mundo, sea como sea. La gravedad de lo dicho por estos personajes oscuros, y por lo que deberán rendir cuenta más pronto que tarde, es difícilmente mensurable. Por ejemplo, ¿cuál es el mensaje que llega a los buenos jóvenes católicos que viven en continencia y castidad sus noviazgos como manda la doctrina de la Iglesia? Que son unos reverendos imbéciles perdiendo los tiempos de la florida juventud en beaterías completamente superadas. ¡Abstenerse de relaciones sexuales de tipo heterosexual con la novio o novio a quien se ama! Pero ¿hay cosa más y santa linda que eso? ¡Qué idiotas!

Veamos un último ejemplo: el Papa Francisco asistió a la capilla ardiente donde se velaban los restos de Giorgio Napolitano, ex presidente de Italia, comunista y masón. No dio la absolución, ni bendijo el cadáver ni hizo ningún signo cristiano. La cabeza de la Iglesia y custodio de la fe niega el testimonio público de la fe en la vida venidera y priva al alma de un desgraciado de los auxilios que, aún después de la muerte, podría regalarle. Francisco es un personaje más del mundo, que tiene la particularidad de vestir de blanco, pero que no se diferencia en mucho más de cualquier otro líder global. Sí. Son inversiones que nos gritan, voz en cuello, que el agua ha comenzado a hervir.
Pero hay una inversión más profunda y grave; una inversión que escapa a la moral; una inversión teológica que nos delinea una nueva Iglesia. Un modo sencillo de explicarla es a través del artículo que el p. Antonio Spadaro, jesuita, publicó el 20 de agosto en un periódico italiano. Allí comenta el episodio evangélico de Mateo 7, 24-30:
Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.

El jesuita Spadaro considera que Jesús fue “insensible. [...] La dureza del Maestro es inquebrantable. [...] La misericordia no es para ella. Está excluida. No se discute. [Jesús] responde burlona e irrespetuosamente a la pobre mujer. ‘No es bueno tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos’, es decir, a los perros domésticos. "Jesús aparece como cegado por el nacionalismo y el rigorismo teológico", escribe. Entonces la mujer replica diciendo que incluso los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. El comentarista Spadaro continúa: ‘Unas pocas palabras, pero bien dichas como para trastornar la rigidez de Jesús, para conformarlo, para ‘convertirlo’ a sí mismo. [...] Y Jesús también aparece curado, y al final se muestra libre de la rigidez de los elementos teológicos, políticos y culturales dominantes de su tiempo”. En resumen, según el padre Spadaro, Jesús pecó por rigidez, pero luego se convirtió y fue curado. Jesús era, entonces, un pecador como todos los hombres. Una flagrante e impía herejía. Después de esta publicación, el Papa Francisco premió a su hermano jesuita nombrándolo subsecretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación.

Pero la gravedad del hecho, a mi entender y tal como lo he hablado con amigos más sabios que yo, no reside tanto en la herejía que se vierte sino en que Spadaro está suponiendo que el Señor necesitó de otro, en este caso, de “otra” que ni siquiera era judía, para convertirse. Es decir, la conversión le vino por el diálogo y la escucha del “otro”, de cualquier “otro”, aún del “otro” más alejado de “mi verdad”. Jesús estaba enfermo de dureza y rigidez, y fue la palabra de una pagana la que lo curó. La enfermedad, entonces, no estaba en el pagano sino en el propio Cristo.

¿No es esto acaso lo que hemos estado viendo a lo largo de todo el pontificado de Francisco? Quien está enferma es la Iglesia, son los católicos, cargados de rigideces teológicas y con caras avinagradas; la “iglesia es pecadora”, dijo en su viaje de regreso de Mongolia; los sacerdotes son crueles y malvados; los católicos que rezan el rosario son pelagianos, los jóvenes que asisten a misa tradicional tienen problemas psicológicos, las monjas son solteronas y todos son una manga de rígidos. Y el problema reside en que no tienen diálogo. Se aferran a un Iglesia que ha ido acumulando a lo largo de los siglos una serie de mandatos, preceptos y seguridades que no son más que sedimentaciones de las que hay que desprenderse. Y para curarse de esa enfermedad la Iglesia necesita, como Jesús, del diálogo con el “otro”, y cuanto más “otro” sea, mejor, pues mayor será el remedio que podrá otorgarle. De aquí, entonces, la necesidad de diálogo y escucha, las que no son actividades buenistas sino que son el medio imprescindible para alcanzar la curación o, en otros términos, para convertirse. Porque la verdad, en realidad, no está en las anquilosadas fórmulas y preceptos de la Iglesia católica sino en la frescura de las verdades que residen en “otro”, que se convierte en fuente de revelación.

Consecuentemente, el “otro” ya no es el enemigo de la Iglesia; sus enemigos son otros. Lo dice el documento preparatorio para el sínodo en el n. 21. Allí habla de un actor “que se agrega” al diálogo sanador, y lo llama “el antagonista”, es decir, “el enemigo”, y es el que introduce en escena la separación diabólica de los otros actores (Jesús, el pueblo, los ministros). El cuarto actor es el que divide y se manifiesta en "las formas del rigorismo religioso, de la intimación moral que se presenta más exigente que la de Jesús, y de la seducción de una sabiduría política mundana que pretende ser más eficaz que el discernimiento de espíritus". Es decir, los “antagonistas”, los “demonios” de la nueva Iglesia somos nosotros, los católicos fieles a la doctrina de los Apóstoles y que nos fue enseñada por nuestros padres. Somos nosotros quienes venimos a dividir y enchastrar el diálogo entre la Iglesia y el mundo. Somos diablos, y como tales debemos ser perseguidos.

Se entiende, entonces, la obsesión francisquista por el sínodo y por la sinodalidad. Es este el modo de oficializar la escucha del “otro”, convertirlo en revelación y cambiar de ese modo definitivamente la doctrina de la Iglesia. Recordemos un hecho olvidado: el 15 de septiembre de 2018 Francisco promulgó el motu proprio Episcopalis communio por el cual establece que el Papa ya no puede escribir una exhortación apostólica postsinodal, sino simplemente confirmar las conclusiones del sínodo, que se convertirán automáticamente en magisterio. Lo que la escucha de los post-cristianos que asisten al sínodo que comienza hoy en Roma (obispos, sacerdotes, religiosas, laicos, católicos, paganos y ateos) y sobre los cuales revoloteará el Espíritu Santo, el año próximo pasará a ser parte del Magisterio de la Iglesia. De ese modo, ésta será curada de sus rigidices tal como lo fue su fundador.
Esta es la gran inversión. La verdad ya no está en la Iglesia de Cristo; está fuera de Ella. Ya no debe ser Ella la que enseña, sino la que se deja enseñar. Ya no es ella la que cura, sino la que necesita ser curada. Definitivamente, el agua está hirviendo.
Olivier Clerc contaba el caso de una rana que fue arrojada a una olla llena de agua a la cual se le iba aumentando la temperatura lentamente. Debido a que el aumento de la temperatura era progresivamente tan lento, la rana no pudo percibirlo durante gran parte del proceso. Cuando se dio cuenta del peligro y vio que el agua estaba hirviendo, ya era tarde. Si la rana hubiese entrado con el agua a altas temperaturas, habría saltado al percibir como un peligro continuar allí y habría escapado de la muerte.

En otro simil, el p. Santiago Martín, en su comentario de la semana pasada, habla del cáncer que finalmente se ha revelado. Explica que comenzó a gestarse con el modernismo, se agravó con la teología liberal y se derramó sobre la Iglesia durante el Concilio. Papas conservadores, como Juan Pablo II y Benedicto XVI, vieron el peligro y lucharon contra él pero, incomprensiblemente, promovieron a altos cargos a personajes que sustentaban tales doctrinas. Hoy, el desaguisado se hizo evidente. Por fin nos hemos dado cuenta que la Iglesia está enferma de gravedad, de un cáncer probablemente terminal. No queda más que esperar que actúen los anticuerpos, que los hay, y que Dios nos rescate.

Nobleza obliga… a todos: Estoy totalmente de acuerdo con el p. Martín pero creo que a todos nos obliga la nobleza de un reconocimiento: quien vio la enfermedad hace más de cinco décadas, quien percibió que había un tumor y que el mismo se estaba desarrollando y quien denunció la patología, fue Mons. Marcel Lefebvre. Lo dijo, y fue perseguido y tratado como un perro sarnoso.

Ya no es cuestión solamente de empecinarse en los latines, ya no es cuestión de desobediencias. Se trata de la supervivencia misma de la Iglesia.