BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



miércoles, 11 de septiembre de 2013

El limbo de los niños (III), por José Martí

En el punto 1261 del vigente Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) se puede leer: En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf Tim 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permite confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo.

Fijémonos que esa idea de confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin bautismo, no deja de ser más que una hipótesis teológica. En esta misma declaración, además, de alguna manera también le da esta interpretación, pues cuando hace referencia a las palabras de Jesús: "No impidáis que los niños vengan a Mí" (Mc 10,14), añade a continuación ... por eso mismo es más apremiante que nunca el no impedir que los niños puedan llegar a Cristo a través del sacramento del Bautismo, con lo que se está afirmando claramente la necesidad del Bautismo para la salvación. Vemos que no se hace alusión al limbo, pero en ningún momento se niega expresamente su existencia.


Y es que, puesto que, efectivamente, es cierto que "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 4,2), alguien podría estar tentado a pensar: Si eso es lo que Dios quiere, ¿quién se puede oponer a su voluntad? Claro que, si se piensa así, habría que matizar sobre determinados hechos que son reales e innegables. Por ejemplo: es verdad que Dios quiere la salvación para todos los hombres... ¡por supuesto que sí!... pero esta voluntad salvífica de Dios es desde siempre ... y, pese a ello: hay ángeles que se condenaron (son los actuales demonios)... Dios creó a Adán en estado de gracia santificante... pero Adán pecó: Dios permitió el pecado original. Dios no quiere el mal y el pecado. Y, sin embargo, hay una gran abundancia de hijos de Adán que cometen graves pecados. 

¿Cómo explicar todo esto? Sencillamente: hay mucha gente que, haciendo uso de su libre albedrío (un libre albedrío que Dios le ha concedido) se resiste a la gracia, no quiere saber nada con Dios. Pero la culpa de esa actitud del hombre es del hombre y no de Dios.

Dios envía un Redentor (Jesucristo), funda su Iglesia, ordena que su Evangelio se predique a todas las partes del mundo: aquí se manifiesta la voluntad salvífica de Dios para con todos los hombres. Y, sin embargo, ¿ se salvan todos los hombres? La respuesta es: ¡no! Y esto no es ningún invento mío sino que es palabra de mismo Dios: "Ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y SON MUCHOS LOS QUE ENTRAN POR ELLA.¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y QUÉ POCOS SON LOS QUE LA ENCUENTRAN! (Mt 7,13-14).

De modo que resulta que, en verdad, la salvación es para pocos... pero no porque esa sea la voluntad de Dios (¡todo lo contrario!), sino porque el hombre prefiere las criaturas a Dios y, voluntariamente, dejándose engañar por el Príncipe de este mundo (que es el Diablo), le da la espalda a Dios. De ahí la advertencia de Jesús y su pena de ver que el hombre no responde a su Amor, sino que sólo busca lo suyo, en oposición a Dios. El amor de Dios al hombre reclama amor, por parte del hombre, hacia Dios. La reciprocidad es una nota esencial del amor auténtico, que nunca es unilateral. Y es esencial también al amor la libertad. Sin libertad entre los que se aman no puede haber amor. Ni siquiera Dios puede obligar al hombre a amarle. Un amor "obligado" sería cualquier cosa menos amor. Si el hombre no quiere saber nada con Dios, Dios no puede hacer otra cosa, con relación al hombre, que aceptar su decisión. En este sentido podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el Amor de Dios hacia nosotros le hace vulnerable y, en cierto modo, impotente

Dios no puede salvar a quien no quiere ser salvado porque así lo ha decidido, porque considera que hay otras cosas en las que encuentra más satisfacción que en Dios, en quien, por otra parte, no cree. Dios, que nos quiere tanto, no nos condena (¿cómo nos iba a condenar?), pero no puede obligarnos a estar con Él, no puede obligarnos a que lo queramos, no puede obligarnos a amarle por toda la eternidad, que en eso consiste el Cielo, básicamente. No es Dios, sino el propio hombre el que se condena a sí mismo, si se mantiene cínicamente en su actitud hasta el fin de su vida y no rectifica. Cada nuevo día Dios nos da la oportunidad de volver a nacer y de matar el hombre viejo que nos esclaviza, pues "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8,34). Es muy importante tener estas ideas bien claras, pues nos jugamos en ello nuestra salvación eterna.

(Continuará)