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viernes, 12 de mayo de 2023

¿Surge la equivocada perspectiva de Francisco directamente del Vaticano II? (Robert Morrison)





Después de diez años de ataques destructivos a la fe, ha quedado claro para aquellos con ojos para ver que la visión de Francisco para la Iglesia es una pesadilla nada santa. Los católicos tradicionalistas lo sabían desde el principio, pero hoy muchas personas que respetaban a Juan Pablo II y a Pablo VI se preguntan qué deben hacer para considerar a Francisco como católico, por no hablar de como Papa. Sin embargo, sorprendentemente, Francisco sigue los pasos de sus predecesores cuando afirma que se adhiere al Vaticano II, ¿está equivocado en esto o su visión fallida proviene naturalmente del Vaticano II?

Como primer punto, si bien debemos considerar toda defensa legítima del Vaticano II, podemos descartar fácilmente dos de los argumentos más comunes (y sin sentido) en favor del Concilio. Primero, si bien es verdad que los documentos del Concilio incluyen elementos positivos, como el llamado universal a la santidad, de ninguna manera podemos considerar estos elementos como exclusivos del Vaticano II. Por ejemplo, si simplemente leemos las palabras de Nuestro Señor y de incontables santos, identificaremos de inmediato el llamado universal a la santidad. Por lo tanto, no deberíamos defender al Vaticano II solo porque tiene algunos elementos positivos, así como no podríamos defender a Francisco porque de vez en cuando dice algo católico.

También podemos descartar otro argumento frecuente en favor del Vaticano II que normalmente se presenta de la siguiente manera: “He leído [o incluso estudiado] los documentos y puedo asegurar que todos son consistentes con lo que la Iglesia siempre ha enseñado”. Dejando de lado el hecho de que quienes presentan esta defensa del Vaticano II suelen carecer de las calificaciones necesarias para hacerla creíble, tenemos la confirmación inequívoca por parte de los individuos que redactaron los documentos en cuestión de que (a) varios fragmentos clave fueron intencionalmente ambiguos y (b) ciertos documentos contradicen directamente la enseñanza previa de la Iglesia. Por eso, debemos tomar la palabra de quienes redactaron los documentos por encima de la de quienes simplemente leyeron fragmentos algunas décadas más tarde.

Descartadas las defensas clásicas del Vaticano II, analicemos las palabras de quien fue, casi con certeza, el más creíble defensor «conservador» del Vaticano II: Benedicto XVI. Su último discurso al clero de Roma, el 14 de febrero de 2013, es esencialmente una apología del «verdadero Concilio», a diferencia del «Concilio de los medios», que según él, había «creado tantas calamidades». Dado que fue una figura clave en el Concilio, asumió cargos de gran influencia en la Iglesia a lo largo de todo el periodo posconciliar y reconoció que algunos problemas genuinos derivaban del Concilio, podemos concluir que estaba entre los individuos más calificados para mostrarnos qué era lo verdaderamente valioso del Vaticano II.

Entonces, podemos tomar los aspectos positivos del Vaticano II identificados por Benedicto XVI en su último discurso al clero de Roma para evaluar hasta qué punto las palabras y acciones de Francisco armonizan con el «verdadero Concilio». El punto no es juzgar a Benedicto XVI ni tampoco denunciar al Vaticano II, sino demostrar que lo que más detestamos en las palabras y acciones de Francisco derivan naturalmente del «verdadero Concilio» tal como lo llamó Benedicto XVI.

Rechazando el pasado

Antes del Vaticano II, Juan XXIII estableció un Sínodo en Roma para preparar el Concilio. Como el profesor Romano Amerio describió en Iota Unum los documentos del Sínodo de Roma eran relativamente conservadores: "Los textos del Sínodo Romano promulgados el 25, 26 y 27 de enero de 1960 suponen un completo retorno a la esencia de la Iglesia".

Sin embargo, tal como recordó Benedicto XVI, los Obispos rechazaron estos documentos conservadores en favor de sus propias ideas: "Recuerdo que se consideraba al Sínodo Romano como un modelo negativo. Se decía - no sé si esto era cierto - que habían leído textos preparados en la Basílica de San Juan, y que los miembros del Sínodo habían aclamado, aprobado con aplausos, y que el Sínodo se había conducido de esa manera. Los obispos dijeron: no, no hagamos eso. Somos obispos, nosotros mismos somos el sujeto del Sínodo; no queremos simplemente aprobar lo que ya se ha hecho, sino que nosotros mismos queremos ser el sujeto, los protagonistas del Concilio".

Si Benedicto XVI y sus compañeros obispos determinaron que «no quieren simplemente aprobar lo que ya se ha hecho», parece que Francisco está actuando de manera coherente con el Concilio cuando también rompe con lo que la Iglesia siempre ha hecho. Criticamos a Francisco por denunciar a los católicos tradicionales por «retroceder», pero el Concilio ofreció el mismo reproche a toda la tradición católica.

Buscando continuamente

Benedicto XVI elogió al verdadero Concilio (al que también identificó como el «Concilio de los Padres») como uno de «búsqueda»: "El Concilio de los Padres se llevó a cabo dentro de la fe: era un Concilio de fe buscando intellectus, buscando entenderse a sí mismo y buscando entender las señales de Dios en ese tiempo, buscando responder al desafío de Dios en ese tiempo y encontrar en la palabra de Dios una palabra para hoy y mañana."

Aquí Benedicto XVI hace eco a Juan XXIII y Pablo VI, y destaca el hecho de que el Vaticano II no intentó condenar errores, sino abrir la Iglesia al mundo para que se volviera más relevante a medida que el mundo cambiaba. Este deseo de adaptarse al mundo parece animar casi todos los cambios promovidos por Francisco. El impío y ridículo Sínodo sobre la Sinodalidad es simplemente la manifestación más extrema de esta «búsqueda» en la era post-Conciliar.

Rehabilitando a teólogos sospechosos de herejía por el Papa Pío XII


Benedicto XVI recordó a algunas de las «grandes figuras» con las que trabajó en el Concilio: "Recuerdo reuniones con Cardenales, etc. Y esto continuó a lo largo del Concilio: pequeñas reuniones con compañeros de otros países. Así conocí a grandes figuras como el Padre de Lubac, Daniélou, Congar, etc."

Sin embargo, como describió el P. Dominque Bourmaud, Congar y de Lubac estaban bajo escrutinio teológico por Modernismo antes del Concilio: "Es imposible hablar de la génesis del Segundo Concilio Vaticano sin mencionar a las principales figuras de todo el movimiento. Mencionemos tres nombres que manifiestan claramente cómo personas de culturas y formaciones tan diferentes llegaron a conclusiones similares: Henri de Lubac, Yves Congar y Karl Rahner. Muchas cosas unen a estos tres hombres. Todos tenían una larga historia como profesores universitarios; todos estaban bajo escrutinio teológico por ideas modernistas bajo Pío XII; todos fueron de alguna manera disciplinados o exiliados de sus posiciones. Todos fueron luego milagrosamente reinstalados como periti del Concilio en la víspera del Concilio."

Aquellos que se oponen al Sínodo sobre la Sinodalidad de Francisco pueden recordar que Francisco elogió específicamente a Congar como una inspiración para cambiar la Iglesia a través del Sínodo: "El Padre Congar, de bendita memoria, dijo una vez: 'No hay necesidad de crear otra Iglesia, sino de crear una Iglesia diferente.'"

A lo largo de su historia, la Iglesia ha enfatizado sus creencias teológicas a través de un proceso de elevar a quienes las defienden, y silenciar y alejar a quienes se oponen a ellas. El Concilio abandonó a Santo Tomás de Aquino a favor de hombres que habían sido silenciados por Pío XII. En esta luz, está claro que Francisco ha sido fiel al Vaticano II.

Reemplazando la Misa


Muchos católicos tradicionales encontraron la Misa Latina Tradicional gracias a Benedicto XVI, por lo cual deberíamos estar agradecidos. Pero las palabras de Benedicto XVI sobre la necesidad de participación activa dejan claro que él veía el Novus Ordo como más adecuado para la nueva dirección de la Iglesia: "Hubo un redescubrimiento de la belleza, la profundidad, las riquezas históricas, humanas y espirituales del Misal y quedó claro que no debería ser simplemente un representante del pueblo, un joven monaguillo, diciendo 'Et cum spiritu tuo', y así sucesivamente, sino que realmente debería haber un diálogo entre el sacerdote y el pueblo: verdaderamente la liturgia del altar y la liturgia del pueblo deberían formar una sola liturgia, una participación activa, de tal manera que las riquezas lleguen al pueblo. Y de esta manera, la liturgia fue redescubierta y renovada."

Aunque aparentemente estaba molesto por la Traditionis Custodes de Francisco, Benedicto XVI claramente creía que el Concilio hizo bien en alejarse del «Et cum spiritu tuo» de los monaguillos en favor de respuestas comunitarias y saludos de mano para toda la congregación. La sorpresa no es tanto que Francisco haya tomado medidas adicionales para abandonar la Misa Latina Tradicional, sino que Benedicto XVI le concedió tanta libertad como lo hizo.

En este punto, vale la pena repetir que el Capítulo General de 2006 de la Sociedad de San Pío X reafirmó dos condiciones para futuras discusiones con Roma: el levantamiento de las excomuniones de 1988, y la libertad de la Misa Latina Tradicional. Benedicto XVI promulgó Summorum Pontificum al año siguiente, y levantó las excomuniones dos años después. ¿Habría tenido alguna razón para dar ninguno de estos pasos si no fuera por un intento de «reconciliar» a la SSPX?

También podemos considerar la predicción de la Dra. Marian Horvat en un artículo de 2005: "¿Quién sabe qué ofertas de 'reconciliación' hará Benedicto XVI a los católicos tradicionalistas para silenciar su creciente oposición al Concilio? Creo que permitiría una práctica más amplia de la Misa Tridentina indultada, quizás incluso concedería una prelatura apostólica más amplia para decir la Misa Tridentina de lo que se permitía en Campos. Esto solo se concedería si los católicos tradicionales comprometieran y aceptaran el Vaticano II y todas sus consecuencias."

En esta luz, parece que Francisco está adoptando en gran medida el mismo enfoque de «zanahoria y palo» con la Misa Latina Tradicional, todo por el bien de silenciar la oposición al Vaticano II

Abandonando la concepción tradicional (verdadera) de la Iglesia

Antes del Concilio Vaticano II, la Iglesia enseñaba que el Cuerpo Místico de Cristo es la Iglesia Católica. Sin embargo, como explicó Benedicto XVI, el Concilio necesitaba abandonar este concepto porque era demasiado exclusivo: "Surgió cierta cantidad de crítica después de la década de 1940, en la década de 1950, en relación con el concepto del Cuerpo de Cristo: se pensaba que la palabra 'místico' era demasiado espiritual, demasiado exclusiva; entonces comenzó a entrar en juego el concepto 'Pueblo de Dios'. El Concilio aceptó correctamente este elemento, que en los Padres se considera una expresión de la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento... Los demás, nosotros los paganos, no somos per se el Pueblo de Dios: nos convertimos en hijos de Abraham y por lo tanto en el Pueblo de Dios al entrar en comunión con Cristo, la única semilla de Abraham... En una palabra: el concepto del 'Pueblo de Dios' implica la continuidad de los Testamentos, la continuidad en la historia de Dios con el mundo, con la humanidad, pero también implica el elemento cristológico".

Por supuesto, rechazamos las insinuaciones impías de Francisco a las religiones no católicas (que son simplemente variaciones de la Reunión de Oración de Juan Pablo II en Asís) pero una vez que ya no vemos a la Iglesia como el exclusivo Cuerpo Místico de Cristo, ya hemos superado la barrera principal para ver al catolicismo simplemente como una buena religión entre muchas. Y una vez que vemos al catolicismo simplemente como una buena religión entre muchas, debemos rechazar a aquellos que se adhieren escrupulosamente a la creencia de que, en ausencia de circunstancias extraordinarias, no hay salvación fuera de la Iglesia Católica. Esto es lo que vemos hoy, ya que Francisco abraza todas las religiones excepto la Fe tal como existía antes del Concilio Vaticano II.

Centrándose en las contribuciones de la Iglesia al Orden Global

Benedicto XVI señaló que el Concilio se centró en cómo la Iglesia debería contribuir a la «construcción de este mundo»: "Apareció con gran urgencia el problema del mundo de hoy, la época moderna, y la Iglesia; y con ello, los problemas de la responsabilidad por la construcción de este mundo, de la sociedad, la responsabilidad por el futuro de este mundo y la esperanza escatológica, la responsabilidad ética de los cristianos y dónde buscamos orientación; y luego la libertad religiosa, el progreso y las relaciones con otras religiones".

Claramente, el objetivo principal ya no podía ser «enseñar a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todas las cosas que Jesús ha mandado» (Mateo 28:19-20). Una vez que la orientación cambia a construir el mundo en lugar de construir el Cuerpo Místico de Cristo, todo debe cambiar, aunque sea gradualmente. ¿Acaso hay algo que detestemos de los diez años destructivos de Francisco en Roma que no encaje con esta nueva orientación introducida por el Concilio?

Confiando en el Concilio a pesar de los frutos podridos

Benedicto XVI reconoció tantos graves problemas que surgieron del «Concilio de los medios» (el «Concilio virtual»): "[El Concilio de los medios] creó tantos desastres, tantos problemas, tanto sufrimiento: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banal..." Nuestro Señor nos dijo que juzgáramos por los frutos, por lo que Benedicto XVI sabía que debía argumentar que los horrendos frutos provenían todos de un «Concilio virtual», por el contrario, el «verdadero Concilio» finalmente había echado raíces y estaba produciendo frutos gloriosos: "el verdadero Concilio tuvo dificultades para establecerse y tomar forma; el Concilio virtual era más fuerte que el verdadero Concilio. Pero la verdadera fuerza del Concilio estaba presente y, poco a poco, se estableció cada vez más y se convirtió en la verdadera fuerza que es también la verdadera reforma, la verdadera renovación de la Iglesia. Me parece que, 50 años después del Concilio, vemos que este Concilio virtual se ha roto, se ha perdido, y ahora aparece el verdadero Concilio con toda su fuerza espiritual. Y es nuestra tarea, especialmente en este Año de la Fe, basándonos en este Año de la Fe, trabajar para que el verdadero Concilio, con su poder del Espíritu Santo, se realice y la Iglesia se renueve verdaderamente".

Lo más positivo del papado de Benedicto XVI fue su liberación de la Misa Tradicional en Latín, que obviamente no fue un fruto del Concilio. Es asombroso que, mientras se veía obligado a huir de los lobos, siguiera alabando «el verdadero Concilio con toda su fuerza espiritual«. Esta es la misma disonancia cognitiva que vemos en Francisco y todos los demás que promocionan los frutos del Concilio. A aquellos de nosotros que nos sentimos nauseados por estos frutos se nos dice que obedezcamos y dejemos de imaginar que los papas pre-Vaticano II tenían razón cuando nos dijeron que esto era exactamente lo que sucedería si los católicos aceptaban los errores que Rahner, Congar, de Lubac y otros convencieron a los Padres del Concilio para aceptar.

Sin duda, las palabras y hechos de Francisco son generalmente mucho más ofensivos que los de sus predecesores. Pero Dios permite este mal por una razón y las conclusiones que sacamos sobre la destructiva ocupación del papado por parte de Francisco son casi seguramente un factor importante en nuestra capacidad, colectiva y como católicos individuales, para beneficiarnos de esta crisis. No hay virtud santa en alzar los brazos y decir que no podemos discernir la voluntad de Dios

Muchos católicos sinceros parecen creer que el problema comenzó con la abdicación de Benedicto XVI y que estamos a un cónclave de distancia para resolver esta crisis. Sin embargo, observadores objetivos pueden encontrar en las consideraciones antes mencionadas que, entre muchos otros, las creencias perversas de Francisco provienen verdaderamente de una interpretación precisa del Concilio. Quienes denuncian a Francisco mientras defienden el Vaticano II están equivocados o, peor aún, intentan cínicamente apuntalar el Concilio cuando hay razones fuertes para rechazarlo por completo.

A esta altura de la crisis, no deberíamos tener ni un poco de paciencia para quienes insisten que no es católico cuestionar el Concilio. Es obvio que Francisco es un fruto natural del Vaticano II; si usted tiene un problema con los ataques de Francisco a la fe, tiene un problema con el Concilio. ¡Inmaculado Corazón de María, ruega por nosotros!

Robert Morrison

Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original

viernes, 28 de abril de 2023

Los cardenales Roche y Cantalamessa lo confirman: el rito de Paulo VI corresponde a una nueva teología


 



Los cardenales Arthur Roche y Raniero Cantalamessa han reconocido de modo indirecto (tal vez involuntariamente) lo que los críticos del Novus Ordo Missae de Paulo VI llevan más de cincuenta años diciendo: que el nuevo rito corresponde a una nueva teología que «se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la Santa Misa, tal como fue formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento» [1].

El 19 de marzo pasado, al ser interrogado por sus compatriotas de la radio BBC sobre las restricciones a la celebración del rito latino tradicional, el prefecto del Dicasterio para el Culto divino declaró: «Como ustedes saben, la teología de la Iglesia ha cambiado. Antes el sacerdote representaba, a distancia, a todo el pueblo: [los fieles] se canalizaban a través de esta persona que era la única que celebraba la Misa. No es sólo el sacerdote el que celebra la liturgia, sino también los que están bautizados [junto] con él; ¡nada menos!» [2] [Todo lo destacado en negrita lo hemos resaltado nosotros.]

Pocos días más tarde, en el cuarto sermón de Cuaresma para la Curia Romana, el cardenal Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, remachó: 
 
«La liturgia católica se ha transformado, y en poco tiempo ha pasado de ser una acción con una marcada impronta sagrada y sacerdotal a ser una actividad más comunitaria y participativa, donde todo el pueblo de Dios tiene su parte, cada uno con su propio ministerio […]
 
»Al comienzo de la Iglesia y durante los tres primeros siglos, la liturgia era verdaderamente una liturgia, es decir, la acción del pueblo (laos, pueblo, es uno de los componentes etimológicos de leiturguía). De san Justino, de la Traditio Apostolica de san Hipólito y de otras fuentes de la época, obtenemos una visión de la Misa ciertamente más cercana a la reformada de hoy que a la de siglos atrás. ¿Qué pasó después de eso? La respuesta está en una palabra molesta que no podemos evitar: ¡clericalización! En ninguna otra esfera se ha observado más claramente que en la liturgia.
 
»El culto cristiano, y de modo especial el sacrificio eucarístico, se transformó rápidamente, en Oriente y Occidente, y dejó de ser una acción realizada por el pueblo para ser una actividad del clero.» [3].

¿Es conforme al dogma católico decir que el sacrificio eucarístico es una acción realizada por el pueblo y que pasó a ser primordialmente una acción del clero por culpa de una clericalización improcedente? Claro que no. En la Santa Misa, el celebrante no es un mero presidente de la asamblea, sino el único sacerdos que ofrece el sacrificio in persona Christi.

Para zanjar cualquier duda, basta leer lo que dijo al respecto Pío XII en su encíclica Mediator Dei: 
«Sólo a los Apóstoles y a los que, después de ellos, han recibido de sus sucesores la imposición de las manos, se ha conferido la potestad sacerdotal, y en virtud de ella, así como representan ante el pueblo a ellos confiado la persona de Jesucristo, así también representan al pueblo ante Dios» (n° 54).
Por eso, en la Santa Misa, «el sacerdote representa al pueblo sólo porque representa la persona de nuestro Señor Jesucristo, que es Cabeza de todos los miembros por los cuales se ofrece; y que, por consiguiente, se acerca al altar como ministro de Jesucristo, inferior a Cristo, pero superior al pueblo (San Roberto Belarmino, De missa, II c.l. ). El pueblo, por el contrario, puesto que de ninguna manera representa la persona del divino Redentor ni es mediador entre sí mismo y Dios, de ningún modo puede gozar del derecho sacerdotal» (n° 104).

Sin duda, es importante que los fieles presentes participen en el sacrificio del altar con los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en la Cruz y que «ofrezcan aquel sacrificio juntamente con Él y por Él, y con Él se ofrezcan también a sí mismos» (n° 99).

Pero, para evitar todo equívoco, Pío XII reitera que «por el hecho de que los fieles cristianos participen en el sacrificio eucarístico, no por eso gozan también de la potestad sacerdotal» (n° 102).

La insistencia del papa Pacelli era necesaria, porque ya entonces algunos pretendían erróneamente «que el precepto que Jesucristo dio a los Apóstoles en su última cena, de hacer lo que Él mismo había hecho, se refiere directamente a todo el conjunto de los fieles» y juzgaban que «el sacrificio eucarístico es una estricta concelebración» (n°103).

Contra ese error, la Mediator Dei enseñaba que «aquella inmolación incruenta con la cual, por medio de las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente en estado de víctima sobre el altar, la realiza sólo el sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo, no en cuanto tiene la representación de todos los fieles» (n°112).

De ahí que no se puedan condenar las misas privadas sin participación del pueblo, ni la celebración simultánea de varias misas privadas en diferentes altares, invocando erróneamente «el carácter social del sacrificio eucarístico» (n° 118) [4]

Esos extractos de la gran encíclica litúrgica de Pío XII demuestran que, mal que le pese al cardenal Cantalamessa, la escarnecida clericalización de la Santa Misa no es fruto de un deterioro humano producto de la historia, sino de un designio divino. Jesús instituyó el sacrificio eucarístico y el sacerdocio ministerial simultáneamente, y otorgó a sus ministros el privilegio exclusivo de renovarlo sobre los altares de manera incruenta hasta la consumación de los tiempos.

Conviene observar, además, que el predicador de la Casa Pontificia metió sus sandalias de capuchino en arenas movedizas al declarar que las primeras comunidades cristianas tenían «una visión de la Misa ciertamente más cercana a la reformada de hoy que a la de siglos atrás». Si eso fuera cierto, cabrían dos posibilidades:

• En el mejor de los casos, el concepto encarnado en la nueva Misa de Paulo VI representaría una regresión teológica porque desde el primer tercio hasta la segunda mitad del siglo XX hubo un «desarrollo orgánico» del Depósito de la Fe en lo que se refiere al sacerdocio y el Sacrificio del Altar; es decir, que se entiende mejor su sentido teológico. En efecto, «la superación del pasado reciente para recuperar el más antiguo y original» no es un «enriquecimiento» [5], como afirmó el cardenal Cantalamessa, sino un empobrecimiento, ya que oculta a la Iglesia la luz que emana de las definiciones dogmáticas de varios concilios ecuménicos sobre la Misa: el Segundo de Nicea, el Cuarto de Letrán, el de Florencia y (principalmente) el de Trento, así como del fulgor que irradiaron sobre ella muchos gigantes de la teología y de la devoción eucarística; santos como Tomás de Aquino, Roberto Belarmino, Leonardo de Puerto Mauricio y Pedro Julián Eymard.

• En el peor de los casos, la visión de la Misa encarnada en el Novus Ordo Missae de Paulo VI representaría una ruptura teológica con los dogmas de fe definidos «en los siglos que nos precedieron», y que sustentan el supuesto concepto clericalista del sacerdocio y la Eucaristía que conforma la Misa tradicional en latín, cuya estructura, hasta el Novus Ordo Missae de 1969 del papa Paulo VI, permaneció prácticamente inalterada desde los cambios realizados por los papas San Dámaso I (m. 384) y San Gregorio I (m. 604) .

El cardenal Arthur Roche parece entenderlo de esta forma. Para él, «la teología de la Iglesia ha cambiado».

Infelizmente, el nuevo rito de Paulo VI no sólo significa un cambio de teología en lo que respecta a la supuesta clericalización de la liturgia antigua. Después de la publicación de Desiderio desideravi, mostré que los principios que invoca el papa Francisco en defensa de la reforma litúrgica contradicen la Mediator Dei en varios aspectos. En particular, destaqué los siguientes:

1. La inversión sistemática entre el fin primario de rendir culto a Dios y el fin subsidiario de santificar las almas [6];

2. El oscurecimiento de la centralidad de la Pasión redentora, en beneficio de la Resurrección gloriosa [7];

3. La acentuación del memorial en desmedro del sacrificio [8]; y

4. La degradación del sacerdote celebrante, que se convierte en presidente de la asamblea [9].

En vista de esos cambios radicales, me preguntaba si la nueva misa de Paulo VI se correspondía con la fe de siempre [10]. Los cardenales Roche y Cantalamessa acaban de reconocer que es una forma de entender la liturgia, porque la teología de la Iglesia en relación con la Misa habría cambiado.

Antes que esos ilustres purpurados, esos conspicuos representantes del progresismo francés, Alain y Aline Weidert, habían declarado lo mismo. En el periódico La Croix, publicaron un artículo de encomio al motu proprio Traditionis custodes, bajo el expresivo título: «La fin des messes d’autre “foi”, une chance pour le Christ ! » (El fin de las misas de otra fe, una oportunidad para Cristo; es un juego de palabras: autre foi –otra fe– y autre fois —antes, en otro tiempo–;en ambos casos, la fonética no varía).

No abordaron la supuesta clericalización de la liturgia tradicional en menoscabo del pueblo, sino que se centraron en la transición de la Misa como sacrificio propiciatorio a la Misa como celebración eucarística y jubilosa de la Alianza: «El espíritu de la liturgia de otra fe, su teología, las normas de la oración y de la Misa de antes (la lex orandi del pasado), ya no pueden, sin discernimiento, seguir siendo las normas de la fe de hoy, su contenido (nuestra lex credendi). […]
 
»Una fe que derivase todavía de la lex orandi de ayer, que hizo del catolicismo la religión de un dios perverso que hace morir a su hijo para aplacar su ira, una religión de un mea culpa y una reparación perpetuos, conduciría a un antitestimonio de fe, a una imagen desastrosa de Cristo. […]
 
Lamentablemente, nuestras misas [tradicionales] siempre se caracterizan por un señalado carácter expiatorio de finalidad propiciatoria para aniquilar los pecados (mencionados 20 veces), alcanzar nuestra salvación y salvar las almas de la venganza divina. “Propiciación’ que las comunidades Ecclesia Dei defienden con uñas y dientes, con sus sacerdotes sacrificadores, formados para hablar del Santo Sacrificio de la Misa, que es una verdadera inmolación.» […]

Prosiguen los Weidert: «Si queremos poder ofrecer algún día o una fe y una práctica cristiana atractivas, debemos aventurarnos, mediante la reflexión y la formación, a descubrir un fondo aún inexplorado (sin explotar) de la salvación por Jesús, no poniendo en primer lugar su muerte contra (“por”) los pecados sino su existencia como Alianza. Porque, “en efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación” (Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 5). ¡La opción es clara! No entre sensibilidades y estéticas religiosas diferentes, sino entre sacrificios interminables para borrar los pecados y Eucaristías que sellan la Alianza/Cristo» [11].
 
«Cuánta razón tuvo el papa Francisco al afirmar en Desiderio desideravi que sería banal leer las tensiones, desgraciadamente presentes en torno a la celebración, como una simple divergencia entre diferentes sensibilidades sobre una forma ritual». [12]

De hecho, los cardenales Roche y Cantalamessa acaban de concordar volens nolens con furibundos modernistas como el matrimonio Weidert, que considera que el rito de S. Pío V es la misa de «otra fe».

Siendo así, en el Vaticano no pueden extrañarse de que la fidelidad al Depósito de la Fe obligue a los católicos tradicionalistas a resistir sin cejar una legislación litúrgica ilegítima, que pretende imponer una construcción litúrgica artificial (Ratzinger dixit), y se aparta en puntos esenciales de los dogmas definidos en el Concilio de Trento, mientras se restringe gradualmente, hasta su extinción, un rito santo de la Misa que se desarrolló armónicamente a lo largo de los siglos.

José Antonio Ureta

1. Cards. A. Ottaviani y A. Bacci, carta a Paulo VI, introductoria del Breve estudio crítico del Novus Ordo Missae.

2. BBC, March 19, 2023

3. http://www.cantalamessa.org/?p=4080&lang=es

4. Pío XII, encíclica Mediator Dei (Nov. 20, 1947), Vatican.va

5. Cantalamessa, Mysterium Fidei!

6. Una crítica doctrinal de Desiderio desideravi: La primacía de la adoración

7. Oscurecimiento de la centralidad de la Pasión redentora

8. Del sacrificio del Calvario al recuerdo de la Presencia

9. De sacerdotes del Sacrificio a presidentes de asambleas

10. ¿El Novus Ordo como arma para promover “otra fe”?

11. Aline y Alain Weidert, en La Croix, 10-02-2022,

12.https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/20220629-lettera-ap-desiderio-desideravi.html, n° 31.

martes, 20 de diciembre de 2022

El obispo Schneider dice que la 'persecución' del Papa contra la misa en latín es un 'abuso de poder' que debe resistirse



En LifeSiteNews del 4 de octubre se podían leer estas palabras extraídas de su conferencia de Pittsburgh:

“El poder actual odia lo santo, y por eso persigue la misa tradicional”.

Palabras fuertes complementadas con este sabio llamado: 
“pero nuestra respuesta no debe ser ni cólera ni pusilanimidad, sino una profunda certeza en la verdad y la paz interior, la alegría y la confianza en la Divina Providencia”. 
El prelado también afirmó:
“declarar la Misa reformada del Papa Pablo VI como expresión única y exclusiva de la lex orandi del rito romano -como está haciendo el Papa Francisco- viola la tradición bimilenaria de todos los pontífices romanos, que nunca ha mostrado una intolerancia tan rígida".
Y añadía:
«no se puede crear un rito nuevo de repente -como hizo Pablo VI- y declararlo voz exclusiva del Espíritu Santo en nuestro tiempo y, al mismo tiempo, silenciando el rito anterior -que ha permanecido prácticamente invariable durante al menos 1.000 años- de ser deficiente y perjudicial para la vida espiritual de los fieles".
Y aclara este argumento, afirmando que 
esto "lleva inevitablemente a la conclusión de que el Espíritu Santo se contradice".
Mons. Schneider entra en el fondo de las críticas realizadas, ya en 1969, por los cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci en su Breve examen [ aquí ]:
“Sin duda, el Novus Ordo de Pablo VI -afirmó- debilita la claridad doctrinal relativa al carácter sacrificial de la Misa y debilita considerablemente el carácter de sacralidad y misterio del culto mismo”. Mientras que la Misa tradicional contiene e irradia "una eminente integridad doctrinal y una sublimidad ritual"
Esto explica la hostilidad de quienes persiguen la misa tradicional:
«El esplendor de la verdad, sacralidad y sobrenaturalidad del rito tradicional de la Misa preocupa a los clérigos que ocupan altos cargos de la Iglesia en el Vaticano y a otros que han abrazado una nueva posición teológica revolucionaria, más cercana a la visión protestante de la Eucaristía y de culto, caracterizado por el antropocentrismo y el naturalismo».
E insiste: 
Pablo VI es “el primer Papa en dos mil años que se ha atrevido a hacer una revolución en el Ordo de la Misa, una auténtica revolución”. 
Esta declaración, en el período en que Mons. Schneider publica su libro La Misa Católica (Chorabooks), haciéndole querer optar por la celebración exclusiva de la misa tradicional, él que por ahora también celebra la Misa de Pablo VI en determinadas circunstancias. Sobre todo porque, en el resto de su discurso, 

invita con fuerza a los sacerdotes y fieles vinculados a la Misa tradicional a no temer una forma de "exilio litúrgico, acogido como una persecución sufrida por Dios".

Luego establece este paralelismo histórico: 
«la actual persecución contra un rito que la Iglesia romana ha guardado celosa e inmutablemente desde al menos un milenio -por lo tanto desde mucho antes del Concilio de Trento- parece ser ahora una situación análoga a la persecución de los integridad de la fe católica durante la crisis arriana del siglo IV".
“Aquellos que en ese momento mantuvieron inmutable la fe católica fueron desterrados de las iglesias por la gran mayoría de los obispos, y fueron los primeros en celebrar una especie de misas clandestinas”.
Y añade al discurso de los perseguidores: 
"podemos decir a los eclesiásticos espiritualmente ciegos y arrogantes de nuestros días - que desdeñan el tesoro del rito tradicional de la Misa y que persiguen a los católicos que se apegan a ella - 'ustedes no logrará derrotar y extinguir la tradición de la Misa”».
«Santo Padre Papa Francisco, no logrará extinguir el rito tradicional de la Misa. ¿Por qué? Porque está luchando contra la obra que el Espíritu Santo ha tejido con tanto cuidado y con tanto arte a lo largo de los siglos y de los tiempos".
La verdadera obediencia en la Iglesia

Respondiendo a las preguntas de Michael Matt, director de The Remnant , el 13 de octubre, monseñor. Schneider aclaró la naturaleza de la verdadera obediencia en la Iglesia, con elementos de explicación que recuerdan los desarrollados por Mons. Marcel Lefebvre, hace más de 40 años:
“Debemos continuar incluso si en algunos casos decimos que no podemos obedecer al Papa en este momento porque ha emitido estos mandamientos u órdenes que obviamente socavan la fe, o que nos quitan el tesoro de la liturgia; es liturgia de toda la Iglesia, no de ella, sino de nuestros padres y de nuestros santos, por tanto tenemos derecho a ella". “En estos casos, aunque desobedezcamos formalmente, obedeceremos a toda la Iglesia de todos los tiempos, y también, con esta desobediencia aparente y formal, honraremos a la Santa Sede custodiando los tesoros de la liturgia, que es un tesoro de la Santa Sede, pero que está temporalmente limitado o discriminado por quienes actualmente ocupan altos cargos en la Santa Sede".
En una entrevista del 28 de octubre con el director de LifeSiteNews , John-Henry Westen, monseñor. Schneider vuelve a la persecución, evocando la época de las catacumbas:
“Un ejemplo de este tipo de situación, tanto para los fieles como para los sacerdotes -de ser de alguna manera perseguidos y marginados por quienes ocupan altos cargos en la Iglesia, por los obispos- es lo que hemos conocido en el siglo IV, con el 'arrianismo'.«En aquella época los obispos válidos, los obispos lícitos, en todo caso la mayoría de ellos, perseguían a los verdaderos católicos que conservaban la tradición de la fe en la divinidad de Jesucristo, el Hijo de Dios. Era cuestión de vida o muerte. por la verdad, por la tradición de la fe. Y así fueron expulsados ​​de las iglesias, obligados a ir a las "raíces", a las misas al aire libre».
“En cierto sentido, nosotros también podemos encontrarnos en situaciones como esta. Y ya ha sucedido, sobre todo después de Traditionis custodes . Hay lugares donde la gente es literalmente expulsada de las parroquias donde durante muchos años se celebró la Misa tradicional en latín aprobada por el Papa Benedicto XVI y los obispos locales”. “Hoy, en el nuevo contexto de la Traditionis custodes , ciertos obispos –repito– literalmente expulsan de las iglesias, de las parroquias, a los mejores fieles, a los mejores sacerdotes: los expulsan de la iglesia parroquial que se llama iglesia madre. Y estos fieles se ven por tanto obligados a buscar nuevos lugares de culto, gimnasios, escuelas o salas de reunión, etc.»
“Es una situación similar a una especie de catacumba. No son literalmente catacumbas porque todavía se pueden celebrar públicamente, pero se pueden comparar con el tiempo de las catacumbas porque las estructuras y edificios oficiales de la Iglesia no se pueden usar".
Y recuerda de nuevo qué es realmente la obediencia en la Iglesia:
«Debemos aclarar el verdadero concepto y significado de la obediencia. Santo Tomás de Aquino dice que debemos obediencia absoluta e incondicional sólo a Dios, pero a ninguna criatura, ni siquiera al mismo Papa. La obediencia al Papa ya los obispos en la Iglesia es, por tanto, una obediencia limitada».“Por lo tanto, cuando el Papa o los obispos ordenan algo que socava manifiestamente la plenitud de la fe católica y la plenitud de la liturgia católica -ese tesoro de la Iglesia, la misa tradicional en latín- es perjudicial porque socava la pureza de la fe. ; al socavar la pureza de la santidad de la liturgia, socavamos a toda la Iglesia".
“Reducimos el bien de la Iglesia, el bien espiritual de la Iglesia. Reducimos el bien de nuestras almas. Y en esto, no podemos cooperar. ¿Cómo podríamos colaborar en disminuir la pureza de la fe, cómo podríamos colaborar en disminuir el carácter sagrado, sublime, de la liturgia de la Santa Misa, la Misa tradicional milenaria de todos los santos?»En tal situación, tenemos la obligación (no se trata sólo de decir que “podemos” en determinadas ocasiones) decir al Santo Padre, a los obispos, “con todo el respeto y el amor que os debemos, no podemos cumplir estas órdenes que das porque perjudican el bien de nuestra santa Madre Iglesia".  
Entonces tenemos que buscar otros lugares, incluso siendo de alguna manera formalmente desobedientes. Pero en realidad seremos obedientes a nuestra santa Madre Iglesia, que es más grande que cualquier Papa en particular. ¡La Santa Madre Iglesia es más grande que un Papa en particular! Y así obedecemos a nuestra santa Madre Iglesia”. 
“Obedecemos a los papas de todos los tiempos que han promovido, defendido, protegido la pureza de la fe católica, incondicionalmente, sin compromiso, y que también han defendido la santidad y la liturgia inmutable de la Santa Misa a lo largo de los siglos”.
- Fuente FSSPX.noticias .

martes, 6 de diciembre de 2022

El breve examen crítico de la nueva misa de Pablo VI



A continuación, examinaremos brevemente los principales cambios en sentido protestante introducidos en la Misa de Pablo VI, tanto en la estructura litúrgica como en el propio rito.

Naturalmente, sólo nos vamos a ocupar de los que resultan más perceptibles para los fieles sencillos, para que todos se hagan una idea clara de los contras entre el rito nuevo y el tradicional.

Cambios estructurales en la Iglesia

1) Eliminación sistemática de la barandilla que separa del espacio sagrado del presbiterio. Éste último, que antes estaba reservado a los sacerdotes y otros ministros sagrados, está abierto actualmente a todos, sean consagrados o laicos. Las consecuencias de ello han sido la eliminación del concepto de lugar sagrado, la desacralización del sacerdote y la progresiva equiparación en la práctica de clero y seglares.

2) El altar destinado a la celebración está ahora de cara al pueblo. El sacerdote ya no se dirige a Dios para ofrecer el divino Sacrificio en beneficio de los fieles, sino hacia el pueblo, en un simple encuentro de oración.

Obsérvese que el altar antiguo ni siquiera estaba orientado hacia los feligreses, sino hacia el Oriente, símbolo de Cristo, como testimonia entre otras cosas la orientación geográfica de muchas basílicas antiguas. El altar, mejor dicho, la mesa orientada hacia el pueblo, es por el contrario una creación enteramente personal de Lutero y demás pseudorreformadores del siglo XVI.

3) En la mayoría de los casos el altar está diseñado en forma de mesa, como si fuera a servir para una cena. La Misa ya no es el Sacrificio expiatorio; se ha convertido en una simple comida fraterna. Mientras que en realidad el altar evoca la idea de un sacrificio ofrecido a Dios, la mesa hace pensar en una comida compartida en una mera conmemoración. Por eso en los templos protestantes se usa -donde la hay- una mesa, nunca un altar.

4) Según las rúbricas de la nueva Misa de Pablo VI, el Sagrario puede estar apartado del centro del presbiterio. Disposiciones recientes, como por ejemplo las de la Conferencia Episcopal Italiana, han culminado la operación, imponiendo una capilla lateral al efecto. Es para no ofender a los protestantes; de ese modo, la Presencia permanente de Nuestro Señor Jesucristo en el Tabernáculo dejará de ser un obstáculo para el irreversible camino ecuménico.

5) En el centro del presbiterio, y generalmente en lugar del Sagrario, se encuentra actualmente la silla del sacerdote celebrante. El hombre ocupa el lugar de Dios, y la Misa se convierte en un simple encuentro fraterno entre la asamblea y su «presidente», es decir el sacerdote, cuya misión ha quedado reducida a la de un mero director, animador litúrgico de la antropocéntrica nueva Iglesia conciliar.

Con la entusiástica aprobación de los obispo, se inserta en este ambiente festivo el estilo pop de grupos musicales parroquiales más o menos juveniles, con miras a caldear el ambiente con ritmos y músicas bailables (en no pocas eucaristías conciliares se baila ya a todos los efectos).

Cambios dogmático-litúrgicos en el rito de la Misa

1) Se han eliminado las oraciones preliminares al pie del altar, al final de las cuales el sacerdote, entre otras cosas, se reconocía indigno de entrar en el sancta sanctorum para ofrecer el sacrificio divino e invocaba la intercesión de los santos para purificarse de todo pecado.

En su lugar, en la nueva Misa antropocéntrica el que preside la asamblea se explaya dando la bienvenida, que en muchos casos no es más que un preludio al desencadenamiento de una más o menos anárquica creatividad litúrgica.

2) Se ha eliminado el doble Confíteor (el primero lo rezaba sólo el celebrante, y a continuación el pueblo hacía el segundo). Esto distinguía al sacerdote de los fieles, que se dirigían a él llamándolo páter, padre.

En la nueva Misa todos rezan juntos el Yo, pecador una sola vez. El sacerdote ya no es padre para los fieles, sino un hermano más entre ellos. Democráticamente y a la manera protestante, queda borrado -ni más ni menos- en el actual «yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante vosotros hermanos…» O sea, que todos somos hermanos.

3) Las lecturas bíblicas las pueden hacer simples laicos (se podría decir que hoy en día es invariablemente así), lo mismo hombres que mujeres.

Totalmente contrario a la prohibición, que se remontaba a los primeros siglos y que siempre había reservado ese cometido a clérigos ordenados de lector para arriba. Precisamente, el lectorado era una de las órdenes menores que llevaban al estado clerical. Entre los protestantes, no existe clero, sino meros ministros y ministerios, por eso la reforma de Pablo VI eliminó las órdenes menores e instituyó en su lugar nada menos que ministerios: lectorado y acolitado y cualquiera, da igual que sea hombre o mujer, tiene acceso al atril para leer.

4) En el Ofertorio de la Misa de antes el sacerdote ofrecía a Cristo al Padre como Víctima propiciatoria y expiatoria por los pecados, con palabras inequívocas: «Recibe, Padre Santo […] esta Hostia inmaculada que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco […] por mis innumerables pecados […] y también por todos los fieles cristianos, vivos y difuntos […] a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación y la vida eterna».

A los protestantes siempre les resultó bastante indigesto que se pusiera de relieve el aspecto propiciatorio de la culpa y expiatorio de la pena, hasta el punto de que las primeras partes de la Misa Romana que suprimió Lutero fueron precisamente las oraciones del Ofertorio. Hoy en día, en el Ofertorio de la nueva Misa de Pablo VI el presidente de la asamblea se limita a ofrecer pan y vino para que se conviertan en un indeterminado pan de vida y una vaga bebida de salvación. La idea misma de Sacrificio propiciatorio y expiatorio ha quedado concienzudamente suprimida.

5) En la Misa de Pablo VI se ha conservado el Canon Romano para guardar las apariencias, pero eso sí, mutilado. Se le han añadido, con el claro fin de suplantarlo gradualmente, tres nuevas plegarias eucarísticas (II,III y IV) más actualizadas, fruto de la colaboración con seis peritos protestantes. Con esas oraciones, para que nos entendamos, el presidente de la asamblea da gracias a Dios porque «nos haces dignos de servirte en tu presencia» (plegaria II), mezclando así su misión con la de los simples fieles en un único sacerdocio común que recuerda a Lutero. Si no, se dirige a Dios y lo alaba diciendo: «congregas a tu pueblo para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso» (plegaria III), con lo cual el pueblo y no el sacerdote parece convertirse en el elemento determinante para que se produzca la Consagración.

En la segunda parte del plan protestantizante del Misal de Pablo VI se han insertado cuatro oraciones eucarísticas que van más lejos todavía.

Llega a afirmarse que Cristo nos congrega para el banquete pascual (concepto y terminología enteramente protestantes), mientras el presbítero-presidente conciliar ya no pide que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo (como todavía se hacía en las plegarias II, III y IV), sino tan solo que Cristo se haga presente entre nosotros con su Cuerpo y su Sangre. Una simple y vaga presencia de Cristo entre nosotros. Nada queda ya de transustanciación ni de Sacrificio expiatorio y propiciatorio. Sin los cuales, huelga recordarlo, ya no hay Misa.

El sacrificio del que se habla después en la misma plegaria eucarística debe entenderse necesariamente por tanto como mero sacrificio de alabanza (cosa todavía aceptada por Lutero y compañía, que rechazaban de plano toda idea de sacrificio expiatorio y propiciatorio).

6) En el nuevo rito de Pablo VI ha desaparecido en todas las plegarias eucarísticas el punto que precedía a las palabras de la Consagración. En el antiguo Misal Romano ese punto y aparte obligaba al sacerdote a interrumpir la mera conmemoración de lo que pasó en la Última Cena para disponerse a realizar, o sea a renovar de forma incruenta pero real el divino Sacrificio.

El presbítero-presidente conciliar se encuentra ahora en presencia de dos puntos ortográficos que lo llevarán -psicológica y lógicamente- a limitarse a seguir recordando y pronunciar por tanto las palabras de la Consagración con intención meramente conmemorativa (exactamente como en la llamada cena de los protestantes).

7) Se ha eliminado la genuflexión del sacerdote inmediatamente después de la Consagración, mediante la cual expresaba la fe en la transustanciación que se acababa de producir con las palabras consagratorias recién dichas. Concepto totalmente inaceptable para los protestantes que, como es sabido, niegan el sacerdocio derivado del sacramento del Orden con todos los poderes espirituales que conlleva.

En la nueva Misa actual de Pablo VI el presidente de la asamblea se arrodilla una sola vez, y no es inmediatamente después de la Consagración, ni después de elevar cada una de las dos especies para mostrarlas a los fieles presentes. Esto es perfectamente aceptable para los protestantes, para quienes (sin la menor transustanciación) sobre la mesa de la Santa Cena Cristo se hace presente únicamente gracias a la fe de los congregados.

Por enésima vez, salta a la vista que el nuevo rito de los conciliares es un amplio punto de encuentro con los llamados hermanos separados.

8) La aclamación de los fieles al final de la Consagración, si bien está tomada del Nuevo Testamento, es totalmente inoportuna y engañosa: introduce por enésima vez un elemento de ambigüedad al presentar a un pueblo que espera la venida de Cristo, cuando por el contrario Él ya está realmente presente sobre el altar como Víctima del Sacrificio expiatorio y propiciatorio que se acaba de renovar.

Como con todas las otras modificaciones e innovaciones, se hace más evidente al encuadrarlo en el contexto general de los demás cambios.

9) En el antiguo Rito Romano, en el momento de la Comunión los fieles, arrodillados humildemente, repetían a imitación del centurión: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme» (Mt.8,8). De ese modo manifestaban fe en la Presencia Real del Señor bajo las sagradas especies.

En cambio, en la Misa de Pablo VI se limitan a decir que no son dignos de participar de la mesa*, expresión vaguísima y totalmente aceptable en ambientes protestantes. [* En la versión italiana, N. del T.]

10) En la Misa romana antigua, la Eucaristía se recibía obligatoriamente de rodillas, en la lengua y tomando todas las precauciones para evitar la caída de partículas, utilizándose para ello una patena.

Por el contrario, en la Misa de Pablo VI y, conforme a la sinuosa táctica modernista, se empezó por disponer ad experimentum la mera posibilidad de recibir la Comunión de pie. Al poco tiempo, comulgar de pie se volvió poco menos que obligatorio. Sucesivamente se introdujo -por parte de las diversas conferencias episcopales- la comunión en la mano, entusiásticamente promovida por un clero conciliar que había perdido la fe, totalmente indiferente a los inevitables sacrilegios, voluntarios o involuntarios, a los que es sometido de esa forma el Cuerpo de Cristo. Con la pandemia de 2020, comulgar en la mano se volvió prácticamente obligatorio en todas partes.

11) La administración del Sacramento de la Eucaristía ya no está reservada a los sacerdotes y diáconos como lo ha sido desde los tiempos de los Apóstoles; con autorización del obispo, gozan en la actualidad de la misma facultad monjas y simples seglares.

Conclusión: Para terminar, recordemos la grave amonestación de aquel célebre estudioso de la sagrada liturgia que fue Dom Prospero Géranguer: 
«Lo que caracteriza ante todo a la herejía antilitúrgica es el odio a la Tradición en las formas del culto divino. Todo sectario que quiere introducir una falsa doctrina se topa inevitablemente con la Liturgia, que es la Tradición en su máxima potencia, y no descansará hasta que logre callar esa voz arrancando las páginas que contienen la fe de los siglos que nos precedieron».
Petrus

domingo, 10 de enero de 2021

Viganò: «La supresión del juramento antimodernista fue una dejación de funciones, una traición de una gravedad inaudita»

 ADELANTE LA FE


Porque después de mi defección, me he arrepentido, y después de volver en mí, me azoté el muslo; estoy avergonzado y confuso, pues llevo el oprobio de mi juventud.

Jer.31,19

En un artículo que apareció en LifeSiteNews el pasado 28 de septiembre [1], la Dra. Maike Hickson me hizo algunas preguntas con vistas a complementar las afirmaciones que yo había hecho sobre el Concilio Vaticano II de las que habló Marco Tosatti [2].

EL JURAMENTO ANTIMODERNISTA

En el siguiente análisis hablaré del Juramento Antimodernista que promulgó San Pío X mediante el motu proprio Sacrorum antistitum del 1º de septiembre de 1910 [3], tres años después de la publicación del decreto Lamentabili [4] y la encíclica Pascendi Dominici gregis [5]. El apartado VI de Pascendi estableció la institución lo antes posible (quanto prima) de un Consejo de Vigilancia en cada diócesis, mientras que el VII ordenaba que en el plazo de un año se enviase a la Santa Sede «de las doctrinas que dominan en el clero», y luego cada tres años, «una relación diligente y jurada» de cómo se estaba poniendo en práctica lo prescrito por la encíclica, el cual más tarde se llegó a conocer como la relación Pascendi [6].

Se observará que la Santa Sede encaraba de un modo muy diferente la gravísima crisis doctrinal de aquellos años si la comparamos con la postura diametralmente contraria adoptada después del pontificado de Pío XII.

Los novadores se quejaban de lo que llamaron un clima de caza de brujas, pero incuestionablemente tenía el mérito de que gracias a un sistema de vigilancia y prevención se acababa con los enemigos que acechaban a la Iglesia desde dentro. Si entendemos la herejía como una enfermedad contagiosa que aqueja al cuerpo de la Iglesia, tendremos que reconocer que San Pío X actuó con la sabiduría de un médico que erradicó la enfermedad y aisló a quienes contribuían a su propagación.

ABOLICIÓN DEL JURAMENTO Y DEL ÍNDICE

Al reconocer el vínculo ideológico que yo había puesto de relieve entre el Concilio y la declaración de Land O’Lakes del 23 de julio de 1967, Maike y Robert Hickson señalaron acertadamente otra interesante coincidencia: la derogación el 17 de julio de 1967 de la obligación hasta entonces vigente que todo sacerdote tenía de hacer el Juramento antimodernista. Esta abolición pasó casi desapercibida, sustituyendo la fórmula anterior –que exigía la profesión de fe y el Jusjurandum antimodernisticum– por el Credo de Nicea y esta breve frase:
Firmiter quoque amplector et retineo omnia et singula quae circa doctrinam de fide et moribus ab Ecclesia, sive solemni iudicio definita sive ordinario magisterio adserta ac declarata sunt, prout ab ipsa proponuntur, praesertim ea quae respiciunt mysterium sanctae Ecclesiae Christi, eiusque Sacramenta et Missae Sacrificium atque Primatum Romani Pontificis. [Abrazo y sostengo firmemente y sin excepción todo cuanto ha formulado y declarado la Iglesia con respecto a la doctrina de la fe y las costumbres, ya sea por solemne definición o por el magisterio ordinario, y en particular todo lo referente a la Santa Iglesia de Cristo, los Sacramentos, el Sacrificio de la Misa y el primado del Romano Pontífice.]
La nota explicativa de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe declaraba: «Formula deinceps adhibenda in casibus in quibus iure praescribitur Professio Fidei, loco formulae Tridentinae et iuramenti antimodernistici De ahora en adelante se empleará esta fórmula en los casos en que la ley prescriba la profesión de fe, en lugar de la fórmula tridentina y del juramento antimodernista.»[7]

Hay que señalar que esta derogación fue precedida de la abolición del Índice de libros prohibidos, que tuvo lugar el 4 de febrero de 1966, después de que Paulo VI redefiniera las competencias y la estructura de la congregación el 7 de diciembre de 1965 y cambiara el antiguo nombre de Santo Oficio por el actual, mediante el motu proprio Integrae servandae:

«Porque la caridad “echa fuera el temor” (1 Jn 4,18), y se procura mejor defender la fe mediante la promoción de la doctrina, corrigiendo errores y llevando con suavidad al buen camino a los que yerran. Además, el progreso de la civilización, cuya importancia en lo religioso no podemos olvidar, hace que los fieles sigan más plenamente y con más amor a la Iglesia si comprenden la razón de las determinaciones y las leyes, en la medida que esto es posible en el ámbito de la fe y las costumbres».[8]

La derogación del Juramento antimodernista formaba parte de un plan para desmantelar la estructura disciplinaria de la Iglesia precisamente en el momento en que era mayor el peligro de adulteración de la fe y la moral por parte de los novadores. Esa operación confirma la intención de quienes ante el ataque ultraprogresista lanzado en el Concilio no sólo dieron rienda suelta al enemigo sino que al mismo tiempo privaron a la Jerarquía de los medios disciplinarios para protegerse y defenderse. Aquello fue una dejación de funciones, una traición de una gravedad inaudita, y más aún en aquellos terribles años. Sería como si en plena batalla el comandante el jefe ordenara a sus hombres que depusieran las armas ante el adversario justo cuando estaban a punto de tomar por asalto la fortaleza enemiga.

POR QUÉ NO ES ADECUADA LA NUEVA FÓRMULA

Que la nueva fórmula de 1967 no es apropiada, también lo señaló el P. Umberto Betti O.F.M. en las Consideraciones doctrinales que se publicaron 1989 tras la promulgación de la nueva fórmula de profesión de fe:

Esta afirmación omnicomprensiva, aunque se aconsejaba por su brevedad, no estaba exenta de una doble desventaja: que no se podía distinguir bien las verdades propuestas para creerse como divinamente reveladas de modo definitivo pero no divinamente reveladas, y el de omitir las enseñanzas del supremo magisterio sin la nota de divinamente revelada o de proposición definitiva.[9]

Da la impresión de que entiende que la solicitud de la Congregación estuvo motivada por la necesidad de incluir en el juramento de fidelidad tanto el propio Concilio como el magisterio que carece de «la nota de divinamente revelada o de proposición definitiva», tras la cual, alegremente y con el entusiasmo del desmantelamiento conciliar, la primera fórmula había permitido en sustancia que se entendiese que el contenido del Juramento antimodernista ya no tenía validez, y que por tanto era posible adherirse –como en efecto sucedió– a las heterodoxas doctrinas modernistas.

LOS REBELDES HACEN SUYAS LAS DEMANDAS DEL COMUNISMO

No puedo afirmar con seguridad que el padre Theodore M. Hesburgh fuera consciente de la inminente derogación de la Profesión de Fe y del Juramento Antimodernista mientras preparaba la Declaración de Land O’Lakes. Con todo, me parece evidente que el clima de rebelión reinante aquellos años en Europa y en Estados Unidos contribuyó en gran medida a que se creyese que Roma aprobaba, si no los excesos escandalosos, al menos ciertas concesiones a los progresistas.

Recuerdo que el 9 de octubre de 1966 el cardenal Alfrink había presentado el nuevo catecismo holandés en Utrecht, expresión de todos los errores que el espíritu del Concilio consideraba por entonces que se habían establecido. Al año siguiente, el 10 de octubre de 1967, durante el tercer congreso internacional para el apostolado de los seglares que se celebró en Roma, se conmemoró la muerte de Ernesto «Che» Guevara, muerto el día anterior en un combate guerrillero. En los meses siguientes se sucedieron ocupaciones violentas de las universidades por parte de los estudiantes, entre ellas la Católica de Milán, en protesta contra la guerra del Vietnam. Y el 5 de diciembre de 1967, gracias a la intervención del secretario de estado Agostino Casaroli, el presidente del estudiantado de la Universidad Católica de Milán, Nello Canalini, fue recibido en audiencia por el Subsecretario de Estado, monseñor Giovanni Benelli. El 21 de diciembre de 1967, a pesar de las amonestaciones de su orden, tres sacerdotes y una monja se integraron a la guerrilla guatemalteca, y dos días más tarde, con motivo de la visita del presidente Lindon B. Johnson al Vaticano, hubo protestas de católicos progresistas, incluido el Círculo Maritain de Rimini. A esto siguió la condena de la guerra de Vietnam por el cardenal Lercaro (1 de enero de 1968) y la proclama antiimperialista de Fidel Castro, redactada por cuatro sacerdotes. El 31 de enero de ese mismo año, el obispo brasileño Jorge Marcos defendió la revolución en una entrevista televisada. El 16 de febrero, los presidentes de la FUCI (federación católica de universitarios italianos), Mirella Gallinaro y Giovanni Benzoni, dirigieron una carta abierta a los catedráticos exponiendo los motivos de las protestas estudiantiles. A partir de ese momento, las protestas se multiplicaron, algunas de ellas violentas, dando lugar al tristemente célebre Mayo del 68, en el cual se ocuparon todas las universidades italianas. ¿De qué nos vamos a extrañar? El Che Guevara había estudiado en un colegio jesuita de Santiago de Cuba, y en el ámbito político la revolución siempre procede de una revolución en la esfera teológica.

LA JERARQUÍA SE RINDE ANTE LA SUBVERSIÓN

Está claro que el ambiente político de aquellos años fue el caldo de cultivo de la Revolución, y es también evidente que la Iglesia no reaccionó con la firmeza y determinación que habría sido necesaria. Es más, incluso por parte de los gobiernos nacionales, la respuesta fue del todo ineficaz. Se entiende, por tanto, que el clima de rebeldía imperante en los ambientes progresistas católicos no podía menos que incluir a los sedicentes intelectuales de Land O’Lakes y a muchas universidades de diversos países. En vez de interrogarse por las causas de aquellas agitaciones, la Jerarquía procuró deplorar torpemente los excesos, precisamente porque la causa estaba en el Concilio y su sentido contestatario, a pesar de lo proclamado por Paulo VI:

Después del Concilio la Iglesia ha gozado, y sigue gozando de un magnífico despertar que Nos agrada reconocer y promover; pero la Iglesia también ha sufrido y sigue sufriendo por un torbellino de ideas y de sucesos que desde luego no se ajustan al buen Espíritu ni prometen esa renovación vital que ha prometido y promovido el Concilio. También en ciertos ambientes católicos se ha abierto paso una idea de efectos contradictorios: la idea del cambio, que para algunos ha sustituido a la del aggiornamento, predicho por el papa Juan, de grato recuerdo, atribuyendo así, contra la evidencia y contra la justicia, a aquel fidelísimo Pastor de la Iglesia criterios no ya innovadores, sino que incluso subvierten las enseñanzas y la disciplina de la propia Iglesia.[10]

Esos «criterios no ya innovadores, sino que incluso subvierten las enseñanzas y la disciplina de la propia Iglesia» los tenemos hoy a la vista, y estaban ya presentes cuando se impuso a todo el pueblo cristiano la nueva Misa, epítome de la subversión en el terreno litúrgico.

Recuerdo muy bien el clima imperante en aquellos años y la consternación de numerosos sacerdotes, profesores y teólogos ante la arrogancia de los rebeldes y la violencia de sus partidarios. Y también recuerdo la timidez y el miedo a agravar los enfrentamientos; el fruto del complejo de inferioridad que aquejaba en particular a los más altos niveles de la Iglesia y el Estado. 

Por otro lado, después de la operación emprendida por Roncalli y Montini para desmantelar la naturaleza solemne y sacerdotal del pontificado de Pío XII, aquella sensación de fracaso era la única reacción posible para un episcopado habituado a la obediencia ciega, y más aún en vista de la impunidad de que gozaban sus hermanos en el episcopado que eran modernistas. Era la época en que la abadía benedictina alemana de Michaelsberg pidió ser reducida al estado laical en protesta por los medios autoritarios del Vaticano, y los monjes terminaron casándose poco después. Era la época de la Carta de los 700, por la que 774 sacerdotes y laicos franceses pidieron a Paulo VI que se enfrentara a la Jerarquía, renunciara al poder temporal y se acercara más a los pobres. Actualmente esos setecientos insurrectos aclamarían a Bergoglio por haber concluido la labor que inició el Concilio.

CASAMATAS EN LA ESFERA ECLESIÁSTICA[11]

En vísperas del 68, suprimir la Profesión de fe y el Juramento antimodernista fue una decisión desafortunada porque, como el asalto a la Bastilla, había sido algo preparado en las tenidas secretas de los masones, y así, la Revolución del 68 encontró una base ideológica en las universidades católicas y formó allí a sus más entusiastas protagonistas, algunos de los cuales estaban adscritos a la extrema izquierda. No exigir al profesorado de aquellas universidades y a los capellanes de las instituciones laicas que hicieran el Juramento fue equivalente a autorizarlos a transmitir sus heterodoxas ideas, dando a entender que ya no estaba en vigor la condena del modernismo. Esto permitió que los novadores se hicieran los amos conforme a los métodos de Antonio Gramsci, que identificaba el aparato del Estado –colegios, partidos, sindicatos, prensa y asociaciones diversas– casamatas del enemigo que había que tomar en una acción paralela a la guerra en las trincheras.[12]

A este respecto, Alexander Höbel señala lo siguiente en uno de sus ensayos sobre Gramsci, filósofo fundador del Partido Comunista Italiano:

Antes de hacerse con el poder político, [el Partido Comunista] tiene que esforzarse por alcanzar la hegemonía en la sociedad civil, lo cual supone la hegemonía en lo ideológico y cultural, pero también significa tomar durante una larga guerra de posiciones que alterna por fases con la guerra en movimiento: las casamatas, las trincheras, los innumerables núcleos de poder popular (o de resistencia) que constituyen los sindicatos, las cooperativas, los gobiernos locales, las asociaciones y todo el entramado de estructuras que hacen a la sociedad civil de hoy inmensamente más compleja que en la época de Gramsci. A lo largo de este proceso la clase subordinada se convierte en una clase en sí. Se transforma en la clase dirigente y sienta las bases para convertirse en la clase dominante. Es decir, en el poder político que conquista a base del consenso y un compartir por parte de las masas, expresión de un nuevo bloque histórico. En esta batalla por la hegemonía, el proletariado no sólo forja una política de alianzas, sino que crea una conciencia política de los cambios que ya se han dado a nivel estructural en el desarrollo de las fuerzas productivas, dejando claro que la transformación política y social no sólo es posible sino necesaria. En este contexto, está claro que en la relación con los posibles aliados «la única posibilidad concreta es el entendimiento, ya que la fuerza se puede emplear contra enemigos, no contra una parte de uno mismo que quiere asimilarse rápidamente».[13]

Si aplicamos las recomendaciones de Gramsci a lo que ha pasado en el corazón de la Iglesia de un siglo para acá, podremos ver que la labor de tomar las casamatas eclesiales se ha llevado a cabo con los mismos métodos subversivos. Ciertamente la infiltración del estado profundo en las instituciones civiles y de la iglesia profunda en las católicas se ajusta a este criterio.

EXENCIÓN DEL JURAMENTO EN LAS UNIVERSIDADES ALEMANAS

Por lo que se refiere a la exención del juramento en los departamentos de las universidades alemanas en tiempos de San Pío X, entiendo por la documentación que he consultado [14] que no fue concedida, sino que de facto se consiguió mediante extorsión contrariando los deseos de la Santa Sede gracias a la tolerancia de ciertos miembros del episcopado alemán. El cardenal Walter Brandmüller ha destacado las consecuencias de dicha exención en los seminarios alemanes. Por mi parte, me limito a señalar que son patentes en la formación de Joseph Ratzinger, que asistió a las clases del Instituto Superior de Filosofía y Teología de Freising, del seminario Herzoglisches Georgianum de Munich en Baviera y a la Universidad Ludwig Maximilian de Munich. Además, el jesuita Karl Rahner, entre otros, se formó en Alemania; su currículum le ganó ser nombrado perito del Concilio por iniciativa de Juan XXIII, que era amigo del modernista Ernesto Buonaiuti.

A este respecto, es interesante lo que señaló el profesor Claus Arnold en su estudio The Reception of the Encyclical Pascendi in Germany (sobre la recepción de la encíclica Pascendi en Alemania):

A partir de una investigación general se puede reconstruir que la encíclica Pascendi sólo se pudo aplicar de un modo muy aproximativo, al menos para lo habitual en una burocracia centralizada. Desde esta perspectiva, se observa un alto grado de indolencia y resistencia por parte de los obispos, también en Alemania. Pío X tenía motivos de sobra para estar decepcionado: la secta secreta de los modernistas infiltrados en la Iglesia, cuya existencia se sospechaba, no pudo ser detectada por los obispos, y el juramento antimodernista de 1910 se puede considerar una expresión de insatisfacción por la ceguera de los obispos. Ahora bien, la manera tan generalizada en que no cumplieron con la obligación de delatar y la reacción de los obispos, en muchos casos formalista y, se podría decir, inmunizados para no interpretar, no debería llevarnos a minusvalorar los efectos de la encíclica. [15]

Indudablemente, la disciplina que entonces estaba en vigor tanto en los dicasterios romanos como en las diócesis de todo el mundo impidió el boicot total a las disposiciones dadas por San Pío X. Hasta tal punto que en 1955 el propio Joseph Ratzinger fue acusado de modernismo por el supervisor adjunto de la tesis que lo habilitaría para la docencia, el profesor Michael Schmaus, frente a su colega Gottlieb Söhngen, que defendía con Ratzinger la postura contraria. El joven teólogo tuvo que corregir su tesis en los puntos en que insinuaba una subjetivización del concepto de Revelación.[16]

EL JURAMENTO EN EL CONCILIO

Confirmo que, conforme a las normas canónicas entonces vigentes, todos los obispos que participaron en el Concilio Vaticano II y todos los sacerdotes que trabajaron en las diversas comisiones hicieron juntos el juramento antimodernista y la profesión de fe. Desde luego, los que rechazaron los esquemas preparatorios elaborados por el Santo Oficio y desempeñaron un papel decisivo en el bosquejo de los textos más polémicos faltaron al juramento que habían hecho sobre los Santos Evangelios, pero no creo que para ellos fuera un grave problema de conciencia.

EL CREDO DEL PUEBLO DE DIOS

El Credo del pueblo de Dios promulgado por Paulo VI el 30 de junio de 1968 en la capilla pontificia con el que se concluyó el Año de la Fe tenía por objeto ser la respuesta de la Sede Apostólica a la creciente oleada contestataria en la doctrina y la moral. Sabemos que ciertos cardenales lo recomendaron encarecidamente. Jacques Maritain colaboró en la redacción preliminar, y gracias al cardenal Charles Journet fue recibido en audiencia por Paulo VI entre 1967 y 1968, y presentó además un borrador de una profesión de fe que en cierta forma se oponía al herético Catecismo holandés que se acababa de publicar y que en aquellos meses estaba siendo examinado por una comisión de cardenales en la que participaba Journet. Antes de esto, y también a pedido de Paulo VI, el dominico Yves Congar redactó otra profesión de fe, que fue rechazada. Pero hay otro detalle:

…En una de las secciones, Maritain mencionaba explícitamente el testimonio común de los judios y los musulmanes contra los cristianos sobre la unidad de Dios. Pero en su Credo, Paulo VI da gracias a la bondad de Dios por los «muchos creyentes» que comparten con los cristianos la fe en un solo Dios, aunque sin mencionar explícitamente al judaísmo ni al islam.[17]

Descubrimos así que de no haber sido por la providencial revisión del Santo Oficio, el Credo habría introducido la doctrina de Nostra aetate, adoptada más tarde por los sucesores de Montini y a la que Bergoglio ha dado una expresión coherente en la Declaración de Abu Dabi.

ABDICACIÓN DE LA AUTORIDAD APOSTÓLICA

Aquí descubrimos otro punctus dolens en la conducta que unía a Maritain y a Montini:

En la introducción al texto preparado a petición de Journet, Maritain añadió algunas sugerencias en cuanto al método. Según Maritain, era conveniente que el Papa utilizara un nuevo procedimiento, haciendo su profesión de fe como un simple y sencillo testigo: «El testimonio de nuestra fe: eso es lo que queremos dar ante Dios y los hombres». Para Maritain, una simple confesión de la fe sería de más ayuda para las almas atribuladas, sin necesidad de presentar la profesión de fe como un acto de simple autoridad: «Si el Papa diera la impresión de prescribir o imponer su profesión de fe en nombre del magisterio, o bien tendría que decir toda la verdad, haciendo saltar chispas, o tendría que actuar con consideración, evitando los puntos más controvertidos, y esto último sería lo peor». Lo más eficaz y necesario era confesar clara y firmemente la integridad de la fe de la Iglesia sin lanzar anatemas contra nadie. [19]

Según Maritain, proclamar la verdad íntegra habría causado graves polémicas. La otra opción, o sea la consideración, evitar los puntos más controvertidos, ya había sido adoptada por el Concilio. Una vez más, se optó por la transigencia. La mediocridad quedó erigida como método de gobierno de la Iglesia, la suma del nuevo magisterio que se limitaba a proponer y evitaba «la menor alusión al anatema, pero en nombre del que ocupa la Silla de San Pedro. De ese modo quedaba excluida toda ambigüedad».[20] El Santo Oficio añadió un interesante comentario que podemos reevaluar actualmente, sobre todo después de Fratelli tutti:

Para Duroux, convendría aclarar también que cuando la Iglesia habla de asuntos temporales su meta no es crear un paraíso terrenal, sino simplemente hacer más humana la actual situación de los hombres. Vendría bien una inserción que eliminara las interpretaciones ambiguas de las posturas adoptadas por amplios sectores de la Iglesia, sobre todo en Hispanoamérica en vista de las injusticias políticas y sociales. [21]

Con una profesión de fe así, «que no fuera una definición dogmática propiamente dicha, aunque desarrollada de alguna manera para adaptarse a las condiciones espirituales de nuestro tiempo»[22], se intentó que el Papa dijera lo que había callado el Concilio: hay que señalar que el Credo contiene 15 citas de Lumen gentium y menciona 16 veces las actas del magisterio infalible anterior, si bien se limita a poner su referencia en el Denzinger.

Sea como sea, esa profesión de fe nunca se adoptó con el Juramento, y contribuyó más a silenciar las exasperadas almas de los pastores y los fieles [23] que a traer de vuelta a los rebeldes a la ortodoxia católica.

Me gustaría señalar otro elemento presente en las declaraciones de Maritain que no debemos desestimar: «Si el Papa diera la impresión de prescribir o imponer su profesión de fe en nombre del magisterio»… Aquí está el quid de la cuestión: en la dejación de funciones por parte de la propia autoridad. Según este enfoque, el Papa no debe dar la impresión de que manda ni impone nada, y si Paulo VI lo hizo accidentalmente, actualmente nos encontramos en la situación que esperaba el pensador francés hace cincuenta años: desde luego Bergoglio no parece que prescriba ni imponga su profesión de fe en nombre del magisterio. Y lo de «actuar con consideración, evitando los puntos más controvertidos» se ha convertido en la descarada afirmación de un contramagisterio que a pesar de estar canónicamente desprovisto de toda autoridad apostólica tiene la potencia explosiva de aquel a quien el mundo reconoce como Vicario de Cristo, Sucesor del Príncipe de los Apóstoles y Romano Pontífice. Por eso, a pesar de no dar la impresión de que lo haga, Jorge Mario Bergoglio explota su autoridad y la visibilidad que le brindan los grandes medios de difusión para demoler la Iglesia de Cristo. Y si el error puede afirmarse impunemente «sin lanzar anatemas contra nadie», se anatematiza mucho a quienes defienden la ortodoxia católica o denuncian los fraudes que se cometen. Huelga decir que «actuar con consideración evitando los puntos más controvertidos» no se reduce hoy en día a los aspectos doctrinales, sino también a la moral, apoyando gravísimas desviaciones en temas como ideología de género, homosexualidad, transexualismo y cohabitación.

RATZINGER Y EL JURAMENTO ANTIMODERNISTA

Está claro que Ratzinger es de los que rechazaron los esquemas preparatorios del Concilio y emprendieron una nueva vía. Es igualmente indiscutible que faltó al Juramento. Sólo Dios, que escudriña lo más recóndito de los corazones, sabe si Ratzinger era plenamente consciente de que cometió un sacrilegio.

A mí me parece también innegable que en muchos de sus escritos afloran su formación hegeliana y la influencia modernista, como tan magníficamente ha explicado el profesor Enrico Maria Radaelli y como confirma con abundantes detalles y a partir de numerosas fuentes Peter Seewald en su nueva biografía de Benedicto XVI. A este respecto, es evidente que las declaraciones del joven Ratzinger señaladas por Seewald contradicen en gran medida la hermenéutica de la continuidad que más tarde teorizó Ratzinger, quizá como una prudente retractación de su anterior entusiasmo.

Con todo, yo creo que con el tiempo, su labor como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y finalmente su elección al solio pontificio han contribuido al menos en alguna medida a que se arrepienta de los errores que cometió y las ideas que profesó. Eso sí, sería deseable que, sobre todo teniendo en cuenta el juicio divino que le aguarda, se distanciara teológicamente de esas posturas erróneas –me refiero en concreto a las expuestas en Introducción al cristianismo– que siguen divulgándose en universidades y seminarios que se jactan de católicos. Delicta juventutis meae et ignorantias meas ne memineris Domine (Sal. 25, 7).

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo

7 de diciembre de 2020
S. Ambrosii Episcopi et Confessoris

[1] https://www.lifesitenews.com/blogs/questions-for-archbishop-vigano-concerning-the-oath-against-modernism-and-its-abrogation


[3] Saint Pius X, Motu Proprio Sacrorum Antistitum, quo quaedam statuuntur leges ad Modernismi periculum propulsandum, 1 de septiembre de 1910. Obsérvese que la Santa Sede solo publica este document en su portal de internet en el texto latino, sin traducción a ninguna lengua actual, como hace con todos los otros documentos recientes.

[4] Sagrada Congregación del Santo Oficio, decreto

[5] San Pío X, encíclica Pascendi Dominici gregis sobre los errores del modernismo, 8 de septiembre de 1907.

[6] Cf. La Civiltà Cattolica, nº4, 106, de 1907: «Queremos y mandamos que los obispos de cada diócesis, pasado un año después de la publicación de las presentes Letras, y en adelante cada tres años, den cuenta a la Sede Apostólica, con Relación diligente y jurada, de las cosas que en esta nuestra epístola se ordenan; asimismo, de las doctrinas que dominan en el clero y, principalmente, en los seminarios y en los demás institutos católicos, sin exceptuar a los exentos de la autoridad de los ordinarios. Lo mismo mandamos a los superiores generales de las órdenes religiosas por lo que a sus súbditos se refiere» (apartado VII de Pascendi). Véase a este respecto Alejandro M. Diéguez, Tra competenze e procedure: la gestione dell’operazione, en The Reception and Application of the Encyclical Pascendi, Studi di Storia 3, edición de Claus Arnold y Giovanni Vian, Edizioni Ca’ Foscari, 2017.


[8] Paulo VI, Carta apostólica motu proprio Integrae servandae, 7 de diciembre de 1965.



[11] Casamata (del italiano casamatta:) Bóveda muy resistente para instalar una o más piezas de artillería (Diccionario de la Real Academia Española).

[12] Cf. A. Gramsci, Quaderni del carcere, edited by V. Gerratana, Turin, Einaudi, 1975, pp. 1566-1567.


[14] La Civiltà Cattolica, año 65, 1914, vol. 2, La parola del Papa e i suoi pervertitori, p. 641-650. Con relación al discurso de Pío X ante el consistorio el 27 de mayo de 1914 (AAS, 28 May 1914, year VI, vol. VI, n. 8, pp. 260-262): «El Papa se refiere al Juramento Antimodernista, que hará unos cinco años se habría de exigir a los profesores de teología de las universidades del Imperio» (p. 648). El pasaje del discurso de Pío X ante el consistorio es el siguiente: «Si alguna vez os encontráis con alguien que presume de creyente y dedicado al Papa y quiere ser católico pero considera un insulto que lo tachen de clerical, decidles solemnemente que los hijos dedicados del Papa obedecen su palabra y lo siguen en todo. No como los que estudian maneras de eludir sus mandatos o tratan de obligarlo con una insistencia digna de mejor causa a conceder exenciones y dispensas que cuanto más dañinas y escandalosas son.» El 30 de mayo, L’Osservatore Romano respodió con una nota que decía: «Hemos visto que algunos diarios, al comentar el discurso que pronunció el Santo Padre el miércoles pasado ante los nuevos cardenales han insinuado, ya sea para confundir las ideas y alterar las almas, o por otros motivos, que Su Santidad, al hablar de exenciones o dispensas dañinas que insisten en obtener de él se refería al uso del Juramento Antimodernista en Alemania. Esto es totalmente falso, y nos parece que no sería posible un malentendido en este sentido. El único pasaje del discurso que alude a Alemania en concreto, si bien no de forma exclusiva, es la parte que habla de asociaciones mixtas, en la que el Sumo Pontífice no hizo otra cosa que confirmar una vez más los principios que ya había expuesto en la encíclica Singulari Quadam.

[15] «A partir de una investigación general se puede reconstruir que la encíclica Pascendi sólo se pudo aplicar de un modo muy aproximativo, al menos para lo habitual en una burocracia centralizada. Desde esta perspectiva, se observa un alto grado de indolencia y resistencia por parte de los obispos, también en Alemania. Pío X tenía motivos de sobra para estar decepcionado: la secta secreta de los modernistas infiltrados en la Iglesia, cuya existencia se sospechaba, no pudo ser detectada por los obispos, y el juramento antimodernista de 1910 se puede considerar una expresión de insatisfacción por la ceguera de los obispos. Ahora bien, la manera tan generalizada en que no cumplieron con la obligación de delatar y la reacción de los obispos, en muchos casos formalista y, se podría decir, inmunizados para no interpretar, no debería llevarnos a minusvalorar los efectos de la encíclica» (p.87). V. Claus Arnold, The Reception of the Encyclical Pascendi in Germany (Johannes Gutenberg-Universität Maguncia, Alemania), en The Reception and Application of the Encyclical Pascendi, Studi di Storia 3, edición de Claus Arnold y Giovanni Vian, Edizioni Ca’ Foscari, 2017, p. 75 ff.

[16] «Para Schmaus, la fe de la Iglesia se transmitía mediante conceptos definidos e inmutables que definen verdades perennes. Para Söhngen, la fe era un misterio que se comunicaba por medio de un relato. En aquella época se hablaba mucho de la historia de la salvación. Había un factor dinámico, el cual también garantizaba una apertura y que se tuvieran en cuenta nuevos planteamientos.» Entrevista de Gianni Valente y Pierluca Azzaro a Alfred Läpple, Quel nuovo inizio che fiorì tra le macerie, in 30 Giorni, 01/02, 2006.

[17] Sandro Magister, El Credo de Pablo VI. Quién lo escribió y por qué, 6 de junio de 2008.

[18] Sandro Magister señala que «en los años cincuenta, Maritain estuvo cerca de ser condenado por el Santo Oficio por su pensamiento filosófico, sospechoso de “naturalismo integral”. La condena no se dio, también porque tomó su defensa Giovanni Battista Montini, el futuro Pablo VI, entonces sustituto secretario de estado, unido por una larga amistad con el pensador francés». 

[19] Gianni Valente, Paolo VI, Maritain e la fede degli apostoli, in30 Giorni, 04, 2008.

[20] Esto proponía el dominico Benoit Duroux el 6 de abril de 1968, que en aquel tiempo era colaborador del secretario del antiguo Santo Oficio, monseñor Paul Philippe. Íbid.

[21] Íbid.


[23] «Bien sabemos, al hacer esto, por qué perturbaciones están hoy agitados, en lo tocante a la fe, algunos grupos de hombres. Los cuales no escaparon al influjo de un mundo que se está transformando enteramente, en el que tantas verdades son o completamente negadas o puestas en discusión. Más aún: vemos incluso a algunos católicos como cautivos de cierto deseo de cambiar o de innovar». Íbid.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)