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jueves, 6 de marzo de 2025

Ucrania: de la propaganda al delirio


La Edad de Oro de la propaganda que estamos viviendo facilita la creación y propagación de histerias colectivas —como lo fue la pandemia—. ¿Estamos ante una de ellas con la guerra de Ucrania?

El primer indicio de una histeria colectiva es una antinatural unanimidad de opiniones consecuencia de un previo bombardeo mediático destinado a ablandar los sesos y encender los ánimos. Todo el mundo piensa igual, lo que suele indicar que nadie está pensando en absoluto.

El segundo indicio es un maniqueísmo simplista que presenta todo como una lucha entre buenos (nosotros) y malos (ellos). Irónicamente, los yonquis del poder, campeones del relativismo, no dudan en apelar al bien y al mal ―conceptos en los que no creen― con tal de que les sirva a sus propósitos.

El tercer indicio es una población manipulada presa de pasiones desbocadas (miedo e ira) que extinguen cualquier intento de apelar a la razón, a la serenidad o al diálogo. El pensamiento único se convierte en dogma y la heterodoxia no se tolera, lo que da lugar a sobrerreacciones emocionales ante cualquier opinión contraria. Las críticas argumentativas son sustituidas por críticas ad hominem (negacionista, quintacolumnista, etc.) y se justifica la falta de respeto o incluso la violencia —no necesariamente física— para acallar al disidente.

La histeria colectiva transforma al individuo racional en individuo-masa. El individuo racional piensa y pondera argumentos y se une a otros como decisión individual, por convencimiento. El individuo-masa, por el contrario, se mueve por impulsos y emociones primitivas y se funde con la masa en grupo, por simple contagio. El individuo racional muy raras veces es capaz de linchar a nadie; el individuo-masa es capaz de linchar al disidente entre gritos de júbilo.

La «conversación» en el Despacho Oval

Último acto. Escena primera. «No está usted en muy buena posición. No está ganando esta guerra. Está jugando con la vida de millones de personas. Está jugando con la Tercera Guerra Mundial».

Es difícil encontrar una sola mentira en esta frase que Trump le espetó al presidente ucraniano en el penoso espectáculo que protagonizaron en el Despacho Oval. En efecto, Zelensky lleva tres años intentando arrastrarnos a una Tercera Guerra Mundial, como cuando mintió al culpar a Rusia de disparar un misil cuyos restos cayeron sobre Polonia (territorio OTAN) matando a dos personas. El misil había sido disparado por los propios ucranianos[1].

Sin embargo, la reacción mediática a lo ocurrido en la Casa Blanca ha consistido fundamentalmente en echar espumarajos por la boca, actitud que no es muy útil para analizar la realidad. Así, el odio un poco enfermizo que nuestra clase periodística siente por Trump (y ahora también por Vance, tras su discurso en Múnich) le llevó a repetir la consigna oficial que tildaba el incidente de «encerrona»:


Sin embargo, dado que el encuentro fue televisado de principio a fin, sabemos que los hechos (y la lógica) no sustentan tal relato. A pesar de la actitud hosca y en ocasiones provocadora del ucraniano, los primeros cuarenta minutos de conversación en el Despacho Oval transcurrieron sin incidentes, y estaba programado un almuerzo privado entre los dos presidentes y la firma del acuerdo comercial en el ceremonial East Room, la sala más amplia de la Casa Blanca.

El desastre diplomático, por tanto, fue un error de Zelensky, que ha perdido el sentido de la realidad y perdió también los papeles: chulesco e impertinente, se dirigió con innecesaria hostilidad a Vance tras contestar éste a un periodista polaco que había que dar una oportunidad «a la diplomacia». Vance no se había dirigido a él, pero el desubicado presidente ucraniano se encaró con el vicepresidente, le tuteó con desdén («JD») mientras éste le trataba educadamente de «Sr. presidente», y luego entró en barrena con Trump, su anfitrión y financiador.

¿Qué le pasa a Europa?

Sin embargo, el incidente no pasa de ser una anécdota. Más relevante es el nerviosismo del contubernio político-periodístico europeo. La impostada «cumbre» en Reino Unido nos hace preguntarnos por qué Europa no ha tenido ni una sola iniciativa de paz en tres años de guerra, y escenifica lo que resumió acertadamente Orbán hace unas semanas: el mundo ha cambiado y la única que no se ha enterado aún es Europa. Se aproxima un baño de realidad.

¿No es extraño que una iniciativa de paz para Ucrania haya sido recibida en Europa con recelo e indignación? Sin duda, el carácter perdonavidas de Trump no le gana adeptos, pero Obama y Biden eran también enormemente arrogantes. ¿Por qué surge entonces este visceral rechazo? ¿Acaso no es preferible la paz a la guerra? ¿No vale más un mal arreglo que un buen pleito? ¿O es que vamos a gritar ¡victoria o muerte!, como hacen los periodistas y políticos europeos con la ligereza de quien ni va al frente ni envía a sus hijos a morir?

«Es mejor y más seguro una paz cierta que una victoria esperada», escribía Tito Livio hace 2.000 años. Pero es que Ucrania no tiene esperanza alguna de victoria: la alternativa a la paz es una mayor pérdida de territorio y de vidas humanas y el potencial retorno a la no-existencia que ha sido la norma de este país a lo largo de su breve historia.

Quizá Europa se haya creído su propia propaganda, aunque sus dirigentes digan una cosa en público y otra muy distinta en privado; o quizá le moleste su creciente irrelevancia, pues, como he defendido desde un principio, los dos actores principales de este conflicto siempre fueron Rusia y EEUU, mientras que Ucrania y la UE eran sólo actores secundarios o meras comparsas.

En cualquier caso, algo nos pasa. Trump es mucho más popular en su país que en Europa. A Zelensky le pasa al revés: es mucho más popular en Europa que en su propio país. Por lo tanto, o los ciudadanos de esos países no se enteran de nada o somos los europeos los que no nos enteramos. ¿No estaremos de nuevo cegados por una histeria colectiva que impide un análisis racional de los hechos?

La excesiva canonización de Zelensky

En el resto del mundo Zelensky carece de la aureola que le rodea en Europa. Estéticamente, el presidente ucraniano fue siempre una cuidada construcción publicitaria ―uniforme verde/negro, corte de pelo militar y barba de tres días―, pero ya es algo más: un líder mesiánico y bunkerizado que «se engaña a sí mismo», como reconoció uno de sus colaboradores a la revista Time hace un tiempo. «No nos quedan opciones, no estamos ganando, pero intente usted decírselo», se lamentaba el frustrado ayudante del presidente ucraniano[2].

Decía Kissinger que el poder es el afrodisíaco supremo. Deslumbrado por los focos, Zelensky nunca comprendió que estaba siendo utilizado por el Deep State de Biden ni parece haber comprendido que en EEUU se ha producido un cambio de régimen: el Deep State que lo aupó perdió las elecciones frente a Trump (como pronostiqué que ocurriría), y Trump quiere la paz.

Por lo tanto, por mucho que simpaticemos con la heroica resistencia del pueblo ucraniano, resulta difícil comprender la canonización de un yonqui del poder (otro más, como los de Moscú, Washington o Bruselas) que ha arrastrado a su país a la destrucción con una guerra perdida de antemano contra un adversario implacable que no podía perder.

Los medios también ocultan que el presidente ucraniano es un líder autoritario. En efecto, «con la excusa de la guerra» (en acertada expresión de la revista Newsweek) ha practicado una clara política represiva, cerrando medios de comunicación hostiles y encerrando, persiguiendo judicialmente o sacando del país a sus opositores[3]. Hace un año destituyó (¡en mitad de una guerra!) al competente general Zaluhzny enviándole de embajador a Londres porque en las encuestas Zaluzhny obtenía un 41% de apoyo popular frente al magro 24% que obtenía él[4]. Como apunta Newsweek, resulta muy dudoso que la Ucrania de Zelensky pueda hoy considerarse una democracia[5].

Una paz poco deseada

¿Desea el presidente ucraniano la paz? En 2022 aprobó un decreto prohibiendo las negociaciones con Putin, es decir, convirtiendo en delito buscar la paz[6]. ¿No es un poco extraño? No podemos obviar que Zelensky tiene un incentivo perverso para mantener su belicismo: mientras dure la guerra y la ley marcial, no tiene que convocar elecciones, puede seguir con sus giras de vanidad internacionales y controla los dineros de uno de los países más corruptos del mundo, pero cuando haya paz y se convoquen elecciones, las perderá, y el negocio se acabó.

Existe, por tanto, un potencial conflicto de interés entre el presidente de Ucrania y sus ciudadanos, pues el primero no tiene prisa por alcanzar la paz, pero los ucranianos sí, a pesar de los odios generados durante esta cruenta guerra. Contrariamente a lo que insinuó Zelensky en la Casa Blanca, el 52% quiere negociar el final del conflicto y está dispuesto a hacer concesiones territoriales para lograrlo. Sólo un 38% quiere continuar luchando, porcentaje que baja cada mes que pasa[7].

Resulta curioso que el otro día el presidente ucraniano basara su negativa a negociar la paz en que Putin supuestamente no respeta los acuerdos que firma. Trump se lo rebatió, basándose en su experiencia con el autócrata ruso en su primer mandato. Bill Clinton estaba de acuerdo con Trump: preguntado en 2013 si se podía confiar en Putin, Clinton respondía: «Cumplió su palabra en todos los acuerdos a los que llegamos»[8].

Las ventajas del análisis racional

Como he tenido ocasión de argumentar en muchos artículos, la propaganda occidental, transmitida al pie de la letra por el contubernio político-periodístico europeo, ha construido un relato falaz sobre las causas últimas y el desarrollo de la guerra. Según dicho relato, nos encontraríamos ante una lucha entre buenos y malos, entre ideales de democracia y tiranía, y la invasión rusa habría salido de la nada («agresión no provocada», es el mantra) como preludio de una nueva invasión de Europa, a pesar de que desde 1991 las fronteras de Rusia no se han movido un ápice (no así las de la OTAN).

Todo esto son paparruchas, pero en España han encontrado especial eco debido a nuestra nobleza, que admira la valentía y defiende al débil frente al fuerte. Así, una guerra en un país que muy pocos españoles sabrían situar en un mapa hace tres años ha levantado una quijotesca reacción antirrusa muy distanciada de lo que un análisis más sosegado de los datos invitaría a tener y, desde luego, muy lejos de lo que conviene a nuestros intereses nacionales.

El camino es otro. Para lograr una comprensión de la realidad y una cierta capacidad de previsión de los acontecimientos debemos sustituir esta volcánica erupción emocional por un análisis racional y lógico. Condición necesaria, desde luego, es llevar una dieta estricta de prensa: leer poco y no creerse nada.

Así, para el afortunado no-lector de prensa, los datos y la lógica permitían desde un principio comprender que no estábamos ante un conflicto entre Rusia (Goliat) y Ucrania (David), sino ante un conflicto indirecto entre EEUU y Rusia provocado por EEUU, en el que Ucrania ponía los muertos y Europa el suicidio económico (y geopolítico). Mientras los medios hacían creer que Ucrania iba ganando la guerra, este blog informaba de la realidad, esto es, que para Ucrania la guerra estaba inevitablemente perdida desde un principio, y criticaba la futilidad del envío de armas y carros de combate occidentales, que, lejos de ser armas milagrosas, sólo lograrían posponer lo inevitable.

Aunque la habitual niebla informativa dificulte conocer con precisión las bajas de los contendientes, el orden de magnitud de las bajas ucranianas se situaría hoy entre 750.000 y 900.000 hombres frente a un mínimo de 150.000 bajas rusas. Estos datos deben tomarse con cautela, pero la proporción es inversa a la que predican los medios. Como indicador indirecto, en los intercambios de cadáveres los rusos están entregando entre 5 y 10 veces más cuerpos de soldados ucranianos muertos que los cuerpos de rusos entregados por aquéllos.

Un análisis ecuánime de la realidad, por ejemplo, nos permitió comprender que uno de los objetivos de EEUU en este conflicto era descarrilar el proyecto del gaseoducto Nord Stream 2, como defendió este blog cinco meses antes de que los norteamericanos (solos o en compañía de otros) presuntamente lo sabotearan, y prever el colosal fracaso de la contraofensiva ucraniana de verano de 2023, jaleada por unos medios que cantaron victoria prematuramente mientras empujaban a los ucranianos a la muerte.

En conclusión, un análisis sereno y emocionalmente distanciado de los hechos permite comprender la realidad, prever acontecimientos y desechar sinsentidos, como la extrema debilidad del ejército ruso (incompatible con su intención de conquistar Europa), el cáncer, Párkinson y desequilibrio mental por aislamiento covid de Putin, o la posibilidad de que Rusia usara armas químicas o nucleares, relatos que se ponen en circulación para ser retirados y olvidados en cuanto pierden su utilidad.

Los antecedentes

La propaganda se apoya frecuentemente en la falta de memoria de la población, por lo que conviene recordar algunos antecedentes del conflicto. Como decía Eurípides, «sencillo es el relato de la verdad, y no requiere de rebuscados comentarios».

La guerra en Ucrania no nació por generación espontánea, sino que ha sido el culmen de una constante política de provocación por parte de EEUU. Al terminar la Guerra Fría, EEUU prometió a Rusia que la OTAN no se expandiría «ni una pulgada» hacia su frontera[9], pero la OTAN incumplió su promesa: aprovechando la debilidad rusa, se fue ampliando hacia el Este, un «error fatídico», en palabras de George Kennan[10].

Para entonces la OTAN había abandonado su carácter meramente defensivo, como ha quedado patente en su agresiva participación en un conflicto de un país no miembro. De hecho, en 1999 había atacado Serbia, país aliado de Rusia, cuya capital bombardeó durante 78 días sin mandato de la ONU.

En 2007, Putin denunció la expansión de la OTAN en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Una vez más, la respuesta norteamericana fue ignorar y provocar a Rusia: en su cumbre de Bucarest del siguiente año (2008), la OTAN aprobó el proceso de anexión de Albania y Croacia y acordó la futura incorporación de Georgia y Ucrania[11].

Respecto de Ucrania, EEUU sabía por su embajador en Rusia (más tarde director de la CIA) que su incorporación a la OTAN era «la más roja de las líneas rojas» no sólo para Putin, sino para toda la clase dirigente rusa: «Durante más de dos años de conversaciones con las principales figuras políticas rusas, desde los mayores defensores de una línea dura en el Kremlin hasta los más acerbos críticos de Putin, no he encontrado a nadie que no considerara la pertenencia de Ucrania a la OTAN como un desafío directo a los intereses de Rusia»[12].

En 2014, EEUU instigó un golpe de Estado en Ucrania[13] que desalojó del poder a su entonces presidente, democráticamente elegido, que abogaba por una neutralidad amigable con Rusia[14]. Ante esta política de hechos consumados, Rusia reaccionó por la vía de los hechos y se anexionó Crimea, que había pertenecido a Rusia desde finales del s. XVIII hasta 1954 (cuando Kruschev la regaló a Ucrania dentro de la propia URSS) y cuya importancia radica en que acoge desde hace 240 años la única base naval rusa de mares cálidos (Sebastopol). Lo hizo sin disparar un solo tiro, pues la población de la península de Crimea era claramente rusófila, como manifestó el posterior referéndum de adhesión a Rusia (a priori sospechoso, pero corroborado por encuestas occidentales)[15].

Tras los turbios acontecimientos del 2014, Rusia y Ucrania firmaron los Acuerdos de Minsk, que pronto serían papel mojado. El tradicional victimismo ruso fue vindicado por el posterior reconocimiento por parte de la excanciller alemana Merkel de que los Acuerdos habían sido meras maniobras dilatorias de Occidente para dar tiempo a Ucrania a rearmarse para un futuro conflicto con Rusia[16].
A partir de 2014 la OTAN comenzó a armar y entrenar al ejército ucraniano en mitad de una guerra civil en el Donbas. Por lo tanto, la guerra en Ucrania no comenzó en 2022 sino en 2014, como reconoció el secretario general de la OTAN[17].
En junio de 2021, la OTAN declaró que «reiteraba la decisión tomada en 2008 de que Ucrania se convertirá en miembro de la Alianza»[18].

En diciembre de 2021 Rusia presentó a la OTAN una propuesta de acuerdo de seguridad mutua que incluía la no incorporación de Ucrania a la organización, junto con otras propuestas más maximalistas[19]. La propuesta-ultimátum fue rechazada con desdén por los EEUU de la Administración Deep State-Biden.

La invasión

Finalmente, en febrero de 2022 Rusia invadía Ucrania con un contingente de tropas relativamente escaso que a todas luces no estaba destinado a la conquista del país ni a un largo conflicto, sino a lograr una rápida capitulación: «el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar» (Sun Tzu).

Durante unas semanas pareció que eso era precisamente lo que iba a ocurrir. Sin embargo, las negociaciones celebradas en Turquía en marzo del 2022 tras sólo un mes de hostilidades (que apuntaban a un acuerdo inminente) fueron torpedeadas por EEUU e Inglaterra, que levantaron a Ucrania de la mesa. Así lo aseguró el ex primer ministro de Israel[20]y lo corroboró, como testigo de primera mano, el ministro de Asuntos Exteriores turco: «Tras la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN, la impresión es que (…) hay quienes, dentro de los Estados miembros de la OTAN, quieren que la guerra continúe: dejemos que la guerra continúe y que Rusia se debilite, dicen. No les importa mucho la situación en Ucrania»[21].

Como escribí en junio de 2023, «hasta entonces el conflicto apenas había causado muertos, pero, para algunos, debilitar a Rusia bien valía sacrificar un país pobre y lejano del que nadie se acordaría cuando todo hubiera acabado, aunque fuera a costa de acabar con la vida de centenares de miles de personas».

Occidente provocó la guerra y debe propiciar la paz

Aunque la lectura de estos acontecimientos admita matices y Rusia diste mucho de ser una víctima angelical, esta sucesión de hechos tiene un hilo conductor: el belicismo y arrogancia del Deep State norteamericano y, en segundo plano, la obsesiva rusofobia inglesa.

Pero lo que resulta indiscutible es que, como han denunciado muchos expertos[22], esta guerra ha sido «evitable, predecible e intencionadamente provocada» por Occidente, en palabras del último embajador de EEUU en la URSS[23], y deliberadamente alargada. El pueblo ucraniano siempre fue un daño colateral aceptable para el Deep State norteamericano, pues en el gran tablero de ajedrez en el que juegan los yonquis del poder la vida humana es tan prescindible como un peón adelantado. Pero el Deep State perdió las elecciones frente a Trump, y éste está tratando de detener una matanza inútil.

De hecho, los ucranianos pronto serán olvidados por los mismos medios de comunicación que los empujaron al desastre, y dentro de un año, quizá dos, ni un solo medio occidental volverá a hablar de ellos. ¿Qué les quedará cuando los focos se apaguen? Nada, salvo el recuerdo de los muertos.













[12] The Back Channel, William J. Burns, Random House 2019













Fernando del Pino Calvo-Sotelo

miércoles, 26 de febrero de 2025

Ucrania: por qué Trump cambia el relato


Trump ha cambiado el relato sobre la guerra de Ucrania. Lo ha dicho el vencedor de las elecciones alemanas, lo ha dicho nuestra ministra de Defensa y lo han dicho otros conspicuos portavoces del orden global. Y es llamativo que lo hayan dicho precisamente así: el relato. Porque, en efecto, la relevancia política de la guerra de Ucrania, fuera de los países contendientes, radica sobre todo en su fuerza como relato: una malvada potencia agresora abusa de su poder e invade alevosamente el territorio de una nación libre y soberana. ¿Cómo no salir en defensa del agredido? Éste ha venido siendo desde febrero de 2022 el relato oficial y desde el principio se intentó que no hubiera otro posible. Tanto se intentó, que una de las primeras decisiones de los países europeos fue prohibir cualquier medio de comunicación ruso en nuestro suelo e, inmediatamente después, publicar en todos nuestros países, con cargo a nadie sabe quién, biografías laudatorias de Zelenski lo mismo en libro que en audiovisual. Para dejar claro el relato.

Desde ese momento y hasta hoy, la tonalidad única de la información en nuestros grandes medios ha sido la propaganda de guerra: todo se contaba desde el lado Zelenski. Hemos estado a punto de ganar la guerra todos los días. Se subrayaban las crueldades y atrocidades de los rusos mientras se exaltaban las virtudes de los ucranianos, para los que se pedía de manera incesante más y más armamento, pues la victoria sólo era cuestión de tiempo. En torno a este relato ha crecido una atmósfera fuertemente emocional que hacía imposible cualquier disidencia: todo intento por ver las cosas desde otro punto de vista era —aún lo es— inmediatamente reconducida hacia la traición, el quintacolumnismo o la venalidad («¿quién estará pagando a este?»), en una especie de reductio ad Putinum que justificaba cualquier insulto, porque, claro, ¿quién sino un canalla o un vendido podía optar por el Mal en vez de por el Bien? Y desde ese punto de vista, era verdad.

El problema era —siempre ha sido— precisamente ése: el punto de vista. Por utilizar una imagen muy popular, es como lo de ese cuento indio donde unos ciegos tratan de describir un elefante sólo a partir de la parte del animal que pueden tocar: cada cual describe un animal distinto según palpe la trompa, la oreja, una pata, etc. Todos tienen razón, pero ninguno está describiendo toda la realidad. Lo mismo aquí, en esta guerra (como en todas). Si uno pone el foco en febrero del 22, es evidente que la guerra la empieza Rusia con una invasión alevosa y claramente ilegal del territorio soberano ucraniano. Ahora bien, si uno amplia el foco y lo coloca no en 2022, sino en 2013-14, que es cuando el conflicto se hace irreversible, entonces la perspectiva cambia. ¿Recordamos? Elecciones que gana Yanukovich, golpe de estado travestido de revolución popular, la transparente declaración de Victoria Nuland, en la época responsable de la Secretaría de Estado para asuntos eurasiáticos: «Que se joda la UE». Y los fallidos acuerdos de Minsk, y la ocupación rusa de Crimea… Si ponemos ahí el foco, el conflicto lo empiezan los americanos. Pero si ampliamos más el foco y nos vamos al nacimiento del estado ucraniano, en 1991, entonces la perspectiva vuelve a cambiar: tenemos un estado en buena medida artificial, con dos comunidades claramente diferenciadas (la ucraniana y la rusa), regidas ambas por dos oligarquías simétricamente corruptas, incapaces de construir un estado eficiente. Si ponemos el foco ahí, la culpa del conflicto es sin duda de los sucesivos gobiernos ucranianos, depredadores de una nación a la que han condenado a la corrupción permanente y a la emigración de millones de personas mucho antes de que empezara la guerra. Pero hay más: si volvemos a acercar el foco y nos vamos a la primavera de 2022, a las conversaciones de paz de Estambul, ahí la perspectiva cambia de nuevo: Zelenski había obtenido entonces una paz mucho más ventajosa que la que ahora podrá conseguir, pero llegaron los ingleses y empujaron a Ucrania a prolongar la guerra, aún no sabemos bajo qué promesas. Si colocamos ahí el foco, entonces la culpa es de los europeos; los mismos europeos que confesaron (Merkel, Hollande) que los acuerdos de Minsk sólo eran una trampa para ganar tiempo y permitir que los ucranianos se rearmaran. Y Europa, desde ese momento, no ha dejado de prolongar… el relato.

Trump ha cambiado violentamente el guion. No lo ha hecho por amor a la verdad, sino por puro pragmatismo político (que es su obligación, todo sea dicho). Sencillamente, esta guerra no es su guerra, sino la del establishment demócrata. A él no le interesa lo más mínimo tensar a los rusos, porque, en su visión del orden mundial, su rival en el tablero no es Rusia, sino China (y si consigue separar a Rusia de China, mejor que mejor). La guerra de Ucrania sólo es un sumidero de dinero cuyo destino, por otro lado, está rodeado de sombras. En cuanto a la guerra en sí, por supuesto que la OTAN podría doblegar a Rusia, pero sólo a costa de una escalada cuyas consecuencias serían con toda seguridad catastróficas. En estas condiciones, ¿qué sentido tiene prolongar la guerra? Una guerra que no vas a ganar, mejor liquidarla. Eso es todo. ¿Y los ucranianos, a los que se ha empujado a un conflicto imposible? Bueno —deben de pensar ahora en la Casa Blanca—, habrían hecho mejor en no fiarse de los Estados Unidos o de sus monaguillos europeos, que en esto llevan tanta culpa como Washington. Pero para eso es imprescindible, ante todo, romper la narrativa que durante tres años ha hecho de la guerra de Ucrania el eje de la política mundial, la quintaesencia de la lucha por las libertades y los «valores occidentales» frente al despotismo asiático-ruso-soviético. 

Romper el relato.

Se comprende perfectamente el desamparo de quienes, a lo largo de todo este tiempo, habían encontrado por fin un discurso capaz de explicar la Historia, una nueva guerra fría que daba cuenta del movimiento del mundo. Ahora el relato se deshace y el ciego ha de aceptar que sólo estaba tocando una parte del elefante. ¿Pero cómo aceptar tal cosa cuando uno no puede ver el conjunto? Por eso hay quien, incapaz de reaccionar, opta por el llanto, como Christoph Heusgen, o por el delirio de la conspiración: Trump títere de los rusos, los Sudetes, Trump traidor a la causa, Chamberlain y Churchill, Trump malvado que abandona a los ucranianos a su suerte… o al abrazo de la Unión Europea, que quizá sea una suerte aún peor. Pero no, no hay nada de eso. Sólo hay poder. Como siempre. Como cuando el conflicto empezó. Y ahora, también como siempre, asistiremos a la construcción de un nuevo relato a medida que las armas vayan callando y la paz se imponga… hasta la próxima guerra.

¿Y los europeos? Los europeos quizá deberíamos empezar a escribir otro relato. Nuestro propio relato. Pero con otros escribas, por favor, porque los de Bruselas ya no sirven ni para un folletín.

viernes, 18 de noviembre de 2022

Monseñor Viganò habla de la Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo en la cultura contemporánea




Beatus populus, cujus Dominus Deus ejus. Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor (Sal. 143,15)

En un mundo que ha hecho de la democracia el valor en que se funda y de la revolución su principio ideológico es difícil hacer entender cómo vivían nuestros antepasados antes de que la Masonería decidiese derrocar los reinos itálicos con los levantamientos del Risorgimento y las revueltas organizadas por los carbonarios y otras sociedades secretas. Y es más difícil todavía entender para los que vivimos en un mundo secularizado en el que hasta la religión es profanada por sus ministros que hasta hace apenas dos siglos era lo más normal vivir en una sociedad profundamente cristiana en la que Fe inspiraba todos los aspectos de la vida diaria, desde los actos oficiales hasta los detalles normales de la vida familiar. Casi dos siglos y medio nos separan de ese mundo, y durante ese tiempo han tenido lugar sucesivamente la ocupación de nuestro país por franceses y austriacos, las guerras de independencia, la revolución de 1848, la ocupación de los estados de la Iglesia, la unidad de Italia, la Primera Guerra Mundial, el fascismo, la Segunda Guerra Mundial, la guerra civil, la proclamación de la República, el Sesenta y ocho, el Concilio, el terrorismo, Manos Limpias, la Unión Europea, la guerra de la OTAN. la farsa psicopandémica y la crisis de Ucrania. En poco más de dos siglos los italianos hemos asistido a más acontecimientos de los que pudieron ver y conocer nuestros bisabuelos como súbditos de los Borbones, el Papa o el Duque de Módena.

Esta caótica sucesión de regímenes, ideologías, violencia y pérdida progresiva de libertades, autonomía e identidad ha estado jalonada por etapas cuyos arquitectos han denominado revoluciones: desde la Francesa -revolución por antonomasia-, pasando por la primera, segunda, tercera y aun la cuarta revolución industrial teorizada por Klaus Schwab. Cada una de ellas caracterizada por conquistas en los terrenos técnico, tecnológico y científico que han tenido consecuencias muy señaladas en la vida de las personas: desde verse obligadas a emigrar al norte con vistas a realizar sus aspiraciones de trabajar en las fábricas tras abandonar marcharse del campo, a tener que abandonar la propia familia y las propias tradiciones para vivir en el anonimato de una barriada periférica y trabajar de operador telefónico o repartir comidas a domicilio en una moto. Siglos de una vida marcacompasada por los ritmos de la naturaleza, jalonada por las festividades religiosas y actos familiares y sociales, distinguidos por la estabilidad y afianzados por vínculos de parentesco, de amistad y laborales han sido sustituido por turnos en cadenas de montaje, horarios de oficina, desplazamientos diarios al trabajo, almuerzos fuera de casa, apartamentos estrechos, platos precocinados a domicilio, familias nucleares, ancianos que viven en residencias separados de su familia, e hijos dispersos estudiando con el programa Erasmus. Es curioso que quienes tanto se preocupan de la sostenibilidad sean precisamente los que han destruido el mundo antiguo a escala humana, esencialmente regulado en la naturaleza por el cuerpo y en la religión por el espíritu -es decir, por la Tradición-, para explotar a bajo costo a los trabajadores, sacar el máximo provecho a grandes explotaciones agropecuarias gestionadas hasta en base al mero mantenimiento, explotar a los menores de edad y las mujeres en el trabajo, aprovechar la fuerza del vapor para aumentar la producción en serie, aprovechar la electricidad, la energía atómica… explotarlo y aprovecharlo todo. Y así ganar más, aumentar las propias riquezas, reducir el costo de la mano de obra y suprimir garantías y protecciones a los trabajadores. ¡Qué mentalidad más mercantilista! ¡Qué usura más vergonzosa! En todo se busca una fuente de lucro, una oportunidad de ganar dinero, de obtener provecho!

Se dirá que a lo largo de los siglos XIX y XX los italianos han estado animados por grandes ideales. Con el desencanto de quien observa las ruinas del progreso tras la caída de tantas ideologías, podemos responder que la retórica actual se diferencia únicamente del pequeño vigía lombardo1 y de la gesta de Ciro Menotti2 en que ha cambiado el pretexto del que se valen para legitimar los cambios impuestos. Antes se apoyaban en ideales como la Patria y la liberación de los tiranos (que no eran realmente tiranos); más tarde fueron la lucha de clases y el liberarse de la opresión capitalista (aunque más tarde se abrazaron ideales consumistas); luego vinieron ideales como la honradez y el liberarse de políticos corruptos; y por último ideales ambientalistas y el deber de reducir la cantidad de seres humanos sobre el planeta, que algunos han decidido por su cuenta lograr por medio de epidemias, carestías y guerras. El Risorgimento y la Gran Guerra eran pretextos, porque disimulaban la verdadera intención de la Masonería, que era acabar con las monarquías católicas y debilitar a la Iglesia, con la desamortización de los bienes de ésta y aquéllas. Fueron también pretextos la democracia y las ideas republicanas, porque ocultaban el plan de manipulación de la masas para hacerles creer que podrían decidir su propio destino; fueron pretextos los del Sesenta y ocho, cuyos ideales de liberarse de todo principio trascendente condujeron a la legalización del divorcio, el aborto y el concubinato, además de la corrupción de los jóvenes y la disolución de la familia. Como también fueron pretextos aquellos con los que el Concilio impuso una nueva misa que nadie había pedido, un nuevo catecismo cuando nadie quería cambiar el existente, y nuevos sacerdotes secularizados y descuidados de los que nadie sentía necesidad. Ha sido también un pretexto la farsa pandémica, como se está viendo ya en los medios de difusión oficiales, después de dos años de decirlo sin que nadie nos hiciera caso. Y son pretextos también la crisis de Ucrania, las sanciones a Rusia, la emergencia energética, la transición ecológica y la moneda electrónica.

Tenemos, como vemos, dos mundos: uno tradicional y otro revolucionario. Pero con estos dos mundos -¡no nos hagamos ilusiones!- no nos referimos a la transición de un modelo caducado a otro que responde mejor a las exigencias de la modernidad. Son dos realidades contextuales, contemporáneas y contrapuestas que a lo largo de la historia siempre han señalado la discriminación entre el bien y el mal, entre los hijos de la Luz y los de las tinieblas, entre la Civitas Dei y la Civitas Diaboli. Dos realidades que no distinguen necesariamente por sus fronteras ni por formas determinadas de gobierno, sino por compartir un concepto teológico del mundo. Dos bandos como los representados en los Ejercicios espirituales de San Ignacio, en la meditación de las dos banderas: «Será aquí ver un gran campo (…) adonde el sumo capitán general de los buenos es Cristo Nuestro Señor; otro campo en región de Babilonia, donde el caudillo de los enemigos es Lucifer» (136, 4º día).

En la Ciudad de Dios, ese compartir abarca todos los aspectos de la vida conforme al orden cristiano, y el poder espiritual y el temporal, en una colaboración armoniosa y jerárquicamente estructurada, guardan coherencia con la profesión de la Fe y la moral enseñadas por Cristo y salvaguardadas por la Iglesia. Es un orden en el que las autoridades civiles expresan la potestad de Cristo Rey y la eclesiástica de Cristo Pontífice, recapitulando todas las cosas en Cristo Principio y Fin, Alfa y Omega. En este sentido, la Ciudad de Dios es el modelo en el que se inspira la sociedad cristiana, y excluye por tanto el concepto, en sí blasfemo, de la laicidad del Estado y la idea de que la Iglesia pueda aspirar a la secularización de las autoridades o reconocer derechos al error. En la Civitas Dei reina el cosmos, el orden divino que el Señor ha sintetizado magistralmente en el Padrenuestro: adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cœlo et in terra. Hágase tu voluntad, así en el Cielo como en la Tierra. El Cielo es, pues, modelo para la Tierra, la Jerusalén celestial es el modelo de la sociedad cristiana, el cual se realiza haciendo que Cristo reine, que venga su Reino. Es la sociedad de quienes aman a Dios hasta el punto de menospreciarse a sí mismos.

Los ciudadanos de la Civitas Diaboli están por el contrario unidos por la revolución, en la que se ejerce el poder por la fuerza y toda autoridad carece de límites. No se sujeta a ningún precepto moral ni se ejerce en nombre de Dios, sino del Enemigo. Reinan –es un decir– el caos, el desorden, una confusión infernal sintetizada en el luciferino clamor de Non serviam, no serviré, y en el satánico precepto de »haz lo que te dé la gana». En esta sociedad tiránica y anárquica imperan simultáneamente la subversión de la justicia mediante leyes inicuas, la del bien común por medio de normas que oprimen al pueblo y la rebelión contra Dios por el fomento del vicio, el pecado y la blasfemia. Todo en busca del propio provecho, a costa de pisotear al prójimo; todo por una motivación de poder, dinero y placer. Y donde impera el caos impera Satanás, rebelde por antonomasia, inspiración de los principios de la Revolución desde el jardín del Edén, el mentiroso, el homicida. El Estado que se inspira en la Civitas Diaboli no es laico; es irreligioso, anticlerical, impío y anticristiano. Oprime mediante un poder que se basa en el miedo, el terror, en la coacción y la fuerza, en la capacidad de criminalizar a los buenos y exaltar a los malos, en el engaño y la mentira. En la Ciudad del Diablo la autoridad eclesiástica y civil es eclipsada por los subversivos que la ejercen contra los fines con que se instituyó: la iglesia en las sombras y el estado en las sombras en el ámbito de la política. La sociedad de los que se aman a sí mismos hasta el punto de menospreciar a Dios.

Los que estamos congregados aquí en la jornada nacional Liberi in Veritate vemos que pertenecemos idealmente a la Civitas Dei, pero esa ciudadanía no encuentra una realidad concreta en la que actuar, en la que contribuir al bien común que como católicos nos gustaría promover tanto en la Iglesia como en la política. Es como si tuviéramos el pasaporte de una nación cuya ubicación en el mapa desconocemos, pero del que todavía encontramos rastros ya en Hungría, ya en Polonia, ya en Brasil, o incluso en Rusia, e inesperadamente en muchos exiliados como nosotros, que saben de sobra de lo que hablamos, y que al igual que nosotros se sienten en cierta forma extranjeros. Y cuando oímos al congresista demócrata estadounidense Jamie Raskin declarar que Rusia es un país ortodoxo con valores tradicionales y por eso EE.UU. tiene que destruirlo cueste lo que cueste (aquí), nos sentimos espiritualmente ligados al pueblo ruso, en vista de la común persecución de que somos objeto por parte de los enemigos de Dios.

La misma sensación de ser ajenos a la Iglesia por la manera en que se manifiesta hoy, eclipsada por una jerarquía corrupta y sometida también a la Ciudad del Diablo, nos hace sentir en cierto modo exiliados también como católicos, desterrados de la ciudad por rígidos, acomodados, retrógrados; porque somos incapaces de aceptar como algo normal que un papa escandalice con herejías, actos idolátricos, provocaciones, excesos y mentiras , humillando a la Iglesia de Cristo y burlándose de cardenales y obispos conservadores que expresan tímidamente su desacuerdo; por la indocilidad que manifestamos al negarnos la vía cómoda; por la sensación de abandono de los hijos por parte del padre; por el dolor de ver cómo nos dan piedras y escorpiones quienes debían alimentarnos con panes y peces. Buscamos un sacerdote y nos encontramos con un gris funcionario de partido. Buscamos una palabra de aliento y nos responden con desprecio, y eso cuando no se desentienden totalmente de nosotros. Dirigimos la mirada a lo que era la Iglesia y no nos resignamos a aceptar lo que ha terminado por ser por culpa de nuestro silencio y de nuestro erróneo concepto de la obediencia.

Pero la iglesia militante en la Tierra no es la Civitas Dei, porque como todas las realidades espirituales inmersas en el fluir del tiempo acoge a personas débiles y manchadas por el pecado, buenas y malas. Hasta la eternidad no se podrá separar el trigo de la cizaña, el uno para ser recogido en el granero y la otra para arrojarla al fuego.

No confundamos tampoco la Ciudad de Dios con el Estado confesional, que congrega a ciudadanos buenos y malos, a honrados y delincuentes. Ni osemos confundir la Iglesia terrena con la Ciudad del Diablo si ejerce su autoridad imitando el modelo de virtudes del Gobierno. Seamos hijos de la Iglesia y súbditos de la nación en que la Providencia dispuso que naciéramos.

¿Cómo podemos entonces reconocer la Civitas Dei y la del Diablo?

La Ciudad de Dios debemos construirla nosotros; mejor dicho: debemos inspirarnos en ella para reconstruir, con sensatez y humildad, una sociedad que restituya a Nuestro Señor la corona y el cetro que le pertenecen y que dos siglos de revolución le han sustraído. Sea cuál sea la forma de gobierno, todo católico tiene como ciudadano el deber de impregnar todos los ámbitos de la sociedad civil con la Fe y la moral cristianas, orientadas al bien común, a la gloria de Dios y a la salvación de las almas. Todo bautizado tiene un deber análogo, que debe procurar que en todos los ámbitos de la vida religiosa (la oración, la Misa, los sacramentos, las obras de caridad, la formación cristiana de los hijos…) no se sigan las modas ni la rerum novarum cupiditas, el ansia de novedades, sino que se conserve intacto lo que el Señor enseñó a los Apóstoles y lo que la Santa Iglesia custodia en su integridad a través de los siglos. Los vientos novedosos son efectivamente el signo distintivo de la revolución, tanto en el mundo civil como en el eclesiástico. Y para que Cristo vuelva a ser Rey de nuestra nación, es necesario ante todo que cada uno de nosotros dé testimonio coherente de la Fe que profesa; que confirme en los hechos su adhesión a los principios de la religión, sobre todo en lo que se refiere a la familia, la educación de los hijos y la conducta de vida.

La Ciudad del Diablo es fácil de identificar, y una vez identificada hay que combatirla valerosamente, porque está en guerra con la Ciudad de Dios y no vacilará en emplear cualquier medio para debilitarnos, corrompernos y hacernos sucumbir. En el Foro Económico Mundial, la ONU y las diversas fundaciones filantrópicas de matriz masónica, junto a los gobiernos y organizaciones y organizaciones internacionales que las apoyan, entre las que se cuenta la iglesia bergogliana con numerosos infiltrados en todos los dicasterios centrales y periféricos, son la realización en la Tierra la civitas diaboli, cuyos ciudadanos no disimulan su mortífera ideología y su voluntad de hacer borrón y cuenta nueva y subvertir lo que queda de la Civilización Cristiana para imponer su inhumana forma de vida y hacer desaparecer todo rastro de bien no sólo en el comportamiento social, sino también en el pensamiento de las personas. Es preciso sacar a Cristo de las mentes, después de haberlo arrancado de los corazones. Las mentes tienen que estar conectadas con la inteligencia artificial para crear un ser en el que la imagen y semejanza de Dios estén monstruosamente deformadas. Tenedlo bien presente: no puede haber la menor tregua entre las dos ciudades, porque son y siempre serán enemigas juradas, como enemigos son Nuestro Señor y Satanás. Pero al mismo tiempo, en la guerra sin cuartel que libran la victoria será inexorablemente nuestra, porque Cristo ya ha vencido definitivamente a Satanás en el madero de la Cruz. Lo que nos espera es sólo la última fase del enfrentamiento, cuyo resultado es segurísimo porque se funda en la promesa del Salvador: portæ inferi non prævalebunt.

Estos son, pues, los objetivos que como laicos tenéis la obligación y el honor de tener que traducir en una realidad social y política: promover la Realeza social de Cristo conforme al modelo de la Ciudad de Dios y al orden que quiere el Señor y combatir la acción mundialista, última y tremenda legión de la Ciudad del Diablo, mediante formación, denuncia y boicot. Porque si bien es cierto que con la ayuda de la oración podemos alcanzar numerosas gracias de la Divina Majestad, no es menos cierto que como católicos somos igualmente somos una cantidad suficiente –al menos en Italia– para dar una señal clara e inequívoca a las empresas, grupos financieros y centros de gestión de información que viven de los clientes que los eligen. Si dejamos de adquirir productos de multinacionales mundialistas, de empresas alineadas con el sistema, y dejamos de ver programas de televisión y participar en plataformas sociales que no respetan nuestra religión, obligaremos a muchos a desandar lo andado y dificultaremos la acción de propaganda del Nuevo Orden Mundial, las mentiras de los medios mayoritarios de prensa y las falsedades sobre la crisis de Ucrania.

Rechacemos, pues, frontalmente los falsos dogmas de la ideología LGBTQ, la inclusividad, la ideología de género, el calentamiento global, la crisis energética y la eugenesia transhumanista. Y procuremos ante todo proporcionar una visión de conjunto de la acción subversiva de la Civitas Diaboli, haciendo ver la coherencia de esas iniciativas individuales con el plan global, con los medios que dicho plan pretende adoptar y los verdaderos e inconfesables fines que persigue.

Termino saludando a los organizadores de este acto y dándoles las gracias por haberme brindado la oportunidad de dirigirles a los presentes este mensaje. Las numerosas muestras de adhesión a esta jornada de formación nos ayudan a entender que las tropas están formando en filas y que muchas almas sedientas de Dios están dispuestas a luchar y comprometerse a garantizar un futuro tranquilo a sus hijos y detener esta insensata carrera a la perdición.

†Carlo Maria Viganò, arzobispo

1 El pequeño vigía lombardo es un cuento que forma parte de la serie Corazón, de Edmondo de Amicis, que trata de un niño que subido a un árbol divisa a los soldados austriacos y ayuda así a los italianos, acción que le cuesta la vida.

2 Ciro Menotti, revolucionario miembro de la Carbonería, es otro héroe (en este caso real) de la resistencia italiana contra los austríacos y figura importante e idealizada del Risorgimento.

Traducido por Bruno de la Inmaculada

martes, 15 de marzo de 2022

El Papa Francisco consagrará Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María


Esta noticia puede leerse también en SECRETUM MEUM MIHI


El Papa Francisco consagrará Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María. Así lo ha comunicado esta tarde a través de una nota el director de comunicación de la Santa Sede Matteo Bruni. Sin duda, una noticia muy esperada por todos.

«El viernes 25 de marzo, durante la Celebración de la Penitencia que presidirá a las 17.00 horas en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco consagrará Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María. El mismo acto, el mismo día, será realizado en Fátima por Su Eminencia el Cardenal Krajewski, Limosnero Apostólico, como enviado del Santo Padre», es el breve comunicado ofrecido por la Santa Sede. La Consagración se producirá el mismo día en el que san Juan Pablo II consagró en 1984 el mundo entero al Corazón Inmaculado de María.

En esa Consagración, san Juan Pablo II pidió a la Virgen «Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios». ¡Oh Madre de los hombres y de los pueblos!, tú que «conoces todos sus sufrimientos y esperanzas», tú que sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que invaden el mundo contemporáneo, acoge nuestro grito que, como movidos por el Espíritu Santo, elevamos directamente a tu corazón y abraza, con el amor de la Madre y de la Sierva, este nuestro mundo humano, que ponemos bajo tu confianza y te consagramos, llenos de inquietud por la suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos. De manera especial ponemos bajo tu confianza y te consagramos aquellos hombres y naciones, que necesitan especialmente esta entrega y esta consagración».

Petición de los obispos de Ucrania

Esta noticia llega tras la reciente petición de los obispos ucranianos al Papa para que realizara esta Consagración, pedida hace 100 años por la Virgen de Fátima. Recientemente, el pasado 2 de marzo, al poco de estallar la guerra de Ucrania a causa de la invasión de Rusia, los obispos de Ucrania pidieron al Papa Francisco lo siguiente:

“¡Padre Santo!”, invoca la carta enviada por los obispos ucranianos. “En estas horas de dolor inconmensurable y terrible prueba para nuestro pueblo, nosotros, los obispos de la Conferencia Episcopal de Ucrania, somos portavoces de la incesante y sentida oración, sostenida por nuestros sacerdotes y consagrados, que nos llega de todo el pueblo cristiano para dedique Su Santidad nuestra Patria y Rusia”.

“Respondiendo a esta oración, pedimos humildemente a Su Santidad que realice públicamente el acto de consagración al Sagrado Inmaculado Corazón de María de Ucrania y Rusia, como lo solicitó la Santísima Virgen en Fátima”. “Que la Madre de Dios, Reina de la Paz, acoja nuestra oración: Regina pacis, ora pro nobis!”. Pues bien, está petición de los obispos ucranianos ha sido escuchada y aceptada por el Santo Padre.

Lo que dijo el cardenal Burke

Recientemente, nuestro articulista Carlos Esteban escribió sobre la Consagración realizada por Juan Pablo II precisamente el 25 de marzo de 1984.

“Es evidente que la consagración (de Rusia) no se hizo como pidió Nuestra Señora”, declaró en 2017 el Cardenal Raymond Burke en su discurso durante la conclusión de la Cumbre sobre el Centenario de Fátima, que se ha llevado a cabo este fin de semana.

“No dudo en absoluto de la intención del Papa San Juan Pablo II cuando llevó a cabo la consagración el 25 de marzo de 1984”, dijo Burke, añadiendo que Sor Lucía declaró que “Nuestra Señora la aceptó”.

Pero el cardenal norteamericano insiste en reconocer “la necesidad de una conversión total del materialismo ateo y del comunismo a Cristo, como también la urgencia de que Rusia siga la llamada de Nuestra Señora de Fátima y se consagre a Su Inmaculado Corazón siguiendo las explícitas instrucciones de la Virgen”.

El ex prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica volvió a hacer un llamamiento para realizar la consagración de Rusia según las instrucciones específicas de Nuestra Señora. Citó también el final del famoso secreto a los niños, en el que Nuestra Señora predijo: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz”.

¿Qué dijo la Virgen de Fátima sobre la Consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María?

Los tres pastorcillos, Lucía, Francisco y Jacinta, contaron que en la aparición de junio de 1917, la Santísima Virgen les dijo: «Vendré a pedir la Consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado. Si atienden a mis peticiones, Rusia se convertirá y el mundo tendrá paz”.

Los pastores dijeron que el 13 de julio de 1917, la Virgen María les dijo: «Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. Si hacen lo que les digo, muchas almas se salvarán, y habrá paz. La [Primera] guerra [Mundial] terminará; pero si los hombres no dejan de ofender a Dios, otra guerra más terrible comenzará durante el pontificado de Pio XI. Cuando vean una noche iluminada por una luz extraña y desconocida, sabrán que ésta es la señal dada por Dios para indicarles que está apunto de castigar al mundo por sus crímenes, con la guerra, el hambre, y persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para prevenir esto, vengo a pedir que Rusia sea consagrada a mi Inmaculado Corazón… Si mis peticiones se cumplen, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, Rusia esparcirá sus errores alrededor del mundo, trayendo nuevas guerras y persecuciones a la Iglesia. Los justos serán martirizados y el Santo Padre tendrá que sufrir mucho, y muchas naciones serán aniquiladas. Pero al final, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, y ésta se convertirá y se le concederá al mundo un período de paz”.

Años más tarde, Sor Lucía declaró que la Virgen de Fátima se le apareció nuevamente el 13 de junio de 1929, y le dijo: «Ha llegado el momento en que Dios pide: Al Santo Padre que realice, en unión con todos los Obispos del mundo, la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón. Dios promete salvarla por este medio. Son tantas las almas que la justicia de Dios condena por pecados cometidos contra mí, que vengo a pedir reparación; sacrifícate por esta intención y reza”.

El próximo viernes 25 de marzo tendrá lugar dicha Consagración pedida por la Virgen de Fátima. Se hará de modo simultáneo desde Roma y Fátima. De aquí, según las promesas de la Virgen, vendrá la paz y la conversión de Rusia. Será por tanto una fecha histórica a marcar en el calendario a la que todos los católicos debemos proponernos unirnos en oración para este acontecimiento.

jueves, 3 de marzo de 2022

Obispos ucranianos piden a Francisco que consagre a Ucrania y Rusia al Inmaculado Corazón de María (Carlos Esteban)



El episcopado católico de Ucrania, que sufre la invasión del ejército ruso, ha escrito una carta al Papa Francisco para implorarle que consagre su país y Rusia al Inmaculado Corazón de María, como había pedido la Virgen en las apariciones de Fátima.

“¡Padre Santo!”, invoca la carta enviada por los obispos ucranianos. “En estas horas de dolor inconmensurable y terrible prueba para nuestro pueblo, nosotros, los obispos de la Conferencia Episcopal de Ucrania, somos portavoces de la incesante y sentida oración, sostenida por nuestros sacerdotes y consagrados, que nos llega de todo el pueblo cristiano para dedique Su Santidad nuestra Patria y Rusia”.

“Respondiendo a esta oración, pedimos humildemente a Su Santidad que realice públicamente el acto de consagración al Sagrado Inmaculado Corazón de María de Ucrania y Rusia, como lo solicitó la Santísima Virgen en Fátima”.

“Que la Madre de Dios, Reina de la Paz, acoja nuestra oración: Regina pacis, ora pro nobis!”.

Ahora, la pregunta es: ¿no realizó ya esa consagración, tanto tiempo postergada, el Papa San Juan Pablo II el 25 de Marzo de 1984? Esa es, ciertamente, la respuesta oficial del Vaticano cuando se solicita por unos y por otro el cumplimiento de la orden celestial. Pero no todo el mundo, ni mucho menos, está de acuerdo.

“Es evidente que la consagración (de Rusia) no se hizo como pidió Nuestra Señora”, declaró en 2017 el Cardenal Raymond Burke en su discurso durante la conclusión de la Cumbre sobre el Centenario de Fátima, que se ha llevado a cabo este fin de semana.

“No dudo en absoluto de la intención del Papa San Juan Pablo II cuando llevó a cabo la consagración el 25 de marzo de 1984”, dijo Burke, añadiendo que Sor Lucía declaró que “Nuestra Señora la aceptó”.

Pero el cardenal norteamericano insiste en reconocer “la necesidad de una conversión total del materialismo ateo y del comunismo a Cristo, como también la urgencia de que Rusia siga la llamada de Nuestra Señora de Fátima y se consagre a Su Inmaculado Corazón siguiendo las explícitas instrucciones de la Virgen”.

El ex prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica volvió a hacer un llamamiento para realizar la consagración de Rusia según las instrucciones específicas de Nuestra Señora. Citó también el final del famoso secreto a los niños, en el que Nuestra Señora predijo: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz”.

Carlos Esteban

domingo, 27 de febrero de 2022

Lecciones de una guerra | Actualidad Comentada | 25-2-2022 | Pbro. Santiago Martín | Magnificat.tv

Magnificat TV - Franciscanos de María


Duración 10:35 minutos

https://youtu.be/RupooLmxATM

El gran ejemplo que Polonia está dando a Occidente ante la invasión de Ucrania



Libertad. Democracia. Europeísmo. Valores europeos. Son conceptos muy repetidos pero de los que muchos han desertado en el momento más crítico.



Las consecuencias del olvido de nuestra propia historia

Occidente se creía en la cima de la historia. La expresión más usada de nuestros tiempos es la que consiste en extrañarse de que algo pueda ocurrir “en pleno siglo XXI”, como si haber llegado hasta aquí nos hubiese vacunado de todos los males que han afectado a la humanidad en el pasado. Pero es precisamente el olvido del pasado el que nos ha llevado por una senda muy peligrosa. Un pasado que ocurrió hace menos de un siglo, cuando Hitler amenazó con una guerra si no le daban los Sudetes checos, y británicos y franceses cedieron acobardados. Y al final tuvieron deshonor y guerra, como advirtió Churchill.

La excepción de Polonia, un país fiel a sus raíces y que no olvida su pasado

Mientras el resto de Occidente se sumía en la decadencia, borracho por un cóctel de relativismo moral y desprecio de las propias raíces, Polonia ha seguido fiel a sus raíces cristianas y recordando todos los días el horror que vivió a causa del comunismo y del nazismo. Gracias a esas raíces el pueblo polaco no fue barrido de la historia por esos totalitarismos, porque en su fe estaba anclada su identidad nacional. Esa fidelidad a sus raíces le ha llevado a ser perseguida por la élite de una Unión Europea que quiere arrastrar a Polonia a esa decadencia moral, imponiéndole el aborto y la ideología de género. Ésta es la verdadera causa de esa persecución, y no la excusa de un Estado de Derecho que esa élite pisotea con esas imposiciones ideológicas puramente antidemocráticas.

La tibia actitud de mucho ‘europeístas’ ante las amenazas de Putin

La invasión rusa de Ucrania ha hecho caer muchas caretas. Los que más presumían de “europeístas” han mirado hacia otro lado, como si la suerte del pueblo ucraniano importase menos por el hecho de que ese país no esté en la UE ni en la OTAN. Esa indiferencia se explica, hasta cierto punto, en que parte de la clase política europea, especialmente la alemana, ha hecho enormes favores a Putin, dejando a sus pies a la Europa oriental con la construcción del gasoducto Nord Stream 2. El gobierno Polonia lleva años alertando del riesgo que suponía ese gasoducto. No fue escuchado, y hoy sufrimos las consecuencias.

El profético aviso del primer ministro polaco en noviembre de 2021

El año pasado la situación se repitió con el ataque migratorio de Bielorrusia contra Lituania y Polonia. Esto es sólo el comienzo. Los dictadores no pararán”, advirtió en noviembre el primer ministro polaco, Madeusz Morawiecki, en referencia a Lukashenko y Putin. Una vez más, la élite de la UE siguió a lo suyo. Lo urgente no era pararles los pies a esos dos dictadores, sino imponerle la agenda izquierdista a Polonia y Hungría. El 23 de noviembre, Morawiecki insistó en dar la alerta: “La UE está siendo chantajeada con la energía de Rusia, y añadió unas palabras que ahora parecen proféticas pero que se limitaban a constatar algo previsible: “Los países que permanecen fuera de la UE, como Ucrania y Moldavia, deben recibir una señal de que no están solos a merced de la política neoimperial de Moscú”.

Polonia ha hecho varios envíos de armamento a Ucrania

Morawiecki añadió otro diagnóstico que se ha confirmado con la invasión de Ucrania: “Europa se ha convertido hoy de nuevo en un continente de miedo y debería ser un continente de paz. Polonia es el guardián de la paz europea y mantendrá esta guardia”. Y así ha ocurrido finalmente. Mientras Europa se acobardaba ante las amenazas de Putin, Polonia volvía a dar ejemplo a Occidente. Ya a comienzos de mes, Polonia envió armas a Ucrania para prepararla para una invasión que también era previsible, a la vista de la movilización militar rusa. Anteayer, Polonia envió un nuevo cargamentos de armas para los ucranianos. Pero sus acciones no se quedaban ahí.

El Ejército Polaco se prepara para una invasión rusa

Ya el pasado martes, horas después de que se conociese la orden de Putin de atacar Ucrania, el gobierno polaco reaccionó anunciando una Ley para la Defensa de la Patria para incrementar el personal del Ejército Polaco de 111.500 a 300.000, aumentar el presupuesto de defensa, mejorar el adiestramiento de sus soldados y los incentivos para alistarse y mejorar la cultura de la defensa del pueblo polaco, entre otros fines. En resumen: Polonia se prepara para defenderse por las armas ante una posible invasión rusa, puesto que después de Ucrania, lo más previsible es que Putin fije su diana en ese país y en las repúblicas bálticas, que ya fueron invadidos por la URSS en 1939 y 1940.

Polonia abre sus puertas a los refugiados ucranianos

Además de asumir ese reto, Polonia ha abierto sus puertas a los ucranianos que huyen de la invasión, ofreciéndose a acogerlos y a proporcionar asistencia sanitaria a los heridos. Ayer, muchos polacos hicieron largas colas para donar sangre para los heridos ucranianos. De forma simultánea, 120 hospitales polacos se preparaban para recibir a esos heridos, ofreciendo 7.000 camas para personas que requieran operaciones quirúrgicas u ortopédicas adicionales.

Como ya os expliqué aquí en 2018, ya había 2 millones de ucranianos en Polonia a raíz del éxodo iniciado en ese país por la invasión rusa de 2014. El pueblo polaco asumió la mayor parte del peso de ese éxodo, acogiendo y dando trabajo a esos ucranianos que huían de la guerra, y que hoy se han integrado bien en el país que los recibió. Y todo esto mientras una parte de Europa acusaba a los polacos de ser insolidarios y xenófobos.

Veta los vuelos rusos y bloquea a los medios de propagada de Putin

En el ámbito político, el gobierno polaco ha sido uno de los más activos pidiendo medidas contundentes a la UE contra el gobierno de Putin, reclamando una completa exclusión de Rusia del sistema SWIFT (Morawiecki viajó ayer a Alemania para convencer al reticente gobierno de ese país al respecto). Y no sólo las ha pedido, sino que además Polonia ha implementado medidas duras contra el tirano ruso. El mismo día de la invasión de Ucrania, Morawiecki defendió “las sanciones de mayor alcance contra Rusia en el Parlamento polaco.

Ese mismo día, Polonia bloqueó las emisiones de los canales de propaganda rusa en su territorio (RT, RT Documentary, RTR Planeta, Soyuz TV y Russija 24) tanto por emisiones por cable como por satélite e internet. Al día siguiente, Morawiecki anunció el cierre del espacio aéreo polaco a las aerolíneas rusas. En respuesta, Rusia ha vetado los vuelos polacos sobre su territorio.

El presidente de Polonia pide una vía urgente para integrar a Ucrania en la UE

Además, ayer el presidente polaco, Andrzej Duda, pidió una vía urgente de integración de Ucrania en la UE: “El estado de candidato debe otorgarse de inmediato y las entrevistas de membresía deben iniciarse inmediatamente después. Ucrania también tendrá acceso a los fondos de la UE para la reconstrucción“, señaló. Esta petición es un claro desafío a Putin, que pretende decidir por los ucranianos cuál debe ser el destino de su país.

Si la cúpula de la Unión Europea hubiese sido tan firme contra Putin como lo ha sido Polonia, posiblemente hoy no estaríamos viviendo esta grave situación, provocada en gran medida por la debilidad mostrada ante Rusia no sólo por la UE, sino también por Joe Biden. En vez de oponerse al tirano, Bruselas prefirió copiar su modelo autoritario convirtiendo a la UE en una dictadura ideológica que persigue al disidente, como ha hecho la élite europea contra Polonia y Hungría. Europa debe decidir ahora qué prefiere: mostrar firmeza en la defensa de la Libertad, como hace Polonia, o dejarse llevar hacia una deriva de decadencia, cobardía y sumisión a Rusia, como ha venido haciendo la élite de la UE hasta ahora. No hay un camino intermedio.
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