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domingo, 1 de noviembre de 2015

El acostumbramiento a lo insólito

Necesitamos rezar mucho -e insistentemente- al Señor, para que saque bien de tanta confusión como se ha creado y se está creando en la Iglesia, a día de hoy: una Iglesia que ha cambiado tanto que no se parece ya, prácticamente en nada, a la Iglesia católica que hemos conocido, a la Iglesia de siempre, la que fundó Jesucristo. Los aires de "renovación" que se han introducido paulatinamente a raíz del Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, no han producido los frutos esperados. Y no solamente eso.

Aunque mucho se ha hablado -y se sigue hablando- de continuidad entre lo que es la Iglesia post-conciliar y lo que era la Iglesia antes del Concilio, si nos atenemos a las palabras de Nuestro Señor: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 20) y no cerramos los ojos a lo que estamos viendo, no queda más remedio que afirmar que lo que apareció como "Nueva Evangelización", en un intento de acercar al mundo de hoy el Mensaje del Evangelio, en un lenguaje que el mundo comprendiera, ha devenido en una "Evangelización Nueva", en el sentido de diferente: Lo que se predica no es ya el Mensaje de Jesucristo, tal y como siempre se ha venido haciendo en la Iglesia a lo largo de casi veinte siglos, sino otra cosa: un invento humano, una "religión" que no viene de fuera (Trascendencia) sino que nos la hemos inventado nosotros (Inmanencia).

El más allá sustituído por el más acá. El hombre es el único "dios", el que decide acerca de lo que es malo y de lo que es bueno, en un proceso cambiante y de locura, que lleva a admitir que no existen verdades universales y que lo que en una cultura puede ser verdad en otra cultura es mentira. El famoso relativismo mundano, al que se achacaban tantos males, está metido de lleno en el seno de la Iglesia. Y tiene representación en Altos cargos de la Jerarquía.

Buena prueba de lo que estoy diciendo (¡aunque hay tantas ya!) es la mera celebración del sínodo de la familia que hace poco ha sido clausurado. Digo yo (¡si es que se me permite pensar y hacer uso de la facultad de razonar que Dios me ha concedido!) que en lugar de un Sínodo "democrático", tal y como ha ocurrido (¡absurdo, por miles de razones!) hubiera sido mucho más edificante para los fieles cristianos que nuestros pastores hubiesen declarado, sin miedo, ante el mundo entero, que hay verdades que no se pueden someter a votación y que no se pueden poner sobre el tapete, para ser discutidas: son verdades válidas siempre y para todos los tiempos y lugares.

Las verdades no evolucionan ... O no serían verdad. La Iglesia (y me refiero a la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica) tiene siempre la respuesta adecuada para todos los problemas de todos los tiempos y lugares, una respuesta que ha sido dada por Jesucristo que es "el mismo ayer, hoy y por los siglos" (Heb 13, 8) y que fundó su Iglesia y le envió el Espíritu Santo (su Espíritu) para iluminar a las gentes de todos los tiempos hasta el final de la Historia. Esa es, precisamente, la misión de un cristiano: la de ser Luz, en medio de un mundo que anda en tinieblas.

Así, por ejemplo, la realidad del matrimonio, como unión de un hombre y una mujer para siempre hasta que la muerte los separe; la necesidad de estar en estado de gracia para poder recibir el sacramento de la Eucaristía, so pena de incurrir en un nuevo pecado, el de sacrilegio, pues Cristo está realmente presente en dicho sacramento, etc... Todo esto forma parte de la doctrina de la Iglesia de siempre. Quien no lo sepa es, en el mejor de los casos, un ignorante.

Coloco a continuación un trozo de una homilía del padre Alfonso Gálvez en donde analiza lo absurdo y lo ridículo que es someter a votación la Palabra de Dios. Y cómo eso, que tan insólito y tan fuera de razón, se considera "normal" en el mundo de hoy, en el que rige la mentira. El sínodo, tal y como se ha llevado a cabo, ha supuesto un paso más en el proceso de destrucción de la Iglesia, de la única Iglesia verdadera, puesto que se han puesto en entredicho verdades intocables.



De manera que tal como están las cosas, el resultado del Sínodo es ya lo de menos. El simple hecho de que tal sínodo haya tenido lugar (y no uno sino dos sínodos, a lo largo de dos años) es un indicativo de la profunda crisis de fe que atraviesa la Iglesia; y que afecta también, de un modo especialmente grave, a muchos de sus pastores, habiendo, entre ellos, obispos y cardenales de la más alta categoría.

El conocimiento de nuestra fe se nos impone, más que nunca, como una grave obligación para todos los cristianos que quieran mantenerse fieles. Hoy no tiene sentido una pastoral que prescinda de la doctrina, pues ésta es desconocida por una inmensa cantidad de cristianos. Hay que decirlo así, porque es así.

Cierto es que no basta con el conocimiento y que es necesario vivir (o al menos intentarlo) conforme a lo que se cree. El dogma y la moral deben de ir unidos en una vida cristiana coherente. Pero eso no quita para que la Palabra de Dios (la auténtica) sea, de hecho, desconocida por un inmenso número de cristianos, que andan desorientados como ovejas sin Pastor. ¿Y cómo pueden vivir aquéllo que no conocen? Una auténtica pastoral católica conlleva la enseñanza de la fe católica. Esto es de sentido común.

Y, sin embargo, una gran mayoría de cristianos no sabe nada (o sabe muy poco) de su fe. Y lo poco que saben suele ser erróneo. Es preciso que los fieles cristianos conozcan la figura de Jesucristo. Sin ello, ninguna práctica pastoral tiene sentido. Éste es el verdadero problema de la Iglesia y no el cambio climático, el desempleo o las viviendas sociales.

Lamentablemente, no se agarra el toro por los cuernos. El miedo y la cobardía de muchos de nuestros pastores les ha llevado a traicionar su fe, confundiendo así al pueblo cristiano, aunque sólo serán engañados aquellos que no opten por la verdad, pues el que ama la verdad viene a la luz. El que busca encuentra. Y Dios no permitirá que sea confundido quien actúe con rectitud y lo busque con sincero sincero. Siempre encontrará buenos pastores, que los hay (¡por supuesto que los hay!) aunque, eso sí, debe buscarlos con sumo cuidado.

Lo que sí es cierto es, pase lo que pase, nunca podemos perder la esperanza, pues ésta es necesaria para seguir luchando y trabajando. No tenemos derecho al desaliento. Al contrario. Tenemos que seguir el consejo de san Pablo, cuando les decía a los romanos: "Ya es hora de que despertéis del sueño, pues ahora está más cerca de nosotros la salvación que cuando creímos" (Rom 13, 11). Y con la gracia y la ayuda de Dios, que no nos van a faltar si oramos incesantemente y sin desfallecer, el cristiano tiene la seguridad de la victoria: "En el mundo tendréis tribulación; pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33)

Sabemos que "las puertas del infierno", aun cuando se hayan desplazado de su lugar y se hayan colocado, como caballo de Troya, en el seno de la Iglesia, ..., incluso así no podrán destruirla ...

Lo que no quita para que seamos conscientes de lo que es verdad y de lo que es mentira. Es preciso hacer uso del sentido común y amar la verdad. Ésta no puede negarse nunca: Hacerlo sería ir contra Jesucristo, pues Él mismo se identifica con la Verdad ... Y una verdad como un templo es que actualmente hay una gran crisis de fe en la Iglesia ... así como una apostasía casi general que incluye también a muchos altos cargos de la Jerarquía eclesiástica, con lo que eso supone para el común de los cristianos de a pie.

Situación, pues, de gran alarma y que augura también grandes sufrimientos. Se requiere, por parte de los cristianos, que nos encomendemos como nunca al Señor; y no me cabe duda de que esto tenemos que hacerlo a través de la Virgen María, nuestra Madre ... Siempre se ha hecho así, pero hoy es especialmente importante que lo hagamos.

Ella intercederá ante su Hijo y Él, que nunca niega nada a su Madre, se compadecerá de nosotros. De ahí la necesidad de que nuestra devoción a la Virgen María sea cada vez mayor. Hay un modo muy bello de hacerlo, y que agrada mucho al Señor ... y es el rezo del santo Rosario (diario, a ser posible).


El poder de la fe es superior al poder del mal. Y la victoria está asegurada si ponemos nuestra entera confianza en el Señor, a través de su Madre y madre nuestra, la Virgen María. De manera que lo que parecía ser motivo de tristeza se ha convertido en fuente de gozo



Dios permite todo lo que está ocurriendo para que salgamos de nuestra situación de apatía y para que nos tomemos en serio, de una vez por todas, nuestro ser de cristianos, que lo somos por pura gracia. Todo cuanto suframos nos sirve para purificarnos, ya en esta vida; y para darle un sí total a Dios, igual que lo hizo nuestra Madre. 

Al final, acaba siendo verdad aquello que ya conocemos, al menos en teoría, pero que ahora lo experimentamos en nuestra propia carne. Y es que "todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28)