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jueves, 24 de abril de 2025

Con estos bueyes

ESPADA DE DOBLE FILO


“Con estos bueyes hay que arar” es un antiguo refrán castellano que indica la necesidad de aceptar la realidad o por desagradable que sea: estos son los bueyes que tienes y deberás arar el campo con ellos o dejarlo sin arar.

En ese espíritu de aceptar la realidad, creo que conviene reconocer que una buena parte de los cardenales que están participando en el cónclave son heterodoxos, es decir, no creen en la doctrina o la moral de la Iglesia. No es algo que diga yo. No hace falta, porque son abiertamente heterodoxos. Solo hay que revisar un poco las hemerotecas para descubrir cardenales favorables al divorcio, los anticonceptivos, la inseminación artificial, la ordenación de mujeres, la fornicación, la disolución del orden sacerdotal en el sacerdocio común de los fieles, la inexistencia de actos intrínsecamente malos, la idea blasfema de que Dios a veces quiere que pequemos o no nos da siempre la gracia necesaria para no pecar, la reducción de los milagros de Cristo a mera psicología, las relaciones del mismo sexo (una heterodoxia extrañamente frecuente), etcétera. O, dicho de otra manera y para resumirlo en una sola heterodoxia paradigmática, en lo que creen es en la revisibilidad perpetua de la doctrina católica para adecuarla a la mentalidad mundana de cada época.

El de la foto, por ejemplo, es el cardenal Timothy Radcliffe OP, antiguo Maestro General de la Orden de Predicadores, vulgo dominicos, y conocido por lo defender lo contrario que la doctrina de la Iglesia en relación con las relaciones entre personas del mismo sexo, en las que, según él, “Dios está presente” y que deben “respetarse y estimarse y protegerse”, porque son “eucarísticas” y “expresión de la autodonación de Cristo”.


Solo es uno entre muchos. Desgraciadamente, aunque esta situación se ha agravado en gran medida en el último pontificado, no es exclusiva de él. Por alguna razón, tanto Pablo VI, como Juan Pablo II o Benedicto XVI nombraron y toleraron a cardenales y obispos heterodoxos, que no creían en lo que ellos enseñaban. Lo que ha sucedido en los últimos doce años es que esas heterodoxias se han hecho más claras, más desvergonzadas y más desafiantes ante el clima general de impunidad.

Esto debería hacernos pensar, porque la lógica indica que los cardenales heterodoxos harán todo lo posible por que no sea elegido nadie que ose defender la fe de la Iglesia y denunciar sus errores. En casi cualquier otra época, habrían sido disciplinados, pero, en la nuestra, se pone en sus manos la elección del Sumo Pontífice, el encargado de velar por la fe de la Iglesia. Es el colmo del disparate y del absurdo. Si un reino está dividido contra sí mismo, no puede subsistir. Una cosa es que sea necesario arar con los bueyes que se tienen y otra es esta situación en que, en vez de bueyes, algunos son más bien jirafas, camellos o cabras.

Por otro lado, también es cierto todo esto es algo que Dios permite, por razones que Él conocerá. El cardenal Radcliffe, por ejemplo, fue nombrado cardenal cuando solo le quedaban ocho meses hasta la fecha en que ya no podría votar en un conclave. Eso fue hace cuatro meses. De algún modo, la Providencia ha querido permitir que participe y vote en la elección de un nuevo Papa, cosa que solo cuatro meses después ya no habría sido posible.

Sabemos que, si Dios permite algo, por muy absurdo, terrible o malo que pueda ser, también será capaz de transformarlo para bien de los que permanecen fieles, porque todo sucede para el bien de los que aman a Dios. La única conclusión posible, pues, es que debemos permanecer fieles contra viento y marea. Y también, supongo, que debemos agarrarnos bien para no caernos, porque si uno pretende arar con jirafas, camellos y cabras, puede suceder cualquier cosa.

Bruno Moreno

sábado, 22 de marzo de 2025

El fracaso de McElroy




Lo habíamos previsto.

En un video del canal Visto da Roma, publicado el 13 de enero, informamos del nombramiento de Brian Burch como embajador de los Estados Unidos ante la Santa Sede, un católico conservador y desde hace tiempo comprometido contra los dogmas del obrerismo promulgados por la izquierda, en particular por la hiperpolitizada “izquierda católica”.

Unas semanas más tarde, el Papa Francisco nombró al cardenal ultraprogresista Robert McElroy, arzobispo de San Diego, como nuevo arzobispo de Washington, D.C., convirtiéndolo en un actor importante en el epicentro político mundial.

La prensa de todo tipo, católica o laica, favorable o crítica a Francisco, vio en ello un acto eminentemente político, ya que el cardenal es un abierto opositor del presidente, especialmente en el tema migratorio y en la agenda LGBT.

Revirtiendo completamente la condena de la sodomía que se encuentra en la Sagrada Escritura, el Cardenal McElroy llegó incluso a describir como “demoníaca” no la actividad del lobby LGBT sino más bien la de algunos creyentes que se oponen a él.

Ningún observador lúcido ha dejado de notar que el gesto del Papa fue una elección de bando bien definida, como lo fue igualmente la acción de Trump con su embajador.

Obviamente toda la izquierda se alegró.

El primero en descorchar la botella de champán fue el New Ways Ministry , portavoz del mayor lobby católico-LGBT de Estados Unidos, que afirmó que el movimiento estaba incluso “encantado” por su nombramiento en Washington. Su director escribe: “Confiamos en que el cardenal McElroy pueda ofrecer una voz católica fuerte que afirme la dignidad humana de las personas LGBTQ+ y la necesidad de leyes que las protejan...”

Todos se preguntaban si el cardenal McElroy se convertiría en un ariete de la izquierda en Washington, una espina en el costado de la administración Trump y, al mismo tiempo, un punto de referencia para la inestable izquierda religiosa estadounidense.

Citando al conocido intelectual católico Robert Royal, que escribe para The Catholic Thing , nos aventuramos a predecir que McElroy fracasaría en ambos frentes, el político y el religioso, tanto porque Trump no se siente intimidado en absoluto; Tanto porque el clero como los fieles del área de Washington son bastante tradicionales, nada que ver con el episcopado alemán, donde un McElroy encontraría más fácilmente seguidores.

La misa de instalación del nuevo arzobispo de la capital estadounidense, celebrada el pasado 11 de marzo, parece darnos la razón. La hermosa Catedral de San Mateo Apóstol estaba medio vacía…

A pesar de la masiva movilización de los progresistas para recibir a su ídolo, está claro que los verdaderos fieles desertaron de la ceremonia.
La gran pregunta es: ¿tendrá el cardenal McElroy (y quienes lo apoyan desde arriba) “antenas” para captar el cambio de humor de los católicos estadounidenses? ¿O continuará ciego y sordo a los nuevos signos de los tiempos, con el riesgo de distanciarse cada vez más de su rebaño? - Fuente

miércoles, 26 de febrero de 2025

El Cónclave que viene: ¿Quién será el próximo Papa?



Sí, ya lo sé, el Papa no ha muerto, y es de mal gusto hablar del futuro cónclave. Sí, ya lo sé. Pero las cosas están pasando muy rápido, la Iglesia continúa, y los católicos, los que tenemos esperanza, ya miramos al futuro, mientras rezamos por Francisco. Que se pueden hacer dos cosas a la vez.

Sea en las próximas semanas, sea en los próximos meses, en las sombras de la Capilla Sixtina, los cardenales serán testigos y actores de una elección que marcará el futuro de la Iglesia. Como en toda gran historia, hay héroes, villanos y figuras ambiguas que podrían inclinar la balanza en una u otra dirección.

He querido esbozar tres listas: La terna de los que, modestamente, desearía ver en la sede de Pedro, los que tienen posibilidades reales, más allá de mis gustos, y aquellos cuya elección me helaría la sangre. Y, por encima de todo, hay un nombre que merece una mención especial.

Los tres que elegiría

Entre los nombres que despuntan hay tres que podrían contribuir a restablecer el daño causado en los últimos años a la Iglesia:

Willem Jacobus Eijk (Países Bajos): Un cardenal de hierro en un país que se ha convertido en uno de los cementerios de la fe en Europa. Médico y teólogo, ha denunciado sin tapujos la crisis moral de Occidente y la laxitud doctrinal en la Iglesia. Sería un Papa dispuesto a restaurar la claridad en la enseñanza y a devolver el sentido de lo sagrado.

Péter Erdö (Hungría): Primado de Hungría, intelectual de peso y con experiencia de gobierno. Su pontificado podría traer orden y estrategia en un momento de confusión.

Malcolm Ranjith (Sri Lanka): Ex secretario de la Congregación para el Culto Divino, defensor acérrimo de la liturgia tradicional y crítico con los abusos postconciliares. Benedicto XVI le tuvo en alta estima y le confió diversas tareas clave. En su país ha sabido lidiar con tensiones interreligiosas y gobernar con mano firme. En Roma, sería un Papa con el objetivo de restaurar el sentido de lo sagrado, sin miedo a desandar los caminos errados.

Los que tienen posibilidades reales

Más allá de mis preferencias, la realidad vaticana marca otras tendencias. En el tablero de poder hay tres nombres que, por distintos motivos, parecen estar en la recta final:

Pietro Parolin (Italia): El eterno candidato. Como Secretario de Estado, ha sido el arquitecto de la política diplomática de Francisco, pero su papel en el desastroso acuerdo con China debería bastar para inhabilitarlo. Sin carisma de pastor ni experiencia conocida. Un pontificado suyo podría significar una continuidad pragmática, sin grandes sacudidas, pero también sin un rumbo claro en lo doctrinal.

Matteo Zuppi (Italia): Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, mediador en conflictos internacionales y hombre de confianza del Papa actual. Su cercanía con la Comunidad de San Egidio le otorga una red de influencia global, aunque en ambas direcciones. Como sacerdote, negoció con ETA en nombre de San Egidio, y su elección supondría, en muchos aspectos, el papado de Andrea Riccardi. Es visto como un “Francisco II”, con su mismo énfasis en los temas sociales y ecuménicos, pero con una mayor capacidad de gestión.

Luis Antonio Tagle (Filipinas): Carismático, cercano y con la etiqueta de “papable” desde hace años. Escuela de Bolonia, su nombramiento como Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos fue interpretado como un guiño a su candidatura. Es el rostro del catolicismo asiático y, para muchos, la continuación natural del actual pontificado.

Pierbattista Pizzaballa (Italia/Israel): El Patriarca de Jerusalén es otro de los nombres de ‘consenso’ que suena con fuerza. Su figura se ha revalorizado en estos últimos meses por su papel en la guerra de Gaza. El cardenal llegó a ofrecerse a los terroristas de Hamas a cambio de los rehenes israelíes. Su figura es vista con buenos ojos tanto por conservadores como por progresistas como un papable que sea capaz de volver a unir a la Iglesia dividida.

Timothy Dolan (Estados Unidos): El arzobispo de Nueva York podría verse beneficiado del ascenso de Trump en Estados Unidos. Dolan sabe moverse en ambientes muy variopintos y podría ser considerado por muchos cardenales como un posible sustituto que sepa entenderse con las nuevas fuerzas políticas que emergen en Occidente.

Los tres que más miedo me dan

No es cuestión de alarmismo, pero hay nombres que generan preocupación. Cardenales que podrían consolidar una tendencia ya marcada, llevando a la Iglesia a territorios inciertos:

Blase Cupich / Robert McElroy (EE.UU.): Mencionados juntos porque representan lo mismo: el ala más progresista del episcopado estadounidense. Cupich, cercano a la línea de Francisco, ha sido un promotor de la “Iglesia inclusiva”. McElroy, aún más radical, ha abogado por una moral más “flexible” y ha sido un defensor del acceso de políticos abortistas a la comunión.

Jean-Claude Hollerich (Luxemburgo): Relator del Sínodo sobre la Sinodalidad, abiertamente favorable a una revisión de la moral sexual de la Iglesia. Su elección marcaría un cambio de rumbo en la doctrina, con consecuencias imprevisibles.

Michael Czerny (Canadá): Es prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Es conocido por sus mensajes de corte social en defensa de la inmigración y del ecologismo.
Mención especial: Robert Sarah

En esta ecuación falta un nombre que sería, sin duda, el mejor candidato: Robert Sarah. El cardenal guineano, ex Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, es un hombre de oración, con una visión clara y una fe inquebrantable. No está en ninguna de las tres ternas porque tiene categoría propia: tiene posibilidades reales, pero su perfil no encaja con ninguna de las otras clasificaciones. A su favor corre el hecho de que, con 79 años, su pontificado no sería largo, lo que podría ser un factor de consenso entre los electores que buscan evitar una guerra abierta en el cónclave.

Jaime Gurpegui

sábado, 21 de octubre de 2023

Para Tucho el único pecado es el clericalismo


Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata


(Tommaso Scandroglio/La nuova bussola quotidiana)-El cardenal Víctor Fernández, recién nombrado prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, sale a la palestra para reprender a los cardenales dubitativos, es decir, a aquellos cinco cardenales que habían enviado algunas dubia al Papa para que aclarara cuestiones centrales relativas a la moral, la fe y la estructura jerárquica de la Iglesia.

Por supuesto, el prefecto no los menciona directamente y, desde su punto de vista, se trata de una estrategia eficaz. De hecho, sus palabras pueden así adaptarse tanto a los cinco alborotadores como a sus numerosos émulos.

Fernández elige Facebook para lanzar su mensaje. Y sólo eso ya es insólito e irritante. No es un precisamente un lugar muy adecuado para las comunicaciones formales de un prefecto de dicasterio. Pero es una de las infinitas variantes de la adaptación al mundo que tanto gusta a los teo-conformistas. El post de Facebook tiene un título que lo dice todo: Abuso, clericalismo y sinodalidad. Lo esencial es lo siguiente: “Todas las personas con autoridad tenemos tendencia al abuso”. Y el cardenal se refiere al “abuso de cualquier tipo (sexual, de autoridad, manipulación de conciencias, etc.)”. Luego se detiene en una forma particular de abuso que parece haberse extinguido, al menos entre la mayoría: “existía una violencia verbal que llevaba demasiado rápido a juzgar duramente a los demás sin temor alguno a lastimarlos y a destrozar su autoestima, Se decía: “adúlteros”, “sodomitas”, “hijos ilegítimos”, “degenerados”, “pecadores”, etc”. Y así llegamos a descubrir que legiones de santos, desde san Pablo, pasando por santo Tomás de Aquino, hasta san Juan Bosco, eran maltratadores porque utilizaban esos términos malditos.

Pero hay más en la observación del Cardenal Fernández: la categoría moral del adulterio, de la sodomía, de la filiación ilegítima, de la degeneración de las costumbres, e incluso la de pecado, no sólo ya no existen, sino que es erróneo evocarlas. Son como insultos, son palabras o expresiones que ya no indican una realidad objetiva, sino que son meros epítetos despreciables, títulos insultantes. Así, ya no existe el adúltero, sino la persona que encuentra en una nueva unión, después de un serio discernimiento, un camino afectivo bendecido por Dios. Ya no existe la persona homosexual que experimenta una condición intrínsecamente desordenada, sino una persona que experimenta una variante natural diferente de la atracción sentimental y sexual. Ya no existe el hijo nacido fuera del matrimonio; sólo existe el hijo, lo demás es irrelevante. Ya no existe el degenerado moral, sino una persona en búsqueda. Y, por último, ya no existe el pecador, sino sólo la persona frágil. Ya no existe el mal y el vicioso, sino sólo el bien y el virtuoso.

El novelista Cormac McCarthy escribió acertadamente: “Poco a poco, el bandido acaba por volverse indistinguible de la colectividad. Es cooptado. Hoy en día es difícil ser un glotón o un sinvergüenza. Un libertino. ¿Un desviado? ¿Un pervertido? Debes de estar bromeando. Las nuevas directrices casi han borrado estas categorías del lenguaje. Ya no se puede ser una mujer libertina. Por ejemplo. Una puta. El concepto mismo carece de sentido. Ni siquiera se puede ser yonqui. Si te va bien eres un mero consumidor. ¿Un consumidor? ¿Qué diablos significa eso? En un par de años hemos pasado de porreros a consumidores. No hace falta ser Nostradamus para predecir dónde acabaremos. Los criminales más atroces reclaman su estatus. Asesinos en serie y caníbales reclaman el derecho a su estilo de vida. […] Sin malhechores, el mundo de los justos queda completamente desprovisto de sentido” (El pasajero).

Volvamos a nuestro prefecto que, censurando el concepto de autoridad, continúa diciendo que “esto permite comprender por qué el Papa Francisco afirma que el clericalismo es la principal causa de los abusos en la Iglesia, más que la sexualización de la sociedad”. Dos breves apuntes. Como afirmó Benedicto XVI, la causa de los abusos es la falta de fe: “Sólo donde la fe ya no determina las acciones de los hombres son posibles tales crímenes” (Papa Ratzinger: la Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales, Corriere della Sera, 11 de abril de 2019). Quita a Dios y habrás eliminado el mayor obstáculo para llevar a cabo el mal. Además, y en relación con el clericalismo -una de las muchas palabras talismán de este Sínodo que significan todo y nada-, el autoritarismo de algunos sacerdotes no es la causa de los abusos, sino sólo una condición. Es como decir que la causa de los divorcios son los matrimonios.

El cardenal continúa diciendo que la referencia al clericalismo “también ayuda a entender el llamado a una Iglesia más «sinodal», donde la autoridad sólo se entienda en el contexto de la corresponsabilidad y de la variedad de carismas”. Aquí la autoridad jerárquica se licúa en un consenso aparentemente entre iguales, en una corresponsabilidad democrática que en realidad sirve de pantalla para ocultar las grandes maniobras de unos pocos.

Y finalmente la arremetida: es necesario “situar la autoridad en un contexto que impida los abusos de cualquier tipo y asegure el religioso respeto de la dignidad de las personas. La historia de la Iglesia nos muestra sobrados ejemplos de la ausencia de ese respeto en medio de la ostentación de la sana doctrina y de una rígida moral”. Así pues, quien pide fidelidad a la doctrina, como los cinco cardenales de los dubia, es un abusador, una persona que desprecia la dignidad de sus hermanos. Cuando es justamente al contrario: la doctrina es rígida porque debe proteger rígidamente la dignidad de las personas.

Está en juego la salvación eterna y por eso es necesario ser rigurosos e inflexibles a la hora de señalar lo que está en consonancia con esa dignidad y te lleva al Paraíso y lo que no está en consonancia con ella y te abre las puertas del Infierno.

TOMASSO SCANDROGLIO

viernes, 5 de mayo de 2023

Carta abierta a todos los Cardenales de la Santa Iglesia Católica



 
El Papa Francisco -lo digo con el corazón roto- no es el «garante de la fe», sino que constantemente destruye cada vez más los fundamentos de la fe y la moral.



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Carta abierta a todos los Cardenales de la Santa Iglesia Católica (que se dirige también a todos los Patriarcas, Arzobispos y Obispos que tienen un alto grado de corresponsabilidad)

30 de abril Fiesta de Santa Catalina de Siena

Eminencias, Reverendísimos Cardenales, Arzobispos y Obispos de la Iglesia Católica,

Hace dos años y medio escribí la siguiente carta a un cardenal con el que mantengo una relación amistosa desde hace años y que poco antes, al igual que muchos otros obispos y cardenales, dijo en una entrevista publicada que las críticas al Papa Francisco son un gran mal que debería erradicarse. El cardenal al que me dirigí respondió a mi carta muy afectuosamente, pero que yo sepa no se ha tomado ninguna medida.

Ante el fallecimiento del Papa Benedicto XVI y la noticia de que el Papa Francisco ya ha firmado una carta de renuncia a su cargo que se hará efectiva en caso de un deterioro significativo de su salud y, por tanto, ante un cónclave que podría convocarse próximamente, creo que el contenido de esta carta concierne a todos los cardenales y también a los arzobispos y obispos. Por tanto, dirijo esta carta, de la que he eliminado todo signo sobre qué cardenal fue escrita originalmente, como una carta abierta a todos los cardenales, de hecho a todos los que tienen responsabilidades en la Iglesia en diversos grados. Quiera el Espíritu Santo que todo el contenido de esta carta, que corresponde a la verdad y a la voluntad de Dios, sea fecundo para el bien de la Santa Iglesia y de muchas almas, y que ni una sola palabra en ella perjudique a la Iglesia, Esposa de Cristo.

He elegido la festividad de Santa Catalina de Siena para su publicación, porque ella combinó de manera única la más íntima reverencia hacia el Papa como Vicario de Cristo en la tierra con una crítica implacable a dos Papas muy diferentes. Pasemos ahora al texto de la carta, que cada uno de vosotros puede leer como dirigida personalmente a él.

Eminencia, Reverendo Cardenal ...

Debo confesar que me preocupa y entristece una declaración supuestamente hecha por usted sobre las críticas al Papa Francisco. Usted ha dicho en una entrevista, si hemos de fiarnos de los medios de comunicación, que las críticas al Papa son un «fenómeno decididamente negativo que debería erradicarse lo antes posible» y subraya que el Papa es «el Papa y garante de la fe católica».

¿Cómo puede decir que criticar al Papa es un mal? ¿Acaso el apóstol Pablo no criticó dura y públicamente al primer Papa Pedro? ¿No criticó Santa Catalina de Siena a dos papas con más dureza aún?

Usted no parece entender por qué muchos católicos critican al Papa Francisco, a pesar de que es «el Papa». Al contrario, no entiendo cómo todos los cardenales, excepto los cuatro de las Dubia, permanecen en silencio y no hacen preguntas críticas al Papa. Porque hay muchas cosas que el Papa Francisco dice y hace que deberían provocar no sólo preguntas críticas sino también críticas caritativas. Recordemos la Declaración sobre la Fraternidad de Todos los Pueblos firmada por el Papa Francisco junto con el Gran Imán Ahmad Mohammad Al-Tayyeb, que dice:

«El pluralismo y la diversidad de religiones, color, sexo, etnia y lengua son queridos por Dios en Su sabiduría, a través de la cual creó a los seres humanos». (Aún más molesta es la versión inglesa: «The pluralism and the diversity of religions, colour, sex, ethnicity and language are willed by God in His wisdom, through which He created human beings»).

¿No sería una herejía y una terrible confusión afirmar que Dios -del mismo modo que quiso la diferencia de los dos sexos, es decir, con su voluntad positiva- también quiso directamente la diferencia de religiones y, por tanto, toda idolatría y herejía? Sí, ¿no es la Declaración de Abu Dhabi mucho peor que la herejía, es decir, la apostasía? ¿Cómo puede Dios, con Su voluntad creadora positiva, haber querido religiones que rechazan la divinidad de Jesús, niegan la Santísima Trinidad, rechazan el bautismo y todos los sacramentos y el sacerdocio? ¿O cómo ha podido querer el politeísmo o el culto al ídolo Baal o a la Pachamama? ¿No contradice esto totalmente el mensaje del profeta Elías y de todos los demás profetas y las palabras de Jesús?

¿No deberían todos los cardenales y obispos pronunciar su firme «non possumus» cuando Francisco exija que este «documento» sea la base de la formación de los sacerdotes en todos los seminarios y facultades de teología?

Dios ni siquiera puede haber querido o aprobado directa y positivamente las confesiones cristianas heréticas, en lugar de simplemente permitirlas, ya que éstas niegan pilares de la fe bíblica y católica como la enseñanza bíblica de que nuestra salvación eterna no se realiza sólo por la gracia de Dios, sino que requiere nuestra libre cooperación y buenas obras. ¿Cómo puede entonces, con su voluntad directa y positiva, querer religiones que rechazan todo el fundamento de la fe cristiana y a Cristo mismo?

Por muy cierto que sea en sí mismo «que el Papa es el Papa y garante de la fe», esta afirmación no puede aplicarse a un Papa que ha firmado la Declaración de Abu Dhabi y la ha difundido por todo el mundo, y que ha dicho y hecho muchas otras cosas contrarias a la doctrina constante de la Iglesia.

Su afirmación de que hay que promover las alianzas civiles/uniones civiles de homosexuales contradice directamente las claras afirmaciones del Magisterio de la Iglesia (cf. las consideraciones publicadas bajo el pontificado de San Juan Pablo II sobre los proyectos de reconocimiento legal de la convivencia entre personas homosexuales del 3 de junio de 2003), ¡pero sobre todo la Sagrada Escritura y toda la tradición de la Iglesia! ¿No deberían hacer todos ustedes, los cardenales, como hizo maravillosamente el obispo Athanasius Schneider: realizar un verdadero acto de amor al Papa y decirlo públicamente y con la misma franqueza que él, con toda la claridad debida?[1]

El Papa Francisco -lo digo con el corazón roto- no es el «garante de la fe», sino que constantemente destruye cada vez más los fundamentos de la fe y la moral con esta y otras muchas declaraciones y pronunciamientos. Que yo sepa, no ha habido ningún Papa en la historia de la Iglesia que haya afirmado monstruosidades semejantes... ¿Cómo debo responder a un querido y profundamente creyente amigo luterano, por cuya conversión rezo desde hace años, cuando me escribe que con esta Declaración de Abu Dhabi la Iglesia católica ha abandonado el suelo del cristianismo?

¿No está claro que un próximo Papa debe condenar como apóstata esta enseñanza de Abu Dhabi que Francisco envía a todos los seminarios de sacerdotes y facultades católicas? ¿Cómo puede justificar la Iglesia anatematizar al Papa Honorio por una desviación infinitamente menor de la Fe y condenarlo, si no condena unas declaraciones tan escandalosas? No tendrían que escribir todos los cardenales al Papa como un solo hombre y pedirle que retire esta declaración apóstata?

¿No temblarán los cardenales ante el momento en que Cristo les pregunte cómo podrían haber cumplido el solemne mandato misionero de Jesús si no hubieran protestado contra la Declaración de Abu Dhabi, que dice lo diametralmente opuesto a las palabras de Jesús?

«Por último, estando los once sentados a la mesa, se manifestó... Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará». (Marcos 16:14).

¿Cómo habéis podido callar también todos vosotros sobre las más que justificadas dubia del cardenal Caffarra -que aún me llamó en vísperas de su muerte y al que tuve que prometer que seguiría defendiendo la verdad- y de los otros tres cardenales posteriores a Amoris Laetitia, o incluso criticar estas dubia? De los cardenales, sólo los cuatro cardenales dubia han formulado preguntas caritativas sobre la herejía moral-teológica en Amoris Laetitia denegar implícitamente acciones intrínsecamente malas. El esplendor del bien y la existencia siempre y en todas partes (ut in omnibus) de actos malos ha sido reconocido como piedra angular de toda ética desde Sócrates y fue enseñado por San Juan Pablo II como fundamento inamovible de la ética y de las enseñanzas morales de la Iglesia.[2]

¿No deberían todos los cardenales haber estado de acuerdo con el cardenal Carlo Caffarra y los otros tres cardenales de las Dubia y haber exigido esta aclaración, ayudando así al Papa a proclamar la verdad?[3] ¿No deberían todos los cardenales haberse levantado como un solo hombre y haber apoyado la fraterna correctio que el cardenal Burke anunció pero nunca llevó a cabo?

Sólo tuvimos el anuncio del Cardenal Burke de que los cuatro Cardenales practicarían una «correctio fraterna» sobre el Papa en caso de silencio del Papa sobre esta cuestión moral central, pero esta correctio fraterna hace años que no la han practicado ni el Cardenal Burke ni otros Cardenales; solo unos pocos laicos y sacerdotes han criticado esta perversión de la doctrina en varias declaraciones[4] y, por así decirlo, se han puesto en la brecha para que ustedes los cardenales defiendan la verdad y el depositum fidei, como ya hicieron los laicos frente a la herejía arriana junto con San Atanasio y otros pocos cardenales todavía fieles, contra el Papa Liberio y la mayoría de los obispos se mostraron blandos.

Pero en lugar de nosotros miseri laici (nosotros miserables laicos), como (entonces el todavía Monseñor) Carlo Caffarra me llamaba con afectuoso humor (con verdadero corazón), ¿no os corresponde a vosotros, cardenales que deberíais estar dispuestos a dar vuestra sangre por la verdadera fe, alzar la voz contra las herejías de las que los críticos del Papa han demostrado que el Papa Francisco ha cometido algunas o al menos las ha sugerido? En lugar de una prohibición de criticar las declaraciones del Papa, ¿no hay aquí más bien una exigencia de reprensión fraterna o filial?

¿Y ahora levanta usted la voz, no por defensio fidei, sino para acallar a esos críticos, es más, para querer «erradicar» toda crítica?

¿No deberían protestar también todos los cardenales en muchos otros casos, por ejemplo cuando el Papa introduce arbitrariamente una enmienda teológica y eclesiásticamente errónea en el Catecismo Católico, que contradice las claras palabras de Dios en las Sagradas Escrituras (ya en el Libro del Génesis)[5] y muchas declaraciones doctrinales de papas sobre la pena de muerte formuladas en la tradición ininterrumpida y también hechos históricos, o cuando -contra muchas palabras contundentes de Jesús y dogmas de la Iglesia católica- habla de un infierno vacío o incluso, como los Testigos de Jehová, afirma que las almas de los pecadores incurables no van al infierno sino que son destruidas?

Querido amigo, este escenario de un Papa que negó la existencia de la única y verdadera Iglesia y la fe in unam sanctam, catholicam et apostolicam ecclesiam, si no explícitamente sí ciertamente implícitamente en Abu Dhabi, y se comporta como un señor por encima de las enseñanzas de Jesucristo y de la Iglesia, y de tantos Cardenales silenciosos, resulta irritante para muchos creyentes como yo, pone en peligro nuestra fe y hace un daño incalculable a la Iglesia y a las almas.

Os pido que alcéis vuestra voz en favor de la verdad sin ambages y que persuadáis a otros cardenales para que digan la verdad oportuna e inoportunamente, aunque esto pueda revelar la terrible crisis y cisma de la Iglesia en medio de la cual nos encontramos, y aunque algunos pusillae animae puedan ver erróneamente en ello un scandalum.

No se trata de una cuestión cultural de un Papa latinoamericano. No es una cuestión de gusto, estilo o temperamento. No, es el sí o el no a Cristo que nos dijo que predicáramos el Evangelio a todos los pueblos y naciones; quien crea en él se salvará, pero quien no crea en él se condenará? ¿Puede el Papa derogar de facto este mandato misionero mediante la Declaración de Abu Dhabi?

¿Puede nombrar e incluso honrar personalmente y premiar en la Academia Pontificia para la Vida a teólogos morales que contradicen el núcleo de la enseñanza moral bíblica y de la Iglesia y las encíclicas Humanae Vitae, Evangelium Vitae y Veritatis Splendor? ¿Cómo pueden los cardenales (y especialmente ustedes, que durante años trabajaron a las órdenes de San Juan Pablo II y del Papa Benedicto XVI) permanecer en silencio ante ésta y muchas otras «desolaciones del santuario» en lugar de hacer todo lo posible, mucho más que los laicos y teólogos críticos, para proclamar esas muchas verdades de la fe que el Papa contradice abierta o tácitamente con palabras y también con hechos (como la celebración de la Reforma, la erección de la estatua de Lutero en el Vaticano, el sello que celebra la Reforma, el culto a la Pacha Mama en los Jardines Vaticanos y en la Basílica de San Pedro, etc.)) y suplicarle que encuentre la brújula segura de su enseñanza únicamente en la verdad de las Sagradas Escrituras y en los dogmas inmutables de la Iglesia y que no se permita cambiar ni un ápice de ellos, por no hablar de la sustancia de la fe?

Con profundo dolor por las muchas heridas de la Iglesia, la Esposa de Cristo, y con amor a Jesús y a la Iglesia fundada por Él sobre la Roca de Pedro

En Cristo

Tuyo,

José

P.D. Espero desde lo más profundo de mi alma vuestra respuesta de palabra y de obra, que sería un acto de amor a Jesús, a María, a la Santísima Trinidad, a la Iglesia, al alma del Papa y a muchas otras almas. Con San Juan Pablo os grito: ¡corraggio! Luchad con valentía y sin reservas por la verdad, por Cristo y por la Iglesia, por las almas, incluidas las del Papa Francisco, y por la unidad de todos los cristianos, que sólo es posible en la verdad.

Profundamente unidos a ti en Cristo,

Tuyo

José

Profesor Dr.phil. habil. Dr. h.c. Josef M. Seifert, actualmente profesor de filosofía en la LMU, la Universidad de Múnich.







[1] He aquí la declaración verdaderamente clásica y maravillosa del obispo Schneider: https://www.lifesitenews.com/opinion/bishop-schneider-calls-faithful-to-pray-for-pope-francis-to-convert.

[2] Escribí un libro sobre esto El esplendor del bien y los actos intrínsecamente malos . La piedra angular de la ética y la moral de Karol Wojtyìa/Papa Juan Pablo II (1920-2020): una defensa filosófica. Cf. también mi ensayo . "Amoris Laetitia. Alegrías, tristezas y esperanzas". Aemaet vol. 5, n.º 2 (2016) 160-249, http://aemaet.de urn:nbn:en:0288-2015080654.

130b. "La alegría del amor: alegrías, aflicciones y hoffnungen", Aemaet Scientific Journal of Philosophy and Theology http, vol. 5, n.º 2 (2016) 2-84, http://aemaet.de urn:nbn:es:0288-2015080660.

[3] Con esta intención de ayudar al Papa escribí en mi breve ensayo ¿La lógica pura amenaza con destruir toda la doctrina moral de la Iglesia católica? ("¿Amenaza la lógica pura con destruir toda la doctrina moral de la Iglesia católica?", Aamaet, Revista científica de filosofía y teología http://aemaet.de, Vol. 2 (2017), 10-20/ " ¿Amenaza la lógica pura con destruir toda la doctrina moral de la Iglesia católica?" Aemaet, Wissenschaftliche Zeitschrift für Philosophie und Theologie http://aemaet.de, Vol. 6 (2017), 2-9) formuló la misma pregunta y también, con elogio de algunos pasajes de Gaudete et Exsultate el libro Revolution der Moraltheologie: Neues Paradigma oder alte ethische Irrtümer? (que le envío al mismo tiempo que esta carta). Más recientemente, Don Tullio Rotondo, en su libro Tradimento della sana dottrina attraverso "Amoris Laetitia", también ha expresado esta crítica de manera fundada y respetuosa. (Fue suspendido a divinis de forma totalmente injusta por su obispo por no retirar este libro, lo que habría ido en contra de su conciencia y del principio apostólico de que debemos obedecer a Dios más que a los hombres).

[4] Yo mismo no firmé estas declaraciones porque no estaba de acuerdo con todos los puntos ni con el tono de todo el asunto.

[5] Quien derrame sangre de hombre, su sangre también será derramada por el hombre; porque Dios hizo al hombre a su imagen. (Génesis 9:6)

viernes, 28 de abril de 2023

Los cardenales Roche y Cantalamessa lo confirman: el rito de Paulo VI corresponde a una nueva teología


 



Los cardenales Arthur Roche y Raniero Cantalamessa han reconocido de modo indirecto (tal vez involuntariamente) lo que los críticos del Novus Ordo Missae de Paulo VI llevan más de cincuenta años diciendo: que el nuevo rito corresponde a una nueva teología que «se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la Santa Misa, tal como fue formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento» [1].

El 19 de marzo pasado, al ser interrogado por sus compatriotas de la radio BBC sobre las restricciones a la celebración del rito latino tradicional, el prefecto del Dicasterio para el Culto divino declaró: «Como ustedes saben, la teología de la Iglesia ha cambiado. Antes el sacerdote representaba, a distancia, a todo el pueblo: [los fieles] se canalizaban a través de esta persona que era la única que celebraba la Misa. No es sólo el sacerdote el que celebra la liturgia, sino también los que están bautizados [junto] con él; ¡nada menos!» [2] [Todo lo destacado en negrita lo hemos resaltado nosotros.]

Pocos días más tarde, en el cuarto sermón de Cuaresma para la Curia Romana, el cardenal Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, remachó: 
 
«La liturgia católica se ha transformado, y en poco tiempo ha pasado de ser una acción con una marcada impronta sagrada y sacerdotal a ser una actividad más comunitaria y participativa, donde todo el pueblo de Dios tiene su parte, cada uno con su propio ministerio […]
 
»Al comienzo de la Iglesia y durante los tres primeros siglos, la liturgia era verdaderamente una liturgia, es decir, la acción del pueblo (laos, pueblo, es uno de los componentes etimológicos de leiturguía). De san Justino, de la Traditio Apostolica de san Hipólito y de otras fuentes de la época, obtenemos una visión de la Misa ciertamente más cercana a la reformada de hoy que a la de siglos atrás. ¿Qué pasó después de eso? La respuesta está en una palabra molesta que no podemos evitar: ¡clericalización! En ninguna otra esfera se ha observado más claramente que en la liturgia.
 
»El culto cristiano, y de modo especial el sacrificio eucarístico, se transformó rápidamente, en Oriente y Occidente, y dejó de ser una acción realizada por el pueblo para ser una actividad del clero.» [3].

¿Es conforme al dogma católico decir que el sacrificio eucarístico es una acción realizada por el pueblo y que pasó a ser primordialmente una acción del clero por culpa de una clericalización improcedente? Claro que no. En la Santa Misa, el celebrante no es un mero presidente de la asamblea, sino el único sacerdos que ofrece el sacrificio in persona Christi.

Para zanjar cualquier duda, basta leer lo que dijo al respecto Pío XII en su encíclica Mediator Dei: 
«Sólo a los Apóstoles y a los que, después de ellos, han recibido de sus sucesores la imposición de las manos, se ha conferido la potestad sacerdotal, y en virtud de ella, así como representan ante el pueblo a ellos confiado la persona de Jesucristo, así también representan al pueblo ante Dios» (n° 54).
Por eso, en la Santa Misa, «el sacerdote representa al pueblo sólo porque representa la persona de nuestro Señor Jesucristo, que es Cabeza de todos los miembros por los cuales se ofrece; y que, por consiguiente, se acerca al altar como ministro de Jesucristo, inferior a Cristo, pero superior al pueblo (San Roberto Belarmino, De missa, II c.l. ). El pueblo, por el contrario, puesto que de ninguna manera representa la persona del divino Redentor ni es mediador entre sí mismo y Dios, de ningún modo puede gozar del derecho sacerdotal» (n° 104).

Sin duda, es importante que los fieles presentes participen en el sacrificio del altar con los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en la Cruz y que «ofrezcan aquel sacrificio juntamente con Él y por Él, y con Él se ofrezcan también a sí mismos» (n° 99).

Pero, para evitar todo equívoco, Pío XII reitera que «por el hecho de que los fieles cristianos participen en el sacrificio eucarístico, no por eso gozan también de la potestad sacerdotal» (n° 102).

La insistencia del papa Pacelli era necesaria, porque ya entonces algunos pretendían erróneamente «que el precepto que Jesucristo dio a los Apóstoles en su última cena, de hacer lo que Él mismo había hecho, se refiere directamente a todo el conjunto de los fieles» y juzgaban que «el sacrificio eucarístico es una estricta concelebración» (n°103).

Contra ese error, la Mediator Dei enseñaba que «aquella inmolación incruenta con la cual, por medio de las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente en estado de víctima sobre el altar, la realiza sólo el sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo, no en cuanto tiene la representación de todos los fieles» (n°112).

De ahí que no se puedan condenar las misas privadas sin participación del pueblo, ni la celebración simultánea de varias misas privadas en diferentes altares, invocando erróneamente «el carácter social del sacrificio eucarístico» (n° 118) [4]

Esos extractos de la gran encíclica litúrgica de Pío XII demuestran que, mal que le pese al cardenal Cantalamessa, la escarnecida clericalización de la Santa Misa no es fruto de un deterioro humano producto de la historia, sino de un designio divino. Jesús instituyó el sacrificio eucarístico y el sacerdocio ministerial simultáneamente, y otorgó a sus ministros el privilegio exclusivo de renovarlo sobre los altares de manera incruenta hasta la consumación de los tiempos.

Conviene observar, además, que el predicador de la Casa Pontificia metió sus sandalias de capuchino en arenas movedizas al declarar que las primeras comunidades cristianas tenían «una visión de la Misa ciertamente más cercana a la reformada de hoy que a la de siglos atrás». Si eso fuera cierto, cabrían dos posibilidades:

• En el mejor de los casos, el concepto encarnado en la nueva Misa de Paulo VI representaría una regresión teológica porque desde el primer tercio hasta la segunda mitad del siglo XX hubo un «desarrollo orgánico» del Depósito de la Fe en lo que se refiere al sacerdocio y el Sacrificio del Altar; es decir, que se entiende mejor su sentido teológico. En efecto, «la superación del pasado reciente para recuperar el más antiguo y original» no es un «enriquecimiento» [5], como afirmó el cardenal Cantalamessa, sino un empobrecimiento, ya que oculta a la Iglesia la luz que emana de las definiciones dogmáticas de varios concilios ecuménicos sobre la Misa: el Segundo de Nicea, el Cuarto de Letrán, el de Florencia y (principalmente) el de Trento, así como del fulgor que irradiaron sobre ella muchos gigantes de la teología y de la devoción eucarística; santos como Tomás de Aquino, Roberto Belarmino, Leonardo de Puerto Mauricio y Pedro Julián Eymard.

• En el peor de los casos, la visión de la Misa encarnada en el Novus Ordo Missae de Paulo VI representaría una ruptura teológica con los dogmas de fe definidos «en los siglos que nos precedieron», y que sustentan el supuesto concepto clericalista del sacerdocio y la Eucaristía que conforma la Misa tradicional en latín, cuya estructura, hasta el Novus Ordo Missae de 1969 del papa Paulo VI, permaneció prácticamente inalterada desde los cambios realizados por los papas San Dámaso I (m. 384) y San Gregorio I (m. 604) .

El cardenal Arthur Roche parece entenderlo de esta forma. Para él, «la teología de la Iglesia ha cambiado».

Infelizmente, el nuevo rito de Paulo VI no sólo significa un cambio de teología en lo que respecta a la supuesta clericalización de la liturgia antigua. Después de la publicación de Desiderio desideravi, mostré que los principios que invoca el papa Francisco en defensa de la reforma litúrgica contradicen la Mediator Dei en varios aspectos. En particular, destaqué los siguientes:

1. La inversión sistemática entre el fin primario de rendir culto a Dios y el fin subsidiario de santificar las almas [6];

2. El oscurecimiento de la centralidad de la Pasión redentora, en beneficio de la Resurrección gloriosa [7];

3. La acentuación del memorial en desmedro del sacrificio [8]; y

4. La degradación del sacerdote celebrante, que se convierte en presidente de la asamblea [9].

En vista de esos cambios radicales, me preguntaba si la nueva misa de Paulo VI se correspondía con la fe de siempre [10]. Los cardenales Roche y Cantalamessa acaban de reconocer que es una forma de entender la liturgia, porque la teología de la Iglesia en relación con la Misa habría cambiado.

Antes que esos ilustres purpurados, esos conspicuos representantes del progresismo francés, Alain y Aline Weidert, habían declarado lo mismo. En el periódico La Croix, publicaron un artículo de encomio al motu proprio Traditionis custodes, bajo el expresivo título: «La fin des messes d’autre “foi”, une chance pour le Christ ! » (El fin de las misas de otra fe, una oportunidad para Cristo; es un juego de palabras: autre foi –otra fe– y autre fois —antes, en otro tiempo–;en ambos casos, la fonética no varía).

No abordaron la supuesta clericalización de la liturgia tradicional en menoscabo del pueblo, sino que se centraron en la transición de la Misa como sacrificio propiciatorio a la Misa como celebración eucarística y jubilosa de la Alianza: «El espíritu de la liturgia de otra fe, su teología, las normas de la oración y de la Misa de antes (la lex orandi del pasado), ya no pueden, sin discernimiento, seguir siendo las normas de la fe de hoy, su contenido (nuestra lex credendi). […]
 
»Una fe que derivase todavía de la lex orandi de ayer, que hizo del catolicismo la religión de un dios perverso que hace morir a su hijo para aplacar su ira, una religión de un mea culpa y una reparación perpetuos, conduciría a un antitestimonio de fe, a una imagen desastrosa de Cristo. […]
 
Lamentablemente, nuestras misas [tradicionales] siempre se caracterizan por un señalado carácter expiatorio de finalidad propiciatoria para aniquilar los pecados (mencionados 20 veces), alcanzar nuestra salvación y salvar las almas de la venganza divina. “Propiciación’ que las comunidades Ecclesia Dei defienden con uñas y dientes, con sus sacerdotes sacrificadores, formados para hablar del Santo Sacrificio de la Misa, que es una verdadera inmolación.» […]

Prosiguen los Weidert: «Si queremos poder ofrecer algún día o una fe y una práctica cristiana atractivas, debemos aventurarnos, mediante la reflexión y la formación, a descubrir un fondo aún inexplorado (sin explotar) de la salvación por Jesús, no poniendo en primer lugar su muerte contra (“por”) los pecados sino su existencia como Alianza. Porque, “en efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación” (Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 5). ¡La opción es clara! No entre sensibilidades y estéticas religiosas diferentes, sino entre sacrificios interminables para borrar los pecados y Eucaristías que sellan la Alianza/Cristo» [11].
 
«Cuánta razón tuvo el papa Francisco al afirmar en Desiderio desideravi que sería banal leer las tensiones, desgraciadamente presentes en torno a la celebración, como una simple divergencia entre diferentes sensibilidades sobre una forma ritual». [12]

De hecho, los cardenales Roche y Cantalamessa acaban de concordar volens nolens con furibundos modernistas como el matrimonio Weidert, que considera que el rito de S. Pío V es la misa de «otra fe».

Siendo así, en el Vaticano no pueden extrañarse de que la fidelidad al Depósito de la Fe obligue a los católicos tradicionalistas a resistir sin cejar una legislación litúrgica ilegítima, que pretende imponer una construcción litúrgica artificial (Ratzinger dixit), y se aparta en puntos esenciales de los dogmas definidos en el Concilio de Trento, mientras se restringe gradualmente, hasta su extinción, un rito santo de la Misa que se desarrolló armónicamente a lo largo de los siglos.

José Antonio Ureta

1. Cards. A. Ottaviani y A. Bacci, carta a Paulo VI, introductoria del Breve estudio crítico del Novus Ordo Missae.

2. BBC, March 19, 2023

3. http://www.cantalamessa.org/?p=4080&lang=es

4. Pío XII, encíclica Mediator Dei (Nov. 20, 1947), Vatican.va

5. Cantalamessa, Mysterium Fidei!

6. Una crítica doctrinal de Desiderio desideravi: La primacía de la adoración

7. Oscurecimiento de la centralidad de la Pasión redentora

8. Del sacrificio del Calvario al recuerdo de la Presencia

9. De sacerdotes del Sacrificio a presidentes de asambleas

10. ¿El Novus Ordo como arma para promover “otra fe”?

11. Aline y Alain Weidert, en La Croix, 10-02-2022,

12.https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/20220629-lettera-ap-desiderio-desideravi.html, n° 31.

martes, 8 de noviembre de 2022

Obispos contra el sínodo: desde Holanda hasta Suiza (Carlos Esteban)



La pobre representación de los fieles en el proceso presinodal, que ha obligado a alargarlo hasta el año que viene, y el escandaloso documento preparatorio está llevando a algunos obispos (auxiliares, eso sí) a cuestionar la idoneidad de esta reunión. Últimamente han hablado el suizo Marian Eleganti, emérito de Coira, y el holandés Rob Mutsaerts, de ‘s-Hertogenbosch.

Abrieron fuego los ‘sospechosos habituales’: el obispo Schneider, el cardenal Burke, el cardenal Müller. Este último, con la autoridad moral de ser exprefecto para la Doctrina de la Fe, fue tan lejos en el programa de Raymond Arroyo como para llamar al sínodo “una OPA hostil sobre la Iglesia”.

“Esto no tiene nada que ver con Jesucristo, con el Dios Trino. Parecen pensar que la doctrina es como un programa de partido que puede cambiar según sus electores”, añadió Müller, concluyendo: “Es un intento de destruir la Iglesia. Sí tienen éxito, será el fin de la Iglesia católica”. Más apocalíptico, es difícil.

Pero no está solo. Marian Eleganti, obispo auxiliar emérito de la diócesis suiza de Coira y conocido por sus reticencias ante el proceso renovador de la Iglesia, también ha expresado sus recelos. La crítica del suizo se centra en que hay que evitar la impresión (que el sínodo parece subrayar, pero que ya insinuaba el ‘espíritu del Concilio’) de que la Iglesia ha estado en el error hasta que hemos llegado nosotros, nuestra generación. “La Iglesia no ha estado en el camino equivocado durante 2000 años para ser iluminada y corregida en nuestros días por un proceso sinodal en el siglo XXI”, declara. “Para esto, no necesitamos ni un Concilio Vaticano III, ni un evento sustituto simplificado llamado Sínodo sobre la Sinodalidad”.

Yendo más lejos, en un ensayo recién publicado, Eleganti explica que “hoy los procesos sinodales, como las nanopartículas de las vacunas a base de mRNA, actúan como vectores que transportan sustancias nocivas o herejías y son en sí mismos tóxicos”.

Para Eleganti, la Iglesia está cayendo en la tentación de “estar de moda”, imitando el fervor del mundo por las nuevas causas. “Se trata de nuevo de los mismos retales sinodales recalentados por enésima vez desde los años 70: democracia, participación, implicación en el poder, mujeres en todos los oficios y el diaconado o sacerdocio femenino; revisión de la moral sexual en relación con las relaciones sexuales extramatrimoniales, el matrimonio y la homosexualidad; eliminación de la centralidad del sacerdote en la liturgia, etc”.

Mutsaerts, jovencísimo cuando fue consagrado obispo, tiene un historial aún más ‘trabucaire’ que Eleganti, y ha chocado con los nuevos tiempos desde antiguo, desde que se negara a asistir al Sínodo de la Amazonía después de conocer su planteamiento. Y no tiene pelos en la lengua, como puede comprobar cualquier lector de Infovaticana buscando su nombre en nuestros archivos. Acabó regular con su superior, el titular de ‘s-Hertogenbosch, y negociaron ambos que Mutsaerts perdería buena parte de sus funciones.

Si no le gustó el de la Amazonía, menos aún el de la Sinodalidad. Su crítica de centra en algo que ya se ha repetido a menudo en estas páginas: la Iglesia no tiene por misión “escuchar”, sino enseñar. El sínodo dice centrarse en los “excluidos”, pero, se pregunta el holandés, ¿quiénes están excluidos de la Iglesia? “ En definitiva, los que no están de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia Católica”.

“La misión de la Iglesia, dice Mutsaerts, no es esta. No se trata de examinar todas las opiniones y luego encontrar un acuerdo. Jesús nos mandó algo más: proclamar la Verdad; es la Verdad que os hará libres”, asegura en su blog.

Carlos Esteban

miércoles, 26 de octubre de 2022

El relator sinodal despeja dudas (Bruno Moreno)



En artículos anteriores sobre el Sínodo de la Sinodalidad, hablábamos de algunos aspectos sinodales, como el tema o las aportaciones solicitadas, que hacen sospechar que sus reuniones estarán dañadas de raíz. En consecuencia, es de temer que, en el mejor de los casos, esas reuniones serán una forma de perder el tiempo pareciendo que estamos muy ocupados y, en el peor, podrían ser la puerta para intentar cambiar la enseñanza de la Iglesia como desean, por ejemplo, tantos obispos alemanes y belgas.

Nos queda por analizar, sin embargo, a los encargados del Sínodo. A fin de cuentas, aunque fuera con los materiales más pobres e inadecuados, unos responsables con fe y valentía podrían tomar firmemente las riendas de la reunión sinodal y conseguir algo bueno en ella. ¿Será eso lo que ocurra con el Sínodo? A falta de un milagro, habría que decir que parece que no. Al menos a juzgar por las declaraciones que hizo ayer el cardenal Jean-Claude Hollerich en una entrevista publicada por L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano.

Este cardenal jesuita, además de ser arzobispo de Luxemburgo y Presidente de la Comisión de Conferencias Episcopales de la Unión Europea, ha sido nombrado relator general del Sínodo por el Papa Francisco. Es, pues, a la vez un peso pesado de la Iglesia y la voz más autorizada en cuestiones sinodales, después del propio Papa. Haríamos bien, por lo tanto, en prestarle atención.

¿Qué tiene que decirnos el relator general del Sínodo? Por lo visto, que el sexto mandamiento y toda la doctrina de la Iglesia sobre las relaciones sexuales fuera del matrimonio y las relaciones entre personas del mismo sexo siempre han estado equivocados.
“¿Parejas gay? Dios no las maldice. ¿Cree que Dios pueda alguna vez ‘decir-mal’ sobre dos personas que se aman? En el Reino de Dios ninguno está excluido: ni siquiera los divorciados vueltos a casar, ni siquiera los homosexuales, todos. El Reino de Dios no es un club exclusivo. Abre sus puertas a todos, sin discriminaciones. Muchos de nuestros hermanos y hermanas nos dicen que, sea cual sea el origen y la causa de su orientación sexual, ciertamente no la han elegido. No son manzanas podridas”.
Y a continuación añadió:
“No creo que haya lugar para un matrimonio sacramental entre personas del mismo sexo, porque no hay un objetivo procreativo que lo caracterice, pero esto no quiere decir que su relación afectiva no tenga ningún valor”.
Antes de que alguien lo pregunte, conviene señalar que no se trata de una expresión imprecisa o puntual. En febrero declaró algo similar en otra entrevista en Alemania, en la que afirmó, con respecto a la doctrina sobre las relaciones entre personas del mismo sexo que creía que “el fundamento sociológico-científico de esta doctrina ya no es correcto”, indicando que debía revisarse la doctrina de la Iglesia y sugiriendo que la forma de hablar del Papa Francisco sobre la homosexualidad podría llevar a un cambio de la doctrina.

El cardenal dijo otras muchas cosas, sin que faltaran la patética y ya casi obligatoria adulación al Papa, pero creo que las frases citadas son suficientes para que nos hagamos una idea de cómo piensa este purpurado. No sé qué es más llamativo, que un cardenal arzobispo niegue frontalmente la doctrina de la Iglesia en público, que ese cardenal precisamente haya sido elegido relator del nuevo sínodo o que las “razones” que da para sus heterodoxias sean de un nivel intelectual ínfimo, que cualquier seminarista de primero de Teología o incluso cualquier catequista parroquial con dos dedos de frente podría rebatir sin ninguna dificultad.

Veamos sus argumentos uno por uno. Primero, sugiere que Dios bendice las parejas del mismo sexo (ya que, si no dice mal de ellas, es evidente que tendrá que decir bien). Por supuesto, Su Eminencia es muy libre de afirmar lo que quiera, aunque no tenga nada que ver con la fe católica, pero quizá habría sido una buena idea tener la cortesía de preguntar primero al propio Dios, que dejó muy clara esta cuestión: hombre y mujer los creó, los bendijo (Gn 5,1). El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne (Gn 2, 24). Y, por si había dudas, Cristo repitió exactamente esas frases. Es decir, lo que bendijo fue la pareja de hombre y mujer, no la pareja del mismo sexo. ¡Qué olvido tan extraño! Menos mal que el cardenal Hollerich ha venido a recordarle al mismo Dios su omisión y a corregir el Génesis, porque sabe mejor que Dios mismo lo que Dios quiere y bendice.

También podría haber acudido al Magisterio y a la Tradición de la Iglesia, que afirman unánimemente que las relaciones entre personas del mismo sexo no solo son un pecado, sino algo aún más grave: uno de los pecados que claman al cielo (Catecismo 1867), por vulnerar la naturaleza y el orden creado de forma radical. Las afirmaciones de papas, concilios, santos y doctores de la Iglesia sobre el particular son clarísimas y, a menudo, terribles (véanse, entre innumerables otros ejemplos, el Concilio de Elvira del año 306, el Concilio de Nablús de 1120, el tercer Concilio de Letrán de 1179, San Pío V, San Agustín, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, San Bernardino de Siena, Santa Catalina de Siena, San Pedro Damián, San Alfonso María de Ligorio, etc.).

No hace falta decir, aunque por si acaso lo recordaremos, que esto no supone decir que las personas que se sienten atraídas por personas del mismo sexo sean en ningún sentido malas en sí mismas, inferiores en dignidad a las demás ni nada por el estilo. Son hijas de Dios o están llamadas a serlo (y no existe dignidad más alta que esa) y, como señala el Catecismo, son dignas de respeto y están llamadas a “realizar la voluntad de Dios en su vida” y a unir sus dificultades al “sacrificio de la cruz del Señor” (Catecismo 2358). En una palabra, están llamadas a ser santas, como los demás.

La afirmación del purpurado, en cambio, produce vergüenza ajena desde el punto de vista teológico. Pregunta el cardenal: “¿Cree que Dios pueda alguna vez ‘decir-mal’ sobre dos personas que se aman?”. La más básica Teología moral, que nuestro cardenal tuvo que estudiar alguna vez, enseña que por supuesto que Dios puede decir mal de dos personas que se aman. Por la sencilla razón de que absolutamente todos los pecados se producen “por amor”, ya que el ser humano está creado por Dios y solo puede moverse por amor. El problema en el caso de los pecados es que ese amor es un amor desordenado.

Por ejemplo, cuando un chico y una chica que no están casados se acuestan juntos, están cometiendo un pecado grave por mucho que digan que se quieren, porque se trata de un amor desordenado, un amor que no es conforme al plan de Dios para el hombre en la entrega total del matrimonio, un amor que no respeta al otro como debe y un amor que encubre, en realidad, un enorme egoísmo y utilización del otro. Como recuerda el Catecismo, “la sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer” (Catecismo 2360). Luego cualquier uso de la sexualidad al margen del matrimonio es, por su propia naturaleza, desordenado, contrario al plan de Dios y un pecado grave, ya se trate de la masturbación, la fornicación, el adulterio o las relaciones entre personas del mismo sexo.

Veamos la siguiente afirmación del cardenal, también de una osadía sorprendente:
“En el Reino de Dios ninguno está excluido: ni siquiera los divorciados vueltos a casar, ni siquiera los homosexuales, todos. El Reino de Dios no es un club exclusivo. Abre sus puertas a todos, sin discriminaciones”. 
Uno está tentado de pensar que el purpurado lleva toda su vida padeciendo un problema de ceguera y sordera completas, porque de otro modo habría escuchado o leído los cientos de pasajes de la Escritura que muestran que eso no es cierto.

Bastará dar como ejemplo el más pertinente, en el que la Palabra de Dios dice expresamente que los pecados graves, incluido el de las relaciones sexuales con personas del mismo sexo, excluyen del Reino de los Cielos: “No os engañéis: Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, poseerán el reino de Dios” (1 Co 6, 9-10; cf. 1Tim 1,10). ¿Será que Dios no sabía que nadie está excluido del Reino de Dios? ¿O será que el cardenal desconoce o rechaza la doctrina básica de la Iglesia sobre el pecado mortal? Lejos de ser una discriminación injusta, esta realidad es la base misma de la justicia. El que peca, por su propio pecado, se excluye del Reino de Dios. Si Dios tratase igual a buenos y malos, entonces sí que sería injusto y nos estaría enseñando que es lo mismo la bondad que la maldad.

Consideremos otra afirmación del cardenal: “no creo que haya lugar para un matrimonio sacramental entre personas del mismo sexo, porque no hay un objetivo procreativo que lo caracterice, pero esto no quiere decir que su relación afectiva no tenga ningún valor”. Con esta afirmación, Mons. Hollerich niega directamente el sexto mandamiento, porque reconoce que no hay matrimonio entre personas del mismo sexo, pero afirma que sus relaciones sexuales tienen “valor”, en lugar de ser un pecado mortal, como todas las relaciones sexuales fuera del matrimonio. Es difícil no ver aquí una continuación del razonamiento de Amoris Laetitia, porque, si el adulterio a veces es lo que Dios quiere para nosotros, ¿por qué no decir lo mismo sobre las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, como pretende el cardenal? El pecado mortal se convierte en más o menos bueno y el sexto mandamiento, aparentemente, queda obsoleto.

Además de ser directamente contrario a lo que enseña la Palabra de Dios, lo que dice el cardenal también es contrario a la doctrina expresa de la Iglesia, que enseña que este tipo de relaciones “no pueden recibir aprobación en ningún caso”, porque “cierran el acto sexual al don de la vida” y “no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual” (Catecismo 2357). Al contrario de lo que nos dice el relator del Sínodo, la Iglesia enseña que las personas homosexuales, tan amadas por Dios, “están llamadas a la castidad” (Catecismo 2359), como lo estamos todas las personas, cada una según sus circunstancias y precisamente por el amor que Dios nos tiene.

Observemos también que el cardenal Hollerich, en lugar de aclarar la cuestión, intenta ofuscarla y reducirla al sentimentalismo, diciendo que “muchos de nuestros hermanos y hermanas nos dicen que, sea cual sea el origen y la causa de su orientación sexual, ciertamente no la han elegido. No son manzanas podridas”. ¿Qué tiene eso que ver con nada? Por supuesto que las personas que sienten atracción por otras del mismo sexo no son, en sí mismas, “manzanas podridas”. Como un casado que siente atracción por su secretaria no es, por ese hecho, una “manzana podrida” y tampoco ha “elegido” esa atracción, pero, si engaña a su mujer con la secretaria, está actuando mal consciente y libremente en una materia grave y se excluye de la comunión con Dios y de la vida eterna. Exactamente igual que cualquier otra persona, incluidas las que sienten atracciones homosexuales. Los seres humanos somos seres racionales y, a diferencia de los animales, estamos llamados a controlar nuestras pasiones de conformidad con la ley natural, que es la ley que Dios ha puesto en nuestra conciencia. Recordar esto no es un ataque contra los casados ni contra los solteros ni contra las personas homosexuales, sino lo contrario: reconocer su dignidad humana y su capacidad de hacer libremente el bien o de elegir el mal, con las consecuencias que tiene cada una de esas elecciones.

Por último, es fácil ver que la explicación que dio el cardenal de su rechazo de la enseñanza de la Iglesia en una entrevista anterior no era más que una excusa: “creo que el fundamento sociológico-científico de esta doctrina ya no es correcto”. Digo que se trataba de una excusa porque, a poco que lo haya pensado, Mons. Hollerich tiene que ser consciente de que eso no significa nada, ya que la doctrina sobre las relaciones entre personas del mismo sexo no tiene ningún “fundamento sociológico-científico”. La ciencia y la sociología no tienen nada que ver con el tema. El fundamento de la doctrina es teológico: la Revelación del mismo Dios, transmitida por la Escritura y la Tradición y preservada por el Magisterio. Eso es lo que niega el purpurado, pero, como decirlo queda feo en todo un cardenal, intenta desviar la cuestión hacia la sociología y la ciencia, que, por su propia naturaleza, no tienen nada que ver con este tema moral y teológico.

En fin, después de ver que Su Eminencia afirma repetidas veces con toda claridad y literalmente lo contrario que la Palabra de Dios, el Magisterio y la Tradición, no hace falta decir mucho más. Nadie que piensa así puede ser firme en otros aspectos de la fe, porque, como enseñaba Santo Tomás, quien rechaza una parte de la fe en realidad rechaza la fe entera. En efecto y a modo de ejemplo, el cardenal también ha afirmado en el pasado, contra la doctrina irreformable de la Iglesia, que las mujeres podrían recibir la ordenación sacerdotal en el futuro. Mons. Hollerich parece haber reducido la revelación divina a una simple enseñanza de carácter sociológico y en permanente transformación, según vayan cambiando los deseos del mundo.

¿Qué sentido tiene que un prelado que rechaza públicamente la fe católica sobre multitud de cuestiones sea el relator general del Sínodo? Son afirmaciones hechas, además, en el periódico oficial del propio Vaticano, L’Osservatore Romano, luego es imposible que la Santa Sede las desconozca. Este hecho, junto con otros como la tolerancia para los errores públicos de obispos alemanes y belgas o la aceptación de aportaciones contrarias a la fe de la Iglesia en las primeras etapas sinodales, lleva a pensar que el Sínodo podría estar destinado a abandonar discretamente las doctrinas de la Iglesia que son molestas para el mundo.

Recemos, recemos, recemos.

Bruno Moreno

lunes, 24 de octubre de 2022

Si la Iglesia puede destituir a un papa formalmente hereje, ¿qué debe hacer con un demoledor?




En una reciente entrevista con Michael Matt, a la pregunta de si Juan XXII dejó de ser papa cuando incurrió en herejía a principios del siglo XIV al enseñar que las almas de los justos no disfrutan de la visión beatífica hasta después del juicio final, monseñor Athanasius Schneider respondió alegando que Juan XXII no dejó de ser pontífice porque la Iglesia todavía no había definido el dogma en cuestión; por eso no incurrió en herejía formal. De ello se deduce que de haber incurrido en herejía formal habría dejado de ser papa.

Igualmente, en la entrevista que concedió en 2016 a The Catholic World Report, el cardenal Raymond Burke afirmó que si un papa incurre en herejía formal, cesa automáticamente de ser pontífice:«Si un papa expresa formalmente una opinión herética, al hacerlo pierde el pontificado. Es automático. Podría darse el caso».

Con ello queda abierto el debate en torno a cómo debe responder la Iglesia en caso de que un pontífice deje automáticamente de serlo, pero se recalca que una expresión formal de herejía significa que un pontífice puede ser destituido.

Tres años más tarde, varios teólogos católicos y catedráticos de renombre escribieron una Carta abierta a los obispos de la Iglesia Católica que desarrollaba los argumentos por los que un pontífice puede dejar de serlo al incurrir en herejía:
«Hay consenso en cuanto a que si un papa es culpable de herejía y se mantiene pertinazmente en su opinión no puede seguir siendo pontífice. Teólogos y canonistas debaten esta cuestión dentro del tema de si un papa puede dejar de serlo. Entre otras causales se enumeran fallecimiento, dimisión y herejía. Este consenso coincide con la postura de sentido común según la cual para ser papa hay que ser católico, postura cimentada en la tradición patrística y en principios teológicos fundamentales relativos a asuntos como cargos eclesiásticos, herejía y pertenencia a la Iglesia. Los Padres de la Iglesia negaban que un hereje pudiera ejercer la menor autoridad eclesiástica. Más adelante, los doctores de la Iglesia entendieron que esta doctrina se refería a herejías notorias sujetas a sanciones por parte de las autoridades eclesiásticas, y sostuvieron que tenía su origen en el derecho divino y no en la ley positiva de la Iglesia. Afirmaron que esa clase de herejes no podían ejercer autoridad alguna dado que la herejía los había separado de la Iglesia, y nadie que haya sido excomulgado puede ejerce la menor autoridad en Ella.»
Sostenía la carta que el Papa no dejaría de serlo automáticamente; sería más bien la Iglesia la que habría de tomar medidas para destituirlo:
«Autores sedevacantistas han sostenido que cuando un pontífice incurre en herejía notoria deja automáticamente de ser papa y no hace falta ni está permitido que intervenga la Iglesia en ello. Esta opinión no es compatible con la Tradición y la teología católicas, y debe ser rechazada. Aceptarla supondría sumir la Iglesia en el caos cuando un papa abrazara una herejía, como han señalado muchos teólogos. Le tocaría decidir a cada católico cuándo y en qué circunstancias se podría afirmar que un pontífice es hereje y ha dejado de ser papa. Es preciso, por el contrario, aceptar que el Papa no puede dejar de serlo sin que intervengan los obispos».
Como se ve, no hay unanimidad en cuanto a cómo debería responder la Iglesia ante un papa hereje, pero esta carta hace suyas algunas de las afirmaciones del cardenal Burke y el obispo Schneider en el sentido de que el pontífice dejaría de serlo.

Volviendo al ejemplo de Juan XXII que puso monseñor Schneider, no es imprescindible que la herejía formal tenga un impacto tremendo en la manera en que entienden y viven su fe la mayoría de los católicos. El verdadero delito de la herejía formal consiste en que un católico se adhiera con contumacia a una creencia contraria a una verdad proclamada por la Iglesia. León XIII explicó de forma sucinta lo gravemente problemático de la cuestión en su encíclica de 1896 Satis cognitum:
«Quien en un solo punto rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica de toda la fe, pues rehúsa someterse a Dios en cuanto a que es la soberana verdad y el motivo propio de la fe».
Si rechazamos en un solo punto la verdad revelada, implícitamente rechazamos todo el cimiento de la Fe católica. Naturalmente, esto se ajusta a lo que recitamos en el Acto de fe:«Dios mío, porque eres verdad infalible, creo firmemente todo aquello que has revelado y la Santa Iglesia nos propone para creer.»

Teniendo en cuenta todo lo anterior, el hereje formal rechaza el cimiento de la Fe católica aun en el caso de que su pertinaz herejía consista en algo que a la mayoría nos parecería un punto relativamente menor e intrascendente de la Fe. En el caso de un pontífice, la consecuencia podría ser que dejara automáticamente de serlo o que los obispos se vieran obligados a tomar medidas para destituirlo.

En este contexto, ¿cómo debemos evaluar que Francisco no sólo rechace la base de la Fe católica sino que además intente acabar totalmente con la Iglesia? Si el rechazo pertinaz de un solo punto de la Fe es motivo justificado para destituirlo, ¿hay fundamentos lógicos para creer que deba seguir ejerciendo el cargo cuando no deja lugar a dudas de que persigue a los católicos precisamente porque no quiere que sean fieles a lo que siempre nos ha enseñado la Iglesia? No hace falta ser un gran teólogo para darse cuenta de que eso es peor que si, pongamos por caso, persistiera en una creencia errónea en cuanto a cuándo alcanzan los justos la visión beatífica.

Por otra parte, vale la pena tener en cuenta la respuesta reciente del cardenal Gerhard Müller a Raymond Arroyo ante la pregunta de por qué está permitiendo el Papa los ataques sinodales a la Iglesia:«Es una pregunta de difícil respuesta. Es que no lo entiendo. Tengo que declararlo públicamente, porque la definición de Papa es, [basándonos] en el Concilio [Vaticano I] y en la historia de la teología católica, el que tiene el deber de garantizar la veracidad del Evangelio y la unidad de todos los obispos, y en la Iglesia, y en la verdad revelada».

Cabe suponer que un papa que incurre en herejía formal puede seguir ajustándose a la definición de lo que es un papa, con la excepción de que tiene un concepto erróneo de una doctrina católica determinada. Ahora bien, Francisco no se ajusta ni de lejos a la definición que expresó el cardenal Müller. Desde luego, no es una exageración decir que, según esa definición, es prácticamente lo contrario de un papa.

La trágica paradoja es que Francisco quiere seguir haciendo tanto daño como pueda a la Iglesia y por eso se abstiene de dar a los obispos pruebas inequívocas de su herejía formal. En vez de limitarse a rechazar un punto determinado de la Fe, rechaza innumerables verdades católicas y el cimiento entero de la Fe. No sólo eso. Cada vez exige más a todos los católicos que hagan lo mismo. Pero como no convence a los obispos de que ha incurrido irremediablemente en herejía formal, puede seguir hasta que no quede nada que destruir.

Si la actual situación parece absurda es porque en efecto lo es. Si los obispos tienen el deber de destituir a un pontífice que ha incurrido en herejía formal en cuanto a un punto solo de la Fe, salta a la vista que tienen un deber más acuciante aún de hacerlo con quien está acabando con la Iglesia como lo está haciendo Francisco. Para verlo con claridad diáfana no hay más que tener en cuenta los principios expuestos en la Carta abierta a los obispos de la Iglesia arriba citada:«Todos están de acuerdo en que el mal que supone un papa hereje es tan grande que no puede tolerarse en aras de un supuesto bien mayor. Suárez lo expresa así: "Sería sumamente perjudicial para la Iglesia tener un pastor así y no poder defenderse de tan grave peligro; por otra parte, atentaría contra la dignidad de la Iglesia obligarla a seguir sujeta a un pontífice hereje sin poder expulsarlo de su cuerpo; ya que la gente está acostumbrada a ser como sus príncipes y sacerdotes”. San Roberto Belarmino declara: «Pobre de la Iglesia si se viera obligada a tener como pastor a alguien que se conduce manifiestamente como un lobo» (Disputationes de controversias, tercera disputa, libro 2, capítulo 30).

Si es así en el caso de un papa hereje, más lo es todavía con Francisco, que no sólo es hereje sino que, como dice el cardenal Müller, está conduciendo a una opa hostil de la Iglesia:«Es una ocupación de la Iglesia de Jesucristo que se puede comparar con una empresa que hace una opa hostil. Basta con mirar, o leer, una sola página del Evangelio para ver que esto no tiene nada que ver con Jesucristo»

No parece que esos obispos que creen que no pueden hacer nada que valga la pena por resolver esta catastrófica situación tengan mucha confianza en Dios. Si la mafia de San Galo pudo reunirse para llevar a cabo los maquiavélicos planes de Satanás, ¿cómo no pueden vacilar los prelados verdaderamente católicos en reunirse con la firme resolución de discernir y ejecutar lo más fielmente posible la voluntad de Dios? Si no es voluntad de Dios que destituyan a Francisco, al menos habrán hecho todo lo que estaba en sus manos, y por lo menos podrán orientar mejor a su grey en estos tiempos difíciles.

Los argumentos a favor de soportar con paciencia los ataques de Francisco al catolicismo han llegado a ser motivo de escándalo, sobre todo porque esa paciencia y aguante ha dado lugar a que inflija gravísimos daños a la Iglesia, se condenen innumerables almas y se respalden con la autoridad moral las iniciativas anticatólicas del Gran Reinicio. Aunque antes creyéramos que bastaba con rezar para salir de la presente debacle, Dios ha dejado claro hasta la saciedad desde la blasfema presentación de la Pachamama en octubre de 2019 por parte de Francisco que el mundo entero padece con el uso abusivo que hace de su cargo como pontífice. En este momento, casi todos los hombres que podrían tomar medidas concretas para enfrentarse al reinado de terror de Francisco se han dormido en sus episcopales laureles.

El mensaje de Nuestra Señora de Akita prevenía los males que ya estamos presenciando en la Iglesia, pero todavía no hemos visto una oposición generalizada a esos males por parte de los obispos fieles:«La obra del demonio infiltrará hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra cardenales y obispos contra obispos».

Ha llegado la hora de acudir a los obispos para que dejen de hacerle el juego al Diablo. El momento de volvernos a Dios con confianza, entregarnos de lleno a Él y a su Iglesia, aunque nos cueste el martirio

Que la Santísima Virgen María ayude a los obispos fieles de la Iglesia a hacer todo lo que puedan para colaborar con la gracia de Dios a fin de contrarrestar este gravísimo mal que aqueja al Cuerpo Místico de Cristo. Inmaculado Corazón de María, ¡ruega por nosotros!

Robert Morrison

Artículo original. Traducido por Bruno de la Inmaculada