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sábado, 26 de diciembre de 2020

El Año de San José: una gran oportunidad para la Iglesia (Roberto De Mattei)

 CORRESPONDENCIA ROMANA


La escena a la que asistimos a finales de 2020 es muy diferente de la que puso fin a 2019. Hace un año, la inexorable decadencia del pontificado de Francisco confirmaba los resultados del Sínodo Panamazónico, que no había conseguido satisfacer ninguna de las esperanzas de los progresistas, desde la abolición del celibato eclesiástico al sacerdocio femenino. En el terreno de la política internacional, la victoria de Donald Trump en las elecciones del año siguiente parecía asegurada sin la sombra de ningún tejemaneje electoral que pudiese ponerla en peligro. La resistencia contra las fuerzas revolucionarias que dominan el mundo se manifestaba de múltiples formas: desde los grandes actos pro vida a las manifestaciones anticomunistas de Hong Kong y despliegues católicos de Acies Ordinata. Las organizaciones más vinculadas a la Tradición estaban a la ofensiva con una sustancial unidad de propósitos.

A un año de distancia, la escena no es la misma. El aspecto más preocupante del panorama que tenemos a la vista no es la pandemia de covid ni el Gran Reinicio del que tanto se habla, ni siquiera la inesperada derrota del presidente Trump, sino la falta de unidad que se observa entre los defensores de la Iglesia y del orden natural cristiano. Los aspectos en que se manifiesta esa desunión no son de índole teórica, sino práctica, y son consecuencia del coronavirus. El acalorado debate sobre la existencia de una conspiración sanitaria o sobre la licitud de vacunarse afectan de hecho la vida cotidiana y suscitan por tanto entre los católicos sentimientos de emoción, rabia y depresión. Nos sentimos oscuramente amenazados y se propaga un ambiente de sorda rebelión contra todo y contra todos.

Inquieto y agitado, el mundo atribuye cuanto sucede a los gobiernos o a las fuerzas ocultas sin remitirse a las causas últimas, que son los pecados de los hombres. Los castigos divinos no son reconocidos como tales, y la Gracia divina no entra donde hay agitación y actividad febril. La Gracia exige calma, reflexión y orden, de los cuales es modelo la Sagrada Familia. Por eso, nada mejor en estos días de Adviento que alzar la mirada a San José, que en el frío y la oscuridad de un tortuoso camino llevó con prudencia y ánimo a Belén a la Sagrada Familia que le había sido confiada.

Cuenta San Lucas que en aquellos días se proclamó un edicto del emperador «ut describeretur universus orbis», a fin de que se describiese el mundo entero por medio de un censo, para el cual «todos iban a hacerse empadronar, cada uno a su ciudad» (Lc. 2,3). Y como José era «de la ciudad de Nazaret, [subió] a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén» (Lc.2,4). El censo ordenado por Augusto obedecía a la soberbia de un emperador que ambicionaba dominar el mundo. Muchos judíos acariciaban la idea de una rebelión estéril e ineficaz. Como recuerda el P. Faber, miraban en todas direcciones en vez de orientarse hacia el Portal de Belén; y cuando nació el Mesías, se convirtió en piedra de tropiezo para ellos (Betlemme, tr. it., SEI, Turín 1949, p. 143).

La Santísima Virgen María y San José no se rebelaron. Por el contrario, como señala el venerable Luis de la Puente, se declararon vasallos de Augusto y quisieron pagarle el tributo apropiado para confundir con su ejemplo la soberbia y la codicia del mundo (Meditazioni, tr. it., Giacinto Marietti, Turín 1835, vol. II, p, 145). Dios quiere de hecho que obedezcamos a quienes gobiernan aunque lo hagan con mala intención, en tanto que lo que nos pidan no sea en sí ilícito y contrario a la Ley divina.

En varias lenguas, la palabra autoridad deriva del latín augere, crecer. San José significa filius accrescens (Génesis 49,22), el que aumenta, encarna el principio de autoridad, entendida ésta ante todo como servicio en provecho del prójimo. Era el padre putativo del Dios-hombre y el castísimo esposo de la Madre de Dios, pero ejercía su autoridad sobre Jesús y María, y Ellos le obedecían. Y nadie como él obedeció los decretos divinos emprendiendo el camino a Belén.

El 8 de diciembre de 1870, mediante el decreto Quemadmodum Deus, el beato Pío IX declaró a San José patrono de la Iglesia católica. Este decreto dio expresión canónica a la verdad según la cual San José vela por la Iglesia del mismo que durante su vida protegió con su autoridad a la Sagrada Familia.

Con ocasión del sesquicentenario del decreto de Pío Nono, el papa Francisco ha proclamado el Año de San José, a celebrar desde el 8 de diciembre este año y la misma fecha del año entrante. En esta ocasión, la Penitenciaría Apostólica, tribunal supremo de la Iglesia, ha concedido a los fieles el obsequio extraordinario de unas indulgencias especiales. Es más, por un decreto del cardenal Mauro Piacenza, penitenciario mayor de la Iglesia, promulgado en conformidad con la voluntad del papa Francisco, la Penitenciaría Apostólica concede «indulgencia plenaria en las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre) a los fieles que, con espíritu desprendido de cualquier pecado, participen en el Año de San José en las ocasiones y en el modo indicado por esta Penitenciaría Apostólica».

Los modos indicados para lucrar la indulgencia plenaria son muy variados. Entre otros, el rezo del Santo Rosario en familia, el rezo de las Letanías a San José o cualquier otra oración legítimamente aprobada en honor de San José, como la oración A ti, bienaventurado San José, sobre todo en las fechas del 19 de marzo y el 1º de mayo, en la festividad de la Sagrada Familia, el 19 de cada mes y todos los miércoles, día dedicado a la conmemoración del Santo.

Pocos han entendido la importancia de este decreto de la Sagrada Penitenciaría. Sabemos ciertamente que la indulgencia consiste en la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya remitidos en cuanto a la culpa, y que el fiel adquiere por intervención de la Iglesia, que tiene autoridad para dispensar el tesoro de las satisfacciones hechas por Cristo y por los santos. La Iglesia no es una realidad invisible, sino una sociedad jurídicamente perfecta y provista de todos los medios para actuar con miras al cumplimiento de su misión. Se puede criticar, incluso severamente, al papa Francisco, pero en tanto que está considerado el Vicario legítimo de Cristo, sus actos jurídicos son válidos siempre y cuando no contravengan la Tradición de la Iglesia, y las indulgencias que como pontífice tiene derecho a otorgar en virtud de las llaves concedidas a San Pedro y a sus sucesores no la contravienen. «A ti te daré las llaves del reino de los cielos: lo que atares sobre la tierra, estará atado en los cielos, lo que desatares sobre la tierra, estará desatado en los cielos» (Mt.16,19).

Quien niega la validez de estas indulgencias acepta, al menos de facto, la tesis de que Francisco es un papa falso o ilegítimo, jefe de una iglesia distinta a la católica. Y quien, aun considerándolo papa, no hace caso de este acto jurídico o minimiza su importancia, se hace responsable de la falta de aumento de gracia y gloria en muchas almas y de que no se liberen otras almas que están en el Purgatorio. De hecho, cualquier fiel puede lucrar para sí mismo las indulgencias, ya sean parciales o plenarias, o aplicarlas en sufragio por los difuntos, ya que es necesaria una disposición del ánimo que excluya todo afecto al pecado así sea venial. Eso sí, toda indulgencia, aunque sea parcial, supone un gran regalo de la Iglesia, precisamente porque borra total o parcialmente las penas correspondientes a las culpas, ya sea en la Tierra como en el Purgatorio.

No podemos juzgar las intenciones del papa Francisco, pero debemos reconocer que con su decreto brinda una ayuda valiosísima a los fieles católicos que necesitan de un auxilio especial de la Gracia en los tiempos convulsos en que vivimos. Después de la Bienaventurada Virgen María, ninguna criatura ha tenido la fe de San José ni ha sido más lógica y reflexiva que él. En el año a él dedicado, rogamos al santo patriarca que nos conceda el sentido de la fe y el uso de razón necesario para orientarnos y no extraviarnos en el camino a la cueva divina de Belén.

Roberto De Mattei

¿De qué están hechas las vacunas contra el Covid-19?¿todas se pueden usar?

 QUE NO TE LA CUENTEN



En una conversación con la Dra. Pilar Calva, médica cirujana, genetista y discípula del gran Jerome Lejeune, conversamos acerca de este tema para,

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE


La Dra. Pilar Calva es médica cirujana con especialidad en genética humana y en citogenética. Trabajó en París bajo las órdenes del Profesor Jerôme Lejeune. 

Tiene una Maestría en Bioética y es profesora de diversas universidades e instituciones. 

Ha participado en foros a nivel internacional en la ONU y ha comparecido ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación mexicana para la lucha contra el aborto. 

Ha sido miembro de la Academia Pontificia para la Vida (2003 a 2012), del Consejo de Bioética del Episcopado Mexicano y del CELAM, de la Asociación Panamericana de Bioética, Academia Mexicana de Bioética y del Observatorio Regional para la Mujer de América Latina.

Duración del video 42:51 minutos



Ver los siguientes links SERIOS recomendados por la DRA MARIA PILAR CALVA:





Viganò: No se podrá evitar la apostasía de la cúpula de la Iglesia



Monseñor Viganò habla con la Dra. Maike Hicson sobre el altar pontificio vacío.

Omnes dii gentium demonia.

Salmo 95,5

Excelencia, en un artículo reciente señaló que el altar pontificio de la basílica vaticana no se ha vuelto a utilizar desde que se profanó con la ofrenda del ídolo de la Pachamama. En aquel momento, en presencia de Bergoglio y de su corte pontificia, se cometió un gravísimo sacrilegio. ¿Qué opina de ello?

La profanación de la basílica del Vaticano durante la ceremonia de clausura del Sínodo para la Amazonía contaminó el Altar de la Confesión desde el momento en que se colocó sobre la mesa una vasija dedicada al culto infernal de la Pachamama. A mí me parece que ésa y otras profanaciones cometidas en iglesias y altares evocan en cierta forma actos por el estilo que se han dado con anterioridad y nos permiten entender su verdadera naturaleza.

¿A qué se refiere?

Me refiero a ocasiones en que se ha soltado a Satanás contra la Iglesia de Cristo, desde las persecuciones de los primeros cristianos hasta la guerra de Cosroes de Persia contra Bizancio; desde la furia iconoclasta de los mahometanos hasta el Saco de Roma por parte de los lansquenetes alemanes; más tarde vino la Revolución Francesa, luego el anticlericalismo del siglo XIX, el comunismo ateo, la Guerra Cristera de México y la Cruzada de Liberación española; después, los horrendos crímenes de los partisanos comunistas durante la Segunda Guerra Mundial y sus posguerra, y las diversas formas de cristianofobia que observamos hoy en día por todo el mundo. Siempre, sin excepción, la Revolución en todas sus formas confirma su esencia luciferina permitiendo que se manifieste la bíblica enemistad entre el linaje de la Serpiente y el de la Mujer, entre los hijos de Satanás y los de la Santísima Virgen. No tiene otra explicación esta ferocidad contra la Santísima Madre y sus hijos.

Pienso concretamente en la entronización de la Diosa Razón que tuvo lugar el 10 de noviembre de 1793 en la parisina catedral de Notre Dame, durante el apogeo del Terror. También en aquella ocasión el odio infernal de los revolucionarios quiso sustituir el culto a la Madre de Dios por el culto a una prostituta, erigida en símbolo de la religión masónica, la llevaron a hombros en una silla gestatoria y colocada en el santuario. Esto tiene muchas analogías con la Pachamama, y denotan la mentalidad infernal que lo ha inspirado.

No olvidemos que el 10 de agosto de 1793, escasos meses antes de la profanación de Notre Dame, la estatua de la diosa Razón se había erigido en la plaza de la Bastilla con los rasgos de la diosa egipcia Isis. No deja de ser significativo que esta alusión a los cultos egipcios la encontremos también en el horripilante nacimiento que en este momento se alza en la Plaza de San Pedro. Pero está claro que las semejanzas que encontramos en estas cosas que están pasando vienen acompañadas de algo totalmente nuevo.

¿Nos podría explicar en qué consiste ese nuevo elemento?

Me refiero a que mientras que hasta el Concilio –o, para ser menos duros, hasta este pontificado–, las profanaciones y sacrilegios los realizaban enemigos externos de la Iglesia. Desde entonces los escándalos han llegado a los más altos niveles de la Jerarquía, eso sin hablar del culpable silencio de los obispos y el escándalo de los fieles. La Iglesia bergogliana da una imagen cada vez más desconcertante, en la que la negación de las verdades católicas viene acompañada de la afirmación explícita de una ideología intrínsecamente anticatólica y anticristiana en la que el culto idolátrico de deidades paganas –o sea de demonios– ha salido a la luz, y se promueve con actos sacrílegos y profanaciones de objetos sagrados. Colocar una vasija inmunda en el Altar de la Confesión de San Pedro es un gesto litúrgico con un valor concreto y una finalidad que va más allá de lo simbólico. La presencia de un ídolo de la madre tierra es una clara ofensa a Dios y a la Santísima Virgen, una señal palpable que en cierto sentido explica las muchas afirmaciones irreverentes de Bergoglio con relación a nuestra santísima Madre.

No es de extrañar por tanto que quienes se proponen derribar la Iglesia de Cristo y el Papado de Roma lo hagan desde el solio supremo, como dijo la profecía de la Virgen de la Salette: «Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo». Yo diría que hoy en día ya no se puede hablar de una simple pérdida de la fe, sino que debemos tomar nota del próximo paso, que se expresará en una auténtica apostasía, del mismo modo que la reforma litúrgica va evolucionando hacia una forma de paganismo que incluye la profanación sistemática del Santísimo Sacramento. Sobre todo con la imposición de la Comunión en la mano so pretexto del covid, así como en una cada vez más evidente aversión a la antigua liturgia.

En esencia, muchas formas de prudencia inicial ocultando las verdaderas intenciones de los novadores, poniendo cada vez más al descubierto la verdadera naturaleza de la obra que realizan los enemigos de Dios. Ya no hace falta el pretexto de la oración en común por la paz que legitimó la matanza de gallinas y otras escandalosas abominaciones en Asís, y ya hay quien teoriza que la hermandad entre los hombres puede prescindir de Dios y de la misión salvífica de la Iglesia.

¿Qué piensa de los sucesos que se han dado a partir de octubre de 2019? En particular, de que Bergoglio haya abandonado el título de Vicario de Cristo, así como de que haya dejado de celebrar la Misa en el altar pontificio y de la suspensión de la celebración de misas públicas en Santa Marta.

El principio filosófico agere sequitur esse, el modo de obrar sigue al de ser, nos enseña que todo actúa en conformidad con lo que es. Quien renuncia a ser llamado Vicario de Cristo da la impresión de entender que el título no le corresponde, o incluso de que desprecia la posibilidad de ser el vicario de Aquel que Bergoglio demuestra con sus palabras y sus actos que no quiere reconocer y adorar como a Dios. O, expresado más sencillamente, que no le parece que su misión como máxima autoridad de la Iglesia tenga que coincidir con el concepto católico de pontificado, sino con una versión supuesta actualizada y desmitologizada. Al mismo tiempo, como no cree ser el Vicario de Cristo, Bergoglio puede eximirse de actuar como tal, adulterando como si nada el Magisterio y escandalizando a todo el pueblo cristiano. Celebrar in pontificatibus en el altar erigido sobre la tumba del apóstol San Pedro invisibilizaría al argentino, eclipsaría sus excentricidades y su perpetua expresión de disgusto que no consigue ocultar cada vez que celebra como Papa. Al contrario, le resulta mucho más fácil destacar en la Plaza de San Pedro en pleno confinamiento, atrayendo hacia sí la atención de los fieles, que de lo contrario pondrían en Dios.

¿Reconoce entonces el valor simbólico de los actos del papa Francisco?

Los símbolos tienen un valor preciso: el nombre que eligió, la decisión de vivir en Santa Marta, el abandono de insignias y vestiduras propias del Romano Pontífice, como la muceta roja, el roquete y la estola, o el escudo de armas pontificio en el fajín. La obsesión por todo lo profano es simbólica, como lo es también la intolerancia hacia todo lo que evoque un sentido católico. Y quizá sea también simbólico el gesto con que en la epiclesis, durante la Consagración, Bergoglio cubra siempre el cáliz con las manos, como si quisiera impedir el derramamiento del Espíritu Santo.

Del mismo modo, así como cuando uno se arrodilla ante el Santísimo Sacramento da testimonio de fe en la Presencia Real y realiza un acto de latría o adoración a Dios, al no arrodillarse ante el Santísimo, Bergoglio proclama públicamente que no quiere humillarse ante Dios. Eso sí, no tiene problema para postrarse a cuatro patas ante inmigrantes o ante funcionarios de repúblicas africanas. Y al postrarse ante la Pachamama, algunos frailes, monjas, curas y seglares realizaron un acto de auténtica idolatría, honrando a un ídolo y rindiendo culto a un demonio. Símbolos, signos y gestos rituales son los instrumentos por los que la iglesia bergogliana se manifiesta sin tapujos.

Todos esos ritos de la neoiglesia, esas ceremonias más o menos indicadas, esos elementos tomados de liturgias profanas, no son casuales ni mucho menos. Constituyen uno de los cambios de la ventana de Overton que Bergoglio ya ha teorizado en sus intervenciones y en los actos de su magisterio. Por otra parte, los hechiceros que trazaron el signo de Shiva en la frente de Juan Pablo II y el buda que se adoró en el tabernáculo de Asís se pueden entender en plena coherencia con los horrores que estamos presenciando. Exactamente igual que, en el ámbito social, antes de considerar aceptable el aborto en el noveno mes de gestación éste tuvo que ser legalizado en casos más limitados, y que antes de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo se prefirió prudentemente dejar que la gente creyese que la protección legal de la sodomía no terminaría por poner en tela de juicio la institución del matrimonio natural entre un hombre y una mujer.

¿Cree Vuestra Excelencia que estas cosas irán a más?

Si el Señor, Sumo y Eterno Sacerdote, no se digna poner fin a esta perversión generalizada de la Jerarquía, la Iglesia Católica quedará cada vez más opacada por la secta que se le está superponiendo abusivamente. Confiamos en las promesas de Cristo y en la asistencia especial del Espíritu Santo , pero no olvidemos que la apostasía de la cúpula de la Iglesia forma parte de los acontecimientos escatológicos y no se podrá evitar.

Considero que las premisas que hemos visto hasta ahora, y que se remontan en buena parte al Concilio, conducirán inexorablemente de un modo cada vez más explícito a una profesión de apostasía por parte de la cúpula de la iglesia bergogliana. El Enemigo exige fidelidad a sus siervos, y si al principio, parece contentarse con un ídolo de madera adorado en los jardines vaticanos o de una oblación de tierra y plantas sobre el Altar de San Pedro, dentro de poco exigirá un culto público y oficial que reemplace al Sacrificio Perpetuo. En ese caso se cumplirá lo que profetizó Daniel de la abominación desoladora en el lugar santo. Me llama la atención la expresión precisa que emplea la Sagrada Escritura: «Cum videritis abominationem desolationis stantem in loco sancto» [cuando veáis la abominación desoladora en el lugar santo] (Mt.24,15). Está escrito con toda claridad que esta abominación estará en una descarada y arrogante imposición en el lugar más ajeno e impropio para ella. Será una vergüenza, un escándalo, algo sin precedentes, y no hay palabras para calificar y condenarla.

¿Qué nos espera si todo sigue así?

A mi modo de ver, estamos presenciando el ensayo general previo a la instauración del reino del Anticristo, que será precedido por la predicación del Falso Profeta, precursor de aquél que desencadenará la persecución final de la Iglesia antes de la victoria aplastante y definitiva de Nuestro Señor.

El vacío simbólico del altar pontifico es algo más que una advertencia para quienes fingen no ver los escándalos de este pontificado. En cierta forma, Bergoglio se está valiendo de ello para que nos acostumbremos a tomar nota de la mutación sustancial del papado y de la propia Iglesia. También lo es para que veamos en él algo más que el último en el largo linaje de romanos pontífices a los que Cristo mandó apacentar sus ovejas y sus corderos: el primer jefe de una organización filantrópica multinacional que ha usurpado el nombre de Iglesia Católica sólo porque le permite disfrutar de un prestigio y autoridad sin igual, incluso en tiempos de crisis religiosa.

La paradoja es patente: Bergoglio sabe que sólo puede destruir a todos los efectos la Iglesia Católica si se lo reconoce como Papa, pero al mismo tiempo no puede ejercer el pontificado en sentido estricto, ya que ello exigiría que hablase y se comportase como el Vicario de Cristo y Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, y se manifestara como tal. Es la misma paradoja que observamos en los ámbitos civil y político, en los que quienes han sido constituidos como autoridades para gobernar los asuntos públicos y promover el bien común son al mismo tiempo emisarios de la élite con la misión de destruir su país y vulnerar los derechos de los ciudadanos. Por detrás del estado profundo y la iglesia profunda siempre hay un mismo instigador: Satanás.

¿Qué pueden hacer los laicos y el clero para prevenir está carrera desenfrenada hacia el precipicio?

La Iglesia no es propiedad del Papa, ni tampoco de una camarilla de herejes y fornicarios que ha conseguido acceder al poder mediante engaños y fraudes. Por eso, debemos unir nuestra fe sobrenatural en que Dios obra constantemente en medio de su pueblo a una labor de resistencia, como aconsejan los Padres de la Iglesia. Los católicos tienen el deber de enfrentarse a la infidelidad de sus pastores, porque el objeto de la obediencia que les deben es la gloria de Dios y la salvación de las almas. Por consiguiente, denunciamos todo lo que suponga traición a la misión de los pastores, mientras imploramos al Señor que abrevie estos tiempos de prueba. Y si algún día Bergoglio nos dijera que para estar en comunión con él tenemos que hacer algo que ofenda a Dios, tendremos más confirmación de que es un impostor y de que, como tal, carece de autoridad.

Oremos, pues. Recemos mucho y con fervor, conscientes de las palabras del Salvador y de su victoria final. No se nos juzgará por los escándalos de Bergoglio y sus secuaces, sino por nuestra fidelidad a las enseñanzas de Cristo; fidelidad que comienza por vivir en gracia de Dios, recibiendo con frecuencia los sacramentos y ofreciendo sacrificios y penitencias por la salvación de los ministros de Dios.

¿Cuál es su petición para esta Navidad?

Me gustaría que estos tiempos difíciles nos permitan ver que donde no reina Cristo se instaura irremediablemente la tiranía de Satanás. Donde no impera la Gracia, se imponen el pecado y el vicio. Donde no se ama la verdad, la gente termina por abrazar el error y la herejía. Si hasta ahora muchas almas tibias no han sabido volverse a Dios, reconociendo que su vida sólo puede hallar plena y perfecta realización en él, quizás puedan entender ahora que la vida sin Dios se convierte en un infierno.

Como los pastores se postraron adorantes a los pies del Niño Rey, acostado en un pesebre pero significativamente arropado en unas telas que antiguamente eran prerrogativa de reyes, también nosotros debemos congregarnos en oración en torno al altar, aunque sea en un desván o en sótano para escapar a la persecución o burlar la prohibición de reuniones. Porque aun en la pobreza de una capilla clandestina o una iglesia abandonada el Señor desciende sobre el altar para sacrificarse místicamente en aras de nuestra salvación.

Roguemos porque un día veamos a un pontífice que vuelva a celebrar el Santo Sacrifico sobre el Altar de la Confesión de San Pedro según el rito que enseñó Nuestro Señor a los Apóstoles y que se ha transmitido íntegro a lo largo de los siglos. Será la señal de que se han restaurado el papado y la Iglesia de Cristo.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)