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miércoles, 14 de enero de 2015

Cuidado con los falsos profetas (5) [Cruz, amor y alegría]

Hemos visto cómo el Señor nos previene de los falsos profetas y cómo nos da una regla segura para identificarlos: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 7, 15). Lo cual no debe pillarnos de sorpresa, pues hemos sido prevenidos por el Señor acerca de los peligros con los que se iban a encontrar todos los que quisieran seguirle. 



Ser discípulo de Jesucristo nunca ha sido fácil: "Os envío como ovejas en medio de lobos" (Mt 10, 16). Tenemos que estar dispuestos a jugarnos la vida por el Señor y no avergonzarnos de Él, en un mundo en el que son cada día más el número de los que lo traicionan y le dan la espalda. Pues "al crecer la maldad, se enfriará la caridad de muchos" (Mt 24, 11). "Pero -continúa diciendo el Señor- quien persevere hasta el fin, ése se salvará" (Mt 24, 12). 


Estamos advertidos. Conocemos los peligros a los que estamos expuestos por el mero hecho de ser cristianos y de estar orgullosos de serlo: "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución" (2 Tim 3, 12). [Leer también 2 Cor 11, 23-28] "Y todas estas cosas os harán -decía Jesús- a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me ha enviado" (Jn 15, 21). En el momento actual son millones los cristianos perseguidos en el mundo: Siria, Irak, etc... Y todo esto se consiente por los países que -hipócritamente- se proclaman a sí mismos como "defensores de los derechos humanos". Todo es una farsa. Pero, en fin. Nuestro Maestro ya nos advirtió de ello, de modo que lo que está ocurriendo no es nada extraño; por el contrario, es la condición normal del cristiano: "Acordaos de las palabras que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a Mí, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20) 


Podemos sentir la tentación de ponernos tristes. Y es muy humano. Nadie, en su sano juicio, desea el sufrimiento. Lo que ocurre es que, una vez que Jesucristo ha asumido sobre sí el sufrimiento de toda la humanidad, cuando nosotros sufrimos, si lo hacemos por Él y unidos a Él estamos, entonces, compartiendo su propia vida, que pasa a ser también nuestra. Y eso no es triste, aunque se sufra. Pues ¿ hay algo más hermoso que compartir la suerte y la vida de la persona amada, sobre todo cuando se trata, como en este caso, de la Persona divina de Jesucristo? Se cuenta en los Hechos de los Apóstoles que llamaron a los Apóstoles al Sanedrín y luego "los azotaron, les ordenaron no hablar en el nombre de Jesús y los soltaron" (Hech 4, 40) y "ellos salieron gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido dignos de ser ultrajados a causa del Nombre de Jesús" (Hech 5, 41). ¡Un verdadero ejemplo de auténtico amor a Jesucristo!


No olvidemos que "Él nos amó primero" (1 Jn 4, 19), "se hizo hombre" (Jn 1, 14) y "murió por nosotros" (Rom 5, 8). Además, "murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí sino para Aquél que por ellos murió y resucitó" (2 Cor 5, 15). Ojalá pudiéramos decir, con san Pablo: "Con Cristo estoy crucificado. Y vivo, pero ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 19-20). Cristo nos da su Vida y nosotros le damos, a cambio, la nuestra. En este intercambio de vidas, salimos ganando, sin ningún género de dudas.


Debemos recordar que Dios nos creó libres para que pudiéramos decidir acerca de lo que queremos que sea nuestra vida, nuestra vida futura -después de la muerte terrenal- y también nuestra vida presente. Y lo que Él quiere para nosotros nos lo ha manifestado sin ningún tipo de ambigüedad: "El que no está conmigo está contra Mí, y el que no recoge conmigo, desparrama" (Mt 12, 30). Quiere que estemos con Él y estar Él con nosotros. Estar con Él significa amarle, ser sus amigos, al igual que Él nos ama y es nuestro amigo; y, por esencia, la amistad, o es recíproca, o no hay tal amistad. Nunca se puede imponer. Con relación a nosotros, la voluntad de Dios es clara, tanto en lo que concierne a nuestra salvación"Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4), como en lo que concierne a nuestra libertad: "Si alguno quiere venir detrás de Mí ..." (Lc 9, 23). 


Dios no salvará a nadie que no quiera ser salvado. Tal salvación sería imposible, puesto que si Dios es Amor y el amor conlleva la completa reciprocidad entre los que se aman, ejercida con plena libertad por parte de ambos. Si esta condición no se da por parte de alguno, en él el Amor no llega a plenitud. Por lo tanto, es preciso que el hombre se decida libremente por el amor de Dios para poder ser aceptado en el seno de la Trinidad. Tiene todos los medios a su alcance, pero debe utilizarlos si tiene interés en esa amistad. Si no lo hace es porque no la desea; y entonces ni Dios mismo no podría obligarlo, al haberlo creado libre (único modo de que la relación amorosa entre Dios y el hombre pudiera ser real). Dice Jesús: "Si no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de su pecado. El que me odia a Mí, también odia a mi Padre" (Jn 15, 22-23).


Pues bien: si tenemos claras todas estas ideas -que son palabra de Dios- en la mente y en el corazón; e intentamos hacerlas realidad en nuestra vida - contando siempre con la gracia, sin la cual nada podríamos- sería señal de buena voluntad por nuestra parte y de que el Espíritu de Jesús habita en nosotros ... de modo que no permitirá -de ninguna de las maneras- que seamos engañados, no sólo por el mundo sino ni siquiera por los falsos profetas - es decir, los falsos pastores, con apariencia de ovejas- pues, ciertamente "surgirán falsos profetas que engañarán a muchos" (Mt 24, 11). Son palabras de Jesús, o sea, palabra de Dios: "Mirad que nadie os engañe. Pues muchos vendrán en mi Nombre, diciendo: 'Yo soy el Cristo', y engañarán a muchos" (Mt 24, 4-5)


¿Cómo podemos saber si estamos ante un falso profeta? ¿Qué nos ha dicho Jesús para que podamos identificarlos fácilmente y no nos dejemos seducir ni engañar por ellos? Algo muy sencillo, a lo que ya nos hemos referido y en lo que insistiremos, con algunos matices añadidos. Pero, en principio, no tenemos que fijarnos tanto en lo que dicen estas personas, aunque también, cuanto en lo que hacen: "Por sus frutos los conoceréis"  (Mt 7, 16).

(Continuará)