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viernes, 8 de agosto de 2014

¿Fundamentalismo cristiano? (12) [Una religión sin Dios]

Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí

Lo más alarmante es que los peores enemigos de la Iglesia (a los que es difícil desenmascarar) están en la misma Iglesia. Sin ir más lejos tenemos el "ejemplo" del santo Padre cuando en la revista "Viva", (una revista de gran difusión, y no precisamente muy ortodoxa), da diez consejos para ser feliz: en ninguno de ellos aparece Dios por ninguna parte; y menos aún, Jesucristo. Yo me quedo bastante perplejo, la verdad.

En concreto, del primer consejo: "vivir y dejar vivir" para poder ser feliz no se puede decir, precisamente, que sea muy evangélico. En realidad, no es nada evangélico. Y se queda en lo puramente natural. De hecho, aunque se trata de una revelación privada (y, por lo tanto, esto se puede creer o no: no es ningún dogma de fe), es lo cierto que entre las palabras proféticas de la beata Ana Catalina Emmerich (1774-1824) aparece la expresión "vivir y dejar vivir" en un contexto satánico. Y la verdad es que se queda uno que no sabe qué pensar. Se habla ahí de una reunión de eclesiásticos, laicos y mujeres, sentados, comiendo juntos y haciendo bromas frívolas. Cada uno de ellos tenía a su lado a un espíritu malo [un demonio] que le hablaba al oido, empujándolos al mal. Estas personas estaban en un estado de excitación sensual muy peligroso y "ocupadas" en conversaciones ociosas y provocantes. Y los eclesiásticos eran de esos que tenían como principio: "Hay que vivir y dejar vivir. En nuestra época no hay que estar aparte ni ser un misántropo: hay que alegrarse con los que se alegran"




Obsérvese cómo estos eclesiásticos usan, como hizo el diablo con Jesús, las mismas palabras bíblicas, para engañar a los incautos, a aquellos que quieren dejarse engañar [nadie será engañado si, en lo más profundo de su corazón, no quiere ser engañado]. Y así dicen que hay que alegrarse con los que se alegran, parafraseando a san Pablo: "Alegraos con los que se alegran" (Rom 12, 15), pero cambiando y tergiversando completamente el concepto de la verdadera alegría del Evangelio que va unida siempre a la caridad"Los frutos del Espíritu son la caridad, la alegría, ..." (Gal 5,22). 


La alegría verdadera, la alegría del Evangelio no es la de "vivir y dejar vivir", como dice el papa Francisco en esta entrevista. De todos modos, y esto es preciso subrayarlo, en honor a la verdad, en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el Papa no dice lo mismo, sino que cita a san Pablo: "El amor de Cristo nos apremia" (2 Cor 5,14) y también "¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!" (1 Cor 9, 16). Y dice que "quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien" [núm 9] 


Lógicamente, si yo busco, en verdad, el bien de otro es porque estoy convencido y tengo la seguridad de poseer ese bien, aunque sea en primicias. En el caso del que estamos hablando ese bien, el único bien, es Jesucristo. Es el amor a Jesús y el amor que Jesús nos tiene (en el que creemos, sin ningún tipo de dudas) el que nos espolea a ayudar a los demás a acercarse también a Jesucristo para que, conociéndolo puedan amarlo y encontrarse entonces con la única verdadera alegría, no la que da el mundo, sino la que procede de Él. ¡Así es como siempre ha sido y como debe de ser! 


[¡Ojo!: el que está seguro de algo, de lo que sea, automáticamente será tachado de fundamentalista ... aunque no sea violento ni en los hechos ni en la ideología. Se impone el ser "tolerante" con el error. ¡Todo el mundo tiene razón aunque digan cosas contrarias hablando de lo mismo! San Agustín no pensaba así, ni ése es el pensamiento cristiano: Es preciso odiar el pecado y amar al pecador; pero nunca falsear la verdad y afirmar que es bueno lo que es intrínsecamente malo ...; y si no, al tiempo]. 

Sin embargo, todas estas cosas que, en teoría son correctas y que, hasta ahora, no planteaban problema alguno no solo en cuanto a la necesidad sino también en cuanto a la posibilidad de su puesta en práctica ... hoy en día, los hechos las desmienten. Nos encontramos así, casi a diario, con declaraciones papales del tipo: "El proselitismo es una solemne tontería" o "Hay que vivir y dejar vivir". Éste es el verdadero problema, porque ¿en qué quedamos entonces? Por una parte - y esto por pura gracia- resulta que hemos recibido un tesoro del que Jesús nos dice: "Gratis lo habéis recibido; dadlo gratis" (Mt 10,8). Es decir, como cristianos tenemos la grave obligación de hacer partícipes de nuestra alegría a los demás, porque esa alegría no nos pertenece: la recibimos para darla a otros. ¿Pero qué es el proselitismo, bien entendido, sino el animar a otros a que conozcan al Señor y se enamoren de Él, como el único amigo que nunca les va a fallar? 


Por otra parte, un cristiano que se precie de tal es aquél cuya vida necesariamente tiene que chocar con la vida mundana"Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia" (Jn 15, 19). De todos modos, "si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros" (Jn 15, 18). De ahí que diga: "¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!" (Lc 6,26). Todo esto son palabras bíblicas, son palabras de Jesucristo: son Palabra de Dios.


Está muy claro -o, al menos, debería de estarlo- que si un cristiano intenta vivir conforme a las enseñanzas y a la doctrina de Jesús, fielmente interpretada por la Iglesia de siempre, será tachado inmediatamente "por el mundo" de que no deja vivir tranquilos a los demás. ¡Que viva él lo que quiera, pero en privado, y que deje vivir a los demás! [La Religión reducida a algo subjetivo y a sentimientos, conforme a las teorías modernistas y al ambiente en que vivimos]. Y sin embargo, como ya se ha visto, si los demás nos importan y queremos su bien, tenemos que darles lo mejor que tenemos, esto es, a Jesucristo, a quien tienen que ver reflejado en nosotros. 


Normalmente, lo que los demás entienden por "vivir" o "vivir su vida" es más bien un "estar muertos". Todo el que no tiene a Jesús no tiene la Vida y está muerto, aunque piense que vive: una vida en ausencia de Jesús es una vida triste, gris, sosa, aburrida y desesperanzada. Esa es la razón por la que un cristiano no puede "dejar vivir" a los demás; [bien entendido] es preciso que les ayude a salir de su sopor, si es que de veras le importan, de modo que despierten ya, de una vez: "Ya es hora de despertar del sueño" (Rom 13, 11), y comiencen a vivir de verdad: "Nos es preciso nacer de nuevo" (Jn 3,7) y saborear la vida con toda su intensidad: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10)


Tal es la voluntad de Dios con relación a los hombres, pues somos muy importantes para Él. Creados a su imagen y semejanza y siendo Dios puro Amor, habiendo manifestado su Amor hacia nosotros en que envió a su Hijo para que tengamos vida en Él, sólo espera de nosotros -de cada uno- una respuesta de amor (con amor de enamoramiento, porque así es como Él nos ama y desea ser correspondido de la misma manera). El Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro, es la clave de la Vida y de toda felicidad: la única clave, en verdad, para ser felices.


Por eso, la consigna: "Vive y deja vivir" no es evangélica. Y, además, es falsa. El que así vive no ama, porque no está interesado por el bien del otro; y sin amor no hay alegría ni felicidad posible, ni en esta vida ni en la otra. También es falso que el proselitismo y el llevar a la gente al conocimiento de Jesucristo (¡pues no se trata, en verdad, de otra cosa!) sea una solemne tontería, si es que realmente nos importan los demás. 


Eso sí: como de lo que se trata es de dar a conocer el amor de Jesucristo resulta que esto es imposible de llevar a cabo si no se está enamorado tiernamente de Él. Por otra parte, el amor es siempre sumamente respetuoso con la libertad del otro, no puede imponerse. Un amor impuesto no puede llamarse amor, porque no lo es. Así actúa Dios y así debemos actuar también nosotros en relación con los demás, de modo que Jesús sea amado por el mayor número posible de personas, pero siempre siendo recibido con plena libertad, sin lo que dicho objetivo sería imposible. Dios cuenta con nosotros para llevar a cabo su obra.  


(Continuará)