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miércoles, 23 de agosto de 2017

¿Es el papa Francisco el Falso Profeta? (P. Alfonso Gálvez)


(Los subrayados, cursivas, negritas, colores,...,
así como el título dado a esta entrada son míos)




[Transcribo aquí las páginas 2, 3, 4, 5 y hasta el segundo párrafo de la página 6 de este ensayo del padre Alfonso Gálvez titulado "Tiempos de dolor y de gloria".
A continuación paso al último párrafo de la página 21 y completo hasta el final. 
El lector interesado puede encontrar el artículo completo, que consta de 22 páginas, haciendo clic aquí ]. 


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Después de haber transcurrido más de cuatro años de Pontificado me he puesto de nuevo a reflexionar sobre el tema. Porque son muchos los que piensan que este Papa es el Falso Profeta, Precursor del Anticristo. Aunque si eso fuera así estaríamos entonces ante los Tiempos Finales de la Historia. Cosa que no se puede afirmar, precisamente por lo imprecisa que resulta la noción del Tiempo en el lenguaje de las Profecías, que es una razón que aquí abre camino a varias posibilidades. 

Algunos tratan de resolver el problema diciendo que este Papa es efectivamente el Precursor del Anticristo, pero sin que se pueda saber por eso la duración de ese período de precedencia. No hay que olvidar tampoco la absoluta incertidumbre, claramente anunciada por Jesucristo, que pesa sobre nuestro conocimiento acerca del momento preciso de la Parusía.




Pero cabría también —afirman otros— que este Falso Profeta fuera seguido de otros sin solución de continuidad, de tal manera que siendo otro diferente pareciera sin embargo el mismo. A semejanza de lo que sucedía en la película The Princess Bride [La princesa prometida], de Bob Rainer, en la que el Pirata Robert lograba mantener la ficción de su inmunidad a la muerte haciéndose sustituir por otro en el momento preciso, razón por la cual nunca se despojaba de la máscara.

Sea como fuere, nos encontramos dentro del terreno de las hipótesis, del que nos conviene salir cuanto antes para pisar tierra firme. Y la tierra firme aquí, como hecho incontrovertible que nadie puede negar, consiste en que son muchos los que dicen estar convencidos de que el Reinado del Papa Francisco está siendo testigo de la destrucción total de la Iglesia. O al menos eso parece que sería su deseo, dada su forma de proceder, por más que sabemos por la Fe que nadie será capaz de conseguirlo.

En este punto se ofrece a nuestra consideración un primer problema, que por supuesto es bastante espinoso. Gran parte de la Jerarquía de la Iglesia ha incidido en la llamada Apostasía Universal, dando señales claras de falta de Fe, que es precisamente en lo que consiste la Apostasía. Tal falta de Fe, seguida del consiguiente abandono del cuidado de las ovejas que le habían sido encomendadas, es la que está conduciendo a la demolición de la Iglesia.

Ahora bien, ¿se puede realmente diagnosticar a la Jerarquía como falta de Fe, causa a su vez determinante de su actitud negativa y casi enemiga contra la Iglesia?

Y efectivamente, así es como lo pensaría cualquier observador superficial, para quien la profundidad y última causa de los fenómenos suele escapar. Ahora bien, en el caso de que esa Jerarquía tachada de apóstata realmente careciera de creencias, no se ensañaría tan ferozmente contra la Fe. Le importaría muy poco, o nada, que los fieles creyeran o que dejaran de creer, que el culto se llevara a cabo de manera ortodoxa o que fuera una función de circo, etc., convencida como estaría de que siendo todo polvo y humo, todo acabaría en nada. Pero no es así, cuando todo se debe a que fácilmente se olvida que el odio a la Fe y la perseverancia en la Fe son perfectamente compatibles, como dice el Apóstol Santiago: ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien; pero también los demonios lo creen, y se estremecen. (
San 2:19). Si alguien no creyera en la Eucaristía, por ejemplo, le sería indiferente arrodillarse ante ella (según conveniencias) o no hacerlo.

Otro hecho concomitante, aún más extraordinario si cabe que los anteriores, es la falta de oposición al Papa Francisco por parte del Rebaño de fieles que constituyen la Iglesia. Las débiles y aisladas protestas que surgen aquí o allá son fácilmente eliminadas por el poderoso Aparato creado alrededor de Francisco. El silencio y la sumisión de la Jerarquía son tan totales como al mismo tiempo aterradores. Y en cuanto a los fieles, sin Pastores que los guíen y ahogados por la herejía modernista difundida en la Iglesia durante tantos años sin obstáculo alguno, no poseen criterios propios ni capacidad de pensar.

Lo que deja bien a las claras el hecho de que nos hallamos ante una auténtica Apostasía General por parte de la Iglesia.

Acerca de lo cual tropezamos con el mismo problema que el apuntado arriba para el Falso Profeta: si será o no la Apostasía Universal anunciada para los Últimos Tiempos. Pero de lo que no cabe duda alguna es que se trata de una Auténtica y General Apostasía que ha dejado la Iglesia reducida a escombros.

Y una vez más, como suele ocurrir tan a menudo, corremos el peligro de entender los conceptos y las palabras en un sentido meramente superficial. La malicia de la situación actual de apostasía es tan grande y extensa, y tan profunda la ceguera del conjunto de los fieles que forman la moderna Iglesia, que no puede tratarse aquí de una situación meramente transitoria o circunstancial, sino de un verdadero empecinamiento general mediante la voluntad decidida de renegar de la Fe. Dicho empecinamiento no puede ser ya calificado sino como una situación sin retorno, como una señal clara de predestinación negativa que viene a ser el preludio de la condenación eterna.

Falsos Profetas y Falsos Pastores han existido siempre en la Iglesia. Aunque no con tanta profusión como en la actualidad, ni con tan poderosos medios de influencia como los que ahora poseen. Sin embargo, prescindiendo por ahora de la cuestión de si el fenómeno debe atribuirse a la proximidad de la Parusía, el hecho claro es que Jesucristo dejó a sus fieles un criterio seguro para conocerlos


Criterio fundamentado, por otra parte, en el más estricto sentido común, cual es el de las diferentes clases de árboles, con frutos buenos los árboles buenos o con frutos malos los árboles malos. A los hombres no se les puede juzgar sólo por sus palabras, sino sobre todo por sus obras, como a los árboles por sus frutos.

Sin embargo, como todo lo que pertenece o hace referencia a la naturaleza humana, tampoco aquí las cosas son sencillas. Hay que contar con la debilidad del ser humano y la posibilidad de que haga mal uso de su libertad. Por eso, para que resulte práctico el recurso de acogerse al principio de los frutos buenos o de los frutos malos es necesario, como condición indispensable, que exista previamente la voluntad de distinguir los diferentes frutos. Y lo que es más importante todavía, la reconocida voluntad de elegir los buenos y desechar los malos, acerca de lo cual no existe desgraciadamente ninguna garantía.

La verdad de esta afirmación queda avalada por el hecho irrefutable de la existencia en la Iglesia de la situación de Apostasía General.

Ante esta situación de caos y de confusión, en medio de la que me encuentro en mi estado de avanzada ancianidad, sin apenas poder caminar por la invalidez de mis piernas, creo llegado el momento de ponerme a considerar el modo en que todo esto afecta a mi alma. A veces recuerdo el comienzo del Libro del Génesis: La Tierra estaba confusa y vacía, y las tinieblas cubrían la haz del abismo (
Ge 1:2) y se me ocurre pensar que tiene perfecta actualidad en estos momentos.

Aunque mis piernas me conceden un espacio muy limitado para moverme, me considero pese a todo un miembro activo de la Iglesia Itinerante. Que es lo que me da la confianza para pensar que, lejos de estar anulado, me encuentro plenamente en el Camino. Al fin y al cabo el Cristianismo consiste en el seguimiento de Jesucristo (Mt 10:38; Lc 9:23; Jn 8:12).

Y no solamente me encuentro dentro del camino, sino enteramente identificado con él, puesto que el Camino es Cristo, según Él mismo lo dijo: Yo soy el Camino (Jn 14, 6). Sin olvidar tampoco todo el profundo significado de su promesa: Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn 6, 56)



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En el Cristianismo existe una verdad fundamental, que como todas las verdades fundamentales suelen ser olvidadas. La cual consiste en que la grandeza suele estar en lo pequeño, y que es lo humilde y lo desconocido del mundo lo que verdaderamente agrada a Dios. Su Fundador siguió el camino de la Cruz, y sus seguidores se estrellan irremediablemente cuando se empeñan en seguir otro. Órdenes, Ins- titutos y Congregaciones Religiosas, tanto empeño en ser conocidos y admirados por el mundo y olvidando, por otra parte, la advertencia del Apóstol Santiago: Quien desee hacerse amigo de este mundo se hace enemigo de Dios (Sant 4, 4)

La verdadera santidad es tan amada de Dios como desconocida por los hombres. En estos momentos de apostasía y de irremediable oscuridad es seguro que debe existir un buen número de santos. Confieso que en esta situación de desolación yo no los veo, aunque es evidente que deben de andar por ahí. Y son ellos, aun sin saberlo, quienes detienen la ira de Dios e impiden que el mundo no haya sido ya destruido. Son los que mantienen el sentido y el amor a la verdad y a la belleza, las ansias por la justicia y la fe en el amor. Los enemigos de Dios se han esforzado demasiado en destruir la Iglesia y en extender por todas partes el odio, la fealdad, la podredumbre y la aberración.

Pero la Barca de Pedro sigue resistiendo los embates de las olas, el verdadero amor está más vivo que nunca, los enamorados de Dios llamados santos son más numerosos que jamás lo han sido, aunque el mundo haga lo imposible por desconocerlos, y el mundo, o el conjunto de las cosas creadas por Dios sigue siendo maravilloso: Y vio Dios ser bueno cuanto había hecho (Ge 1:31).

Padre Alfonso Gálvez