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lunes, 11 de octubre de 2021

Agenda 2030 (II) «La Pachamama, Mahoma, Lutero, o Buda no son opciones para llegar a Dios, sino falsedades que conducen al infierno» (Gabriel Calvo Zarraute)



Nuestro bloguero Gabriel Calvo Zarraute está dedicando una serie de artículos a analizar la Agenda 2030 de la ONU. Les ofrecemos el segundo de ellos:

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Un proceso de siglos de descristianización

Hemos de detenernos en las raíces históricas que ha desembocado en la situación actual, es decir, en esta fase terminal de degradación intelectual y moral humana:

a) En el siglo XVI la revolución religiosa del protestantismo negó la necesaria mediación humana y divina, natural y sobrenatural, del hombre con Dios (la Iglesia), así destruía la libertad y razón humanas al romper el vínculo entre fe y razón, política y ética que supuso la muerte de la Cristiandad. Debido al nominalismo, Lutero sostiene el fideísmo que enfrenta la fe a la razón, considerándola «la ramera del diablo» (De servo arbitrio, 1525).


b) En el siglo XVIII, la Ilustración y Revolución francesa, de carácter eminentemente político. La Revolución efectuada a golpe de guillotina y aprobada por la soberanía popular democrática, negó la dimensión trascendente y moral del hombre (la ley natural), destruyendo el orden social cristiano del Dios Legislador y ordenador. Así el soberano absoluto ocupaba el lugar de Dios. La Ilustración enfrenta la razón a la fe, considerándola «fanatismo», como sostiene Voltaire (Cartas filosóficas, 1734).

c) La posmodernidad iniciada con la revolución cultural de 1968 negó lo real humano (la división sexual biológica), a fin de destruir la obra del Dios Creador que instituyó el matrimonio natural en el que se basa la primera y principal sociedad humana: la familia. El nuevo Dios pasa a ser el Estado totalitario democrático. El marxismo cultural niega tanto la razón como la fe en nombre del nihilismo. Jean Paul Sartre, uno de sus principales ideólogos, escribe: «el hombre no es más que una pasión inútil» (El ser y la nada, 1943).


Atendiendo a este sintético esquema, en primer lugar, se confirma como una constante histórica que la Revolución, sea cual sea su apellido, «en su acepción común es la destrucción de todo un orden. La noción ha calado de tal forma que ya nadie se atreve a no llamarse revolucionario», afirma el filósofo Rafael Gambra en El lenguaje y los mitos. De hecho, no deja de ser sorprendente que desde Juan XXIII, todos los Papas posteriores al concilio Vaticano II, la hayan utilizado para identificarla con el mensaje cristiano. Asociación impensable para los Pontífices anteriores que tenían muy clara conciencia del aceleramiento del proceso secularizador y el crecimiento de la hostilidad hacia la Iglesia a causa de las revoluciones liberales del siglo XIX y, no digamos ya, a partir de la revolución soviética de 1917 en Rusia.

De ahí que, en sus Consideraciones sobre Francia, Joseph De Maistre recuerde que: «La contrarrevolución no es una revolución contraria, sino lo contrario a la revolución». La lucha contra el desorden luciferino traído al mundo por la revolución se llama Contrarrevolución, es decir, el movimiento que restablece el orden (jerarquía) inscrito por Dios en su creación. Por ello Santo Tomas de Aquino enseña cómo la Ley eterna de Dios es «participada en la criatura racional por la ley natural» (S. Th. I-II, q. 91, a. 2). Jean Ousset en Para que Él reine escribe: «Las complicidades activas y pasivas en la Iglesia se han contagiado a la sociedad permitiendo el avance, cada vez más decidido, de la fenomenología destructiva de la revolución».

El orden que ha de ser restablecido en sus cimientos es el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, no la sentimental y evanescente «civilización del amor», que más parece un eslogan hippie de los años sesenta, o la vacía «fraternidad universal», propia de la masonería. En otras palabras, la civilización cristiana, imagen y reflejo terrenal del Paraíso, contra el desorden en que la revolución ha sumido al hombre. Verdad tradicional católica expresada durante siglos, entre otros muchos tantos, por Pío XI (Quas primas, n. 16-17), pero de difícil compatibilidad con estas afirmaciones del Papa Francisco: «Si en el pasado las diferencias [entre las distintas religiones] nos han puesto en contraste, hoy vemos en ellas la riqueza de caminos distintos para llegar a Dios» (5-10-2021). No obstante, únicamente Nuestro Señor Jesucristo, el Verbo encarnado es el camino exclusivo para llegar a Dios Padre: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6); «Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que debamos salvarnos» (Hech 4, 12). La Pachamama, Mahoma, Lutero, o Buda no son opciones para llegar a Dios, sino falsedades que conducen al infierno.

Dichas declaraciones papales son incompatibles con el Magisterio de la Iglesia (Dominus Iesus, n. 9), pero Bergoglio, como acostumbra en otras ocasiones, aseguró sin inmutarse al obispo Schneider que, era precisamente eso lo que quería decir (8-3-19). Así dejaba en ridículo a todos los que pretenden una exégesis forzada de las palabras pontificas a fin de hacerlas concordar con la fe católica a toda costa. Sin embargo, no escuchar apenas ninguna voz episcopal desmintiendo estas enseñanzas erróneas pone de manifiesto la sima de decadencia intelectual y moral, junto con la consecuente deriva de seguidismo sectario, en el que se encuentran instalados los funcionarios eclesiásticos desde hace decenios. Una Iglesia devenida en una ONG que sólo ofrece una fe acomodaticia al mundo que reniega de Cristo y ante el que lleva décadas arrodillada, como demuestra ahora apoyando la agenda 2030.

En segundo lugar y como bien apuntó el sabio Chesterton en El fin de una época: «Lo que el hombre ha perdido en el siglo XX no es la fe, sino la razón». A consecuencia de ello, el ser humano queda reducido a un juguete de las fuerzas oscuras e irracionales en que han degenerado sus pasiones. El hombre contemporáneo se encuentra incapacitado para percibir la realidad sobrenatural porque, previamente, la realidad natural se le ha hecho incomprensible. La gracia presupone la naturaleza, pues como enseña Santo Tomas: «La gracia no anula la naturaleza, sino que la perfecciona» (S. Th. I, q. 1, a. 8). Es decir, aunque la gracia pertenezca al orden sobrenatural se deposita (inhiere) en el natural, de ahí que dañando éste se hace más difícil recibir la gracia. Tres son las causas principales que han producido esta ceguera de la razón natural:

a) Desmantelación de la primera sociedad humana, la familia natural y sus vínculos sociológicos trasmisores de la tradición religiosa, moral, cultural e histórica dejando al individuo a la intemçerie. Sin más criterio que el dictado por el poder político, sus medios de manipulación de masas y su sistema de enseñanza.

b) Cultivo deliberado del empobrecimiento intelectual  del conocimiento humano como son las humanidades, por parte del sistema educativo y de los medios de comunicación convertidos en correas de transmisión de las consignas del poder político del que dependen económicamente.

c) Perversión del conocimiento ético y moral como consecuencia de una educación degenerada que legitima y azuza las más bajas pasiones a través de las múltiples posibilidades de diversión que oferta la sociedad de consumo y las redes sociales.

Gabriel Calvo Zarraute

Santo Tomás de Villanueva, como predicador

WIKIPEDIA


Tomás García Martínez (1488 - 1555) fue un fraile agustino, que nació en Fuenllana, debido a que en la villa donde vivían sus padres se había declarado una epidemia de peste y decidieron que el pueblo de su madre era un lugar más seguro para el alumbramiento. A pesar de esto, la infancia y juventud de Tomás transcurrió en Villanueva de los Infantes, por eso, se le llamará santo Tomás de Villanueva.

Compuso bellos sermones, entre los que destaca Sermón del amor de Dios, una de las grandes manifestaciones de la oratoria sagrada del XVI.

Es autor de varios Opúsculos, dentro de los que se incluye el Soliloquio entre Dios y el alma, en torno a la comunión.

Tuvo una gran fama de predicador, en un estilo sobrio y sencillo. Carlos I al oírle predicar, exclamó, según se dice: Este Monseñor conmueve hasta a las piedras.

Tuvo asimismo una gran devoción por la Virgen María, cuyo corazón comparó a la zarza ardiente, que nunca se consumía.

Tomás falleció por una angina de pecho en 1555 a los sesenta y ocho años de edad. Está enterrado en la capilla Mayor de la Catedral de Salamanca

Fue canonizado el 1 de noviembre de 1658, siendo uno de los tres santos, todos españoles, canonizados durante el pontificado del papa Alejandro VII.

Francisco de Quevedo escribió una biografía suya, Epítome a la historia de la vida ejemplar y gloriosa muerte del bienaventurado fray Tomás de Villanueva.

La ambiciosa edición moderna de las obras completas de Santo Tomás de Villanueva fue llevada a cabo por la Biblioteca de Autores Cristianos entre 2010 y 2016, en edición bilingüe y crítica de las Conciones y otros escritos del Santo, en 10 tomos (ISBN o.c.: 978-84-220-1511-6.).

Es patrón principal de la diócesis de Ciudad Real (España). Y su festividad, en el calendario católico, se celebra el 10 de octubre.

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Tomo nota de algunos puntos importantes sobre su actividad como predicador, sacados del libro "Sermones de la Virgen María", de la BAC.


El secreto de sus éxitos en el púlpito nos lo revelan unas palabras suyas que contestó a unos amigos que le preguntaban qué libros leía para hacer tanto fruto en las almas: "Todos los libros son buenos ... siempre que el predicador tenga tres cosas: santidad de vida, humilde oración y un verdadero celo y deseo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas".

Decía que "el estudio solo sin oración y sin este vivo celo hincha el entendimiento de grandes vivezas y sentencias; pero deja la voluntad seca y el pecho del predicador frío; y de pecho frío ¿cómo pueden salir palabras ardientes?"

De los predicadores decía: "Lleven éstos a Cristo en su corazón, estén poseídos de un encendido ardor por las almas y será su boca como lengua de fuego que arrebata los ánimos de los oyentes, como lo eran las de los apóstoles después de recibir el Espíritu Santo; viva el predicador el Evangelio y fácil le será traer a él a los demás".

Nos lo inculca una y más veces el santo: la causa del poco fruto de tantos sermones no es otra que el mismo predicador. "Los predicadores hablan y no practican: no viven según la Ley que predican". Esa es, nos dice el santo en el mismo pasaje, la causa más detestable del escaso fruto del predicador.

Tanto como del amaneramiento y afectación huía del descuido y falta de preparación, que no es otra cosa que una tentación al Espíritu Santo  o una frescura y desfachatez. La sola compilación de sus conciones (sermones) ya es un argumento de la preparación del santo: no dejaba el éxito del sermón a la inspiración sola del Espíritu Santo, presentándose con una idea superficial de la materia: el orden y división de ésta en sus partes correspondientes facilita al oyente la comprensión y retención de lo escuchado.

Selección por José Martí