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Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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lunes, 23 de octubre de 2023
sábado, 21 de octubre de 2023
Para Tucho el único pecado es el clericalismo
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Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata |
(Tommaso Scandroglio/La nuova bussola quotidiana)-El cardenal Víctor Fernández, recién nombrado prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, sale a la palestra para reprender a los cardenales dubitativos, es decir, a aquellos cinco cardenales que habían enviado algunas dubia al Papa para que aclarara cuestiones centrales relativas a la moral, la fe y la estructura jerárquica de la Iglesia.
Por supuesto, el prefecto no los menciona directamente y, desde su punto de vista, se trata de una estrategia eficaz. De hecho, sus palabras pueden así adaptarse tanto a los cinco alborotadores como a sus numerosos émulos.
Fernández elige Facebook para lanzar su mensaje. Y sólo eso ya es insólito e irritante. No es un precisamente un lugar muy adecuado para las comunicaciones formales de un prefecto de dicasterio. Pero es una de las infinitas variantes de la adaptación al mundo que tanto gusta a los teo-conformistas. El post de Facebook tiene un título que lo dice todo: Abuso, clericalismo y sinodalidad. Lo esencial es lo siguiente: “Todas las personas con autoridad tenemos tendencia al abuso”. Y el cardenal se refiere al “abuso de cualquier tipo (sexual, de autoridad, manipulación de conciencias, etc.)”. Luego se detiene en una forma particular de abuso que parece haberse extinguido, al menos entre la mayoría: “existía una violencia verbal que llevaba demasiado rápido a juzgar duramente a los demás sin temor alguno a lastimarlos y a destrozar su autoestima, Se decía: “adúlteros”, “sodomitas”, “hijos ilegítimos”, “degenerados”, “pecadores”, etc”. Y así llegamos a descubrir que legiones de santos, desde san Pablo, pasando por santo Tomás de Aquino, hasta san Juan Bosco, eran maltratadores porque utilizaban esos términos malditos.
Pero hay más en la observación del Cardenal Fernández: la categoría moral del adulterio, de la sodomía, de la filiación ilegítima, de la degeneración de las costumbres, e incluso la de pecado, no sólo ya no existen, sino que es erróneo evocarlas. Son como insultos, son palabras o expresiones que ya no indican una realidad objetiva, sino que son meros epítetos despreciables, títulos insultantes. Así, ya no existe el adúltero, sino la persona que encuentra en una nueva unión, después de un serio discernimiento, un camino afectivo bendecido por Dios. Ya no existe la persona homosexual que experimenta una condición intrínsecamente desordenada, sino una persona que experimenta una variante natural diferente de la atracción sentimental y sexual. Ya no existe el hijo nacido fuera del matrimonio; sólo existe el hijo, lo demás es irrelevante. Ya no existe el degenerado moral, sino una persona en búsqueda. Y, por último, ya no existe el pecador, sino sólo la persona frágil. Ya no existe el mal y el vicioso, sino sólo el bien y el virtuoso.
El novelista Cormac McCarthy escribió acertadamente: “Poco a poco, el bandido acaba por volverse indistinguible de la colectividad. Es cooptado. Hoy en día es difícil ser un glotón o un sinvergüenza. Un libertino. ¿Un desviado? ¿Un pervertido? Debes de estar bromeando. Las nuevas directrices casi han borrado estas categorías del lenguaje. Ya no se puede ser una mujer libertina. Por ejemplo. Una puta. El concepto mismo carece de sentido. Ni siquiera se puede ser yonqui. Si te va bien eres un mero consumidor. ¿Un consumidor? ¿Qué diablos significa eso? En un par de años hemos pasado de porreros a consumidores. No hace falta ser Nostradamus para predecir dónde acabaremos. Los criminales más atroces reclaman su estatus. Asesinos en serie y caníbales reclaman el derecho a su estilo de vida. […] Sin malhechores, el mundo de los justos queda completamente desprovisto de sentido” (El pasajero).
Volvamos a nuestro prefecto que, censurando el concepto de autoridad, continúa diciendo que “esto permite comprender por qué el Papa Francisco afirma que el clericalismo es la principal causa de los abusos en la Iglesia, más que la sexualización de la sociedad”. Dos breves apuntes. Como afirmó Benedicto XVI, la causa de los abusos es la falta de fe: “Sólo donde la fe ya no determina las acciones de los hombres son posibles tales crímenes” (Papa Ratzinger: la Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales, Corriere della Sera, 11 de abril de 2019). Quita a Dios y habrás eliminado el mayor obstáculo para llevar a cabo el mal. Además, y en relación con el clericalismo -una de las muchas palabras talismán de este Sínodo que significan todo y nada-, el autoritarismo de algunos sacerdotes no es la causa de los abusos, sino sólo una condición. Es como decir que la causa de los divorcios son los matrimonios.
El cardenal continúa diciendo que la referencia al clericalismo “también ayuda a entender el llamado a una Iglesia más «sinodal», donde la autoridad sólo se entienda en el contexto de la corresponsabilidad y de la variedad de carismas”. Aquí la autoridad jerárquica se licúa en un consenso aparentemente entre iguales, en una corresponsabilidad democrática que en realidad sirve de pantalla para ocultar las grandes maniobras de unos pocos.
Y finalmente la arremetida: es necesario “situar la autoridad en un contexto que impida los abusos de cualquier tipo y asegure el religioso respeto de la dignidad de las personas. La historia de la Iglesia nos muestra sobrados ejemplos de la ausencia de ese respeto en medio de la ostentación de la sana doctrina y de una rígida moral”. Así pues, quien pide fidelidad a la doctrina, como los cinco cardenales de los dubia, es un abusador, una persona que desprecia la dignidad de sus hermanos. Cuando es justamente al contrario: la doctrina es rígida porque debe proteger rígidamente la dignidad de las personas.
Está en juego la salvación eterna y por eso es necesario ser rigurosos e inflexibles a la hora de señalar lo que está en consonancia con esa dignidad y te lleva al Paraíso y lo que no está en consonancia con ella y te abre las puertas del Infierno.
TOMASSO SCANDROGLIO
miércoles, 18 de octubre de 2023
¿Los “dubia” son un arma contra el Papa o una defensa de los fieles? Una respuesta razonada
*
No hay paz para el nuevo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el argentino Víctor Manuel Fernández.
A poco de haber asumido el cargo se encontró lidiando con un par de cuestiones abiertas incómodas, que creyó que podría cerrar rápidamente con la aprobación del papa Francisco, pero en cambio obtuvo el resultado opuesto.
La primera cuestión estaba constituida por los cinco “Dubia” remitidas el 10 de julio y luego el 21 de agosto a él y al Papa por cinco cardenales, referidos a otros tantos puntos críticos de la doctrina y de la práctica, entre ellos la bendición de las parejas homosexuales.
La segunda cuestión fue planteada, también en julio, por el cardenal Dominik Jaroslav Duka, arzobispo emérito de Praga, y se refería a la Comunión eucarística para los divorciados vueltos a casar.
Satisfecho con la aprobación firmada el 25 de septiembre por el papa Francisco, el 2 de octubre Fernández hizo públicos en el sitio web del dicasterio dos bloques de respuestas a ambas preguntas.
Pero en ambos casos las respuestas prácticamente fueron devueltas al remitente.
Respecto a la cuestión planteada por Duka, el cardenal y teólogo Gerhard Ludwig Müller tomó providencias para derribar las respuestas dadas por Fernández. Un rechazo no menor, teniendo en cuenta que Müller fue también, de 2012 a 2017, prefecto del mismo Dicasterio para la Doctrina de la fe:
Mientras que, en cuanto a los “Dubia” de los cinco cardenales, las respuestas proporcionadas por Fernández -en forma de carta enviada por el Papa Francisco el 11 de julio- fueron por ellos para nada esclarecedoras mucho antes de que el propio Fernández las hiciera públicas, tanto es así que plantearon las mismas preguntas al Papa por segunda vez en una forma más estricta.
A este relanzamiento de los “Dubia”, realizado el 21 de agosto, los cinco cardenales nunca recibieron respuesta, como luego decidieron documentar públicamente el 2 de octubre, pocas horas antes de que Fernández hiciera públicas las respuestas anteriores del 11 de julio como si fueran las definitivas:
Pero el problema no ha terminado. Porque no sólo los cinco cardenales protestaron contra el forzamiento llevado a cabo por Fernández, sino que uno de ellos, el chino Joseph Zen Ze-kiun, retomó las respuestas del Papa a la primera formulación de los “Dubia” y las criticó una a una, mostrando cómo eran cualquier cosa, incapaces de aportar claridad.
Zen publicó su acusación el 13 de octubre en su blog personal, en chino, inglés e italiano:
Por otra parte, en el bando de los apologistas del actual pontificado, los “Dubia” con las cuestiones que plantean han sido ignorados o, peor aún, acusados de ser un arma impropia esgrimida contra el Papa para obligarle a decir lo que se quiere.
¿Pero esto es necesariamente así? ¿O si, por el contrario, se tratara de una justa iniciativa de obispos y cardenales para proteger la fe del pueblo cristiano de las dudas sobre puntos importantes de la doctrina y de la moral, dudas generadas por expresiones poco claras de las máximas autoridades de la Iglesia?
Y si esta segunda respuesta es válida, ¿cómo justificar entonces los silencios o las respuestas evasivas por parte de las autoridades llamadas a aportar claridad?
La siguiente intervención ofrece una respuesta razonada precisamente a estas preguntas. El autor de la carta es bien conocido en Settimo Cielo, pero pide ser identificado simplemente como “un sacerdote que durante muchos años ha colaborado con la Santa Sede”. ¿Por qué? Evidentemente por razones opuestas a aquellas por las que el cardenal Zen, de 91 años, firma lo que publica: “Viejo como soy, no tengo nada que ganar, nada que perder”.
*
Estimado Magister,
La presentación de preguntas al papa Francisco sobre expresiones presentes en los textos que llevan su firma, que los autores de los llamados “Dubia” consideraban de interpretación poco clara, sigue suscitando interés y avivando un debate “intra et extra Ecclesiam catholicam”.
No pretendo afrontar aquí la formidable lista de cuestiones, algunas inéditas al menos en la historia reciente de la Iglesia, planteadas por los “Dubia”, sino sólo hacer algunas consideraciones respecto a algunos puntos, en primer lugar el que se centra sobre la posición (sin duda incómoda) de sus firmantes.
Lo hago inspirándome en una sospecha que circula entre el clero, los fieles católicos y algunos no creyentes. Es la que sugiere que detrás de los “Dubia” se esconde el deseo de “forzar la mano” del papa Francisco a “retractarse” o “corregir” algunas de sus declaraciones que entrarían en conflicto con la supuesta “inmutabilidad de la doctrina” en materia de fe y moral.
Pero antes quisiera detenerme en una distinción que me parece apropiada: la que existe entre “dubium unius fidelis vel pastoris” y “dubium gregis vel collegii pastorum”, es decir, entre la duda de un creyente o pastor individual y la duda de la grey o del colegio de pastores.
En cuanto al primer género de “dubium”, el del individuo, el deseable logro de una inteligencia adecuada y de una conciencia recta respecto de lo que el Santo Padre enunció puede ser perseguido práctica y fácilmente mediante la comparación del creyente individual (o de grupos limitados de fieles), de un obispo o de un presbítero (o incluso de una conferencia episcopal o de un presbiterio secular o regular) con un guía espiritual, teológica o pastoral de fe comprobado y de sólida moral, o -en particular, en los dos últimos casos- recurriendo de manera confidencial a los Dicasterios competentes de la Curia Romana, designados para entrar en el fondo de determinadas cuestiones doctrinales o canónico-legislativas. Dado que no concierne a todos o a la mayoría de los fieles y pastores, normalmente no es necesario ni apropiado que el propio Papa responda personalmente a los “dubia unius fidelis vel pastoris”.
En el segundo género de “dubium” las cosas son diferentes. Por razones práctico-pastorales, no es posible que un gran número de fieles o pastores, en todas partes del mundo, tengan acceso a una conversación con creyentes autorizados, bien formados espiritual, teológica y pastoralmente, y que estén razonablemente seguros del significado auténtico de las afirmaciones del Magisterio pontificio que han dado lugar a los “dubia gregis vel collegii pastorum”, para poder resolverlos de manera convincente.
Debe ser así, ya que, por su naturaleza, la enseñanza del Santo Padre que trata temas de carácter universal en materia de fe y de moral es pública (ya sea oral o escrita) y llega a creyentes y no creyentes en todas partes, también la respuesta a los “Dubia” sobre cómo deben interpretarse algunas declaraciones y traducirse en la práctica algunas normas debe hacerse pública, porque la incertidumbre de muchos puede ser la de todos o de la mayoría de los fieles y pastores. Al no existir una norma canónica ni una costumbre “ab immemorabilis” que prevea una iniciativa “anónima” de los fieles católicos o incluso del clero que pueda formular y presentar una pregunta al Papa sobre sus declaraciones, corresponde a quienes tienen el mandato eclesial de cuidar de los laicos y del clero -los cardenales y los obispos- y sienten ellos mismos la urgencia de ser “confirmados” en la fe y en la moral recoger los “Dubia” y someterlos filialmente al Supremo Pontífice.
Al proceder de este modo, cardenales y obispos no se arrogan un derecho -que no tienen- de “juzgar” al Papa o “presionarlo” para que corrija sus afirmaciones como les plazca, sino que solicitan la “caridad pastoral de la verdad” que es ” munus et virtus ” de un Papa, llamando a él mismo (y no sustituyéndolo) a ejercerla personalmente, ofreciendo públicamente una interpretación auténtica de su enseñanza pública. Esta “solicitud” del trono pontificio nace de la preocupación de cardenales y obispos por la “salus animarum” en la que se resume el “bonum Ecclesiae”.
En cuanto a la modalidad a través de la cual el Papa puede hacer público el “responsum” a los “dubia gregis vel collegii pastorum”, depende de las circunstancias y de las oportunidades: puede ser mediante su publicación directa por parte de la Santa Sede (como ha ocurrido recientemente), o bien autorizando a los firmantes de los “Dubia” a dar a conocer el “responsum” que les haya sido enviado.
UN EJEMPLO
Para que quede claro lo que intento decir, consideremos este ejemplo.
Un suboficial de un cuerpo de policía, plenamente disciplinado con sus superiores, cuyas órdenes ha obedecido constantemente, tiene como principio deontológico de su profesión el de rechazar cualquier forma de coacción física para conseguir que un delincuente confiese haber cometido un delito, y siempre ha prohibido a sus subordinados que lo hagan. Pero un día oye a su Comandante regional afirmar públicamente -en referencia a un hombre detenido por estar acusado de cometer una serie de asesinatos- lo siguiente: “Le mantendremos bajo presión. No le dejaremos en paz hasta que admita su culpabilidad”.
No se trató de un exabrupto privado del Comandante susurrado al oído de alguno de los oficiales, suboficiales o agentes, sino de una afirmación hecha delante de todo el cuerpo de policía y recogida por los medios de comunicación, de modo que hasta los ciudadanos de a pie pudieron enterarse.
El propio suboficial queda perplejo por el significado de la afirmación de su superior y percibe que entre los demás suboficiales y los mismos agentes surgen diferentes interpretaciones de estas palabras. Algunos de ellos empiezan a hacer circular la idea de que el comandante pretende autorizar – en el caso en cuestión y en otros similares – además de interrogatorios intensos, prolongados y repetidos, también el uso de la violencia física para arrancar una confesión. El suboficial, a pesar de ser inflexible en que ninguna forma de tortura es admisible en ningún caso, para evitar que la interpretación favorable se difunda entre los agentes y se arraigue esta práctica inaceptable, se dirige por escrito al Comandante Regional pidiéndole que aclare, disipando cualquier duda, de qué quiso decir con esa expresión. “Sí, es correcto que en casos de delitos especialmente brutales lleguemos incluso a inducir una confesión mediante presión física sobre el presunto culpable, a fin de que, para que lo dejen en paz, confiese el delito cometido”. O: “No, bajo ninguna circunstancia es correcto utilizar la violencia física para obtener la confesión de una persona arrestada, por muy grave que haya sido su delito”.
La firme certeza de que la tortura de un presunto delincuente es siempre un mal que debe evitarse, porque no respeta la vida y la dignidad que es propia de todo hombre y mujer, no invalida la legítima y debida petición de aclaración sobre la declaración de un Superior que se presta (y así fue, en el ejemplo denunciado) a diferentes interpretaciones. El “dubium” del suboficial no se refiere a su conciencia, que es cierta, sino a la aplicación de las normas (o reglamentos) del cuerpo de policía al que pertenece, a partir de la reciente declaración del Comandante. Y ello para evitar que los agentes cuya conciencia no esté adecuadamente formada para discernir el bien del mal sigan su propia “interpretación permisiva” de la afirmación del Comandante y, en consecuencia, cometan un mal creyéndolo un bien (por ejemplo, para prevenir delitos posteriores o impartir justicia a las víctimas) como si se lo permitiera la autoridad a la que están sometidos.
Los otros suboficiales, aunque también permanecían perplejos respecto al significado de la expresión de su Comandante Regional, para poder vivir en paz y no querer enemistarse con él molestándolo con una pregunta incómoda (se sabe que rara vez un subordinado que molesta a un Superior con peticiones atrevidas podrá hacer carrera) no presentan ningún pedido de aclaración, ni firman la carta con el dubium que envió su colega.
¿Cuál de ellos -el valiente autor del “dubium” o sus compañeros suboficiales que se mostraron dudosos pero temerosos frente el Comandante- prestó realmente un servicio a los oficiales bajo su mando, ayudándoles a ser “buenos policías” y no “agentes depravados”? ¿Quiénes han mostrado concretamente que se preocupan por la dignidad, el honor y la función pública del cuerpo policial al que pertenecen, promoviendo su respeto y estima entre los ciudadanos? ¿Quién ha protegido mejor a los ciudadanos acusados de un delito, evitando que sean sometidos a actos de tortura durante un interrogatorio policial?
Obviamente, la Iglesia no es un cuerpo de policía, el Papa no es su Comandante y sus afirmaciones a interpretar no se refieren -en el caso de los “Dubia” presentados a Francisco- a la práctica de los interrogatorios. Los cardenales y obispos no son oficiales ni suboficiales, y los fieles no son agentes ni acusados. Pero tal vez este ejemplo tenga algo que decirnos respecto a la discusión sobre los “Dubia”.
Estar personalmente seguro de las verdades reveladas por Dios y de la fe de la Iglesia, del bien que se debe hacer y del mal que se debe evitar, no convierte de por sí en “insinceros” o “incorrectos” a aquellos pastores que están preocupados por la difusión entre otros pastores o entre los fieles de interpretaciones arbitrarias de algunas expresiones del Magisterio pontificio que nacen de la evidencia no inmediata de las mismas a los ojos de la fe y de la razón, o que a primera vista parecen estar en conflicto con la enseñanza anterior de la Iglesia. Al decidir recurrir al Santo Padre para obtener su interpretación auténtica no buscan algo para ellos mismos, sino para la tarea que les ha confiado el mismo Papa: colaborar con él para cuidar del rebaño que les ha sido confiado por Cristo.
RESPUESTAS Y SILENCIO
¿Pero qué puede suceder si el Papa decide no responder a los “Dubia”? ¿Y si el “responsum” proporcionado no es considerado por quienes lo presentaron como suficiente para disipar las dudas y proporcionar una interpretación auténtica y completa que cierre la cuestión de una vez por todas?
En su libertad soberana (que implica una responsabilidad “coram Deo et coram Dei populo”), el Sumo Pontífice puede ciertamente no responder a los “Dubia”.
Los motivos que eventualmente le llevan a esta decisión pueden ser de diferente naturaleza: desde el vinculado a su tiempo y a las energías físicas y mentales de que dispone, considerando los numerosos y onerosos compromisos de un Papa, su edad y su salud, hasta el que surge de la convicción de haber sido suficientemente claro e inequívoco al pronunciarse sobre una determinada cuestión; o puede surgir del deseo de dejar la cuestión “abierta” a ulteriores profundizaciones teológicas y morales o a “discernimientos” en el interior de la Iglesia universal o particular, sin definirla de una vez para siempre.
Tampoco se puede excluir la preocupación por fuertes desacuerdos que surjan entre pastores o laicos sobre el objeto de la afirmación del Papa, contrastes que podrían socavar la unidad de la Iglesia. Y ni siquiera el miedo a una reacción de los medios de comunicación y de los no creyentes que podría desencadenarse en el caso de una interpretación que consideran inaceptable, en detrimento del diálogo con las diferentes culturas, religiones y sociedades o comprometiendo las oportunidades de presencia de la Iglesia en ciertos ambientes. Y otros motivos más todavía.
Ciertamente, sólo tenemos lo que el papa Francisco escribió en la carta, fechada el 10 de julio de 2023, dirigida a los cardenales Walter Brandmüller y Raymond Leo Burke, con la que acompaña su “responsum”: “Aunque no siempre me parece prudente responder las preguntas dirigidas directamente a mi persona (ya que sería imposible responderlas a todas), en este caso creo es adecuado hacerlo debido a cercanía del Sínodo”. En la expresión “no siempre me parece prudente” se puede vislumbrar una alusión a diferentes motivos de oportunidad para el silencio, de la misma manera que en la referencia a la “cercanía del Sínodo” se escucha el eco de los muy animados debates y controversias que lo precedieron y lo acompañan.
Nada autoriza a interpretar una “falta de respuesta” a los “Dubia” como expresión de la voluntad del Papa de acreditar una u otra de las interpretaciones que circulan sobre lo que ha dicho o escrito sobre un tema. Hay otras vías por las cuales, eventualmente, uno puede aproximarse a una supuesta “interpretación plausible” que se acerque lo más posible a la “auténtica” que no se proporcionó.
Finalmente, la situación más embarazosa para los fieles y los pastores, así como (podemos suponer) para el mismo Santo Padre, es el caso en el que quien extendió y presentó los “Dubia” no se declara satisfecho con lo contenido en el “responsum” y hace pública esta insatisfacción.
Es lo que ocurrió con la serie de los “Dubia” a los que Francisco respondió con la citada carta del 10 de julio. Los cardenales interpelantes reformularon los “Dubia” y los volvieron a presentar, sin haber recibido más respuesta. Si el objetivo de los “Dubia” -como debería ser- no es resolver una duda personal de conciencia de los redactores (escuchando sus declaraciones públicas en diferentes fechas y lugares, todos parecen demostrar una conciencia certera sobre las cuestiones a las que se refieren los “Dubia”), sino disipar las dudas presentes en un gran número de pastores y fieles (“mentis et cordis confusio”) respecto al significado de las expresiones del Santo Padre y encaminarlos por el camino de la verdad y del bien, este objetivo ha fracasado y el riesgo de acrecentar la “confusión” es grave.
¿De quién es la responsabilidad de este fracaso y de sus consecuencias, que son especialmente graves para los pastores y fieles más “frágiles” en la fe y en la moral? Considero que no corresponde a ningún hombre establecerlo: será el Señor de la historia (incluida la de la Iglesia) quien dictará la sentencia cuando “vendrá otra vez, en gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos y su reino no tendrá fin”.
Carta firmada
Roma, 14 de octubre de 2023
domingo, 17 de septiembre de 2023
¿Más sabio que Santo Tomás? (Bruno Moreno)
Hace tiempo, escribí un artículo titulado “Mejores que Jesucristo”, sobre la plaga de eclesiásticos que, claramente, consideran que son más misericordiosos, inteligentes y avanzados que el mismo Hijo de Dios encarnado. Generalmente, como es lógico, no se atreven a decirlo con esas palabras, pero sí lo hacen con los hechos cuando defienden que habría que cambiar el Evangelio o la fe y la moral reveladas por Cristo, que es lo mismo que defender que ellos saben mejor que nuestro Señor lo que debe hacer el ser humano, o cuando pretenden que permitir el divorcio y demás inmoralidades es mucho más misericordioso que ser fieles a lo que Jesucristo enseñó.
En ese contexto, no es extraño que también hayamos terminado por tener a un Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que da por hecho que es más sabio que Santo Tomás. Era inevitable que sucediera antes o después. Lo digo con todo el respeto debido a su dignidad episcopal y reconociendo que, por supuesto, Mons. Fernández no lo expresa así, ni será consciente de que piensa así, pero los hechos son los hechos y lo cierto es que propone exactamente lo contrario que Santo Tomás y espera que le creamos a él en lugar de al santo y Doctor de la Iglesia, algo que solo se explicaría si fuese más sabio que él.
En efecto, Mons. Fernández nos asegura que los obispos no deben pretender corregir nunca al Papa en materia de fe, porque “si me dicen que algunos obispos tienen un don especial del Espíritu Santo para juzgar la doctrina del Santo Padre, entraremos en un círculo vicioso (en el que cualquiera puede pretender tener la verdadera doctrina) y eso sería herejía y cisma”.
¿Es eso cierto? ¿Los obispos deben quedarse calladitos y no criticar nunca algo que ha dicho el Papa, porque hacerlo sería caer en la herejía y el cisma?
Veamos qué decía Santo Tomás sobre el tema (al igual que toda la Iglesia anterior y posterior): “en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos” (S. Th., II-II, 33, 4). El inferior no solo puede, sino que debe reprender públicamente a un superior si habla contra la fe católica. Y esto es un principio universal en la Iglesia, de manera que no solo los obispos, sino también los simples sacerdotes o incluso los fieles pueden y deben rechazar cualquier error de fe, lo defienda quien lo defienda, aunque sea un papa. Pero está claro que Mons. Fernández debe de ser más sabio que Santo Tomás y habrá que hacerle caso a él y no al Doctor de la Iglesia.
¿Y qué dijo San Pablo? “Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal 1,8). Parece que está muy claro: si alguien dice algo contra la fe, aunque sea un ángel o un Apóstol o, presumiblemente, un Papa, no hay que hacerle el más mínimo caso. San Pablo no dijo, “bueno, si lo digo yo que soy Apóstol, entonces sí vale”. Nadie, sea quien sea, puede afirmar nada contra la fe en la Iglesia y, si lo hace, hay que rechazarlo.
Pero, si nos queda alguna duda, preguntémonos: ¿qué hizo San Pablo? Exactamente lo que había dicho que debía hacerse. Cuando el primer Papa llevaba a error a los fieles al volver a las prácticas del judaísmo, San Pablo reprendió en público a San Pedro: “dije a Cefas en presencia de todos…” (Gal 2,14). ¿Por qué públicamente? Porque su conducta había sido públicamente escandalosa y estaba extraviando a los fieles. Y no solo reprendió públicamente al Papa, sino que contó que lo había hecho en la Carta a los Gálatas, que es Palabra de Dios. Santo Tomás explicó este hecho diciendo que así San Pedro dio humildemente ejemplo a los superiores para que aceptaran la corrección de sus inferiores si se habían apartado del buen camino. O quizá debamos concluir que Mons. Fernández es más obediente que el Apóstol San Pablo y más humilde que San Pedro, además de saber más sobre la Iglesia que la propia Palabra de Dios.
¿Y qué han dicho los concilios? El III Concilio de Constantinopla, por ejemplo, condenó al Papa Honorio por haber coqueteado con las ideas de los herejes monotelitas, condena que fue confirmada por el Papa San León y por los Concilios II de Nicea y IV de Constantinopla. ¿Será que no sabían que no se puede corregir a un Papa en materia de fe? El Concilio Vaticano I como es sabido, definió las circunstancias en que el magisterio del Santo Padre es infalible. No hace falta pensar mucho para darse cuenta de que eso implica que hay otro magisterio papal que no es infalible y, por lo tanto, puede estar equivocado si se aparta de la Tradición y la Escritura. Y, si está equivocado, ¿no habrá que rechazarlo como nos recordaba San Pablo en el párrafo anterior? Bueno, supongo que Mons. Fernández sabrá más que cuatro Concilios ecuménicos.
El Concilio Vaticano I, por cierto, refuta otra teoría de Mons. Fernández expresada en la misma entrevista, en la que nos asegura que: “Cuando hablamos de obediencia al magisterio, esto se entiende al menos en dos sentidos, que son inseparables e igualmente importantes. Uno es el sentido más estático, de un «depósito de la fe» que debemos custodiar y preservar incólume. Pero, por otro lado, existe un carisma particular para esta salvaguardia, un carisma único, que el Señor ha dado sólo a Pedro y a sus sucesores. En este caso no se trata de un depósito, sino de un don vivo y activo, que actúa en la persona del Santo Padre. Yo no tengo este carisma, ni usted, ni el cardenal Burke. Hoy sólo lo tiene el Papa Francisco.”
Este doble carisma es algo completamente ajeno a lo definido por el Concilio Vaticano I, que además lo negó expresamente: “Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe” (Concilio Vaticano I, Constitución dogmática Pastor Aeternus, 18 de julio de 1870).
¿Cuál es, por tanto, el carisma de Pedro? El de guardar santamente y exponer fielmente el depósito de la fe. Ese otro carisma del que habla Mons. Fernández, que “no se trata de un depósito” y que “actúa en la persona del Santo Padre” parece ser, pues, una invención, es decir una de esas nuevas doctrinas que el Concilio rechazó expresamente.
¿Y qué nos dice la historia de la Iglesia? Cuando el Papa Juan XXII afirmó que las almas de los justos solo verían a Dios después del Juicio Final, es decir, una herejía, los teólogos de París, sus propios cardenales y varios príncipes católicos se volvieron contra él e incluso le amenazaron con la hoguera hasta que el Papa se retractó de sus errores antes de morir. Su sucesor, Benedicto XII, definió como dogma de fe la doctrina que había negado su predecesor, para que no hubiera ninguna duda. ¿Será que no sabían que no se puede corregir a un Papa? El Papa Adriano VI enseñó que un Papa podía errar en materia de fe e incluso enseñar una herejía. Inocencio III dijo que la fe es algo tan importante que, como Papa, solo podría ser juzgado si se apartara de ella. ¿Les haremos caso? Claro que no, habrá que creer más bien que Mons. Fernández sabe más de historia de la Iglesia que la propia Iglesia y más teología que el Papa Benedicto XII o Adriano VI.
¿Y qué han hecho y dicho los santos? Hay multitud de ejemplos. Santa Catalina de Siena, con mucho cariño, echaba unas broncas terribles al Papa de la época. San Roberto Belarmino, Doctor de la Iglesia, en De Romano Pontifice, habló de la posibilidad de que un Papa cayera en la herejía (citando el caso de Juan XXII como herejía material) y consideró la opinión contraria como una mera “creencia piadosa”. San Alfonso María de Ligorio dijo que, si el Papa incurriera en herejía, por eso mismo quedaría privado del pontificado. ¿Y los teólogos? Multitud de los mejores teólogos han enseñado que el Papa podía caer en herejía, como mínimo material, pero también en muchos casos formal. Por ejemplo, el Cardenal Cayetano, Melchor Cano, Francisco Suárez, Domingo Báñez, Billuart, Juan de Torquemada, Billot, Ballerini o Juan de Santo Tomás, por citar solo unos pocos. Sus opiniones sobre cómo podía solucionarse ese problema fueron muy diversas, pero el reconocimiento de que el problema de hecho podía darse es habitual entre los teólogos y todos defendían que la herejía también debía combatirse si era afirmada por un Papa, porque eso es lo que siempre ha enseñado la Iglesia sobre el tema. El Decreto de Graciano, en el siglo XII, afirmaba que el papa no es juzgado por nadie, “a no ser que se desvíe de la fe”. En fin, supongo que ya podemos tirar los escritos de santos y teólogos a la papelera, ahora que Mons. Fernández nos ha explicado las cosas mucho mejor.
Todo esto (y otros muchos ejemplos más que podrían darse), por supuesto, no decide el tema de si conviene corregir a un Papa en concreto o no, que es una cuestión prudencial y en la que conviene ser muy humildes y cautelosos, pero muestra sin lugar a dudas que la idea de que los obispos no deben corregir nunca al Papa en materia de fe es completamente ajena a la enseñanza de la Iglesia a lo largo de los siglos.
Sería injusto centrarnos demasiado en el pobre Mons. Fernández, que simplemente es hijo de una época en que la mala formación es habitual y se encuentra en un cargo que le supera, porque el problema, como decíamos está mucho más extendido. Tiendo a pensar que los católicos del futuro se maravillarán al pensar en nosotros y dirán que vivimos en una época asombrosa, en la que no solo tenemos clérigos que son más misericordiosos que el mismo Jesucristo, sino también son más sabios que Santo Tomás, más obedientes que San Pablo y más santos que San Roberto Belarmino o San Alfonso María de Ligorio y conocen mejor la fe que los Concilios Ecuménicos que la definieron o que la propia Palabra de Dios. Todo un portento.
¿Qué debemos hacer en una época así? Lo que siempre han hecho los católicos: amar a la Iglesia, rezar mucho por el Papa y los obispos, ser fieles a la Tradición recibida y a la fe de la Iglesia, rechazar humildemente pero con firmeza todo lo que sea contrario a ellas y confiar en Cristo, que es el único Señor de la Historia.
martes, 4 de julio de 2023
Preocupación en el Vaticano con el nombramiento de Tucho Fernández como Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe
El nombramiento de Víctor Manuel Fernández como nuevo Prefecto para el Dicasterio de la Doctrina de la Fe ha sentado como un jarro de agua fría en amplios sectores eclesiales.
Existe un común denominador con los últimos nombramientos que está realizando el Papa: está colocando en lugares importantes a clérigos «jóvenes» que tendrán importantes responsabilidades durante mucho tiempo, o lo que es lo mismo, dejar las manos atadas a quien sea su sucesor para que no tenga margen de maniobra para hacer grandes cambios.
Así lo estamos viendo con la designación de los arzobispos de importantes capitales como Buenos Aires, Madrid o Bruselas en donde ha nombrado arzobispos todos ellos menores de 60 años. El reciente nombramiento de Víctor Manuel Fernández como Prefecto de la Doctrina de la Fe sigue también este mismo esquema. Un arzobispo de 60 años ocupará uno de los cargos de mayor responsabilidad dentro del Vaticano. El Papa ha depositado de nuevo su confianza para un puesto importante en una persona de su círculo íntimo de amistad, en este caso, en ‘Tucho’ Fernández quien goza de fama de progresista en Argentina.
Preocupación en el Vaticano
En Roma este nombramiento ha generado desconcierto y preocupación. Si bien es cierto que se ha evitado el nombramiento del obispo Wilmer, el que será el sucesor de Ladaria tampoco ha entusiasmado a los prelados y purpurados conservadores.
Fuentes vaticanas señalan a este medio su preocupación al constatar que la Iglesia «está dirigida desde dentro de su Magisterio por personas que no se adhieren a la sana doctrina«. Estas voces denuncian que «se abandonan los criterios de la teología católica formulados por Ireneo de Lyon contra los gnósticos de su época».
Además, un alto funcionario del Vaticano denuncia que «la carta que reprocha el comportamiento inmoral de todos los predecesores en el cargo de prefecto (en la época de la Inquisición romana el mismo Papa era el prefecto) ensucia la memoria de los dignos empleados de la congregación».
Estas mismas voces sostienen que «las formulaciones deliberadamente poco claras en Amoris laetitia deben ser respondidas ante Dios ante quienes las publicaron de esta manera» y también reprochan que «es herética la afirmación del nuevo prefecto en el Corriere della Sera de que la sucesión de Pedro no está ligada al oficio de obispo de Roma y que cualquier obispo de cualquier parte puede ser nombrado Presidente de la Iglesia por los cardenales».
En Roma pocas cosas ocurren por casualidad. En cualquier caso, este nombramiento es el resultado de un plan anhelado durante mucho tiempo que fue realizado a propósito por ambas partes: de escritor fantasma a príncipe heredero. Todo apunta a que al comienzo del sínodo seguirá la entronización con el capelo cardenalicio rojo.
El libro ‘olvidado’ de ‘Tucho’ Fernández
La Santa Sede hizo público el nombramiento del arzobispo de La Plata el sábado 1 de julio. Además de la comunicación del nombramiento, el Vaticano acompañó el anuncio con una inusual carta del Papa Francisco al nuevo Prefecto para la Doctrina de la Fe en la que se fijaban los objetivos de su futura misión.
Además de la comunicación del nombramiento y la carta de Francisco, el boletín oficial de la Santa Sede desglosó el título de algunos libros y artículos científicos de Tucho quien cuenta con más de 300 publicaciones, muchas de las cuales han sido traducidas a varios idiomas. «Estos escritos muestran una importante base bíblica y un constante esfuerzo de diálogo de la teología con la cultura, la misión evangelizadora, la espiritualidad y las cuestiones sociales», se leía en el boletín.
Pero un detalle llamó la atención. El Vaticano ‘olvidó’ mencionar el famoso y polémico libro del prelado titulado: ‘Sáname con tu boca. El arte de besar’. Tucho Fernández escribió en su presentación: «Permítanme aclarar que este libro está escrito no tanto desde mi experiencia personal como desde la vida de las personas que besan. Y en estas páginas quiero resumir el sentimiento popular, lo que siente la gente cuando piensa en un beso, lo que experimentan los mortales cuando besan. Para ello he hablado largo y tendido con mucha gente que tiene gran experiencia en la materia, y también con muchos jóvenes que están aprendiendo a besar a su manera. También consulté muchos libros y quería mostrar cómo los poetas hablan de besar. Así, tratando de resumir la inmensa riqueza de la vida, he creado estas páginas a favor del beso. Espero que te ayuden a besar mejor, que te motiven a liberar lo mejor de tu ser en un beso».
lunes, 3 de julio de 2023
Francisco y Mons. Tucho. Análisis de un nombramiento
Cuando hace unas pocas semanas conocimos el nombramiento de Mons. García Cuerva como nuevo arzobispo de Buenos Aires, comenté en este blog que el papa Francisco había soltado ya la mano a Mons. Tucho Fernández. Un lector envió un comentario diciendo que, en realidad, el Sumo Pontífice se reservaba a Tucho para prefecto de la Doctrina de la Fe. No publiqué el comentario porque no publico disparates. Y vista la noticia con la que nos despertamos el sábado pasado, debo decir que el lector no se equivocó pero tampoco me equivoqué yo, puesto que ese nombramiento es un disparate o, mejor aún, una catástrofe.
El hecho merece un análisis desde varias perspectivas. Si enfocamos al personaje en cuestión, y a partir de sus antecedentes públicos que resumí en la entrada anterior, queda claro que es el personaje más inadecuado para el puesto al que fue elevado. Mons. Fernández no tiene doctrina y su fe católica es más que dudosa. La primera afirmación se prueba si uno se acerca a cualquiera de los ejemplares de su profusa producción bibliográfica. No hablamos aquí de su best-known El arte de besar. Elijan ustedes cualquiera de sus otros libros y verán que se trata siempre de folletines abultados y apropiados para la lectura de monjas mayores y desencantadas; una especie de autoayuda liviana con colorantes cristianos. Y en cuanto a su fe, escuchando lo que dice en sus homilías o escribe en medios de prensa, no resulta temerario dudar del carácter católico de lo que cree. El mismo cardenal Müller, en 2016, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo calificó de hereje (sogar häretisch). Es decir, será un hereje —según el calificativo cardenalicio— quien estará encargado de cuidar la ortodoxia de la fe católica. Difícilmente podría alguien haber pensando una situación más absurda; ni Mons. Robert Benson, ni Hugo Wast, ni Soloviev, ni Castellani. La realidad, una vez más, supera a la ficción.
Hace pocas horas, se conoció una carta de Mons. Fernández en la que se despide de su feligresía. Pocos serán los que crean en sus palabras, pero hay que reconocer que dice algunas verdades. Sus íntimos sabían que, efectivamente, hace un mes el papa Francisco le había hecho el ofrecimiento, probablemente al mismo tiempo que el nombramiento de Mons. García Cuerva en Buenos Aires, a fin de evitarle una decepción. Y se sabía también que comenzaría su nueva función en septiembre. Pero la toma de posesión del puesto se adelantó a agosto, algo rarísimo porque es un mes donde Roma y el Vaticano están desiertos. Algunos sospechan que se debe a que Francisco no llegará al mes de la primavera, o del otoño. Resulta curioso por otro lado, que Mons. Tucho, el regalón pontificio, haya confesado con pasmosa ingenuidad en su carta que el papa le ha preparado para vivir un casita dentro del Vaticano, con terraza y vista a los jardines. Probablemente sea una de las casitas en las que los papas renacentistas alojaban a sus amantes, lo cual no es un buen antecedente.
Pero quien merece un análisis más detallado y cuidadoso es el papa Francisco, los motivos de estas decisión y las perspectivas que se abren para la Iglesia.
1) Con esta decisión el pontífice trata de perfilar de un modo ya definitivo una nueva iglesia cuyo núcleo consiste en la negación de la Iglesia anterior. Es decir, la nueva iglesia es la no-Iglesia. Y el hecho queda claro no solamente por el nombramiento de Mons. Fernández en sí sino por la inusual carta que lo acompaña. Allí, el papa dice con claridad: “El Dicasterio que presidirás en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales. Fueron tiempos donde más que promover el saber teológico se perseguían posibles errores doctrinales. Lo que espero de vos es sin duda algo muy diferente”. Un eco de lo que el mismo Tucho había dicho hace poco en su catedral platense y que comentamos en este blog. Lo que nuestro amigo Ludovicus definió tan acertadamente como “canibalismo institucional” y que siempre pensamos que era una herramienta de sostenimiento de la popularidad mediática de Bergoglio, se ha convertido en el instrumento doctrinal multiuso que da pie a la constitución de una nueva iglesia. Michel Foucault diría que el canibalismo institucional es el dispositivo de subjetivación de la iglesia nacida del pontificado francisquista: la nueva iglesia se reconoce a sí misma como tal en tanto rechaza la Iglesia anterior. Yo soy yo en tanto no soy el que era. Es el canibalismo institucional su condición de sujeto. ¿Y esto por qué? Porque esta nueva iglesia necesita ser la iglesia del mundo moderno, como acaba de decir el biógrafo y amigo pontificio Sergio Rubin, para lo cual necesita negar la doctrina anti-moderna propia de la Iglesia de siempre (adulterios consentidos; homosexualidad permitida; en resumen, abrogación del sexto mandamiento) y el único modo de hacerlo con cierta legitimidad es desprestigiarla y mostrar la ineludible necesidad de esos cambios.
2) Habría otra interpretación más básica pero igualmente posible. El papa Francisco es un hombre de corazón mezquino, lleno de rencores y resentimientos, en base a los cuales toma muchas de sus decisiones. Es cuestión de repasar los obispos desposeídos de sus sedes y veremos que, en el caso de los argentinos al menos, siempre puede encontrarse una venganza personal detrás. O en los nombramientos, o no nombramientos; el caso de crear cardenal al obispo de San Diego, por ejemplo, no fue más que una muestra de su rencor hacia Mons. Cordileone, arzobispo de San Francisco. En el caso de Tucho, pasa lo mismo. Recordemos que siempre fue, inexplicablemente, el regalón del cardenal Bergoglio quien se empeñó en nombrarlo rector de la Universidad Católica Argentina. En Roma le negaron el nombramiento en repetidas ocasiones pues no daba el pinet y su ortodoxia era dudosa. Costó dos años de idas y venidas, hasta que finalmente logró encaramarlo en ese cargo. Esa es la razón por la que una de las primeras medidas que tomó apenas llegado al pontificado fue nombrar al P. Tucho arzobispo in partibus. Era el modo de cobrarle a la Curia los sinsabores que le había hecho pasar. Luego, lo trasladó a la sede de La Plata a fin de reemplazar a Mons. Héctor Aguer, enemigo declarado y público de Tucho y del mismo Bergoglio, a los que aventajaba con creces en capacidad teológica. Eran los rencores papales los que se satisfacían con estas promociones del todo inmerecidas. Finalmente, lo nombra en Doctrina de la Fe, hasta hace poco ocupada por el cardenal Müller que había acusado públicamente a Mons. Fernández de hereje y se había enfrentado duramente en repetidas ocasiones con Francisco. Es probable que el Sumo Pontífice haya actuado no en vistas a constituir una nueva iglesia, un objetivo muy malvado pero a la vez muy elevado para un espíritu pequeño como el suyo, sino simplemente para satisfacer, antes de morir, otro de sus resentimientos. Y, de paso, se cobraba el golpazo que le propinó el cardenal Re hace pocos meses cuando quiso nombrar a Mons. Wilmer en Doctrina de la Fe y fue impedido de hacerlo por el decano del colegio cardenalicio.
3) La Iglesia ha sufrido a lo largo de los siglos muchos malos papas. Alguno, en los Años de Hierro, podía arrojar al vacío a algún cardenal díscolo desde la azotea de Castel Sant’Angelo; otro, en el Renacimiento, podía envenenar a su amante; y otro, en el siglo XIX, podía aliarse con Napoleón. Bergoglio ha seguido todos estos pasos con mayor elegancia: a los cardenales díscolos (Burke y Müller, por ejemplo), los desposeyó de sus puestos y los dejó flotando en el vacío, y se ha aliado con los peores personajes actuales, desde Fidel Castro a Hillary Clinton. Pero la maldad totalmente nueva de este pontificado es que ha constituido a la Iglesia en su principal enemiga. Ya no se trata solamente de perseguir obispos, encarcelar cardenales o envenenar amantes; se trata de su intento desembozado de poner fin a dos mil años de Iglesia católica; o bien, renovarla de tal modo que no se parezca en nada a su antecesora. Ya no se trata de vengarse de sus fieles porteños nominando a Mons. García Cuerva, o del cardenal Cipriani nombrando a Mons. Castillo Mattasoglio. Se trata de volverse contra la misma Iglesia. Una suerte de enfermedad autoinmune; una especie de HIV que se empeña en destruir todo el sistema inmune del cuerpo eclesial a través de la confusión, a fin de que cualquier enfermedad pueda ingresar y matar al organismo.
4) En las últimas semanas hemos tenido una tormenta de nombramientos catastróficos: Buenos Aires, Madrid, Bruselas y ahora Doctrina de la Fe. Y no sería para nada extraño que dentro de pocos días se anuncie un consistorio en el que estos personajes, y otros más de su calaña, sean creados cardenales. Esto es la manifestación de lo que se comenta cada vez con más fuerza: el papa Francisco está viviendo sus últimos días, y está buscando que todo lo que hizo en su pontificado quede “atado y bien atado”. Pero sabemos cuánto duraron los nudos que había armado el pobre Francisco Franco cuando dijo esta frase en 1969.
5) Mons. Tucho Fernández en Doctrina de la Fe es un “regalito” que deja Francisco a su sucesor, sobre todo cuando deba enfrentarse a los debates y resultados del sínodo sobre la sinodalidad. Recordemos que en sínodos anteriores, como el que se hizo sobre la familia, Bergoglio tuvo que vérselas con la oposición cerrada de muchos cardenales. Ahora, ha limpiado el camino de opositores y todo correrá sobre seda. Vistas las opiniones públicas de Mons. Fernández, no sería extraño que sea él mismo el adalid de las propuestas de cambios más radicales a fin de lograr una iglesia para todos, todas y todes; sobre todo para todes.
6) And yet… este nombramiento podría ser un error garrafal del papa Francisco. Se sabe que en política, cuando se extreman las posiciones, tienden a triunfar los centros. Radicalizar a este nivel la postura ultraprogresista en este momento final de su pontificado puede causar temor, o activar el instinto de conservación institucional aún en cardenales que no tengan simpatías por el ala conservadora pero conserven algo de fe y de sensatez. Los nombramientos agresivos de los últimos tiempos y las políticas del mismo tenor que se supone los deberían acompañar, sólo serían existosas si al papa Francisco le quedaran muchos años de pontificado o si todo el aparato eclesial estuviera “atado y bien atado”. Es el modo en que sobrevivió el régimen soviético tanto tiempo: hasta en el último pueblo de la URSS había comisarios políticos totalmente alineados con el Kremlin que vigilaban por el cumplimiento de las órdenes del politburó. No es el caso de la Iglesia católica donde hay un enorme fastidio con el papa Francisco tanto entre obispos y como entre sacerdotes, y buena parte de ellos están a la espera del surgimiento del algún liderazgo que les permita ejercer la oposición. Por eso mismo, y quizás ingenuamente, yo sigo manteniendo cierto moderado optimismo con respecto al próximo cónclave; no espero grandes cambios, pero tampoco espero que sea elegido una réplica de Bergoglio.
7) El nombramiento podría ser también un fracaso. Mons. Fernández no es poseedor de un intelecto privilegiado y ni siquiera de la astucia política que caracteriza a su protector. Es cuestión de dejarlo hablar, y sus palabras no serán ya reproducidas solamente en algunos medios de un país marginal como Argentina, sino que se escucharán y leerán en los círculos católicos más elevados. No sería extraño que tenga un par de escandalosos tropezones y que el sucesor de Francisco encuentre en ellos la excusa limpia y elegante para relevarlo de su cargo sin tener que esperar al plazo de cinco años. Y no sería extraño tampoco que en los próximos días apareciera algún carpetazo, para lo que los argentinos somos buenos (si hasta creamos la expresión).
8) En su comentario de la semana pasada, el P. Santiago Martín hablaba de los “católicos desarraigados” al comentar un libro reciente que lleva este nombre de Aldo Maria Valli y Aurelio Porfiri. Y se refería a todos nosotros, a quienes ya no nos sentimos en casa en esta nueva iglesia bergogliana, los que nos sentimos “desarraigados”, los que todos los días tenemos que enfrentar noticias lacerantes para la fe de los apóstoles que profesamos. Vemos que hay misericordias para todos, menos para nosotros. “Sufran, o váyanse”, eso es lo que nos dice Francisco, Tucho y los suyos. ¿Serán estos los sufrimientos que fueron profetizados?
9) Finalmente, algo bueno puede sacarse de todo esto. En primer lugar, Bergoglio ha asesinado definitivamente al neoconismo, o a la “línea media”. Ya no es un desliz, ya no es una cuestión de interpretación de los hechos. ¡Si el nombramiento de Mons. Fernández hasta se acompañó de una carta para despejar cualquier duda al respecto! Ya no es posible permanecer en el medio y seguir defendiendo lo indefendible. Y, en segundo lugar, Bergoglio también asesinó al papalismo, al magisterialismo tan caro a algunos y a la delirante idea de un pontífice concebido como una hipóstasis del Espíritu Santo, tan del gusto del ultramontanismo.
The Wanderer
sábado, 1 de julio de 2023
Perfilando al nuevo Guardián de la Ortodoxia
Desde el inicio mismo del pontificado de Francisco, cuando la pálida luz del entonces P. Tucho Fernández comenzó a inflamarse, comentamos periódicamente en este blog quién era el personaje. Pero, sinceramente, jamás pensamos que la maldad de Bergoglio y su empeño en dejar tierra arrasada de la Iglesia llegara al punto de nominarlo para el puesto que ocupó durante décadas el cardenal Joseph Ratzinger, el cardenal Caraffa hace cinco siglos o el cardenal Merry del Val hace cien años.
Este nombramiento dará lugar a cientos de análisis. Mientras tanto, dejo aquí un compilado de todas las entradas que dedicamos a Mons. Fernández en los últimos años cuya lectura, seguramente, ayudará a refrescar su perfil:
1) Tucho el osculario. (Diciembre de 2014) Comentábamos aquí la obra primogénita de Mons. Fernández que, curiosamente, no figura en la copiosa bibliografía que acompaña su nombramiento. Seguramente, los oficiales vaticano olvidaron incluirla y nosotros, como un servicio a la Iglesia, se la pasamos. El libro puede ser descargado gratuitamente desde este enlace.
2) Plagio pontificio. Mayo de 2016. Mons. Tucho Fernández como el ghost writer del magisterio pontificio.
3) Féminas. (Octubre de 2019). La defensa de Mons. Fernández de las peores causas del mundo contemporáneo.
4) Tucho el gradual. (Octubre de 2014). Sobre la curiosa doctrina acerca de la gradualidad moral de Mons. Fernández. ¿Intentará imponerla a toda la Iglesia desde su nuevo puesto?
5) Las crónicas de Tucho. (Mayo de 2019). Crónica que Mons. Fernández escribe a sus fieles sobre su viaje a Roma. Interesante para conocer cuáles son sus intereses y opiniones.
6) Y Tucho se defendió como un león. (Mayo de 2015). Fascinación de Mons. Fernández porque en una telenovela sacrílega aparecía uno de sus libros.
7) ¡Loba! El amor hermoso y Mons. Tucho Fernández. (Agosto de 2022). Algunos extractos escogidos de su obra El arte de besar. Le lectura obligada para novios o amantes.
8) El silencio ante la herejía de Mons. Víctor Fernández. (Marzo de 2023). Sobre una herejía material que pronunció desde su cátedra episcopal.
9) Bala de plata. (Julio de 2018). Sobre su nominación como arzobispo de La Plata. Comenzábamos esa post con estas palabras: “Lo que no parecía posible puesto que, pensábamos, desnudaría la miseria del papa Francisco y su falta de virtudes cristianas, sucedió el sábado último”. Pues este sábado, cinco años después, sucedió algo mucho peor.
10) El teólogo del papa Francisco. (Noviembre de 2014). Entrevista publicada en la revista Vida Nueva digital que, misteriosamente, ha desaparecido del sitio. Apelo a algún generoso lector de este blog que pueda encontrar en algún lugar escondido, la perdida perla de gran precio.
11) Mons. Tucho y las maldades de la Iglesia. (Marzo de 2023). Fragmento de la homilía en la que hace una feroz crítica a la Iglesia de la cual él mismo será protector de su doctrina.
12) Cuando el Río Cuarto desembocó en el Tíber. (Mayo de 2015). Sobre la teología de Mons. Tucho Fernández.
13) Apuntes de clase. (Mayo de 2013). Apuntes de las clases de teología que Mons. Fernández impartía en la Universidad Católica.
The Wanderer
jueves, 9 de marzo de 2023
¿Tenemos la misma religión?
A veces, cuando escucho algunas homilías y declaraciones de clérigos, me veo obligado a preguntarme si tenemos la misma religión. No es algo agradable, pero la pregunta surge sola. Así me ha sucedido al escuchar una homilía de Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, pronunciada el cinco de marzo en su catedral.
No me refiero al envoltorio, sino a lo esencial. Dejemos aparte la cansina afectación, las vaguedades y más vaguedades, el sentimentalismo exacerbado, la horizontalidad radical apenas camuflada con menciones a Dios y la adulación al Papa constante y lastimosa (y, con franqueza, risible, porque el Papa Francisco tendrá muchas virtudes, pero la misericordia con los que piensan distinto claramente no es una de ellas). Todas estas cosas son lamentables en una homilía y muy poco ejemplares, pero los seglares estamos acostumbrados a sufrirlas con paciencia e, incluso, si Dios nos lo concede, con amor a nuestros pastores.
Lo que no podemos (ni debemos) soportar es que un clérigo nos dé gato por liebre. O piedras en vez de pan, como dice el Evangelio. Si en vez de darnos la fe de la Iglesia, pretende sustituirla por sus ocurrencias disparatadas, la paciencia se acaba. Entre otras cosas, porque así nos lo manda el propio Dios por boca del Apóstol San Pablo: si nosotros, o un ángel del cielo, os anunciáramos otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.
Veamos lo que dice Mons. Fernández:
“Ustedes saben que, durante muchos siglos, la Iglesia fue en otra dirección. Sin darse cuenta fue desarrollando toda una filosofía y una moral llena de clasificaciones, para clasificar a la gente, para ponerle rótulos. Esto es… Este es así, este es asá. Este puede comulgar, este no puede comulgar. A este se lo puede perdonar, a este no. Terrible que nos haya pasado eso en la Iglesia. Gracias a Dios, el Papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquemas”.
¿Qué clérigo en su sano juicio basa su argumentación en lo mala e ignorante que es la Iglesia y lo bueno y sabio que, en cambio, es él? Sea lo que sea esto que dice Mons. Fernández, me parece evidente que no tiene nada que ver con la fe católica, ni con el catecismo, ni con lo que han enseñado los santos, ni con la Palabra de Dios. Es más, se trata de lo contrario. Y no hace falta ser teólogo para darse cuenta de ello.
Si Dios perdona a todos, incluidos los que no se arrepienten, ¿para qué vamos a arrepentirnos? ¿Y qué sentido tiene que exista el infierno, según el propio Cristo? ¿O será que según Mons. Fernández no existe el infierno?, porque su existencia implica necesariamente que hay algunos a los que no se puede perdonar. Y si hay que perdonar a todos, ¿por qué el Señor les dijo a los apóstoles a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos? ¿Es que no pensó lo que estaba diciendo? ¿O es que eso “terrible” que le pasó a la Iglesia le pasó antes al mismo Jesucristo? ¿Se han equivocado siempre la Iglesia y todos los Papas, al enseñar que una confesión sin propósito de la enmienda es inválida y sacrílega?
¿Será que San Pablo no sabía que todos podían comulgar cuando dijo que el que come y bebe indignamente, sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación? ¿O no se había enterado de que no hay que “clasificar” cuando afirmó que los impuros, los idólatras, los adúlteros, los borrachos, etc. no heredarían el Reino de Dios? ¿Cómo se atrevía a “ponerles rótulos”? ¿Cómo se han atrevido a hacer lo mismo los santos, profetas, obispos y Papas de todas las épocas? ¿Será que Dios ocultó esta nueva revelación a sus apóstoles y profetas e incluso a su propio Hijo hasta que Mons. Fernández, cual propheta prophetarum, la recibió del cielo?
Si un arzobispo rechaza la moral de la Iglesia y de la Palabra de Dios, ¿para qué queremos al arzobispo? Está serrando la misma rama en la que se ha sentado. Si el arzobispo nos dice que la Iglesia siempre ha estado equivocada hasta que ha llegado él, ¿por qué vamos a fiarnos de él y no de un pastor protestante o un lama budista? Si el prelado tira por la borda la moral católica y la sustituye por un buenismo a la moda, ¿por qué no tirar también por la borda el respeto a los obispos y la colaboración con las necesidades de la Iglesia? Si este obispo no obedece a la Iglesia, ¿por qué van a obedecerle a él sus sacerdotes o escucharle los fieles?
Más aún, ¿por qué se nombra arzobispo a alguien que afirma públicamente que no cree en la moral católica? O como mínimo, ¿por qué se le mantiene en el cargo para que siga negando esa moral con el dinero que recibe de los fieles, en templos construidos por los fieles y con grandísimo escándalo de esos mismos fieles, a los que enseña a odiar a la Iglesia? ¿Y es verdad que, como dice Mons. Fernández, “el Papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquemas”, que no son otra cosa que la fe y la moral de la Iglesia? En ese caso, tendríamos que preguntarnos lo mismo sobre él.
Lo siento, pero no puedo decir otra cosa. Yo no reconozco lo que creo en lo que sea que cree este arzobispo, que, ¡desde el púlpito!, se burla de mi fe y dice que es algo “terrible” y que hay que liberarse de ella. A confesión de parte, no hacen falta pruebas. Él mismo lo afirma y me veo obligado a reconocer que tiene razón: lo suyo es otra religión.
Quizá lo verdaderamente terrible sea que un fiel tenga que decir esto de un arzobispo. Recemos por nuestros pastores.
Bruno Moreno
jueves, 9 de mayo de 2019
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Duración 3:04 minutos
Archbishop Víctor “Tucho” Fernández of La Plata, Argentina, Francis’ Amoris Laetitia ghost-writer, published an online diary about his April/May Ad-Limina visit in Rome. In the first paragraph, Fernández writes he was very impressed to stand in Rome before the tomb of San Sebastian and – quote – “see the image of his body pierced by arrows because of his missionary commitment.” The Argentinean blog Wanderer comments, “Everyone knows that the iconography of Saint Sebastian has been used for decades to represent a certain minority that is ecstatic regarding the contemplation of the naked body of Saint Sebastian, although not precisely because of his missionary commitment.”
Martyr Cardinal George Pell is spending his jail time in solitary confinement writing and reading extensively and praying ahead of his appeal against his false conviction, The Weekend Australian wrote. The innocent Cardinal is still prevented from saying Mass. Friends of Pell have reported that he is “remarkably robust’’ and has been inundated with letters from all over the world and is visited regularly. The heroic cardinal spends 23 hours a day in his cell.
Monsignor Philippe Marset, the vicar general of Paris Archdiocese, does not believe in miracles. On April 21 he talked to the private French TV Broadcaster M6 about his experience in Notre Dame square after a fire had destroyed the cathedral. Quote, “This morning I was asked, ‘Do you believe in miracles?’ I answered, ‘No, I believe above all in the firefighters.'" For years, Marset was the responsible for the Paris youth pilgrimage to Lourdes
‘Tucho’ Fernández revela que para Ladaria los errores doctrinales hoy no son preocupantes (Carlos Esteban)
A su vuelta de la visita ‘ad limina’, el recientemente nombrado Arzobispo de La Plata, Víctor ‘Tucho’ Fernández, ha escrito sobre su estancia en Roma comentarios muy reveladores.
“Hoy no son tan preocupantes los errores doctrinales cuanto la falta de una reflexión mayor en diálogo con el tiempo actual”, asegura que les dijo el cardenal Luis Ladaria, prefecto para la Doctrina de la Fe, el Arzobispo de La Plata, Víctor Fernández (‘Tucho’), en unos comentarios del prelado sobre la visita ‘ad limina’ del 28 de abril al 4 de mayo de los obispos argentinos que transmitió a su comunidad y recoge la agencia argentina de información católica AICA.
Fernández, a quien se le atribuye buena parte de la inspiración de ese ‘texto programático’ del Papado de Francisco que es la exhortación apostólica Evangelii Gaudium y que fue nombrado para sustituir al semidefenestrado Héctor Aguer al frente de la archidiócesis de La Plata, añade que el prefecto español prosiguió desarrollando la cuestión de una “jerarquía de verdades” que “invita a pensar las diversas doctrinas a la luz de las más importantes”.
Nosotros elegimos interpretar las palabras de Ladaria ‘a la luz’ de otros dos datos del ‘tiempo actual’, aunque no necesariamente dialogando con él: la presunta ‘degradación’ de la congregación que preside Ladaria en favor de un megadicasterio de ‘evangelización’, según la filtrada reforma de la Curia Romana, y la carta dirigida a los obispos de todo el mundo en la que una serie de teólogos y pensadores acusan al Papa de herejía.
Naturalmente, sólo tenemos la palabra de Fernández, que pudo recordar de modo inexacto las de Ladaria, pero no tenemos por qué dudar de su memoria ni nos consta que haya sido desautorizado por el implicado. Por lo demás, ‘casa’ perfectamente con los fenómenos ya citados y con otras tantas experiencias de este pontificado el que, pese al clima de enorme confusión e inestabilidad doctrinal que se vive hoy en la Iglesia, la segunda persona responsable de velar por la pureza de la doctrina no encuentre en el error un motivo de preocupación tan grande como el de no ‘dialogar’ con el tiempo presente.
Ahora bien, el ‘tiempo presente’ es un eufemismo abusivo para referirse al pensamiento dominante, ni siquiera de los pueblos del mundo, sino de las élites occidentales, ese ‘mundo’ en su sentido teológico que Cristo nos advirtió que nos odiaría, porque primero le ha odiado a Él. A uno le gustaría, después de tanto oír ensalzar el ‘diálogo’, saber cuál es su sustancia, su contenido, especialmente cuándo el error no se considera ‘preocupante’.
Por otra parte, las (presuntas) palabras de Ladaria nos aclaran lo que para nosotros era un misterio desde que conocimos las líneas básicas de la reforma: en qué podía consistir esa ‘evangelización’ elevada al primer puesto del escalafón romano, cuando el propio Santo Padre insistía una y otra vez en la ‘solemne tontería’ que es el proselitismo y desanimaba el intento de traer a la Iglesia a miembros de otras confesiones, cuya pluralidad, ha vuelto a decir en Macedonia, es lo que hace bella a una sociedad.
Pero ésta es la probable respuesta: este megadicasterio se encargará de ese ‘diálogo’ con el tiempo presente en el que, al parecer, sólo hablan los otros, solo proponen los otros, mientras esta jerarquía responde a las exigencias del mundo incorporando una parte cada vez mayor de su mensaje, por fuerza efímero.
Carlos Esteban
jueves, 3 de enero de 2019
El obispo ‘Tucho’ Fernández prohíbe la misa tradicional en su diócesis (Carlos Esteban)
El Arzobispo de la Plata, tanto tiempo mano derecha de Francisco en la sombra, Víctor Manuel Fernández, “Tucho”, recién nombrado Arzobispo de la Plata, acaba de emitir dos decretos en los que básicamente prohíbe en su diócesis argentina la misa tradicional, contraviniendo lo dispuesto por Benedicto XVI en su motu propio Summorum pontificum.
El año acabó con malas noticias para los católicos tradicionales. Si en la última asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana ya se planteó que el motu proprio de Benedicto XVI Summorum pontificum, que ‘liberaba’ la misa en su rito tradicional, era ‘antijurídico’, preparando su abrogación, y este mes pasado se anunciaba oficiosamente la liquidación de la comisión Ecclesia Dei, que se ocupa de las relaciones con los grupos tradicionalistas, uno de los hombres del Papa, Victor Manuel Fernandez ‘Tucho’, Arzobispo de la Plata, daba un paso más en esta alarmante dirección.
El pasado 17 de diciembre, Fernández promulgó un decreto en el que abroga “toda norma arquidiocesana anterior referida a las celebraciones litúrgicas en general”. Sólo una semana después, el mismo día de Nochebuena, 24 de diciembre, decretaba que los sacramentos se celebren siempre “en lengua vernácula”, es decir, sólo en español.
La Misa, dispone el recién nombrado arzobispo y confidente de Su Santidad, debe celebrarse “en su forma ordinaria”, “en lengua vernácula” (no en latín) y “cara al pueblo”.
En suma, el elegido del Papa para sustituir a Monseñor Aguer, cuya renuncia por edad se aceptó en segundos, supone ignorar el motu proprio de Benedicto XVI, que elimina el requisito de pedir permiso al ordinario para celebrar la misa común de la Iglesia durante siglos.
Solo un ciego -voluntario o involuntario- podría negar la campaña de acoso y derribo a cualquier cosa en la Iglesia que huela a tradicional, ya sean corporaciones ‘misericordiadas por visitación’, de las que hemos visto unas cuantas ese año pasado, ya sea el rito tradicional en las parroquias.
Solo un ciego -voluntario o involuntario- podría negar la campaña de acoso y derribo a cualquier cosa en la Iglesia que huela a tradicional, ya sean corporaciones ‘misericordiadas por visitación’, de las que hemos visto unas cuantas ese año pasado, ya sea el rito tradicional en las parroquias.
Lo que nos preguntamos ahora es cuál es la meta, cuál es la ‘estación término’, el último acto de toda esta operación.
Carlos Esteban
Véanse también las dos entradas, relativas a este tema de la misa en latín, que son las únicas que han divulgado esta noticia (Adelante la Fe y Gloria TV), a las que se suma también ahora Infovaticana.
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