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domingo, 8 de octubre de 2017

Pruebas para el cónclave, Parolin en pole position (Sandro Magister)



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Son tres los candidatos a Papa sobre los que se susurra dentro y fuera del Vaticano. Uno es asiático, el otro africano y el tercero europeo y, más concretamente, italiano. El tercero es el único que tiene una mínima posibilidad de ser elegido en un futuro e hipotético cónclave.

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El asiático es el arzobispo de Manila, Luis Antonio Gokim Tagle, filipino de madre china y con estudios en los Estados Unidos. Para los defensores del Papa Francisco es el candidato ideal para recoger su legado.

En 2015 Jorge Mario Bergoglio lo nombró presidente de Caritas Internationalis, después de que presidiera también el sínodo de los obispos sobre la familia. Y en abril de 2016, en cuanto fue publicada la exhortación "Amoris laetitia" en la que el Papa abría el camino a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, Tagle fue el primero de todos los obispos del mundo en dar la interpretación más extensiva.

A quien objeta que el magisterio líquido del Papa Francisco hace tener más dudas que certezas, su respuesta es que "es bueno estar confundidos de vez en cuando, porque si las cosas están siempre claras ya no sería la vida verdadera".

[En lo que respecta a la Iglesia en los tiempos presentes, sus ideas son muy claras: con el Concilio Vaticano II la Iglesia ha roto con el pasado y ha marcado un nuevo inicio. Es la tesis historiográfica de la llamada "escuela de Bolonia", fundada por Giuseppe Dossetti y hoy capitaneada por Alberto Melloni y de la que Tagle forma parte. De hecho ha firmado uno de los capítulos clave de la historia del Concilio más leída en el mundo, el capítulo sobre la "semana negra" del otoño de 1964. Interpretación que está en las antípodas de la que da Benedicto XVI que, magnánimo, lo nombró cardenal].

Sin embargo, hay que excluir que sea elegido Papa. Demasiado parecido a Bergoglio para no acabar derrotado por las múltiples reacciones al actual pontificado que, indudablemente, saldrían a la luz en un futuro cónclave. Además, está el obstáculo de la edad. Tagle tiene 60 años y, por lo tanto, podría reinar mucho tiempo, demasiado para que sea elegido.

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El africano es el cardenal Robert Sarah, 72 años, de Guinea. Indómito testigo de la fe bajo el sangriento régimen marxista de Sekou Touré, no fue ajusticiado sólo porque el tirano murió repentinamente en 1984. Crecido en la sabana, recibió excelentes estudios en Francia y Jerusalén. Nombrado obispo con solo 33 años por Pablo VI, el Papa Juan Pablo II le llamó a Roma donde luego le mantuvo Benedicto XVI, con el que la sintonía era, y es, total.

Son dos libros escritos por su mano, y traducidos a varios idiomas, los que han hecho que Sarah sea conocido en todo el mundo: "Dios o nada", en 2015, y "La fuerza del silencio", este año. Hay un abismo entre su visión de la misión de la Iglesia y la del Papa jesuita, tanto en los contenidos como en el estilo. Para Sarah, como para Joseph Ratzinger, la prioridad absoluta es llevar a Dios al corazón de la civilización, sobre todo allí donde su presencia ha sido oscurecida.

Él es, por lo tanto, el candidato ideal para los opositores del Papa Francisco en nombre de la gran tradición de la Iglesia. Pero en un colegio cardenalicio en el que la mitad de los nombramientos son bergoglianos, es impensable que obtenga los dos tercios de los votos necesarios para la elección.

Sin embargo, queda el hecho que Sarah es, en la historia de la Iglesia, la primera verdadera candidatura, aunque sea simbólica, de un Papa del África negra.

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No simbólica sino realísima es, en cambio, la tercera candidatura, la de Pietro Parolin, el cardenal secretario de Estado.

Hay que remontarse al cónclave de 1963 para encontrar que ha sido elegido, con Pablo VI, un eclesiástico crecido en el corazón de la curia vaticana y con reconocida capacidad de gobierno, después de un pontificado, como había sido el de Juan XXIII, que había puesto en marcha un concilio que estaba en plena tempestad y que no había producido aún ningún documento. Pablo VI lo consiguió aunque acabó, sin merecerlo, en el libro negro de quien está acusado de traicionar a las revoluciones.

Hoy la tarea que un número cada vez mayor de cardenales confiaría a Parolin es gobernar la nave de la Iglesia en la tormenta desencadenada por el Papa Francisco, corrigiendo sus derivas sin traicionar su espíritu.

Como secretario de Estado ha demostrado tener las cualidades, también en lo que atañe a dossiers intrincados como el de China o Venezuela, pues sabe cómo contener las impaciencias y las cesiones que Bergoglio ama hacer por sí mismo.

Además, Parolin tiene un perfil de pastor, con una sólida formación teológica, que es raro encontrar en un diplomático de gran valía. Su reciente viaje a Moscú ha sido una prueba clarísima de esto, pues a los coloquios al más alto nivel político se han alternado encuentros religiosos con los jefes de la Iglesia ortodoxa rusa, precisamente como sucede en un viaje pontificio bien organizado.

Pero que esto sea una anticipación del futuro es pura hipótesis mientras reine Francisco.

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Esta nota ha sido publicada en "L'Espresso" n. 41 del 2017, en los kioscos el 8 de octubre, en la página de opinión titulada "Settimo Cielo" confiada a Sandro Magister.

He aquí el índice de todas las notas precedentes:

> "L'Espresso" al séptimo cielo

Sandro Magister

LIBROS: El Rin desemboca en el Tiber. Historia del Concilio Vaticano II




Wiltgen, Ralph M.: El Rin desemboca en el Tiber. Historia del Concilio Vaticano II, trad. esp. Madrid, 1999, 344 págs.



NOTA: Téngase en cuenta que este comentario de J. L. Delgado sobre el libro data de 1999, es decir, hace ya 18 años. Y ha llovido bastante desde entonces ... y no aguas saludables, precisamente

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Wiltgen es un sacerdote norteamericano que fue director de la agencia de noticias «Divine Word», en Roma, durante el Concilio Vaticano II, que, convocado por Juan XXIII, celebró tres sesiones (11-X a 8-XII-1962, 29-IX a 4-XII-1963 y 14-IX a 21-XI-1964), las dos últimas presididas por Pablo VI, de tan discutida memoria. Este libro, traducido a seis lenguas y ahora al español por nuestro colaborador C. López-Arias, es una crónica muy documentada y objetiva de lo que efectivamente aconteció en aquel vigésimo primer concilio ecuménico de la Iglesia católica (el primero fue el de Nicea, convocado el año 325).


[La reunión de apóstoles y presbíteros celebrada en Jerusalén, hacia el año 50, no se cuenta como concilio ecuménico]


Según el autor, el Vaticano II fue la lid en la que se enfrentaron dialécticamente dos escuelas teológicas, las llamadas progresista y conservadora, que, respectivamente, se organizaron en dos agrupaciones, la Alianza Europea y el Grupo Internacional de Padres. Los dos bloques, además de competir en las comisiones y en el aula conciliar, celebraban reuniones internas, conferencias y ruedas de prensa, y publicaban documentos y comunicados para hacer prevalecer sus respectivas posturas.

La Alianza Europea, «el Rin» a que se refiere el autor, estaba encabezada por el alemán cardenal Frings y el austríaco Köning, y contaba con la mayoría de los prelados de Alemania, Austria, Bélgica, Holanda y Suiza. Este grupo, asesorado, entre otros, por el teólogo jesuita K. Rahner, logró ocupar una posición privilegiada, pues los cuatro cardenales moderadores de los plenos, designados por Pablo VI, eran miembros de la Alianza (Agagianian, Döpfner, Lercaro y Suenens) y eran mayoría en las comisiones que preparaban los textos para los debates plenarios.

Una parte de los conservadores constituyó el citado Grupo Internacional de Padres, el resto actuó de manera dispersa. A la cabeza del grupo figuraban los cardenales Ottaviani, Ruffini, Siri y Spellman y obispos tan activos como Carli, Lefebvre o Proença. 


Este grupo logró frenar o atenuar las posiciones extremistas de la Alianza; pero ésta fue, en definitiva, la triunfadora y la que impuso sus puntos de vista en los solemnes documentos emanados del concilio, principalmente los referentes a la colegialidad, ecumenismo, libertad religiosa, liturgia y no condenación del comunismo.

Es muy probable que la culta minoría de católicos lectores se sorprenda al conocer, a través de este libro, las maniobras que dentro y fuera del aula conciliar desembocaron en una reforma que algunos críticos definen como la conversión de la Iglesia católica en una nueva rama del protestantismo con el consiguiente pluralismo dogmático y moral, que no cesa de avanzar, a pesar de los intentos restauradores de Juan Pablo II.

Los prelados del Rin impusieron sus criterios, seguramente con la intención de que el catolicismo hiciera frente al proceso de descristianización, acelerado en la segunda posguerra mundial; pero el resultado ha sido el contrario

- seminarios vacíos,
- sacerdotes secularizados,
- ambigüedad en la enseñanza del dogma,
- permisivismo ético,
- fracturas en la Jerarquía, etc.
Treinta y seis años después de la clausura del polémico concilio de la «reforma renana», la crisis eclesiástica es muy superior a la preconciliar.

[A día de hoy son ya cincuenta y dos años y la situación, como vemos, es ya de apostasía general]

El catolicismo cuenta con instituciones de resistencia, alguna de ellas cismática como la lefebvriana, que pretende seguir fiel a Trento. 

[La excomunión a los cuatro obispos fue levantada por Benedicto XVI; hay validez pero no legitimidad todavía]

Otros quieren avanzar en la protestantización -no celibato, sacerdocio femenino, permisivismo ético, libre interpretación, etc.-, sin reparar en el punto de anemia dogmática al que, por esa vía, han llegado tantos de los reformados. 

El panorama general del catolicismo no es halagüeño, especialmente en España, donde una reciente encuesta ha revelado que sólo el 3 por 100 de los jóvenes cree que en la Iglesia puede encontrar un mensaje orientador de sus vidas.

La puntual crónica de Wiltgen narra lo sucedido en la Roma conciliar, y sirve para explicar lo acontecido después en todo el orbe católico. 


De modo subliminal apunta que la solución sería el retorno a la tradición tiberina.

J. L. Delgado