BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



jueves, 25 de octubre de 2018

Details Behind the Viganó Revelations


Duración 3:35 minutos

Details Behind the Viganó Revelations

The Italian journalist Aldo Maria Valli who helped whistle-blower Archbishop Carlo Maria Viganó to write his statements, revealed details in an interview with Riscossa Cristiana. Valli describes Viganó as not an easy character. Quote: “He is not able to be empathic, as they say today and he did not do anything to ingratiate himself with me.” But Valli was impressed by Viganó’s suffering and fear of God.

Throrough Interrogation

Archbishop Viganó asked Valli to proofread a draft of his August statement in front of him, and to ask necessary questions. Valli says that he subjected Viganó to a – quote “thorough interrogation”. Viganó never pulled back, was never confused nor did he contradicted himself. Only sometimes he siad, “I do not remember this.”

“We All Had the Same Impression”

The first two meetings with Viganó took place in Valli’s apartment because the journalist wanted his wife and children to be present in order to have their feedback. Quote: “We all had the same impression: before us was a man who spoke of his death, the last judgment, and eternal life, a man deeply grieved not for himself but for the state of the Church.”

A Serious Man

Valli describes Archbishop Viganó as a gifted administrator and manager, serious, with a big sense of duty, never accommodating. As a Secretary General of the Vatican City Governatorate he checked the details of bills and orders and battled against a rampant mismanagement and cronyism, making for himself many enemies.

The Reason for the Crisis

Lack of Faith is for Valli the origin of the present Church crisis. Quote, “We have pastors who speak like sociologists, economists, psychologists, but they rarely speak of God. All problems, up to the abuses, arise from this dramatic lack of faith.”

Vatican Does Not Wish a Conversion

The Vatican non-reaction to Viganò did not surprise Valli who, in the Vatican, sees no desire for a spiritual conversion. He calls Pope Francis’ explanation of the abuses with “clericalism” an abstraction. Quote, “It is a bit like saying in the face of the wrongs of this world that the fault lies with society. This does not mean anything.”

Amoris Laetitia Was the Eye-Opener

Amoris Laetitia opened Valli’s eyes because it introduced subjectivism into the Church’s thought. Quote, “This is an attempt to put man in the place of God.” The fact that it was done in a surreptitious manner through a footnote, alarmed Valli. Quote, “I saw in such behaviour a malice that does not belong and cannot belong to our mother Church.”


Los católicos fieles están viviendo “una pesadilla” en China (Carlos Esteban)



El acuerdo alcanzado por el Vaticano con las autoridades chinas no ha supuesto alivio alguno en las condiciones de los católicos fieles, más bien al contrario. El cardenal Zen, arzobispo emérito de Hongkong, lo achaca a que “el Papa no entiende China” en una tribuna publicada en el New York Times.
Si fuera un viñetista, dibujaría al Santo Padre de rodillas ofreciendo las llaves del Reino de los Cielos al presidente Xi Jinping y diciendo: “Por favor, reconózcame como Papa”. Estas duras palabras no corresponden a un deslenguado bloguero ni a un ocioso e ignorante comentarista en redes sociales, sino que es el penúltimo párrafo de una columna publicada por el cardenal Joseph Zen Ze-Kiun, arzobispo emérito de Hongkong, en el New York Times, con el revelador titular: ‘El Papa no entiende China’.
Es el enésimo grito de alarma del prelado chino contra el acuerdo entre el Vaticano y el gobierno comunista de Pekín que, asegura Zen, pone en serio peligro a la Iglesia perseguida en aquel país.

No es para menos, a juzgar por los datos que ofrece la ONG International Christian Concern, según la cual el presidente Xi Jinping sigue aumentando las restricciones a la libertad religiosa, haciendo que los creyentes vivan en una continua “pesadilla”, según un informe del Congreso norteamericano.

Jinping se ha propuesto con las nuevas medidas ‘sinicizar’ la religión en el país para convertirla en un ‘instrumentum regni’, una herramienta más de control en manos del Partido Comunista que sirva a los intereses del poder.

The Baptist Press señala que Chris Smith, diputado de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, decía en su informe: 
“Si no te ajustas en todo lo que hagas a los principios del Partido Comunista y a la ideología de Xi Jinping, te van a arrestar, te van a torturar y, en algunos casos, te van a matar”.
En China, por ejemplo, una oración comunitaria en público se considera “actividad religiosa ilícita” y conlleva una detención, lo que hace muy difícil la práctica de la fe en China. El acuerdo alcanzado con la Santa Sede, por el que Roma reconoce a la hasta ahora cismática Iglesia Patriótica China y a sus obispos y permite que el Gobierno elija a los prelados, lejos de reducir la presión estatal sobre los fieles parece haberla recrudecido.

El Papa respondió a las críticas de este acuerdo asegurando que, aunque sea el Gobierno el que proponga a los candidatos al episcopado, es él quien los nombra, en última instancia, y puede vetarlos. Pero lo que se pregunta Zen en su artículo es: ¿cuántas veces podrá ejercer ese derecho? Y, sobre todo, ¿qué utilidad tiene tener la última palabra cuando los otros tienen todas las demás?

Hemos olvidado, dice Zen, “que nunca tienes un acuerdo verdaderamente bueno con un régimen totalitario”. El obispo emérito sabe de lo que habla: conoce China, conoce el comunismo y conoce Roma. El Papa, en cambio, sólo conoce una de esas tres realidades.

De hecho, Zen achaca parte, al menos, del trágico error que supone este acuerdo a la propia experiencia vital de Francisco como argentino. Él mismo, explica Zen, conoce a los comunistas en el poder, como opresores implacables, mientras que Francisco puede sentir cierta simpatía por ellos porque los ha conocido más bien como defensores de los oprimidos, sujetos, además, a la represión de una junta militar y una situación socioeconómica de grandes desigualdades.

Zen, que a lo largo de su tribuna hace un rápido repaso a la historia de las relaciones entre el Vaticano y el gobierno comunista chino, acaba dirigiendo estas palabras a los obispos y sacerdotes de la Iglesia perseguida china: 
“Por favor, no iniciéis una revolución. ¿Ocupan vuestras iglesias? ¿Ya no podéis celebrar misa? Idos a casa y rezad con vuestras familias. Cultivad la tierra. Esperad tiempos mejores. Volved a las catacumbas. El comunismo no es eterno”.
Carlos Esteban

Sínodo de los Jóvenes 2018 y Constitución Apostólica Episcopalis Communio sobre el Sínodo de los Obispos (José Martí)


La Constitución Apostólica Episcopalis Communio sobre el Sínodo de los Obispos [Coloco abajo los artículos 17, 18 y 27, que son los más significativos, con relación a lo que quiero decir] fue aprobada el 15 de septiembre de 2018 ... curiosamente muy poco antes de que diera comienzo el Sínodo de los jóvenes, que tuvo lugar el  3 de octubre y que durará hasta el 28 de octubre de 2018.

Da qué pensar la celeridad con la que se ha llevado a cabo dicha constitución, justo prácticamente antes de la celebración del «Sínodo de los jóvenes-2018», como digo. Y es que la razón de ser de la misma es, ni más ni menos, que la de dar un carácter magisterial a las conclusiones sinodales. 

Según dice Carlos Esteban, en Infovaticana, la constitución apostólica ‘Episcopalis communio’, en interpretación del teólogo ‘francisquista’ Massimo Faggioli, vendría a convertir lo decidido en un sínodo en solidario con la opinión papal y, por tanto, en magisterio ordinario, doctrina que debe creer todo fiel católico. 

Esto es algo que jamás había ocurrido en la Iglesia. Imagino que será alguna «sorpresa del Espíritu» ... pero uno no puede menos que ser algo «malicioso» (y que Dios me perdone). 

No sé por qué, pero lo que me ha pasó por la mente, al leer esa Constitución, fue -más o menos- lo que sigue:

Está más que claro que Francisco tiene mucha prisa y quiere dejar todo bien atado antes de su muerte, de manera que los Papas que vengan después de él no puedan modificar las conclusiones de los Sínodos posteriores, puesto que éstas tendrán el carácter de magisterio ordinario. El proceso, así seguido, se simplifica y es mucho más rápido que la celebración de un Concilio.

Y, sin embargo, no es tan sencillo como Francisco pretende, dado que él sí que está cambiando, y destruyendo, en la práctica, el Magisterio anterior. Como puntos claros a resaltar se podrían citar la Amoris Laetitia, que permite la comunión a los divorciados vueltos a casar, y el cambio en el catecismo con relación a la pena de muerte ... ¡y esto no es sino la punta del iceberg!. 

Si él no respeta el Magisterio anterior, ¿cómo puede pretender que los papas que le sucedan respeten el suyo? Es más: con este enfoque no tiene ningún sentido hablar de Magisterio en la Iglesia, puesto que el así llamado magisterio iría cambiando en función del Papa que gobernara la Iglesia. O sea, que el Magisterio, propiamente dicho, el que supone la Tradición de la Iglesia de dos mil años de historia, quedaría destruido. Lo que la gente llamaría Iglesia, en esa situación -si se diera- no sería la verdadera Iglesia, la fundada por Jesucristo, sino una ONG más, una institución meramente humana. 

Se seguirá diciendo que, en realidad, la doctrina no se ha tocado y que se mantiene intacta; que lo único que se pretende es que la Iglesia llegue a la mayor parte de la gente, en una labor pastoral que (¡ahora sí!) sería fecunda. Y todo ello con la colaboración (complicidad o silencio) de una gran parte de la Jerarquía que, dicho sea de paso, ha sido nombrada por él, para asegurar la continuidad de una Iglesia «abierta» y «misericordiosa», pues ése es su objetivo: continuarse en el tiempo a sí mismo, por aquello de que «el tiempo es superior al espacio» .

Se trata de una labor auténticamente diabólica. En realidad no es obra suya, solamente, sino que comenzó con el Concilio Vaticano II y ahora, según palabras del propio Francisco a un grupo de jesuitas en Lituania, confesó que Dios le pedía que ‘completara’ el Concilio Vaticano II.

Ésa es -a mi entender- la razón por la que está canonizando todo el Concilio Vaticano II, canonizando a todos sus papas, con milagros o sin ellos, como si la Iglesia comenzase a partir de dicho Concilio, el cual hace tabla rasa -en algunos documentos- de la Iglesia de siempre. El mismo cardenal Ratzinger declaró, antes de ser Papa, que la Gaudium et Spes es un "Contra Syllabus", algo de lo que no se desdijo cuando fue elegido Papa y adoptó el nombre de Benedicto XVI.

El Syllabus recoge los principales errores en los que, de cometerlos, se incurriría en herejía, pues se negarían verdades «intocables» (a las que Francisco llamaría «rígidas») de la Doctrina Católica de toda la vida. De manera que, según estas palabras de Benedicto XVI (que, como digo, no se desdijo de ellas) no se estaría dando una hermenéutica de la continuidad, expresión atribuida a él mismo y ya descartada ante los acontecimientos que se están viendo y viviendo en el seno de la Iglesia, sino una clara ruptura entre el Concilio Vaticano II y la Tradición y el Magisterio de la Iglesia desde que fue fundada por Jesucristo.

Francisco no está haciendo otra cosa que llevar a efecto y completar (como él mismo dice) lo que comenzaron Juan XXIII y continuaron Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI, para dar lugar a una Iglesia de puertas abiertas ... a todos (menos a los cristianos que viven conforme a la Tradición de la Iglesia).

«Francisco, el papa de todos» es el título de un libro que salió cuando sólo había transcurrido un año de su Pontificado. Verdaderamente, el modernismo, entendido como suma de todas las herejías, según dijo el Papa san Pío X en su encíclica Pascendi, está  causando verdaderos estragos en la Iglesia, infiltrado en ella, como lo está. 

Y, mientras tanto, la mayoría de los católicos no se entera de nada. En esas estamos.

José Martí
_______________

FRANCISCO
CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
EPISCOPALIS COMMUNIO
SOBRE EL SÍNODO DE LOS OBISPOS

Art. 17

Elaboración y aprobación del Documento final

§ 1. Las conclusiones de la Asamblea son recogidas en un Documento final. 
§ 2. Para la redacción del Documento final, es constituida una Comisión especial, compuesta por el Relator General, que la preside, el Secretario General, el Secretario Especial y por algunos Miembros elegidos por la Asamblea del Sínodo teniendo en cuenta las diferentes regiones, a las que se añaden otros nombrados por el Romano Pontífice.  
§ 3. El Documento final es sometido a la aprobación de los Miembros según la norma del derecho peculiar, buscando en la medida de lo posible la unanimidad moral.

Art. 18

Entrega del Documento final al Romano Pontífice

§ 1. Recibida la aprobación de los Miembros, el Documento final de la Asamblea es presentado al Romano Pontífice, que decide su publicación. Si es aprobado expresamente por el Romano Pontífice, el Documento final participa del Magisterio ordinario del Sucesor de Pedro
§ 2. Si el Romano Pontífice concede a la Asamblea del Sínodo potestad deliberativa, según norma del can. 343 del Código de derecho canónico, el Documento final participa del Magisterio ordinario del Sucesor de Pedro una vez ratificado y promulgado por él. En este caso el Documento final es publicado con la firma del Romano Pontífice junto a la de los Miembros.

Art. 27

Según el can. 20 del CIC y del can. 1502 § 2 del CCEO, con la promulgación y la publicación de la presente Constitución apostólica permanecen abrogadas todas las disposiciones contrarias, en particular:

1. los cánones del CIC y del CCEO que, en todo o en parte, resulten directamente contrarios a cualquier artículo de la presente Constitución apostólica;
2. los artículos del motu proprio Apostolica sollicitudo de Pablo VI, del 15 de septiembre de 1965;
3. el Ordo Synodi Episcoporum, de 29 de septiembre de 2006, incluido el Adnexum de modo procedendi in Circulis minoribus.

Establezco que cuanto sea deliberado en esta Constitución apostólica tenga plena eficacia a partir del día de su publicación en L’Osservatore Romano, a pesar de cualquier cosa contraria, aunque merecedora de especial mención, y que sea publicada en el Comentario oficial Acta Apostolicae Sedis.

Exhorto a todos a acoger con espíritu sincero y disponibilidad preparada las disposiciones de esta Constitución apostólica, con la ayuda de la Virgen María, Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia.

Dado en Roma, en San Pedro, el 15 de septiembre de 2018, sexto año del Pontificado.

Monseñor Viganò y la hora del juicio (Roberto de Mattei)



En medio del clima de silencio e incluso de omertà que reina en la Iglesia Católica ha resonado una vez más la voz del arzobispo Carlo Maria Viganò que, respondiendo al cardenal Ouellet, ha reiterado que el escándalo de McCormick no es sino la punta de un inmenso iceberg que representa la hegemonía del lobby homosexual dentro de la Iglesia.

No quiero hablar mucho de esta trágica realidad. Por el contrario, me parece importante destacar un punto que ilumina con luz sobrenatural el testimonio de monseñor Viganò: la alusión a la responsabilidad que tendremos cada uno en el día del juicio.

Dirigiéndose a sus hermanos en el colegio episcopal y el sacerdocio, este arzobispo escribe lo siguiente: «Vosotros también os veis obligados a tomar una decisión. Podéis retiraros de la batalla permaneciendo en la conspiración de silencio y cerrar los ojos al avance de la corrupción; idear excusas, avenencias y justificaciones para posponer la hora de la verdad, y consolaros con la falsedad y el engaño de que será más fácil decir la verdad mañana, y más aún pasado mañana. O bien, podéis optar por hablar. Confiad en Aquel que dijo: «la verdad os hará libres». No dijo que sea fácil distinguir entre callar y hablar. Os exhorto a pensar de qué decisión no tendréis que arrepentiros en el lecho de muerte y ante el Justo Juez.»

Hoy en día nadie habla del destino supremo del hombre, lo que antes se conocía como novísimos: la muerte, el juicio, el infierno y el paraíso. Ahí está la causa del relativismo y el nihilismo que se propagan por la sociedad. El hombre ha perdido la conciencia de su propia identidad y su propio fin, y se precipita día tras día en el abismo de la nada.

No obstante, ningún hombre razonable puede cerrar los ojos a la realidad de que hay algo más que la vida terrena. El hombre no es un amasijo de células, sino un compuesto de alma y cuerpo, y después de la muere hay otra vida que no será igual para quien haya hecho el bien que para quien haya obrado el mal. Hoy en día, incluso al interior de la Iglesia, muchos prelados y sacerdotes viven inmersos en el ateísmo práctico, como si no hubiese una vida venidera. Pero no pueden olvidar que los aguarda un juicio supremo.

Ese juicio tendrá lugar en dos momentos. El primer juicio, llamado juicio privado, tiene lugar en el momento de la muerte. En ese instante, un rayo de luz penetra el alma hasta el fondo para hacerle ver cómo es y fijar para siempre su destino, ya sea bienaventurado o desgraciado. Se nos mostrará ante nuestros ojos toda nuestra existencia. Desde el primer momento en que Dios nos sacó de la nada para darnos el ser, nos ha mantenido vivos con infinito amor, ofreciéndonos día tras día y momento tras momento las gracias necesarias para salvarnos.

En el juicio privado veremos claramente lo que se nos pidió en nuestra vocación particular, ya se tratase de una madre, un padre o un sacerdote. Iluminada por la luz divina, la propia alma pronunciará el veredicto definitivo sobre si misma, el cual coincidirá con el juicio de Dios.

La sentencia será de vida eterna o de pena eterna. No hay tribunal superior al que apelar la sentencia porque Cristo es el Juez Supremo, no hay otro por encima de Él. Y, como enseña Santo Tomás, «iluminada por esta luz en cuanto a sus propios méritos y deméritos, el alma se va por sí misma a su destino eterno, así como los cuerpos ligeros y pesados ascienden o descienden al lugar en que culmina su movimiento» (Suma Teológica, supl. q. 69,a.2). «Esto –explica el P. Garrigou-Lagrange– acontece inmediatamente, apenas el alma se separa del cuerpo, de modo que es lo mismo decir de una persona que está muerta como decir que está juzgada» (La vida eterna y la profundidad del alma, Rialp, Madrid 1950, p. 106).

En una revelación que, con permiso de Dios, recibió una religiosa sobre una amiga que se había condenado, podemos leer: «En el momento en que morí salí bruscamente de la oscuridad. Me vi inundada por una luz deslumbrante en el mismo lugar en que yacía mi cadáver. Fue como cuando en el teatro se apaga la luz y sube el telón mostrando un escenario inesperado, terriblemente luminoso… y contemplé la escena de mi vida. Vi como en un espejo mi alma, las gracias que había pisoteado desde mi juventud hasta mi última negativa. Me sentí como un asesino al que se le hubiese mostrado su víctima: “¿Arrepentirme? ¡Jamás! ¿Avergonzarme? ¡Jamás! Sin embargo, no podía resistir la mirada de aquel Dios al que había rechazado. Sólo podía hacer una cosa: huir. Como huyó Caín de Abel, mi alma fue ahuyentada de la vista de aquel horror. Fue el juicio privado. El Juez invisible dijo: “¡Apártate de Mí!” Entonces mi alma, como una sombra amarillenta de azufre, se precipitó en el lugar de los eternos tormentos.»

Pero la enseñanza divina no se detiene aquí, y revela que nos espera un segundo juicio, el juicio universal cuando al fin de las cosas terrenas Dios, con su omnipotencia, resucitará nuestros cuerpos. En el primer juicio sólo se juzgará el alma; en el universal, se juzgará la totalidad del hombre, alma y cuerpo.

Este segundo juicio será público, porque el hombre nace y vive en sociedad, y todos sus actos tiene repercusiones en la sociedad. Se revelará la vida de todo ser humano, porque «nada hay oculto que no haya de ser descubierto, nada hay secreto que no haya de ser conocido» (Lc.12,2). No se omitirá la menor circunstancia: ni una acción, ni una palabra, ni un deseo. Como recuerda el P. Francesco M. Gaetani (I supremi destini dell’uomo, Università Gregoriana, Roma 1951), todos los escándalos, intrigas, maquinaciones tenebrosas y pecados secretos borrados de la memoria se harán públicos.

Caerán todas las máscaras, los hipócritas y los fariseos quedarán al descubierto. Quienes habían intentado ocultarse a sí mismos la gravedad de los propios pecados quedarán confundidos al ver la vanidad de todas sus excusas, las pasiones, las circunstancias, los obstáculos. Dará testimonio contra ellos el ejemplo de los elegidos, tal vez más débiles y agotados, menos dotados en cuanto a dones y gracias naturales, sus sin embargo lograron ser fieles a sus deberes y la virtud. Dios sólo extenderá un manto de misericordia sobre los pecados de los buenos.

En el juicio final, los buenos serán apartados públicamente de los malvados e irán con su cuerpo glorioso al Cielo con Cristo para poseer el Reino preparado por el Padre desde la creación del mundo, mientras los réprobos irán, malditos, al fuego del infierno preparado para el Diablo y los demás ángeles rebeldes. Cada uno será juzgado en base a los talentos recibidos y a la misión que Dios le haya encomendado en la sociedad.

El trato más severo será para los pastores de la Iglesia que hayan traicionado a su grey. No sólo los que abrieron el redil a los lobos, sino también los que mientras los lobos devoraban el rebaño se encogieron de hombros, miraron para otro lado, alzaron los ojos al cielo y permanecieron en silencio dejando en manos de Dios una responsabilidad que era de ellos. Pero la vida consiste en asumir responsabilidades, y el testimonio de monseñor Viganò nos lo recuerda hoy.

Las palabras de este valeroso arzobispo son un reproche público a los pastores que callan. Dios les hace ver que el silencio no es una opción obligada. Se puede hablar, y a veces es obligatorio. Y el testimonio de monseñor Viganò es también una exhortación a todo católico a reflexionar sobre su futuro destino. La hora del juicio que nos espera sólo Dios la conoce. Por eso dice Jesús: «Estad en guardia, velad y orad, porque no sabéis cuando será aquel tiempo. Lo que os digo a vosotros, a todos lo digo: velad» (cf. Mt. 24, 36 ss.).

Vivimos tiempos que imponen vigilancia y obligan a elegir. Es el momento histórico de la fortaleza y la confianza en Dios, infinitamente justo, pero también de infinita misericordia para quien, a pesar de su debilidad, lo sirva a cara descubierta.

Roberto de Mattei



(Traducido por Bruno de la Inmaculada /Adelante la Fe)

Noticias varias 24 de octubre de 2018



INFOCATÓLICA

Se presenta a los Padres sinodales el borrador del documento final del Sínodo sobre los Jóvenes

IL SETTIMO CIELO


GLORIA TV

“Clérigo mujer” en el Sínodo sobre la Juventud espera “influir en las decisiones”

En Oriente hay ruptura entre Cirilo y Bartolomé. Y el Papa está más con el primero (Sandro Magister)

Selección por José Martí

La Iglesia pobre de las periferias le saca los colores a la Iglesia rica (Carlos Esteban)



¿Han visto El Sexto Sentido? Es una de esas películas que no pueden verse dos veces, porque el final lo es todo. Bueno, pues informar sobre el sínodo es un poco parecido. Nos sabemos el final, y este día a día de ruedas de prensa azucaradas, de vago lenguaje, nos parece, que Dios nos perdone, un elaborado paripé.

Más que avanzar, diríamos que el sínodo se arrastra hacia su inevitable final que, nos tememos, va a coincidir con el guión marcado desde el principio. También me recuerda, si me perdonan la acumulación de analogías, a esos rodeos que da el médico de confianza para prepararnos antes de comunicarnos el diagnóstico implacable.

No somos los únicos en advertirlo, ni de lejos. Incluso hay padres sinodales que se dan cuenta y se preocupan, como Andrew Nkea Fuanya, obispo de Mamfe, en Camerún. Lo cuenta el imprescindible Edward Pentin en el National Catholic Register, en una entrevista en el que Nkea Fuanya dice que diluir la verdad no es algo que convenza mucho a los católicos de su continente, África: “En cuanto empezamos a hablar en un lenguaje ambiguo, la juventud se siente confundida y se pierde”.

Su Ilustrísima insiste en que nunca hay que “asustarse de la verdad” y advierte que él, como todos los obispos subsaharianos, votará en contra de cualquier propuesta que contenga las siglas ‘mágicas’ de este sínodo: LGBTI.

Monseñor Fuanya estaba en la rueda de prensa de hoy, que contaba con la presencia estelar de un miembro del C9 -el consejo de cardenales del Papa-, el cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich (y, como tal, en las antípodas del obispo de Mamfe), además del arzobispo de Łódź (pronúnciese ‘wuch’), en Polonia, y el sacerdote maronita Toufic Bou Hadir.

Antes de entrar en harina, un poco sobre Marx. Es, además de arzobispo de Munich y miembro del C9, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, una de las más ricas del mundo católico, y también una de las más ‘progresistas’, si no la más, aunque quizá lo uno va con lo otro. Mientras en África los problemas son el avance del Islam, la hostilidad de las religiones animistas, la miseria, la emigración de la población joven, los gobiernos tiránicos, corruptos o ambas cosas, en Alemania la Iglesia se pregunta cosas como si es posible dar la comunión a los protestantes casados con católicos o cómo hacer más acogedora la doctrina para los LGTBI. ¿Les he dicho ya que entre los católicos alemanes solo un 5% asiste regularmente a la misa dominical? Bien, pues ésta es la Iglesia que tiene un peso desproporcionado en los asuntos que trata la Curia vaticana, a pesar de todo el ‘blablabla’ sobre las periferias.

Y Marx no ha defraudado. 
“La Iglesia tiene que cambiar, debe volverse diferente. Es lo que esperan los jóvenes y lo que han dicho en los encuentros presinodales. Quieren una Iglesia auténtica, abierta al diálogo, capaz de escuchar”, ha dicho el de Munich.
¡Milagro! Nosotros, septuagenarios, hemos consultado a los jóvenes de hoy y, bendita casualidad, quieren exactamente lo mismo que queríamos nosotros hace medio siglo, allá por mayo del 68. ¿No es prodigioso? Insistimos en que la juventud quiere cambio, en que su esencia está en oponerse a lo de antes, a lo de siempre… ¡Y ésta quiere exactamente lo mismo que llevamos pidiendo desde hace cincuenta años!

Ironías aparte, esta invocación al cambio que hace el cardenal alemán es una perfecta refutación del cambio. Si los jóvenes no quieren la Iglesia que ven y piden que se cambie, están oponiéndose a la Iglesia que llegó, precisamente, como exigencia de la necesidad de cambio.

Al introducir, en 1969, el Novus Ordo Missae -la misa de hoy, la normal en cualquier parroquia-, Pablo VI lo hizo con extraordinaria cautela, incluso con genuina pena a la pérdida de riqueza litúrgica y advirtiendo que el cambio molestaría e irritaría a muchos fieles. La excusa de tal sacrificio era exactamente la misma que se nos invoca ahora: la necesidad. Es un imperativo para comunicar con las nuevas generaciones, el pueblo de Dios nos exige estos dolorosos cambios que, sin embargo, tendrán como fruto una verdadera primavera eclesial.

Todos sabemos lo que vino después, ¿verdad? No les molestaré con cifras que cuentan todas una misma y desoladora historia de descristianización acelerada. El pueblo abandonó las iglesias, se secaron las vocaciones, se hundió la práctica sacramental. No me crean: compruébenlo.

Así que, una de dos: o lo que Marx está diciendo es que aquello fue un fracaso y habla de un cambio que sea una restauración, o ha caído en el delirio de todos los revolucionarios que en el mundo han sido, que ante el fracaso absoluto de sus recetas alegan que todos los males vienen de que la Revolución no se ha completado y recomiendan doblar la dosis.

Estoy seguro de que saben cuál es la respuesta correcta. Quizá por eso Su Santidad confesó a un grupo de jesuitas en Lituania que Dios le pedía que ‘completara’ el Concilio Vaticano II. Abróchense los cinturones.

Ya han oído antes a Nkea Fuanya, cómo piensa: que a los jóvenes hay que decirles, sin más, la verdad del Evangelio y la doctrina católica, sin miedo. Y en la rueda de prensa ha dicho que “mis iglesias están todas a rebosar, no tengo espacio para albergar a todos los jóvenes”. ¿Podría decir eso Marx, o algún obispo alemán? ¿Podría decirlo algún obispo occidental? Para añadir más leña a ese maravilloso fuego, Fuanya ha añadido que las iglesias africanas están rebosantes “porque nuestros valores tradicionales siguen respondiendo a los valores de la Iglesia” y porque “transmitimos a nuestros jóvenes la Tradición sin diluir ni adulterar, en un lenguaje sin ambigüedades”. Eso ha debido de doler. Pero no esperen que vaya a ser escuchado quien parece tener la ‘fórmula ganadora’, incluso hablando meramente en lenguaje comercial: ganará Marx, que es el que tiene el dinero.

Ha habido más, claro, han hablado los otros dos y ha vuelto el asunto de la homosexualidad, irritando a Marx, que asegura que éste no es un sínodo sobre sexualidad, sino sobre la juventud. Pero yo creo que este contraste resume mejor que ningún otro este sínodo y la encrucijada misma en que está la Iglesia.

Carlos Esteban