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jueves, 11 de diciembre de 2025

100 años de Quas Primas: Cristo Rey frente al laicismo de ayer y hoy





La encíclica Quas Primas, publicada hace un siglo por Pío XI, nació en un contexto en el que Europa emergía de la Primera Guerra Mundial devastada en lo material y en lo espiritual. Imperios antiguos –el austrohúngaro, el alemán, el ruso, el otomano– habían colapsado, dejando un vacío de poder y una profunda crisis de identidad colectiva. En medio de las ruinas de la posguerra germinaban ideologías radicales que prometían un orden nuevo sin referencia a Dios: crecía el secularismo militante junto al bolchevismo en Rusia y el fascismo en Italia. Estas corrientes, aunque distintas entre sí, coincidían en marginar o incluso perseguir la influencia de la Iglesia en la vida pública. La civilización occidental, arraigada durante siglos en la cristiandad, se veía sacudida por la eclosión de un nuevo orden laico que buscaba eliminar la voz de la fe en la sociedad.

En este escenario turbulento Pío XI alzó una voz firme. El Papa veía con claridad que los males sociales de aquella época –odios nacionales, inestabilidad política, auge de regímenes totalitarios– tenían una causa última: el apartamiento de Jesucristo, Rey de la historia, del centro de la vida de los hombres y de las naciones. Con Quas Primas, firmada el 11 de diciembre de 1925, el Pontífice respondió con una declaración de principios ante esos “enemigos ideológicos, políticos y sociales de la Iglesia”. Instituir la fiesta de Cristo Rey significaba proclamar que Jesucristo es soberano no solo en el ámbito espiritual privado, sino también sobre la vida pública y los destinos de las sociedades, por encima de caudillos y sistemas humanos. Era un contrapeso teológico y moral frente a movimientos emergentes que negaban a Dios su derecho de reinar en lo creado. Pío XI ofrecía así un remedio a la desesperanza de posguerra: volver la mirada de la humanidad al único Rey que puede traer la paz auténtica.

El reinado social de Cristo: doctrina de Quas Primas

Desde las primeras líneas de Quas Primas, Pío XI vincula los estragos de la posguerra con el rechazo de la ley de Cristo. Recuerda que ya en su primera encíclica (Ubi Arcano, 1922) había advertido que la catástrofe global se debió a que “la mayoría de los hombres se había alejado de Jesucristo y de su ley santísima” en la vida personal, familiar y política. Por eso, mientras los individuos y las naciones nieguen y rechacen el imperio de nuestro Salvador, nunca brillará una esperanza de paz verdadera entre los pueblos. La doctrina central de Quas Primas es la afirmación de la Realeza universal de Cristo: un reinado sobre todas las personas, familias y naciones. Cristo tiene derecho a gobernar el orbe no solo por su divinidad, sino también en cuanto hombre, por haber redimido al género humano a precio de su sangre. Es un derecho natural y conquistado: natural, porque como Verbo encarnado toda la creación le pertenece; y conquistado, porque nos rescató del pecado a un inmenso costo de amor. “Fuisteis rescatados… con la sangre preciosa de Cristo” (1Pe 1,18-19) – recuerda el Papa –; “Ojalá todos los hombres… recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador”. La realeza de Cristo, por tanto, abarca cada dimensión de lo humano, iluminando las inteligencias con la verdad, moviendo las voluntades al bien y reinando en los corazones por la caridad.

Ahora bien, ¿qué implica en la práctica el Reinado social de Cristo? Pío XI lo expone con claridad doctrinal. Significa ante todo que la ley de Cristo –que incluye la ley natural, inscrita en el corazón humano– debe ser el fundamento de la vida moral y jurídica. Jesucristo no es un rey entre otros, sino el Legislador supremo; sus mandamientos y enseñanzas (accesibles en gran medida a la razón mediante la ley natural) son el camino seguro para el bien común. De ahí se sigue que ni los individuos ni las autoridades civiles pueden prescindir de la ley de Dios sin caer en el desorden. La encíclica deplora que el moderno laicismo pretenda exactamente eso: construir la sociedad de espaldas a Dios. Pío XI lo llama sin rodeos “peste de nuestros tiempos”. Explica cómo esa peste fue incubando: “Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho… de enseñar al género humano… Después… la religión cristiana fue igualada con las demás falsas… Se la sometió luego al poder civil… Y se avanzó más: hubo quienes imaginaron sustituir la religión de Cristo con una religión natural… puramente humana. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios”. Esta descripción retrata la secularización radical: primero relegar a Cristo al ámbito privado, luego reducirlo a un credo opcional entre muchos, después subordinar la Iglesia al Estado, y por último entronizar el ateísmo de Estado. El resultado, señala el Papa, ha sido nefasto: odios y rivalidades encendidas entre pueblos, egoísmos ciegos, familias divididas, sociedades enteras “sacudidas y empujadas a la muerte” por haber arrancado de raíz la moral cristiana.

Frente a este panorama, Quas Primas proclama la urgente necesidad de restaurar el Reinado social de Cristo como “medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz”. ¿Qué implica esa restauración? Implica, en palabras de Pío XI, un reconocimiento público y privado de la soberanía de Jesús: que los individuos, las familias y las naciones “vuelvan a sus deberes de obediencia” hacia Cristo. En términos concretos, el Papa esperaba varios frutos de este homenaje público a Cristo Rey. Enumeró tres ámbitos: “para la Iglesia –pues recordará a todos la libertad e independencia del poder civil que le corresponde–; para la sociedad civil –que recordará que el deber de dar culto público a Jesucristo y obedecerle obliga tanto a los particulares como a los gobernantes–; y finalmente, para los fieles –que entenderán que Cristo ha de reinar en su inteligencia y en su voluntad”. Es decir, la Iglesia reafirmada en su derecho a no someterse a la hegemonía del César; la autoridad civil consciente de su deber de respetar y promover la ley moral de Cristo (que es la ley natural elevada por el Evangelio) en la vida pública; y cada cristiano reconociendo a Cristo no solo como rey lejano del cielo, sino como Rey de su mente, de su corazón y de sus acciones cotidianas. Solo así –insiste Pío XI– se podrá curar la herida profunda de la sociedad moderna. Cuanto más obstinadamente se silencie el nombre de Cristo en los parlamentos y foros internacionales, con mayor fuerza habrán los católicos de proclamarlo y de afirmar sus derechos reales sobre la sociedad.

De octubre a noviembre: evolución litúrgica de la fiesta de Cristo Rey

La encíclica Quas Primas no solo desarrolla una enseñanza doctrinal; también instituye una fiesta litúrgica nueva como instrumento pedagógico para el pueblo fiel. Pío XI estaba convencido del poder de la liturgia para formar las mentes y corazones de los católicos, especialmente en tiempos de confusión. Por eso, decidió coronar el Año Santo 1925 –conmemorativo de la paz tras la Gran Guerra y del XVI centenario del Concilio de Nicea– introduciendo la festividad de Nuestro Señor Jesucristo Rey. Originalmente, el Papa dispuso que se celebrase el último domingo de octubre. Al finalizar el mes el año litúrgico estaba “casi finalizado”, de modo que “los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey”. Ubicar la fiesta antes de la solemnidad de Todos los Santos subrayaba simbólicamente que Cristo es el centro y culmen de la historia: tras celebrar todos los eventos de la vida de Jesús a lo largo del año, los fieles aclamarían su señorío universal sobre la creación entera.

Durante décadas, la Iglesia celebró a Cristo Rey en aquel último domingo de octubre. Sin embargo, con la reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II hubo ajustes significativos. En 1969, el papa Pablo VI trasladó la fiesta al último domingo del Tiempo Ordinario, es decir, al cierre del año litúrgico (finales de noviembre), elevándola de fiesta a solemnidad y dándole el título completo de Jesucristo, Rey del Universo. Esta reubicación realza el carácter escatológico del reinado de Cristo: se celebra inmediatamente antes de iniciar un nuevo Adviento, recordando que Cristo, alfa y omega, reinará plenamente al fin de los tiempos.

Un mensaje actual ante la crisis cultural y espiritual

Pasados cien años, las razones que llevaron a Pío XI a escribir Quas Primas no solo siguen vigentes, sino que en muchos aspectos se han agravado. La encíclica nació de una crisis de civilización, y hoy asistimos a una nueva crisis cultural y espiritual de proporciones globales. Si en 1925 el Papa denunciaba la “plaga” del laicismo que incubaba una sociedad atea, en 2025 constatamos que aquella sociedad secularizada ha florecido en todo el mundo occidental. Vemos a nuestro alrededor los frutos amargos de esta apostasía silenciosa: crisis moral, relativismo radical que niega diferencias entre el bien y el mal, proliferación de leyes inicuas contrarias a la ley natural (desde el desprecio a la vida humana hasta la subversión de la familia), violencia e injusticia que brotan de corazones vacíos de Dios. En el plano internacional, persisten las guerras y surgen desórdenes nuevos, mientras se expulsa sistemáticamente a Cristo del debate público. Se cumple el diagnóstico de Pío XI en Quas Primas: los males del mundo derivan de haber apartado a Cristo y su santa ley de la vida cotidiana de las naciones, por lo que la esperanza de una paz duradera… es imposible mientras individuos y Estados rechacen el imperio de Cristo Salvador.

Ante esta situación, el remedio propuesto por Pío XI mantiene plena validez: “instaurar el Reino de Cristo y proclamarlo Rey” de todas las dimensiones de la existencia humana. Esto no significa instaurar un teocracia temporal ni “imponer” por la fuerza creencias religiosas –objeción típicamente esgrimida por los secularistas–. Significa, más bien, trabajar por un orden social justo fundado en la verdad sobre el hombre y sobre Dios. Significa recordar que por encima de los proyectos humanos está la soberanía del Rey de reyes, cuyo “poder no conoce ocaso”. Ninguna ideología, por seductora que sea, puede sustituir a Cristo sin conducir tarde o temprano a la degradación del hombre. Por eso la Iglesia, fiel a su Señor, no puede dejar de proclamarlo.

¡Viva Cristo Rey!

Al celebrar el centenario de Quas Primas, no lo hacemos con una mirada nostálgica al pasado, sino con la convicción de su perenne actualidad. Aquel grito de Pío XI –“Cristo debe reinar”– resuena hoy con fuerza providencial. Nuestro mundo, sumido en una crisis de nihilismo y desconcierto, necesita a Cristo Rey tanto como (o más que) en 1925. Necesita reconocer que por encima de todos los poderes pasajeros se alza el poder benéfico de Aquél que es la Verdad misma y el Amor encarnado. Solo bajo el dulce yugo de este Rey encontrará la libertad verdadera; solo en su “reino de justicia, de amor y de paz”. hallarán sosiego las naciones en conflicto y los corazones atribulados.

La Iglesia, por su parte, debe retomar con renovada energía la proclamación del señorío de Cristo. No para conquistar tronos terrenos, sino para salvar almas y regenerar la sociedad conforme al plan de Dios. Cristo no ambiciona una corona hecha por manos humanas –ya llevó una de espinas–, sino reinar en las mentes y voluntades para transformarlas desde dentro. Pero ¿cómo creerán los pueblos si nadie les predica? Ha llegado la hora de sacudir la modorra y la vergüenza: “cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor…, tanto más alto hay que gritarlo” –exhortaba Pío XI. Esa exhortación sigue en pie. Hoy hace falta que obispos, sacerdotes y laicos –cada uno en su ámbito– den público testimonio de la soberanía de Cristo.

¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera, por los siglos de los siglos!

Esta Navidad en el Vaticano se exhibirá por primera vez un belén “pro vida”.



Leo en LifeSiteNews que la próxima semana, por primera vez en su historia, el Vaticano exhibirá un belén explícitamente pro vida, que también será bendecido el 15 de diciembre por el Papa León durante una ceremonia en el Aula Pablo VI, donde permanecerá expuesto durante todo el tiempo de Navidad y para la clausura del Año Jubilar de la Esperanza.

El pesebre, titulado " Nacimiento Gaudium ", fue creado por la artista religiosa costarricense Paula Senoto con la ayuda de 40 Días por la Vida . Gracias a este evento, los organizadores afirman que también se dará a conocer mundialmente como "el mayor grito de guerra provida jamás escuchado desde el Vaticano".

El artefacto, que combina la iconografía bizantina con estatuillas franciscanas, contará con más de 25.000 cintas en lugar de la tradicional paja, cada una representando a uno de los niños salvados gracias a las oraciones y el testimonio de 40 Días por la Vida . La instalación también contará con una estatuilla de la Santísima Virgen María embarazada hasta el día de Navidad, cuando será reemplazada por una estatua de la Virgen adorando al Niño Jesús, recordando al mundo que Nuestro Señor vino al mundo como cualquier otro niño, sometiéndose a todas las leyes de la naturaleza humana, excepto la concepción.

Parece que este belén ya había sido aprobado por Bergoglio para su exhibición en 2027, pero hace apenas unos meses el Vaticano del Papa León XIV adelantó la fecha a 2025. El belén también será el primero en ser bendecido por él durante su pontificado.

El creador cree que Dios aceleró inesperadamente la fecha de la representación del nacimiento debido a los actos de violencia contra los defensores de la vida, así como al creciente número de católicos que han defendido el aborto (el asesinato de niños no nacidos) durante el último año. Paula Senoto también parece referirse al asesinato del influyente conservador y firme defensor de la vida Charlie Kirk.

Esta mirada a la trágica situación actual es buena, pero sobre todo recordamos que, más allá de la conmemoración del nacimiento del Salvador, la celebración cristiana nos ayuda a revivir la alegría y las gracias espirituales de un acontecimiento de inmenso valor, ocurrido «en la plenitud de los tiempos», en el corazón de la historia, cumpliendo una espera punzante y los planes de Dios.

En cualquier caso, la exhibición de este belén contrasta marcadamente con las exhibiciones recientes de belenes en el Vaticano, algunas de las cuales han sido abiertamente blasfemas. Recordamos con horror el de 2017, condenado eficazmente incluso por el arzobispo Viganò [ aquí ].



En 2017, la "Natividad de la Misericordia" del Vaticano presentó a un hombre desnudo y un cadáver. Más allá del hombre desnudo, esculpido y casi musculoso que acapara todas las miradas, el efecto más perturbador es la cúpula truncada y la sensación general de miseria [ aquí ; también puede ver imágenes de los horribles detalles en este enlace].

Destacamos cómo el énfasis en las obras de misericordia corporales, salpicado de elementos controvertidos (como el ángel con el manto arcoíris), eclipsó las obras de misericordia espirituales, que se ignoran incluso en la práctica común.


Otro belén modernista en el Vaticano, instalado en 2020, representaba figuras que parecían astronautas o eran completamente irreconocibles. La representación fue ridiculizada por los no católicos y horrorizó a muchos fieles. En aquel momento, el arzobispo Carlo Maria Viganò protestó, calificando la representación de «una arrogante imposición de blasfemia y sacrilegio como antiteofanía de la fealdad, un atributo necesario del Diablo».

El abismo entre las modernizaciones de la escena navideña por parte de artistas renacentistas y posteriores, que vistieron la procesión de los Reyes Magos con trajes de época, y la imposición arrogante de la blasfemia y el sacrilegio como antiteofanía de lo Feo, como atributo necesario del Mal, era ahora evidente.

No olvidemos el belén del año pasado [ aquí ], que presentaba a un Niño Jesús envuelto en una keffiyeh —en solidaridad con los cristianos y los musulmanes árabes del Líbano, Siria y Palestina—. La keffiyeh fue retirada rápidamente tras las protestas de la comunidad judía romana y las autoridades israelíes en Italia, por ser un símbolo de la identidad palestina. Aún no se atisbaba el horrendo 7 de octubre ni el infierno que le siguió; pero su inexplicable retirada desató un debate gracias a la aquiescencia del Vaticano. Fue, en cualquier caso, una politización inapropiada del evento espiritual central de la fe católica, ya demasiado secularizado por el consumismo y la secularización...

Concluyo recordando al Vaticano violado por enésima vez, por un pontificado tan inédito y anómalo como el anterior, también por el repetido goteo de migrantes, con una escultura que desfigura el esplendor de la columnata de Bernini. [ aquí ]

¿Podemos realmente esperar que esta atmósfera mefítica esté cambiando no solo en apariencia sino también en sustancia?

(María Guarini)

Consecuencias de la nota Mater Populi Fidelis (Roberto de Mattei)





El pasado 4 de noviembre se publicó la nota doctrinal Mater Populi Fidelis, con la que el Dicasterio para la Doctrina de la Fe se propone aclarar el sentido y los límites de algunos títulos marianos relativos a la cooperación de María a la obra de la salvación. La declaración ha suscitado consternación entre los fieles de a pie, y también entre los mariólogos, porque objetivamente reduce los privilegios reservados a la Virgen en la Tradición de la Iglesia. Cabe preguntarse las consecuencias que tendrá en la práctica.

La entrevista concedida a Diane Montagne por el cardenal Víctor Manuel Fernández el pasado 27 de noviembre, publicada por la citada vaticanista en su blog el día 27 [en español aquí], resulta muy oportuna para orientarse en el horizonte de confusión creado por el mencionado documento. En su respuesta a la periodista, monseñor Fernández explicó que la afirmación contenida en el párrafo 22 de la nota doctrinal Mater Populi Fidelis, según la cual es «siempre inoportuno» emplear el título de Corredentora para referirse a la colaboración de María en la obra de la Redención de Cristo se refiere exclusivamente al empleo oficial del título de Corredentora en textos litúrgicos y documentos de la Santa Sede, pero no se extiende a la devoción privada ni a los debates teológicos entre fieles.

El momento central de la entrevista es cuando se dice que la expresión siempre inapropiado se aplica al título de Correndentora. Diane Montagne pregunta si dicho título, que según él «es siempre inoportuno el uso del título de Corredentora» (…) «se refiere al pasado, especialmente teniendo en cuenta que fue utilizado por los santos, los doctores y el magisterio ordinario». Y el cardenal responde: «No, no, no. Se refiere al momento actual» (…) La periodista insiste: «Entonces, ¿«siempre» significa «a partir de ahora»? El purpurado confirma: «A partir de ahora, sin duda». La reportera, insatisfecha, pide otra aclaración sobre el sentido de la palabra siempre: «Fernández recalca que no se refiere al pasado sino únicamente al presente, y en un sentido limitado a los documentos oficiales.

Hay que tener en cuenta esta importante aclaración. En la nota doctrinal, el adverbio siempre no tiene el mismo sentido que en el lenguaje de todos los días. Cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que el adverbio siempre indica un periodo de tiempo ininterrumpido, sin excepciones, que abarca el pasado y el futuro. Por ejemplo, la ley divina y natural está siempre vigente, en cualquier época, lugar y situación. En cambio, en la respuesta del cardenal la palabra se redefine como apenas vinculada al presente e, hipotéticamente, al futuro: «A partir de ahora». Pero si, como afirma el Prefecto, siempre significa sólo a partir de ahora, la consecuencia es que, como del pasado al presente se ha dado un cambio, podría también haber un cambio entre el presente y el futuro. Eso quiere decir que Mater populi fidelis, aunque se haya presentado como una nota doctrinal, funda sus argumentos en medidas de índole pastoral que están sujetas a circunstancias de naturaleza histórica. La valoración que hace el documento de los títulos marianos no es absoluta ni definitiva, sino transitoria y contingente.

El cardenal confirma el carácter provisional de la nota con las siguientes palabras: «Esta expresión [“Corredentora”] no se utilizará ni en la liturgia, es decir, en los textos litúrgicos, ni en los documentos oficiales de la Santa Sede. Si se desea expresar la cooperación única de María en la Redención, se expresará de otras maneras, pero no con esta expresión, ni siquiera en los documentos oficiales».

El término que no es oportuno emplear «ni en los textos litúrgicos ni en los documentos oficiales» puede utilizarse legítimamente para todo lo que no entre en tan estrechos límites. La prohibición sólo afecta al ámbito oficial. Si un grupo de fieles comprende «bien el verdadero significado de esta expresión» (la cooperación subordinada de María a Cristo), «ha leído el documento» y está de acuerdo con lo que dice, puede usar libremente el título de Corredentora. En conclusión, los fieles son libres de creer y promover la verdad según la cual María siempre ha sido Corredentora y Mediadora de todas las gracias mientras se esfuerzan por conseguir que dicha verdad sea proclamada dogma de fe. Si ayer no era adecuado el título de Corredentora, podría llegar a serlo mañana. Aunque la verdad de la Corredención de María nunca se ha proclamado como dogma, pertenece al patrimonio doctrinal de la Iglesia. La nota del Dicasterio para la Doctrina de la Fe lo admite, limitando su uso al presente y en unas circunstancias determinadas. Pero, precisamente por esa razón, aunque ese título mariano no se cuente entre los dogmas oficiales de la Iglesia, podría llegar a contarse un día. Es algo que la nota no excluye ni puede excluir.

La definición dogmática del dogma de la Inmaculada Concepción tuvo lugar en 1854, y la de la Asunción en 1950. Desde aquellas fechas, todo católico que rechace estas verdades incurre en herejía, pero la Virgen siempre fue Inmaculada y asunta. Del mismo modo, tenemos libertad para creer no sólo que siempre ha sido Corredentora y Mediadora de todas las gracias, sino para poner todo nuestro empeño en que esas verdades sean proclamadas lo antes posible dogmas de fe, para que todo católico esté obligado a creer por siempre lo que en este momento se considera inoportuno, pero siempre ha sido cierto.

A la última pregunta de la vaticanista, «¿consultasteis (es decir, la DDF) a algún mariólogo para Mater populi fidelis?», el prefecto de Doctrina de la Fe repuso: «Sí, a muchos, muchos, así como a teólogos especializados en cristología».

Sin embargo, el padre Maurizio Gronchi, consultor del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que participó en la presentación de documento junto al cardenal Fernández, declaró a Aciprensa el pasado 19 de noviembre: «No se encontraron mariólogos colaborativos», y señaló que ni los miembros de la Pontificia Facultad teológica Marianum ni los de la Pontificia Academia Mariana Internacional participaron en la presentación junto a la curia jesuita. Silencio que, a su juicio, «puede entenderse como disenso» ().

Un destacado mariólogo ha confirmado indirectamente dicho disenso: el P. Salvatore Maria Perrella declaró que Mater populi fidelis «debería haber sido redactada por personas competentes en la materia», dando a entender con ello que fue redactado por personas carentes de formación mariológica. Y, podríamos añadir con todo respeto, que no saben razonar en buena lógica.

Y ahora que sabemos que Mater populi fidelis no tiene por objeto imponer límites arbitrarios a la devoción mariana ni negar la participación de María en la obra redentora de Cristo, y que la prohibición sólo se aplica al uso del título de Corredentora en los textos litúrgicos y actos de magisterio, y no a la devoción privada ni al debate teológico, es nuestra gran oportunidad de aceptar el reto y salir al ruedo.

Reiteramos lo que dijimos al día siguiente de la publicación del documento: «Tenemos el convencimiento de que actualmente hay en el mundo un puñado de sacerdotes y laicos de ánimo noble y generoso dispuestos a empuñar la espada de dos filos de la Verdad para proclamar todos los privilegios de María y exclamar a los pies de su trono: «Quis ut Virgo?» Sobre ellos se derramarán las gracias necesarias para el combate en estos tempestuosos tiempos. Y quién sabe si, como ha ocurrido cada vez que en la historia se ha intentado opacar la luz, el documento del Dicasterio de la Fe que trata de restar importancia a la Santísima Virgen María confirmará sin proponérselo su inmensa grandeza» ().

Roberto De Mattei