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sábado, 16 de junio de 2018

La visita de Francisco lleva a una diócesis en Verge a la bancarrota



La diócesis de Friburgo/Lausana/Ginebra (Suiza), está en problemas después que el papa Francisco tomó la decisión, a corto plazo, de visitar el 21 de junio el Consejo Mundial de Iglesias.

La página web oficial cath.ch escribe que “el caso constituye un emblema de los hábitos del Vaticano de organizar un viaje de ese tipo”.

Sólo en febrero monseñor Charles Morerod, obispo de Friburgo, fue informado de la inminente visita y del deseo de Francisco de celebrar una Misa pública, que sería organizada y financiada totalmente por la diócesis. El anuncio fue entregado bajo embargo, de tal modo que la diócesis pudo comenzar a organizar la visita sólo en marzo.

La Misa costará a la diócesis más de dos millones de francos suizos/dólares, una cifra que supera su presupuesto anual. [¡Una Iglesia pobre para los pobres!] Hasta aquí la diócesis pudo cubrir solo una cuarta parte del costo. La mayoría del dinero se destina a seguridad.

El pedido de donaciones a las parroquias por parte del obispo recaudó solamente la suma de menos de 25.000 francos suizos.

Cath.ch escribe que el Vaticano no contribuye con nada y, por razones desconocidas, no desea hacer la colecta durante la Misa de Francisco.

Como último recurso, la diócesis pidió a sus comunidades religiosas comenzar una novena a San José.

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Vocero vaticano explica por qué el cardenal Parolin se unió a Bilderberg



El secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, aceptó una invitación para la Reunión secreta de Bilderberg en Torino (Italia), llevada a cabo desde el 7 al 10 de junio, después que los organizadores lo invitaran “en forma persistente” y “muy insistentemente” hace seis meses.

Un vocero vaticano dijo el 15 de junio a NCRegister.com que Parolin pensó sobre la invitación “durante mucho tiempo” y “después de consultar a la persona que debía [el papa Francisco] decidió concurrir”.

Parolin fue a la reunión solo por poco tiempo, casi una hora y cuarenta y cinco minutos, pronunciando un discurso sobre la “doctrina social de la Iglesia”, seguido por una sesión de preguntas y respuestas.

El vocero admitió que Parolin fue “plenamente consciente de la naturaleza controvertida” del evento, pero se sintió animado al haberse reunido previamente con mucho de los participantes en “otros contextos”.

“La diversidad une”, dice el Papa en el curso para jóvenes astrónomos (Carlos Esteban)



El Papa no desaprovecha ocasión para ‘vendernos’ los beneficios de la inmigración masiva, aunque sea en un momento tan poco propicio como la apertura del curso de jóvenes astrónomos promovido por el Observatorio Vaticano.
“Procedéis de muchos países y culturas distintas y tenéis especializaciones diferentes”
les ha dicho el Papa a los jóvenes de diversos países que participan en el Vaticano en el curso promovido y gestionado por el Observatorio Vaticano de Castegandolfo. 
“Esto nos recuerda cómo la diversidad puede unir por un objetivo de estudio común, y cómo el éxito del trabajo depende también de tal diversidad, porque es de la colaboración entre personas de diversos orígenes como se puede llegar a una comprensión común de nuestro universo”.
Su Santidad -es sabido- puede hablar y escribir sin parar y también sin hacer apenas referencia a tema alguno que sea específico de su oficio, prefiriendo, por lo común, asuntos que pegan más en las páginas de opinión de The New York Times que en cualquier publicación eclesial o religiosa.

Últimamente le hemos visto reunirse con ejecutivos de las grandes petroleras para urgirles a que aceleren la transición hacia una fuente de energía limpia, le hemos escuchado saludando el inicio del Mundial de Fútbol y, naturalmente, insistiendo en un asunto en el que, a lo que se ve, en el país que rodea su diminuto Estado, se ha situado en el bando perdedor: la inmigración masiva.

Aquí también se alinea con la posición dominante en los grandes medios, y ha llegado a ser tan obsesivo su interés y tan maximalista su postura que no puede dejar de tratar el asunto, aunque sea de refilón, ni hablando a los jóvenes astrónomos.

Uno pensaría que en ocasión semejante hay muchos y muy adecuados asuntos con que interesar a su público. Puede tratarse de la falsa oposición entre ciencia y fe, un debate que ha dominado la opinión pública europea desde hace siglos, o de cómo la Creación apunta al Creador, o de la importancia del aprendizaje, que es lo que les ha reunido allí. Pero no, ha vuelto a lo suyo, y con unas frases que resultan muy fácilmente cuestionables. 

¿La diversidad une? Que se lo digan a los habitantes de Malmö, en Suecia, o a los de Los Angeles; que se lo expliquen a las autoridades de tantas ciudades europeas que han visto multiplicarse los guetos y las ‘no-go zones’ como setasNo, la diversidad no une, eso no tiene ni pies ni cabeza. En el caso que nos ocupa, es la pasión por la astronomía lo que une a personas de origen muy diverso, es el estudio lo que supera esa diversidad.

¿”Es de la colaboración entre personas de diversos orígenes como se puede llegar a una comprensión común de nuestro universo”? ¿En serio? 
Pocas instituciones han impulsado de forma tan desproporcionada y relativamente rápida el saber y las ciencias como la Royal Academy británica, que no era exactamente un paraíso de multiculturalidad, como no lo eran las universidades de Oxford y Cambridge. Y toda la fundación del actual ‘progreso’ se dio con la Ilustración francesa, un puñado de compatriotas que hablaban el mismo idiomaChinos, rusos, japoneses o israelíes tienen excelentes institutos de investigación que no parecen precisar de esa mágica ‘diversidad de orígenes’ para llegar muy lejos en sus exploraciones científicas.

Pero eso da igual, porque las palabras del Papa no son originales, repiten un mantra de moda, el mismo que se usa, sin pensar en centenares de contextos, para justificar esos masivos movimientos de población que desestabilizan las sociedades de llegada y despueblan y empobrecen las de origen

Mientras, el país natal de Su Santidad, uno de los últimos países culturalmente occidentales que mantenía una protección a la vida del no nacido, ha visto como la perdía por la mínima en un debate parlamentario, ante el silencio de piedra de Su Santidad, que ha callado como calló antes, durante y después del referéndum irlandés.

Carlos Esteban

El aborto es una práctica criminal, cobarde, miserable y sin justificación (Doctor Abel Albino)

El compromiso del laico

Duración 7:51 minutos



El 17 de mayo de 2018 Abel Albino asistió a la undécima jornada de debate por la legalización del aborto en Argentina representando a CONIN en el 11º plenario de comisiones del Congreso de la Nación manifestando su posición en contra del aborto, aclarando que hace 46 años que es pediatra y que es miembro de la Academia Nacional de Medicina diciendo lo siguiente: 
“El aborto es la mayor tragedia del siglo XX no sólo por la cantidad, sino, además, porque, para que exista un aborto, tiene que haber una madre que autorice que a un niño se lo despedace dentro de ella”.
Relató que vio a chicos destrozados por el aborto en tachos de basura y en baldes en el hospital público de Tucumán, donde hizo su residencia.
“Es la claudicación ética de la historia de la humanidad”. “El niño no es parte del cuerpo de la madre, está dentro del cuerpo de madre”.
 Definió al aborto como una práctica criminal contraria a la moral.
“Matar es lo opuesto a curar y los médicos somos profesionales del arte de curar”. “Matar a una criatura indefensa es cobarde, es miserable, es vil, no tiene justificación”.
Advirtió que los abortos clandestinos no desaparecen con la legalización, porque como son una “acción vergonzosa” se siguen haciendo clandestinamente. Describió al embrión con palabras del Profesor Lejeune y repitió su exhortación: 
 “Digan que ese pequeño hombrecito les molesta y que lo quieren eliminar. Díganlo con claridad”.

El aborto según el papa Pío XI, en su encíclica Casti Connubii (Hugo Verdera)


Duración 1:54 minutos

Fragmento del último de los programas de Hugo Verdera

Mártires o cómplices (Padre Santiago Martín)


Duración 7:29 minutos

Papismo (Mario Caponnetto)



Alejandro Bermúdez es un periodista “oficialmente católico”, de esos que pueblan las redacciones de algunos medios oficiales u oficiosos de la Iglesia, sean periódicos, blogs o canales televisivos. No carece de oficio el hombre. En épocas de Benedicto XVI solía, incluso, ofrecer a los televidentes de EWTN algunos programas que podrían calificarse de buenos. Pero desde hace un tiempo ha incurrido en algunos casos de fake news emulando en esto al maestro del género, el ahora renunciado Monseñor Darío Viganó, famoso por fraguar una carta del Papa Emérito.

Cuando en septiembre del año pasado un grupo de católicos, formado en su mayoría por profesores universitarios, firmamos la Correctio filialis dirigida al Papa Francisco, Bermúdez escribió en ACI Prensa que unos “lefevristas” acusaban de herejía al Papa. Para colmo, la afirmación, absolutamente falsa, encabezaba la nota a modo de título. Ahora, en su programa Cara a Cara que se transmite por EWTN, la emprende contra mi hermano, Antonio Caponnetto, y mi querido y viejo amigo Hugo Verdera, a quienes acusa de no ser “comentaristas católicos” y de “antipapismo”.

Por empezar, ninguno de los dos involucrados es, ni fue, ni se presenta, ni se presentó jamás como “comentarista católico”, oficio cuya existencia ignorábamos hasta que Bermúdez nos la reveló. Ambos son, sencillamente, intelectuales católicos, que procuran difundir la Fe y defenderla frente a tantos errores e impiedades como abundan en estos días. Pero dejemos esto de lado; lo que realmente nos asombra es esta neo categoría de papismo, con su correspondiente antinomia, antipapismo, que al parecer Bermúdez identifica sin más como la nota esencial y sine qua non para revistar en las filas de los comentaristas católicos.

Esta categoría de papismo resulta cuanto menos extraña en alguien que se dice católico. De papistas suelen acusarnos a los católicos algunos herejes; por ejemplo, los anglicanos que durante siglos (hoy menos) identificaron a los católicos con ese mote de inequívoco sentido peyorativo. Para estos herejes los católicos “adoramos al Papa” y aunque cierta papolatría hodierna puede inducirlos a semejante idea, el hecho es que nada más falso que los católicos seamos papistas. Los católicos creemos firmemente en el Primado, de caridad y de jurisdicción, del Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, el Romano Pontífice, al que el mismo Jesucristo instituyó como piedra angular de su Iglesia en la persona del Apóstol San Pedro, al que confió la misión de apacentar el rebaño y de confirmar en la Fe a todos los cristianos. Para ello le dio el don de la inerrancia, exclusivamente en materia de las verdades de Fe que forman el inmutable depósito de la Revelación.

Esta verdad, divinamente revelada (Mateo, 16, 18; Lucas, 22, 32), enseñada y sostenida por las Padres de la Iglesia como San Ignacio de Antioquía y San Agustín, defendida por los Doctores como Santo Tomás (Contra errores Graecorum, pars 2 cap. 32, corpus) y declarada como dogma de fe por el Concilio Vaticano I, es para los católicos una verdad incuestionable e innegociable y la sostenemos con toda firmeza. Pero en estos días que corren sucede algo paradójico, digno de una paradoja chestertoniana: esta verdad debemos defenderla sobre todo frente a ciertos papistas y a algunos campeones de la papolatría. Porque son precisamente estos papistas los que, por un falso sentido de la obediencia y una carencia total de un adecuado y justo juicio crítico, cierran los ojos y callan frente a los más que notorios intentos de acabar con el Papado, intentos a los que el Papa Francisco parece, en ocasiones, dar algo más que aliento.

De la mano de un ecumenismo extraviado y de una pavorosa protestantización de la Iglesia se viene difundiendo desde hace ya bastante tiempo una eclesiología confusa cuando no falsa en cuyo marco la primacía del Papado resulta tremendamente debilitada en aras de una indefinida “colegialidad” y de una vaporosa “sinodalidad”

Es dolorosamente cierto que el Papa Francisco vive alentando estas ambigüedades con gestos y palabras que, en ocasiones, son directamente escandalosas. Una Iglesia sinodal en cuya cima está el pueblo a modo de una pirámide invertida, una creciente y alarmante concesión de facultades, hasta ahora exclusivas del Romano Pontífice, a las Conferencias Episcopales y, fundamentalmente, una expresa proclamación de una apertura a la “conversión del Papado” para que su ejercicio “lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización” (Evangelii gaudium, 32) son palabras y hechos suficientemente graves que debieran hacer sonar las alarmas de los papistas ilustrados como Bermúdez. Pero no dicen ni pío y encima tildan de antipapistas y de herejes a los pocos que nos animamos a levantar la voz.

En realidad, el papismo es un vicio del catolicismo que viene de bastante atrás en el tiempo. Es un típico vicio por exceso. Amar al Papado, defenderlo de sus detractores, rogar a diario por el Papa para que Dios lo conserve y no permita que caiga en manos de sus enemigos es, sin duda, una virtud católica. Pero como toda virtud puede convertirse en vicio por exceso. Tal exceso consiste en una obediencia ciega, incapaz de discernir entre el magisterio infalible, el magisterio ordinario y las meras opiniones y, en el extremo, en una vergonzosa obsecuencia que paraliza el juicio e impide, incluso, el ejercicio de la oportuna corrección cuando ella se impone y en los términos adecuados.

En mis tiempos jóvenes, antes del Concilio, era frecuente oír esta frase a la que yo adhería como tantos: “prefiero equivocarme con el Papa a tener razón”; y se añadía: “si el Papa se equivoca él tendrá que dar cuentas a Dios, no yo”. Pero estábamos redondamente equivocados. Aquello era un exceso de piedad filial que no discernía ni distinguía ningún matiz, aunque por entonces no tenía mayores efectos negativos habida cuenta de los grandes papas que nos tocaron en suerte. Sin embargo, repito, era un error; en primer lugar porque si el Papa hablaba ex cathedra entonces no se equivocaba y, por ende, yo no podía tener razón; y si era un caso de magisterio ordinario sólo se me pedía un religioso acatamiento que por ser religioso no podía ser nunca ni ciego ni irracional. En cuanto a que si el Papa se equivoca el único responsable ante Dios es él, también es un grave error: si el Papa se equivoca y yo pudiendo y debiendo hacerlo no lo corrijo lo más probable es que el Papa y yo nos vayamos juntos al infierno.

A la luz de lo que vino después, aquella excesiva y en ocasiones irracional obediencia al Papa fue dejando lugar, en algunos casos, a un mejor discernimiento; en otros, lamentablemente, a esta ciega papolatría que no ve, ni discierne y, lo peor, acusa y ataca a quienes con dolor nos sentimos, a veces, en la obligación moral de decir que el rey está desnudo. Así ocurrió con quienes, en su momento, firmamos la Correctio filialis. Más dolorosa que la ausencia total de respuesta del Papa fue la andanada de críticas y de reproches a la que nos vimos sometidos. También fue muy doloroso ver como se trataba, con frecuencia, de explicar lo inexplicable: a más de un eximio tomista hemos visto empeñado en demostrar que el capítulo ocho de Amoris laetitia se corresponde con la enseñanza moral de Santo Tomás.

No es esto lo que Dios nos pide, ni lo que la Iglesia enseña, ni lo que nos dice el ejemplo de muchos santos. Amar al Papado es uno de los signos distintivos de los católicos. Es cierto. Por eso, hoy más que nunca necesitamos renovar nuestra adhesión a la Cátedra de la Unidad y nuestra Fe en el Primado de Pedro pero para oponernos, ante todo, a la creciente ofensiva del papismo.

Mario Caponnetto