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martes, 15 de enero de 2019

El cardenal Cupich ‘suena’ para la Archidiócesis de Washington (Carlos Esteban)



El Vaticano calla ante la noticia de que el administrador apostólico de Washington y ex arzobispo, cardenal Donald Wuerl, mintió sobre lo que sabía de Theodore McCarrick, pero aumenta la presión sobre Roma para que se nombre pronto a un nuevo arzobispo. ¿Podría ser Cupich, para mantener la tendencia?
Es llamativo que de un Papa tan inconteniblemente locuaz, uno de los rasgos más notorios y que más peso está teniendo en su gobierno de la Iglesia sea el silencio. El silencio selectivo, meditado, deliberado; el silencio cuando el mundo entero -la Iglesia, al menos- espera una respuesta, alguna reacción. Es el silencio ante las Dudas de cuatro cardenales sobre puntos alarmantemente confusos de su exhortación Amoris Laetitia, el silencio anunciado ante las graves acusaciones vertidas por el arzobispo Carlo Maria Viganò en su célebre testimonioY, ahora, el silencio ante la evidencia de que el cardenal Donald Wuerl, a quien dejó como administrador apostólico de la primera archidiócesis de Estados Unidos, Washington, después de demorarse cuanto pudo en aceptar su renuncia por edad con tres años de retraso, mintió al decir que no había oído rumor alguno sobre los abusos homosexuales del ex cardenal McCarrick.
El asunto es gravísimo, entre otras cosas porque lleva a la lógica conclusión de que si Wuerl sabía -como se ha demostrado- y dijo no haber oído nada y se mostró sorprendidísimo, hay más razones aún para pensar que los pupilos de McCarrick, Kevin Farrell, Joseph Tobin y Blaise Cupich conocían el asunto y mintieron igualmente. Después de todo, la prensa dio por hecho en su día que los nombramientos de estos dos últimos se debían exclusivamente a la ‘longa manus’ del todopoderoso arzobispo emérito.

Pero de Roma no ha llegado una palabra, ni siquiera de los adláteres del Papa: silencio. Y eso que, incluso en las mejores condiciones, la archidiócesis de la capital no es una sede que pueda quedarse vacante mucho tiempo, y las quinielas que se hacen ya no resultan especialmente para Farrell.

Según Rocco Palmo, cronista que conoce los recovecos eclesiales como la palma de su mano, suena Cupich. Sí, parece bastante absurdo. El Papa se sintió obligado a aceptar la renuncia de Wuerl en medio de una fortísima campaña mediática, después de que el cardenal apareciese citado 68 veces en el informe del gran jurado de Pensilvania, y una campaña similar se ha montado ya para echar a Cupich de Chicago.

Cupich tiene un historial preocupante en el asunto que más se debate, el del encubrimiento de abusos sexuales clericales, llegando a reconocer que supo de algunos casos y que no hizo nada por denunciarlos, por no hablar de sus penosos intentos por quitar hierro a todo el escándalo alegando que el Papa tenía otras cosas más urgentes e importantes de qué ocuparse como… el medio ambiente.

De hecho, Palmo no cree probable que el Papa ‘se atreva’ a llevar a Cupich a Washington. Y, sin embargo, cuadra a la perfección con lo que sabemos de la política de nombramientos (y ceses) de Francisco. Para empezar, ya le ha nombrado coordinador y organizador del encuentro episcopal del mes que viene para tratar el asunto de los abusos, un espaldarazo que ha sorprendido a mucho e indignado a otros tantos.

Si la experiencia de estos casi seis años es una indicación, sabemos ya que Francisco aborrece que la presión pública condicione sus nombramientos. Rechazó hasta tres veces la renuncia que le presentó el obispo chileno Juan Barros, negándose a creer lo que voceaban todas las víctimas del pederasta padre Karadima en el sentido de que el obispo emérito de Osorno había sido cómplice pasivo del acusado. En el caso más reciente, Zanchetta, lo nombró obispo de Orán, en Argentina, apenas llegado al solio pontificio, aceptó su renuncia “por enfermedad” cuando las acusaciones de abusos amenazaban con hacerse públicas, y a pesar de estar acusado, entre otras cosas, y de ser un pésimo administrador, creó para él luego un cargo administrando las extensas propiedades vaticanas en la APSA.

Tampoco es exactamente un secreto que el Papa premia con nombramientos clave más la lealtad que la competencia, como puede verse en los casos del propio Zanchetta y de su confidente y compatriota Víctor Manuel ‘Tucho’ Fernández, a quien ha premiado con la Archidiócesis de la Plata pese a su exiguo y cuestionado historial eclesiástico.

Por último, y esto parece ya una verdadera maldición, el Papa parece tener especial querencia por prelados de oscuro pasado, conocidos por sus debilidades o de ortodoxia cuestionada: una vez más, Zanchetta, pero también su ‘hombre’ en Latinoamérica, el cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, monseñor Battista Ricca, el cardenal Reinhard Marx, el propio cardenal McCarrick -a quien sacó del retiro para encomendarle delicadas negociaciones diplomáticas-, el cardenal Errazuriz y, en fin, otros tantos.

Carlos Esteban

Viganò y el perro que no ladró (Carlos Esteban)



La última carta de Viganò, dirigida expresamente a McCarrick, nos ha recordado de golpe lo que falta en la reacción de la Jerarquía a esta y otras crisis: el sentido de que lo único que importa, en última instancia, es la salvación de las almas.

A menudo los periodistas pasamos por alto el aspecto principal de una noticia o un proceso, sencillamente porque no está, es decir, porque lo más llamativo es lo que no ha sucedido, como el perro que no ladró en la novela de Conan Doyle, y necesitamos que aparezca en el horizonte informativo algún otro suceso que nos indique el clamoroso vacío.

En el caso de la última carta del ‘arzobispo a la fuga’ Carlo Maria Viganò, dirigida ésta al propio ex cardenal McCarrick, pendiente de ser despojado por Roma de su ministerio sacerdotal, conminándole al arrepentimiento, la ausencia clamorosa a la que apunta es lo poco específicamente católica que ha sido hasta ahora la respuesta oficial a los desmanes del aún arzobispo emérito.

Lo que la carta de Viganò me ha recordado de golpe, el hueco descomunal sobre el que ha llamado mi atención, es que la respuesta de la Curia y de la jerarquía en general al caso McCarrick puede o no ser criticable, pero no ha sido cristiana. Este asunto, como todo el fenómeno de los abusos clericales y su encubrimiento, se ha tratado, con mayor o menor acierto, como una crisis política, de un modo no muy distinto a como un partido o un gobierno se enfrentaría a una crisis de imagen.

Ahora: el cristianismo no es sólo ni principalmente un sistema ético, mucho menos una institución humana; el cristianismo es la adhesión a la persona de Cristo, y con ella a una visión de la realidad que nos enseña que nuestro destino no es este mundo, sino el otro; que existen realidades sobrenaturales con más peso, permanencia y verdad que todo lo que vemos y, sobre todo, que Dios es verdaderamente el Señor de la Historia.

En definitiva, lo que me ha ayudado a ver la carta de Viganò es que en la reacción de las autoridades eclesiásticas se ha hablado poco o nada de eso: del alma inmortal de Theodore McCarrick y su destino eterno, por el que hay buenas razones para temer. Esa apelación a lo que importa, ese conminar al arrepentimiento de los clérigos pederastas -se vea su delito como causado por la lujuria o por el afán de dominio, eso es secundario- porque están poniendo en grave riesgo su salvación y la salvación de aquellos a los que escandalizan no aparece prominente en los mensajes de nuestros prelados, más semejantes a los de profesionales de las Relaciones Públicas, ha sido siempre a lo largo de la historia de la Iglesia lo primero que ha preocupado a Roma y a los obispos.

Hemos pasado meses discutiendo sobre paneles, sistemas de denuncia transparentes, colaboración con las autoridades; hemos debatido si la raíz está en el clericalismo (?) o en la homosexualización del clero, o en una combinación de ambas, en la cultura de opacidad de la jerarquía y otras cuestiones semejantes, y nos hemos gastado disputando sobre si el castigo debe ser la secularización o la excomunión o que sea el Estado el que se ocupe. Pero apenas he visto que se recuerde el castigo eterno, no he leído llamadas al arrepentimiento advirtiendo sobre nuestra responsabilidad en el tremendo juicio de Dios. Lo que debería ser lo primero para quien cree, apenas si puede leerse insinuado,  como de pasada, si acaso, sin énfasis alguno, como por fórmula.

A su vez, esta misma reacción ‘de tejas para abajo’, plana, de político obsesionado por los procesos y la ‘eficacia’ mundana, refleja un panorama mucho más amplio. Esa visión que pone sordina en lo sobrenatural, que descarta por omisión de qué va todo esto y qué vertiginoso destino nos estamos jugando en cada segundo, es una marca de la Iglesia institucional de hoy.

Hay una tangible falta de fe. Porque si alguien cree y vive como realidad lo que la Iglesia nos enseña sobre la salvación, el Juicio, el Cielo y el Infierno; si todo esto es cierto y se vive como cierto, ¿no sería natural hacer constante referencia a ello? ¿Cuántos años vamos a vivir en este Valle de Lágrimas? ¿Sesenta, setenta? ¿Cien? Eso es un suspiro, un parpadeo frente al destino inefable que Dios nos reserva y que será nuestro si lo aceptamos, o a la espantosa sima en la que nos hundiremos por siempre si lo rechazamos. Si creyéramos, esa sería la primera urgencia.

Carlos Esteban

La tesis de Socci no tiene fundamento: reseña de Il segreto de Benedetto XVI (Roberto De Mattei)



«La Santa Madre Iglesia afronta una crisis sin precedentes en la historia». Esta expresión del teólogo Serafino M. Lanzetta, que abre el último libro de Antonio Socci, Il segreto di Benedetto XVI. Perché è ancora papa (Milán 2018) (el secreto de Benedicto XVI; por qué sigue siendo papa), invita a la lectura a todo el que esté deseoso de entender la naturaleza de la crisis y las posibles vías para salir de ella.
Socci es un magnífico periodista que ha dedicado tres libros a la crisis de la Iglesia desde que es papa Francisco: Non è Francesco. La Chiesa nella grande tempesta (Milán 2014), La profezia finale (Milán 2016) y ahora Il segreto di Benedetto XVI.
El mejor de los tres es el segundo, sobre todo la parte, minuciosamente documentada, en que la somete a un riguroso escrutinio los actos y palabras más controvertidos del primer trienio de reinado del papa Francisco. En cambio, en su última obra, Socci desarrolla la tesis previamente propuesta en Non è Francesco, según la cual la elección de Jorge Mario Bergoglio es dudosa y tal vez inválida, y Benedicto XVI seguiría siendo papa por no haber renunciado del todo a su ministerio petrino. Su renuncia al pontificado habría sido  «relativa» según Socci, y habría tenido la intención de «seguir siendo papa aunque sea de un modo enigmático e inédito que no se nos ha explicado (al menos hasta una fecha futura determinada)» (pág. 82).
Aceptación universal y sin disputa del papa Francisco
Por lo que respecta a las dudas sobre la elección del cardenal Bergoglio, los numerosos indicios que expone Socci no son suficientemente probatorios de su tesis. Más allá de las sutilezas jurídicas, ninguno de los purpurados que participaron en el cónclave de 2014 ha puesto en duda la validez de las elecciones. toda la Iglesia ha acogido al papa Francisco y lo reconoce como legítimo pontífice, y según el derecho canónico, la universalis ecclesiae adhaesio sin disputa es señal y efecto infalible de una elección válida y un pontificado legítimo. La profesora Geraldina Boni, en un profundo estudio titulado Sopra una rinuncia. La decisione di papa Benedetto XVI e il diritto (Bolonia 2015), recuerda que las constituciones canónicas en vigor no consideran inválida una elección que sea fruto de negociaciones, acuerdos promesas u otros compromisos de cualquier índole, como puede ser la posible planificación de la elección del cardenal Bergoglio.
Todo lo que dice la profesora concuerda con lo señalado por John Salza y Robert Siscoe basándose en los teólogos y canonistas más autorizados: «Es doctrina común de la Iglesia que la aceptación universal y sin polémica de un pontífice es clara garantía de su legitimidad».
En cuanto al derecho de un papa a dimitir, no hay dudas que se sostengan. El nuevo Código de Derecho Canónico trata de la posibilidad de la renuncia de un papa en el Canon 332, nº 2, con estas palabras: «Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie». La abdicación de Benedicto XVI fue libre y se manifestó formalmente. Si él hubiese sido objeto de presiones, habría debido decirlo, o al menos habría debido darlo a entender. En sus Últimas conversaciones con Peter Seewald declara todo lo contrario, y reitera que su decisión fue plenamente libre y exenta de toda coacción.
Moralidad de la abdicación de Benedicto
El acto de Benedicto XVI, legítimo desde el punto de vista teológico y canónico, supone no obstante una solución de continuidad con la tradición y la costumbre de la Iglesia, y es por ello moralmente censurable. Es más, la renuncia de un pontífice es posible canónicamente propter necessitatem vel utilitatem Ecclesiae universalis, pero para que sea moralmente lícita es preciso que haya una causa justa. De lo contrario, aunque el acto es válido, sería deplorable moralmente y constituiría una culpa grave a los ojos de Dios. La razón alegada por el propio Benedicto XVI el 11 de febrero de 2013 de febrero de 2013 parece totalmente desproporcionada para la gravedad del gesto:
«En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado».
Socci conoce la doctrina canónica, y comenta: «Teniendo en cuenta que Benedicto XVI no expresa motivos excepcionales, y no pudiendo pensar que haya querido “incurrir en culpa grave”, hay dos casos posibles,excluida la coacción: o bien la suya no fue una verdadera renuncia al pontificado, o no explicó las causas excepcionales» (pp.101-102).
No se comprende cómo Socci pueda excluir a priori la posibilidad de una culpa grave de Benedicto XVI. Pues de eso mismo se trata, desgraciadamente. A los ojos del mundo se trató de una desacralización del ministerio petrino, que viene a considerarlo como si fuera el presidente de una empresa que puede dimitir por razones de edad y de debilidad física. El profesor Gian Enrico Rusconi ha señalado que Benedicto XVI «con su misma decisión de renunciar dice que no hay una protección especial del Espíritu Santo que pueda garantizar la  salud  mental y psicológica del Vicario de Cristo en la Tierra cuando sufre los achaques de la vejez o la enfermedad» (La Stampa, 12 de febrero de 2013). A lo largo de la historia, los papas fueron elegidos a una edad avanzada y sufrían con frecuencia padecimientos físicos antes los que la medicina de la época se veía impotente, muy al contrario de sus posibilidades actuales. Y sin embargo no renunciaban a cumplir su misión. El bienestar físico jamás ha sido un criterio para gobernar la Iglesia.
Contraste con otros ejemplos históricos
El anciano arzobispo de Goa, en la India, enfermo y afectado por numerosos achaques, había suplicado al Papa que lo librara de su carga. Pero Pío V le respondió que como buen soldado debía morir con las botas puestas, y para infundirle ánimo le recordó sus propios padecimientos con estas palabras:
«Nos compadecemos fraternalmente de que por ser anciano os sintáis achacado por tantas fatigas y en medio de múltiples peligros; mas recordad que las tribulaciones son el camino que habitualmente conduce al Cielo, y que no debemos abandonar el puesto que nos ha encomendado la Providencia. ¿Creéis por ventura que también Nos, en medio de tantas preocupaciones que conllevan gran responsabilidad, no nos cansamos a veces de la vida? Aun así, estamos determinados a no desembarazarnos del yugo y llevarlo valerosamente hasta que Dios nos llame. Abandonad toda esperanza de retiraros a una vida más sosegada…»
El 10 de septiembre de 1571, escasos días antes de la batalla de Lepanto, el propio papa San Pío V envió una conmovedora carta al Gran Maestre de los Caballeros de la Orden de Malta, Pietro de Monte, en la que para levantar el ánimo del anciano capitán, le dice: «No tengáis la menor duda de que mi cruz es más pesada que la vuestra, que me faltan ya las fuerzas y que son muchos los que tratan de hacerme caer. Ciertamente habría desfallecido y renunciado a mi dignidad (lo cual ya he pensado en más de una ocasión), de no haber preferido ponerme enteramente en manos del Maestro, que dijo: quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo».
La abdicación de Benedicto XVI no revela la renuncia a sí mismo expresada en las palabras de San Pío V, sino que manifiesta por el contrario el espíritu claudicante de los clérigos de nuestro tiempo. Es renunciar a desempeñar la más alta misión que pueda ejercer un hombre en este mundo: gobernar la Iglesia de Cristo. La abdicación de Benedicto XVI no manifiesta la renuncia a sí mismo expresada en las palabras de San Pío V; manifiesta en su lugar la actitud claudicante de los clérigos de nuestro tiempo. Es renunciar a cumplir la más alta misión que pueda cumplir un hombre en este mundo: gobernar la Iglesia de Cristo. Es la huida ante los lobos de quien en su primera homilía el 24 de 2005 había dicho: «Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos».
El discurso de despedida de Benedicto, cuestión polémica
Antonio Socci cita el último discurso oficial y público del pontificado de Benedicto XVI, el del 27 de febrero de 2013, en el cual afirma a propósito de su ministerio: «La seriedad de la decisión reside precisamente también en el hecho de que a partir de aquel momento me comprometía siempre y para siempre con el Señor. (..) El “siempre” es también un “para siempre”; ya no existe una vuelta a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto».
«Es una afirmación chocante –comenta Socci– porque si con ese acto Benedicto sólo renunció al ejercicio activo del ministerio, eso quiere decir que no tenía intención de renunciar al ministerio en sí (…) A la luz de su último discurso se entiende por qué Josef Ratzinger se ha quedado en el recinto de la sede petrina, sigue firmando como Benedicto XVI, se declara Papa emérito, conserva las insignias heráldicas pontificas y sigue vistiendo como papa» (pág.83).
Tomada al pie de la letra, tal como la entiende Socci, esta afirmación es teológicamente errónea. Cuando un papa es elegido recibe el cargo de la suprema jurisdicción y no un sacramento que imprima carácter. El pontificado no es un estado espiritual ni sacramental, sino un cargo, o sea, una institución. Por el contrario, según la eclesiología conciliar, la Iglesia es ante todo un sacramento y debe ser despojada de su dimensón institucional. Se olvida con ello que el Papa es igual a todos los obispos por su consagración episcopal, que es superior a todos los obispos en razón de su cargo oficio, que le garantiza plena jurisdicción sobre todos los obispos del mundo, tanto individualmente como en su conjunto. [Nota de CFN: En la conferencia del profesor De Mattei Tu es Petrus: la verdadera devoción a la cátedra de San Pedro encontrarán una explicación más detallada del tema.]
El profesor Violi y el arzobispo Gänswein agravan la confusión
Socci llega a invocar el discutible estudio del profesor Stefano Violi La rinuncia di Benedetto XVI: Tra storia, diritto e coscienza (Rivista Teologica di Lugano i n. 2/2013, pp. 203-214), que introduce la distinción entre el cargo al que habría renunciado Benedicto, y el munus petrino, que seguiría conservando. Las peregrinas tesis de Violi parecen haber inspirado al arzobispo Georg Gänswein, secretario de Benedicto XVI, que en el discurso pronunciado el 21 de mayo de 2016 en la Universidad Gregoriana afirmó:
«Desde febrero de 2013 el ministerio pontificio ya no es lo que era. Es y sigue siendo el cimiento de la Iglesia Católica; y sin embargo Benedicto XVI transformó de un modo radical e irrevocable durante su excepcional pontificado. (…) Desde la elección de su sucesor Francisco el 13 de marzo de 2013 no hay, por tanto, dos papas, sino un ministerio ampliado de facto, con un miembro activo y otro contemplativo. Por eso Benedicto XVI no ha renunciado tampoco a su nombre ni a la sotana blanca. Por eso el tratamiento correcto que todavía se le debe dar es Vuestra Santidad, y por eso tampoco se ha retirado a un monasterio y sigue residiendo en el Vaticano. Es como se hubiera hecho a un lado para hacer sitio a su sucesor e iniciar una nueva etapa en la historia del Papado (…).»
Benedicto, subraya Socci, habría renunciado al cargo jurídico, pero seguiría ejerciendo «la esencia eminentemente espiritual del munus petrino». Su renuncia transforma el ministerio pontificio en un pontificado de excepción, como lo ha denominado el propio monseñor Gänswein. «Benedicto no tenía intención de abandonar el pontificado ni ha revocado la aceptación del mismo que hizo en abril de 2005 (aun considerándola irrevocable). Luego, en toda lógica, sigue siendo papa» (pág. 121). «Objetivamente,hay un estado de excepción, o mejor dicho, como dijo monseñor Gänswein, un pontificado de excepción, que presupone una situación del todo excepcional en la historia de la Iglesia y del mundo» (149-159).
Entre las obras que refutan con más eficacia esta tentativa de redefinir el primado pontificio hay un minucioso trabajo del cardenal Walter Brandmüller titulado Renuntiatio Papae. Alcune riflessioni storico-canonistiche (Archivio Giuridico, 3-4 (2016), pp. 655- 674) La tradición y la costumbre de la Iglesia afirman claramente –declara el purpurado– que el Papa es uno y nada más que uno, inseparable en unidad y autoridad. «La sustancia del Papado está definida con tanta claridad en las Sagradas Escrituras y la auténtica Tradición que ningún pontífice puede redefinir su oficio (p.660). Si Benedicto XVI sostiene ser verdaderamente papa al mismo tiempo que Francisco, negaría con ello la Fe, según la cual hay un solo vicario de Cristo, y debería por tanto ser considerado hereje o sospechoso de herejía.
Por otra parte, si el verdadero papa fuera Benedicto y no Francisco, alguien debería señalarlo, y ningún obispo ni cardenal lo hecho en ningún momento. Las consecuencias serían devastadoras. ¿Qué pasaría a la muerte de Benedicto? ¿Habría que convocar un cónclave mientras Francisco sigue ocupando el solio pontificio? Y si Francisco es un antipapa, ¿quién elegiría al verdadero cuando se muriera, en vista de que los cardenales nombrados por él en tan gran cantidad deberían considerarse inválidos?
¿Es la abdicación de Benedicto una misión mística?
Para Socci, la decisión de Benedicto XVI es una decisión mística: «Asistimos a una verdadera llamada de Dios. La llamada a cumplir una misión» (pág. 144). ¿De qué misión se trata? «Benedicto no abandona a la grey en peligro. Está recluido rezando por la Iglesia y por el mundo, y su consuelo y enseñanzas iluminadoras llegan a través de mil arroyos» (pág. 163). La figura silenciosa de Benedicto constituiría una presencia en el recinto de la sede petrina que impediría cismas y divisiones, conteniendo el avance de la Revolución y garantizando la paz en el mundo. La misión mística de Benedicto XVI es, pues, una misión política que Socci describe con estas palabras enl a conclusión de su libro:
«En esto podemos ver la grandeza del plan de Benedicto: en un momento histórico de locura en que Occidente, cada vez más descristianizado, ha rechazado y agredido absurdamente a Rusia (esta Rusia por fin libre y reconvertida al cristianismo) y tratado de marginarla llevándola al aislamiento en Asia y a abrazar la China comunista, el diálogo que había emprendido el Papa con la Iglesia Ortodoxa rusa tenía por objetivo cumplir el sueño de Juan Pablo II: una Europa de pueblos unidos por sus raíces cristianas desde el Atlántico a los Urales (p. 199).
El misticismo que atribuye Socci a Benedicto parece una ocurrencia literaria de su fantasía, en cuyo libro no menciona el vivo debate teológico entre modernismo y antimodernismo, del mismo modo que pasa por alto el Concilio y sus dramáticas consecuencias. El Papado ha sido despojado de su dimensión institucional y personalizado. Juan Pablo II y Benedicto XVI encarnan el bien y Francisco es la expresión del mal. En realidad, el vínculo entre Francisco y sus predecesores es mucho más estrecho de lo que pueda imaginar Socci, aunque no sea más que por la imprudente abdicación de Benedictoque allanó el camino al cardenal Bergoglio. Las últimas fotografías de Benedicto XVI muestran a un hombre agotado, obligado por la Divina Providencia a presenciar la ruina que ha provocado. Jorge Mario Bergoglio, derrotado en el cónclave de 2005, venció en el de 2013, y Benedicto, vencedor del cónclave anterior, pasa a la historia como el gran derrotado.
Estimo a Antonio Socci por su sincera fe católica y su independencia de pensamiento. Comparto su severa evaluación del Papa Francisco. Pero la abdicación de Benedicto XVI, que para él significó optar por una misión, es para mí símbolo de una rendición de la Iglesia ante el mundo.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)
Roberto De Mattei

El colapso vergonzozo de Venezuela



Las noticias que llegan de Venezuela no podrían ser más espantosas. Esta rica nación latinoamericana se deshace ante los ojos impávidos del mundo, humillada y esclavizada por una pandilla asesina de marxistas que se apoderó de su gobierno hace dos décadas y que la conduce hacia los más escalofriantes extremos de miseria y de opresión.
En medio de su tragedia, los venezolanos acaban de recibir con perplejidad un mensaje del Papa Francisco, en el cual les pide“concordia y fraternidad”. «Que este tiempo de bendición le permita a Venezuela encontrar de nuevo la concordia y que todos los miembros de la sociedad trabajen fraternalmente por el desarrollo del País, ayudando a los sectores más débiles de la población», dijo el Papa en su Mensaje de Navidad, el pasado 25 de diciembre, desde el altar mayor de la Basílica de San Pedro, en Roma. (Cfr. ABC, Madrid, Enero 5 /2019).  
El caso de Venezuela es uno de los más dramáticos que haya conocido la historia de la humanidad, pues nunca antes una organización criminal había perpetrado un desfalco de las  dimensiones colosales que tiene el que se ha cometido contra esta nación. Dueña de las más grandes reservas de petróleo del mundo, cuando Hugo Chávez llegó al poder en 1999, Venezuela producía casi cuatro millones de barriles de petróleo por día, que en promedio se vendían a poco más de us $ 100 dólares el barril. Estos ingresos  suman la prodigiosa cantidad de us $150.000 millones de dólares por año, que alimentaron las arcas del Estado durante 20 años seguidos, generando al País una riqueza incalculable y unas posibilidades de bienestar imposibles de comparar con las de cualquier otra nación latinoamericana.
Cualquiera que sea el cálculo que se haga, la realidad es que esa suma fabulosa de dinero fue robada, despilfarrada y malgastada por la camarilla marxista corrupta que gobierna el País desde hace 20 años, transformando a esta riquísima nación en una de las más pobres del mundo en la actualidad. Tan descomunal cantidad de dinero hubiera hecho de Venezuela una nación más rica que Arabia Saudita, y sin embargo, gracias al latrocinio de sus gobernantes, hoy es más pobre que Haití.  
¿Cómo se pudo llegar a semejante catástrofe? Por la imposición del llamado socialismo del siglo XXI, que no es otra cosa que la implantación del marxismo, que extermina la propiedad privada, niega las libertades más elementales, y convierte a una nación entera en una cárcel opresora donde se mata, se tortura, se niegan todos los derechos humanos, y se conduce a la población hacia la miseria más abyecta. Pero, al mismo tiempo, sus gobernantes se han convertido en magnates millonarios, gracias al saqueo sistemático de los recursos del Estado.
Es necesario salvar a Venezuela
Mientras esto sucede, la mayor parte de los gobiernos del mundo han mirado hacia otro lado, con una complicidad inexplicable. Solo en estos primeros días del 2019, cuando el dictador Maduro se prepara para asumir un nuevo e ilegítimo mandato presidencial que debe comenzar el próximo 10 de enero, los presidentes de Colombia y de Brasil, Iván Duque y Javier Bolsonaro, y algunos cancilleres latinoamericanos reunidos en torno al llamado Grupo de Lima, han invocado la solidaridad mundial para impedir semejante despropósito.
A Venezuela hay que reconquistarla con la mayor urgencia, con la ayuda de todas las naciones del mundo libre. Desde hace mucho tiempo debió acabarse la actitud de tolerancia y complicidad con estos sátrapas modernos, que se han apoderado de una nación que no merece los abusos e injusticias que padece.
El mundo actual tiene múltiples sistemas de presión, de intimidación, e inclusive de fuerza, si es necesario, para derrocar a Maduro y a todos sus secuaces, y llevarlos ante un tribunal de justicia internacional para que sean juzgados por todos sus crímenes, sus robos, sus injusticias, y sus  escandalosas violaciones de los derechos humanos.  ¡Y esta respuesta de la comunidad internacional no permite ninguna espera! Debería ser aplicada en forma inmediata, sin dilaciones, para evitar en Venezuela una tragedia humanitaria aún más espantosa de la que ya existe.
Casi tres millones de personas han huido del opresor régimen chavista. Más de un millón de ellos  han sido acogidos en Colombia y el resto está disperso por las naciones vecinas. Si no se toman medidas inmediatas, esa diáspora se podrá duplicar o triplicar durante este año 2019, lo cual será de gran alivio para Maduro. Pues, en su absoluta incapacidad para resolver los problemas del País, los millones de venezolanos que emigran dejarán de ser una carga para el Estado socialista, que teóricamente les proporciona todo. Entonces, la obligación de atender a esta población enorme se traslada a las naciones vecinas, que han acogido a los migrantes con espíritu de caridad cristiana, al verlos llegar en condiciones de absoluta miseria.
En medio de esta inmensa tragedia, nos preguntamos si el Papa Francisco nos pide orar a la Providencia por la continuidad de Nicolás Maduro en el poder, o por el contrario, esas oraciones deben estar orientadas a la solución verdadera del problema, que consiste en sacarlo de allí a como dé lugar y cuanto antes.
Al conocer su saludo de Navidad, pareciera que el Papa prefiere ignorar la gigantesca miseria que generó el chavismo, con todos sus abusos de poder, y que ha llevado a Venezuela al abismo donde hoy se encuentra. Pues, solicitar “concordia y reconciliación” hacia Venezuela en estos momentos, parece más un gesto de amistad con los sátrapas, que un acto de caridad con los millones de víctimas de Maduro.
Los miles de millones de dólares saqueados por los ladrones chavistas, deberían ser recuperados en forma sumaria e implacable, y devueltos a su legítimo dueño que es el Estado venezolano. Y con ese dinero, que está depositado en las arcas de los más importantes bancos del mundo, perfectamente se puede comenzar la reconstrucción de esa nación, pues analistas serios consideran que su monto es mayor a us $400.000 millones de dólares. Son el fruto de la insaciable cleptomanía marxista, que no reconoce valor moral alguno, y para la cual las oraciones de la gente buena siempre serán inútiles. 

ACTUALIDAD GLORIA TV 12 al 15 de ENERO 2018

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Selección por José Martí