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domingo, 18 de marzo de 2018

LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES




El concilio Vaticano II fue clausurado en el año 1966 y fue un gran evento seguido de enorme expectación por parte del Pueblo Cristiano. Algunos incluso, llevados de su entusiasmo, pusieron tanta ilusión en el Concilio que llegaron a dividir la Historia de la Iglesia en tres grandes partes: Muerte de Jesucristo en la Cruz, Concilio Vaticano II y Parusía o Segundo Advenimiento. Aunque es lo cierto que pronto pasaron a un segundo plano la primera y la tercera partes, las cuales fueron definitivamente olvidadas hasta quedar solamente el Concilio como único elemento importante.

Como era de esperar, del Concilio surgieron multitud de instituciones a cual de ellas más prometedora. Según los expertos, componían en conjunto una brillante constelación de luceros que iban a alumbrar el cielo de la que iba a ser, sin duda alguna, la Primavera de la Iglesia.

Una de esas instituciones fueron las Conferencias Episcopales, propias de cada Nación. La gran masa del Pueblo Cristiano no llegó nunca a comprender muy bien el papel y la utilidad de dichas Conferencias, aunque todo el mundo suponía, a falta de otra cosa, que al menos servirían para reforzar el papel y la influencia de los Obispos, siquiera por aquello de que la unión hace la fuerza.

Por lo que hace a España (lugar sobre el que vamos a centrar esta disertación), fue pasando el tiempo y los fieles no veían actividad alguna ni consecuencias prácticas, derivadas de la Conferencia Episcopal que fueran de provecho para la Iglesia ni para nadie. Se fueron implantando paulatinamente en España las leyes descristianizadoras ante la pasividad de la Conferencia Episcopal, con respecto a las cuales no dijo nipío. Llegó, por ejemplo, el año 1981 y fue legitimado definitivamente el divorcio en España. La Conferencia Episcopal Española (en adelante CEE), no solamente nada tuvo que decir, sino que corrieron rumores de que incluso había impulsado la imposición de tal ley. Personalmente no tengo constancia de tal cosa, pero el caso es que el asunto fue denunciado por el Obispo Guerra Campos en un libro documentado que pronto fue retirado y que desapareció por completo (yo logré conservar un ejemplar). La aventura le costó a Guerra Campos quedar definitivamente desterrado en Cuenca, donde permaneció hasta su muerte.

Ante la ley del silencio, que parecía haber sido adoptada como norma por la CEE, se fue generalizando entre la gente la idea de que ya se conocía, por fin, el objetivo que perseguía y para qué servía la CEE, a saber, absolutamente para nada. Es decir, como la RAE y como el Senado en España. Después veremos que la Voz Común, como siempre, estaba enteramente equivocada en sus apreciaciones (pero no en lo de la RAE ni en lo del Senado, en lo cual había acertado plenamente).

El Laicado culto (relativamente abundante) y el Clero culto (relativamente escaso) pronto se dieron cuenta de que las Conferencias Episcopales eran fruto del Concilio al fin y al cabo. Y era imposible que un Proyecto como el Concilio Vaticano II (el Designio más inteligente y más minuciosamente preparado en toda la Historia de la Iglesia) hubiera sido configurado sin más objeto que el de dar lugar a instituciones inanes y fútiles. Y así es como se supo que todas las obras surgidas de un Proyecto tal inteligente y sutil como el Concilio obedecían a un propósito bien determinado. O mejor dicho a dos propósitos, uno más aparente y otro más ambiguo o difícil de descubrir pero que en el fondo era el más importante.

Con el paso de los años ha quedado claro que, gracias a las Conferencias Episcopales, la autoridad de los Obispos ha quedado enteramente menoscabada. Durante siglos, cada Obispo era Padre y Maestro en su Diócesis, con una autoridad respetada que nadie discutía, solamente sometida por lo demás a la del Santo Padre.

Sin embargo, actualmente un Obispo nada puede disponer en su Diócesis sin el consenso de la correspondiente Conferencia. La institución divina del Gobierno Monárquico en la Iglesia (el Papa en la Iglesia Universal y cada Obispo en su Diócesis), es un Monarquismo ciertamente sui generis, pero que ha sido el único establecido por Jesucristo y que ha sido por fin destruido y hecho desaparecer. Instituciones como las del Papa Emérito son una estafa al Pueblo cristiano.

Lo cual no es aún lo más grave. Pues las Conferencias Episcopales por lo general, por no decir siempre, están gobernadas por Camarillas, Grupos de Poder que siempre ostentan ideologías contrarias a la Fe cristiana. Cuya política actual con respecto a las Conferencias es la de reducir al silencio a los Obispos. Ante la actitud de Apostasía General que ha adoptado el pueblo, los Pastores dejan que siga su camino al precipicio.

De ahí que la CEE, en cumplimiento de las nuevas normas, tampoco se limita a obedecer la ley del silencio. Más bien ha adoptado el lema de conformarse a lo políticamente correcto. Por eso desde la Transición viene adaptándose en todo a las normas de los Gobiernos de turno y más especialmente a las emanadas del Partido del PP. Pasará a ser un misterio de la Historia el porqué del acatamiento silencioso de la CEE a los engaños del PP a los españoles, llevados a cabo durante tantos años en cuestiones demasiado graves que atañen incluso a la moral. E igual política con respecto a las disposiciones que vienen del Gobierno del Vaticano, aunque ya sé que algunos hablarán en este caso de obediencia debida a la Iglesia. Lo que no deja de ser una hipocresía, pues todo el mundo sabe que no todo lo que procede de las Altas esferas vaticanistas es conforme a la Fe de la Iglesia, lo cual se confirma sobre todo después de conocer la clase de gente que se encuentra al frente de tales Organismos. Para más información sobre este tema puede consultarse al Cardenal Zen.

Incluso el Portavoz de la CEE, en una declaración hecha pública hace pocos días, ha establecido como norma legal y moral de referencia a la que ajustarse, la Constitución Española. Lo que se traduce en que ya no se trata del Evangelio, ni del Magisterio de la Iglesia ni de cosa semejante. Ahora ya saben los católicos españoles donde se encuentra la norma por la que regir su vida moral: la Constitución Española, un Documento en el que nadie cree ni al que nadie obedece.

Otro ejemplo claro lo tenemos en España bien recientemente. Hace tiempo que la Izquierda española (único Gobierno que hoy manda en España) está altamente deseosa de acabar con el Valle de los Caídos y con todo lo que suponga memoria de Franco. Se trata, según se dice, de dar cumplimiento a la Ley de la Memoria Histórica, una inmensa falsificación y tergiversación de la verdad histórica con la que la Izquierda pretende dar cauce a su rencor y su deseo de venganza. Cualquiera que posea una honrada conciencia y amor de la verdad, sabe que quienes firmaron esa Ley, junto a todos sus seguidores, cometieron una grave infamia contra Dios, contra la Verdad, contra España y contra los miles de mártires conducidos a las fosas por el Frente Popular comunista.

La CEE, como era de esperar, se ha sumado una vez más a lo políticamente correcto, y ha dado por fin su consentimiento al comienzo del desmantelamiento del Valle de los Caídos. La CEE no tiene autoridad alguna sobre la Comunidad de monjes del Valle de los Caídos (son de Derecho Pontificio y Exentos). Pero sí la tiene el Vaticano, y es de creer que ahí se encuentre la raíz, vía CEE, de que el Prior de la Comunidad haya cedido al fin para que se proceda a la operación de no dejar a los muertos en paz.

Claro que de ser esto cierto, el asunto supondría otra grave injerencia del Vaticano en la Política Española. Lo cual llevaría consigo, por principios y exigencias de la justicia, una respuesta contundente del Gobierno español. El problema radica en que para responder por principios hace falta poseer principios, y ahí está la dificultad.

Y como cualquiera puede suponer, el seguimiento de lo políticamente correcto lleva consigo la necesidad de dar de lado a la memoria. Por eso la CEE ha olvidado fácilmente que fue Franco quien salvó a la Iglesia Española. Un montón de Obispos, miles de sacerdotes, religiosos y monjas además de millares de seglares fueron asesinados. Iglesias y monasterios devastados, obras de arte sinnúmero destruidas o vendidas al extranjero. Y todo ello obra de quienes, incapaces ahora de reconocer su derrota, tratan mediante la mentira y la infamia de vengarse de sus vencedores y de quienes restablecieron la Justicia.

Yo tenía solamente cuatro años de edad. Pero aún tengo grabada firmemente en mi mente una terrible imagen, cual es la de unos milicianos apuntando con sus fusiles a mí familia y a mí con ánimo de dispararnos. Recuerdo perfectamente la voz de desprecio de uno de ellos:

—¡No sé cómo no os pego un tiro a todos ahora mismo!

Solamente en mi pueblo (quince mil habitantes entonces) fueron asesinados tres sacerdotes, además de un montón de seglares. A estos últimos se les dio el paseo por el único pecado de que asistían a Misa los domingos.

Igualmente parece que la CEE ha olvidado que fueron el Nuncio Dadaglio y el Cardenal Tarancón quienes, siguiendo instrucciones del Vaticano y todavía en vida de Franco, acabaron con la entonces floreciente Iglesia Esspañola mediante el truco de los Obispos Auxiliares. Todos ellos progresistas y marxistoides y especialmente elegidos.

El problema de todo esto es que siempre estará ahí lo que dicen las palabras de la Biblia: De Dios no se ríe nadie, decía el Apóstol San Pablo (Ga 6:7). Y aún resuenan, a través de los siglos, las palabras que Dios pronunció, a través del Profeta Isaías sobre los malos Pastores:

Mis guardianes son ciegos todos, no entienden nada. Todos son perros mudos que no pueden ladrar. Soñolientos se acuestan, pues son amigos de dormir (Is 56:10)

Padre Alfonso Gálvez