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miércoles, 21 de julio de 2021

Editorial Rorate Caeli: Los obispos deben dispensar inmediatamente a sacerdotes y fieles de los horrores de Traditionis custodes

 ADELANTE LA FE

Aprobado por un doctor en derecho canónico

En Rorate Caeli apreciamos los edificantes y generosos consejos paternales y pastorales que nos brindan muchos prelados, en particular del ámbito de habla inglesa y francesa, que han respondido al horror de Tradicionis custodes. Expresamos nuestra más sincera gratitud a los buenos pastores como ellos que nos leen.

Cuando la ira y la tristeza tratan de abrirse paso en nuestro corazón y hacernos perder la calma, el actuar correcto y valeroso de esos pastores calma las aguas e impide que el enemigo gane territorio.

Son acciones escasas y aisladas. Necesitamos más cuanto antes.
Rogamos a todos los prelados de buena voluntad y todos los pastores que aman y cuidan de su grey, por el bien espiritual de todos los fieles, clero y laicos que desde hace años se benefician del inmenso tesoro espiritual y teológico del Misal Romano de 1962 que nos dispensen de las draconianas medidas dispuestas en Traditionis custodes.
La institución canónica de la dispensa cuenta con una sólida tradición en la historia del derecho canónico, y vigente actualmente en el canon 87 §1 del Código de 1983 [1]. Con relación al concepto de dispensa, Hans-Jurgen Guth ha escrito en los últimos años tratados sobre el derecho que concede la legislación a los obispos para objetar las decisiones del Sumo Pontífice, derecho conocido como ius remonstrandi o supplicatio [2].

Dado que el derecho a la Misa Tradicional está firmemente establecido en la tradición canónica por no haber sido jamás abrogado, los obispos pueden –y deben– ejercer inmediatamente el ius remonstrandi para impugnar semejante extralimitación.

Todos los grupos de fieles de la Misa Tradicional manifiestan los saludables frutos espirituales mencionados en Mt.7,16: familias que se quieren y llevan bien, asisten sin falta a Misa y reciben con frecuencia los sacramentos, la Penitencia y la Sagrada Comunión; seminaristas dedicados a la oración, el estudio y el servicio a la Iglesia; sacerdotes entregados a la cura de almas y religiosos consagrados plenamente en devoción sincera al Cordero de Dios.

Dicen que la Iglesia nunca actúa con precipitación. Pero no se puede decir lo mismo de la promulgación original del Novus Ordo (o de la prohibición de la Misa Tradicional) ni de la brusca promulgación de Traditionis custodes. Es preciso impugnarla con la misma celeridad.

Creemos que hay muchos prelados que sienten necesidad de un guía, esperan que uno de sus hermanos en el episcopado tome la iniciativa y dispense plenamente a los sacerdotes y los fieles de la observancia de Traditionis custodes para que su grey pueda proseguir tranquila el camino a la salvación sin que la molesten.

Os rogamos e imploramos que hoy mismo ejerzáis ese derecho.

[1]Can. 87 §1. El obispo diocesano, siempre que, a su juicio, ello redunde en bien espiritual de los fieles, puede dispensar a éstos de las leyes disciplinares, tanto universales como particulares, promulgadas para su territorio o para sus súbditos por la autoridad suprema de la Iglesia; pero no de las leyes procesales o penales, ni de aquellas cuya dispensa se reserva a la Sede Apostólica o a otra autoridad.

[2]Guth, Hans-Jurgen. “Ius Remonstrandi: A Bishop’s Right in Law to Protest”. Revue de droit canonique 2002, Volume 52, Number 1, pp. 153-65.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

Elementos básicos para la sanación de la Iglesia después de Traditionis Custodes ( Por Gabriel Calvo Zarraute | 21 julio, 2021)

 INFOVATICANA


Introducción

Donde no hay teología y santidad se suple con ideología y demagogia que, inevitablemente, desembocan en el abandono de la noción clásica de autoridad[1], basada en la filosofía del ser y el derecho natural, para degenerar en la justificación del despotismo absolutista, ahora totalitarismo, propio del Estado moderno: «La autoridad, no la verdad, hace la ley»[2], escribía Hobbes. Así, es preciso resaltar los caminos que se han de recorrer por fuerza, con la finalidad de que se produzca la curación de la Iglesia de la herejía modernista, lo que conducirá a un renacimiento espiritual sólido, fecundo y duradero, capaz de ser la alternativa a la degradada civilización occidental que ha optado por su desaparición por vía de suicidio[3].

No se debe olvidar que, por grave que sea la situación actual, la Iglesia, como «Cuerpo Místico de Cristo»[4], posee en sí misma los anticuerpos necesarios y precisos para volver a ser resplandeciente en la verdad y belleza, atributos de Dios[5], que conforman su verdadero culto saturado de trascendencia. La Iglesia no es una obra humana, inmanente, sino que nace del Corazón traspasado de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, en él mora, se alimenta y de Él recibe todo su ser. Este origen y conexión sobrenatural que la une al Esposo divino son los fundamentos de la esperanza cierta que anima a todo verdadero hijo suyo, e impiden que el dolor y la tristeza, por profundos y justificados que sean, se transformen en desánimo y pesimismo.

Necesidad de volver a la definición tradicional de verdad

Es necesario convencerse de que la ruina y destrucción de la Iglesia, particularmente desde 1965 aunque para analizar sus orígenes habría que remontarse a los inicios del siglo XX, no atañen solo a la fe, al campo de lo sobrenatural, sino que, atacan primariamente a la esfera natural de la razón. Bien lo diagnosticó el insigne Cornelio Fabro: «La crisis actual de la teología, y reflejamente de la Iglesia posconciliar, es de naturaleza metafísica»[6]. Puesto que, según Santo Tomás, creer es lo propio del intelecto[7], está claro que toda perturbación sustancial que afecte a este, inevitablemente, repercutirá también en la fe.

El fin propio de la inteligencia, en el que descansa, es la verdad, que Santo Tomás define magistralmente como «adaequatio rei ad intellectum»[8]: adecuación del entendimiento con la realidad. De este hacerse una misma cosa la inteligencia con lo real derivan, para el juicio humano, sus leyes inmutables: el principio de no contradicción, el de causalidad y el de finalidad. La dinámica del conocimiento que Santo Tomás puso claramente de manifiesto se origina y fundamenta en la apertura de la realidad extramental, en la apertura al ente.[9] Se podrían realizar numerosas consideraciones de naturaleza filosófica tocantes a este texto[10]; sin embargo, lo que a nosotros nos concierne en esta hora es, sencillamente, ratificar, frente a toda la confusión del pensamiento moderno, que el conocimiento se origina, como sostenía Aristóteles, del asombro al constatar que algo existe, no de la duda cartesiana de la memoria[11]. El conocimiento es apertura al ser y a sus leyes, que la inteligencia halla fuera de sí, no producción y posición de estos. La inteligencia está abierta al ente por naturaleza, y es relativa a él, del mismo modo que le sucede a la vista con los colores.

El descarrío del pensamiento moderno se explica, en último análisis, por la solución errónea que se da al problema de la relación que media entre el ser y el pensamiento, es decir, al problema de quien fundamenta a quien. De si es el primero el que fundamenta al segundo, o sea el pensamiento quien obedece y se conforma con la realidad o de si, como pretende el idealismo, sucede lo contrario[12].

Es cuanto puso en evidencia San Pío X, con gran profundidad teórica, en sus intervenciones contra el modernismo[13]. El mal radical que aqueja al individuo, y por extensión a la sociedad civil y a la sociedad eclesial se cifra en el individualismo, subjetivismo y sentimentalismo característicos de la Modernidad, como afirma Juan Fernando Segovia siguiendo la tesis de Zigmunt Bauman: «La tolerancia absoluta de todo y para todo, es el valor dominante. Lo único que no se tolera en tiempos posmodernos son las convicciones firmes, las que no se sujetan a consenso, pues la época liquida, no tolera lo sólido y lo vomita»[14].

Consecuentemente, la inteligencia renuncia a su poder de conocer las cosas como son en sí mismas, independientemente del espíritu que las piensa. Se priva del trampolín de la realidad, por ello se confiesa incapaz de elevarse hasta el Principio de la realidad, pero al exiliarse de la realidad, la inteligencia se repliega automáticamente sobre sí misma. No existiría para ella sino lo que en ella se manifiesta, no ya las cosas mismas, sino las ideas que se hace de las cosas. Así no está ya sujeta a lo real, ni al Principio de la realidad. La inteligencia no depende ya más que de sí misma, de su facultad de producir ideas, entidades infinitamente maleables, que están ya sometidas a su poder creador. Se trata del voluntarismo nominalista de Ockam: el mundo es lo que yo pienso del mundo[15].

Si no se reconoce el primer acto de la inteligencia en su apertura a lo real, si la inteligencia no acepta que la realidad constituya la norma de su actividad, entonces, se pone en discusión que la verdad es la conformidad del pensamiento con lo real[16]. El modernismo al divorciarse de lo real y del principio de la realidad sostiene que no puede seguir habiendo una sola verdad eterna y necesaria en el campo de la fe ni en el de la vida social y política[17]. Así, formas y categorías son producciones del pensamiento sobre las que este se enseñorea y de las cuales puede liberarse cuando lo desee. Continua el profesor Segovia: «Si la ética es la ciencia del bien y el bien es el fin al que tiende todo hombre, lo que apetece todo ser, no habiendo fin humano y no habiendo sujeto de actividad finalista, no hay ética. Y si no hay norma moral, no hay norma jurídica ni norma política. Esta es la inicial confusión que nos lleva a la idea del hombre en la posmodernidad»[18].

Urge más que nunca poseer ideas claras sobre lo que Hegel denomina el «comienzo» del pensamiento, sin tal claridad de fondo resulta imposible construir nada estable, nada perdurable, inmutable[19]. En aras del bien de la Iglesia y de la salvaguarda del orden natural, se debe remachar con fuerza y de todas las maneras posibles este punto tan esencial, adoptando la postura que sea obligada contra los desde hace más de cincuenta años minan impunemente el dogma, la verdad y la moral precisamente en su raíz, y ponen en ello las bases para la realización del proyecto satánico: «seréis como dioses, conocedores del bien y del mal»[20]. Julio Alvear profundiza: «Es a partir de la conciencia subjetiva del hombre que la Modernidad reivindica el derecho a pensar y creer lo que se quiera, lo que tiene siempre, directa o indirectamente, su punto de partida en la libertad moral autónoma e independiente»[21].

La herejía modernista parte del subjetivismo y vuelve a él destronando a Dios y sus dogmas inmutables poniendo al hombre en su lugar[22]. Puesto que la conciencia humana carece de toda conexión con cualquier cosa que la sobrepase, no podrá alcanzar a Dios sino en sí misma. Aceptar la revolución del pensamiento moderno significa, en el ámbito teológico, minar en su base la posibilidad de comprender la doctrina católica «eodem sensu eademque sententia», una obligación insoslayable para todo católico.

Lo cierto es que hay que volver a la definición tradicional de la verdad como «adecuación del entendimiento con la realidad», la conformidad del juicio con el ser extramental y sus leyes inmutables. Los dogmas suponen esta definición. No es una decisión arbitraria, sino por su misma naturaleza, por lo que nuestra inteligencia se adhiere al valor ontológico y a la necesidad absoluta de los primeros principios como leyes de la realidad. Solo así se podrá mantener la definición tradicional de la verdad que los dogmas presuponen. Esta razón, fuerte y humilde al mismo tiempo, es, con todas las consecuencias que se derivan de ella, «conditio sine qua non» para poder edificar sobre la roca de la eternidad, de la estabilidad, no sobre la arena de la temporalidad, del devenir, y no hay enemigo peor que quien lo niega o intenta disimularlo. He aquí el primer punto de partida irrenunciable para una verdadera reforma de la Iglesia.
Necesidad de volver al fundamento de la fe católica

La esencia del acto de fe estriba en la adhesión de la inteligencia a las verdades reveladas por Dios en virtud de Aquel que revela, de ahí que no se crea porque el contenido de la fe sea evidente, ni porque esté en consonancia con las aspiraciones y exigencias propias y del tiempo concreto, como postula el historicismo[23]. La razón formal de la fe es que Dios revela algo, un contenido intelectual, y que, a Él, que no puede engañarse ni engañarnos, se le debe el homenaje del intelecto. Las verdades fundamentales de la fe están por encima de la razón, aunque el mismo ejercicio de la razón colabora a su mejor conocimiento[24]. A este respecto escribe Eduardo Vadillo: «La objetividad de la fe hace referencia necesaria al realismo cognoscitivo: el hombre es capaz de conocer la verdad y expresarla. Si se niega el aspecto cognoscitivo de la fe, en realidad se sitúa la relación con Dios como algo ajeno al conocimiento»[25].

La revelación divina es transmitida e interpretada con nitidez por el Magisterio infalible de la Iglesia, al cual debemos asentir humilde y filialmente, tanto si se expresa en la forma ordinaria como si lo hace en la extraordinaria, siempre en continuidad con la Tradición, que, por definición, no puede ser dinámica, arbitraria, contradictoria[26]. Es imposible que la Iglesia se haya podido equivocar al enseñar una verdad y celebrar un venerable rito litúrgico durante siglos (en realidad, durante más de mil años, desde San Gregorio Magno[27]). O lo que equivale a lo mismo, al condenar un error y rechazar una liturgia protestantizada también durante siglos, como hizo con el sínodo jansenista de Pistoya en 1786[28]. Debido a este origen divino, la fe goza de una certeza que no alcanza a tener el conocimiento humano más evidente, una certeza que se debe, insistimos, a Aquel que se revela, no a la evidencia intrínseca de lo que revela. Y a causa, asimismo, de este origen divino, quien niegue un solo artículo de fe socava los fundamentos de la propia fe, como explica claramente Santo Tomás: «Quien no se adhiere a la enseñanza de la Iglesia como a regla infalible y divina (…) carece del hábito de la fe, pues acepta las verdades por motivos distintos de la fe. Está claro que quien se adhiere a la enseñanza de la Iglesia como a una regla infalible acepta todo lo que la Iglesia enseña. En caso contrario, si de cuanto enseña la Iglesia acepta o no acepta lo que quiere, no se adhiere a la enseñanza de la Iglesia como a una regla infalible, sino que sigue su voluntad»[29].

No cabe duda de que, respecto a la naturaleza estable de la verdad y de Aquel que revela, nadie, sea quien sea, puede arrogarse jamás en la Iglesia, la autoridad de enseñar algo distinto u opuesto a cuanto la Iglesia recibió de Nuestro Señor Jesucristo y ha transmitido a lo largo de los siglos[30]. San Vicente de Lerins respondía así a los que pudieran temer, ante tamaña afirmación, que no se diera jamás progreso dogmático alguno en la Iglesia: «Más se objetará: ¿no se dará, según eso, progreso alguno de la religión en la Iglesia de Cristo? […], pero para que tal, sea verdadero progreso de la fe, no una alteración de la misma, a saber: es propio del progreso que cada cosa se amplifique en sí misma, y propio de la alteración es que algo pase de ser una cosa a ser otra»[31].

El segundo punto de partida para resolver la crisis actual es devolver a la Iglesia su fecundidad apostólica desembarazándose de todas las posiciones que introducen una mutación respecto de las enseñanzas del Magisterio constante, ordinario o extraordinario[32]. El dogma ha conocido un gran desarrollo en la Iglesia, pero eso se ha debido a las potencialidades que le son intrínsecas, pues las circunstancias externas, como la amenaza de las herejías, nunca pasan de ser meros factores ocasionales[33]. Tal desarrollo ha consistido, en una penetración en la verdad revelada y acogida, extrayendo de ella, con ayuda de la razón rectamente entendida, todas las consecuencias lógicas. En cambio, lo que está sucediendo hoy, -piénsese, en la cuestión de la libertad religiosa confundida con el irenismo, el relativismo o el sincretismo- constituye un cambio originado por la acogida de la mayor parte de los católicos, incluida la jerarquía, de los principios axiales del pensamiento moderno[34]. En el caso en cuestión, el principio de la libertad irrestricta de conciencia, los pontífices lo condenaron repetidamente desde que surgió en el siglo XVIII con la Ilustración y prosiguió en el XIX con el liberalismo[35].

Frente a ello es menester volver a meditar, palabra por palabra, la doctrina que San Vicente de Lerins expresó con extraordinaria actualidad: «Por otra parte, si comienzan a mezclarse las cosas nuevas con las antiguas, las extrañas con las domésticas, las profanas con las sagradas, forzosamente se deslizará esta costumbre, cundiendo por todas partes, y al poco tiempo nada quedará intacto en la Iglesia, nada inviolado, nada íntegro, nada inmaculado, sino que al santuario de la verdad casta e incorrupta sucederá el lupanar de los errores torpes e impíos. La Iglesia de Cristo, en cambio, custodio solícito y diligente de los dogmas a ella encomendados, nada altera jamás en ellos, nada les quita, nada les añade, no amputa lo necesario, ni aglomera lo superfluo, no pierde lo suyo, ni usurpa lo ajeno. La Iglesia Católica en todo tiempo con los decretos de sus concilios, provocada por las novedades de los herejes, esto y nada más que esto: lo que había recibido de los antepasados en otro tiempo por sola tradición, lo transmite más tarde a los venideros también en documentos escritos, condensando en pocas letras una gran cantidad de cosas, y a veces, para mayor claridad de percepción, sellando con la propiedad de un nuevo vocablo el sentido no nuevo de la fe»[36].

Conclusión: abandonar el antropocentrismo moderno por el teocentrismo tradicional

Hay que reconocer que la solución de todos los problemas que afligen a la Iglesia y al mundo posmoderno se encuentra exclusivamente en la fidelidad incondicionada a cuanto la Iglesia nos ha transmitido sin alteraciones hasta hoy. Es decir, la recuperación de la Iglesia histórica, o, dicho de otro modo, de la Tradición como fidelidad a lo transmitido en la historia[37]. Solo así, con un acto de humilde y confiado abandono en Dios, desafiando todos los cálculos humanos, previsiones sociológicas y posibilismos políticos, será posible no solo la restauración, sino, además, la verdadera reforma de la Iglesia que lleve consigo toda esa vivacidad y dinamismo que sin duda necesita ahora más que nunca. No se tema repetir todo cuanto la Iglesia ha enseñado siempre, no importa que dichos principios les parezcan ayunos de sentido común a las cada vez más deformadas mentalidades modernas[38]. Es menester ser fieles a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santa Iglesia, no al mundo moderno-posmoderno y sus expectativas[39]. La única obra verdadera de caridad que le podemos hacer a esta humanidad extraviada es la de ser fieles a la Tradición Católica, la de volver a enseñar sin miedo todo lo que se nos ha transmitido[40], apoyándose exclusivamente en la asistencia divina.

Antaño profetizaba Isaías: «Ay de aquellos que van a buscar socorro en Egipto, poniendo la esperanza en sus caballos, y confiando en sus muchos carros de guerra, y en su caballería, por ser muy fuerte, y no han puesto su confianza en el Santo de Israel, ni han recurrido al Señor. Pero he aquí lo que me ha dicho el Señor: de la manera que ruge el león sobre su presa, y por más que vaya contra él una cuadrilla de pastores no se acobarda a sus gritos, ni se aterrará por muchos que sean los que le acometan, así descenderá el Señor de los ejércitos para combatir sobre el monte Sión y sobre sus collados. Como un ave que revolotea en torno a su nido, del mismo modo amparará a Jerusalén el Señor de los ejércitos, la protegerá y la librará, pasando de un lado a otro, y la salvará»[41].

Sólo con el coraje de la fidelidad a lo que el mundo reputa como estulticia, ignorancia y fanatismo, pero que, por el contrario, resulta ser «fuerza y sabiduría de Dios»[42], será como se instaure el Reinado Social del Corazón de Jesús y no los sucedáneos que vienen resultando un fracaso estrepitoso y sin paliativos[43]. Frente a las terribles amenazas y las desoladoras realidades que tenemos a la vista en una Iglesia y un mundo cada vez en mayor estado de disolución, no hay más que un camino por recorrer: fe, más fe. «No temas, ten fe»[44]. Este acto de fe intrépida es lo único que podrá hacer resurgir a la Iglesia más bella y esplendente después de la terrible prueba final de la que nos habla el Catecismo de la Iglesia Católica[45] y que cada día se hace más palpable.

[1] Cf. Ana Isabel Clemente, La auctoritas romana, Dykinson, Madrid 2013, 43.

[2] Thomas Hobbes, Leviatán, Gredos, Madrid 2014, 93.

[3] Cf. Douglas Murray, La extraña muerte de Europa. Identidad, inmigración, islam, Edaf, Madrid 2019, 337; César Vidal, Un mundo que cambia. Patriotismo frente a la agenda globalista, TLM Editorial, Tenessee 2020, 216

[4] Cf. Pío XII, Mystici corporis, n. 11, 1943.

[5] Santo Tomás, Compendio de teología, lib. 2, cap. 9.

[6] Cornelio Fabro, La aventura de la teología progresista, EUNSA, Pamplona 1976, 317.

[7] Cf. S. Th., II-II, q. 2, a. 2.

[8] I Sent, d. XIX, q. 5, a. 1.

[9] De Ver, q. 1, a. 1.

[10] Cf. Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, PPU, Barcelona 1987, 256; Roger Verneaux, Epistemología general, Herder, Barcelona 2005, 119.

[11] Cf. Frederick Copleston, Historia de la filosofía, Ariel, Barcelona 2011, vol. I, t. I, 250.

[12] Cf. Santiago Cantera Montenegro, La crisis de Occidente. orígenes, actualidad y futuro, Sekotia, Madrid 2020, 183.

[13] Tanto en el campo filosófico y teológico con la encíclica Pascendi (1907) y el decreto Lamentabili (1907), como en el político con Notre charge apostolique (1910). Pues del mismo modo que el naturalismo en teología es el modernismo, el liberalismo no es más que el modernismo en política.

[14] Juan Fernando Segovia, «La ética posmoderna de los derechos humanos», en Verbo, n. 593-594, 226.

[15] Cf. Étienne Gilson, La filosofía de la Edad Media. Desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV, Gredos, Madrid 2017, 616-622.

[16] Cf. Antonio Millán-Puelles, Fundamentos de filosofía, Rialp, Madrid 468.

[17] Dominique Bourmaud, Cien años de modernismo. Genealogía del concilio Vaticano II, Ediciones Fundación San Pío X, Buenos Aires 2006, 318.

[18] Juan Fernando Segovia, «La ética posmoderna de los derechos humanos», en Verbo, n. 593-594, 219.

[19] Cf. Antonio Truyol y Serra, Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado, Alianza, Madrid 2005, vol. 3, 142.

[20] Gn 3, 5.

[21] Julio Alvear, La libertad moderna de conciencia y de religión. El problema de su fundamento, Marcial Pons, Madrid 2013, 27.

[22] Cf. Reginald Garrigou-Lagrange, Las formulas dogmáticas. Su naturaleza y su valor, Herder, Barcelona 1965, 7; Ramón García de Haro, Historia teológica del modernismo, EUNSA, Pamplona 1982, 201; cf. Santiago Casas (Ed.), El modernismo a la vuelta de un siglo, EUNSA, Pamplona 2008, 311.

[23] Cf. Jesús García López, Escritos de antropología filosófica, EUNSA, Pamplona 2006, 56.

[24] Cf. Dom Columba Marmión, Jesucristo vida del alma, Editorial litúrgica, Barcelona 1960, 149.

[25] Eduardo Vadillo, Breve síntesis académica de teología, Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2009, 166.

[26] Cf. Reginald Garrigou-Lagrange, El sentido común, la filosofía del ser y las fórmulas dogmáticas, Palabra, Madrid 1980, 369 y ss.

[27] Cf. Klaus Gamber, La reforma de la liturgia romana, Ediciones renovación, Madrid 1996, 22.

[28] Cf. Hubert Jedin, Manual de Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona 1978, vol. VI, 759.

[29] S. Th, II-II, q. 5, a. 3.

[30] Cf. Isidro Gomá, Jesucristo Redentor, Casulleras, Barcelona 1944, 614.

[31] San Vicente de Lerins, Conmonitorio, cap. 23, 1-2.

[32] Cf. Rodrigo Menéndez Piñar, El obsequio religioso. El asentimiento al Magisterio no definitivo, Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2020, 25.

[33] Cf. Francisco Marín-Sola, La evolución homogénea del dogma católico, BAC, Madrid 1952, 291.

[34] Cf. Victorino Rodríguez, Temas-clave de humanismo cristiano, Speiro, Madrid 1984, 129.

[35] Cf. Guillermo Devillers, Política cristiana, Estudios, Madrid 2014, 239.

[36] San Vicente de Lerins, Conmonitorio, cap. 32, 15-16.19.

[37] Cf. Juan Cruz, Filosofía de la Historia, EUNSA, Pamplona 2002, 93-94.

[38] Cf. Gabriele Kuby, La revolución sexual global. La destrucción e la libertad en nombre de la libertad, Didaskalos, Madrid 2017, 44.

[39] Cf. Douglas Murray, La masa enfurecida. Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura, Península, Barcelona 2019, 341.

[40] «Os he transmitido lo que recibí» (1ª Cor 11, 23).

[41] Is 31, 1. 4-5.

[42] Cf. 1ª Cor, 1, 24.

[43] Cf. Jean Ousset, Para que Él reine. Catolicismo y política por un orden social cristiano, Speiro, Madrid 1972, 17.

[44] Mc 5, 36.

[45] CEC 675-677.

Comunicado oficial de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro en relación a la aparición de Traditionis Custodes

 SECRETUM MEUM MIHI

La Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, la cual por estos días cumple 33 años de fundada, ha emitido hoy el siguiente comunicado en referencia a la publicación de Traditionis Custodes que abrogó el motu proprio Summorum Pontificum. Traducción de Secretum Meum Mihi (con adaptaciones).



Comunicado oficial de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro tras la publicación del Motu Proprio Traditionis Custodes

Friburgo, 20 de julio de 2021

La Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, cuyo objetivo es la santificación de los sacerdotes mediante la fiel observancia de las tradiciones litúrgicas anteriores a la reforma implementada después del Concilio Vaticano II (cf. Constituciones n. 8), ha recibido con sorpresa el Motu Proprio Traditionis Custodes del Papa Francisco

Fundada y aprobada canónicamente según el Motu Proprio Ecclesia Dei Adflicta del Papa San Juan Pablo II del 2 de julio de 1988, la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro siempre ha profesado su adhesión a todo el Magisterio de la Iglesia y su fidelidad al Romano Pontífice y a los sucesores de los Apóstoles, ejerciendo su ministerio bajo la responsabilidad de los obispos diocesanos. Refiriéndose en sus Constituciones a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, la Fraternidad siempre ha buscado estar de acuerdo con lo que el Papa Emérito Benedicto XVI llamó en 2005: “la hermenéutica de la reforma en la continuidad de la Iglesia” (Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2005).

Hoy, por tanto, la Fraternidad de San Pedro está profundamente entristecida por las razones dadas para limitar el uso del Misal del Papa San Juan XXIII, que está en el centro de su carisma. La Fraternidad no se reconoce de ninguna manera en las críticas hechas. Es sorprendente que no se mencione los muchos frutos visibles en los apostolados ligados al misal de San Juan XXIII y la alegría de los fieles por poder beneficiarse de esta forma litúrgica. Muchas personas han descubierto o regresado a la Fe gracias a esta liturgia. ¿Cómo no advertir, además, que las comunidades de fieles ligados a ella son a menudo jóvenes y florecientes, y que de ella han surgido muchas casas cristianas, sacerdotes o vocaciones religiosas?

En el contexto actual, queremos reafirmar nuestra fidelidad inquebrantable al sucesor de Pedro por un lado, y por el otro, nuestro deseo de permanecer fieles a nuestras Constituciones y carisma, continuando sirviendo a los fieles como lo hemos hecho desde nuestra fundación. Esperamos poder contar con la comprensión de los obispos, cuya autoridad siempre hemos respetado y con quienes siempre hemos colaborado lealmente.

Confiados en la intercesión de Nuestra Señora y de nuestro Patrón San Pedro, esperamos vivir esta prueba en fe y fidelidad.

NOTICIAS VARIAS 20 DE JULIO DE 2021



LA GACETA


GERMINANS GERMINABIT


El sombrero y la cabeza ( Juan Manuel de Prada)

Selección  por José Martí

Las tradiciones del Papa Francisco, la avalancha de Traditionis Custodes

 SPECOLA

La sabiduría de los romanos reside en que han visto pasar por sus calles de todo lo imaginable y están curados de espanto. En Roma se aprende a ver la historia con una perspectiva que no existe en otros lugares del mundo, es una ciudad viva que convive con su historia milenaria de la que no puede escapar. En cualquier rincón de la ciudad nos encontramos restos grandiosos de su pasado, que nos recuerda que somos mortales, ciudadanos pasajeros de algo que nos supera y no nos pertenece. Un pecado muy típico de estos tiempos aciagos es que nos creemos el centro de la historia y la cumbre la todas las sabidurías y ciencias. Tendemos a pensar que nuestros ancestros eran una especie de simios salvajes e incultos de los que es mejor olvidar lo que hemos recibido. Por si este desvarío fuera poco, no contentos con creernos con el derecho a rehacer la memoria del pasado para justificar nuestras locuras, pensamos que nuestros nuevos órdenes son tan maravillosos e insuperables que estarán con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Es normal que los políticos cambien de pensamiento a casa paso que dan, sus estrategias se llenan de mentiras, de promesas fallidas, de pan y circo para distraer a los sufridos ciudadanos a los que se ordeña para mantener el tinglado del que viven. Lo que ya no es tan normal es que esto lo traslademos a la iglesia. El contenido de la traditiones custodes pretende anular la normativa de Benedicto XVI. Si las cosas que atañen a la fe pueden ser cambiadas por los hombres, aquí estamos de más. No tiene ningún sentido seguir caudillos mortales y falibles. La fe católica nos invita a seguir a Jesucristo, el de verdad, el que acampa entre nosotros, muere y resucita, y que además sigue presente entre nosotros en la Eucaristía, si prescindimos de esto estamos fuera de lugar. Por qué hemos de obedecer lo de hoy y no lo de ayer, cuando lo de hoy será de ayer pasado mañana. Si lo que pretende el Papa Francisco es sembrar más confusión hemos de reconocer que es un maestro, si lo que busca es la unidad, los resultados son los contrarios.

Para Roberto de Mattei, que de historia reciente de la iglesia sabe el que más y no digamos de los entresijos del Vaticano, el segundo, el concilio, nos dice que: «La intención del Motu proprio Traditionis custodes del Papa Francisco, del 16 de julio de 2021, es reprimir cualquier expresión de fidelidad a la liturgia tradicional, pero el resultado será encender una guerra que inevitablemente terminará con el triunfo de la Tradición de la Iglesia.»

«Cuando, el 3 de abril de 1969, Pablo VI promulgó el Novus Ordo Missae (NOM), su idea básica era que, dentro de unos años, la Misa tradicional sería solo un recuerdo». «Pablo VI en nombre de un «humanismo integral», preveía la desaparición de todos los legados de la Iglesia «constantiniana». Y el antiguo Rito Romano, que San Pío V había restaurado en 1570, después de la devastación litúrgica protestante, parecía destinado a desaparecer».

«Hoy los seminarios están desprovistos de vocaciones y las parroquias están vacías, a veces abandonadas por sacerdotes que anuncian su matrimonio y su regreso a la vida civil. Por el contrario, los lugares donde se celebra la liturgia tradicional y se predica la fe y la moral de todos los tiempos están llenos de fieles y son viveros de vocaciones.»

Ante este movimiento de renacimiento cultural y espiritual, el Papa Francisco reaccionó instruyendo a la Congregación para la Doctrina de la Fe a enviar a los obispos un cuestionario sobre la aplicación del Motu proprio de Benedicto XVI. La investigación fue sociológica, pero las conclusiones que sacó Francisco de ella son ideológicas». «La revocación del libre ejercicio del sacerdote individual para celebrar según los libros litúrgicos antes de la reforma de Pablo VI es un acto manifiestamente ilegítimo, el Summorum Pontificum de Benedicto XVI reiteró que el rito tradicional nunca ha sido abrogado y que todo sacerdote tiene pleno derecho a celebrarlo en cualquier parte del mundo. Traditionis custodes interpreta ese derecho como un privilegio que, como tal, es retirado por el Legislador Supremo». «Benedicto XVI nunca «concedió» nada, sino que solo reconoció el derecho a utilizar el Misal de 1962, «nunca derogado», y a disfrutarlo espiritualmente». «Si la violencia es el uso ilegítimo de la fuerza, el Motu proprio del Papa Francisco es un acto objetivamente violento porque es autoritario y abusivo».


Specola

Los obispos responden con respetuosa resistencia a Traditionis custodes (Carlos Esteban)

 INFOVATICANA


Su Santidad no puede estar muy satisfecho con la respuesta generalizada a su sorpresivo motu proprio Traditionis custodes. No me refiero a la reacción dolorida y a veces airada de los adeptos a la Misa Tradicional, sino a la fría acogida de una mayoría de los obispos.

El impacto de Summorum pontificum y su liberalización de la llamada Forma Extraordinaria fue, hay que reconocer, más bien marginal en el mundo católico salvo en tres países: Inglaterra, Francia y Estados Unidos. En ellos proliferaron las parroquias que ofrecen misas en el viejo rito, con un éxito creciente, sobre todo en el sector de la población que menos esperaba y al que nunca se refiere Francisco: los jóvenes.

Y es precisamente en estos países donde los obispos, en quienes ahora se deposita la facultad exclusiva de seguir permitiendo o prohibir el rito que tanto molesta a los renovadores, parecen haber optado por la cautela y la permisividad, manteniendo en la mayoría de los casos las cosas como están. Es significativo que las grandes excepciones de las que hemos informado aquí, la del obispo portorriqueño de Mayagüez, y la de la Conferencia Episcopal de Costa Rica, se refieren a lugares que no contaba con Misas Tradicionales, o en las que eran muy marginales.

No es que los obispos se hayan vuelto tradicionalistas de repente, lejos de ello. Siguen siendo los mismos vendedores de conversiones ecológicas y escuchas atentas, tan LGTB-friendly como se quiera. Es, sencillamente, que el Summorum pontificum trajo la paz litúrgica a sus diócesis y no ven razón alguna para reiniciar una guerra sin sentido. No comparten, en fin, la visión del Santo Padre sobre la peligrosidad inminente de los tradicionalistas, y prefieren la fiesta en paz.

Los franceses han dado una respuesta conjunta, llena de sutileza y buenas palabras pero inequívoca en su mensaje de fondo: Gracias, no, gracias. Estamos bien como estamos, y los ‘tradis’ representan en nuestras diócesis el elemento más vivo, con más potencial de crecimiento: no les vamos a empujar a las catacumbas.

En Estados Unidos e Inglaterra ha sido más individual, obispo por obispo, una nutrida parte de ellos anunciando de inmediato a sus fieles que, por ahora, las cosas van a seguir como hasta la fecha, con las Misas previstas. Ese “por ahora” hace temer a muchos, pero es improbable que a corto y medio plazo muchos quieran iniciar una guerra de ritos.

Algunos han sido sucintos, con meros anuncios de continuidad para tranquilizar a su rebaño. Pero otros, como el arzobispo de San Francisco Salvatore Cordileone que, haciendo honor a su apellido (corazón de león, en italiano), se ha explayado un tanto en su aviso. “La Misa es un milagro en cualquier forma: Cristo viene a nosotros, en la carne bajo la apariencia de Pan y Vino. La unidad en Cristo es lo que importa. Por tanto, la Misa Tradicional seguirá estando aquí en la Archidiócesis de San Francisco a disposición de los fieles en respuesta a sus legítimas necesidades y deseos”.

Por lo demás, las diócesis más refractarias al viejo rito tienen poco que reprimir: pese a la presunta libertad de Summorum pontificum, un obispo dispone de mil maneras para disuadir a sus sacerdotes de que oficien en la Forma Extraordinaria, de modo que en sus territorios apenas existían tales misas.

Todo esto parece indicar que el Santo Padre ha gastado un montón de pólvora en falso, llamando la atención sobre una obsesión personal que no destaca por su capacidad de diálogo o misericordia, y no ha logrado, en principio, su propósito: los obispos más deseosos de reprimir la Misa Tradicional no tienen Misas Tradicionales en sus diócesis, y los que sí la tienen, por ‘renovador’ que sea su estilo, no están por la labor de ‘hacer lío’.

En cuanto al miedo a las represalias o el deseo de promoción, parecen haberse difuminado. Quizá estén molestos con el lenguaje innecesariamente duro del motu proprio, o calculen que es mejor correr el riesgo de frustrar las intenciones del Santo Padre que quedarse sin fieles, o esperan que, al ser tantos, Francisco no pueda con todos.

Pero también haya otra posibilidad, de la que hablaremos en otra ocasión.

Carlos Esteban