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domingo, 18 de junio de 2023

¿Pecado o fragilidad? La revolución lingüística en la Iglesia



Toda revolución trae consigo también una revolución lingüística porque suprimir una determinada realidad para sustituirla por otra nueva implica, paralelamente, suprimir todos aquellos términos que definen la realidad presente para dar paso a un nuevo vocabulario capaz de describir el nuevo mundo que, por definición, siempre es mejor que el anterior. Incluso las revoluciones en la casa católica que invierten la fe y la moral no escapan a esta regla léxica. Algunos ejemplos.

Tomemos primero la palabra "pecado" que ha sufrido un severo ostracismo en favor del término "fragilidad". "Pecado", término ahora en el banquillo, evoca un complejo doctrinal de principios, así como una ofensa a Dios, por lo tanto se refiere a un plan trascendente, una voluntariedad expresada por la persona y por lo tanto su responsabilidad. Se sigue que, en el imaginario colectivo, asociado al “pecado” tenemos conceptos como mandamiento, error, injusticia, culpa, reparación, castigo. La "fragilidad" baja la temperatura moral respecto al concepto de "pecado". De hecho, este lema se refiere más al ser –. “Él es una persona frágil” – que a la acción, a la conducta. Pero la moral se refiere sobre todo a la acción y, por tanto, a las reglas de conducta. De ello se deduce que la fragilidad es capaz de liberarse de los cuellos de botella de la moralidad.

Y entonces la fragilidad, siempre en la conciencia colectiva y desde una perspectiva psicológica, puede ser inherente a la persona, por tanto inevitable y por tanto sin culpa. Además -y ahora en cambio nos movemos desde un punto de vista teológico- este término parece evocar, en el sentido protestante, esa condición de debilidad intrínseca e irrecuperable de nuestra naturaleza humana herida por el pecado original. Pero incluso en este caso, la fragilidad no se puede suprimir, no se puede erradicar. Por lo tanto, no puede suscitar ninguna condena y, por el contrario, se mueve inmediatamente hacia su justificación y, por tanto, hacia la solidaridad.

Huelga decir entonces que el concepto de fragilidad excluye a Dios del horizonte , porque la fragilidad no ofende a nadie, y menos al Creador, que entrará en juego, si acaso, para sanar a los frágiles en la confesión, un lugar que se ha convertido sólo en un enfermería y no también un tribunal para admitir la culpabilidad. La fragilidad, en cambio, elimina este aspecto y presenta al pecador sólo como una persona herida sin su culpa. Por tanto, es necesario asesinar el pecado en la legítima defensa de una vida tranquila.

Otro término que se ha retirado es "doctrina".En su lugar encontramos "pastoral". Ya no existe un complejo de normas y principios de fe y moral que guían al creyente en la práctica, que deben ser declinados por los pastores en la acción evangelizadora. Esta relación jerárquica en la que la doctrina está arriba y la pastoral abajo se ha invertido, de hecho, para ser más correctos, podríamos decir que la pastoral coincide con la doctrina. Es lo contingente, lo particular que revela la norma igualmente contingente y particular. No hay lugar para la doctrina en esta idea de Iglesia, sino sólo para un pesado manual de experiencias. Las reglas universales ya no existen: la casuística dicta la ley. Las únicas reglas universales son principios muy generales, buenos para todas las épocas, que con jactancia se deducen de un espíritu del Evangelio deliberadamente inespecífico: apertura a los demás, especialmente a los más pequeños, mejor si son pobres; El diálogo; no discriminación, inclusión; respeto por el medio ambiente; solidaridad; etc.

Detengámonos en el sustantivo "entorno" que envió "creado" al ático. Señal, una vez más, de que el brazo horizontal de la cruz, horizontal como la tierra, debe vencer al vertical, que indica el Cielo. Por tanto debe prevalecer una visión inmanentista y no trascendente porque el medio ambiente no necesita de Dios para existir, mientras que la creación sí. Cabe añadir que el entorno, dentro de un ambiente religioso, pronto se convirtió en el culto, aunque disfrazado, de Gea, diosa de la Tierra. Se revoluciona la jerarquía del orden natural querido por Dios y así la persona se vuelve sólo un animal humano, pero siempre es un animal, que se subordina, para conquistar el Cielo, para honrar la Tierra, es decir, las plantas, los animales y hasta los glaciares. .

Hasta la palabra “justicia” ha caído en el olvido, que ha sido descartado del vocabulario católico a favor del término "misericordia". O más bien, el término "justicia" todavía encuentra su dignidad solo si se declina como "justicia social", es decir, solo si se gasta en referencia a los pobres, los marginados, los enfermos, los inmigrantes, etc. Pero cuando despeguemos hacia el Cielo, la justicia quedará en el suelo y en el más allá sólo nos encontraremos frente a frente con una misericordia divina que, según las intenciones de algunos teólogos, es tan generosa que no parece a nadie ni a nada, ni siquiera a los pecados. Y por eso, después de la confianza ciega en Dios, ahora también debemos predicar la misericordia ciega, ciega ante los méritos y los deméritos. En cuanto a estos últimos, reinará el poder del perdón que, después de tantas e insistentes operaciones de cirugía plástica teológica,

Incluso la palabra “jerarquía” ha sido blanqueada porque lo nuevo que avanza se llama sínodo (que no es tan nuevo). Caminar juntos sin rumbo, persiguiendo tenazmente el caminar juntos como único fin, es el sínodo, el órgano de gobierno sin precedentes de la Iglesia que, idealmente desprovisto de jerarquía, produce una marcha de los fieles inevitablemente sin un orden particular. El caso alemán es paradigmático en este sentido. En realidad todo es una ficción deliberada: históricamente los que siempre han hablado de colegialidad, de democracia, de compartir, lo hacían porque les servía instrumentalmente a su autoritarismo. Tras el escudo de la sinodalidad se esconden los cuatro de siempre que no quieren ceder el poder. La masa se maneja fácilmente, sobre todo si en la dinámica sinodal sólo participan los que piensan como los de la sala de control: el consenso se construye ingeniosamente y, por lo tanto, fortalece la fuerza de unos pocos. Si entonces el pueblo de Dios no se orienta como quieren los controladores, señor, bastará no escucharlo. Este proceso que ve la sinodalidad utilizada subrepticiamente para consolidar el poder es la antítesis del principio jerárquico, tal como se entiende en el sentido católico. Tanto porque la jerarquía no prevé la aniquilación de los poderes intermedios en favor del poder de uno solo, como porque la jerarquía católica significa servicio, y porque la jerarquía de los eclesiásticos está siempre subordinada a la jerarquía celestial y por tanto a la verdad. Este proceso que ve la sinodalidad utilizada subrepticiamente para consolidar el poder es la antítesis del principio jerárquico, tal como se entiende en el sentido católico. Tanto porque la jerarquía no prevé la aniquilación de los poderes intermedios en favor del poder de uno solo, como porque la jerarquía católica significa servicio, y porque la jerarquía de los eclesiásticos está siempre subordinada a la jerarquía celestial y por tanto a la verdad.  

Un último par de lemas, entre los infinitivos que se pueden mencionar: fe y duda. La fe fue descartada porque en el Catecismo de la Iglesia Católica se puede leer la siguiente "blasfemia": "la fe es cierta, más cierto que todo conocimiento humano, porque se funda en la misma Palabra de Dios, que no puede mentir» (n. 157. Nótense las cursivas, que no son nuestras). Hoy, en cambio, la fe se enseña en la duda: no las respuestas sino las preguntas, no los signos de exclamación sino las preguntas, no la luz sino las tinieblas. Dios no se ha revelado a sí mismo, pero sólo podemos verlo a través del ojo de la cerradura de nuestra conciencia muy personal e incluso se mueve en una habitación inmersa en la oscuridad. La verdad aparece rígida, no maleable, tan incómoda porque no es ergonómica para las almas delicadas de los contemporáneos tan inclinados al compromiso. He aquí pues el diálogo por sí mismo, la celebración de la crisis de fe, la doctrina líquida, gaseosa más aún, la prioridad de los procesos sobre el resultado, del camino sobre la meta, de la investigación sobre los resultados. La única liturgia permitida es la que celebra lo ambiguo, ¿y nos sorprende la bendición eclesial de la homosexualidad? – en detrimento de lo unívoco, que ensalza el problema y no la solución, lo relativo y no lo absoluto, como absolutos morales. Esta es la única certeza a cultivar: que ya no tienes certezas.

Tomás Escandroglio

viernes, 23 de diciembre de 2022

Cardenal Sarah sobre Traditionis Custodes: “Reina en la Iglesia un profundo malestar y un verdadero sufrimiento en torno a la liturgia”



Valeurs Actuelles, Dic-22-2022, presenta una entrevista con el cardenal Robert Sarah, prefecto emérito del Dicasterio para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos. Traducción de Secretum Meum Mihi de una de las respuestas en la que específicamente se le pregunta sobre el motu proprio Traditionis Custodes.

El motu proprio Traditionis Custodes ha suscitado mucha incomprensión y desánimo entre los católicos ligados al rito tradicional: ¿qué le dice a los sacerdotes que celebran en latín y que están abatidos por la hostilidad que sufren? ¿Cómo explicar la discrepancia entre el éxito de esta liturgia, especialmente entre los jóvenes, y la desconfianza que suscita en una parte de la Iglesia?


La liturgia no es una cuestión secundaria, ella expresa y forma nuestra manera de entrar en relación con Dios. La liturgia no es una vaga opción facultativa sino una fuente fundamental del alma cristiana. Es el reconocimiento, la veneración y la celebración de los misterios cristianos y de la acción divina. Las formas de culto dan forma a nuestra cultura cristiana. En efecto, en la liturgia, todos nuestros gestos y todas nuestras palabras han sido purificados y cincelados por siglos de experiencia cristiana. La liturgia obedece a esquemas codificados, heredados de mil generaciones.

Toda alma busca a Dios, su grandeza, su majestad y su hermosura.

Pero debemos tener el coraje y la lucidez de constatar que la liturgia católica hoy está enferma. El mismo Papa Francisco lo subrayó. ¿Por qué tantos jóvenes están fascinados por la liturgia antigua? Seamos honestos. Sería demasiado fácil decretar conscientemente que todos ellos tienen una necesidad psicológica equivocada de identidad. ¿No deberíamos admitir que muchas celebraciones los decepcionan? ¿Que no encuentran allí aquello de lo que su alma está profundamente sedienta? Muchas liturgias desacralizadas los dejan hambrientos.

Toda alma busca a Dios, su grandeza, su majestad y su hermosura. Pero uno sólo puede acercarse a Dios con estupor, respeto religioso y temblor filial. Necesitamos signos sagrados para ir a él. Nuestro cuerpo necesita arrodillarse para que nuestra alma se deje abrazar por Dios. Necesitamos alejarnos de la cotidianidad profana para que Dios nos tome de la mano y nos conduzca a Su sagrado corazón. A veces se cree que la liturgia debería hacerse más accesible mediante el uso de música profana, de actitudes artificialmente relajadas, mediante la supresión de las separaciones sagradas y la nivelación arquitectónica de las iglesias. Es una ilusión trágica. Todas estas opciones nos alejan de Dios en lugar de acercarnos.

Ya que me pregunta por el motu proprio Traditionis custodes, quiero ser explícito. Reina en la Iglesia un profundo malestar y un verdadero sufrimiento en torno a la liturgia. Esto prueba que la reforma deseada por el Vaticano II no está completa. Todavía no ha encontrado su punto de equilibrio.

Benedicto XVI, fiel lector del Concilio Vaticano II, nos enseñó de forma definitiva que la liturgia antigua y la liturgia nueva no eran contradictorias ni opuestas, que debían pensarse en continuidad orgánica. Esta es una enseñanza que ahora está establecida. El Papa Francisco, por su parte, nos recordó que estas dos liturgias no deben desarrollarse una al lado de la otra como dos mundos extraños entre sí. También enseñó con fuerza que el Concilio Vaticano II debe guiar e iluminar la práctica de estas dos liturgias. Sin embargo, muy a menudo, las liturgias parroquiales no son fieles al concilio. Por ejemplo, ¿está el canto gregoriano en primer lugar como él lo exige?

De ahora en adelante, para los próximos años, será tarea de los obispos y papas sacar las consecuencias prácticas. Es cierto que la práctica litúrgica actual debe evolucionar. Debe integrar los mejores elementos de lo antiguo a la luz del concilio. La celebración orientada ad Deum o hacia la Cruz, el amplio uso del latín, el uso del antiguo ofertorio o las oraciones dichas “al pie del altar”, el lugar importante que se da al silencio son para mí elementos que harían posible lograr —¡por fin!— la paz litúrgica y realizar la reforma que verdaderamente quería el Vaticano II y que aún no hemos logrado.

viernes, 9 de diciembre de 2022

No podemos volver al ritual que el Concilio reformó (según el Papa Francisco)



44:16 MINUTOS



El Papa Francisco redobla las restricciones de la misa en latín en una nueva carta
“No veo cómo es posible decir que se reconoce la validez del Concilio [Vaticano II] – aunque me asombra que un católico pueda presumir de hacerlo – y al mismo tiempo no aceptar la reforma litúrgica nacida de Sacrosanctum Concilium', escribió el Papa Francisco.
Hoy nos acompaña el Sr José Antonio Ureta para hablar del tema

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Añado a continuación algunos puntos de la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia, tomados de la página web del Vaticano.

PROEMIO

1. Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la Liturgia.

Formación de profesores de Liturgia

15. Los profesores que se elijan para enseñar la asignatura de sagrada Liturgia en los seminarios, casas de estudios de los religiosos y facultades teológicas, deben formarse a conciencia para su misión en institutos destinados especialmente a ello.

Sólo la Jerarquía puede introducir cambios en la Liturgia

22. §1. La reglamentación de la sagrada Liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo.

§ 2. En virtud del poder concedido por el derecho la reglamentación de las cuestiones litúrgicas corresponde también, dentro de los límites establecidos, a las competentes asambleas territoriales de Obispos de distintas clases, legítimamente constituidos.

§3. Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.

Conservar la tradición y apertura al legítimo progreso

23. Para conservar la sana tradición y abrir, con todo, el camino a un progreso legítimo, debe preceder siempre una concienzuda investigación teológica, histórica y pastoral, acerca de cada una de las partes que se han de revisar. Téngase en cuenta, además, no sólo las leyes generales de la estructura y mentalidad litúrgicas, sino también la experiencia adquirida con la reforma litúrgica y con los indultos concedidos en diversos lugares. Por último, no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes. En cuanto sea posible evítense las diferencias notables de ritos entre territorios contiguos.

Lengua litúrgica

36. § 1. Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.
§ 2. Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, enlas lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que acerca de esta materia se establecen para cada caso en los capítulos siguientes.
§ 3. Supuesto el cumplimiento de estas normas, será de incumbencia de la competente autoridad eclesiástica territorial, de la que se habla en el artículo 22, 2, determinar si ha de usarse la lengua vernácula y en qué extensión; si hiciera falta se consultará a los Obispos de las regiones limítrofes de la misma lengua. Estas decisiones tienen que ser aceptadas, es decir, confirmadas por la Sede Apostólica.
§ 4. La traducción del texto latino a la lengua vernácula, que ha de usarse en la Liturgia, debe ser aprobada por la competente autoridad eclesiástica territorial antes mencionada.

Lengua vernácula y latín

54. En las Misas celebradas con asistencia del pueblo puede darse el lugar debido a la lengua vernácula, principalmente en las lecturas y en la «oración común» y, según las circunstancias del lugar, también en las partes que corresponden al pueblo, a tenor del artículo 36 de esta Constitución.

Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde.

Si en algún sitio parece oportuno el uso más amplio de la lengua vernácula, cúmplase lo prescrito en el artículo 40 de esta Constitución.

Comunión bajo ambas especies

55. Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, la cual consiste en que los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciban del mismo sacrificio el Cuerpo del Señor. Manteniendo firmes los principios dogmáticos declarados por el Concilio de Trento, la comunión bajo ambas especies puede concederse en los casos que la Sede Apostólica determine, tanto a los clérigos y religiosos como a los laicos, a juicio de los Obispos, como, por ejemplo, a los ordenados, en la Misa de su sagrada ordenación; a los profesos, en la Misa de su profesión religiosa; a los neófitos, en la Misa que sigue al bautismo.

Unción de enfermos

73. La «extremaunción», que también, y mejor, puede llamarse «unción de enfermos», no es sólo el Sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez.

Uso del latín o de la lengua vernácula

101. §1. De acuerdo con la tradición secular del rito latino, en el Oficio divino se ha de conservar para los clérigos la lengua latina. Sin embargo, para aquellos clérigos a quienes el uso del latín significa un grave obstáculo en el rezo digno del Oficio, el ordinario puede conceder en cada caso particular el uso de una traducción vernácula según la norma del artículo 36.

 § 2. El superior competente puede conceder a las monjas y también a los miembros, varones no clérigos o mujeres, de los Institutos de estado de perfección, el uso de la lengua vernácula en el Oficio divino, aun para la recitación coral, con tal que la versión esté aprobada.

 § 3. Cualquier clérigo que, obligado al Oficio divino, lo celebra en lengua vernácula con un grupo de fieles o con aquellos a quienes se refiere el § 2, satisface su obligación siempre que la traducción esté aprobada.

Canto gregoriano y canto polifónico

116. La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas.

Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica a tenor del artículo 30

Roma, en San Pedro, 4 de diciembre de 1963.

Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica 

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Obispo Schneider a InfoVaticana sobre el camino sinodal alemán: «Debemos pedirle al Papa que se pronuncie por la salvación de las almas»



Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astaná (Kazajistán), habla en esta entrevista con InfoVaticana sobre dos temas de máxima actualidad.

Por un lado, la visita del Santo Padre a Kazajistán, para visitar a los católicos del país y participar en el Congreso mundial de líderes religiosos. Además, en esta entrevista Monseñor Schneider, opina sobre la grave crisis que atraviesa la Iglesia en Alemania.

P- ¿Cómo recibe la Iglesia de Kazajistán esta visita del Papa?

R-La Iglesia de Kazajistán recibe con alegría la visita del papa. Porque somos un rebaño pequeño, menos del 1% de la población de Kazajistán. La mayoría son musulmanes y hay también una fuerte presencia rusos ortodoxos, cristianos. Así que estamos en la periferia y el papa es para nosotros el sucesor de Pedro y el vicario de Cristo, el signo visible de la unidad de la iglesia. Y por eso los católicos se animan cuando el papa viene a su país. La gente pobre siente un profundo respeto hacia el cargo del papa.

P- ¿En qué situación se encuentra actualmente la Iglesia católica en el país?

R-La Iglesia católica es minoritaria y vive entre la mayoría de la población musulmana local y con una fuerte presencia de rusos ortodoxos, que viven aquí ya desde hace algunos siglos, desde la época de los zares y luego la época comunista. Pero vivimos en paz con nuestros hermanos, los rusos ortodoxos y también con nuestros conciudadanos, el pueblo musulmán. El gobierno está promoviendo una política de paz y armonía entre los diferentes grupos étnicos y los diferentes grupos religiosos y esto nos ayuda a tener respeto mutuo. Así que tenemos reuniones frecuentes con diferentes representantes de las religiones. No hacemos nada de sincretismo, sino que simplemente nos reunimos y hablamos de cuestiones sociales de su vida social, de cómo mejorarla y de conocernos mutuamente.

Y estamos en la Iglesia católica de Kazajistán, la herencia de los mártires y confesores durante los tiempos comunistas. Así que tenemos este privilegio de ser los herederos de esta iglesia mártir clandestina durante los tiempos comunistas. Y esto es también una tarea para nosotros, una obligación de continuar con esta herencia, con la seriedad de la fe católica, especialmente con el amor y la reverencia por la Santa Eucaristía. Por eso, en todo Kazajistán la Eucaristía se recibe de forma totalmente conveniente, solo de rodillas y en la lengua. Así que guardamos este tesoro de la reverencia de la Eucaristía.

En casi todas las parroquias tenemos todos los días la exposición del Santísimo Sacramento, la Adoración en la catedral de la capital, Nursultan, desde hace más de 20 años y adoración perpetua, 24 horas del Santísimo Sacramento y también apreciamos y amamos mucho el Santo Rosario. Tenemos grupos del Rosario Viviente en las parroquias y ambos, la Eucaristía y el Rosario, fueron las dos columnas durante el tiempo de la persecución. Y queremos transmitirlo al futuro.

P- ¿Tendrán oportunidad los obispos de Kazajistán de reunirse con el Santo Padre?

R-Los obispos de Kazajstán tuvieron hace tres años la visita ad limina en Roma, y por eso tuvieron un encuentro personal y largo y una reunión cordial con el papa. Y por eso supongo que antes pudo conocer un poco más en detalle la situación de la Iglesia católica en Kazajistán. Y ahora viene.

P- Recientemente la asamblea sinodal alemana aprobó pedir al Papa la ordenación de mujeres y cambiar la doctrina sobre la homosexualidad, ¿qué opinión le merece?

R-Es evidente que nadie en la Iglesia, ni un papa, ni un pecador, puede cambiar la doctrina divina revelada del sacramento de la ordenación, que por institución divina está restringida al sexo masculino y no hay otro que tenga poder para cambiar esto. Y también la doctrina de la maldad intrínseca de los actos homosexuales, que es una doctrina revelada divinamente por Dios y también revelada en la ley natural y en la razón humana y el sentido común. Y por lo tanto nadie puede cambiar esto.

P- ¿Cree que la mayoría de obispos alemanes han iniciado un cisma en la Iglesia?

R-La mayoría de los obispos alemanes que aprobaron toxinas que son evidentemente contrarias a la revelación divina en lo que respecta al sacramento del orden y la homosexualidad, están, con esto, distanciandose de la fe católica y revelándose como herejes por esta vía. Pero siguen siendo oficialmente obispos, por supuesto, no están en un cisma oficial. Y ahora correspondería al papa declararlo, primero para amonestarlos, para que renuncien a estos errores, y para llamarlos de nuevo a la fe católica. Así que todo depende ahora del papa.

P- A pesar de todos los mensajes heréticos de los obispos alemanes, ¿por qué el papa Francisco no actúa para cortarlo de raíz?

R-Tenemos que pedirle al papa, con reverencia e insistencia, que vuelva a pronunciar una doctrina clara para confirmar a toda la Iglesia y también a los católicos alemanes y a los obispos en minoría en Alemania que no aprobaron la doctrina herética sobre la ordenación femenina sacramental y la legitimidad de los actos homosexuales. Así que el papa debe pronunciarse. Debemos pedirle que lo haga por el bien, por la salvación de las almas y por la unidad de toda la Iglesia. Esta es su primera tarea.

P- ¿Cuál cree usted que es la causa por la que estas ideas protestantes se han ido metiendo dentro de la Iglesia católica en las esferas más altas?

R-La difusión de las ideas protestantes, y aún peor que las ideas protestantes, las ideas heréticas contra la revelación divina, sobre la ley moral, contra la ley moral natural, ya se está extendiendo desde hace décadas en la Iglesia. Y desgraciadamente fue una falta de atención de la Santa Sede en el nombramiento de obispos y cardenales que desgraciadamente, en nuestros días están difundiendo doctrinas heréticas abiertamente, sin ser castigados. Y por lo tanto, cuando no son castigados, continúan.

Y así, a mi parecer, es que desde hace décadas la descuidada selección de candidatos a obispos es una de las causas, y luego la descuidada falta de vigilancia en las facultades de teología, en los seminarios donde ya desde hace décadas, décadas, en tantos países, se están enseñando abiertamente herejías, o doctrinas que son contrarias a la tradición constante e inmutable de la Iglesia. Así que tenemos que implorar al Señor que, como en tiempos difíciles de la Iglesia, sería un comienzo de nuevo, una purificación, una renovación en la parte superior, en los obispos hasta el sacerdote, a los fieles.

Esperamos e invocamos que Dios nos vuelva a dar pastores de la Iglesia fuertes, valientes, claros y con mentalidad apostólica.

Javier Arias

lunes, 5 de septiembre de 2022

¿Formalismo litúrgico? (Monseñor Héctor Aguer)



Muchísimos fieles aspiran a integrarse en el culto divino participando de la celebración que se cumple en la Iglesia; no van a ella para sentirse feliz o mejor, sino para comunicarse con el Misterio Divino. La ideología progresista postula la abolición del rito, de la ritualidad en la relación con Dios; es el resultado del «giro antropológico», die antropologische Wende de Karl Rahner; se subraya no el acceso, la subida, del hombre a la comunicación con Dios, sino el uso de Dios para la felicidad del hombre.

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He leído con azoramiento unas afirmaciones lanzadas en Roma. Digo que la lectura me dejó azorado porque el sobresalto también infundió ánimo para analizar aquellos dichos que no se referían a sucesos ocurridos en otro planeta, sino en la extensión universal de la Iglesia Católica. El tema era la liturgia.

Señalo en primer lugar una expresión correcta: «hay que impregnarse del espíritu de la liturgia, sentir su misterio con asombro siempre nuevo». Me permito, con todo, proponer una puntualización. La frase es aceptable si se excluye de la aprobación todo invento de extravagancias seudolitúrgicas que pueden causar admiración. Además, sentir el misterio es posible en la adoración, cuando todo nuestro ser se orienta y se eleva hacia Dios; es un sentido espiritual, -místico - digamos. En los dichos que comento se afirma que «no es una cuestión de ritos, el misterio de Cristo». Para aclarar la afirmación se podría explicar que el Misterio ha de ser percibido y participado en el rito; no se debe oponer rito a Misterio. La cuestión -clave en la organización, en la orientación de la liturgia- es que en el rito pueda discernirse el Misterio, que sea realizado objetivamente como gesto de adoración.

El Apóstol Pablo recordó a los Corintios respecto de la Eucaristía: «Cada vez que comen este pan y beben esta copa, anuncian la muerte del Señor hasta que Él vuelva» (1 Cor 11, 26). La cuestión es que el rito exprese cabalmente al misterio, y para eso que se lo celebre exactamente, tratándose de algo tan serio como la muerte del Señor, con la disposición debida; lo contrario es celebrarlo indignamente, anaxíos. De ello hay que rendir cuentas, de no haber discernido el misterio del Cuerpo del Señor, de la realidad de la muerte de Cristo. Desde entonces eso es lo más serio que un cristiano puede hacer. Me parece que la advertencia paulina puede aplicarse a la necesidad de que las disposiciones respeten la misteriosa realidad que en el rito se hace presente. Esto significa que no hay nada que inventar para «sentirse» mejor, para expresarse en esa circunstancia. Lo necesario es que el rito se verifique con exactitud; entonces la conciencia de su contenido es asombro siempre nuevo ante lo mismo. La educación litúrgica es educación del sentir en la Adoración del Misterio que se devela en el rito, en el sacramentum. La misa es un sacrificio sacramental, y el sacerdote, que hace las veces de Cristo, es el sacrificador; en el rito sacramental de la misa se actualiza el misterio de la redención.

Las declaraciones que dan lugar a mi comentario expresan como una tentación el peligro del formalismo litúrgico, de «volver a las formalidades que postulan aquellos que niegan el Concilio Vaticano II». No voy a negar que existen grupos que representan esa posición, pero son ciertamente minoritarios; lo que ocurre mayoritariamente, ut in pluribus, es todo lo contrario. Es la devastación universal de la Sagrada Liturgia, de la que han desaparecido la exactitud, la solemnidad y la belleza, una de las mayores tragedias de la Iglesia en nuestros días. El duro término devastación lo empleó el entonces Cardenal Ratzinger en su prólogo al libro del insigne liturgista Klaus Gamber «La reforma litúrgica». En este texto, el futuro Benedicto XVI observa que es necesario hacer una «reforma de la reforma». Es el colmo que, después de tanto tiempo de incertidumbre y abusos, se insista descalificando como «formalismo» el cuidado por la exactitud de los ritos. Del Concilio ni se acuerdan quienes pretenden una liturgia vital y alegre, que sea culto de ellos mismos más que culto de Dios. Resulta asombrosa la ignorancia histórica y teológica de quienes desprecian las formas, descalificándolas como formalismo. El Vaticano II prescribía en la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia: «Que nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie nada por iniciativa propia en la liturgia». No faltan progresistas que sostienen que ese texto conciliar es «conservador», y por lo tanto tiene un valor menor.

El peligro, entonces, o más que peligro, la realidad de una praxis antilitúrgica, es que cada uno de los celebrantes pretenda que la celebración sea «viva» y «alegre» a expensas de la forma, del rito. Causa desazón que la Santa Sede no intervenga para hacer cesar la devastación de la liturgia del Rito Romano, que ya no es ni romano, ni rito.

Las declaraciones que critico con plena conciencia lamentan el apego al formalismo litúrgico, ¿a quién se referirán? Como ya lo he señalado, pero quisiera vocearlo a los cuatro vientos, el drama es la devastación de la liturgia, que tiene ya larga vigencia. La cuestión de fondo es la incomprensión de lo que implica el culto de Dios y las exigencias intrínsecas de la sacralidad. Hay obispos -me consta desde hace tiempo- que opinan que ya no existe distinción entre sagrado y profano. Hasta un hombre primitivo se escandalizaría de semejante afirmación. La historia de las culturas muestra que en todas ellas siempre existió una dimensión sagrada, el trato con «los dioses» mediante formas prescritas que es necesario observar siempre. Aun en la sociedad laicista o atea existen costumbres rituales de la vida pública.

Muchísimos fieles aspiran a integrarse en el culto divino participando de la celebración que se cumple en la Iglesia; no van a ella para sentirse feliz o mejor, sino para comunicarse con el Misterio Divino. La ideología progresista postula la abolición del rito, de la ritualidad en la relación con Dios; es el resultado del «giro antropológico», die antropologische Wende de Karl Rahner; se subraya no el acceso, la subida, del hombre a la comunicación con Dios, sino el uso de Dios para la felicidad del hombre.

Resulta increíble que se piense y se diga que el peligro está en la presión y la observancia de las formas rituales; el peligro –o la triste realidad- está más bien en todo lo contrario. Es verdad que hay grupos que se alejan de la Iglesia, del relativismo y la secularización que le invaden; buscan en la divina liturgia de la Iglesia Ortodoxa, o en los ritos orientales de la Iglesia Católica, lo que ya no encuentran en el rito en el que han sido bautizados. El motu proprio del 16 de julio de 2021 Traditionis custodes fue un lamentable retroceso que suprimió la Forma Extraordinaria del Rito Romano, habilitado en 2007 por Benedicto XVI mediante su motu proprio Summorum Pontificum.

En este lejano rincón del hemisferio sur que es la Argentina existen muestras clarísimas de las posibilidades inventivas que adoptan quienes desprecian los «formalismos» del Ordo Missae vigente desde 1970, obra de Pablo VI. Evoco tres casos: un obispo celebrando en la playa, sin ornamentos, salvo una estola calzada sobre el hábito playero y empleando un mate en lugar del cáliz; una misa al cabo de una reunión, sobre la mesa en la que restaban vasos, papeles y otros elementos alitúrgicos, y en la cual los asistentes se servirían la eucaristía; y recentísimamente, en una diócesis del interior del país, un sacerdote celebró disfrazado de payaso. Se dirá que son casos extremos, y es verdad, pero esos cuadros se inscriben en un contexto bastante extendido de banalización. Ya no hay Misa, y mucho menos el Santo Sacrificio de la Misa, sino un encuentro de amigos del que el celebrante es el animador. La liturgia ya no es el medio especial del encuentro con Dios. Una palabra sobre la música no se puede omitir. El uso generalizado de la guitarra -castigada, no ejecutada como la cítara- provoca el uso de cantos de dudosa factura musical y de letras sentimentales o que invitan moralísticamente a la acción. No son medios aptos para la adoración y para elevar las almas a la contemplación. Platón, en su Politeia subrayaba el valor educativo de la música; en la gran Tradición eclesial, tanto el canto gregoriano como la polifonía sagrada, como en el digno canto religioso popular, se educaba al pueblo cristiano en la oración y la vida según el Espíritu.

La crítica que aquí expongo tiene apoyos indiscutibles. Juan Pablo II en la carta apostólica Ecclesia de Eucharistia, escribió en 2003: «Una cierta reacción al «formalismo» ha llevado a algunos, especialmente en ciertas regiones, a considerar como no obligatorias las «formas» adoptadas por la gran tradición de la Iglesia y su magisterio, y a introducir innovaciones no autorizadas y con frecuencia del todo inconvenientes…». Y concretamente señala: «Ya que privado el misterio eucarístico de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado que el de un encuentro convivial fraterno» (nº 10).

Benedicto XVI, cuyas obras completas incluyen un tomo voluminoso sobre los estudios litúrgicos, ha señalado y urgido «a una aplicación más correcta del Concilio Vaticano II en la liturgia para devolverle su carácter sagrado… Hay que trabajar con el Evangelio en la mano, y apoyándonos en la verdadera Tradición de los Apóstoles. Resulta extraño, o más bien escandaloso, que hoy día se diga todo lo contrario. La Iglesia subsiste, o cae, con su liturgia.

Las declaraciones que he comentado agravan la grieta abierta por el progresismo en la época del Concilio, y toman partido en el sentido contrario a la Tradición eclesial. Esta última es válida más allá de toda discusión y de todo cambio epocal, y es obligación y oficio de la autoridad eclesial vindicarla y sostenerla contra la introducción de novedades abusivas.

+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).

Buenos Aires, lunes 5 de septiembre de 2022.
Memoria de Santa Teresa de Calcuta.-

viernes, 27 de mayo de 2022

Liturgia: ¿Comunión en la boca o en la mano? (Padre José María Iraburu)



–Historia. El rito de la comunión de los fieles se ha ido desarrollando en formas diversas, que conviene conocer, al menos a grandes rasgos. Ciertas posiciones actuales, duramente contrapuestas en esta cuestión, reflejan en ocasiones una ideologización del asunto y una notable ignorancia de la historia de los formas litúrgicas. Resumo a grandes rasgos la evolución de este rito litúrgico ateniéndome a los documentados datos que da el P. Joseph Jungmann, S. J. en su clásica obra Missarum sollemnia (orig. 1949; El Sacrificio de la Misa, BAC 68, Madrid 1959, pgs. 942-960).

En el primer Ordo Romanus los fieles se quedaban en su sitio y el clero les llevaba la comunión. En otra regiones, ya en siglo IV, los fieles se acercaban a comulgar al mismo altar (Sínodo de Tours 567). En tiempos de San Agustín, en el norte de África, los fieles se acercaban a la barandilla que limitaba el presbiterio. Como era alta, recibían de pie el Santísimo. A partir del siglo XIII se generaliza la costumbre de extender un paño ante los comulgantes, sostenido por acólitos. Por entonces se inicia la costumbre de poner el paño en un banco fijo, el comulgatorio, o se acostumbra el comulgatorio en forma de barandilla, más baja que las antiguas, para comulgar de rodillas. Esta piadosa costumbre de recibir la comunión de rodillas se generalizó en Occidente entre los siglos XI y XVI. Pero en Roma esta costumbre se consideraba ya tradicional en el siglo XII. En una forma ritual o en otra, San Agustín enseña que nadie debe acercarse a la comunión nisi prius adoraverit, sin un gesto anterior de adoración.

San Cirilo de Jerusalén (315-386), en sus famosas Catequesis, da normas muy cuidadosas sobre la comunión en la mano: «Cuando te acerques, no lo hagas con las manos extendidas o los dedos separados, sino haz con la izquierda un trono para la derecha, que ha de recibir al Rey, y luego con la palma de la mano forma un recipiente, recoge el cuerpo del Señor y di Amen… Que no se te caiga ni una miga de lo que es más valioso que el oro y las piedras preciosas» (Catequesis V,21ss). Normas análogos se encuentran en otros autores, como Teodoro de Mopsuestia (+428) y San Agustín (+430).

Como había sin duda un cierto peligro en entregar el Cuerpo sacramental de Cristo en la mano del comulgante, era obligado sumir la Hostia inmediatamente. Algunos Sínodos españoles consideran sacrilegio no comulgar en el acto (Zaragoza, 380; Toledo, 400). Por otra parte, la creciente devoción al Sacramento hizo que se generalizara la comunión en la boca. Así lo prescribe, por ejemplo, el concilio de Ruán (878). «Este cambio –dice Joungmann– se hizo aproximadamente en el mismo tiempo en que se dio el paso del pan fermentado al pan ázimo, y está relacionado seguramente con él. Casi podríamos afirmar que el cambio lo sugirió la facilidad con que se adherían a la lengua húmeda las partículas de las delgadas obleas, a diferencia de los sólidos pedacitos de pan fermentado usado hasta entonces» (pg. 950). El uso del paño de la comunión o de la bandeja se prescribió el años 1929 para los fieles, como un signo más de la devoción creciente a la Eucaristía.

En cuando al ministro de la comunión, ya Cristo lo dispuso en la multiplicación de los panes, anticipación de la Eucaristía. Multiplicados los panes, «los entregó a sus discípulos, y los discípulos a la gente» (Mt 14,19; cf. Mc 6,41; Lc 9,16). En todos los documentos antiguos de la Iglesia que tratan del tema, siempre reservan al Orden sacerdotal la distribución de la comunión. San Francisco de Asís (+1226) dice: «sólo ellos [los sacerdotes] deben administrarlo, y no otros» (Cta. IIª a todos los fieles, 35). Y Santo Tomás (+1274): «Por reverencia a este Sacramento, ninguna cosa entra en contacto con él a no ser que esté consagrada; y por eso se consagran no sólo el corporal sino también el cáliz y, asimismo, las manos del Sacerdote, para tocar este Sacramento. De donde se dedice que a ningún otro le es lícito tocarlo» (STh III, 82, 3).

–La vuelta a la comunión en la mano se inició en Centroeuropa por los años 50 –Holanda, Francia, Bélgica, Alemania– sin autorización de Roma, es decir, en forma abusiva. Ante la presión insistente de algunos Episcopados, la Congregación de Ritos concedió esta práctica a ciertas Conferencias Episcopales (por ejemplo, Alemania, 6-VII-1968; Bélgica, 11-VII-68). Pero las protestas surgidas fueron tantas que aconsejaron al Papa Pablo VI suspender esa concesión (25-VII-1968), y enfrentar el problema en un documento importante, por supuesto, aún vigente.

La Instrucción Memoriale Domini, de modo Sanctam Communionem ministrandi documento de la Congregación para el Culto Divino (28-V-1969), impulsado y aprobado por el Papa Pablo VI, comienza por advertir que el modo de la comunión eucarística en la fieles «ha sido multiforme» en la historia. Y señala que, en el ambiente de la reforma litúrgica postconciliar, se «ha suscitado en algunas partes, durante los últimos años, el deseo de volver al uso de depositar el Pan Eucarístico en la mano de los fieles, para que ellos mismos, comulgando, lo introduzcan en la boca. Más aún, en algunas comunidades y lugares se ha practicado este rito sin haber pedido antes la aprobación de la Sede Apostólica». La Instrucción reafirma la norma general de la comunión eucarística en la boca.

Recuerda que al paso de los siglos «se introdujo la costumbre de que el ministro por sí mismo depositase en la lengua de los que recibían la comunión una partícula del pan consagrado. Este modo de distribuir la santa comunión, considerando en su conjunto el estado actual de la Iglesia, debe ser conservado, no solamente porque se apoya en un uso tradicional de muchos siglos [unos doce], sino principalmente porque significa la reverencia de los fieles cristianos hacia la Eucaristía… Por lo demás, con este modo de obrar, que se ha de considerar ya común, se garantiza con mayor eficacia la distribución de la Sagrada Comunión con la reverencia, el decoro y la dignidad que convienen, para alejar todo peligro de profanación de las especies eucarísticas… y para tener con los mismos fragmentos del pan consagrado el cuidado diligente que la Iglesia ha recomendado siempre». Me permito añadir aquí una frase de San Agustín: «Sería una locura insolente el discutir qué se ha de hacer cuando toda la Iglesia universal tiene una práctica establecida» (Cta. a Jenaro 54,6).

–Se consulta, sin embargo, al Episcopado católico. No obstante que la Instrucción confirma la norma doce veces secular de la comunión en la boca, considera que habiéndose generalizado mucho el uso o el deseo de la comunión en la mano era prudente consultar al Episcopado universal en cuestión de tan gravé importancia.

«Habiendo pedido algunas conferencias Episcopales y algunos obispos en particular que se permitiese en sus territorios el uso de poner en las manos de los fieles el pan consagrado, el Sumo Pontífice mandó que se preguntase a todos y cada uno de los Obispos de la Iglesia latina su parecer sobre la oportunidad de introducir el rito mencionado»… La pregunta principal que se hizo, con otras accesorias, fue ésta:

«1. ¿Se ha de acoger el deseo de que, además del modo tradicional, se permitan también el rito de recibir la Sagrada Comunión en la mano? Placet: 567. Non placet: 1.223. Placet juxta modum: 315. Votos inválidos: 20»…



El Episcopado mundial se expresó, pues, con una abrumadora mayoría en favor de mantener la comunión en la boca, negando la introducción de la comunión en la mano. Como concluye la Instrucción, «la mayor parte de los obispos estiman que no se debe cambiar la disciplina vigente; más aún, que el cambio sería dañoso, tanto para el sentimiento como para el culto espiritual de los mismos obispos y de muchos fieles». Consiguientemente, «el Sumo Pontífice ha decidido no cambiar el modo hace mucho tiempo recibido de administrar a los fieles la Sagrada Comunión».

–El poderoso retroprogresismo posterior al Concilio persistió, sin embargo, en su intento, actuando en contra de su pretendido espíritu democrático, que se caracteriza por su respeto a la voluntad mayoritaria, ya expresada. Es éste un caso típico del retroprogresismo, que considera un progreso volver a prácticas «superadas» de la antigüedad, en el caso que nos ocupa hace más de un milenio.

Conviene recordar aquí dos principios eclesiológicos importantes:

1º.- El desarrollo de las formas en la Iglesia es normalmente perfectivo, según Cristo lo anunció: «el Espíritu de la verdad os guiará hacia la verdad completa» (Jn 16,13). Son innumerables los Sínodos y Concilios que durante más de un milenio ordenaron que la comunión eucarística se administrase directamente en la boca, y más de dos tercios del Episcopado católico, consultado por Pablo VI, se pronuncia en 1969 en contra de la posibilidad de «volver» a la costumbre antigua de la comunión en la mano. ¿Será realmente un progreso «regresar» a tal costumbre?…

2º.- Y otro principio debe ser también recordado: el de la colegialidad episcopal. Cuando el Papa, concretamente, hace una consulta al Episcopado católico, la opinión prudencial expresada por éste, aunque no se trate de una cuestión atinente a la fe –como cuando el Papa consultó sobre la declaración dogmática de la Asunción de la Virgen antes de su proclamación­– en principio debe ser respetada. ¿Para qué, si no, se hace la consulta?

–Indulto. Roma locuta, quæstio finita.
Este antiguo principio se quebrantó en el primer tiempo postconciliar con gran frecuencia . La supresión total del uso litúrgico del latín, la vuelta de los altares hacia el pueblo, la fidelidad a la guía de Santo Tomás, el desarrollo de la música religiosa, el abandono generalizado del hábito en sacerdotes y religiosos, y otras muchas cuestiones fueron siempre resueltas por la vía de los hechos consumados y de la presión de los medios. Y con frecuencia en contra de lo explícitamente establecido por la Iglesia, a veces en el mismo Concilio Vaticano II.
Pues bien, en el tema que nos ocupa, la misma Instrucción sugiere en su final que «si el uso contrario, es decir, el poner la Santa Comunión en las manos, hubiera arraigado ya en algún lugar, la misma Sede Apostólica, con el fin de ayudar a las Conferencias Episcopales a cumplir el oficio pastoral, que con frecuencia se hace más difícil en las condiciones actuales», estima posible eximir de la norma general a las Conferencias Episcopales que lo soliciten, siempre que su solicitud se fundamente en un «previo y prudente estudio», y que proceda de un acuerdo de la Conferencia en votación secreta «y por dos tercios de los votos; acuerdos que luego han de presentar a la Santa Sede, para su necesaria confirmación, remitiendo aneja una exposición precisa de los motivos que han llevado a tales acuerdos. La Santa Sede ponderará cuidadosamente cada caso». El indulto, legítimamente concedido, autoriza para hacer lo que sin él estaría prohibido por la norma, que sigue vigente.

–Omito la descripción del proceso posterior –diferente en cada país, lógicamente–, pero que en una gran parte de la Iglesia Católica condujo a la aceptación de la comunión en la mano. 
De este modo la excepción vino con frecuencia a hacerse norma. La concesión de la comunión en la mano, que se presentaba como un indulto, es decir, como un permiso concedido por la Santa Sede para eximir lícitamente del cumplimiento de una ley general, nunca derogada, vino así a transformarse de hecho en ley postconciliar, nunca escrita, por supuesto
De hecho, son muchos los fieles de buena voluntad, pero ignorantes en esta materia, que aceptan el cambio de la comunión en la mano «por obediencia a la voluntad de la Iglesia», o si se quiere, «por fidelidad al Concilio» (!).

Pero no todos los Obispos católicos han querido acogerse al citado indulto. Por fidelidad a la tradición y norma general de la Iglesia, por convicción de conciencia, o simplemente por respeto a la costumbre más arraigada en el pueblo cristiano de su Iglesia local, siguen practicando la comunión en la boca. Por otra parte, es preciso señalar en esto que la gran mayoría de los Obispos y sacerdotes que mantienen esta norma nunca niegan la comunión en la mano a los fieles que lo solicitan. Mientras que, por el contrario, no es un hecho muy excepcional que los ministros ideologizados, fieles a esa ley inexistente, niegan la comunión a los fieles que la solicitan en la boca.


No en todas partes, en efecto, se ha seguido esta ley inexistente. Por ejemplo, el Sr. Obispo de San Luis (Argentina), Mons. Juan Rodolfo Laise, no permitió esta práctica en su diócesis –confrontando en esta cuestión al Episcopado argentino–, y publicó un libro, uno de los más documentados sobre el tema, para justificar su oposición: Comunión en la mano. Documentos e historia (San Luis 1997, 142 pgs., comentario del P. G. Díaz Patri; la misma obra en Vórtice, Buenos Aires 2005). Sus sucesores, Mons. Jorge Luis Lona y Mons. Pedro Daniel Martínez Perea han mantenido la comunión en la boca. Otros Obispos, como el auxiliar de Karaganda (Kazajastán), Mons. Atanasio Schneider, o como el Papa Benedicto XVI, en su diócesis de Roma, rechazaron también el uso de la comunión en la mano. En muchas grande concentraciones internacionales, en Congresos Eucarísticos, en Roma, Santiago, Roncesvalles, Guadalupe, etc. puede comprobarse en la Misa que a la hora de comulgar son muchos los que comulgan en la boca, a veces tantos o más que en la mano.

–La Notificación acerca de la comunión en la mano (3-IV-1985), publicada por la Congregación para el Culto Divino, bajo la autoridad de Juan Pablo II, sintetiza el status quaestionis sobre esta cuestión. La resumo.

«La Santa Sede, a partir de 1969, aunque manteniendo en vigor para toda la Iglesia la manera tradicional de de distribuir la Comunión [en la boca], acuerda a las Conferencias Episcopales que lo pidan y con determinadas condiciones, la facultad de distribuir la Comunión dejando la Hostia en la mano de los fieles.

«Esta facultad está regulada por las Instrucciones Memoriale Domini e Inmense Caritatis (29-V-1068 y 29-I-1973), así como por el Ritual De sacra Communione (21-VI-1973). 

De todos modos parece útil llamar la atención sobre los siguientes puntos.

1. Una u otra forma de comulgar debe manifestar «el respeto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía»…

2. De acuerdo con la Tradición, «se insistirá en el Amén que pronuncia el fiel, como respuesta a la fórmula del ministro: “El Cuerpo de Cristo”»…

3. «El fiel que ha recibido la Eucaristía en su mano, la llevará a la boca antes de regresar a su lugar, retirándose lo suficiente para dejar pasar a quien le sigue, permaneciendo siempre de cara al altar».

4. Es tradición constante de la Iglesia que «no se ha de de tomar el pan consagrado directamente de la patena o de un cesto, sino que se extienden las manos para recibirlo del ministro de la comunión».

5. «Se recomienda a todos, y en particular a los niños, la limpieza de las manos»…

6. «Conviene ofrecer a los fieles una catequesis del rito, insistiendo sobre los sentimientos de adoración y de respeto que merece el Sacramento (Dominicae Cenae, 11). Se recomendará vigilar para que posibles fragmentos del pan consagrado no se pierdan».

7. «No se obligará jamás a los fieles a adoptar la práctica de la comunión en la mano, dejando a cada persona la necesaria libertad para recibir la comunión o en la mano o en la boca»…

«Los pastores de almas han de insistir no solamente sobre las disposiciones necesarias para una recepción fructuosa de la Comunión –que, en algunos casos exige el recurso al Sacramento de la Penitencia–, sino también sobre la actitud exterior de respeto, que, bien considerado, ha de expresar la fe del cristiano en la Eucaristía».

* * *

Finalmente, no ideologicemos trágicamente el modo exterior de la comunión eucarística. Nunca olvidemos que precisamente la Eucaristía es el sacramento que expresa y causa la unidad de los cristianos … Lamentablemente, sobre los dos modos exteriores de la comunión se oyen a veces afirmaciones de uno y otro lado muy excesivas, muy idóneas para crear divisiones internas en la Iglesia. Como hemos visto, a lo largo de la historia la comunión eucarística de los fieles ha tenido formas exteriores bastante diversas. Pero la devoción eucarística del comulgante está integrada principalmente por sus disposiciones interiores de fe, de esperanza y de amor, como hemos de considerar en el próximo artículo.

Puede haber comuniones en la mano devotísimas, y también triviales, despectivas, sacrílegas. Pero eso mismo puede decirse de la comunión en la boca
Que la comunión en la mano entró en la Iglesia postconciliar en forma lamentable –como la vuelta de los altares–, parece un dato evidente; pero esto en modo alguno autoriza a considerarla como algo en sí misma mala. 
Es una gran impiedad satanizar una forma de comunión practicada durante muchos siglos y bendecida por la Iglesia. La forma exterior puede favorecer la actitud interior del comulgante, pero muy hasta cierto punto. Y no debe ponerse en la forma del rito, a favor o en contra, un énfasis apreciativo o reprobatorio excesivo, que está ciertamente fuera de lugar y que crea dentro de la Iglesia divisiones no solo malas, sino también insensatas.

José María Iraburu, sacerdote

lunes, 9 de mayo de 2022

Monseñor Viganò: Reflexiones sobre la reforma de la Semana Santa de 1955



8 de mayo de 2022

Estimado señor:

Le agradezco que me haya planteado la pregunta del padre… a propósito de la reforma de la Semana Santa.

Estoy de acuerdo en que puede considerarse una especie de globo sonda mediante el que los artífices de la sucesiva reforma conciliar introdujeron una serie de modificaciones –a mi juicio totalmente discutibles y arbitrarias– al Ordo Maioris Hebdomadæ hasta entonces vigente.

Es más. Yo diría que estas modificaciones pueden parecer casi inocuas, aunque extravagantes, porque la mente que las concibió todavía no se había manifestado ni con la reforma de Juan XXIII ni con la mucho más devastadora inaugurada por la constitución Sacrosanctum Concilium y más tarde agravada por Consilium ad exsequemdam. Claro que aunque a un párroco de 1956 le podía parecer una simplificación dictada por las exigencias de adaptar la complejidad de los ritos de la Semana Santa al ritmo de la modernidad –y probablemente fue presentada como tal al propio Pío XII sin revelarle su potencia destructora–, cobra a nuestros ojos un sentido muy diferente, porque ante todo vemos en ella en acción la desenvuelta mentalidad rupturista de los modernistas y los discípulos de la nunca suficientemente reprobada renovación litúrgica. Y en segundo lugar porque reconocemos en la elección de la supuesta simplificación de las ceremonias la misma ideología de las más osadas innovaciones del Novus Ordo. Por último, entre los personajes que se asoman en la mencionada reforma aparecen los protagonistas de la reforma conciliar, promovidos a los más altos cargos precisamente por su notoria aversión a la solemnidad del culto; cuesta pensar que todo lo que pusieron en marcha entre 1951 y 1955 no fuera concebido como un primer paso hacia los trastornos que habrían de venir menos de veinte años después.

Cierto es que el aire que se respira en ciertas partes del rito de Pío XII –por ejemplo, el Padrenuestro recitado a la vez por el celebrante y por los fieles– es el mismo que encontramos en el Novus Ordo: se percibe algo extraño, forzado, típico de las obras que no son inspiradas por el Señor sino que son patentemente humanas, imbuidas de un racionalismo que no tiene nada que sea verdaderamente litúrgico, sino que hiede a aquella presunción gnóstica que justamente condenó Pío XII en su inmortal encíclica Mediator Dei. Causa estupor que los mismos errores que fueron providencialmente condenados en 1947 resurjan precisamente en la reforma que él promulgó; pero no olvidemos que el Pontífice ya tenía una edad muy avanzada y estaba bastante afectado física y anímicamente por el reciente conflicto mundial. Incluir por tanto a Pío XII entre los demoledores sería injusto a más no poder.

Planteada esta premisa, hay que evaluar si al rito que promulgó Pío XII mediante el decreto Maxima Redemptionis nostrae mysteria del 16 de noviembre de 1955 se le pueden aplicar las mismas excepciones que al Novus Ordo Missae promulgado por Pablo VI con la constitución apostólica Missale Romanum del 3 de abril de 1969. O mejor aún: considerando que el motu proprio Summorum Pontificum reconoce a los católicos el derecho de hacer uso del rito anterior por su especificidad ritual, doctrinal y espiritual; y considerando que el motu proprio no examina la ortodoxia del Novus Ordo y se ciñe a una cuestión, por así decirlo, de gusto litúrgico, ¿podríamos extender ese principio a los ritos anteriores al motu proprio Rubricarum instructum de Juan XXIII y el propio decreto Maxima Redemptione nostrae mysteria, manifestando nuestra preferencia por el rito llamado de San Pío X?

En realidad, no se trata de una provocación. En primer lugar porque no estoy de acuerdo con la coexistencia simultánea de dos formas del mismo rito en la Iglesia de rito romano. Y en segundo lugar porque considero el rito reformado gravemente deficiente y sin duda alguna favens haeresim (que favorece la herejía), y me uno tanto a la denuncia de los cardenales Ottaviani y Bacci como a la de monseñor Marcel Lefebvre; estoy convencido además de que el Novus Ordo debe sencillamente ser abrogado y prohibido, en tanto que el tradicional debería ser declarado único rito romano en vigor. De hecho, sostengo que sólo desde esta perspectiva es posible impugnar también canónicamente el Ordo Hebdomadae Sanctae instauratus. Y, si nos ponemos quisquillosos, también el motu proprio Rubricarum instructum, sobre todo en vista de su coherencia con la línea del Novus Ordo y su evidente ruptura con la del Misal Romano anterior.

Ahora bien, teniendo en cuenta el vacío legal en que nos encontramos, creo que si la FSSPX considera legítimo remitirse al misal de Juan XXIII porque reconoce la misma mentalidad dolosa en todas las reformas sucesivas que condujeron al de Pablo VI –de naturaleza ante todo prudencial–, podría aplicarse el mismo principio a la reforma de la Semana Santa, aunque en ésta –como en el Misal de Juan XXIII– no hay nada heterodoxo ni que tienda remotamente a la herejía.

A mí me parece que fue ese el motivo por el que monseñor Lefebvre escogió precisamente el rito de 1962. Por otra parte, teniendo como tenía mentalidad jurídica gracias a su sólida formación, era consciente de que no sería posible aplicar una especie de libre examen a la liturgia, ya que ello habría autorizado a cualquiera a adoptar el rito que se le antojase. Al mismo tiempo, no dejaba de ver –como tampoco dejamos de verlo nosotros hoy– la naturaleza subversiva de la reforma conciliar, declaradamente abierta a derogaciones y experimentos, permitiendo aplicar infinidad variedades a voluntad del celebrante so pretexto de recuperar una presunta pureza original al cabo de siglos de sedimentación ritual. Precisamente por eso monseñor Lefebvre decidió volver al rito menos arriesgado, o sea el de 1962, sin entender tal vez algunos aspectos polémicos de las reformas de Pacelli y de Roncalli que sólo un experto en liturgia podía captar, sobre todo en los turbulentos años setenta. No olvidemos tampoco que la renovación litúrgica se produjo en Francia mucho antes que en Italia, así como que muchas innovaciones que más tarde se convirtieron en norma de la Iglesia universal se experimentaron en diócesis francesas ya a partir de los años veinte, empezando por el uso de la casulla gótica y el altar orientado versus populum. Todo en nombre de aquel arqueologismo que se proponía borrar de un plumazo un milenio entero de vida de la Iglesia. Supongo que a un prelado italiano celebrar coram populo con una casulla de estilo medieval le parecería una extravagancia, mientras que para un arzobispo francés ya era una costumbre adquirida y en ciertos aspectos ya se promovía.

Es necesario comprender además –y creo que ya lo he expresado ampliamente– que la intencionalidad de la reforma que se inició a nivel local mucho antes de Pío XII y que poco a poco se fue difundiendo por el orbe católico es totalmente antijurídica; sus artífices abusaron de su autoridad como legisladores para imponer con fuerza de ley un rito que había ser todo menos una aplicación al pie de la letra del texto litúrgico, una especie de esbozo que permitiese las peores excentricidades e introducir progresivamente en la Iglesia una inexorable pérdida del sentido de lo sagrado. Eso todavía no se observa en el Ordo Hebdomadae Sancte instauratus ni en el Misal de Juan XXIII; pero ya se había abierto el camino hacia el carácter perpetuamente mudable del rito y su descarado aggiornamento, unido a la errónea idea de que se había corrompido con el paso de los siglos y era necesario por tanto podarlo de añadidos innecesarios, cuando lo cierto es que era fruto de un desarrollo armónico fruto de las circunstancias, del tiempo y de los lugares. Y desde luego la alteración del Canon Romano por parte de Roncalli al insertar el nombre de San José iba por el mismo camino, afectando de paso a la oración más antigua y sagrada del Santo Sacrificio.

Para finalizar, señalaré que muchas comunidades que se benefician del motu proprio Summorum Pontificum celebran los ritos de la Semana Santa según el Misal anterior a la reforma pacelliana; la propia Comisión Ecclessia Dei concedió esa excepción al considerar legítimas las motivaciones de quienes la solicitaban. Por eso, no entiendo por qué la Fraternidad, que en lo que se refiere a la custodia de la Misa Tradicional estuvo a la vanguardia en tiempos bien difíciles, no puede hacer otro tanto. Ciertamente, cuando la Iglesia se reencuentre a sí misma, todo habrá de reconducirse por cauces legales; con leyes, esperamos, que tengan prudentemente en cuenta las críticas que se han hecho.

Espero que estas consideraciones hayan sido útiles al reverendo padre…

Aprovecho la ocasión para impartir a todos, queridos amigos, mi bendición paternal.

+Carlo Maria Viganò, arzobispo

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

domingo, 18 de julio de 2021

Traditionis custodes: la nueva bomba atómica (Peter Kwaniewski)

ADELANTE LA FE


Hace setenta y seis años, el 16 de julio de 1945, se detonó la primera bomba atómica en un solitario desierto 340 Km al sur de Los Álamos (Nuevo México). Hoy 16 de julio de 2021, el papa Francisco ha soltado una bomba atómica sobre la Iglesia Católica que no sólo dañará a los partidarios de la tradición litúrgica latina, sino a cualquiera que aprecie la continuidad, la coherencia, la reverencia, la belleza, nuestro legado y el futuro.

Cuando esta mañana empecé a leer Traditiones custodes, no me lo podía creer cuando vi el impropio título (habría sido mucho más exacto llamarla Traditiones perditores, destructores de la Tradición), y a cada párrafo me costaba más creer lo que leía. Cuando terminé de leer la carta adjunta, me había adentrado profundamente en el ideológico país de las maravillas donde viven Bergoglio y otros enemigos de la liturgia tradicional en la Iglesia de hoy. Me daba la impresión de que la redacción del texto se la habían encargado a una especie de George Orwell en ciernes. El documento rebosa menosprecio y crueldad. Está concebido a modo de navaja suiza para que los obispos dispongan de un buen arsenal de medios con los que poner tantas trabas como puedan o persigan a los católicos amantes de la Tradición.

Se declara, además, que el contenido entra en vigor inmediatamente, y se condenan todas las demás «normas, instrucciones, concesiones y costumbres».

Es como si, para todo el mundo y como si nos enfrentásemos a una pandemia de tradicionalismo de proporciones planetarias, fuera necesario atajar por todos los medios posibles. El lenguaje del motu proprio da a entender que la Misa latina de siempre se considera como una suerte de versión eclesiástica del covid-19: una enfermedad que es preciso monitorear de cerca, estableciendo cuarentenas y fijando límites con todos los medios de ingeniería social que las autoridades centrales juzguen necesarios. Desde luego, teniendo en cuenta que la Misa en latín se manda retirar de las parroquias y que no se pueden crear nuevas parroquias personales donde celebrarla, ya sólo falta que quienes asistan a ella porten una estrella amarilla [como los judíos en tiempos de Hitler] o lleven al cuello una campanita como los leprosos antiguamente. Benedicto XVI se esforzó por sacar a la Tradición de los guetos, pero éstos no sólo han vuelto, sino que son objeto de clamorosa aprobación.

Huelga decir que es todo lo contrario de la tan proclamada acción pastoral, la cálida acogida que acompaña a todos en el camino (aunque disientan de la doctrina católica en infinidad de cuestiones), las románticas periferias a las que los pastores tienen que manifestar misericordia y toda esa retórica política de la que tanto alardea este pontífice. En el nuevo motu proprio, ya no son los pastores los que tienen que oler a oveja, sino que se les dice a las ovejas cómo tienen que oler para que las pastoreen, y si no, van a ver lo que es bueno.

No sé si pequé de ingenuo, o quizá creí equivocadamente que este papa peronista tendría un mínimo de respeto a sus semejantes y sus correligionarios católicos, y no me podía esperar una monstruosidad y una falsedad como Traditionis Custodes. Es mucho peor de lo que me imaginaba: el texto rebosa desprecio, mezquindad y espíritu revanchista. Ni siquiera se ha molestado en proporcionar un contexto o, por muy hipócrita que fuera, en quitar hierro o amortiguar el golpe; nunca se ha visto un documento en que falte a tal extremo la gracia más elemental y afecte a tantos católicos. Es una bofetada de proporciones históricas a los pontífices que han precedido a Francisco, desde San Gregorio Magno hasta San Pío V, e incluso a los papas postconciliares, que se dieron cuenta de que el amor a la liturgia tradicional no se había apagado ni apagaría jamás, y tomaron medidas para atender a las necesidades espirituales de los católicos que nos apacentamos con estos venerables ritos. Para innumerables almas esta espléndida liturgia les ha brindado una renovada motivación para vivir conforme a las exigencias del Evangelio, una base firme para la familia y la vida social, y una fuente de hermosas vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa.

A Francisco todo eso lo tiene sin cuidado. Lo único que le preocupa es una unidad artificial; mejor dicho, uniformidad; o más exactamente, ideología. Una uniformidad que se caracteriza por todas las desviaciones y aberraciones (a pesar de sus afectadas advertencias para contener las riendas en la fiesta que dura ya más de cinco décadas), pero intolerante con la seriedad, sobriedad y trascendencia de un acto de culto al que no le afecta el tiempo.

Al pan, pan y al vino, vino: es una declaración de guerra total a la que debemos resistirnos valerosamente a cada paso, pase lo que pase y cueste lo que cueste. Los verdaderos guardianes de la Tradición serán ahora los sacerdotes, religiosos y seglares que continúen con la liturgia tradicional frente al odio infernal dirigido contra ellos. Si Francisco quiere guerra, espero que haya suficientes hombres para alistarse, y rezo por ello, así como suficientes hombres para dirigirlos. En cuanto a éstos últimos, me refiero a sacerdotes que estén dispuestos a entregarse en cuerpo y alma a atender las necesidades de los fieles que se adhieran correctamente a la Tradición contra viento y marea. Están en peligro las almas, incluida la del propio sacerdote. Porque no puede desaprender lo que ya sabe, y no puede dejar de amar aquello de lo que se ha enamorado. El precio a pagar en aras de la obediencia a un régimen triturador de almas, por mucha autoridad que afirme tener, es demasiado alto.

Este nuevo motu proprio sólo será tan malo si creemos que nos obliga y lo reflejamos en nuestro actuar, como si sus disposiciones fueran lícitas. Mientras que si reconocemos su carácter inherentemente anticatólico y que ningún papa tiene potestad para pisotear a los miembros de la Iglesia y sus venerables ritos, como está intentando hacer Francisco, lo veremos más como una carga externa, una epidemia, una guerra, una hambruna o un mal gobierno al que hay que derrocar o soportar hasta que caiga. ¿Acaso tiene el Papa autoridad para proclamar semejante ucase? Nada eso. No vale ni el papel en que está escrito.

Los que aman la liturgia tradicional y reconocemos en ella el punto focal del legado de la Iglesia seguirán adelante lo mejor que puedan. No pedirán permiso para celebrar la Misa de siempre. No harán las lecturas en lengua vernácula ni en la versión oficial del episcopado. Prefieren morir mártires antes que como vergonzosos apóstatas.

Yo diría que al menos habrá algunos obispos que se queden estupefactos al ver la frialdad, dureza y necedad del motu proprio de Bergoglio contra la Misa Tradicional, que tiene tanto encanto como un decreto de Stalin ordenando purgar a los ucranianos disidentes. Por supuesto, habrá otros que lo acogerán con los brazos abiertos, pero me cuesta creer que prelados que han sido testigos de los numerosos frutos buenos de Summorurm pontificum –entre los que destaca la constante y con frecuencia generosa contribución económica procedente de los grupos tradicionales– y mantienen buenas relaciones con sacerdotes y parroquias que celebran sin problemas la Misa de siempre quieran molestarlos para que se amolden a lo que dicta un tirano que no durará mucho. Todo obispo que de verdad ame a la Iglesia Católica y sea consciente de la pujanza del amor a la Tradición entre los jóvenes, y de la capacidad de éstos para revitalizar la Iglesia después del estancamiento (por no decir caída libre) de las últimas décadas, dejará tranquilamente de lado tan doloroso documento y seguirá adelante como si nada. Mejor dicho, con plena certeza de que, como se decía en un tweet en Rorate Caeli, «Francisco morirá, pero la Misa Tradicional seguirá adelante».

Por el lado práctico, a la mayoría de los obispos no les sobra clero en una medida como para que se puedan permitir ganarse la enemistad de una cantidad considerable de sus sacerdotes. Si una cantidad suficiente de sacerdotes de las diócesis más conservadoras se aferraran a la Misa Tradicional, a la que tienen un derecho inalienable e irrevocable, ¿qué harían los obispos? ¿Destituirlos a todos? ¿Dónde encontrarían pastores? ¿Dónde encontrarían vocaciones? ¿Necesita el episcopado otro problema de proporciones, una guerra civil, un descontento latente que consuma tiempo y energía por todos lados? Benedicto XVI negoció una paz frágil dentro de la que cabía cierta medida de normalidad libre de polémica. Muchos querrán mantener esa paz dejando las cosas como están en vez de reanudar las hostilidades.

La lógica de Traditiones custodes es tortuosa, por decir lo menos. Guardianes de la Tradición… que atacan una Tradición romana de culto divino con siglos a sus espaldas. Se empodera a los obispos… pero para fijar límites y prohibir. No pueden fomentar, apoyar ni multiplicar los centros de culto y difusión. El Papa fomenta la unidad… haciendo una de las cosas más destructivas para la unidad que quepa imaginar. El Papa elogia a su predecesor… contradiciendo en todos sus enseñanzas y revocando lo que hizo. Y como la Tradición católica les ha enseñado que quien manda es el Papa, no olviden que hay obedecerlo sin rechistar cuando mande rechazar las tradiciones que no le gustan, por mucho que las hayan sostenido sus predecesores, que no tenían menos autoridad que él, y a pesar de que el peso acumulado del apoyo que prestaron a esa Tradición pese mucho más que el de él.

Recordamos que en una ocasión le preguntaron al Papa a quemarropa por la posibilidad de la salvación para un hombre que dio sobradas muestras de morirse ateo y renegando de Dios, y dio una respuesta positiva en cuanto su salvación. Y en cambio, en su carta sobre los católicos apegados a la Sagrada Tradición de la Iglesia, exige una obediencia incondicional a su persona cuando ordena que se extirpe ese apego a la Tradición.

Y si no le obedecen, les recuerda que no es posible la salvación para el católico que no se somete a la persona de él. Invirtamos la situación. Si uno niega totalmente a Dios y muere ateo, las palabras del Papa rebosan esperanza; es más, admitamos que se salva por misericordia. Pero si alguno tiene la temeridad de apegarse a las tradiciones de la Iglesia a pesar de que se le haya prohibido, es un cismático que va camino de salirse de la Iglesia y rumbo a la perdición. ¿Cómo no ver en ello el derrumbe total de la papolatría que convierte al Sumo Pontífice en un dios mortal, en un oráculo divino que se permite reescribir la liturgia, la teología, la moral y hasta la historia con fines ideológicos?

El papa Francisco recuerda a arquitectos modernos como Le Corbusier, que diseñaban sobre cimientos ideológicos, y luego se sorprendían cuando venían las goteras, las manchas y los derrumbes y todo se venía abajo. Es natural que la gente quiera trasladarse a edificios más elegantes, firmes y tranquilos como los de antes.

¿Hay esperanza de que salga el sol después de la tormenta? Tal vez en que al final caerán todas las máscaras que disimulan el mortal juego que se traen entre manos los modernistas?

El contraste entre la festividad de Nuestra Señora del Carmen y la detonación del arma más destructiva concebida por el hombre –que mata a justos y pecadores y es simiente de enfermedad para años– nos da la clave para entender la importancia de esta fecha. El signo de la Virgen, la que recibió el Verbo y engrandeció a Dios, se alza frente al de la Serpiente, que desprecia soberbia los dones de Dios exaltando su propia voluntad. El primigenio non serviam resuena en la voz de quien se niega a ser servus servorum Dei.

«Por sus frutos los conoceréis»: ése fue el mensaje del Evangelio del domingo pasado, séptimo después de Pentecostés en el Rito Extraordinario de antes, más conocido como Misa de siempre. Los frutos de este nuevo motu proprio serán confusión generalizada y mayor división; tentaciones de resentimiento, desánimo y desesperación; tensiones y problemas para los obispos de todo el mundo; vacilaciones incapacitantes para jóvenes que tenían pensado hacerse seminaristas de acuerdo con lo dispuesto en Summorum pontificum; que numerosos católicos se pasen a la Fraternidad San Pío X (¡por lo que no juzgo a nadie!) y a grupos sedevacantistas (lo cual, por el contrario, sí que sería trágico) porque los ordinarios no entienden –y no deberían ser capaces de entender– que un papa pueda actuar en contra de la Iglesia, sus tradiciones y el bien común, como hace y ha hecho tantísimas veces Francisco. De todo eso y más tendrá que dar cuenta Jorge Bergoglio cuando comparezca ante el temible tribunal de Cristo.

En este tenebroso día, no nos limitemos a invocar a la Virgen del Carmen y portar su escapulario; veamos también en ese escapulario un recordatorio del manto protector con que cubre a todos sus hijos y a todo lo que es católico, incluidas las tradiciones que nos unen entre nosotros y con todas las generaciones de creyentes, hasta llegar a Nuestra Señora. Pues fue Ella quien dijo en palabras que debemos invocar con fiel perseverancia: «Desplegó el poder de su brazo y dispersó a los que se engríen con los pensamientos de su corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes».

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)