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martes, 24 de octubre de 2023

No hay peor ciego (Bruno Moreno)



Como le dijo el juez al guardia jurado acusado de complicidad en el robo: “me creo que sea usted corto de vista, me creo que fuera de noche cerrada y no se viera bien, me creo que se hubiera producido un apagón, también me creo que hubiera niebla y hasta me creo que por mala suerte hubiera perdido las gafas, pero, cuando ayudó a los ladrones a meter el botín en la furgoneta, digo yo que algo vería, ¿no?”.

Del mismo modo, cuando hablamos en este blog de problemas de la Iglesia que están a la vista de todos, cada día y en todas partes, uno sospecha que quienes sistemáticamente no los ven es porque no los quieren ver. En cierto modo lo entiendo, porque a menudo son problemas angustiosos, pero negarlos no conduce a nada, creo yo.

Vemos unos ejemplos, con las noticias que acabo de leer y los últimos artículos que he escrito sobre estos temas.

- Hace un par de semanas escribí el artículo ¿Tradición viva o Tradición a secas?, en el que indicaba que la expresión “Tradición viva” tiene una interpretación católica y acorde con la fe, pero que hay que tener cuidado porque muchos “teólogos” y eclesiásticos ponen adjetivos a la Tradición para darle otro sentido totalmente contrario, el de algo que está constantemente cambiando, con el fin de usarlo para introducir en la Iglesia cosas contrarias a lo que la Iglesia siempre ha creído.

He aquí que hoy me encuentro que el Cardenal Czerny, jesuita, le cuenta a un entrevistador que la Iglesia no ordena mujeres, pero que “no se trata de una discriminación estructural. Es nuestra tradición que las mujeres no puedan ser sacerdotes. Y la tradición es dinámica. Está en desarrollo. No es estática”. Y justo después le preguntan si ha conocido a alguna mujer con vocación al sacerdocio y responde: “Probablemente sí". ¿De verdad hay alguien que no vea que el cardenal está abriendo la puerta a decir que hoy las mujeres no pueden ser sacerdotes, pero mañana ya veremos, porque la tradición es dinámica y las mujeres tienen vocación sacerdotal y patatín y patatán? Igual, por otra parte, que hizo el mismo Papa cuando dijo que la declaración definitiva de Juan Pablo II sobre el sacerdocio reservado a los varones era definitiva, pero que habrá que estudiar qué significa exactamente eso de “definitiva”

- Hace un mes escribí, ¿Más sabio que Santo Tomás?, en el que señalaba que las declaraciones que había realizado el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cardenal Víctor Manuel Fernández, eran una muestra de que, aunque fuera inconscientemente, pensaba que era más sabio que Santo Tomás, porque decía exactamente lo contrario que él (en una cuestión, además, en la que el Aquinate no hacía más que expresar la fe de la Iglesia).

He aquí que me encuentro que el mismo Prefecto declara ahora con toda seriedad en Facebook que, en la Iglesia del pasado, “existía una violencia verbal que llevaba demasiado rápido a juzgar duramente a los demás sin temor alguno a lastimarlos y a destrozar su autoestima. Se decía: ‘adúlteros’, ‘sodomitas’, ‘hijos ilegítimos’, ‘degenerados’, ‘pecadores’, etc.”.

Es difícil no concluir de estas palabras que que el Prefecto no solo se cree más sabio que Santo Tomás, sino también más sabio y misericordioso que San Pablo, todos los santos, todos los papas de la historia y el mismo Jesucristo, que usaron en numerosas ocasiones esas mismas palabras y por ello, aparentemente, fueron culpables de “violencia verbal” y de no tener temor alguno a “destrozar la autoestima” de pobrecillos cuyo único pecado era, bueno, pecar gravemente, pero que a la vez tenían derecho a que nadie osara decir que eran pecadores, ni adúlteros ni nada.

- Hace tres días escribí Estamos en la última trinchera, sugiriendoque gran parte de la jerarquía de la Iglesia lleva medio siglo presa de una extraña locura que le induce a creer que lo que tiene que hacer la Iglesia es ceder en todo a las pretensiones anticristianas del mundo, y así, de alguna forma, llegará una mágica primavera, un nuevo pentecostés. A pesar de que llevamos medio siglo comprobando por activa y por pasiva que, por mucho que cedamos al progresismo, lo único que conseguimos es que cada vez pida más y más.

Pues he aquí que me encuentro a Mons. Overbeck, obispo de Essen, en Alemania, y nombrado uno de los portavoces del Sínodo de la sinodalidad, repitiendo otra vez en una rueda de prensa sinodal la cansada cantinela de “los signos de los tiempos” y diciendo que, si la enseñanza de la Iglesia es contraria a esos signos de los tiempos, “a nadie le va a convencer” esa enseñanza. Con lo que se refiere, presumiblemente, a algo que ya lleva tiempo defendiendo: que “la Iglesia Católica debe cambiar su opinión sobre la homosexualidad” y que no debe negarse esta “expresión de la sexualidad”, porque excluirlo es la “manifestación de un prejuicio difícil de aceptar” y lleva a la “discriminación”. Curiosamente, el obispo ha asegurado en la rueda de prensa que, en 14 años como obispo, ha enterrado a 300 sacerdotes y solo ha ordenado a 15. Actualmente no tiene ningún seminarista. Pero, claro, él sabe lo que necesita la Iglesia, que es renunciar a la moral revelada, y así todo, mágicamente, se arreglará. No es una locura, no, es perfectamente lógico.

- En fin, quien no lo ve es que no quiere ver. Y ver los problemas es lo primero que se necesita para poder solucionarlos. Necesitamos luz y, en casos como los citados, una generosa cantidad de desinfectante.

Bruno Moreno

viernes, 13 de octubre de 2023

Dubia y más dubia: Entrevista a Monseñor Schneider



La entrevista a monseñor Schneider (que tiene lugar al principio) dura aproximadamente 55 minutos. Es muy aconsejable escucharla, aunque sea en varias veces. Es esclarecedora y un canto a la esperanza para los católicos

Duración 54 minutos y 40 segundos (desde 7:08 hasta 1:01:48)

lunes, 9 de octubre de 2023

Burke y Müller: «El Espíritu Santo no puede contradecirse» (Carlos Esteban)



Hace algunas semanas, en vísperas del sínodo, uno de sus más conspicuos participantes, el jesuita norteamericano James Martin, acusó a los críticos de la asamblea sinodal de no creer en el Espíritu Santo, como si la Tercera Persona de la Santísima Trinidad fuera responsable todo lo que cualquiera proclame en su nombre.

Pero en una intervención en la cadena católica norteamericana EWTN, el ex Prefecto del Tribunal de la Signatura Apostólica, cardenal Raymond Burke, recordó lo evidente: Dios no puede contradecirse, y decir hoy lo contrario de lo que dijo ayer.

Burke cargó contra la continua referencia al Espíritu Santo en las decisiones de este Sínodo, señalando que “es el mismo que inspira a la Iglesia desde hace dos mil años y no se contradice. No puede haber inspirado durante dos mil años que algo es malo y ahora inspirar que es bueno».

Burke y su colega Gerhard Müller, antiguo prefecto para la Doctrina de la Fe, reiteraron para la EWTN, la doctrina de la fe e instaron a los católicos a resistir con fortaleza y permanecer en la única Iglesia de Cristo.

Los dos primeros actos del nuevo Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe , a saber, la publicación de la carta del Papa Francisco a la primera versión de la dubia de cinco cardenales y la respuesta a las preguntas del cardenal Dominik Duka sobre Amoris Lætitia, contradecían la enseñanza constante de la Iglesia sobre al menos un punto capital: el mal intrínseco de la sexualidad ejercida fuera del matrimonio legítimo. Estos documentos llevan la firma ex audientia de Francisco, pero no se encuentra en ellos la fórmula habitual: « el Sumo Pontífice NN, el…, aprobó esta Carta (o Instrucción/Decreto/Nota, etc.) y ha ordenado su publicación». El detalle es digno de mención y confiado a la reflexión de los canonistas.

“Permanezcamos con Cristo en la Iglesia”, implora Burke. “Aunque sea el Papa quien defiende lo falso, nosotros defendemos la verdad (…). Creemos que el Señor está llevando todo a buen fin. Mientras tanto el sufrimiento es terrible; En cualquier caso, no subestimo el sufrimiento de los católicos; No sé qué tan buen católico soy, pero también sufro. Pero debemos confiar en el Señor, permanecer con Él, no ir a otra parte». Y pone el ejemplo de la fortaleza de San Atanasio, quienes tuvieron que sufrir toda clase de castigos y sanciones para defender la fe. «Nosotros también debemos estar dispuestos a hacerlo», dijo el cardenal.

Müller habló del trato indigno que algunos obispos católicos están recibiendo por parte del Papa, como el obispo de Tyler, monseñor Strickland, mientras que abusadores sexuales, como Rupnik, disfrutan de su protección: «El obispo no es un delegado de la Papa». El Papa sólo puede intervenir cuando hay problemas graves, de carácter moral o doctrinal; «Es una vergüenza que los buenos obispos ortodoxos estén sujetos a estas presiones y que otros que están haciendo muchas cosas malas y son heterodoxos reciban una gran tolerancia por parte de Roma».

Carlos Esteban

La gran subversión



Hace una semana publicaba un artículo titulado “La gran inversión”. En este caso lo titulo La gran subversión. Estamos frente a una persona, Jorge Bergoglio, que desde su arribo a la sede petrina y, sobre todo en el último año, está tomando medidas que subvierten —es decir, vuelven hacia abajo lo que debe estar arriba— la Iglesia católica. El siempre imprescindible blog de Specola nos señala un artículo de Eric Sammons que nos lo dice con claridad: el concepto de sinodalidad amenaza con reemplazar al catolicismo como religión de la Iglesia católica; con Francisco está surgiendo una nueva religión que busca arrebatarle el control a la Iglesia católica para reemplazar al catolicismo. Esa es a situación real que estamos atravesando, y es difícil tomar conciencia plena de la gravedad del momento.

No voy a repetir aquí lo que se dice sobre el sínodo en muchos otros medios. Pero sí me parece relevante señalar algunos aspectos que prueban mi hipótesis de que estamos en medio de un acelerado proceso de subversión de la Iglesia. Un muy bien informado sitio periodístico italiano, Silere non possum, nos relata lo que se vive en medio del sinodal sínodo sobre la sinodalidad. Los cardenales, obispos y sacerdotes son considerados sapos de otro pozo y deben medir cada palabra que dicen debido a que quienes allí tienen la voz más alta y potente, son un pequeño grupo de laicos ideologizados, arrogantes y arribistas que quieren imponer su forma de pensar. Y piensan con pretendida autoridad sobre cualquier tema. Por ejemplo, sobre la formación sacerdotal en los seminarios. ¿Es posible que laicos como el representante de extrema izquierda Luca Casarini, por ejemplo, pueda decir algo sobre cómo formar a los sacerdotes del mañana? ¿La Iglesia puede confiar esta reflexión a personas que no tienen idea de lo que es un seminario o una parroquia? Los pobres, colectivo que no puede faltar en tenidas francisquistas, son glorificados por hombres y mujeres que usan pulseras que cuestan diez mil euros. El obispo ya no es quien confirma en la fe sino «quien debe acompañar a los migrantes». Incluso hay quienes están pensando en modificar el Código de Derecho Canónico: ocurrió el viernes por la mañana cuando se habló de cómo reformar las estructuras eclesiales y las curias. Esta discusión de altísima gravedad ha sido encomendada por el Sumo Pontífice a quienes ni siquiera tienen el bachillerato terminado.

A tal punto llega la subversión que está ocurriendo ante nuestros ojos que la inicua Elizabetta Piqué se escandalizaba de que el cardenal Müller tuviera la osadía de asistir al sínodo usando sotana. Una periodista mucho más seria que la Piqué, Diane Montagna, hacía la siguiente pregunta el vocero de la asamblea: “Tradicionalmente, y no sólo tradicionalmente, la Iglesia católica discierne la presencia del Espíritu Santo según está de acuerdo con la Revelación divina, el consenso unánime de los Padres y la Tradición apostólica. Entonces,¿Cómo discierne el sínodo si algo viene del Espíritu Santo o de otro espíritu?”. La respuesta del dottore Ruffini, vocero papal, es indiscernible (ver aquí, 36’ 45”). ¿Surrealismo? Más bien parece una Revolución de Octubre de papel crepé o un congreso peronista trasladado a la colina vaticana.

Pero el sínodo recién comienza y para trazarle su camino, el Papa promulgó el 4 de octubre la exhortación apostólica, o más bien ecológica, Laudate Deum. Una vez más, no se trata de repetir aquí lo que se puede leer en otros sitios, pero podemos señalar algunos puntos. En primer lugar, la oportunidad del documento. Como lo dice de un modo genial Juan Manuel de Prada en su artículo del sábado en el ABC, “en un futuro probable, quiene leyeren esta exhortación podrían quedarse pasmados de que, en una época en que primer incendios abrasan la Iglesia, un Papa se pusiera a tañer la lira del cambio climático”. Pero se trata, además, de un documento en el que el nombre de Jesús aparece mencionado sólo una vez. Nuestro Señor ha desaparecido del horizonte de su vicario que, pareciera, se ha constituido en vicario de otros poderes. Quienes siguen este blog saben que desconfío sistemáticamente de las teorías conspirativas, pero no pretendo caer en la ingenuidad. ¿Cuáles son los motivos que justifican los lazos de amistad y cordial entendimiento entre Bill Clinton y Alex Soros, heredero de George, con el papa Francisco? Sabemos quiénes son y qué quieren aquellos dos, y lo sabemos porque lo dicen públicamente, ¿qué pueden tener en común entonces, con el vicario de Cristo, si sus objetivos son subvertir la doctrina cristiana? Mariana Mazzucato, una empleada del holding Clinton, Soros & Cía. ha sido empleada hace pocas semanas también por el Papa Francisco nombrándola miembro de la Academia para la Vida. Y las declaraciones de esta señora son muy claras en cuanto a los objetivos que persiguen sus empleadores. Estos datos son apenas una muestra de muchos otros, y creo que todos ellos nos llevan a afirmar, porque tal es la evidencia, que el Papa Francisco se encuentra ocupado en el proceso de cambiar la fe católica; ya no es cuestión de que sea más o menos progresista, más o menos disruptor; más o menos hostil a los tradicionalistas y conservadores. Está destruyendo la fe de los apóstoles y la está cambiando por otra.

La exhortación ecológica, además, causa una profunda vergüenza a todos los católicos por la calidad del texto: es tan elemental, tan poco seria, tan ramplona y arrabaler que parece que la hubiese escrito el cardenal Tucho Fernández (se non è vero…). Qué persona formada, qué católico sincero podría tomarse en serio un documento que, por ejemplo, en el nº 57 dice: “Pero corremos el riesgo de quedarnos encerrados en la lógica de emparchar, colocar remiendos, atar con alambre, mientras por lo bajo avanza un proceso de deterioro que continuamos alimentando. Suponer que cualquier problema futuro podrá ser resuelto con nuevas intervenciones técnicas es un pragmatismo homicida, como patear hacia adelante una bola de nieve”. O bien, hace afirmaciones como la siguiente: “Ya no se puede dudar del origen humano —“antrópico”— del cambio climático” (nº 11). Pues la verdad es que son muchos los que dudan y tienen argumentos muy sólidos y consistentes para hacerlo, por ejemplo Marco Battaglia, la máxima autoridad italiana en cuestiones climáticas y ambientales

¿Qué seriedad puede tener un documento cuyas citas son autocitas en su mayor parte y el resto, citas de documentos producidas por agencias globalistas y pertenecientes todos a una misma y única postura? ¿Qué crédito se puede dar al autor del tal documento que no solamente no tiene en cuenta las razones contrarias a las propias opiniones sino que se burla de quienes las sostienen y, en la práctica, prohibe a los católicos adherir a posiciones que él mismo denomina “negacionistas”? El texto de Laudate Deum no alcanza el nivel de una tesina de licenciatura, y jamás pasaría la revisión de una revista científica mínimamente seria; y traigo a colación lo de “revista científica” porque es un texto que habla de ciencia (interesantes las reflexiones en este sentido de Quintana Paz). Por eso mismo, pareciera que la mano que estuvo detrás es la del cardenal Tucho.

¡Qué lejos quedaron los grandes documentos papales! Si pareciera que hace siglos que aparecieron Veritatis splendor o Spes salvi. Muchos dirán con razón que no vale la pena hacer tanta alharaca porque, en definitiva, se trata de un documento que no leerá más que la élite ilustrada de franciscólogos. No lo leerán los sacerdotes y mucho menos los laicos; los obispos quizás lo lean a fin de poder citarlo y acumular chances de alguna promoción. Pero el problema no es solamente el desprestigio —ya de por sí muy disminuido— que acarreará a la Iglesia sino la pulverización que implica de la función magisterial del pontificado romano. Mucho le costará a los próximos papas —si es que los tales existen— reclamar la función de maestros supremos de la fe después de la devastación producida por Bergoglio.

Finalmente, la subversión pudo verse de un modo impúdico en la presentación del documento en medio de los jardines vaticanos. Allí estuvieron, entre otros, Giorgio Parisi, científico italiano que impidió que el papa Benedicto XVI hablara en La Sapienza; el escritor Jonathan Safran Foer, cuyas propuestas para palear el cambio climático son no tener hijos y no comer carne, y Luisa-Marie Neubauer, amiga de Greta Thunberg. La foto que ilustra esta entrada presenta justamente a esta desdichada jovencita nórdica como una santa, y ciertamente lo es de acuerdo a los nuevos criterios francisquistas. Ya no se presentan como modelos de santidad quienes se mantienen castos, como San Luis Gonzaga; quienes dan su vida por Cristo como Santa Inés; quienes llevan el mensaje del Evangelio a los paganos como San Francisco Solano o quienes entregan totalmente su vida a Dios en la oración como Santa Teresita del Niño Jesús. No. Los nuevos modelos, los nuevos santos, son los que no contaminan el ambiente, quienes entregan su vida para “evitar un aumento de una décima de grado en la temperatura global” (Laudate Deum nº 70) y quines no albergan “opiniones despectivas y poco racionales” (nº 14) con respecto al cambio climático que aflige a la Madre Tierra. La subversión de la Iglesia.

Cuando era adolescente me entusiasmé con la lectura de El señor del mundo de Robert Hugh Benson y de Juana Tabor, de Hugo Wast. Lecturas juveniles de épocas en que no había internet. Y fantaseaba sobre lo afortunados que sería los cristianos que vivieran esos tiempos postreros. Mucho me temo esos tiempos están alboreando; lo que ya no me convence es que los cristianos que estamos viendo ese amanecer luctuoso seamos tan afortunados.

THE WANDERER

viernes, 6 de octubre de 2023

NOTICIAS 6 DE OCTUBRE DE 2023



ADELANTE LA FE

Carta de cardenal Joseph Zen expresando algunas preocupaciones sobre el Sínodo de la sinodalidad

¿Y al fin cómo es que nos vamos a enterar de lo que sucede en el sínodo?

Selección por José Martí

Mis tres ‘dubia’ sobre Laudate Deum (un excelente artículo de Carlos Esteban)



La reciente exhortación Laudate Deum, anunciada como segunda parte de la encíclica ecológica Laudato sì, suscita, al menos en quien esto escribe, ciertas dudas que expongo a continuación.

Las dubia, como las sometidas recientemente al Papa por cinco cardenales sobre asuntos que conciernen al sínodo de la sinodalidad, son un procedimiento formal, previsto aunque excepcional, por el que se ruegan aclaraciones sobre un texto pontificio. Sus protagonistas suelen ser prelados, pero el propio Papa Francisco ha expresado en incontables ocasiones, y muy especialmente con el presente sínodo, su voluntad de que los laicos transmitamos nuestras preocupaciones y sugerencias, lo que me ha animado a exponer las presentes ‘dubia’.

Primum dubium. Incluso si la teoría del cambio climático antropogénico se revela como no solo cierta, sino incluso como una catástrofe de proporciones apocalípticas para todo el planeta, ¿es competencia del Santo Padre? La misión estricta del sucesor de Pedro es, según las Escrituras y la Tradición, “confirmar en la fe a los hermanos” como custodio del Depósito de la Revelación. ¿Pertenece a la Revelación el Cambio Climático y sus consecuencias?

Una vez más, partamos de la hipótesis (más que discutible, como veremos más adelante) de que, en efecto, la actividad humana está contribuyendo a un dramático cambio en el clima planetario. ¿Qué autoridad tiene la cabeza de la Iglesia Católica para disertar sobre el mismo, urgiendo a adoptar ciertas medidas sobre las que no es un experto? Incluso el más fiel de los católicos, si acepta las premisas de esta teoría, prestará naturalmente más atención a los mensajes de investigadores de primera línea y autoridades científicas.

Porque una cosa es incidir desde la Cátedra de Pedro en la obligación de todos los hombres, no solo los cristianos, de cuidar la Creación -un aspecto de la teología moral sobre el que, en cualquier caso, ni el Evangelio ni los Padres han dedicado especial atención-, y otra muy distinta es abrazar una hipótesis científica concreta que no guarda relación alguna con la fe.

Y esto me lleva directamente a la segunda cuestión:

Secundum dubium. En nuestra primera cuestión hemos partido, ex hypothesi, de que existe una certeza sobre la realidad de la teoría del cambio climático antropogénico. Pero eso está lejos de ser cierto. ¿Es prudente que el Santo Padre comprometa, como mínimo, el prestigio de la Sede Petrina, abrazando autoritativamente una hipótesis científica que bien podría revelarse errada en todo o en parte? ¿Tiene sentido dar la apariencia de un respaldo casi dogmático a un saber científico, por claro que aparezca a ojos humanos?

Antes de continuar conviene aclarar qué comporta la teoría del cambio climático antropogénico dominante ahora en el panorama internacional. Para no ser tachado de negacionista y arrojado a las tinieblas exteriores es necesario creer con fe cierta todas y cada una de las siguientes afirmaciones:

1. No basta afirmar que existe el cambio climático, que equivale a hablar del agua mojada o del fuego ardiente, porque la naturaleza del clima es el cambio. No: hay que creer en un cambio significativo y permanente del clima a escala planetaria, evidenciado sobre todo por un aumento de la temperatura media, mediante un mecanismo que implica el aumento de emisiones de determinados gases, muy especialmente el dióxido de carbono.

2. Asimismo hay que creer que este cambio de paradigma climático es debido a la actividad humana, muy especialmente a la actividad industrial.

3. Es también necesario creer que las consecuencias de este cambio son un mal sin mezcla de bien alguno. No es aceptable argumentar que el planeta ha vivido periodos bastante más cálidos que el actual, incluso en épocas históricas, y que las consecuencias han sido, en general, bastante positivas, como en el Óptimo Medieval, o que la tierra ha salido solo recientemente (en el siglo XIX) de una Pequeña Glaciación que ha durado siglos, por lo que podría considerarse, en forma impropia, que se está volviendo “a la normalidad”.

4. Por último, hay que creer que el fenómeno es reversible. Este último punto es de los más delicados, pero también de los más cruciales. Desde que se anunció este proceso, allá por los años ochenta del pasado siglo, se nos ha venido advirtiendo regularmente que nos quedaban X años para que no hubiera marcha atrás, pero en cada caso la fecha ha llegado, la catástrofe no se ha materializado y, como en las sectas milenaristas, los profetas han vuelto a atrasar la fecha del apocalipsis. La razón que aducen los negacionistas es que si alguna vez se declarara la irreversibilidad, las medidas draconianas que se nos quieren imponer no tendrían razón de ser.

Pero pese a que el Papa afirma que el consenso científico es casi absoluto, que los disidentes son una minoría ínfima y, sugiere, irrelevante, lo evidente es que ese no parece ser el caso.

La ciencia es un saber que avanza por confirmación física. Si las previsiones que se hacen a partir de una hipótesis no se cumplen, la hipótesis es falsa, al menos en alguna medida. Y muchas profecías se han incumplido; todas, de hecho.

Por otra parte, recientemente se hizo pública una declaración firmada por más de un millar de científicos asegurando que no estamos ante una emergencia climática. No hablamos de opinadores o aficionados: son investigadores de primera línea, y entre los firmantes figuran dos premios Nobel.

¿Pueden estar errados? Naturalmente. Pero eso no puede saberlo el Papa, que con esta exhortación se arriesga a comprometer el prestigio de la Sede Apostólica.

No está lejos en absoluto el repetido mensaje papal exhortando a la vacunación contra el covid, que declaró como un ‘deber moral’ y calificó de ‘acto de amor’. Las intenciones, incluso la lógica, de ese mensaje es impecable, pero solo si el tratamiento recomendado funcionaba exactamente como se anunció universal y repetidamente. No fue el caso. Los propios fabricantes confesaron que la ‘vacuna’ no pretendía detener la transmisión de la enfermedad -de hecho, no lo hacía-, negando así lo que la podía convertir teóricamente en un ‘acto de amor’. Por otra parte, aún es pronto para analizar todos los datos que van apareciendo sobre sus efectos secundarios en una minoría de sujetos, que quizá podrían hacerla poco aconsejable para una campaña universal.

Y, por último:

Tertium dubium. La Iglesia vive objetivamente un momento de crisis y confusión. La crisis es perfectamente medible con parámetros usados para cualquier realidad humana: número de católicos en Occidente, apostasías, vocaciones sacerdotales y religiosas, práctica de los sacramentos, desacuerdos doctrinales. Se mida como se mida, todos los factores apuntan no solo a una reducción de la Iglesia, sino a su irrelevancia como ‘sal’ de las sociedades donde habitan los cristianos.

Por otra parte, los principios de nuestra fe están en continua y ruidosa discusión, y la palabra ‘cisma’ aparece cada vez más a menudo en boca de los comentaristas, e incluso del propio Santo Padre.

Así las cosas, ¿tiene sentido, en este panorama, que el Papa dedique dos documentos magisteriales al ‘cuidado de la casa (material) común’, ignorando aparentemente la angustia de tantas almas? Al fin, el objetivo último de toda la estructura eclesial, la razón de ser de cada uno de sus elementos, es la salvación de las almas, no la supervivencia del planeta.

Carlos Esteban

lunes, 2 de octubre de 2023

Una «respuesta» a los dubia que no es ni siquiera cristiana (BRUNO MORENO)

ESPADA DE DOBLE FILO




Leo con asombro y tristeza la carta que escribió el Papa Francisco a los dubia presentados por cinco cardenales sobre los temas que van a debatirse en el tristemente famoso Sínodo de la sinodalidad. No vamos a entrar en si fue redactada por el propio Papa o por el cardenal Fernández. En realidad da igual: está firmada por el Papa y eso es lo que importa.

Esta “respuesta”, como era de prever dada la confusión actual, no responde a las preguntas, sino que se limita a confundir más las cuestiones en lugar de aclararlas, una forma de actuar que, hasta donde puedo ver, es inédita en el Magisterio de dos milenios de historia de la Iglesia. Desgraciadamente, eso no es lo peor y decía que he leído la respuesta con asombro y tristeza porque me veo obligado a concluir que no es simplemente confusa y errónea, sino que ni siquiera cumple los requisitos mínimos para ser considerada cristiana. Al menos a mi (falible) juicio. Vamos a verlo brevemente.

En la respuesta se encuentran afirmaciones asombrosas, que, hasta donde puedo ver, en cualquier momento de la historia de la Iglesia (excepto el presente, por lo visto), habrían recibido una condena universal por parte de todos los católicos. Por ejemplo:
“f) Por otra parte, es cierto que el Magisterio no es superior a la Palabra de Dios, pero también es verdad que tanto los textos de las Escrituras como los testimonios de la Tradición necesitan una interpretación que permita distinguir su substancia perenne de los condicionamientos culturales. Es evidente, por ejemplo, en los textos bíblicos (como Éx 21,20-21) y en algunas intervenciones magisteriales que toleraban la esclavitud (cf. Nicolás V, Bula Dum Diversas, 1452). No es un tema menor dada su íntima conexión con la verdad perenne de la dignidad inalienable de la persona humana. Esos textos necesitan una interpretación. Lo mismo vale para algunas consideraciones del Nuevo Testamento sobre las mujeres (1 Cor 11,3-10; 1 Tim 2,11-14) y para otros textos de las Escrituras y testimonios de la Tradición que hoy no pueden ser repetidos materialmente”
Esto es, sencillamente, increíble. Es dogma de fe que la Sagrada Escritura está libre de error. El Concilio Vaticano II recordó esta verdad básica de la fe católica: “Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación” (Dei Verbum 11). Si alguien no reconoce esta verdad fundamental y evidente de que la Palabra de Dios no se equivoca, no puede ser considerado ni siquiera cristiano, mucho menos católico.

Nunca creí que vería el día en que un documento pontificio se dijera, con toda naturalidad, que “algunas consideraciones del Nuevo Testamento sobre las mujeres” y otras cuestiones “hoy no pueden” ser repetidas “materialmente” por la Iglesia. ¿Y qué vamos a repetir entonces? ¿Lo que dicen los vedas, El Capital o El arte de besar? Si eso no es ponerse por encima de la Palabra de Dios no sé lo que es. Con ese criterio, se puede enseñar cualquier cosa. Hoy ya no se puede repetir lo que dice la Palabra de Dios sobre las mujeres, mañana no se aceptará lo que dice sobre las parejas del mismo sexo o sobre el adulterio y pasado mañana le tocará al asesinato (al menos para niños y ancianos), a la resurrección de Cristo o a la Santísima Trinidad. Un completo despropósito.

Decía que este criterio no es ni siquiera cristiano porque disuelve por completo la fe y a la misma Iglesia. A fin de cuentas, la misión de la Iglesia en su conjunto y del Magisterio en concreto es transmitir la Revelación de Jesucristo, contenida en las dos fuentes gemelas de Escritura y Tradición. Si el Magisterio, en vez de transmitir lo revelado, pasa a elegir qué partes de la Escritura y la Tradición se pueden “repetir materialmente” y qué partes no porque ya están obsoletas, ha convertido al Papa en fuente de la revelación, en una especie de nuevo Mesías, mejor y más misericordioso que Jesucristo. Es una idea por completo incompatible con la fe.

En cuanto a la esclavitud y brevemente para no alargarnos, es lamentable que el documento haga uso de un bulo anticatólico muy extendido, al afirmar que la Iglesia ha cambiado de opinión con respecto a la esclavitud (¡y además lo ha hecho abandonando lo que afirma la Escritura sobre el tema!). La realidad, evidente para cualquiera que sabe algo de moral, es que lo moral e inmoral no son los nombres. La palabra “esclavitud” no es moral ni inmoral y se ha referido a lo largo de la historia a realidades variadísimas, desde los trabajos forzados a la servidumbre de la gleba, los trabajos para saldar una deuda, la prisión, etc. Algunas de esas realidades son intrínsecamente rechazables y otras no lo eran necesariamente en sus circunstancias.

Lo inmoral, que siempre ha sido condenado por la Iglesia y por la Palabra de Dios, es tratar a una persona como si fuera un objeto. En ese sentido, por ejemplo, las leyes sobre la esclavitud existentes en Norteamérica (la llamada “chattel slavery”, que consideraba objetos a los esclavos) permitían que los amos vendieran a los hijos de los esclavos, los maltrataran cruelmente, se acostaran con las esclavas a voluntad y un largo etcétera y, por lo tanto, eran evidentemente inmorales, no por la palabra “esclavitud”, sino por esas inmoralidades que permitían. En cambio, en los países católicos se entendía que esas inmoralidades debían estar prohibidas, porque el hecho de que alguien, jurídicamente, tuviera la condición de “esclavo” no significaba que dejara de ser una persona. Del mismo modo, San Pablo, cuando habla a un amo sobre su esclavo escapado Onésimo, le dice que lo trate como a un “querido hermano en el Señor”, como una persona y no como un objeto de su posesión, rechazando así cualquier inmoralidad. Es decir, no ha cambiado la doctrina moral sobre esta cuestión, porque lo que hoy es inmoral también lo era hace mil años, aunque por supuesto hayan cambiado los juicios prudenciales sobre estructuras jurídicas que dependen de las circunstancias. Es tristísimo que un documento papal aproveche falsas acusaciones anticristianas para “demostrar” así que la doctrina católica puede cambiar.

Asimismo, en la respuesta papal se afirma que “la Iglesia debe discernir constantemente entre aquello que es esencial para la salvación y aquello que es secundario o está conectado menos directamente con este objetivo”. Eso es cierto, pero irrelevante para la pregunta de los cardenales, a no ser que, como parece, por “distinguir” se esté entendiendo abandonar lo que no nos gusta y que, precisamente para eso, hemos calificado de secundario, como, por ejemplo, la enseñanza de la Iglesia sobre la inmoralidad del adulterio, la existencia de actos intrínsecamente malos, la licitud de la pena de muerte, la imposibilidad de que Dios quiera que pequemos en algunas ocasiones, el hecho de que Dios siempre da la gracia necesaria para no pecar o la existencia de la guerra justa, doctrinas todas ellas que han sido negadas en diversos documentos o declaraciones de este pontificado.

En la misma línea de confusión aparentemente deliberada, se nos asegura que “cada línea teológica tiene sus riesgos pero también sus oportunidades”. Esto es un evidente despropósito. La “línea teológica” de Lutero, Calvino, Tyrrell o Cerinto, por dar cuatro ejemplos, no tenía simplemente “riesgos” y “oportunidades”. Eran herejías, errores mayúsculos que apartaban a los fieles de la verdadera fe. Por eso la Iglesia determinó que no cabían en la Iglesia. Esa pretensión moderna de que todo es bueno y no hay nada malo (excepto defender la fe católica de siempre) no es más que una aplicación de dos viejos refranes castellanos: de noche todos los gatos son pardos y a río revuelto, ganancia de pescadores. Es decir, es un claro intento de introducir la confusión para poder llevar a cabo los cambios deseados, sin que se note mucho que son opuestos por completo a la fe católica. Hay de los que llaman mal al bien y bien al mal, dice Isaías (aunque a lo mejor es una de esas afirmaciones de la Palabra de Dios que no se pueden “repetir materialmente”, quién sabe).

Con respecto a las parejas del mismo sexo, abundan en el texto las simplificaciones engañosas. Por ejemplo, se nos asegura que la Iglesia “evita todo tipo de rito o de sacramental que pueda contradecir esta convicción [de que el matrimonio es entre un hombre y una mujer] y dar a entender que se reconoce como matrimonio algo que no lo es”. Esto es una simplificación evidentemente engañosa porque omite lo más importante: la Iglesia no solo enseña que esas uniones no son matrimonio. La fe católica enseña también que son gravísimamente inmorales, contrarias a la ley de Dios y, por su propia naturaleza, conducen al infierno y no al cielo. ¡Por eso no se pueden bendecir y no por cuestiones de apariencias!

También se simplifica engañosamente cuando se nos dice que “no podemos constituirnos en jueces que sólo niegan, rechazan, excluyen”. Esto es engañoso porque no existe absolutamente nadie en el mundo que solo niegue, rechace o excluya. Lo que se hace es negar, rechazar o excluir lo que vulnera la Ley de Dios, como siempre ha hecho la Iglesia, porque no puede hacer otra cosa. En esto no puede haber ninguna duda y ciertamente no tiene nada que ver con “constituirnos en jueces”, sino en reconocer que el Juez divino ha hablado sobre esta cuestión y nosotros no podemos hacer más que aceptar lo que Dios manda. Obedecer y recordar lo que ha dictaminado el mismo Dios es lo contrario de constituirse en jueces, es constituirse en siervos y discípulos. En cambio, rechazar la Ley de Dios sí que es constituirse en jueces por encima del único Juez.
Asimismo, se nos dice que es necesario “que no sólo la jerarquía sino todo el Pueblo de Dios de distintas maneras y en diversos niveles pueda hacer oír su voz y sentirse parte en el camino de la Iglesia”. 
Lo que se oculta con esta respuesta aparentemente tan bonita es que quien hace “oír su voz” contra la doctrina de la Iglesia, por ese mismo hecho no es parte del Pueblo de Dios. Si la sinodalidad, como estamos viendo y como ya sucedió en los sínodos anteriores, consiste en abrir la veda para que todo el mundo pueda negar sin consecuencias lo que enseña la Iglesia y para que se acepte la posibilidad de aceptar esas negaciones de la fe, eso no tiene nada que ver con el sensus fidei, ni con el “camino de la Iglesia” ni con nada lejanamente católico. Es, simplemente, la confusión de Babel elevada de forma blasfema al rango de Pentecostés.

También se nos asegura que la enseñanza de la Iglesia sobre la diferencia esencial entre el sacerdocio sacramental y el sacerdocio común de los fieles (señalada con toda claridad por el Concilio Vaticano II) equivale a decir que “no es conveniente sostener una diferencia de grado que implique considerar al sacerdocio común de los fieles como algo de ‘segunda categoría’ o de menor valor (‘un grado más bajo’). Ambas formas de sacerdocio se iluminan y se sostienen mutuamente”. Esto es asombroso. Precisamente, el hecho de que la diferencia sea esencial indica que no se puede hacer esa equiparación, que pone todo al mismo nivel, en la que los sacerdotes ordenados iluminan a los seglares y los seglares iluminan a los sacerdotes, como si, en la práctica, todos fueran lo mismo. La realidad es que una diferencia esencial y cualitativa implica ministerios esencialmente distintos y que el triple munus de enseñar, santificar y gobernar se ha encomendado al sacerdocio ordenado por voluntad de Dios. Los seglares podemos y debemos colaborar con los clérigos, pero este intento de usurpar su misión específica y distinta (manifestado en el hecho delirante de que se permita votar a los laicos en el Sínodo de los Obispos como si diera igual ser obispo que seglar) es completamente contrario a la doctrina de la Iglesia.

De nuevo, se intenta sembrar la confusión en lugar de dar claridad cuando se nos asegura que no se conoce del todo la “naturaleza exacta” de la “declaración definitiva” que hizo Juan Pablo II de que la Iglesia no puede ordenar mujeres. Ante esta afirmación, creo que conviene hablar con claridad: todo el mundo conoce la “naturaleza exacta” de lo que enseñó Juan Pablo II sobre la ordenación de mujeres excepto los que se empeñan en negarlo contra viento y marea. A fin de cuentas, la doctrina de que la Iglesia no está facultada para ordenar mujeres ha sido enseñada siempre por el Magisterio, sigue el ejemplo del mismo Cristo y es parte de la fe católica. Recogiendo una larga sucesión de textos magisteriales sobre el mismo tema, Juan Pablo II enseñó que:
“Con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia” (Ordinatio Sacerdotalis)
Por si eso fuera poco, la Congregación para la Doctrina de la Fe declaró un año después que “la Iglesia no tiene facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres” y que esa verdad, “exige un asentimiento definitivo”, está “basada en la Palabra de Dios escrita y constantemente conservada y aplicada en la Tradición de la Iglesia desde el principio”, “se ha de entender como perteneciente al depósito de la fe” y “ha sido propuesta infaliblemente por el Magisterio ordinario y universal” (Congregación para la Doctrina de la Fe, respuesta a dubia del 28 de octubre de 1995).

En principio, uno pensaría que “infalible”, “definitivo”, “Palabra de Dios”, “Tradición” y “depósito de la fe” bastan para que un tema quede perfectamente claro para los católicos. Sin embargo, aparentemente, el autor del documento, sea el propio Papa o el cardenal Fernández, no lo tiene claro.

Hay algunos párrafos de la carta papal que a uno le dejan patidifuso, por la confusión que muestran:
“Hay muchas maneras de expresar el arrepentimiento. Frecuentemente, en las personas que tienen una autoestima muy herida, declararse culpables es una tortura cruel, pero el sólo hecho de acercarse a la confesión es una expresión simbólica de arrepentimiento y de búsqueda de la ayuda divina”
No. Esto es un mero intento de marear la perdiz. El arrepentimiento es el arrepentimiento. Todo lo demás estará muy bien y Dios sin duda lo tendrá en cuenta, pero no es arrepentimiento. Y sin arrepentimiento, incluido el propósito de la enmienda, no hay ni puede haber perdón de los pecados. Esto es dogma de fe y nadie lo puede cambiar, como enseña infaliblemente el Concilio de Trento al afirmar que es parte de la materia del sacramento (can IV, sesión XIV). Si una persona va a confesarse con la intención de seguir adulterando (que es de lo que estamos hablando), no tiene arrepentimiento. Cualquier intento de oscurecer este hecho básico es, en realidad, una excusa para considerar que algunos pecados, que están de moda en nuestro tiempo, ya no son verdaderamente pecados.

Me horroriza también que en este documento, siguiendo una lamentable práctica que hemos observado en varias ocasiones (empezando por Amoris Laetitia), se cite a San Juan Pablo II para decir exactamente lo contrario de lo que él enseñaba. Por ejemplo, se nos dice que “siguiendo a san Juan Pablo II, sostengo que no debemos exigir a los fieles propósitos de enmienda demasiado precisos y seguros, que en el fondo terminan siendo abstractos o incluso ególatras”. La diferencia, por supuesto, está en que San Juan Pablo II, como todos los moralistas católicos, sabía que el propósito de la enmienda no asegura que uno vaya a actuar bien, igual que sucede con los demás propósitos. Uno puede tener propósito de no volver a pecar y, aun así, al día siguiente peca, porque somos débiles. Nada tiene esto que ver con la situación que ha permitido y promovido el Papa Francisco, en la que a personas sin ningún propósito de la enmienda (porque no piensan dejar de adulterar con su nueva pareja) se les da (inválidamente) la absolución y se les permite recibir la Comunión. Esto es la ausencia de arrepentimiento y, repitámoslo, hace imposible recibir el perdón.

En la misma línea, se nos asegura que “todas las condiciones que habitualmente se ponen en la confesión, generalmente no son aplicables cuando la persona se encuentra en una situación de agonía, o con sus capacidades mentales y psíquicas muy limitadas”. Esto, de nuevo, no es cierto. Porque, como hemos visto, las condiciones de propósito de la enmienda y dolor de los pecados son parte esencial del sacramento y, sin ellas, no puede haber absolución, como siempre ha enseñado la Iglesia. Se puede dispensar de lo que es accidental, pero no de lo que es esencial según la enseñanza de la Iglesia.

¿Cómo se intenta escapar a esta evidente doctrina de la Iglesia en el documento? Siguiendo una táctica que ya hemos visto muchas veces: se afirma la doctrina de forma teórica, pero se procede a negarla en la práctica:
“El arrepentimiento es necesario para la validez de la absolución sacramental, e implica el propósito de no pecar. Pero aquí no hay matemáticas y una vez más debo recordar que el confesionario no es una aduana”
Es decir, como “aquí no hay matemáticas” no se puede decir que el arrepentimiento es distinto del no arrepentimiento. ¿Qué pensará el autor que son las “matemáticas”? No son matemáticas, es la verdad más básica. Si el arrepentimiento, incluido el propósito de la enmienda, es esencial para recibir la absolución, eso significa que sin arrepentimiento no hay absolución, aunque lo parezca o aunque un confesor indigno o engañado diga las palabras. Y aunque todo un Papa afirme lo contrario, porque en la Iglesia a quien seguimos es a Jesucristo y su Palabra y si alguien, sea quien sea, se aparta de la fe católica, hay que responder sintiéndolo mucho como San Pablo nos enseñó: anathema sit.

No es extraño que los cardenales autores de los dubia hayan señalado que las respuestas del papa Francisco “no han resuelto las dudas que planteamos, sino que, si acaso, las han profundizado”. Lo mismo me parece a mí. Es tristísimo, como decía al principio, tener que escribir este artículo, pero magis amica veritas. Si en la carta se niegan doctrinas básicas de la fe católica, se siembra la confusión en lugar de la claridad y se niega incluso la lógica más elemental, yo no puedo hacer otras cosa que señalarlo con todo el dolor de mi corazón. Y rezar mucho por el Papa y por la Iglesia.

Bruno Moreno

viernes, 29 de septiembre de 2023

Así explota el Sínodo de Francisco los errores del documento conciliar Lumen gentium con miras a redefinir la Iglesia



El Instrumentum laboris del Sínodo sobre la Sinodalidad contiene una lista de abreviaturas para referirse a los dieciséis documentos que se citan el texto: dos de Juan Pablo II, dos del secretariado general del Sínodo, cinco de Francisco y siete del Concilio Vaticano II. Como era de esperar, la lista no incluye ni un documento promulgado antes del Concilio.

La mayoría de las citas del Concilio que aparecen en el Instrumentum laboris proceden de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium. Uno de los documentos que se encuentran en el portal de internet del Sínodo de la Sinodalidad -el estudio de la Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia– explica por qué depende tanto la sinodalidad de Lumen gentium:«La Constitución dogmática Lumen gentium ilustra una visión de la naturaleza y misión de la Iglesia como comunión en la que se esbozan los presupuestos teológicos para una pertinente restauración de la sinodalidad: la concepción mistérica y sacramental de la Iglesia; su naturaleza de Pueblo de Dios peregrinante en la historia hacia la patria celestial, en el que todos los miembros, por el Bautismo, son marcados con la misma dignidad de hijos de Dios e investidos de la misma misión; la doctrina de la sacramentalidad del episcopado y de la colegialidad en comunión jerárquica con el Obispo de Roma» (estudio concluido en 2017 y publicado el 2 de marzo de 2018).

Aunque la Comisión Teológica Internacional publicó su estudio dos años de que Francisco anunciara el Sínodo sobre la Sinodalidad, este breve pasaje sobre la importancia de Lumen gentium contiene algunos de los ingredientes más esenciales del actual sínodo, entre ellos «la concepción sacramental de la Iglesia» y la naturaleza de la Iglesia como «pueblo de Dios peregrinante». Si queremos evaluar cómo utiliza el Sínodo estos conceptos tomados de Lumen gentium, podemos estudiar tres aspectos de cada uno: el lenguaje que emplea la propia Lumen Gentium, las objeciones tradicionales católicas al lenguaje, y la manera en que lo utiliza el Sínodo en sus documentos oficiales.

La Iglesia como sacramento de unión con Dios y la unidad de toda el género humano. En su primer párrafo, Lumen gentium hace esta descripción de la Iglesia:«Porque la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal» (Lumen Gentium, 1).

Por su parte, la constitución del Consejo Pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno, Gaudium et spes, cita la siguiente declaración de Lumen gentium:«La Iglesia reconoce, además, cuanto de bueno se halla en el actual dinamismo social: sobre todo la evolución hacia la unidad, el proceso de una sana socialización civil y económica. La promoción de la unidad concuerda con la misión íntima de la Iglesia, ya que ella es "en Cristo como sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" [Constitución dogmática sobre la Iglesia, capítulo I, nº 1]».

Durante su intervención en el Concilio del 9 de septiembre de 1965, monseñor Marcel Lefebvre identificó el problema con la siguiente afirmación, que aparece a la vez en Lumen gentium y Gaudium et spes:«Esta concepción necesita explicaciones: la unidad de la Iglesia no es la unidad del género humano» (monseñor Marcelo Lefebvre, Yo acuso al Concilio, Vasallo de Mumbert, Madrid 1978, pág. 120).

Aunque monseñor Lefebvre no llegase a prever la medida en que los innovadores llegarían a servirse de la mencionada afirmación, se dio cuenta de que ésta se apartaba de lo que la Iglesia siempre había enseñado. El número de marzo de 2003 de Sisinono (publicado por la hermandad San Pío X) da más detalles sobre el problema:«Se atribuye una nueva misión a la Santa Sede -hacer posible la unidad del género humano- que no tiene lo más mínimo que ver con nada que haya enseñado hasta ahora la Iglesia católica (...) Pero no se trata de unidad con vistas a la salvación de las almas, unidad que se alcanza mediante la conversión al catolicismo. Se diría que por el contrario dicha unidad es fruto de la “unión íntima con Dios” de toda la humanidad. (...) Ahora bien, la Iglesia no tiene otra misión que la que Dios le encomendó: "Haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos…" (Mt. 28:19). La misión íntima de la Iglesia consiste en convertir a la mayor cantidad posible de almas a Cristo antes de la Parusía, sin ocuparse de la unidad del género humano, ideal quimérico e intrínsecamente anticristiano porque es una especie de divinización del hombre, de exaltarlo y poner los ojos en él, ideal importado de la filosofía iluminista y devotamente profesado por la Masonería».

Si monseñor Lefebvre y la hermandad San Pío X acertaron en su diagnóstico de la afirmación de marras, cabría esperar que los innovadores aprovecharan Lumen gentium para dar a entender que la misión de la Iglesia no es convertir almas al catolicismo, sino llevar a la unidad de la especie humana. Y eso es ni más ni menos lo que encontramos en el Instrumentum laboris:«En una Iglesia que se define a sí misma como signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano (cf. LG 1), el discurso sobre la misión se centra en la transparencia del signo y en la eficacia del instrumento, sin las cuales cualquier anuncio tropezará con problemas de credibilidad. La misión no consiste en comercializar un producto religioso, sino en construir una comunidad en la que las relaciones sean transparencia del amor de Dios y, de este modo, la vida misma se convierta en anuncio» (Instrumentum Laboris, 52).

Esta representación arrogante del verdadero cometido que Nuestro Señor encomendó a la Iglesia como si fuera la comercialización de un producto religioso coincide con el concepto que tiene Francisco del proselitismo. Según el Sínodo, la misión de la Iglesia no consiste en convertir almas al catolicismo sino en «construir una comunidad en la que las relaciones sean transparencia del amor de Dios».

Está claro que la Iglesia no puede unir a toda la humanidad con las exigentes enseñanzas de Nuestro Señor. Por eso el Instrumentum laboris asigna al Espíritu la tarea de guiar a la Iglesia para ««encontrar un consenso sobre cómo caminar juntos» y «ayudar a la humanidad a proceder en la dirección de la unidad»:

En una asamblea sinodal Cristo se hace presente y actúa, transforma la historia y los acontecimientos cotidianos, dona el Espíritu para guiar a la Iglesia a encontrar un consenso sobre cómo caminar juntos hacia el Reino y ayudar a la humanidad a proceder en la dirección de la unidad (Instrumentum Laboris, 48).

Es blasfemo afirmar que Nuestro Señor nos ofrece una vía de consenso hacia la unidad, cuando en realidad dejó más que claro que la mayoría de las almas rechazan sus exigentes enseñanzas y se condenan:«Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos son los que entran por él. Porque angosta es la puerta y estrecho el camino que lleva a la vida, y pocos son los que lo encuentran» (Mt.7,13-14).

Aunque el Señor lo sabía, no alteró por ello su enseñanza para que les resultara más fácil de aceptar a las almas. El único consenso al que podrían llegar por tanto sería un proceso de rechazo a las enseñanzas del Señor, y eso es ni más ni menos lo que observamos en el Sínodo.

El Sínodo reconoce que esta nueva vía se aparta de lo que la Iglesia siempre ha enseñado, y por eso describe la sinodalidad como «un camino privilegiado de conversión», quizás porque Satanás describiría el camino espacioso como un camino privilegiado al Infierno:«La sinodalidad es un camino privilegiado de conversión, porque reconstituye a la Iglesia en la unidad: cura sus heridas y reconcilia su memoria, acoge las diferencias de las que es portadora y la redime de divisiones infecundas, permitiéndole así encarnar más plenamente su vocación de ser “en Cristo, como sacramento, es decir, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”» (LG 1) (Instrumentum Laboris, 28).

Como vemos, la sinodalidad funciona como un camino de conversión que reconstituye a la Iglesia y reconcilia su memoria. Esto es una vomitiva burla del catolicismo, que ha sido posible gracias a un pasaje de Lumen gentium citado en Gaudium et spes sobre el que advirtió monseñor Lefebvre en una de sus intervenciones durante el Concilio. ¡Ojalá le hubieran hecho caso!

La Iglesia como pueblo de Dios peregrinante. El capítulo 2 de Lumen gentium habla del Pueblo de Dios, concepto vago que tiene por objeto sustituir al de Cuerpo Místico de Cristo, como explicó Benedicto XVI en su discurso de despedida al clero de Roma: «Estos eran, digamos, los dos elementos fundamentales. En la búsqueda de una visión teológica completa de la eclesiología después de los años 40, en los años 50, ya había surgido entretanto un poco de crítica del concepto de Cuerpo de Cristo: “místico” sería demasiado espiritual, demasiado exclusivo; entonces se puso en juego el concepto de “Pueblo de Dios”. Y el Concilio, justamente, aceptó este elemento, que entre los Padres se consideró como expresión de la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento».

Como veremos, el Instrumentum laboris aprovecha de dos maneras el concepto de Pueblo de Dios: insistiendo en que comprende a todos los bautizados, y centrándose a continuación en el siguiente pasaje de Lumen gentium, que describe cómo puede ese conjunto de personas discernir la voluntad de Dios:«El Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre (cf. Hb 13.15). La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando “desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos” [22] presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene el Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente “a la fe confiada de una vez para siempre a los santos” (Judas 3), penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la vida, guiado en todo por el sagrado Magisterio, sometiéndose al cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13)» (Lumen gentium 12).

Aparte las alusiones al Pueblo de Dios, este pasaje parece mucho más ortodoxo que muchos otros de Lumen gentium. Ahora bien, como sostenía el P. Álvaro Calderón en Prometeo: la religión del hombre, sus desviaciones aparentemente menores de la Tradición tienen unas consecuencias tremendas:«Y aquí la magia conciliar halló también su truco, aprovechando la doctrina poco definida de la infalibilidad del sensus fidei del pueblo cristiano. Es verdad tradicional que "la totalidad de los fieles no puede equivocarse cuando cree (Lumen gentium, 12). Para la teología católica, esta propiedad es consecuencia de la infalibilidad de la Jerarquía; pero el truco de la teología nueva consistirá en atribuirla a la inspiración inmediata del Espíritu Santo: "Con este sentido de la fe, que el Espíritu de Verdad suscita y mantiene, el pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente a la fe confiada de una vez para siempre a los santos” (Lumen gentium, 12)» (pág.102).

La cuestión es tan sutil que se les puede pasar por alto a muchos ardorosos y meticulosos críticos del Concilio; y sin embargo, podemos ver sus gravísimas consecuencias en el Vademecum del Sínodo sobre la Sinodalidad publicado en septiembre de 2021:«El Concilio Vaticano II destaca que “Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios” (LG, 13). Dios actúa realmente en todo el pueblo que ha reunido. Por eso “la totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo, no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando desde los obispos hasta los últimos fieles laicos, presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres” (LG, 12). El Concilio señala además, que dicho discernimiento está animado por el Espíritu Santo y procede a través del diálogo entre todos los pueblos, leyendo los signos de los tiempos en fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia.»

Como vemos, la imperfecta afirmación del Sínodo al servirse de Lumen gentium para explicar la inspiración directa del Espíritu Santo al animar el sensus fidei les lleva a afirmar que el Espíritu Santo guiará el diálogo entre todos los pueblos para que sus opiniones sobre la fe sean infalibles.

No sólo eso; según el Instrumentum laboris, «todos los cristianos», que no es lo mismo que todos los católicos, participan del sensus fidei:«En el único Bautismo, todos los cristianos participan del sensus fidei o sentido sobrenatural de la fe (cf. LG 12) por lo que, en una Iglesia sinodal, todos son escuchados con atención[ (Instrumentum Laboris, B 1.4).

Como sabemos, la mayoría de los cristianos rechaza al menos algunas verdades fundamentales de la Fe católica. ¿Qué creen todos los cristianos sobre el divorcio? ¿Y sobre la ideología LGTBQ? ¿O sobre la ordenación de mujeres? Según el Sínodo, cualquier consenso al que lleguen habrá sido guiado por el Espíritu Santo, como se puede ver en el estudio sobre la sinodalidad arriba citado que publicó la Comisión Teológica Internacional en 2018:«El Pueblo de Dios en su totalidad es interpelado por su original vocación sinodal. La circularidad entre el sensus fidei con el que están marcados todos los fieles, el discernimiento obrado en diversos niveles de realización de la sinodalidad y la autoridad de quien ejerce el ministerio pastoral de la unidad y del gobierno describe la dinámica de la sinodalidad. Esta circularidad promueve la dignidad bautismal y la corresponsabilidad de todos, valoriza la presencia de los carismas infundidos por el Espíritu Santo en el Pueblo de Dios, reconoce el ministerio específico de los Pastores en comunión colegial y jerárquica con el Obispo de Roma, garantizando que los procesos y los actos sinodales se desarrollen con fidelidad al depositum fidei y en actitud de escucha al Espíritu Santo para la renovación de la misión de la Iglesia.»

En definitiva, para crear un concepto enteramente nuevo de la Iglesia, el Sínodo explota los mismos defectos que observaron monseñor Lefebvre y algunos otros en Lumen gentium.Atando cabos, descubrimos que la Iglesia sinodal tiene la misión de unir a la humanidad mediante un proceso de escucha a todos los cristianos -y tal vez a toda la gente- y declarar que sus creencias comunes constituyen el infalible sensus fidei. Entonces, Sínodo afirmará, qué blasfemia, que el Espíritu Santo ha dirigido y protegido el proceso. Y todo habrá sido posible gracias a Lumen gentium,por mucho que los defensores del Concilio se desvivan por decir lo contrario.

A estas alturas, da la impresión de que los católicos fieles (y el clero en particular) tienen que defender la Fe católica sin adulterar que Dios confió a su Iglesia. La actitud prudencial de no decir nada y no llamar la atención ofende a Dios, lleva almas al Infierno y da a entender al mundo que la Iglesia ha hecho dejación de funciones. Que Dios conceda a los sacerdotes que siguen siendo fieles la gracia para defender la Fe católica con la varonil valentía de los santos. ¡Inmaculado corazón de María, ruega por nosotros!

Robert Morrison

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

martes, 26 de septiembre de 2023

¿Poder al pueblo o monarquía absoluta? Las contradicciones de Francisco (por Sandro Magister)



Están aflorando muchas contradicciones en la Iglesia Católica. Por un lado, se celebra un Sínodo sobre la sinodalidad, que extiende la participación en el gobierno de la Iglesia mucho más allá del Papa y de los obispos, también a sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres. Pero, por otro lado, se asiste a un ejercicio de los poderes papales por parte de Francisco, más autoritario y monocrático que nunca.

Con una novedad adicional extemporánea, anunciada el 11 de septiembre por el nuevo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el argentino Víctor Manuel Fernández, quien, respondiendo por escrito a las preguntas de Edward Pentin para el “National Catholic Register”, asignó a Francisco “un carisma particular para salvaguardar el depósito de la fe, un carisma único, que el Señor dio sólo a Pedro y a sus sucesores”, pero del que nadie jamás había tenido noticias.

Se trata de “un don vivo y activo”, explicó Fernández, “que actúa en la persona del Santo Padre. Yo no tengo este carisma, ni lo tiene usted ni tampoco el cardenal Burke. Hoy sólo lo tiene el papa Francisco. Ahora bien, si usted me dice que algún obispo tiene un don especial del Espíritu Santo para juzgar la doctrina del Santo Padre, entramos en un círculo vicioso (en el que cada uno puede decir que posee la verdadera doctrina) y esto sería herejía y cisma. Recuerde que los herejes siempre creen conocer la verdadera doctrina de la Iglesia. Lamentablemente, hoy caen en este error no sólo algunos progresistas, sino también, paradójicamente, algunos tradicionalistas”.

Es difícil pensar en una extensión aún más desmesurada de la infalibilidad del Papa en materia de fe, afirmada por el Concilio Vaticano I dentro de límites extremadamente estrictos. Y, de hecho, el nuevo dogma inesperadamente enunciado por Fernández termino rápidamente bajo el fuego de una avalancha de críticas.

La más argumentada y estridente provino del campo conservador, en el blog “Caminante Wanderer”, escrito por un anónimo y culto erudito argentino.

Pero también en el bando opuesto, el progresista, el muy singular “carisma” del que, según Fernández, sólo estaría dotado Francisco fue rechazado sin apelación, precisamente porque es incompatible con los límites de la infalibilidad papal reafirmados por el Concilio Vaticano II. en la constitución dogmática “Lumen gentium”. Massimo Faggioli, profesor de teología en la Universidad de Villanova, escribió sobre esto en [la revista estadounidense] “Commonweal”.

Es por eso que sigue siendo aún más incomprensible la contradicción entre los poderes monocráticos ilimitados -de los que Francisco se considera cada vez más investido desde arriba, con el sello de su teólogo cortesano- y la contemporánea “democratización” de la Iglesia deseada por él con la nueva sinodalidad.

También en esta nueva forma del Sínodo Francisco cambió de ritmo durante su pontificado.

Volviendo al Concilio Vaticano II, en “Lumen gentium”, la Constitución dogmática del Vaticano II expresamente dedicada a la Iglesia, la palabra “Sínodo” aparece una sola vez y es sinónimo de la palabra “Concilio”, el cual reúne exclusivamente al Papa y a los obispos

Mientras que en los escasos documentos papales de las décadas siguientes en los que se repite la palabra “sinodalidad”, se refiere a cómo se practica en las Iglesias ortodoxas, es decir, el colegio de obispos reunidos con su patriarca o arzobispo mayor para ejercer la autoridad jerárquica sobre su respectiva Iglesia.

Peter Anderson, el erudito de Seattle que es un agudo observador de lo que ocurre en las Iglesias orientales y difunde las notas informativas más puntuales y bien documentadas sobre el tema, ha constatado que desde el Concilio hasta finales de 2013 sólo ha habido doce apariciones de la palabra “sinodalidad”: seis con Juan Pablo II, dos con Benedicto XVI y cuatro con Francisco.

De esto se deduce que, incluso en el primer año después de su elección como Papa, Francisco no se inclinaba en absoluto, al menos en sus pronunciamientos públicos, hacia una “democratización” de los Sínodos.

La primera vez que habló de “sinodalidad” fue el 28 de junio de 2013, dirigiéndose a la delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. Y se refirió a la “reflexión de la Iglesia católica sobre la colegialidad episcopal”, para la que era bueno “aprender” de la “tradición de la sinodalidad tan típica de las Iglesias ortodoxas”.

La segunda vez fue en la homilía del día siguiente, festividad de los santos Pedro y Pablo, para augurar “armonía” entre el Sínodo de los Obispos y el primado del Papa.

La tercera fue en la entrevista de septiembre de 2013 con Antonio Spadaro, el director de “La Civiltà Cattolica”. Allí planteó por primera vez la idea de que “quizás sea hora de cambiar la metodología del Sínodo, porque la actual me parece estática”. Pero para repetir inmediatamente que es “de nuestros hermanos ortodoxos” que “se puede aprender más sobre el significado de la colegialidad episcopal y sobre la tradición de la sinodalidad”.

La cuarta vez fue en la exhortación apostólica “Evangelii gaudium” del 24 de noviembre de 2013, el documento programático de su pontificado, pero en el que nuevamente se limitó a decir que “en el diálogo con nuestros hermanos ortodoxos los católicos tenemos la posibilidad de aprender algo más sobre sobre el significado de la colegialidad episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad”.

Pero esto fue sólo el comienzo. En los años siguientes, para Francisco hubo todo un crescendo de anuncios y de decisiones que condujeron a la actual mutación de la forma del Sínodo, ahora tan alejado del modelo plurisecular todavía vigente en las Iglesias orientales como para motivar, de ese lado, la protesta de la que informó el anterior post de Settimo Cielo:

> El sínodo de Francisco no aprendió nada de los sínodos de las Iglesias orientales. Las objeciones de un obispo greco-católico

Al dar poder al “pueblo de Dios”, es decir, al ampliar la participación en los Sínodos, con derecho a voto, incluso a los simplemente bautizados, Francisco ha realizado ciertamente una innovación importante.

Pero una vez más en completa contradicción. Pues no fue un sínodo el que decidió el cambio, como pretende el nuevo curso “popular”, sino él solito, el Papa.

domingo, 17 de septiembre de 2023

Llamamiento al Papa y al Sínodo de numerosos fieles católicos reunidos en Asís



Me señalan otro llamamiento, uno de los muchos que no fueron escuchados, empezando por la Dubia de los 4 cardenales... aquí - aquí - aquí - aquí - aquí - aquí. En caso de expresión de doctrinas contrarias al Depositum fidei, sólo se habla de suspensión del consentimiento (ver nota 1). La cuestión de la posible deposición de un Papa hereje es diferente (nota 2)

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Miramos con preocupación y aprensión la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada en Roma para el próximo mes de octubre, sobre el tema de la "Sinodalidad". Como hijos de la Iglesia y como ciudadanos de esta gran Nación, nos dirigimos al Papa Francisco, pidiéndole que tenga la gran valentía, que ya tuvieron sus venerados antecesores, de no permitir nunca que nos desviemos de ninguna manera de la doctrina católica, reafirmando la verdad. del Evangelio, capaz de revelar y restaurar al hombre y al pueblo su vocación originaria y altísima.
El Sínodo no se atreve a atacar la naturaleza de la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Esta preocupación no surge de ninguna ideología, sino de los procesos que usted ha iniciado y que fomenta, como confió a un obispo italiano, en un sínodo anterior. La doctrina no es otra cosa que la enseñanza católica, que Pablo llama el “poder del Evangelio”. No se reduce sólo al Credo, sino que se extiende al Catecismo, que no es agua destilada, sino condensación de vida y santidad vivida por la Iglesia.
Como decía el cardenal Caffarra: una Iglesia sin doctrina es sólo una Iglesia más ignorante.
Como creyentes, con el sensus fidei, proporcional al desarrollo de la fe y a la santidad de vida de cada uno, estamos llamados a defender la fe para difundirla por el mundo, como ocurrió en el Concilio de Éfeso. El sensus fidei no es la volonté gènérale de Rousseau, el resultado de la influencia del pensamiento dominante en un momento dado, sino lo que siempre se ha creído, en todas partes y por todos – laicos y sacerdotes – en todo el mundo a lo largo de los siglos. El sensus fidei actúa como una especie de sistema inmunológico espiritual, que hace que los fieles reconozcan y rechacen instintivamente cualquier error.
Hoy, en la Iglesia, se intenta convencernos de que abrazar la herejía y la inmoralidad no es pecado, sino más bien una respuesta a la voz del Espíritu Santo, que hablaría a través de personas que se sienten marginadas.
Santo Padre, el documento de trabajo del próximo Sínodo no es un resumen de la fe católica ni de las enseñanzas del Nuevo Testamento. Es radicalmente incompleto, ambiguo y hostil, en muchos sentidos, a la perenne tradición apostólica. El Nuevo Testamento no es reconocido de ninguna manera como la Palabra de Dios, la norma para todas las enseñanzas sobre la fe y la moral. Quienes lo escribieron sueñan con otra Iglesia, que no tenga nada de fe católica. Su Santidad, ponga fin a cualquier ambigüedad entre Sinodaler Weg y el Sínodo Universal, advierta a la Iglesia alemana y nombre otro relator general para el próximo Sínodo.

No permitamos que hoy la Iglesia enseñe doctrinas contrarias a las que ha enseñado anteriormente en materia de fe y moral, permitiendo que las uniones entre personas homosexuales sean bendecidas, implicando así que el comportamiento homosexual como tal no sería contrario a la ley de Dios y a el camino de la persona hacia Dios.

No deis al próximo Sínodo, que es sólo una representación guiada de pastores y fieles, la autoridad en materia doctrinal y pastoral, que pertenece exclusivamente al Romano Pontífice y al Colegio Episcopal. De lo contrario, la unidad de la Iglesia correrá grave peligro, porque con tantos fieles en todo el mundo esperando una respuesta cierta, suspenderemos prudentemente nuestro asentimiento , y la misión de Pedro, que ama y une, fracasará.

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Nota de la Iglesia y post-concilio

1. En cuanto a la "suspensión del consentimiento": Card. Müller afirmó recientemente: “ La autoridad formal del Papa no puede separarse de la conexión sustancial con la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y las decisiones dogmáticas del Magisterio que le precedieron. De lo contrario, al malinterpretar Lutero el papado, éste se pondría en el lugar de Dios, único autor de su verdad revelada, en lugar de limitarse a dar fiel testimonio, en la autoridad de Cristo, de la fe revelada en forma integral. y sin adulterar y presentarlo auténticamente a la Iglesia. En una situación tan extrema, de la que Dios puede salvarnos, todo funcionario eclesiástico habría perdido su autoridad y ningún católico está ya obligado a obedecer religiosamente a un obispo herético o cismático" . Fuente
Roberto Bellarmino, en la hipótesis (entonces sólo de escuela) de un Papa hereje, afirma: "Es lícito resistirle no haciendo lo que ordena e impidiendo la ejecución de su voluntad: sin embargo, no está lícito juzgarlo, castigarlo o destituirlo, porque son actos propios de un superior” ( De Romano Pontifice , II, 29).

2. Según Mons. Schneider (sobre la deposición de un Papa herético): “En asuntos tan delicados no se puede seguir una opinión, ni siquiera si ha sido sostenida por teólogos eminentes (como San Roberto Belarmino o San Alfonso) durante un período de tiempo considerable. . Más bien, debemos esperar una decisión explícita y formal por parte del Magisterio de la Iglesia, decisión que el Magisterio aún no ha emitido". Fuente + observaciones de P. Pasqualucci aquí