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sábado, 6 de mayo de 2023

La doctrina de la Iglesia a juicio





(Gerald E. Murray/First Things)-El recientemente publicado Documento Final Norteamericano para la Etapa Continental del Sínodo 2021-2024 (NAFD) confirma las sospechas de que las discusiones en el Sínodo sobre la Sinodalidad de octubre de 2023 se centrarán casi con toda seguridad en el supuesto fracaso de la Iglesia en ser inclusiva, acogedora y respetuosa.

Entre los supuestos agraviados se encuentra bastante más de la mitad de los fieles: «mujeres, jóvenes, inmigrantes, minorías raciales o lingüísticas, personas LGBTQ+, personas divorciadas y vueltas a casar sin una nulidad». No figuran aquí los fieles católicos, exiliados de sus parroquias, que prefieren asistir a la misa tradicional en latín. No todos los agravios son iguales.

El NAFD da por sentado que existe tensión entre ser inclusivo, acogedor y hospitalario y ser fiel a Cristo: «Junto al deseo de ser una Iglesia más inclusiva y acogedora estaba la necesidad de comprender cómo ser más hospitalarios, manteniendo y siendo fieles a la enseñanza de la Iglesia». En este caso, se parte de la base de que la fidelidad a la doctrina de la Iglesia debe replantearse y reelaborarse para que las personas no se sientan excluidas y rechazadas. La doctrina de la Iglesia se lleva a juicio y el rechazo de esta enseñanza ocupa un lugar privilegiado.

¿Qué está ocurriendo? Las mujeres que quieren recibir las Sagradas Órdenes, las personas que no están contentas con que sus actos sexuales inmorales se consideren pecado grave, los divorciados que se vuelven a casar fuera de la Iglesia y quieren recibir la Sagrada Comunión, todos ellos afirman que están siendo tratados injustamente. Afirman que las enseñanzas de la Iglesia son hirientes y poco cristianas, y que sólo se sentirán plenamente acogidos y afirmados por la Iglesia cuando sus deseos y actos sean reconocidos como legítimos y la Iglesia cambie sus enseñanzas. El NAFD considera que todo esto se puede debatir, lo que significa que los que presionan a favor de un cambio doctrinal son tratados como profetas a los que hay que prestar atención, y no como herejes a los que hay que reprender.

Sobre las mujeres:

“Los delegados también mencionaron a las mujeres como grupo marginado en la Iglesia. Hemos recorrido un largo camino, pero lamentamos que las mujeres no puedan implicarse plenamente. Aunque todavía es necesario aclarar qué es exactamente una Iglesia plenamente corresponsable, los delegados propusieron que se examinen diversos aspectos de la vida de la Iglesia, como las funciones decisorias, el liderazgo y la ordenación. En el discernimiento de estas cuestiones es fundamental el fiel reconocimiento de la dignidad bautismal de la mujer”.

Pero las mujeres no están marginadas en la Iglesia. Las mujeres que rechazan la enseñanza de la Iglesia de que sólo los hombres pueden recibir válidamente las Órdenes Sagradas se colocan en una posición de desafío y se distancian de Cristo y de su Iglesia.

Sobre las llamadas minorías sexuales:

La enseñanza inalterable e inmutable de la Iglesia sobre la grave inmoralidad de la sodomía no es en modo alguno una minucia. Es de importancia suprema para la salvación de las almas y no puede ser abolida para aplacar a quienes la rechazan.

También debo señalar que el acrónimo «LGBTQ+» no tiene cabida en el discurso de la Iglesia. La doctrina de la Iglesia no reconoce a los homosexuales o bisexuales como una categoría constitutiva de personas creadas por Dios distinta de la categoría de los heterosexuales. Más bien, algunas personas hacen un mal uso de su facultad sexual y reproductiva que Dios les ha concedido al participar en actos homosexuales. Y nadie puede transformarse en un miembro del sexo opuesto. Eso es imposible.

Sobre los católicos divorciados y vueltos a casar:

Algunos participantes en el proceso sinodal informaron sobre el profundo sentimiento de sufrimiento de quienes no pueden recibir la Eucaristía. Aunque hay una variedad de razones para esta realidad, tal vez la preeminente entre ellas sea el caso de los católicos divorciados y vueltos a casar sin haber obtenido la nulidad, y otros cuya situación objetiva en la vida contradice las creencias y enseñanzas de la Iglesia.

¿No es esta «profunda sensación de sufrimiento» una reacción que es una gracia de nuestra conciencia ante un comportamiento pecaminoso, una bendición de Dios que llama a los pecadores al arrepentimiento? Las uniones adúlteras no pueden blanquearse sin repudiar la clarísima enseñanza de Cristo sobre la indisolubilidad del matrimonio. En cuanto a los demás, cuyo modo de vida contradice las enseñanzas de la Iglesia, su deseo de unirse a Cristo en la Eucaristía debe incluir necesariamente el rechazo de su modo de vida descarriado. Cristo pone las condiciones para unirse a Él, no nosotros.

El NAFD también contiene reflexiones de obispos que participaron en los debates. Esta observación es digna de mención «Los obispos también señalaron que la gran mayoría de nuestra gente ha tenido poco o ningún contacto directo con el proceso sinodal y no está segura de su papel en él. Del mismo modo, muchos no están seguros del papel de discernimiento del obispo local y del colegio episcopal en unión con el Papa a medida que se desarrolla el proceso.»

Después de un año y medio de proceso sinodal, el reconocimiento de que la mayoría de los católicos no están implicados y de que muchos obispos no saben cuál es su papel, debería hacer que todos los implicados se detuvieran a reflexionar sobre todo este esfuerzo. El NAFD ya informó anteriormente de la misma preocupación: «Como señaló un participante en una de las asambleas virtuales, ‘La gente no sabe para qué sirve el Sínodo sobre la Sinodalidad. No entienden el propósito, no pueden comprender lo que se intenta conseguir'».

El proceso sinodal es un ejercicio de montar una «plataforma» para dar visibilidad a las quejas de determinados grupos de interés «católicos» que rechazan sin paliativos la doctrina de la Iglesia. La afirmación de que esta subversión abierta es obra del Espíritu Santo que habla a la Iglesia de hoy es una táctica para evitar las críticas a esta revolución. Lo que está ocurriendo es un intento de hacerse con el poder por parte de aquellos que quieren cambiar la doctrina de la Iglesia Católica de acuerdo con sus visiones mundanas sobre el poder, el sexo y cualquier otra cosa que decidan que es importante. Que esto esté ocurriendo es un escándalo y un desastre. Debemos rezar para que Dios nos libre de esta calamidad. 
 
NOTA: El reverendo Gerald E. Murray, J.C.D., es párroco de la Iglesia de la Sagrada Familia de Nueva York

martes, 7 de marzo de 2023

Arte de bien morir (Bruno Moreno)



Recuerdo que, en cierta ocasión hace unos años, durante la homilía de la Misa, el sacerdote se dirigió a una señora a la que iban a operar al día siguiente del corazón y le dijo: mañana te operan y es muy posible que te mueras, así que tienes que estar preparada. Aquello me impresionó vivamente, porque nunca había oído a un sacerdote hablar con esa claridad y naturalidad de la muerte. Aquella señora podía perfectamente morirse y lo sensato, lo razonable y lo cristiano era animarla a que estuviera lista para ello.

Cualquiera que haya leído algunos libros religiosos antiguos se habrá dado cuenta de que los católicos de otras épocas hablaban a menudo de la muerte, reflexionaban sobre ella y, sobre todo, se preparaban para ella, conscientes de lo importante que era tener una muerte cristiana. Hoy, en cambio, es un tema que apenas nunca se trata en homilías, catequesis, libros de espiritualidad y devocionarios. Y, si se menciona, suele de forma eufemística, dando por supuesto que todos vamos a ir al cielo, que si nos morimos será dentro de muchos años y que no hay que pensar demasiado en el asunto.

Si bien es comprensible que el mundo poscristiano y desesperanzado no quiera hablar de la muerte, resulta descorazonador que suceda lo mismo entre los católicos. ¿A qué se debe este silencio de los católicos sobre la muerte? Se podrían mencionar muchas causas, pero voy a dejar que responda a la pregunta San Roberto Belarmino, con la clarividencia que le caracteriza:
“Me preguntaba por qué son tan pocos los que se esfuerzan en aprender el arte de bien morir, que debería ser conocidísimo por todos. No se me ocurría mejor respuesta que la que da el sabio en el Eclesiastés: «El número de los necios es infinito» . En efecto, ¿qué necedad mayor puede concebirse que descuidar el arte del que dependen los bienes más elevados y eternos, mientras se aprenden con gran esfuerzo otras artes diversas y casi innumerables […] para conservar o aumentar los bienes perecederos?”
Creo que no hay duda de que este gran santo y doctor de la Iglesia tenía toda la razón: si no nos preocupamos por prepararnos para morir bien y santamente es porque somos unos necios, porque no entendemos lo que nos conviene de verdad. Nos entrenamos durante semanas o meses o años para un examen, una oposición, una entrevista de trabajo o una competición y, en cambio, si acaso pensamos un instante en la muerte, es para desear que nos encuentre dormidos y no nos enteremos de nada. Aparentemente, morir en gracia y como Dios quiere, arrepentidos de nuestros pecados, es la menor de las preocupaciones de la gran mayoría de los católicos.

En este sentido, me ha alegrado que Vita Brevis acaba de publicar el Arte de bien morir, de San Roberto Belarmino. Es un librito corto y sencillo que el cardenal Belarmino escribió al final de su vida, pensando en compartir con los demás lo que él mismo hacía con miras a prepararse para la muerte. El punto de partida es muy sencillo: como vivamos, así moriremos. No podemos esperar al último momento para pensar en la muerte, porque la preparación para bien morir es la vida misma. Si no vivimos caminando hacia el cielo, lo cierto es que sin darnos cuenta estamos caminando hacia otro lugar bastante diferente.

Siguiendo ese hilo conductor, San Roberto responde a multitud de preguntas sobre la muerte cristiana, mientras aprovecha para ir dándonos una catequesis sobre los aspectos más diversos de la fe, muchos de ellos casi olvidados hoy. ¿Qué enseña el Evangelio sobre la muerte? ¿Cómo vivir para que la muerte no nos sorprenda como un ladrón, sino que estemos listos para ella y podamos acogerla con gozo y confianza en Dios? ¿De qué manera pueden prepararnos los distintos sacramentos para tener, con la gracia de Dios, una muerte santa? ¿Y cómo es, en concreto una muerte santa y cristiana? ¿Cuáles son las diferencias con una mala muerte? ¿Qué hay que hacer para meditar provechosamente sobre la muerte? ¿Cuáles son las tentaciones más frecuentes cuando se acerca la muerte y cómo hay que responder a ellas?

Son, quizá, preguntas incómodas para nuestra falta de fe y nuestra tibieza, pero quizá debamos hacérnoslas. En ello nos va, literalmente, la vida eterna. Y, si nos vamos a hacer estas preguntas, ¿qué mejor forma de hacerlo que de la mano de un santo y un doctor de la Iglesia? A fin de cuentas, como dice el propio San Roberto, “la inconcebible grandeza de esta felicidad en la gloria y la enorme alegría del corazón que inundan a quienes han aprendido el arte de bien vivir y de morir felizmente, esto solo pueden explicarlo quienes han experimentado este enorme don de Dios”.
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lunes, 1 de agosto de 2022

San Vicente de Lerins, el papa Francisco y la Iglesia Católica (COMENTARIOS PERSONALES)


JOSÉ MARTÍ


En Secretum Meum Mihi aparece una entrada del 30 de julio de 2022, titulada:

- La extraña respuesta de Francisco sobre repensar la doctrina sobre los anticonceptivos, y vuelve otra vez a cargar contra los “tradicionalistas”




Está tomada de la página web de Vatican News, en el link siguiente:


Reproduzco a continuación la entrada de  Secretum Meum Mihi

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San Vicente de Lerins, el progresista, poco más o menos así lo ha pintado Francisco en una respuesta sobre repensar la doctrina sobre los anticonceptivos durante la rueda de prensa en el vuelo que lo llevó de Canadá de regreso a Roma, de paso cargando otra vez contra los “tradicionalistas”. En esta ocasión ha pronto aparecido la transcripción de dicha rueda de prensa en Vatican News, medio de comunicación del Vaticano, cosa que no suele ocurrir porque son los medios de comunicación seculares los que suelen llevar la delantera al hacer esas transcripciones.

Esta es la respuesta de Francisco (repetimos, según Vatican News) en español.


[Claire Giangrave (RELIGION NEWS SERVICE):] Muchos católicos, pero también muchos teólogos, creen que es necesaria una evolución de la doctrina de la Iglesia respecto a los anticonceptivos. Al parecer, incluso su predecesor, Juan Pablo I, pensó que la prohibición total quizás debía ser reconsiderada. ¿Qué opina al respecto, es decir, está abierto a una reevaluación en este sentido? ¿O existe la posibilidad de que una pareja considere los anticonceptivos?

[Francisco:] Se trata de algo muy puntual. Pero sabed que el dogma, la moral, está siempre en vías de desarrollo, pero en un desarrollo en el mismo sentido. Para utilizar algo que está claro, creo que lo he dicho aquí antes: para el desarrollo teológico de una cuestión moral o dogmática, hay una regla que es muy clara y esclarecedora. Esto es lo que hizo Vicente de Lerins en el siglo X más o menos (*). Dice que la verdadera doctrina para avanzar, para desarrollarse, no debe ser tranquila, se desarrolla ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. Es decir, se consolida con el tiempo, se expande y se consolida y se hace más firme pero siempre progresando. Por eso el deber de los teólogos es la investigación, la reflexión teológica, no se puede hacer teología con un "no" por delante (**). Luego será el Magisterio el que diga que no, que fuisteis más allá, que volváis, pero el desarrollo teológico debe ser abierto, los teólogos (ahí) están para eso. Y el Magisterio debe ayudar a comprender los límites. 

Sobre el tema de la anticoncepción, sé que ha salido una publicación sobre éste y otros temas matrimoniales. Estos son las actas de un congreso (***) y en un congreso hay ponencias, luego discuten entre ellos y hacen propuestas. Hay que ser claros: los que han hecho este congreso han cumplido con su deber, porque han tratado de avanzar en la doctrina, pero en sentido eclesial, no fuera, como dije con aquella regla de San Vicente de Lerins. Entonces el Magisterio dirá si es bueno o no es bueno. Pero muchas cosas se llaman. Pensemos, por ejemplo, en las armas atómicas: hoy he declarado oficialmente que el uso y la posesión de armas atómicas es inmoral. Piensa en la pena de muerte: hoy puedo decir que ahí estamos cerca de la inmoralidad, porque la conciencia moral se ha desarrollado bien. Para ser claros: cuando se desarrolla el dogma o la moral, está bien, pero en esa dirección, con las tres reglas de Vicente de Lerins. 

Creo que esto es muy claro: una Iglesia que no desarrolla su pensamiento en sentido eclesial (1) es una Iglesia que va hacia atrás, y este es el problema hoy, de tantos que se llaman tradicionales. No, no, no son tradicionales, son 'indietristas' (2), van hacia atrás, sin raíces: siempre se ha hecho así, en el siglo pasado se hizo así. Y el 'indietrismo' es un pecado porque no va con la Iglesia. En cambio, la tradición la dijo alguien -creo que lo dije en una de las intervenciones- la tradición es la fe viva de los muertos, en cambio estos "indietristas" que se llaman tradicionalistas, es la fe muerta de los vivos. La tradición es precisamente la raíz, la inspiración para avanzar en la Iglesia, y siempre ésta es vertical. Y el 'indietrismo' va hacia atrás, siempre está cerrado. Es importante entender bien el papel de la tradición, que siempre está abierta, como las raíces del árbol, y el árbol crece... Un músico tenía una frase muy bonita: Gustav Mahler, dijo que la tradición en este sentido es la garantía del futuro, no es una pieza de museo. Si concibes la tradición cerrada, esa no es la tradición cristiana (3) ... siempre es el jugo de las raíces el que te lleva hacia adelante, hacia adelante, hacia adelante. Por eso, por lo que dices, pensar y llevar la fe y la moral hacia adelante, pero mientras vaya en la dirección de las raíces, del jugo, está bien. Con estas tres reglas de Vicente de Lerins que he mencionado.

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(*) Lapsus: Fue en el siglo V (año 434)
(**) Cierto, pero no se puede hacer buena Teología si no es desde la fe. Un teólogo no creyente no puede hacer una verdadera Teología (será otra cosa).
(***) No indica a qué congreso se refiere, aunque eso, de momento, sea irrelevante.

(1) ¿Qué significa para Francisco "sentido eclesial"? No está claro. Como sabemos, no puede haber ruptura, sino continuidad entre el Magisterio anterior de la Iglesia, de casi dos mil años de duración y el "Magisterio" actual de poco más de 50 años, a contar desde el concilio número 21, el concilio vaticano II (un concilio, de dudoso origen, como se sabe, y que ha inducido a confusión en muchos puntos fundamentales de la Doctrina Católica, cuales son los relativos al Ecumenismo, al "diálogo" entre religiones y a la libertad religiosa. Todo esto está en estudio. Tenemos, entre otros, dos libros muy importantes, que lo explican: "Concilio Vaticano II, una explicación pendiente", de Brunero Gherardini; y "Concilio Vaticano II: una historia nunca escrita" de Roberto De Mattei. La Iglesia Católica no ha comenzado en 1962, con el Concilio Vaticano II. Este Concilio es uno más que no puede contradecir a los anteriores concilios y apareció como meramente pastoral, sin pretender ningún cambio en el Dogma; aunque los hechos posteriores a este Concilio no son halagüelos, precisamente.

(2) Indietrista es una palabra inventada, que no se encuentra en el diccionario. Lo más parecido es indiestro: "el que no es diestro o hábil para algo", pero nada tiene que ver esta acepción con lo que Francisco pretende decir. Él habla de una Iglesia que va hacia atrás. Éste es el sentido que quiere dar a esa palabra, porque no le gusta que a los tradicionales les llamen tradicionales, sino indietristas. Y añade que "el indietrismo es un pecado porque no va con la Iglesia" (¿?). 

En primer lugar, los llamados tradicionalistas, aquellos que aman la Tradición viva de la Iglesia no son los que dicen "siempre se ha hecho así". Sencillamente se muestran fieles a la Tradición Perenne de la Iglesia, que quiere lo mejor para sus hijos. Se muestran, por lo tanto, como hijos obedientes de la Iglesia de siempre, de 2000 años, obedientes pues al mandato de Jesús: El que a vosotros oye, a Mí me oye. Jesucristo es, para ellos, el fundamento de todo. Y la voluntad de su Maestro le llega a través de la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica. No se trata del "siempre se ha hecho así" sino de ser fieles a sus raíces: la Iglesia católica no ha nacido con el Concilio Vaticano II, al cual se le quiere canonizar. Eso es un grave error. 

(3) La Tradición no es una tradición cerrada, en absoluto. Es una tradición viva, en la que Jesucristo está siempre presente. Y existe un progreso, ciertamente, pero, como decía san Vicente de Lerins, al que Francisco nombra 4 veces, sobre el progreso: se trata de decir con palabras nuevas la doctrina de siempre, pero no de cambiar la doctrina. Este matiz es muy importante, pero no se lo señala, lo cual lleva a error o confusión al cristiano de a pie. Aunque el Papa dijera que 2 + 2 = 5, no por ello sería verdad esa igualdad, claramente falsa puesto que 2 + 2 = 4. Y esto es así aunque lo dijera un analfabeto. El valor absoluto de la verdad es lo que está aquí en juego. Se pueden decir las cosas con más sencillez, haciendo el Mensaje más accesible a todos ... ¡pero sin cambiar el Mensaje! 

Entradas personales sobre san Vicente de Lerins 

Recordando el Conmonitorio: ¿Cómo  puede Francisco hablar de san Vicente de Lerins, citándolo como maestro en materia de tradición y progreso en la Iglesia, cuando dice todo lo contrario de lo que este santo afirmó?




Entradas personales sobre el rumbo que está tomando la Iglesia




José Martí

jueves, 27 de mayo de 2021

LA EUCATÁSTROFE DE TOLKIEN: EL EVANGELIO (Diego Blanco)

 RELIGIÓN EN LIBERTAD

Duración 2:57 minutos

https://www.religionenlibertad.com/video/131707/eucatastrofe-tolkien-evangelio.html


Diego Blanco Albarova (Zaragoza, 1976) es investigador cultural, guionista y productor de TV y colaborador en la creación de contenidos culturales y de pastoral de la Universidad San Pablo-CEU. Director de la productora audiovisual Número 52, ha sido galardonado con el Gabriel Award 2019 de la asociación de prensa católica de EEUU y Canadá, y con el premio Mirabile Dictu por su documental sobre la figura de Tolkien, basado en Un Camino inesperado, libro publicado por Encuentro en 2016.

Es un apasionado de Tolkien, los cuentos de hadas y los mitos. Ha impartido numerosas charlas y conferencias en España y en Europa sobre El Señor de los Anillos, el significado cristiano de la fantasía, el cambio de paradigma de la cultura pop contemporánea y el impacto en la juventud de las tecnologías de la comunicación. Es formador del profesorado de la asignatura de religión en varias diócesis españolas y coordinador del proyecto de evangelización «Zurekin» de la Diócesis de Vitoria.

A comienzos de 2020 ha publicado en Ediciones Encuentro Érase una vez el Evangelio en los cuentos, cuyo eje central es el retorno al significado cristiano de los cuentos de hadas. En el mes de abril se emitió en A3 series la miniserie Por muchas razones, de la que Diego Blanco fue creador y guionista.

En la actualidad, además de lanzar con Encuentro la primera temporada de la colección juvenil de libros de aventuras El club del Fuego Secreto, Diego Blanco se encuentra preparando un programa de TV dirigido al público infantil para una conocida cadena norteamericana y un nuevo documental.

viernes, 30 de abril de 2021

Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo

 ADELANTE LA FE


«La Iglesia del Dios vivo, columna y cimiento de la verdad» (1Tim 3,15)


Fundamentos de la Fe

1. El sentido correcto de las expresiones tradición viva, Magisterio vivo, hermenéutica de la continuidad y desarrollo de la doctrina incluye la verdad que cada vez que se profundice en el entendimiento del Depósito de la Fe, sin embargo esta profundización no puede ser contraria al sentido que ha expuesto siempre la Iglesia en el mismo dogma, el mismo sentido y el mismo entendimiento (cf. Concilio Vaticano I, Dei Filius, sess. 3, c. 4: «in eodem dogmate, eodem sensu, eademque sententia»).

2. «El significado mismo de las fórmulas dogmáticas es siempre verdadero y coherente consigo mismo dentro de la Iglesia, aunque pueda ser aclarado más y mejor comprendido. Es necesario, por tanto, que los fieles rehúyan la opinión según la cual en principio las fórmulas dogmáticas (o algún tipo de ellas) no pueden manifestar la verdad de modo concreto, sino solamente aproximaciones mudables que la deforman o alteran de algún modo; y que las mismas fórmulas, además, manifiestan solamente de manera indefinida la verdad, la cual debe ser continuamente buscada a través de aquellas aproximaciones.» Así pues, «los que piensan así no escapan al relativismo teológico y falsean el concepto de infalibilidad de la Iglesia que se refiere a la verdad que hay que enseñar y mantener explícitamente» (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre la doctrina católica acerca de la Iglesia para defenderla de algunos errores actuales, 5).

Credo

3. «El reino de Dios, que ha tenido en la Iglesia de Cristo sus comienzos aquí en la tierra, no es de este mundo (cf. Jn 18,36), cuya figura pasa (cf. 1Cor 7,31), y también que sus crecimientos propios no pueden juzgarse idénticos al progreso de la cultura de la humanidad o de las ciencias o de las artes técnicas, sino que consiste en que se conozcan cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en que se ponga cada vez con mayor constancia la esperanza en los bienes eternos, en que cada vez más ardientemente se responda al amor de Dios; finalmente, en que la gracia y la santidad se difundan cada vez más abundantemente entre los hombres. Pero con el mismo amor es impulsada la Iglesia para interesarse continuamente también por el verdadero bien temporal de los hombres. Porque, mientras no cesa de amonestar a todos sus hijos que no tienen aquí en la tierra ciudad permanente (cf. Heb 13,14), los estimula también, a cada uno según su condición de vida y sus recursos, a que fomenten el desarrollo de la propia ciudad humana, promuevan la justicia, la paz y la concordia fraterna entre los hombres y presten ayuda a sus hermanos, sobre todo a los más pobres y a los más infelices. Por lo cual, la gran solicitud con que la Iglesia, Esposa de Cristo, sigue de cerca las necesidades de los hombres, es decir, sus alegrías y esperanzas, dolores y trabajos, no es otra cosa sino el deseo que la impele vehementemente a estar presente a ellos, ciertamente con la voluntad de iluminar a los hombres con la luz de Cristo, y de congregar y unir a todos en Aquel que es su único Salvador. Pero jamás debe interpretarse esta solicitud como si la Iglesia se acomodase a las cosas de este mundo o se resfriase el ardor con que ella espera a su Señor y el reino eterno.» (Pablo VI, Constitución apostólica Solemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 27). Es, por tanto, erróneo afirmar que lo que más glorifica a Dios es el progreso de las condiciones terrenas y temporales de la especie humana.

4. Después de la institución de la Nueva y Eterna Alianza en Cristo Jesús, nadie puede salvarse obedeciendo solamente la ley de Moisés, sin fe en Cristo como Dios verdadero y único Salvador de la humanidad (cf. Rm 3,28; Gal 2,16).

5. Ni los musulmanes ni otros que no tengan fe en Jesucristo, Dios y hombre, aunque sean monoteístas, pueden rendir a Dios el mismo culto de adoración que los cristianos; es decir, adoración sobrenatural en Espíritu y en Verdad (cf. Jn 4,24; Ef 2,8) por parte de quienes han recibido Espíritu de filiación (cf. Rm 8,15).

6. Las religiones y formas de espiritualidad que promueven alguna forma de idolatría o panteísmo no pueden considerarse semillas ni frutos del Verbo puesto que son imposturas que impiden la evangelización y la eterna salvación de sus seguidores, como enseñan las Sagradas Escrituras: «El dios de este siglo ha cegado los entendimientos a fin de que no resplandezca para ellos la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2Cor 4,4).

7. El verdadero ecumenismo tiene por objetivo que los no católicos se integren a la unidad que la Iglesia Católica posee de modo inquebrantable en virtud de la oración de Cristo, siempre escuchada por el Padre: «para que sean uno» (Jn 17,11), la unidad, la cual profesa la Iglesia en el Símbolo de la Fe: «Creo en la Iglesia una». Por consiguiente, el ecumenismo no puede tener como finalidad legítima la fundación de una Iglesia que aún no existe.

8. El Infierno existe, y quienes están condenados a él a causa de algún pecado mortal del que no se arrepintieron son castigados allí por la justicia divina (cf. Mt 25,46). Conforme a la enseñanza de la Sagrada Escritura, no sólo se condenan por la eternidad los ángeles caídos sino también las almas humanas (cf. 2Tes 1,9; 2Pe 3,7). Es más, los humanos condenados por la eternidad no serán exterminados, porque según la enseñanza infalible de la Iglesia sus almas son inmortales (cf. V Concilio de Letrán, sesión 8.)

9. La religión nacida de la fe en Jesucristo, Hijo encarnado de Dios y único Salvador de la humanidad, es la única religión positivamente querida por Dios. Por tanto, es errónea la opinión según la cual del mismo modo que Dios ha querido que haya diversidad de sexos y de naciones, quiere también que haya diversidad de religiones.

10. «Nuestra religión [la cristiana] instaura efectivamente una relación auténtica y viviente con Dios, cosa que las otras religiones no lograron establecer, por más que tienen, por decirlo así, extendidos sus brazos hacia el cielo» (Pablo VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 53).

11. El don del libre albedrío con que Dios Creador dotó a la persona humana, concede al hombre el derecho natural de elegir únicamente el bien y lo verdadero. Ningún ser humano tiene, por tanto, el derecho natural a ofender a Dios escogiendo el mal moral del pecado o el error religioso de la idolatría, de la blasfemia o una falsa religión.

La Ley de Dios

12. Mediante la gracia de Dios, la persona justificada posee la fortaleza necesaria para cumplir las exigencias objetivas de la ley divina, dado que para los justificados es posible cumplir todos los mandamientos de Dios. Cuando la gracia de Dios justifica al pecador, por su propia naturaleza da lugar a la conversión de todo pecado grave (cf. Concilio de Trento, sesión 6, Decreto sobre la justificación, cap. 11 y 13).

13. «Los fieles están obligados a reconocer y respetar los preceptos morales específicos, declarados y enseñados por la Iglesia en el nombre de Dios, Creador y Señor. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables de la observancia de los mandamientos de la Alianza, renovada en la sangre de Jesucristo y en el don del Espíritu Santo» (Juan Pablo II, encíclica Vertitatis splendor, 76). De acuerdo con la enseñanza de la misma encíclica, es errónea la opinión de quienes «creen poder justificar, como moralmente buenas, elecciones deliberadas de comportamientos contrarios a los mandamientos de la ley divina y natural». Por ello, «estas teorías no pueden apelar a la tradición moral católica» (íbid.).

14. Todos los mandamientos de la Ley de Dios son igualmente justos y misericordiosos. Es, por tanto, errónea la opinión de que obedeciendo un mandamiento divino – como, por ejemplo, el sexto mandamiento que prohibe cometer adulterio – una persona puede, en razón de esa misma obediencia, pecar contra Dios, perjudicarse a sí misma moralmente o pecar contra otros.

15. “Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia” (Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae, 62). La divina revelación y la ley natural contienen principios morales que incluyen prohibiciones negativas que vedan terminantemente ciertas acciones, por cuanto dichas acciones son siempre gravemente ilegítimas por razón de su objeto. De ahí que sea errónea la opinión de que una buena intención o una buena consecuencia, pueden ser suficientes para justificar la comisión de tales acciones (cf. Concilio de Trento, sesión 6, de iustificatione, c. 15; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Reconciliatio et Paenitentia, 17; Encíclica Veritatis splendor, 80).

16. La ley natural y la Ley Divina prohíben a la mujer que ha concebido a un niño matar la vida que porta en su seno, ya sea que lo haga ella misma o con ayuda de otros, directa o indirectamente (cf. Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae, 62).

17. Las técnicas de reproducción «son moralmente inaceptables desde el momento en que separan la procreación del contexto integralmente humano del acto conyugal» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 14).

18. Ningún ser humano puede estar jamás moralmente justificado, ni se le puede permitir desde el punto de vista moral, de quitarse la vida o hacérsela quitar por otros con el fin de escapar el sufrimiento. «La eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 65).

19. Por mandato divino y por la ley natural, el matrimonio es la unión indisoluble de un hombre y una mujer, ordenada por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole y al amor mutuo (cf. Gn 2,24; Mc 10,7-9; Ef 5,31-32). “Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia” (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 48)

20. Según el derecho natural y el divino, todo ser humano que hace uso voluntario de sus facultades sexuales fuera del matrimonio legítimo peca. Por tanto, es contrario a las Sagradas Escrituras y a la Tradición afirmar que la conciencia es capaz de determinar legítimamente y con acierto que los actos sexuales entre personas que han contraído matrimonio civil pueden en algunos casos considerarse moralmente correctos o hasta ser pedidos e incluso ordenados por Dios, aunque una de ellas o las dos estén casadas sacramentalmente con otra persona (cf. 1Cor 7, 11; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 84).

21. La ley natural y Divina prohibe “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.” (Pablo VI, encíclica Humanae vitae, 14).

22. Todo marido o esposa que se haya divorciado del cónyuge con quien estaba válidamente casado y contraiga después matrimonio civil con otra persona mientras aún vive su cónyuge legítimo, conviviendo maritalmente con su pareja civil, y que opte por vivir en ese estado con pleno conocimiento de la naturaleza de este acto y pleno consentimiento de la voluntad a este acto, está en pecado mortal y no puede por tanto recibir la gracia santificante ni crecer en la caridad. Por consiguiente, a no ser que tales cristianos convivan como hermano y hermana, no pueden recibir la Sagrada Comunión (cf. Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris consortio, 84).

23. Dos personas del mismo sexo pecan gravemente cuando se procuran placer venéreo mutuo (cf. Lev 18,22; 20,13; Rm 1,24-28; 1Cor 6,9-10; 1Tim 1,10; Jds 7). Los actos homosexuales “no pueden recibir aprobación en ningún caso” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2357). Así pues, es contraria a la ley natural y a la Divina Revelación la opinión que sostiene que del mismo modo que Dios el Creador ha dado a algunos seres humanos la inclinación natural a sentir deseo sexual hacia las personas del otro sexo, así también el Creador ha dado a otros la inclinación a desear sexualmente a personas del mismo sexo, y que es la voluntad del Criador que en determinadas circunstancias esa tendencia se lleve a efecto.

24. Ni las leyes de los hombres ni ninguna autoridad humana pueden otorgar a dos personas del mismo sexo el derecho a casarse, ni declararlas casadas, ya que ello es contrario al derecho natural y a la ley de Dios. “En el designio del Creador complementariedad de los sexos y fecundidad pertenecen, por lo tanto, a la naturaleza misma de la institución del matrimonio” (Congregación para la doctrina de la fe, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuals, 3 de junio de 2003, 3).

25. Aquellas uniones que reciben el nombre de matrimonio sin corresponder a la realidad del mismo, no pueden obtener la bendición de la Iglesia, por ser contrarias al derecho natural y divino.

26. Las autoridades civiles no pueden reconocer uniones civiles o legales entre dos personas del mismo sexo que claramente imitan la unión matrimonial, aunque dichas uniones no reciban el nombre de matrimonio, porque fomentarían pecados graves entre sus integrantes y serían motivo de grave escándalo (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, 3 de junio de 2003).

27. Los sexos masculino y femenino, hombre y mujer, son realidades biológicas, creadas por la sabia voluntad de Dios (cf. Gn 1, 27; Catecismo de la Iglesia Católica, 369). Es, por tanto, una rebelión contra la ley natural y Divina y un pecado grave que un hombre intente convertirse en mujer mutilándose, o que simplemente se declare mujer, o que del mismo modo una mujer trate de convertirse en hombre, o bien afirmar que las autoridades civiles tengan el deber o el derecho de proceder como si tales cosas fuesen o pudieran ser posibles y legítimas (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2297).

28. De conformidad con las Sagradas Escrituras y con la constante Tradición del Magisterio ordinario y universal, la Iglesia no erró al enseñar que las autoridades civiles pueden aplicar legítimamente la pena capital a los malhechores cuando sea verdaderamente necesario para preservar la existencia o mantener el orden justo en la sociedad (cf. Gn 9,6; Jn 19,11; Rm 13,1-7; Inocencio III, Professio fidei Waldensibus praescripta; Catecismo Romano del Concilio de Trento, p. III, 5, n. 4; Pio XII, Discurso a los juristas Católicos, 5 de diciembre de 1954).

29.Toda autoridad en la Tierra y en el Cielo pertenece a Jesucristo; de ahí que las sociedades civiles y cualquier otra asociación de hombres esté sujeta a su realeza, por lo que «el deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2105; cf. Pio XI, Encíclica Quas primas, 18-19; 32).

Los sacramentos

30. En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía tiene lugar una maravillosa transformación de toda la sustancia del pan en el Cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su Sangre, transformación que la Iglesia Católica llama muy apropiadamente transubstanciación (cf. IV Concilio de Letrán, cap.1; Concilio de Trento, sesión 13, c.4). «Cualquier interpretación de teólogos que busca alguna inteligencia de este misterio, para que concuerde con la fe católica, debe poner a salvo que, en la misma naturaleza de las cosas, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino, realizada la consagración, han dejado de existir, de modo que, el adorable cuerpo y sangre de Cristo, después de ella, están verdaderamente presentes delante de nosotros bajo las especies sacramentales del pan y del vino» (Pablo VI, carta apostólica Solemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 25).

31. Las palabras con las que expresó el Concilio de Trento la fe de la Iglesia en la Sagrada Eucaristía son idóneas para los hombres de todo tiempo y lugar, ya que son «doctrina siempre válida» de la Iglesia (Juan Pablo II, encíclica Ecclesia de Eucharistia, 15).

32. En la Santa Misa se ofrece a la Santísima Trinidad un sacrificio verdadero y propio, y este sacrificio tiene un valor propiciatorio tanto para los hombres que viven en la tierra como para las almas del purgatorio. Es, por lo tanto, errónea la opinión según la cual el Sacrificio de la Misa consistiría simplemente en el hecho de que el pueblo ofrezca un sacrificio espiritual de oración y alabanza, así como la opinión de que la Misa puede o debe definirse solamente como la entrega que hace Cristo de Sí mismo a los fieles como alimento espiritual para ellos (cf. Concilio de Trento, sesión 22, c. 2).

33. «La misa que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares. Nosotros creemos que, como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su cuerpo y su sangre, que en seguida iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la presencia misteriosa del Señor bajo la apariencia de aquellas cosas, que continúan apareciendo a nuestros sentidos de la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial» (Pablo VI, Solemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 24).

34. «Aquella inmolación incruenta con la cual, por medio de las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente en estado de víctima sobre el altar, la realiza sólo el sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo, no en cuanto tiene la representación de todos los fieles. (…) Que los fieles ofrezcan el sacrificio por manos del sacerdote es cosa manifiesta, porque el ministro del altar representa la persona de Cristo, como Cabeza que ofrece en nombre de todos los miembros. Pero no se dice que el pueblo ofrezca juntamente con el sacerdote porque los miembros de la Iglesia realicen el rito litúrgico visible de la misma manera que el sacerdote, lo cual es propio exclusivamente del ministro destinado a ello por Dios, sino porque une sus votos de alabanza, de impetración, de expiación y de acción de gracias a los votos o intención del sacerdote, más aún, del mismo Sumo Sacerdote, para que sean ofrecidos a Dios Padre en la misma oblación de la víctima, incluso con el mismo rito externo del sacerdote”. (Pío XII, encíclica Mediator Dei, 112).

35. El sacramento de la Penitencia es el único medio ordinario por el que se pueden absolver los pecados graves cometidos después del Bautismo. Según el derecho divino todos esos pecados deben confesarse según su especie y su número (cf. Concilio de Trento, sesión 14, canon 7).

36. El derecho divino prohíbe al confesor violar el sigilo del sacramento de la penitencia fuere por el motivo que fuere. Ninguna autoridad eclesiástica tiene potestad para dispensarlo del secreto del sacramento, y tampoco las autoridades civiles están facultadas para obligarlo a ello (cf. CIC 1983, can. 1388 § 1; Catecismo de la Iglesia Católica 1467).

37.Por la voluntad de Cristo y por la inmutable tradición de la Iglesia, no se puede administrar el sacramento de la Sagrada Eucaristía a quienes estén objetivamente en estado de grave pecado público, y tampoco se debe dar la absolución sacramental a quienes manifiesten no estar dispuestos a ajustarse a la Ley de Dios, aunque esa falta de disposición corresponda a una sola materia grave (cf. Concilio de Trento, sess. 14, c. 4; Juan Pablo II, Mensaje al Cardinal William W. Baum, 22 de marzo de 1996).

38. Conforme a la constante tradición de la Iglesia, no se puede administrar el sacramento de la Sagrada Eucaristía a quienes nieguen alguna verdad de la fe católica profesando formalmente adhesión a una comunidad cristiana herética o oficialmente cismática (cf. Código del Derecho Canónico 1983, can. 915; 1364).

39. La ley que obliga a los sacerdotes a observar la perfecta continencia mediante el celibato tiene su origen en el ejemplo de Jesucristo y pertenece a una tradición inmemorial y apostólica, según el testimonio constante de los Padres de la Iglesia y de los Romanos Pontífices. Por esta razón, no se debe abolir esta ley en la Iglesia Romana por medio de la innovación de un supuesto celibato opcional de los sacerdotes, ya sea a nivel regional o universal. El testimonio válido y perenne de la Iglesia afirma que la ley de la continencia sacerdotal «no impone ningún precepto nuevo. Dichos preceptos deben observarse, porque algunos los han descuidado por ignorancia y pereza. Con todo, los mencionados preceptos se remontan a los apóstoles y fueron establecidos por los Padres, como está escrito: “Así pues, hermanos, estad firmes y guardad las enseñanzas que habéis recibido, ya de palabra, ya por carta nuestra” (2Tes 2,15). Lo cierto es que muchos, desconociendo los estatutos de nuestros predecesores, han violado con su presunción la castidad de la Iglesia y se han guiado por la voluntad del pueblo, sin temor a los castigos divinos» (Papa Siricio, decretal Cum in unum del año 386).

40. Por voluntad de Cristo y por la divina constitución de la Iglesia, sólo los varones bautizados pueden recibir el sacramento del Orden, ya sea para el episcopado, el sacerdocio o el diaconado (cf. la carta apostólica de Juan Pablo II Ordinatio sacerdotalis, 4). Es más, la afirmación de que sólo un concilio ecuménico puede dirimir esta cuestión es errónea, dado que la autoridad de un concilio ecuménico no es mayor que la del Romano Pontífice (cf. V Concilio de Letrán, sesión 11; Concilio Vaticano I, sesión 4, c.3).

31 de mayo de 2019

Cardenal Raymond Leo Burke, Patrono de la Soberana y Militar Orden de Malta

Cardinal Janis Pujats, Arzobispo emérito de Riga

Tomash Peta, Arzobispo de la arquidiócesis de María Santísima en Astana

Jan Pawel Lenga, Arzobispo-Obispo emérito de Karaganda

Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la arquidiócesis de María Santísima en Astana

martes, 19 de enero de 2021

Las bodas de Caná y el matrimonio cristiano, hoy (Homilía del padre Javier Olivera Ravasi)

 QUE NO TE LA CUENTEN



Publicamos aquí un sermón acerca del matrimonio católico que puede servir.

En unos días más, publicaremos, en nuestro canal de Youtube, un vídeo completo y específico sobre la moral conyugal, si Dios lo permite para,

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE

Duración 19:15 minutos

El Padre Luis Toro y una cristiana retractación sobre los métodos anticonceptivos

QUE NO TE LA CUENTEN 


Queridos amigos de Que no te la cuenten

Hace unas semanas realizamos un pequeño video apoyando la labor del Padre Luis Toro, como podrán ver aquí

El Padre Toro es un sacerdote y apologeta venezolano que intenta –cuando se lo permiten–, debatir públicamente con los protestantes a partir de las Sagradas Escrituras.

Es llano, sencillo y contundente al momento de refutar a sus adversarios (eso es lo que ha atraído a muchísimas almas, gracias a Dios, nuevamente a la Iglesia Católica). Tiene un estilo muy particular pues “el estilo es el hombre” pero aun sin vestir sotana, etc., realiza una obra magnífica.

DURACIÓN 11:21 minutos

Pues bien; apenas publicamos ese vídeo apoyando la labor que está realizando con los hermanos venezolanos, algunos de nuestros lectores nos escribieron para comentarnos, no sin preocupación, ciertas enseñanzas del Padre Toro acerca de la moral conyugal que no parecían ir de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia. Nos enviaron los enlaces y, lamentablemente, corroboramos que era cierto: el padre Luis estaba un tanto confundido con respecto a la licitud o no de los métodos anticonceptivos, pensando que “la doctrina había cambiado”.

Desde entonces teníamos dos opciones: hacer lo típico que sucede hoy en día en internet (un vídeo “refutando al padre Toro”, etc., etc., etc.), y dañar así, indirectamente, su obra, o hacer lo que, entre cristianos, se debe hacer primero, como dice el Señor: «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos” (Mt 18,15-16).

Y lo intentamos, sabiendo de la humildad del Padre Toro. Y no nos equivocamos.

Nos comunicamos con él y, gracias a su docilidad y humildad, junto con dos amigos sacerdotes, pudimos leer juntos algunos textos del Magisterio pontificio que ahora sólo resumimos.

Ante la pregunta “¿es lícita la anticoncepción en la Iglesia?”, el Magisterio ha sido más que claro (por citar algunos no más):

PÍO XI: “Cualquier uso del matrimonio, en el que maliciosamente quede el acto destituido de su propia y natural virtud procreativa, va contra la ley de Dios y contra la ley natural” (Casti connubii, n. 21)

PAULO VI: “No le es lícito al hombre romper por su propia iniciativa el nexo indisoluble y establecido por Dios, entre el significado de la unidad y el significado de la procreación que se contienen conjuntamente en el acto conyugal… Es ilícita toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (Humanae vitae, nn. 12 y 14).

JUAN PABLO II: “Cuando los esposos, mediante el recurso al anticoncepcionismo, separan estos dos significados (unitivo y procreativo) que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer… se comportan como ‘árbitros’ del designio divino y ‘manipulan’ y envilecen la sexualidad humana… El anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente (pues) se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal” (Familiaris consortio, n. 32).

Hasta aquí, para él, no existían dudas. Sin embargo, había un texto de la Exhortación post-sinodal Amoris laetitia que le habían dicho que “había abierto la puerta a la regulación de la natalidad por medio de la anticoncepción (pastillas, preservativos, etc.)

El texto es el siguiente:

“La conciencia recta de los esposos, cuando han sido muy generosos en la comunicación de la vida, puede orientarlos a la decisión de limitar el número de hijos por motivos suficientemente serios”, pero también, “por amor a esta dignidad de la conciencia, la Iglesia rechaza con todas sus fuerzas las intervenciones coercitivas del Estado en favor de la anticoncepción, la esterilización e incluso del aborto” (Amoris laetitia, n. 42).

Es decir: se mezclaba “la decisión de limitar el número de hijos” (que por causa grave puede ser realizada a partir de los métodos naturales) con la condena a las “intervenciones coercitivas del Estado favor de la anticoncepción”; claro está que, aunque en la letra no se dijese estrictamente nada novedoso [1], redactado así, algún desprevenido podía interpretar esto como que, a partir de ahora, “la Iglesia aceptaba la anticoncepción artificial” siempre y cuando no fuese impuesta por el Estado…

Con gran humildad y docilidad, leímos con el padre Luis Toro el Magisterio pontificio anterior y recordamos un principio hermenéutico que, para él, resultó de gran luz: y es que, para la sana teología, cuando un texto de la Iglesia resulta ambiguo o discordante con la enseñanza magisterial anterior, siempre debe ser leído e interpretado a la luz de los textos magisteriales previos.

Dado que el Padre Luis se encuentra ahora realizando diversos apostolados en pos de sus pobres hermanos venezolanos, e imposibilitado de poder realizar vídeos, decidimos, con su expreso permiso comentar esto a modo de retractación y para tranquilidad y edificación de todos.

Que su humildad nos sirva de ejemplo (a mí en primer lugar) y que sepamos que, si Dios permite nuestra corrección es para el bien de nuestras propias almas y de las encomendadas a nuestros apostolados.

Dios los bendiga y,

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE

[1] Al contrario, la nota a pie de página de este texto remitía a la “Relación final del sínodo de los obispos” donde, el 24/10/2015 se decía en el nº 63: «El camino adecuado para la planificación familiar presupone un diálogo consensual entre los esposos, el respeto de los tiempos y la consideración de la dignidad de cada uno de los miembros de la pareja. En este sentido es preciso redescubrir el mensaje de la Encíclica Humanae Vitae (cf. 10-14) y la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (cf. 14; 28-35) para contrarrestar una mentalidad a menudo hostil a la vida. Hay que animar continuamente a las parejas jóvenes a donar la vida. De este modo puede crecer la apertura a la vida en la familia, en la Iglesia y en la sociedad”.

sábado, 16 de enero de 2021

El "sensus fidei fidelium"

 QUE NO TE LA CUENTEN

Duración 5:58 minutos


"Los fieles tienen un instinto para la verdad del Evangelio, que les permite reconocer y adherirse a la auténtica doctrina y práctica cristiana. Este instinto sobrenatural, que tiene un vínculo intrínseco con el don de la fe recibido en la comunión de la Iglesia, se llama sensus fidei y permite a los cristianos cumplir su vocación profética" (Comisión teológica internacional, "El sensus fidei en la vida de la Iglesia", año 2014).

lunes, 4 de enero de 2021

Entrevista a Mons. Schneider - Cuestiones doctrinales, morales y litúrgicas de la Iglesia

 QUE NO TE LA CUENTEN

Duración 1:42:57

https://www.youtube.com/watch?v=6F5ie4etBHA&feature=youtu.be


Transcripción de una entrevista

Entrevista realizada por el P. Nilton Bustamante Vásquez, mCR, a Mons. Athanasius Schneider sobre Cuestiones doctrinales, morales y litúrgicas de la Iglesia, el 27 de diciembre de 2020. La misma es un excelente resumen del libro Christus vincit, de reciente aparición (puede adquirirse aquí).

Temas conforme a las preguntas: 

1) Vocación; 2) Diferencia entre magisterio ordinario y extraordinario; 3 y 4)) Adhesión al magisterio; 5) Liturgia tradicional; 6) La «oración de alabanza»; 7) Aborto e infanticidio; 8) La educación de los hijos; 9) Vacunas; 10) Pastores y esperanza cristiana; 11) Nueva evangelización y globalización.


1. ¿Cómo nace su vocación sacerdotal? ¿Su familia fue un factor importante para su vocación? ¿El ejemplo de algún sacerdote?

En mi vocación sacerdotal, dos sacerdotes fueron fundamentales para influir en mi vida. En primer lugar, el beato Aleksyi Zaritski, un sacerdote mártir ucraniano de la época de la iglesia clandestina en la Unión Soviética, que murió como mártir en 1963 en una prisión cerca de Karaganda en Kazajstán. En mi libro «Dominus est» y «Christus vincit» conté la historia de cómo mi madre escondió al padre Aleksyi de la policía en 1958 en las montañas de los Urales. Este sacerdote era el confesor de mis padres. Mis padres siempre nos hablaban del padre Aleksyi y nos decían que no habían encontrado en su vida un sacerdote tan santo como él. Mi padre recordaba a menudo, cuando ya era sacerdote, el ejemplo verdaderamente sacerdotal y apostólico del padre Aleksyi. Pasó noches enteras confesando a los fieles, predicando las verdades de la fe de pie en una pequeña silla para ser mejor visto y oído por los fieles. Cuando predicaba, su rostro estaba pálido y sudaba, ya que estaba exhausto después de tantas horas de escuchar confesiones en una pequeña habitación en las chabolas del gueto alemán en los Urales. Fue un sacerdote completamente dedicado a la salvación de las almas. Fue un verdadero apóstol y misionero. El Beato Aleksyi Zarytsky estuvo presente en mi vida cuando tenía un año. En ese momento vino en secreto desde Karaganda (en Kazajstán) a Tokmok en Kirguistán, donde vivíamos, y celebró una Santa Misa en nuestra casa. Mi madre me metió en el cochecito colocándolo a un lado de la mesa, donde el Beato Aleksyi celebró la Misa. De esta manera, a la edad de un año, me convirtió, por así decirlo, en un monaguillo. El otro sacerdote era el padre Janis Pavlovskis, un sacerdote capuchino de nacionalidad letona, que era el párroco de la iglesia en la ciudad de Tartu en Estonia, donde íbamos regularmente a misa, a unos 100 km cuando vivíamos en Estonia. Con él hice mi primera confesión y él me dio mi primera comunión. Este sacerdote murió en el año 2000 en Riga, Letonia, con la fama de santidad.

2. ¿Nos puede explicar la distinción entre Magisterio Ordinario y Extraordinario? En relación al Magisterio Ordinario, que no son actos definitivos de la enseñanza de la Iglesia, ¿nuestra adhesión debe ser siempre incondicional y absoluta?

La adhesión incondicional y absoluta solo se puede dar a una verdad revelada por Dios. Por tanto, cuando el Magisterio de la Iglesia propone al fiel una verdad revelada por Dios, el fiel está obligado a aceptarla incondicionalmente. En este caso, sin embargo, el Magisterio debe decir de manera muy inequívoca que ésta es una verdad revelada por Dios. Y eso es lo que hace el magisterio, es decir el Papa solo o un concilio ecuménico general cuando finalmente proclama una verdad como dogma, o «ex cathedra». En estos casos, la enseñanza del Magisterio es infalible, no por su propia fuerza, sino por la asistencia del Espíritu Santo, que en tales casos guarda la Iglesia del error. Esto solo ocurre en casos especiales y es por eso que tal declaración se llama declaración del Magisterio extraordinario de enseñanza.

Contradice la vasta tradición de la Iglesia Católica de considerar y designar todas las declaraciones del Magisterio de la Iglesia como infalibles. Desde el principio siempre se ha hecho una necesaria distinción entre cuando el magisterio habla de manera definitiva y extraordinaria y cuando el Magisterio hace declaraciones y decisiones pastorales, disciplinarias. Una infalibilización total del Magisterio contradice la tradición católica. En el caso de las declaraciones y decisiones pastorales, disciplinarias y no definitivas Dios no le ha dado al Magisterio una garantía de infalibilidad, como ha demostrado la historia en algunos casos. Una de las esenciales tareas del Magisterio consiste en eso: rodear la verdad con suficiente seguridad para que estén cerrados las puertas a cualquier interpretación errónea herética.

3. ¿Debemos adherirnos a ciegas a todas las enseñanzas de un documento firmado por el Papa o a documentos de los Concilios Ecuménicos? ¿Ha habido algún caso en la historia de la Iglesia en la que algún Papa o Concilio hayan tenido afirmaciones heréticas, ambiguas?

Por ejemplo, el primer Papa San Pedro erró en su magisterio práctico cuando se comportó públicamente de manera hipócrita en Antioquía, y así socavó las claras decisiones del Concilio de los Apóstoles de Jerusalén en la práctica con respecto a la invalidez de las prescripciones meramente rituales de la Antigua Ley. El Papa Liberio erró cuando él, en el siglo IV, durante la época de la herejía arriana, firmó un Credo muy ambiguo y así favoreció la herejía; y este Papa también excomulgó a San Atanasio, el gran defensor de la fe. El Papa Honorio I en el siglo VII promovió la herejía del monotelismo en dos documentos papales oficiales porque no la condenó y realizó declaraciones muy vagas. El Papa Juan XXII en el siglo XIV ha difundido y defendido el error en varios sermones de que los santos tendrán la visión beatífica de Dios solo después del Juicio Final.

El actual Papa Francisco ha realizado varias declaraciones, incluso en algunos documentos oficiales, como Amoris Laetitia, Fratelli Tutti, en el documento interreligioso de Abu Dhabi, donde algunas verdades de fe se socavan y facilitan la interpretación herética. Algunas declaraciones del Concilio Vaticano II contienen ambigüedades y, por lo tanto, están abiertas a una interpretación herética. A lo largo de la historia se han dado casos de afirmaciones no definitivas de concilios ecuménicos que más tarde, gracias a un sereno debate teológico, fueron matizadas o tácitamente corregidas (por ejemplo, las afirmaciones del Concilio de Florencia con relación al sacramento del Orden, según el cual, la materia la constituía la entrega de instrumentos, cuando la más cierta y constante tradición afirmaba que bastaba con la imposición de manos por parte del obispo; esto fue confirmado por Pío XII en 1947). Si después del Concilio de Florencia los teólogos hubieran aplicado ciegamente el principio de la “hermenéutica de la continuidad”, a dicha declaración del Concilio de Florencia (que es objetivamente errónea), defendiendo la tesis de que la entrega de instrumentos como materia del sacramento del Orden se ajustaba al Magisterio constante, probablemente no se habría llegado a un consenso general de los teólogos con respecto a la verdad que afirma que sólo la imposición de manos por el obispo constituye la verdadera materia del sacramento del Orden.

Hubo otras afirmaciones y decretos de los Concilios Ecuménicos, que no tenían un carácter doctrinal, sino pastoral o disciplinario, pero que, sin embargo, eran erróneos y que luego quedaron obsoletos o fueron en la práctica corregidos por los Papas. El III Concilio Ecuménico de Letrán (1179) estipuló en el Canon 26 que ni los judíos ni los musulmanes podían emplear cristianos como trabajadores en sus hogares. También dijo que los cristianos que se atrevieron a vivir en casas de judíos y musulmanes deberían ser excomulgados. ¿Puede la Iglesia Católica hoy todavía mantener tal afirmación hecha por un Concilio Ecuménico? El IV Concilio Ecuménico de Letrán tituló otra Constitución (Constitución 26) «Los judíos deben distinguirse de los cristianos por su vestimenta». Y la Constitución 27 establece que los judíos no deben ocupar cargos públicos.

4. El estar en desacuerdo con algunas enseñanzas de los Concilios (concretamente del Vaticano II) y con algunas enseñanzas de los Papas (que no son Magisterio Extraordinario) ¿es un acto de desobediencia a la Iglesia, de rebeldía, de racionalismo? y que, por lo tanto, ¿no se está en comunión con la Iglesia?

En este caso ciertamente no se trata de un acto de rebelión, desobediencia o racionalismo. Si fuera así, San Pablo también sería rebelde y desobediente cuando al primer Papa Pedro lo reprendió públicamente por su comportamiento erróneo. La obediencia al Magisterio no es ciega ni incondicional, tiene límites. Donde hay pecado, mortal o de otro tipo, no solo tenemos el derecho, sino el deber de desobedecer. Esto también se aplica en circunstancias en las que se le ordena a uno hacer algo dañino para la integridad de la fe católica o el carácter sagrado de la liturgia.

La historia ha demostrado que un Obispo, una Conferencia Episcopal, un Concilio, o incluso un Papa pronunciaron errores en su Magisterio ordinario y no infalible. ¿Qué deben hacer los fieles en tales circunstancias? En sus diversas obras, Santo Tomás de Aquino enseña que, donde la fe está en peligro, es lícito, incluso adecuado, resistir públicamente a una decisión papal, como lo hizo San Pablo a San Pedro, el primer Papa. En efecto, “San Pablo, que estaba sujeto a San Pedro, lo reprendió públicamente por un riesgo inminente de escándalo en una cuestión de fe. Y San Agustín comentó, “incluso San Pedro mismo dio ejemplo a los mayores en no desdeñarse en ser corregidos aun por los inferiores de haber abandonado el camino recto” (Ad Gálatas 2, 14)” (Summa theologiae, II-II, q. 33, a. 4, ad 2).

Santo Tomás dedica toda una pregunta a la corrección fraterna en la Summa. La corrección fraterna también puede ser dirigida por los súbditos a sus superiores y por los laicos contra los prelados. “Dado que, sin embargo, un acto virtuoso debe ser moderado por las circunstancias debidas, se sigue que cuando un sujeto corrige a su superior, debe hacerlo de manera adecuada, no con descaro y dureza, sino con dulzura y respeto” (Summa theologiae, II-II, q.33, a.4, respondeo). Si existe un peligro para la fe, los súbditos están obligados a reprender públicamente a sus prelados, incluido el Papa: “Por tanto, debido al riesgo de escándalo en la fe, Pablo, que de hecho estaba sujeto a Pedro, lo reprendió públicamente” (ibidem).

La persona y el oficio del Papa tiene su significado en ser sólo el Vicario de Cristo, un instrumento y no un fin, y como tal, este significado debe ser utilizado, si no queremos cambiar la relación entre los medios y el fin al revés. Es importante subrayar esto en un momento en el que, especialmente entre los católicos más devotos, existe mucha confusión al respecto. Y además, la obediencia al Papa o al Obispo es un instrumento, no un fin. El Romano Pontífice tiene autoridad plena e inmediata sobre todos los fieles, y no hay autoridad en la tierra superior a él, pero no puede, ni por declaraciones erróneas ni ambiguas, cambiar y debilitar la integridad de la fe católica, la constitución divina de la Iglesia o la tradición constante del carácter sagrado y sacrificial de la liturgia de la Santa Misa. Si esto sucede, existe la posibilidad y el deber legítimo de los Obispos e incluso de los fieles laicos, no solo de presentar llamamientos privados y públicos y propuestas de corrección doctrinal, sino también actuar en “desobediencia” de una orden papal que cambia o debilita la integridad de la Fe, la Constitución Divina de la Iglesia y la Liturgia. Esta es una circunstancia muy rara, pero posible, que no viola, pero confirma la regla de devoción y obediencia al Papa, llamado a confirmar la fe de sus hermanos. Tales oraciones, apelaciones, propuestas de rectificación doctrinal y una supuesta «desobediencia» son, por el contrario, una expresión de amor al Sumo Pontífice para ayudarlo a convertirse de su peligrosa conducta de descuidar su deber primordial de confirmar a toda la Iglesia de manera inequívoca y vigorosa en la Fe. Debido al amor por el ministerio papal, el honor de la Sede Apostólica y la persona del Romano Pontífice, algunos santos como por ejemplo Santa Brígida de Suecia y Santa Catalina de Siena, no dudaron en amonestar a los Papas, a veces incluso en términos algo fuertes.

5. He oído decir que “no debemos confrontar la liturgia tradicional, concretamente la Misa según el Rito Extraordinario, con ninguna de las recientes ordenaciones litúrgicas aprobadas y promovidas por la Iglesia Jerárquica, ya que es Madre y Maestra, que, guiada por el Espíritu Santo y nunca abandonada por la Providencia Divina, propone lo que en cada momento de la historia juzga más adecuado para el progreso espiritual de sus hijos”. ¿Que nos puede decir al respecto? Según el argumento antes citado, ¿avanzaremos más en el progreso espiritual con la reforma litúrgica que con la tradicional, ya que es lo que conviene a este momento de la historia?

Detrás de esta afirmación hay en última instancia una especie de infalibilización total de todos los actos del Magisterio, incluso aquellos que están inherentemente sujetos a equivocaciones y que son capaces de una modificación, como es el caso de la ordenación de ciertas normas litúrgicas. El propio Concilio Vaticano II dice que ha habido momentos en el curso de la historia de la Iglesia en los que ciertas costumbres litúrgicas, incluso prescritas por la propia Iglesia, han demostrado objetivamente ser desfavorables. El Concilio habla en el documento “Sacrosanctum Concilium” (cf. n. 50) de los elementos litúrgicos que han sufrido daños por circunstancias desfavorables de una época concreta y que han de recuperar ahora el vigor que tenían en los días de los santos Padres, según parezca útil o necesario.

La guía del Espíritu Santo no puede extenderse ciegamente a todas las épocas de la historia de la iglesia. Porque evidentemente hubo épocas en la historia de la Iglesia en las que, durante mucho tiempo, generalmente alrededor de setenta años, los representantes oficiales del Magisterio y el liderazgo de la Iglesia causaron daño espiritual a través de sus acciones. Fue, por ejemplo, ¿el cautiverio babilónico del papado en a Aviñón, que duró setenta años, algo que la Providencia Divina propone lo que en cada momento de la historia juzga más adecuado para el progreso espiritual de sus hijos? La situación del papado en Aviñón no fue un progreso espiritual. ¿Fue el hecho de que en toda la Iglesia de Roma, durante siglos, a los niños inocentes que creían en la presencia de Cristo en la Eucaristía, y deseaban recibir la Sagrada Comunión, se les prohibió recibir la Sagrada Comunión por siglos, fue eso algo que la Providencia Divina propone para el progreso espiritual? Es simplemente imposible que sea algo que la Providencia Divina propone como más adecuado para el progreso espiritual de los fieles, en un rito litúrgico como el Novus Ordo, donde los signos de santidad, de sublimidad, de la reverencia se reducen drásticamente, y sobre todo se debilita claramente el carácter sacrificial de la Misa. Por eso hombres espirituales, que eran grandes hombres de oración y al mismo tiempo también competentes en la liturgia, llamaron con argumentos objetivos a que el Novus Ordo debía reformarse. Se habló de la reforma de la reforma. Y hicieron esa llamada nada menos que el cardenal Ratzinger, que más tarde se convirtió en Papa Benedicto XVI, y en nuestros días el cardenal Robert Sarah, el actual prefecto de la Congregación del Culto Divino.

Con respecto a los defectos objetivos y evidentes del Novus Ordo, no podemos comportarnos como en el cuento del traje nuevo del emperador y alabarlo, aunque nosotros mismos percibamos los defectos de ese rito litúrgico. Con tal comportamiento no estamos haciendo ningún servicio para la Iglesia y tal comportamiento, en última instancia, no es una expresión de verdadero amor por la Iglesia. El movimiento de la reforma de la reforma y el gran amor por el rito de todos los tiempos de la Santa Misa ha llegado ahora a todos los grupos de categorías de los fieles, y especialmente a los jóvenes e incluso a los niños, que se sienten instintivamente tocados en su alma por la gran belleza y santidad que irradia este rito tradicional. Es un rito de todas las edades, de todas las profesiones, de todos los pueblos y naciones, realmente un rito católico en el verdadero sentido de la palabra. Este movimiento de reforma de la reforma y de a difusión cada vez mayor del rito tradicional es en realidad lo que la Providencia Divina propone en nuestro tiempo para el progreso espiritual de los hijos de la Iglesia.

6. Hace poco me expresaba una madre de familia su preocupación por los sacerdotes, las familias, los laicos de su diócesis. Su preocupación nacía al ver cómo un tipo de oración se iba extendiendo por diversas parroquias; la oración a que hacía referencia era la oración de alabanza. Leo el relato de esa madre: “He podido ver un vídeo de dichas oraciones y se observa a los jóvenes moverse hacia los lados con los brazos alzados y algunos de ellos saltaban al son de la música, mientras el sacerdote, alzando la voz, les iba dirigiendo la oración con el Santísimo expuesto. Conozco a estos presbíteros y a alguno de los matrimonios que lo hacen. Hablé con un matrimonio muy piadoso y le comenté que ese tipo de oración provenía del protestantismo y que era terrible ver a los jóvenes rezar de ese modo frente al santísimo, pero ellos me dijeron que les había cambiado la vida como familia y que no por hacer ese tipo de oración habían abandonado la adoración a solas con Dios. Que ambas eran compatibles y beneficiosas…”. ¿Qué nos puede decir al respecto? ¿Encierra algún peligro esa manera de oración o de adoración? ¿Es recomendable? ¿Se puede justificar por los “frutos”, o “dones” que dicen haber como la glosolalia, las lágrimas, etc.?

Aquí estoy siguiendo las muy sólidas y competentes observaciones del muy conocido devoto y gran liturgista Sr. Peter Kwasniewski, de los Estados Unidos.

La primera cualidad de la liturgia es la santidad, la idoneidad para la celebración de los sagrados misterios de Cristo, y la libertad de la mundanalidad, o incluso de lo que sugiere el dominio secular. Por eso es especialmente importante que la música litúrgica esté y parezca estar exclusivamente conectada y consagrada a la liturgia de la Iglesia. Si el estilo musical se toma prestado del mundo exterior y se lleva al templo, profana la liturgia y daña el progreso espiritual de la gente. La música sacra no debe tener reminiscencias de la música secular, ni en sí misma ni en la forma en que se interpreta. Además, el enfoque instrumental, con el uso de guitarras, el tocar la batería, transmite fuertemente la atmósfera de la música secular, ya que estos instrumentos están asociados a estilos que tienen en común su naturaleza extra-eclesiástica: el repertorio de sala de conciertos, jazz, rock antiguo y folklore contemporáneo. El estilo del canto cristiano popular constituye uno de los mayores problemas. La voz se desliza de un tono a otro, con la pala y el gorjeo que se derivan de los estilos de jazz y pop. Tal estilo se opone al tono puro y la armonía lúcida que se persigue en los conjuntos polifónicos y a la unanimidad tranquila que se busca en el canto Gregoriano al unísono, que simbolizan la unidad y la catolicidad de la Iglesia. El ritmo métrico regular y las melodías sugieren un confinamiento a lo terrenal y el consuelo de la familiaridad, porque carecen de grandeza, carecen de majestad, carecen de dignidad, de sublimidad y de trascendencia, en oposición a las melodías del canto tradicional, que tan bien evocan la eternidad, el infinito y la «transcendencia» del divino. Una prueba de si un estilo de música propuesto para la Iglesia es verdaderamente universal, es preguntarse, si imponerlo, por ejemplo, folklore, jazz, pop, rock, a un país o pueblo extranjero sería una especie de imperialismo. Con el canto gregoriano, la respuesta es obviamente no, porque, como el latín, el canto gregoriano no pertenece a ninguna nación, a ningún pueblo, período o movimiento: se desarrolló lentamente desde la antigüedad de los tiempos de los Apóstoles hasta los siglos más recientes; los compositores del canto gregoriano son predominantemente anónimos; fue asumido por la Iglesia de rito latino como el vestido musical definitivo de su liturgia. En resumen, dondequiera que viajó la liturgia latina por el mundo, allí también viajó el canto gregoriano, y nunca se ha percibido como otra cosa que “la voz de la Iglesia en oración”. En contraste, el estilo de las canciones carismáticas de Alabanza y Adoración es obviamente contemporáneo, estadounidense y secular. Si los misioneros impusieran estas canciones a alguna tribu indígena en otras partes del mundo, sería comparable a pedirles que se vistan, coman y hablen como estadounidenses. En ese sentido, es comparable a los jeans, Coca-Cola y iPhones.

San Agustín en las Confesiones se pregunta sobre si la música debería tener algún papel en la liturgia, debido al peligro de que pueda llamar demasiado la atención sobre sí misma o sobre su ejecutante. Finalmente, San Agustín concluye que la música puede y debe tener un papel, pero solo si es extremadamente reservado y moderado. Un hermoso canto de un salmo puede provocar lágrimas, pero son las lágrimas de los espiritualmente sensibles. El «afecto del corazón» del que habla san Agustín es un suave movimiento del corazón hacia lo divino y alejándose de la dependencia de los sentidos y los apetitos de la carne. Una cultura predispuesta a pensar que todo el mundo debería estar «en la exaltación y euforia» a través del atletismo, las drogas, los conciertos de rock, también incitará a los fieles a pensar que la oración y la adoración deberían ser de la misma manera. ¡Uno debería sentirse «en la exaltación y euforia»! La música sacra nunca ha tenido como objetivo un subidón tan emocional. De hecho, lo ha evitado concienzudamente, para protegerse del peligro de que el hombre caído se sumerja en (y se limite) a sus sentimientos. “La Divina Providencia ha dispuesto que la música litúrgica sea austera e inflexible a los caprichos personales; los sentimientos de profunda reverencia mezclados con temor de Dios y amor de Dios rompen las trampas que Satanás ha tendido para el cantante de la Iglesia” (Dom Gregory Hügle, O.S.B: The Caecilia, vol. 61, n. 1 (January 1934), 36). La música sacra mueve suavemente las emociones del hombre para apoyar y promover las actividades intelectuales de meditación y contemplación. Este enfoque corresponde al consejo de los maestros espirituales de todas las edades, quienes, aunque reconocen que la emoción (o sentimiento o pasión) tiene un valor y un lugar legítimos en la vida humana, son cautelosos a la hora de fomentarla o aprovecharla para el ascenso de la mente a Dios. Es más probable que la emoción tenga un efecto de enturbiamiento o distracción que uno que aclare o concentre; puede conducir a una ilusión de auto-trascendencia que es evanescente y decepcionante. El pentecostalismo es un nuevo fenómeno, en un sentido, casi una nueva religión. El pentecostalista, carismático, sentimentalista, y la experiencia irracional religiosa ha penetrado en muchas confesiones cristianas e incluso religiones no cristianas y presenta un peligro espiritual real.

Tenemos dos ramas principales en el cristianismo: la cristiandad católico- ortodoxa que es sacramental y tiene sus sacerdotes y una jerarquía episcopal y la protestante que no lo tiene. Y ahora, tenemos una nueva rama cristiana, la pentecostalista, que iguala la esencia de la religión con el sentimiento y el irracionalismo, aunque ya estos principios fueron anticipados de alguna forma por Martín Lutero. La nueva religión evangélica cristiana es peligrosa y lleva a la destrucción de la virtud de la religión, la auténtica relación con Dios. El pentecostalismo termina en subjetivismo y en arbitrariedad. La experiencia y el sentimiento se convierten en la medida de todas las cosas. Hay una falta de razón, de verdad, del temor de Dios necesario. Sin embargo, la Revelación divina está intrínsecamente unida a la razón y a la verdad, Jesucristo, el Hijo Encarnado de Dios, es la palabra, el Logos, la verdad, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. En el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre la Virgen María y los Apóstoles y los discípulos de Cristo, no hablaban palabras ininteligibles sino idiomas bien articulados, que todo el mundo podía entender. En Pentecostés, Nuestra Señora y los Apóstoles no cayeron al suelo y “descansaron en el espíritu”, como ocurre en muchos eventos de la Renovación Carismática en nuestros días. El día de Pentecostés, la Virgen María y los Apóstoles no practicaron la glosolalia hablando de forma incoherente o ininteligible, no lloraron, no daban palmas, saltaban o bailaban como ocurre de forma característica en muchos eventos y liturgias carismáticas católicas. La sagrada liturgia usa la expresión “sobria ebrietas Spiritus”, que significa una “ebriedad sobria” con El Espíritu Santo. Esto significa tener un corazón ardiente y sin embargo permanecer sobrio, ordenado, guiado por la razón, maravillado por lo sobrenatural y por la fe.

7. La doctrina de la Iglesia es, lógicamente, muy clara en relación con la sacralidad de la vida humana, aunque echo en falta una actualización de los pastores en esa batalla que entiendo debe ser «a tiempo y a destiempo», y sin embargo observo un cierto abandono de ese frente. ¿Ha habido algún pronunciamiento en relación con el infanticidio legalizado en Nueva York y otros lugares?

El Concilio Vaticano II hizo esta famosa declaración sobre el aborto, que era un crimen atroz e indescriptible (cf. Gaudium et Spes, 51). El Papa Juan Pablo II ha dedicado una encíclica a la protección de la vida humana con el título «Evangelium vitae», en la que condenó todas las formas de matar la vida por nacer en términos muy enérgicos. El infanticidio es, en última instancia, la consecuencia lógica del cruel asesinato de un niño en el útero. Con respecto a la ley de infanticidio en los EE. UU. (en el Estado de New York), el Vaticano y los obispos responsables en los EE. UU. no reaccionaron con la suficiente claridad ni energía. Los políticos que se dicen a sí mismos católicos y que han apoyado y defendido públicamente tales leyes deberían haber sido excomulgados. Dejar a tales católicos impunes significa en última instancia una profanación del nombre «católico» y una vergüenza para la Iglesia católica. Es una omisión flagrante de los responsables en la Iglesia.

8. En el caso de España se prepara una ley que viola gravemente los derechos de la familia, arrebatándola la educación de sus hijos. Ante ese atropello ¿no debería pronunciarse la Santa Sede? ¿Cuál es la enseñanza de la Iglesia respecto a la educación de los hijos?

Papa León XIII enseña: “En la medida en que el hogar doméstico es antecedente, tanto en la idea como en la realidad, de la reunión de los hombres en una sociedad, la familia debe tener necesariamente derechos y deberes anteriores a los de la sociedad, ellos son fundamentados de manera más inmediata en la naturaleza … La afirmación, entonces, de que el gobierno civil debería, a su opción, entrometerse y ejercer un control íntimo sobre la familia y el hogar es un gran y pernicioso error. La autoridad paterna no puede ser abolida ni absorbida por el Estado; porque tiene la misma fuente que la vida humana misma” (Rerum Novarum). Existe un documento muy importante y fundamental de la Santa Sede sobre este tema, la Carta de los Derechos de la Familia del Pontificio Consejo para la Familia del 22 de octubre de 1983, donde se dice: “Dado que han conferido la vida a sus hijos, los padres tienen el derecho original, primario e inalienable de educarlos; por tanto, deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos. a) Los padres tienen derecho a educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas, teniendo en cuenta las tradiciones culturales de la familia que favorecen el bien y la dignidad del niño. b) Los padres tienen derecho a elegir libremente las escuelas u otros medios necesarios para educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones. c) Los padres tienen derecho a garantizar que sus hijos no sean obligados a asistir a clases que no estén de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas. En particular, la educación sexual es un derecho básico de los padres y siempre debe llevarse a cabo bajo su estrecha supervisión, ya sea en el hogar o en los centros educativos elegidos y controlados por ellos. d) Se violan los derechos de los padres cuando el Estado impone un sistema educativo obligatorio del que se excluye toda formación religiosa. e) El derecho primordial de los padres a educar a sus hijos debe respetarse en todas las formas de colaboración entre padres, maestros y autoridades escolares, y en particular en las formas de participación diseñadas para dar voz a los ciudadanos en el funcionamiento de las escuelas y en la formulación e implementación de las políticas educativas».

9. En toda Europa ya no hay vacuna contra el sarampión que no haya sido fabricada con células de fetos humanos abortados. En Alemania por ejemplo se obliga a los padres por ley a vacunar a sus hijos contra el sarampión. Parece que habrá pronto diferentes vacunas contra el nuevo Coronavirus; entre estas vacunas, algunas producidas con células de fetos abortados y otras que fueron producidas sin células de fetos abortados. Especialistas no excluyen que el ARN mensajero pueda producir una mutación en el ser humano. ¿Qué debemos hacer frente a este panorama problemático éticamente?

En el caso de las vacunas elaboradas a partir de líneas celulares de fetos humanos abortados vemos una clara contradicción: es decir, de un lado, entre la doctrina católica que rechaza categóricamente, y más allá de la sombra de una ambigüedad, el aborto en todos los casos como un grave mal moral que clama al cielo por venganza (ver Catecismo de la Iglesia Católica 2268, 2270 y sigs.), y la práctica de considerar las vacunas derivadas de líneas celulares fetales abortadas como moralmente aceptables en casos excepcionales de “necesidad urgente”, sobre la base de una cooperación material remota pasiva. El principio teológico de la cooperación material es ciertamente válido y puede aplicarse a una gran cantidad de casos (pago de impuestos, uso de productos del trabajo de esclavitud, etc.). Sin embargo, este principio difícilmente se puede aplicar al caso de las vacunas elaboradas a partir de líneas celulares fetales, porque quienes las reciben consciente y voluntariamente, entran en una especie de concatenación, aunque muy remota, con el proceso de la industria del aborto. El crimen del aborto es tan monstruoso que cualquier tipo de concatenación con este crimen, incluso uno muy remoto, es inmoral y no puede ser aceptado en ninguna circunstancia por un católico una vez que ha tomado plena conciencia de él. Quien usa estas vacunas debe darse cuenta de que su cuerpo se está beneficiando de los «frutos» de uno de los mayores crímenes de la humanidad (aunque con pasos remotos mediante una serie de procesos químicos).

Una comparación puede ilustrar esto. Los primeros cristianos pagaban impuestos al estado pagano, aunque sabían que parte de estos impuestos era utilizado por el estado para financiar la idolatría. Pero cuando cada cristiano se enfrentó a la idolatría y tuvo que poner un grano de incienso frente a una estatua del ídolo, los cristianos se negaron y prefirieron morir como mártires. Cualquier vínculo con el proceso de aborto, incluso el más remoto e implícito, ensombrecerá el deber de la Iglesia de dar testimonio inquebrantable de la verdad de que el aborto debe ser rechazado por completo.

Los fines no pueden justificar los medios. Estamos viviendo uno de los peores genocidios conocidos por el hombre. Millones y millones de bebés en todo el mundo han sido sacrificados en el útero de su madre, y día tras día este genocidio oculto continúa a través de la industria del aborto y las tecnologías fetales y el impulso de gobiernos y organismos internacionales para promover tales vacunas como uno de sus objetivos. Los católicos no pueden ceder ahora; hacerlo sería tremendamente irresponsable. La aceptación de estas vacunas por parte de los católicos, sobre la base de que sólo implican una “cooperación remota, pasiva y material” con el mal, haría el juego a sus enemigos y debilitaría el último baluarte contra el aborto. La investigación biomédica que explota a los inocentes no nacidos y utiliza sus cuerpos como «materia prima» para el propósito de las vacunas parece más similar al canibalismo. También debemos considerar que, en el análisis final, para algunos en la industria biomédica, las líneas celulares de los niños no nacidos son un «producto», el abortista y el fabricante de la vacuna son el «proveedor» y los receptores de la vacuna son consumidores. La tecnología basada en el asesinato tiene sus raíces en la desesperanza y termina en la desesperación.

Debemos resistir el mito de que «no hay alternativa». Al contrario, debemos proceder con la esperanza y la convicción de que existen alternativas y que el ingenio humano, con la ayuda de Dios, puede descubrirlas. Este es el único camino de la oscuridad a la luz y de la muerte a la vida. Más que nunca necesitamos el espíritu de los confesores y mártires que evitaron la menor sospecha de colaboración con el mal de su época. La Palabra de Dios dice: “Sed simples como hijos de Dios sin reproche en medio de una generación depravada y perversa, en la cual debéis brillar como luces en el mundo” (Fil. 2, 15).

10. ¿Cómo y dónde encontrar esperanza dada la situación de la Iglesia, especialmente de sus pastores que son los que guían al Pueblo de Dios?

Dios nunca deja su Iglesia. En tiempos de gran necesidad e incluso de fracaso de la mayoría de los obispos, Dios usa medios efectivos para renovar su Iglesia. En una época cuando la persecución de la Iglesia era interna, como fue el caso del arrianismo en el siglo cuarto, san Hilario —el Atanasio del Oeste— hizo la siguiente declaración alentadora: “En esto consiste la particular naturaleza de la Iglesia, que triunfa cuando es derrotada, que se entiende mejor cuando es atacada, que se levanta cuando sus infieles miembros desertan” (De Trin. 7,4). Son muchas las almas que sufren en nuestros días, sobre todo durante los últimos cincuenta años, debido a la tremenda crisis de la Iglesia. Lo más preciado es el sufrimiento escondido de los pequeños, de las personas que han sido expulsadas a la periferia de la Iglesia por el liberal, mundano e incrédulo establishment eclesial. Sus sufrimientos son preciosos, ya que consuelan y fortalecen a Cristo, que sufre de manera mística en nuestra actual crisis de la Iglesia. Creo que en el futuro la Iglesia disminuirá en número y en influencia social directa. Será aún más despreciada y discriminada por el mundo. No excluyo que la Iglesia en el futuro llevará en parte o en ciertas regiones una vida eclesiástica semiclandestina. En tal situación, Dios derramará gracias especiales de la fuerza de la fe, de la pureza de la vida y de la belleza de la liturgia. Sobre todo, creo, que en tal situación Dios le dará a su Iglesia nuevamente valientes Papas, confesores de fe y quizás incluso mártires.

Podemos creer que el triunfo del Inmaculado Corazón, anunciado por Nuestra Señora en Fátima, se preparará primero para un período de purificación de la Iglesia a través de la persecución. Pero el triunfo de Cristo a través del Inmaculado Corazón de María ciertamente lo verá. Es por eso que, incluso en medio de la tribulación actual, debemos vivir con gran esperanza y confianza. Tenemos a Dios, tenemos a Jesús en la Eucaristía, y así tenemos todo. Sin embargo, incluso en medio de tantos Judas clericales dentro de la Iglesia hoy, nosotros tenemos que mantener siempre una visión sobrenatural en la victoria de Cristo, que triunfará a través del sufrimiento de su Esposa, que triunfará por el sufrimiento de los puros y pequeños de todas las clases de los miembros de la Iglesia: niños, jóvenes, familias, religiosos, sacerdotes, obispos y cardenales. Cuando ellos tratan de permanecer fieles a Cristo, cuando se mantienen firmes en la fe católica, cuando viven en castidad y humildad, son los puros y pequeños de la Iglesia. Las siguientes palabras de san Pablo, que se pueden decir de cada alma individual, también se aplican casi en el mismo sentido de la Iglesia, y particularmente de Iglesia de nuestros tiempos: «Si sufrimos con Él, entonces seremos glorificados con Él» (Rm 8,17).

11. ¿Cómo debemos poner en práctica los seglares la nueva evangelización de Europa en un escenario tan hostil como el creado artificialmente por la gobernanza globalista?

Un santo obispo del inicio del cuarto siglo, aun durante la persecución de la Iglesia, nos dejó la siguiente preciada declaración sobre la singularidad de la Iglesia: «La única Iglesia, Católica y Apostólica, permanecerá siempre indestructible, incluso cuando el mundo entero le pague con la guerra en su contra. Porque su Señor la fortaleció diciendo: «¡Ánimo!: Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Así habló San Alejandro de Alejandría, predecesor inmediato de San Atanasio. En el obelisco de la plaza de San Pedro están inscritas las palabras Christus vincit, y la punta del obelisco contiene una reliquia de la verdadera Cruz. La iglesia romana, la sede apostólica de San Pedro, es coronada, por así decirlo, con estas luminosas palabras Christus vincit y con el poder de la santa Cruz de Cristo. En medio de la oscuridad de la actual crisis de nuestro tiempo, nos pueden iluminar y alentar las palabras del Papa León I el Magno (†461), que solía describir la invencible fe de los pequeños de la Iglesia. Afirmaba: «La fe establecida como regalo del Espíritu Santo no temía a cadenas, encarcelamientos, destierros, hambre, fuego, ataques de las bestias salvajes, tormentos refinados de los crueles perseguidores. Por esta fe en todo el mundo, no solo hombres, sino también mujeres, no solo adolescentes imberbes, sino también jovencitas lucharon hasta el derramamiento de su sangre» (Sermón 74,3). Cito una observación muy actual del Arzobispo Fulton J. Sheen quien dice: «¿Quién va a salvar nuestra Iglesia? No lo harán ni nuestros obispos, ni nuestros sacerdotes, ni nuestros religiosos. Es una tarea para vosotros, para el pueblo. Poseéis la inteligencia, los ojos, los oídos para salvar a la Iglesia. Vuestra misión es constatar que vuestros sacerdotes actúan como sacerdotes, vuestros obispos como obispos, y vuestros religiosos como religiosos». Hoy en día, también los laicos permanecen fieles —los pequeños—. Y con su fe pura y simple llevan el peso de la Iglesia sobre sus hombros.

Transcripción del P. Nilton Bustamante Vásquez, mCR,