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viernes, 22 de septiembre de 2017

Problemas que me preocupan [3 de 3] (José Martí)



Decidiéndonos por Él no sólo no perdemos nada sino que lo ganamos todo; y, además, nuestra vida es, entonces, muy hermosa y merece la pena ser vivida. El mismo sufrimiento (que siempre se ha considerado un absurdo) tiene ahora una razón de ser, un sentido ... si lo unimos al sufrimiento redentor de Jesús

Hay en el Evangelio, unas palabras de Nuestro Señor, que son, a este respecto, muy consoladoras, pues también van dirigidas a nosotros, como todo lo que viene escrito en el Nuevo Testamento. Son aquellas en las que exclama Jesús: "Venid a Mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, que Yo os aliviaréTomad sobre vosotros mi yugo; y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11, 28-30).

A nadie le gusta sufrir. Si eso se diera en alguien, estaríamos ante una personalidad enfermiza. El deseo del sufrimiento por el sufrimiento mismo es un absurdo y no es cristiano. Nunca lo ha sido, aun cuando ha habido cristianos que, no conociendo su fe, lo han pensando así, pero eso es herético, no es cristiano. 

Ahora bien: si ese sufrimiento nuestro lo asociamos al de Jesucristo, la cosa cambia completamente ... pues Jesús, tomando sobre sí nuestros pecados, y haciéndolos suyos, padeció por nosotros, entregando su vida, voluntariamente, para salvarnos del pecado y hacer posible nuestra salvación, lo cual lo hizo por puro amor. Si hacemos eso, digo, entonces nos encontraremos que el yugo que tenemos que soportar, que es -en realidad- nuestra vida, en la que siempre hay todo tipo de dolores, sufrimientos y contrariedades, es un yugo completamente diferente.

¿Por qué? Pues porque no hacemos sino reflejar en nosotros la vida de Jesús y, si lo amamos, de verdad, sólo desearemos compartir su propia vida y hacerla nuestra. Si Él, el Justo entre los justos, murió por unos pecados que no había cometido, y lo hizo porque nos quería y quería salvarnos, aunque ello le llevó a la muerte, y muerte de cruz, ¿qué de extraño tiene si nosotros padecemos un poco por unos pecados que sí que hemos cometido ... y lo hacemos para estar más unidos a Él, porque deseamos amarlo del mismo modo que Él nos amó?

Uniendo nuestros sufrimientos a los suyos, éstos adquieren un carácter redentor; son también, en cierto modo, "sus" sufrimientos, pues tal es la unión que tenemos con Él, si estamos en estado de gracia, que somos uno en Él. Sus acciones son nuestras y las nuestras son suyas. Esto se entiende un poco a la luz del misterio del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. Esto decía san Pablo: "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24)

Somos miembros de su Cuerpo, somos en Él, y somos, realmente, con nuestra propia personalidad, que no desaparece, tal y como sí ocurre en las ideologías de tipo inmanentista, hoy en día tan en boga. Somos en Él pero no nos confundimos con Él, ni desaparecemos; conservamos, en Él, nuestro propio yo. ¿Cómo, si no, podríamos decirle que le queremos? El amor requiere siempre de un yo y de un tú que "se dicen" mutuamente su amor, el uno al otro y el otro al uno, en perfecta reciprocidad y en totalidad.

El Amor (con mayúsculas), que es el Espíritu Santo, hace que esto sea posible. Así lo creemos y así se nos ha enseñado, desde los Apóstoles hasta nuestros días: la Tradición y el Magisterio perenne y auténtico de la Iglesia son los que han guardado, con fidelidad, el depósito de la fe, que es lo único que puede dar vida a un cristiano, su fe, teniendo en cuenta que, como dijo san Pablo, "el justo vive de la fe"(Rom 1, 17; Gal 3, 11; Heb 10, 38); la fe en Aquél que dijo de sí mismo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14, 6)

Y, sin embargo, hoy vivimos en el reino de la mentira: "LLegará un tiempo en el que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, dejándose llevar de sus caprichos, reunirán en torno a sí maestros que halaguen sus oídos; y se apartarán de la verdad, volviéndose a las fábulas" (2 Tim 4, 3-4). Tal vez ese momento o ese tiempo haya llegado, puesto que hoy en día se llama verdad a lo que es mentira y al revés. Esto es muy grave ... y tiene su castigo: "¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal" (Is 5, 20a).

Hoy se ha perdido el sentido común ... sencillamente porque se ha perdido la fe en Dios, que es el autor de todo cuanto existe. Se ha perdido el amor por la verdad. El ser ha sido olvidado y sustituido por el sentir.  

Si Jesucristo es la Verdad, como lo es, y nos separamos de Él, automáticamente nos situamos en la mentira y nos hacemos "hijos del diablo" [Esto dijo Jesús a los fariseos: "Vosotros tenéis por padre al Diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él era homicida desde el principio, y no se mantenía en la verdad, porque en él no hay verdad. Cuando dice la mentira, habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44)] y nos hacemos, también, esclavos: "Todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). ¡Cuánto ganaríamos si nos decidiéramos por Jesús y estuviéramos cerca de Él, escuchando sus Palabras y dejando que penetraran en nuestro corazón, para hacerlas nuestras, pues "las palabras que Él dice son Espíritu y Vida" (Jn 6, 63)!

Hoy se ha perdido completamente la fe en lo sobrenatural. Todo lo que no se entienda se considera que es falso. El hombre se ha fabricado su propia "religión", como se hacía en la época prehistórica o en el caso de los romanos y los griegos, en donde había un "dios" para cada cosa. Y esa "religión" humana que permite todo: divorcio, adulterio, fornicación, aborto, homosexualidad ... y todo tipo de aberraciones ... esa "religión" que "dice" que respeta la "libertad" es un engañabobosun absurdo y una falacia ... ¡todo mentira!

Prueba de ello es que nadie puede disentir de ese "pensamiento" único que hoy se ha dado en llamar "lo políticamente correcto". Todo el mundo tiene que pasar obligatoriamente por el aro y cambiar su "chip". Quien no lo haga, quien siga llamando pan al pan y vino al vino, ése tal es ridiculizado, expulsado de su trabajo, amenazado, perseguido, apaleado e incluso se juega su propia vida, pues entre los fanáticos de ese "Nuevo Orden Mundial" (NOM)masónico, que son más cada día, los hay que son mercenarios y que no dudarían ni un momento en matar, si es preciso, a todo aquél que se oponga a sus directrices.

Es la dictadura del odioEn el marxismo este odio estaba basado en la lucha de clases. Hoy está basado en la lucha de sexos. La ideología de género se ha ido introduciendo paulatinamente, de modo "legal" en los colegios  [con el consentimiento de nuestros políticos] con el fin de adoctrinar a los niños en el ateísmo y en todo tipo de aberraciones sexuales, siendo ésta, además, una "asignatura" obligatoria. Y todo ello en un proceso imparable, en donde la libertad de elección de los padres, con relación a la educación de sus hijos, cada vez cuenta menos. Es el Estado quien se va a ir encargando de esa labor, tal y como se hace en los países comunistas.

Tal imposición de lo irracional está favorecida por el ambiente social, el cual, a su vez, está siendo manipulado constantemente, en los medios de comunicación (televisión, internet, prensa escrita, etc...). Mediante todo tipo de artimañas subrepticias, se va influyendo en la mente de las personas, haciéndoles creer -y consiguiéndolo- que lo que siempre se ha considerado "bueno" es algo anticuado y, en cambio, lo que siempre ha sido "contra natura" es, en realidad, lo más normal del mundo ... y  no sólo es lo "normal" sino que es, además, señal de "progreso". 

La Palabra de Dios está, como siempre, advirtiendo de la gravedad de actuar de esa manera. Recordemos otra vez al profeta Isaías: "¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, de los que ponen tinieblas por luz y luz por tinieblas, de los que cambian lo amargo en dulce y lo dulce en amargo!" (Is 5, 20). Y más tarde o más temprano -más bien temprano que tarde- aparecerán los nefastos resultados de este proceder insensato que se está extendiendo por todo el planeta sin que apenas lo percibamos. 

Grande es el poder de la mentira. Jesucristo hablaba del Diablo dándole el nombre de "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30a); sin embargo, añadía: "nada puede contra Mí" (Jn 14, 30b), como así es. El Diablo es un ángel caído, una criatura, al fin y al cabo. Jesucristo es Dios: "Todo se hizo por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" (Jn 1, 3). "Todo ha sido creado por Él y para Él. Él es antes que todas las cosas y todas subsisten en Él" (Col 1, 16b-17).

Si callamos ante esta clarísima injusticia del "pensamiento único", que pretende apoderarse del alma de las personas, estaríamos siendo cómplices, mediante nuestro silencio, del fin de la racionalidad y de la libertad humana. El llamado "progresismo", que es lo más alejado del verdadero progreso, inficionaría nuestro espíritu de manera tal que quedaríamos realmente esclavizados y en una situación de totalitarismo absoluto, incapaces de pensar por nosotros mismos. Sólo podría darse como "bueno" aquello que el Estado decidiera que es "bueno". El llamado Nuevo Orden Mundial (NOM) tiende a invadirlo todo ... y esto, desgraciadamente,  está ocurriendo también en la Iglesia, cada día con más fuerza y con más descaro: la mayor autoridad moral de la tierra está poniéndose al servicio del mal y de la mentira ... ¡es como para echarse a temblar!

Y de no reaccionar a tiempo -y no lo estamos haciendo- se llegaría a un punto tal que la famosa novela de George Orwell, titulada "1984", realmente espeluznante, se quedaría en un simple remedo de aquello en lo que se transformaría este mundo. El camino que el mundo está siguiendo, en su práctica totalidad, sólo nos puede conducir a la ruina y a la perdición ... ¡y no sólo del cuerpo! El alejamiento de Dios y la conversión al mundo -que eso es el pecado- nos aleja de la verdad y, por lo tanto, de la libertad y de la alegría, nos hace esclavos: "Todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34).  Los dioses que los hombres fabrican sólo producen vacío y desesperanza.

Por lo tanto, como muy bien dice san Pablo, "siendo conscientes del momento presente, ya es hora de que despertéis del sueño, pues ahora nuestra salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe" (Rom 13, 11)

¡Es preciso despertar de nuestro sueño! ... O el mundo se autodestruirá; y con él las personas que más queremos: nuestros hijos y nuestros nietos, entre otros. Es cierto que dijo el Señor: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed, ante todo, al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10, 28). Y es un verdadero consuelo saber que eso es así ... Pero, como vemos, el diablo y sus secuaces están ahora por la labor de atacar directamente el alma para perdernos a todos, no sólo nuestro cuerpo -insisto- sino también nuestra alma (¡y según Nuestro Señor esto es algo que sí que tenemos que temer!). 

La situación es muy grave y no podemos consentir que el Diablo siga tomando la delantera, como está ya ocurriendo durante bastante tiempo sin que nos hayamos enterado.  Es la hora de luchar ... y no de cualquier modo, sino con todas nuestras fuerzas, conforme al consejo que nos da el autor de la carta a los hebreos:"Aún no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado"(Heb 12, 4).

Lógicamente,  para esta lucha no podemos usar las armas del mundo, sino las de Dios. San Pablo, en su carta a los efesios, nos lo recuerda: "Revestíos con la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo, porque no es nuestra lucha contra la carne o la sangre, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires. Por eso, poneos la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y, tras vencer en todo, permanezcáis firmes." (Ef 6, 11-13). 


En Efesios 6, 14-18 se nos indica cuáles son estas armas.


José Martí