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viernes, 16 de septiembre de 2022

Alguien tiene que decírselo (Bruno Moreno)



Algunas personas no tienen la capacidad de hablar bien en público de forma espontánea y sin haber preparado el discurso. Mejor dicho, la gran mayoría de las personas no tienen esa capacidad. A estas alturas no creo que sorprenda a nadie si señalo que el Papa Francisco forma parte de esa gran mayoría de la humanidad. Hablar en público no es uno de sus dones y sus colaboradores cercanos deberían decírselo. Entiendo que a nadie le gusta que le recuerden sus defectos. Y entiendo también que a nadie le gusta tener que ser el que recuerda esos defectos a su jefe. Pero a veces es necesario y un deber.

Ser Papa no conlleva tener todas las cualidades del mundo y es normal que no se le dé bien hablar en público. Como decíamos, eso le sucede a la mayoría de la gente, obispos incluidos. Lo que no es normal es que, aparentemente, no sea consciente de que no sabe hablar espontáneamente en público, se empeñe en hacerlo a tiempo y a destiempo con desastrosas consecuencias y ninguno de sus colaboradores tenga el valor de decírselo.

Los ejemplos son tan numerosos que, literalmente, darían para escribir un libro. En multitud de ocasiones ha hecho afirmaciones asombrosas, desde que nuestra Señora no había nacido santa a que la multiplicación de los panes y los peces no había sido un milagro, pasando por llamar “conejas” a las madres de familias numerosas o “la vieja” a Santa Teresa, afirmar que hablar mal de otros es “terrorismo”, decir que la mayoría de los matrimonios son nulos o el famoso “quién soy yo para juzgar”.

Las declaraciones inconvenientes son, a menudo, de carácter teológico, como, por ejemplo, cuando afirmó que santos son los “que viven su fe, sea la que sea, con coherencia” y los que “viven los valores humanos con coherencia”, que no hay que anunciar el Evangelio más que a los que “piden que hables”, que la pena de muerte “es inadmisible porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona”, que en las distintas religiones vemos “la riqueza de caminos distintos para llegar a Dios” y un larguísimo etcétera. Estas afirmaciones, por supuesto, tienen una gravedad especial porque su misión específica es confirmarnos a los demás en la fe y no sembrar la confusión, aunque sea de forma inconsciente.

Cuando habla de temas políticos le sucede lo mismo. Pontifica sobre temas que claramente no conoce, dice a menudo cosas inapropiadas por completo, hace simplificaciones terribles y ofende a multitud de personas sin ninguna necesidad. Quizá por el ambiente informal, las afirmaciones alcanzan cotas más altas de imprudencia cuando el Papa habla en el avión a los periodistas durante sus viajes. Ayer mismo, en el viaje de vuelta desde Kazajistán, el Papa habló, por ejemplo, de China, realizando afirmaciones asombrosas, en las que será mejor no detenerse. También habló sobre la guerra y el comercio de armas, diciendo exactamente lo contrario de lo que ha dicho otras veces acerca del tema, sin que esa contradicción parezca preocuparle. Todo ello aderezado con múltiples expresiones que simplemente no tienen sentido, de modo que, si uno hace un análisis frase por frase, se le cae el alma a los pies.

A todo esto se añade una personalidad visceral, que tiende a hablar durísimamente de los que considera sus enemigos personales (en ocasiones con fuertes insultos) y, a la vez, se deshace en elogios públicos de personalidades y regímenes diametralmente opuestos a la fe católica y a la moral cristiana. Aquí entramos en los defectos personales que todo el mundo tiene, pero es tremendamente desedificante ver a un Papa burlarse en público del cardenal Burke, por ejemplo, porque siendo “negacionista” se “contagió con el virus”.

Creo que no es necesario extendernos más, porque es algo obvio: por las razones que sea, el Papa Francisco tiende a hablar en público imprudentemente y eso es un gran problema. La prudencia es la principal virtud que deben ejercer quienes gobiernan y, debido a su papel de Vicario de Cristo, esas imprudencias públicas causan un alto grado de escándalo, confusión y descrédito para la Iglesia. El prestigio religioso y también humano que fueron acumulando los Papas durante al menos los tres últimos siglos se va gastando y derrochando sin necesidad.

La solución es sencilla: quien no tiene la capacidad de hablar espontáneamente en público sin crear confusión, no debe hacerlo. Si cuando uno no tiene tiempo para reflexionar, dice lo primero que se le pasa por la cabeza, entonces no debe hablar sin haber preparado antes lo que va a decir. Los colaboradores del Papa tienen el deber moral de hacérselo entender, aunque sea a riesgo de perder su cargo. Quizá no escuche, porque Dios sabe que todos tenemos bastante dificultad en escuchar cuando alguien nos dice que estamos actuando mal, pero es necesario intentarlo todas las veces que haga falta, por el bien de la Iglesia y por el bien de los fieles. El mismo Papa Francisco dijo que todos tenemos necesidad de un profeta que nos aparte de conductas inapropiadas que no somos capaces de reconocer: “que el Señor nos conceda la gracia de enviarnos siempre un profeta - puede ser el vecino, el hijo, la madre, el padre - que nos abofetee un poco cuando nos deslizamos en esta atmósfera donde todo parece ser legítimo”.

Y a los demás, por supuesto, nos toca rezar mucho por el Papa, que es nuestro Papa.

Bruno Moreno

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Obispo Schneider a InfoVaticana sobre el camino sinodal alemán: «Debemos pedirle al Papa que se pronuncie por la salvación de las almas»



Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astaná (Kazajistán), habla en esta entrevista con InfoVaticana sobre dos temas de máxima actualidad.

Por un lado, la visita del Santo Padre a Kazajistán, para visitar a los católicos del país y participar en el Congreso mundial de líderes religiosos. Además, en esta entrevista Monseñor Schneider, opina sobre la grave crisis que atraviesa la Iglesia en Alemania.

P- ¿Cómo recibe la Iglesia de Kazajistán esta visita del Papa?

R-La Iglesia de Kazajistán recibe con alegría la visita del papa. Porque somos un rebaño pequeño, menos del 1% de la población de Kazajistán. La mayoría son musulmanes y hay también una fuerte presencia rusos ortodoxos, cristianos. Así que estamos en la periferia y el papa es para nosotros el sucesor de Pedro y el vicario de Cristo, el signo visible de la unidad de la iglesia. Y por eso los católicos se animan cuando el papa viene a su país. La gente pobre siente un profundo respeto hacia el cargo del papa.

P- ¿En qué situación se encuentra actualmente la Iglesia católica en el país?

R-La Iglesia católica es minoritaria y vive entre la mayoría de la población musulmana local y con una fuerte presencia de rusos ortodoxos, que viven aquí ya desde hace algunos siglos, desde la época de los zares y luego la época comunista. Pero vivimos en paz con nuestros hermanos, los rusos ortodoxos y también con nuestros conciudadanos, el pueblo musulmán. El gobierno está promoviendo una política de paz y armonía entre los diferentes grupos étnicos y los diferentes grupos religiosos y esto nos ayuda a tener respeto mutuo. Así que tenemos reuniones frecuentes con diferentes representantes de las religiones. No hacemos nada de sincretismo, sino que simplemente nos reunimos y hablamos de cuestiones sociales de su vida social, de cómo mejorarla y de conocernos mutuamente.

Y estamos en la Iglesia católica de Kazajistán, la herencia de los mártires y confesores durante los tiempos comunistas. Así que tenemos este privilegio de ser los herederos de esta iglesia mártir clandestina durante los tiempos comunistas. Y esto es también una tarea para nosotros, una obligación de continuar con esta herencia, con la seriedad de la fe católica, especialmente con el amor y la reverencia por la Santa Eucaristía. Por eso, en todo Kazajistán la Eucaristía se recibe de forma totalmente conveniente, solo de rodillas y en la lengua. Así que guardamos este tesoro de la reverencia de la Eucaristía.

En casi todas las parroquias tenemos todos los días la exposición del Santísimo Sacramento, la Adoración en la catedral de la capital, Nursultan, desde hace más de 20 años y adoración perpetua, 24 horas del Santísimo Sacramento y también apreciamos y amamos mucho el Santo Rosario. Tenemos grupos del Rosario Viviente en las parroquias y ambos, la Eucaristía y el Rosario, fueron las dos columnas durante el tiempo de la persecución. Y queremos transmitirlo al futuro.

P- ¿Tendrán oportunidad los obispos de Kazajistán de reunirse con el Santo Padre?

R-Los obispos de Kazajstán tuvieron hace tres años la visita ad limina en Roma, y por eso tuvieron un encuentro personal y largo y una reunión cordial con el papa. Y por eso supongo que antes pudo conocer un poco más en detalle la situación de la Iglesia católica en Kazajistán. Y ahora viene.

P- Recientemente la asamblea sinodal alemana aprobó pedir al Papa la ordenación de mujeres y cambiar la doctrina sobre la homosexualidad, ¿qué opinión le merece?

R-Es evidente que nadie en la Iglesia, ni un papa, ni un pecador, puede cambiar la doctrina divina revelada del sacramento de la ordenación, que por institución divina está restringida al sexo masculino y no hay otro que tenga poder para cambiar esto. Y también la doctrina de la maldad intrínseca de los actos homosexuales, que es una doctrina revelada divinamente por Dios y también revelada en la ley natural y en la razón humana y el sentido común. Y por lo tanto nadie puede cambiar esto.

P- ¿Cree que la mayoría de obispos alemanes han iniciado un cisma en la Iglesia?

R-La mayoría de los obispos alemanes que aprobaron toxinas que son evidentemente contrarias a la revelación divina en lo que respecta al sacramento del orden y la homosexualidad, están, con esto, distanciandose de la fe católica y revelándose como herejes por esta vía. Pero siguen siendo oficialmente obispos, por supuesto, no están en un cisma oficial. Y ahora correspondería al papa declararlo, primero para amonestarlos, para que renuncien a estos errores, y para llamarlos de nuevo a la fe católica. Así que todo depende ahora del papa.

P- A pesar de todos los mensajes heréticos de los obispos alemanes, ¿por qué el papa Francisco no actúa para cortarlo de raíz?

R-Tenemos que pedirle al papa, con reverencia e insistencia, que vuelva a pronunciar una doctrina clara para confirmar a toda la Iglesia y también a los católicos alemanes y a los obispos en minoría en Alemania que no aprobaron la doctrina herética sobre la ordenación femenina sacramental y la legitimidad de los actos homosexuales. Así que el papa debe pronunciarse. Debemos pedirle que lo haga por el bien, por la salvación de las almas y por la unidad de toda la Iglesia. Esta es su primera tarea.

P- ¿Cuál cree usted que es la causa por la que estas ideas protestantes se han ido metiendo dentro de la Iglesia católica en las esferas más altas?

R-La difusión de las ideas protestantes, y aún peor que las ideas protestantes, las ideas heréticas contra la revelación divina, sobre la ley moral, contra la ley moral natural, ya se está extendiendo desde hace décadas en la Iglesia. Y desgraciadamente fue una falta de atención de la Santa Sede en el nombramiento de obispos y cardenales que desgraciadamente, en nuestros días están difundiendo doctrinas heréticas abiertamente, sin ser castigados. Y por lo tanto, cuando no son castigados, continúan.

Y así, a mi parecer, es que desde hace décadas la descuidada selección de candidatos a obispos es una de las causas, y luego la descuidada falta de vigilancia en las facultades de teología, en los seminarios donde ya desde hace décadas, décadas, en tantos países, se están enseñando abiertamente herejías, o doctrinas que son contrarias a la tradición constante e inmutable de la Iglesia. Así que tenemos que implorar al Señor que, como en tiempos difíciles de la Iglesia, sería un comienzo de nuevo, una purificación, una renovación en la parte superior, en los obispos hasta el sacerdote, a los fieles.

Esperamos e invocamos que Dios nos vuelva a dar pastores de la Iglesia fuertes, valientes, claros y con mentalidad apostólica.

Javier Arias

martes, 7 de diciembre de 2021

Francisco en el altar de la hipocresía (Carlos Esteban)



Si algo llama la atención de las palabras del Santo Padre en vuelo sobre la aceptación a la renuncia del arzobispo de París, Michel Aupetit, es que contradice frontalmente todo lo que creíamos saber de Francisco con respecto a las murmuraciones y presiones de los medios.

Algo creíamos saber sobre el estilo personal del Santo Padre en este aspecto: no cede a las presiones, especialmente a las voces que piden cabezas. Por eso resulta tan sorprendente la explicación que dio en el vuelo sobre su aceptación de la renuncia de Aupetit.

Recordemos: “Con respecto al caso Aupetit, yo me pregunto, ¿qué cosa ha hecho él tan grave como para tener que darle la dimisión. Que alguien me responda, ¿qué ha hecho?”

“Y si no conocemos la acusación, no podemos condenar… Antes de responder yo diré: hagan las investigaciones, eh, porque se corre el peligro de decir: ha sido condenado. ¿Quién lo ha condenado? La opinión pública, la charlatanería… no sabemos… si ustedes saben por qué, díganlo, en caso contrario no puedo responder. Y no sabrán porque fue una falta de él, una falta contra el sexto mandamiento, pero no total, de pequeñas caricias y masajes que hacía a la secretaría, ésta es la acusación. Esto es pecado, pero no es de los pecados más graves, porque los pecados de la carne no son los más graves. Los más graves son aquellos que tienen más carácter angelical: la soberbia, el odio”.

“Así que Aupetit es un pecador, como lo soy yo – no sé si usted se siente… tal vez – como ha sido Pedro, el obispo sobre el que Jesucristo ha fundado la Iglesia. Cómo es que la comunidad de aquel tiempo había aceptado a un obispo pecador, y él tenía una pecaminosidad con tanto carácter angelical, como era ¡renegar a Cristo! Porque era una Iglesia normal, estaba acostumbrada a sentirse pecadora siempre, todos, era una Iglesia humilde. Se ve que nuestra Iglesia no está acostumbrada a tener un obispo pecador, hacemos de cuenta para decir: mi obispo es un santo… No, este pequeño birrete rojo… todos somos pecadores”.

“Pero cuando la charlatanería crece, crece, crece y le quita la fama a una persona, no, no podrá gobernar porque ha perdido su fama, no por su pecado, que es pecado – como el de Pedro, como el mío, como el tuyo – sino por el parloteo de las personas. Por esto acepté su dimisión, no en el altar de la verdad, sino en el altar de la hipocresía”.


La última frase tiene una interpretación difícil, sobre todo en los términos tan crudos en los que se expresa el Santo Padre. ¿Quiere decir que ha cedido a una decisión que cree injusta por presión de los acusadores, a los que no cree?

No es imposible. En realidad, y al margen de los personajes de este pequeño drama, puede tener sentido remover a un prelado inocente si el pueblo lo tiene por culpable y la situación le impide gobernar de manera eficaz. Después de todo, el ministerio de un pastor no es un premio para el hombre, sino un servicio a las almas de sus feligreses, por lo que tampoco sería un castigo su apartamiento del poder eclesial.

Sin embargo, como decimos, es muy distinto a lo que estamos acostumbrados en la persona del Santo Padre. No pocos de sus colaboradores cercanos -desde Maradiaga a Zanchetta- han sido acusados durante más tiempo de cosas mucho peores que las que se achacan a Aupetit, y el Papa no les ha dejado caer. En ocasiones, incluso, ha reaccionado a las críticas promocionando al criticado, casi en un gesto de desafío.

El Papa no considera que sea cosa de importancia, pecado grave, la aventura sentimental que se le adjudica al pastor, en una mitigación de los pecados de la carne -caricias y masajes, en este caso, según el Papa- que ya ha repetido en alguna otra ocasión. Ignora en su parrafada las otras acusaciones, quizá más relevantes, sobre el estilo autoritario del arzobispo, que ya provocara la renuncia de dos de sus principales colaboradores en la archidiócesis.

Las palabras del Papa podrían señalar un cambio en su política de nombramientos y ceses, prestando mayor atención a la aceptación pública del candidato. Podrían, pero se nos antoja sumamente improbable.

Carlos Esteban

viernes, 17 de septiembre de 2021

¿Quién informa al Papa sobre la crisis sanitaria?



Su Santidad hizo referencia a asuntos candentes de actualidad durante su rueda de prensa en vuelo de vuelta de su reciente viaje apostólico. Entre ellos, habló de las vacunas, y lo hizo con un discurso objetivamente desconcertante.
Que el Santo Padre defienda decididamente la vacunación contra el covid, aunque no sea exactamente asunto de su competencia, no tiene nada de raro; no hace sino sumarse a la totalidad de los líderes mundiales en este asunto. 
Lo raro, lo sorprendente, es que sus palabras delatan una información bastante defectuosa, por decirlo suave, de cuál es ahora mismo el debate en torno al desarrollo de la pandemia y la acción de las vacunas en el mercado. Habrá que pensar que quienes le rodean no le mantienen debidamente informado, porque la alternativa resultaría muy poco caritativa.

Empieza diciendo:
“Es un poco extraño, porque la humanidad tiene una historia de amistad con las vacunas. De niños para el sarampión, para otras, para la poliomielitis. Todos los niños nos hemos vacunado y ninguno decía ‘mu’”. 
Ayudemos a despejar la ‘extrañeza’ del Santo Padre.

En este caso parte de una falacia muy extendida por los medios, un caso de libro del ‘hombre de paja’, a saber: que la renuencia a administrarse estas terapias experimentales (que los fabricantes no llaman ‘vacunas’ en sus solicitudes de aprobación) se debe mayoritariamente a una desconfianza hacia la vacunación en general. Todos conocemos la etiqueta demonizadora de ‘antivacunas’ alegremente arrojada contra quienes dudan sobre la eficacia de estos productos. Sólo que no es cierto. Mayoritariamente, este grupo no solo no tiene nada que objetar a la vacunación en general, sino que suele estar vacunado y vacuna a sus hijos con las convencionales del calendario de vacunación. Es decir, sus objeciones van contra estos productos concretos, no contra la categoría terapéutica.

El mismo ejemplo que pone el Papa delata el núcleo del debate, del que pasa de largo sin mencionarlo siquiera. 
Las vacunas de la polio o el sarampión llevan muchas décadas con nosotros, conocemos sobradamente tanto su eficacia como sus efectos secundarios a largo plazo y, fundamental, en países como España, son voluntarias. Y todo el mundo (anécdotas aparte) se las pone, sin problemas. Por eso nadie decía ‘mu’, y el que ahora no nos dejen decir ‘mu’ es el eje del problema.
A continuación, el mensaje se vuelve bastante raro
“Quizás esto ha venido por la virulencia, la incertidumbre, no sólo de la pandemia, sino también por la diversidad de vacunas y también por la fama de algunas vacunas, ‘que son otra cosa’, ‘un poco de agua destilada’. Esto generó miedo en la gente”.
Llevo siguiendo muy de cerca el asunto desde el principio, he leído miles de comentarios, objeciones, explicaciones, anécdotas, desde disparatadas conspiranoias a sesudos estudios de profesionales de primera: nunca, jamás, he encontrado un ‘negacionista’ (funesto término, que empleo para que se me entienda) que explique su renuencia porque crea que la vacuna es “agua destilada”, tampoco por la variedad de las vacunas. No digo que no exista; de todo hay en la viña del Señor; pero, desde luego, no es predominante en absoluto.
La idea general que transmiten las palabras, incluso por su forma, es que sólo se opone a las vacunas un grupo ignorante, supersticioso y embrutecido que desconfía de la ciencia. Como, no sé, el inventor de la propia técnica de inoculación del ARN mensajero, el doctor Robert Malone. O el descubridor del VIH y Premio Nobel, Luc Montagnier. O el doctor Michael Yeadon, exvicepresidente de Pfizer, o… La lista, créanme, es interminable. Todos ellos puede estar absolutamente equivocados, naturalmente. Pero no son cuatro payasos indocumentados, y el problema es que ni siquiera se les deja debatir pública y abiertamente.
“Después, otros que dicen que es un peligro porque con la vacuna entra el virus dentro. Muchas discusiones que han creado esta división. También en el colegio cardenalicio hay algunos negacionistas y uno de ellos, pobre, estuvo ingresado con el virus. Ironías de la vida”. 
Corramos un tupido velo sobre esta pulla indisimulada contra el cardenal Burke, será lo mejor.

Y termina:
“Yo no sé explicarlo bien, algunos lo explican por la diversidad de donde provienen las vacunas que no han sido suficientemente experimentadas, y tienen miedo. Se debe aclarar y hablar con serenidad de esto. En el Vaticano estamos todos vacunados, excepto un pequeño grupo que se está estudiando cómo ayudarles”.
VEAMOS: Las supuestas vacunas, nos informan ya oficialmente, no evitan que la persona inoculada contagie o se contagie. Ni siquiera evita que enferme. Supuestamente hace más leves los síntomas, pero los números no justifican muchas alegrías, y el hecho de que países con un arrollador éxito de vacunación, como Israel, haya visto dispararse las vacunaciones debería, como mínimo, iniciar un debate abierto, ese “aclarar y hablar con serenidad de esto” del Papa.
En cuanto al modo de “ayudar” a ese pequeño grupo en el Vaticano, aconsejamos el remedio universal en el que siempre insiste el Santo Padre: diálogo y más diálogo. Y, sobre todo, escucha atenta.
Carlos Esteban

viernes, 12 de marzo de 2021

Desastres extramagisteriales (Bruno Moreno)



Ya sabemos que no existe el magisterio aeronáutico. Las entrevistas o declaraciones que ofrezca un Papa a los periodistas mientras viaja por los aires (o mientras está en Roma) no son ni siquiera lejanamente magisteriales. Son opiniones personales de la misma persona que, en otro contexto, puede hablar magisterialmente. Ningún católico está obligado a coincidir con esas opiniones, que solo tienen el peso de las razones o sinrazones que las acompañen y de la mayor o menor sabiduría de quien las expresa.

No obstante, el hecho de ser extramagisteriales no implica que sean irrelevantes. Del mismo modo que un Papa o cualquier otro obispo pueden hacer mucho bien con sus palabras aunque no sean magisteriales, también pueden hacer mucho mal con ellas, incluso cuando no son magisteriales. Un cargo de autoridad conlleva una gran responsabilidad, que no debe tomarse nunca a la ligera. Si de toda palabra ociosa que hablen los hombres les pedirán cuentas el día del Juicio, con mucha más razón deberán cuidar esas palabras lo que han sido elegidos por Dios para enseñar en su nombre.

Digo todo esto por las enésimas respuestas del Papa Francisco a los periodistas en su último viaje, que, con todo el respeto, son desoladoras. Podrían analizarse varias cosas, pero creo que basta con estas breves frases del Papa:
“También ocurre lo mismo con los santos que no son solamente los de los altares, son los santos de todos los días. […] Los santos, hombres y mujeres, que viven su fe, sea la que sea, con coherencia. Que viven los valores humanos con coherencia. La fraternidad con coherencia”
Es difícil expresar adecuadamente lo terribles que son estas afirmaciones desde el punto de vista de la fe católica, porque de hecho niegan la realidad de la gracia de Dios, la fe, la Revelación, la encarnación de Cristo y la redención por su muerte y resurrección, el perdón de los pecados y, en resumen, todo lo que creemos los católicos. No es nada sencillo conseguir algo así con dos docenas de palabras.

En tres frases, el Papa iguala la fe sobrenatural cristiana con las creencias religiosas más o menos disparatadas de los hombres, como si estuvieran al mismo nivel (error fundamental pero no casual, porque se repite varias veces en la declaración del Papa en unión con el imán de Abu Dhabi y en otros textos). Asimismo, parece ignorar que la santidad no es ni puede ser una cualidad meramente humana, que surge al margen de la fe católica, porque es un don sobrenatural que Dios da por medio de la fe y al hilo de los sacramentos. Reducir la santidad a la fraternidad humana es lo mismo que decir que no hacía falta que Cristo se encarnara ni que muriera por nosotros, que la salvación no era necesaria. Si cualquier religión no cristiana puede hacernos santos, ¿qué sentido tienen los sacramentos, la liturgia, la doctrina y el propio magisterio? Si la fraternidad humana basta para alcanzar la santidad, la gracia y la filiación divina que nos ofrece la Iglesia se convierten en irrelevantes.

Del mismo modo, esos “valores humanos” que procuran vivir “con coherencia” los miembros de otras religiones y que para el Papa son la única condición para alcanzar la santidad en realidad son, a menudo, profundamente inhumanos, porque no cuentan con la Revelación divina que hemos recibido en el Hijo de Dios. La coherencia con el error no es algo bueno ni deseable ni mucho menos santo, sino que, en el mejor de los casos, simplemente puede atenuar la responsabilidad de los pecados objetivos cometidos.

Si nos tomáramos en serio las palabras del Papa, en nuestras Iglesias, junto a Nuestra Señora, a los apóstoles y los mártires deberíamos colocar imágenes de Lutero, el fundador de los Testigos de Jehová, Aleister Crowley o unos cuantos Daláis Lamas, porque serían tan santos los unos como los otros. A fin de cuentas, si lo que importa es ser “coherente” con las propias creencias, por muy equivocadas y absurdas que sean esas creencias, todos ellos sin duda lo habrán sido en mayor o menor medida. Es más, si se puede ser santo siguiendo a Buda, a Confucio, a Mahoma o a Joseph Smith, ya no es cierto que solo se nos ha dado un nombre bajo el cielo que pueda salvarnos, el de Jesucristo. Si todo es santidad, nada es santidad. Si todas las religiones salvan, Jesucristo nos engañó al presentarse como el único Hijo de Dios.

Para valorar todo esto, sin duda hay que tener en cuenta, con todo el respeto y el cariño filiales, que el Papa no es un gran teólogo ni un gran pensador, ni siquiera uno medianillo. Después de varios años, resulta evidente que la mayoría de las cuestiones teológicas le superan por completo (y no pasaría nada, porque ya ha habido Papas muy poco formados en el pasado, si no fuera porque él mismo parece no ser consciente de lo que no sabe y eso resulta muy peligroso). Nuestro Papa actual, como tantos otros clérigos, es producto de la pésima formación que aqueja a la Iglesia en nuestro tiempo y que, de hecho, tiende a impedir distinguir en la práctica entre verdades y errores o incluso a olvidar que existe una distinción entre ambas cosas. A eso parece unirse, en su caso, el gusto por rodearse de personas aduladoras (y quizá faltas de fe) que, en lugar de señalarle sus equivocaciones, prefieren adularle y elogiar esas ocurrencias personales disparatadas. Por supuesto, el hecho de que sean ocurrencias en consonancia con los errores dominantes de nuestra época dificulta aún más que el interesado note que existe un problema.

Es decir, es muy posible, incluso probable, que el propio Papa no sea consciente de la gravedad de estas afirmaciones, diametralmente opuestas a la doctrina de la Iglesia y que destruirían por completo esta doctrina si se aceptasen como ciertas. No obstante, al margen de la responsabilidad subjetiva de su autor, que a los demás nos importa poco, son afirmaciones que objetivamente hacen un gran daño a los fieles y a la Iglesia. Quizá sea la hora de que los demás sucesores de los Apóstoles abandonen la estrategia del avestruz y empiecen a rechazar con claridad esos errores. Si la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, también el error es el error, en boca de un donnadie o de un Papa. A fin de cuentas, los desastres extramagisteriales siguen siendo desastres.

Bruno Moreno