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martes, 24 de enero de 2023

Mons. Juan Straubinger: Reglas católicas para la lectura de la Sagrada Escritura.

 STAT VERITAS



Como poseemos en el magisterio infalible de la Iglesia la próxima y última regla de nuestra fe, la lectura de la Sagrada Escritura no es requisito indispensable para nosotros. Sin embargo, desde los tiempos de los apóstoles hasta las más recientes manifestaciones de las autoridades eclesiásticas, fue inculcado y sigue siendo inculcado el leer y estudiar las Escrituras a fin de profundizar la fe y ampliar y arraigar los conocimientos religiosos, y principalmente, para conocer la persona, vida y doctrina de nuestro Salvador Jesucristo. “Ignora a Cristo quien ignora las Sagradas Escrituras.” (San Jerónimo).
Más aun insiste San Juan Crisóstomo en la lectura del libro divino, por ejemplo en su primera homilía a la Epístola de San Pablo a los romanos: “Como los ciegos se hallan incapaces de ir derecho, así los privados de la luz que resplandece de las Escrituras Divinas, yerran continuamente puesto que caminan en espesas tinieblas.”
¡Ay de los muchos que hoy en día recorren los caminos de un mundo tempestuoso sin la luz del Evangelio!

I. Leamos la Sagrada Escritura con espíritu de fe.

El hombre que vacila en la fe, “es semejante a la ola del mar alborotada y agitada por el viento, acá y allá” (Santiago 1, 6). El hombre de ánimo doble, que está dividido entre Dios y el diablo, es inconstante en todos sus caminos. En vez de enseñarle y consolarle, la palabra de Dios le sirve para su ruina.
¡Cuántas veces Nuestro Señor no ha insistido en la necesidad de la fe!: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase conforme tú lo deseas. Y en la misma hora la hija quedó curada.” (Mat. 15, 28). Negó el médico divino varias veces su ayuda por faltar la fe, por la incredulidad de los suplican­tes. “Tenéis poca fe... si tuviereis fe, como un granito de mostaza, podréis decir a este monte: Trasládate de aquí a allá, y se trasladará y nada os será imposible.” (Mat. 17, 19). Jamás olvidemos el lamento del Señor: “¡Oh raza incrédula y per­versa! ¿hasta cuándo he de vivir con vosotros? ¿hasta cuándo habré de sufriros?” (Mat. 17, 16).

II. Leamos la Sagrada Escritura con espíritu de humildad.

Los misterios del reino de Dios no se revelan a la sabiduría puramente humana, por grande que sea el genio de sus maestros, sino sólo a los humildes. La humildad, la virtud de los pequeños es indispensable, para que el lector de la Biblia saque los valores intrínsecos del libro de los libros. Hay que volver a ser niño; hay que exponerse con espíritu sencillo e inocente a los rayos de la luz que, por falta de nombre adecuado, definimos con el nombre de misterios.
De otro modo no podríamos comprender el espí­ritu del Evangelio, ni aplicarlo a la vida: “En verdad os digo, que si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mat. 18, 3). Y para grabar esta amonestación en los corazones de sus discípulos, Jesús llamando a un niño y colocándolo en medio de ellos, les dio una lección más elocuente que todas las palabras.
“Quien se humillase, será ensalzado.” (Mat. 23, 12). Quien con espíritu de niño se acerca a los tesoros de la Sagrada Escritura, los conseguirá. A los demás, los orgullosos y presumidos, los pre­suntuosos y ambiciosos se les cierra la puerta.
Saca, pues, saca, alma mía. El pozo es pro­fundo; y jamás se agotará.

III. Leamos la Sagrada Escritura con el propósito de reformar nuestra vida.

La senda que conduce a la vida eterna, es estrecha, mientras que el camino que conduce a la perdición, es ancho y espacioso (Mat. 7, 13-14). ¿Quién será nuestro guía en la estrecha senda? Abre el Evangelio, lee las Escrituras; medita un ratito sobre las enseñanzas que te brinda el Evangelio en cada página; y encontrarás al guía que te hace falta. La palabra de Dios es uno de los medios más apropiados para nuestra salvación; sólo que debemos ponerla en práctica, como dice Santiago: “Recibid con docilidad la palabra ingerida que puede salvar vuestras almas. Pero habéis de ponerla en práctica, y no sólo escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Porque quien se contenta con oír la palabra, y no la practica, este tal será parecido a un hombre que contempla al espejo su rostro nativo y que no hace más que mirarse, y se va y luego se olvida de cómo está.” (Santiago 1, 21-24). El Evangelio es, pues, el espejo en que hemos de contemplar el semblante de nuestra alma, para ver las faltas que la manchan. Si no, somos como aquel hombre olvidadizo que se engaña a sí mis­mo, no sabiendo cuál es su rostro.
Reformar la vida, conformar la conducta a los preceptos del Evangelio; he aquí los frutos más provechosos de la lectura del Evangelio. Leyén­dolo, meditándolo dejamos de ser injustos, menti­rosos, avaros, orgullosos. La palabra de Dios penetra en el alma como una espada de dos filos (Hebr. 4, 12), que ha de apartar a los malos de los buenos; que va a despertar a los ociosos y rechazar a los presuntuosos; que está destinada a humillar a los doctos vanidosos, pero a satis­facer a quien con razón recta y pura busca a Dios y la salud eterna.
¡Ojalá busquemos con toda el alma esa fuente de regeneración moral!

IV. Leamos la Sagrada Escritura todos los días.

¿Por qué todos los días? ¿No bastaría leer la Biblia una sola vez, como los otros libros, y des­pués depositarla en la biblioteca? No, amigo mío. La Sagrada Escritura es un libro de categoría superior, y no como los demás de tu biblioteca, muchos de los cuales, una vez leídos no valen más que el polvo que los cubre.
Hallábase en Alejandría, en Egipto, la más rica biblioteca que se conocía en la antigüedad, una verdadera maravilla de riqueza literaria. Sin em­bargo, los musulmanes cuando ocuparon aquella ciudad, arrojaron al fuego todos los libros de la biblioteca argumentando: o consienten con el corán (libro santo de los musulmanes) o no consienten con él. En el primer caso son superfluos, en el segundo malos.
Hay en realidad un libro de que se podría afir­mar la preeminencia que los secuaces de Mahoma atribuyen al coran. Es la Sagrada Escritura. Por tanto ya León XIII concedió indulgencias a los que leen la Sagrada Escritura: una indulgencia de 300 días para la lectura de quince minutos y una indulgencia plenaria a los que durante un mes observen tan provechosa práctica. Pío X no desea más que la lectura diaria de la palabra de Dios.Benedicto XV repite la misma intimación en la Encíclica llamada de San Jerónimo del 15 de Sept. de 1920: “Toda familia debe acostum­brarse a leerlo y usarlo (el Nuevo Testamento) todos los días.”

V. Leamos la Sagrada Escritura en la familia.

“Donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí me hallo yo en medio de ellos.” (Mat. 18, 20). Estas palabras del Señor, además de verificarse constantemente en la comunidad de la Iglesia, siguen cumpliéndose donde quiera que dos o tres se reúnen en nombre de Jesús para la lectura común de la Biblia en la familia. ¡Qué aspecto tan hermoso! El padre, rodeado de sus hijos, leyendo en voz alta el Evangelio, y añadiendo algunas anotaciones que el sentimiento religioso y la responsabilidad paterna le dictan!
La familia que diariamente se reúne pura la lectura de la Biblia, es un pilar del temor de Dios, un fuerte fundamento de la vida religiosa y un dique contra las ideas perversas. “¡Que no haya ninguna familia sin el Nuevo Testamento” Este deseo de Benedicto XV sea para nosotros un precepto. Tan pronto como las familias se pongan a leer la Biblia, el mundo se cambiará, porque de la familia inspirada en la doctrina del Evangelio, surge el renacimiento de la humani­dad, así como la regeneración del cuerpo procede de la célula.

VI. Siete consejos para los lectores de la Sagrada Escritura.

1° Antes de leer, recoge tus pensamientos. Dios, la verdad eterna quiere dialogar contigo fami­liarmente. ¿Hay un honor más alto que conver­sar con Dios?
2° Luego pide al Espíritu Santo la gracia de entender su Palabra. Piensa que el sacerdote antes de leer el Evangelio de la misa, está obli­gado a rezar el “Munda”, el “limpia mi corazón y mis labios”.
3° No leas demasiado de una vez. La Sagrada Escritura no es una novela. Dios no habla por la multitud de palabras sino más bien mediante la fuerza del espíritu, infusa en las palabras de la Sagrada Escritura.
4° Después de leer hay que meditar los ver­sículos leídos. En otras palabras: no sólo estudiar el contenido sino prestar los oídos a las inspira­ciones de Dios.
5° Cuando no comprendas lo que lees, consulta las notas añadidas, los comentarios o a un sacer­dote. La Iglesia, y no el lector, es intérprete de la Sagrada Escritura.
6° Acaba la lectura con una oración y acción de gracias por las ilustraciones que Dios te ha regalado.
7° Escribe en un cuaderno cuanto quieras gra­bar en la memoria para leerlo repetidas veces. Así se aumenta la eficacia de la Palabra de Dios.

VII. Pongamos el hacha en la raíz.

¿Qué es lo que debemos hacer? preguntaba la gente que salía a Juan el Bautista (Luc. 3, 10). ¿Qué exige de nosotros la situación religiosa de nuestro tiempo y país? “La segur”, responde el Bautista, “está ya puesta en la raíz de los árboles. Así que todo árbol que no da buen fruto, será cortado y arrojado al fuego.” (Luc. 3, 9). Hoy también la gente va a buscar “la salud de Dios.” (Luc. 3, 6). El gran predicador del Jordán necesita sucesores que sin cesar proclamen lo que “la voz en el desierto” proclamaba: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.” (Luc. 3, 4). Voz en el desierto son todos aquellos que tratan de difundir la palabra de Dios transmitida en la Sagrada Escritura.
Dios, quien es el inspirador de toda actividad fecunda, conduzca nuestros pasos, a fin de que de la lectura cotidiana del Evangelio nazcan siempre más beneficios para nuestra alma y para la patria; y que así vaya a cumplirse el dicho del apóstol: Toda escritura inspirada de Dios es propia para enseñar, para convencer, para corre­gir, para dirigir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, y esté apercibido para toda obra buena. (II. Tim. 3, 16-17).


Mons. Dr. Juan StraubingerProfesor de Sagrada Escritura. Tomado de “El Nuevo Testamento de Nuestro Señor Jesucristo”, Editorial Guadalupe, Bs. As., 1942. Visto en Syllabus, 26-Mar-2014.

martes, 26 de octubre de 2021

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miércoles, 29 de abril de 2020

Jesús en las profecías del Antiguo Testamento (José María Manrique García)




Este artículo propone una meditación o, al menos, de reconsideración de lo que antaño se estudiaba como Historia Sagrada, concretamente la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Quiérase o no, España, desde los visigodos, e incluso antes, está vertebrada por la Religión Católica mucho más que por el derecho romano o cualquier otro “valor cultural”. Desgraciadamente, no hemos recibido la formación adecuada por parte de nuestros pastores, incluso los que conocimos la iglesia anterior al Vaticano Segundo. Al menos en mi caso, en muchas ocasiones la búsqueda de los tesoros de nuestra fe ha sido esfuerzo casi individual, dado que los consagrados cada vez están más volcados en un buenismo, peligroso y herético, casi absolutamente vacío de moral católica.

Bien, expuesta mi motivación y desgranada mi queja, trataré de resumir algo que, sin duda también por mi falta de interés, no he encontrado en homilías o escritos, habiendo llegado a su conocimiento a través pequeños descubrimientos a lo largo del tiempo: lo que los profetas del Antiguo Testamento predijeron del Mesías, especialmente de su Pasión, cientos de años antes. Algo que considero puede reforzar la fe que profesamos y, para los no creyentes, ampliar su visión no solo de la historia del mundo occidental de raíces judeo-cristianas, sino la metahistoria de la humanidad. Por supuesto hay estudios importantes sobre el tema, incluso de manos de protestantes, pero no son muy accesibles ni se divulgan en los púlpitos.

Utilizaré la Biblia traducida por Monseñor Struaubinger (1883-1956), directamente del hebreo, así como sus Notas, y pondré, a continuación, la relación cronológica de los profetas cuyos textos, en negrita y cursiva, se volcarán luego enhebrados en el desarrollo temporal de la vida y muerte de Jesucristo. Pondré en mayúsculas los artículos que se refieran al Señor, como durante centenares de años se hizo.

Fuentes: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio (tradicionalmente se ha considerado que Moisés fue el autor-recopilador del Pentateuco; s. XIV-XIII a.C), David (1040-966 a.C.), Natán (consejero de David y Salomón, s. X-IX a.C.), Salmos (varias épocas y autores; muchos de David), Elías, Isaías, y Oseas (s. VIII a.C. todos), Miqueas (s. VIII-VII a.C.), Daniel y Jeremías (s. VII-VI a.C.), Libro de las Lamentaciones (s. VI a.C.), Ezequiel (s. VI a.C.), Zacarías (s. VI a.C.), Libro de la Sabiduría (s. I a.C.).

Antes de comenzar, pongámonos en situación, y nada mejor que aproximarnos a Cleofás y al otro discípulo que abandonaban Jerusalén camino de Emaús aquel primer día de la semana después de la Pascua, cuando el propio Jesús les dijo (Lucas 24, 13-35):

«“¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?”. Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura».

Su anuncio

…Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: Éste te aplastará la cabeza, y tú le aplastarás el calcañar (Génesis 3:15). Explicación: “La descendencia de la mujer vencerá al demonio de la misma manera que el hombre aplasta la cabeza de una serpiente. La descendencia de la mujer es, en general, el género humano; más principalmente, el Salvador Jesucristo (P. Vaccari).

Bendeciré a quienes Te bendigan, y maldeciré a quienes Te maldigan; y en Ti serán benditas todas las tribus de la Tierra (Génesis 12:3). Explicación: Dios Padre habla a Abrám, “tipo” o prefiguración de Jesús.

No se apartará de Judá el cetro, ni el báculo de entre sus pies, hasta que venga Schiloh: a Él obedecerán las naciones (Génesis 49:10). La interpretación corriente, desde los Santos Padres hasta hoy, atribuye a esta profecía carácter mesiánico. Al “Schiloh” hebreo se le ha dado muchas interpretaciones, entre otras “El que ha de ser Enviado” o “El Pacífico”.

Palabra de Balaám, hijo de Beor; palabra del hombre de ojos cerrados, palabra del que oye los dichos de Dios, conoce los pensamientos del Altísimo, y ve las visiones del Todopoderoso; recibe visión y se le abren los ojos. Le veo, pero no como presente, Le contemplo, mas no de cerca: una estrella sale de Jacob, y de Israel surge un cetro … (Números 24:15-17). Balaám anuncia, bajo la figura de una estrella, la gloria más grande de Israel, Cristo.

«Entonces me contestó Yahvé: ‘Tienen razón en lo que han dicho. Les suscitaré un profeta de en medio de sus hermanos, semejante a ti; y pondré mis palabras en su boca, y Él les hablará todo -cuanto Yo Le mandaré…”» (Moisés, en el Deuteronomio. 18-17). Straubinger escribió que “Lucas al narrar (Lc.: 1, 68-69), y Pedro al hablar `aquí´ (Hc.: 2, 22-24), usan en griego el verbo anastesei (lo mismo que el texto de Moisés en los LXX, que es la versión citada por S. Pedro), cuyo sentido principal es resucitará, y repiten el mismo verbo en el versículo 26, donde tal sentido es evidente y exclusivo de todo otro: levantar de entre los muertos”.

Él Me ha dicho: “Tú eres mi Hijo, Yo mismo Te he engendrado en este día. Pídeme y Te daré en herencia las naciones, y en posesión tuya los confines de la Tierra… (Salmo 2:7; de David).

Jesús, en, cita el salmo 110: «“¿Qué pensáis acerca del Cristo? ¿De quién es hijo?”. Dícenle: «De David». Díceles: «Pues ¿cómo David, movido por el Espíritu, le llama Señor, cuando dice: “Oráculo de Yahvé a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que Yo haga de tus enemigos el escabel de tus pies”».

«Estando aún reunidos los fariseos, Jesús les propuso esta cuestión: “¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo?”. Dijéronle: “de David”. Replicó Él: “¿Cómo, entonces, David (inspirado), por el Espíritu, lo llama “Señor”, cuando dice (Salmo 110): “El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies”? Si David lo llama “Señor” ¿cómo es su hijo? Y nadie pudo responderle nada, y desde ese día nadie osó más proponerle cuestiones» (Mateo 22:42).

He aquí que vienen días, dice Yahvé, en que suscitaré a David un Vástago justo, que reinará como rey, y será sabio, y ejecutará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días Judá será salvo, e Israel habitará en paz, y el Nombre con que será llamado, es éste: “Yahvé, Justicia Nuestra” (Jeremías 23:5-6).

Habla (Natán), pues, ahora de esta manera a mi siervo David: … Cuando se cumplieren tus días y tú descansares con tus padres. Yo suscitaré después de ti, un descendiente tuyo que ha de salir de tus entrañas, y haré estable su reino. Él edificará una casa para mi Nombre: y Yo afirmaré el trono de su reino para siempre, Yo seré su Padre y el será mi Hijo (2º de Reyes ó 2º de Samuel).

Conoce y entiende: Desde la salida de la orden de restaurar y edificar a Jerusalén, hasta un Ungido, un Príncipe, habrá siete (7) semanas y sesenta y dos (62) semanas; y en tiempos de angustias será ella reedificada con plaza y circunvalación. Al cabo de las 62 semanas será muerto el Ungido y no será más Y el pueblo de un príncipe que ha de venir, destruirá la ciudad y el Santuario (Daniel 9:25).


Explicación de la Profecía de Las 70 Semanas, teniendo en cuenta que la datación antigua, e incluso de la fecha de nacimiento de Cristo (¿año 7 a.C.?), tiene errores próximos a la decena de años, y que los santos padres uniformemente asignan siete años a cada “semana” (el año lunar judío era de 360 días): las siete primeras semanas (49 años) comienza a partir del año 458 (aproximadamente) en que Artajerjes envió al profeta Esdrás a Palestina con poderes para reconstruir Jerusalén (Esdrás 7); una vez reconstruida (458-49 = 409), las 62 semanas (434 años) sitúan el tiempo bíblico en las proximidades del año 30 de nuestra era; es decir, predice la muerte de Cristo. A partir de aquí se interrumpe la cuenta divina hasta un futuro en el que a las 69 semanas transcurridas se sume la 70ª, adentrándose entonces en el campo escatológico del Fin de los Tiempos.

El Señor mismo os dará una señal: he aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y Le pondrá por nombre Emmanuel (Isaías 7:14).

Pero tú, Belén de Efratá, pequeña (para figurar) entre los millares de Judá, de ti me saldrá El que ha de ser dominador de Israel, cuyos orígenes son desde los tiempos antiguos, desde los días de la eternidad (Miqueas 5).

No habrá más lobreguez sobre la (tierra) que (ahora) está en angustia. Como primeramente (Dios) cubrió de oprobio la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí, así al fin hará glorioso el camino del mar, la otra parte del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los habitantes de la tierra de sombras de muerte resplandeció una luz (Isaías 9:1-2).

Vida pública

He aquí mi Siervo, a quien sostengo, mi escogido, en el que se complace mi alma. Sobre Él he puesto mi Espíritu, y Él será Legislador de las naciones. No gritará, ni levantará su voz, ni la hará oír por las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha humeante; hará justicia conforme a la verdad. No desmayará ni se desalentará, hasta que establezca en la Tierra la justicia; su ley esperan las islas (Isaías 42:1).

En aquel día los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán, libres ya de la oscuridad y de las tinieblas. Los humildes se alegrarán más y más en Yahvé, y los pobres de entre los hombres se regocijarán en el Santo de Israel (Isaías 29:18).

Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y serán destapados los oídos de los sordos; entonces el cojo saltará cual ciervo, exultará la lengua del mudo (Isaías 35:5). Jesucristo Se aplicó estas palabras (Mateo 11, 5).

Prestad vuestro oído y venid a Mí; escuchad, y vivirá vuestra alma, y Yo haré con vosotros una alianza eterna (según) las misericordiosas promesas dadas a David. Mira, Yo Le he constituido como testigo para los pueblos, como caudillo y maestro de las naciones. He aquí que llamarás a pueblos que no conocías (los gentiles), y naciones que Te eran desconocidas correrán hacia Ti por amor de Yahvé, tu Dios, y del Santo de Israel, pues Él Te ha glorificado (Isaías 55:3-4).

En aquel día la raíz de Isaí se alzará como bandera para los pueblos; la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada (Isaías 11:10).

El Espíritu del Señor, Yahvé, está sobre Mí porque Yahvé Me ha ungido, y Me ha enviado para evangelizar a los humildes; para vendar a los de corazón quebrantado, para anunciar la libertad a los cautivos y la liberación a los encarcelados; para pregonar el año de la gracia de Yahvé (Isaías 61:1-2). El carácter mesiánico de esta profecía es indiscutible ya que Jesucristo la aplicó a Sí mismo: “Hoy se ha cumplido la Escritura que acabáis de oír” (Lucas 4, 16).

Él (Yahvé de los Ejércitos) será (vuestra) santidad, más también una piedra de tropiezo, y una roca de escándalo para las dos casas de Israel, un lazo y una trampa para los habitantes de Jerusalén. Muchos de ellos tropezarán, caerán, y serán quebrantados; se enredarán en el lazo y quedarán presos. (Isaías 8:14). Según San Lucas (2:34-35), en la presentación de Jesús en el Templo, Simeón a María: “Este es puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para ser una señal de contradicción–y a tu misma alma, una espada la traspasará–, a fin de que sean descubiertos, los pensamientos de muchos corazones”.

Por eso, así dice el Señor Yahvé: “He aquí que pondré en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, piedra angular preciosa, sólidamente asentada; el que confía (en ella) no necesita huir (Isaías 28:16). La piedra que rechazaron los constructores ha venido a ser la piedra angular. Obra de Yahvé es esto, admirable ante nuestros ojos (Salmos 118/117:22). Jesús lo cita en Marcos 12,1-12, y los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos “intentaron echarle mano, porque veían que la parábola iba por ellos” considerando que la piedra Él. Nota: la numeración hebrea/protestante sólo se corresponde con la Biblia Griega (Septuaginta, o de Los LXX, y la Vulgata) en los ocho primeros salmos y en los tres últimos, porque fusiona los salmos nueve y diez en uno solo, y hace lo mismo con el 113 y 114; de manera inversa, divide en dos el 116, denominándoles 114 y 115, y de la división del 147 surgen 146 y 147, por lo que puede decirse que entre los salmos 10 y 148, la numeración católica es igual a la numeración hebraíco-protestante menos uno.

¡Alégrate con alegría grande, hija de Sión! ¡Salta de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey; Él es justo y trae salvación, (viene) humilde, montado en un asno, en un borrico, hijo de asna. (Zacarías 9:9). Domingo de Ramos

… Porque Me devora el celo de tu casa, y los baldones de los que Te ultrajan cayeron sobre Mí (Salmo 68/69:9). Texto que los discípulos aplicaron a Jesús cuando vieron su santa indignación al arrojar a los mercaderes del Templo (Juan 2, 17). La expulsión aparece en todos los Evangelios, en los sinópticos al final, tras el Domingo de Ramos, y en el de Juan al principio, lo que da pie a que pudiera haber ocurrido en dos ocasiones distintas.

La Pasión

Si me insultara un enemigo, lo soportaría; si el que me odia se hubiese levantado contra mí, me escondería de él simplemente. Pero eres tú, mi compañero, mi amigo y mi confidente, con quien vivía yo en dulce intimidad, y subíamos en alegre consorcio a la casa de Dios (Salmo 55:12-13).

Hasta mi amigo, de quien me fiaba, que comía mi pan, ha alzado contra Mí su calcañar (me dio una patada; Salmo 41:9). Con tal sentido aplica Jesús estas palabras a la traición de Judas, comparándola con la de Aquitofel a David (Juan 13, 18: «Yo sé a quiénes escogí; sino para que se cumpla la Escritura: “El que come mi pan, ha levantado contra Mí su calcañar”»).

Y les dije: “Si os parece justo, pagad mi salario; y si no, dejadlo”. Y ellos pesaron mi salario; treinta (monedas) de plata. Entonces Yahvé me dijo: “¡Tira al alfarero ese lindo precio en que me estimaron!”. Tomé las treinta (monedas) de plata, y las tiré al alfarero en la Casa de Yahvé (Zacarías 11:13). Se cumplió en Cristo, vendido por Judas por treinta monedas de plata, que luego fueron arrojadas en el Templo y que sirvieron para comprar el campo del alfarero (Mateo 27, 3).

Por lo que Me debieran amar, Me acusan, y Yo hago oración. Me devuelven mal por bien, y odio a cambio de mi amor (Salmo 109:4; Huerto de los Olivos).

Él, en verdad, ha tomado sobre Sí nuestras dolencias, ha cargado con nuestros dolores, y nosotros Le reputamos como castigado, como herido por Dios y humillado (Isaías 53:4).

Éramos todos como ovejas errantes, seguimos cada cual nuestro propio camino; y Yahvé cargó sobre élla iniquidad de todos nosotros (Isaías 53:6).

¡Despierta, espada, contra mi Pastor, y contra el Varón de mi compañía, dice Yahvé de los Ejércitos: ¡Hiere al Pastor! y se dispersarán las ovejas, y extenderé mi mano contra los párvulos. (Zacarías 13:7; el “prendimiento”).


Mis amigos y compañeros se han apartado de mis llagas, y mis allegados se mantienen a distancia. (Salmos 38:11).

Se levantaron testigos de iniquidad (falsos); me pedían cuentas de cosas que Yo ni conocía. 12Por el bien me devolvían mal, para desolación de mi alma (Salmo 35:11).

Fue maltratado, y Se humilló, sin decir palabra como cordero que es llevado al matadero; como oveja que calla ante sus esquiladores, así Él no abre la boca (Isaías 53:7).

¿Qué te he hecho Yo, oh pueblo mío, y en qué te he agraviado? Respóndeme (Miqueas: 6,3).

Fue arrebatado por un juicio injusto, sin que nadie pensara en su generación (Isaías 53:8). Muchos santos Padres ven en la última palabra una alusión a la generación eterna del Hijo por el Padre, mientras que modernamente otros creen que alude a la conducta de sus contemporáneos.

Vio que no había hombre (justo), y Se asombró de que nadie intercediera. Entonces Le ayudó su propio brazo, y Se apoyó en su justicia (Isaías 59:16).

Entregué mi espalda a los que Me herían, y mis mejillas a los que ME mesaban la barba; no escondí mi rostro ante los que Me escarnecían y escupían (Isaías 50:6).

Es un (Hombre) despreciado, el desecho de los hombres, varón de dolores y que sabe lo que es padecer; como alguien de quien uno aparta su rostro, Le deshonramos y Le desestimamos (Isaías 53:3).

Porque Me han rodeado muchos perros: una caterva de malvados me encierra; han perforado mis manos y mis pies; puedo contar todos mis huesos. Entretanto, ellos miran, y al verme se alegran. Se reparten mis vestidos, y sobre mi túnica echan suertes (Salmo 22:16-18; véase Juan 19, 23).

“Y le preguntarán: ¿Qué heridas son éstas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fuí herido en casa de mis amigos” (Zacarías 13:6).

Si uno … fuere muerto y colgado de un madero, su cadáver no quedará durante la noche en el madero; antes Lo enterrarás en ese mismo día; porque un colgado es objeto de la maldición de Dios (Deuteronomio 21:22). San Pablo, en Gálatas 13:3, dice: «Cristo, empero, nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldición, porque escrito está: “Maldito sea todo el que pende del madero”, para que en Cristo Jesús alcanzase a los gentiles la bendición de Abrahán, y por medio de la fe recibiésemos el Espíritu prometido». En relación con su muerte en la cruz, Nuestro Señor dijo a Nicodemo (Juan 3:5-7): “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna”.

Pero es que Yo soy gusano, y no hombre, oprobio de los hombres y desecho de la plebe. Cuantos Me ven se mofan de Mí, tuercen los labios y menean la cabeza: “Confió en Yahvé: que Él Lo salve líbrelo, ya que en Él se complace” (Salmo 22:7-8; véase Mateo 27:41-43).

Porque Yo soy un infortunado y pobre, y llevo en Mí el corazón herido. Como sombra que declina, Me voy desvaneciendo; soy arrojado como la langosta. Mis rodillas vacilan, debilitadas por el ayuno, y mi carne, enflaquecida, desfallece. Y he venido a ser el escarnio de ellos; Me miran, y hacen meneos de cabeza (Salmo 109:25).

Por comida Me ofrecieron hiel; y para Mi sed Me dieron a beber vinagre (Salmo 69:21; véase el testimonio literal de Mateo 27: 34 y 48).

Dios mío, Dios mío, ¿por qué Me has abandonado? (Salmo 22:1). “Elí, Elí, lemá sabactani?” exclamó Nuestro Señor en arameo antes de morir (Mateo 27:46; Marcos 15:34). San Agustín dice que “la Pasión de Cristo aparece luminosa como en un Evangelio en este Salmo que más parece una historia que un vaticinio”.

En tus manos encomiendo mi espíritu. (Salmo 31:5; y continúa ¡Tú Me redimirás, oh Yahvé, Dios fiel!). Son las últimas Palabras de Cristo en la Cruz (Lucas 23:46) y de San Esteban protomártir.

En aquel día, dice Yahvé, el Señor, haré que se ponga el Sol al mediodía, y en pleno día cubriré de tinieblas la Tierra (Amós 8:9).

Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los habitantes de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración y pondrán sus ojos en Mí, a quien traspasaron. Lo llorarán, como se llora al unigénito, y harán duelo amargo por Él, como suele hacerse por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadad-Remmón en el valle de Megiddó (Zacarías 12:10-11).

Fue traspasado por nuestros pecados, quebrantado por nuestras culpas; el castigo, causa de nuestra paz, cayó sobre Él, y a través de sus llagas hemos sido curados (Isaías 53:5).

Muchas son las pruebas del justo, más de todas lo libra Yahvé. Vela por cada uno de sus huesos; ni uno solo será quebrado (Salmos 34:20). Véase Juan 19:33-39; también Éxodo 26:43-46, puesto que al cordero pascual Yahvé había ordenado que: “no sacaréis fuera de la casa nada de la carne, ni le quebraréis ningún hueso”.

Pero mi vida Dios la librará de la tumba, porque Él me tomará consigo (Salmos 49:15). Tú, Yahvé, sacaste mi vida del sepulcro; Me sacaste de entre los que descienden a la fosa (Salmos 30:3). … Pues Tú no dejarás a mi alma en el sepulcro, ni permitirás que tu Santo experimente corrupción (Salmo 16:10). Respecto del Salmo 16, el Día de Pentecostés, «Pedro, poniéndose de pie, junto con los once, levantó su voz y les habló: … “A Jesús de Nazaret, … vosotros, por manos de inicuos, Lo hicisteis morir, crucificándolo. Pero Dios Lo ha resucitado anulando los dolores de la muerte, puesto que era imposible que Él fuese dominado por ella. Porque David dice respecto a Él: yo tenía siempre al Señor ante mis ojos, pues está a mi derecha para que yo no vacile (Straubinger dice que “David no habla por su propia persona, sino en representación y como figura de Jesucristo”). Por tanto, se llenó de alegría mi corazón, y exultó mi lengua; y aun mi carne reposará en esperanza. Porque no dejarás mi alma en el infierno, ni permitirás que tu Santo vea corrupción» (Hechos Apóstoles: 2, 22-33).

El mismo Jesucristo, cuando se apareció a los discípulos por última vez el Domingo de Resurrección, les dijo (Lucas:24, 35-48): «“Esto es aquello que Yo os decía, cuando estaba todavía con vosotros, que es necesario que todo lo que está escrito acerca de Mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos se cumpla”. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras. Y les dijo: “Así estaba escrito que el Cristo sufriese y resucitase de entre los muertos al tercer día, y que se predicase, en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas…”».

Con relación a la Resurrección al “tercer día” que reiteradamente profetizó Jesús, está prefigurada en el viaje de tres días de Abrahán a “la tierra de Moriah … (a) uno de los montes que Yo te mostraré” para el sacrificio de Isaac, su único hijo (Génesis: 22,4; identificándose tradicionalmente ese lugar como el que luego se asentó el templo de Salomón); en el anuncio de Yahvé a Moisés de que se aparecería al pueblo en una densa nube pasados tres días sobre el monte Sinaí (Éxodo: 19,9); y en la figura de Jonás, quien estuvo en las entrañas del pez tres días y tres noches (Jonás: 2,1; Straubinger comenta que Jonás es también `tipo´ o prefiguración de nuestro Salvador en cuanto Enviado que desde Israel trajo la salvación a los gentiles). Pero, para mí, fundamentalmente en Levítico: 7,16-19, donde se dice que “Cuando presentéis un sacrificio pacífico a Yahvé, ofrecedlo voluntariamente. La víctima se ha de comer el mismo día en que la inmolareis, y al día siguiente; y lo que sobrare hasta el día tercero, será entregado al fuego. Si se comiere algo al tercer día, estando ya en putrefacción, no será acepto…”

Muchas más hay, pero este resumen puede ser una asequible aproximación al tema.
 
José María Manrique García