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jueves, 17 de mayo de 2018

La tensa y dramática conversación entre Pablo VI y Marcel Lefebvre



El 11 de septiembre de 1976, once años después del concilio, se produjo en Castel Gandolfo un encuentro entre el Papa Pablo VI y uno de los principales escépticos con las reformas que se habían producido en la Iglesia a raíz del citado concilio, el arzobispo francés Marcel Lefebvre.

En ese momento, el fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, contaba ya con un seminario propio en Écône, en la diócesis suiza de Friburgo, que era reconocido por el obispo François Charrière. Tras la negativa de esta comunidad a celebrar según el nuevo misal romano en 1974, el obispo Pierre Mamie, sucesor de Charriere, de acuerdo con la Conferencia Episcopal helvética y con el Vaticano, le retiró el reconocimiento canónico y pidió su clausura.

La Santa Sede, por tanto, trató de dialogar con Lefebvre y tras varios procedimientos, dos años más tarde, Pablo VI recibió al francés en Castel Gandolfo. Ambos mantuvieron una reunión, de poco más de media hora, que fue sellada en un acta transcrita por el Sustituto de la Secretaría de Estado por aquel entonces, Giovanni Benelli. También estuvo presente el Secretario particular del pontífice, Pasquale Macchi.

Décadas más tarde, el documento ha salido a la luz gracias al libro La barca de Pablo, escrito por el regente de la Casa Pontificia, Leonardo Sapienza.

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A continuación, gran parte de la conversación publicada por Vatican Insider:
“Espero encontrarme frente a un hermano, un hijo, un amigo. Desgraciadamente, la posición que usted ha tomado es la de un antipapa –comienza Pablo VI- ¿Qué quiere que diga? Usted no ha consentido ninguna medida en sus palabras, en sus actos, en su comportamiento. No se ha negado a venir a verme. Y a mí me gustaría poder resolver un caso tan penoso. Escucharé; y le invitaré a reflexionar. Sé que soy un hombre pobre. Pero aquí no es la persona la que está en juego: es el Papa. Y usted ha juzgado al Papa como infiel a la Fe de la que es supremo garante. Tal vez sea esta la primera vez en la historia que sucede. Usted ha dicho al mundo entero que el Papa no tiene fe, que no cree, que es modernista, y cosas así. Debo, sí, ser humilde. Pero usted se encuentra en una posición terrible. Lleva a cabo actos, ante el mundo, de extrema gravedad”.
Lefebvre se defiende diciendo que no era su intención atacar la persona del Papa y admite: 
“Tal vez haya habido algo poco apropiado en mis palabras, en mis escritos”. Y añade que no es el único, pues con él están “obispos, sacerdotes, numerosos fieles”. Afirma que “la situación en la Iglesia después del Concilio” es tal que no saben qué hacer. “Con todos estos cambios o corremos el peligro de perder la fe o damos la impresión de desobedecer. Yo quisiera ponerme de rodillas y aceptar todo; pero no puedo ir contra mi conciencia. No soy yo quien ha creado un movimiento”, sino los fieles “que no aceptan esta situación. Yo no soy el jefe de los tradicionalistas… Yo me comporto exactamente como me comportaba antes del Concilio. Yo no puedo comprender cómo, de repente, se me condena porque formo a sacerdotes en la obediencia de la santa tradición de la santa Iglesia”.
Pablo VI interviene para desmentir: 
“No es cierto. Se le dijo y escribió muchas veces que usted se equivocaba y por qué se equivocaba. Usted no ha querido escuchar nunca. Continúe con su exposición”.
 Lefebvre retoma la palabra: 
“Muchos sacerdotes y fieles piensan que es difícil aceptar las tendencias que se hicieron al día siguiente del Concilio Ecuménico Vaticano II, sobre la liturgia, sobre la libertad religiosa, sobre la formación de los sacerdotes, sobre las relaciones de la Iglesia con los Estados católicos, sobre las relaciones de la Iglesia con los protestantes. Y, repito, no soy yo el que lo piensa. Hay mucha gente que piensa de esta manera. Gente que se aferra a mí y me empuja, a menudo contra mi voluntad, a no abandonarla… En Lille, por ejemplo, no fui yo el que quiso esa manifestación…”.
“Pero, ¿qué está diciendo?”, interrumpe Montini. 
“No soy yo… es la televisión”, balbucea Lefebvre para defenderse. 
“Pero la televisión –replica Pablo VI, que se demuestra bien informado sobre todo– transmitió lo que usted dijo. Fue usted el que habló, y de manera durísima, contra el Papa”
El arzobispo francés insiste culpando a los periodistas: 
“Usted lo sabe, a menudo son los periodistas los que obligan a hablar… Y yo tengo derecho de defenderme. Los cardenales que me han juzgado en Roma me han calumniado: y creo que tengo el derecho de decir que son calumnias… Ya no sé qué hacer. Trato de formar sacerdotes según la fe y en la fe. Cuando veo los demás Seminarios sufro terriblemente: situaciones inimaginables. Y luego: los religiosos que llevan el hábito son condenados o despreciados por los obispos: los que son apreciados, en cambio, son los que viven una vida secularizada, los que se comportan como la gente del mundo”.
El Papa Montini observa: 
“Pero nosotros no aprobamos estos comportamientos. Todos los días trabajamos con gran esfuerzo y con igual tenacidad para eliminar ciertos abusos, no conformes a la ley vigente de la Iglesia, que es la del Concilio y de la Tradición. Si usted se hubiera esforzado por ver, comprender lo que hago y digo todos los días, para asegurar la fidelidad de la Iglesia al ayer y la correspondencia al hoy y al mañana, no habría llegado este punto doloroso en el que se encuentra. Somos los primeros en deplorar los excesos. Somos los primeros y los más preocupados para encontrar un remedio. Pero este remedio no se puede encontrar en un desafío a la autoridad de la Iglesia. Se lo he escrito en repetidas ocasiones. Usted no ha tenido en cuenta mis palabras”.
Lefebvre responde afirmando querer hablar de la libertad religiosa, porque “lo que se lee en el documento conciliar va en contra de lo que han dicho sus Predecesores”
El Papa dice que no son argumentos que se discutan durante una audiencia, pero asegura tomar nota de su perplejidad y actitud contra el Concilio… 
"No estoy en contra del Concilio –interrumpe Lefebvre–, sino solamente en contra de algunos de sus textos". 
Si no está en contra del Concilio –responde Pablo VI– debe sumarse a él, a todos sus documentos”
El arzobispo francés replica: “Hay que elegir entre lo que ha dicho el Concilio y lo que han dicho sus Predecesores”
Después Lefebvre dirige al Papa una petición:
 “¿No sería posible prescribir que los obispos aprueben, en las iglesias, una capilla en la que la gente pueda rezar como antes del Concilio? Ahora se le permite todo a todos: ¿por qué no permitirnos algo también a nosotros?” 
Responde Pablo VI: 
“Somos una comunidad. No podemos permitir autonomías de comportamiento a las diferentes partes”. 
Lefebvre argumenta:
 “El Concilio admite la pluralidad. Pedimos que tal principio también se aplique a nosotros. Si Su Santidad lo hiciese, se resolvería todo. Habría un aumento de las vocaciones. Los aspirantes al sacerdocio quieren ser formados en la piedad verdadera. Su Santidad tiene la solución del problema en las manos…”. 
Después el arzobispo tradicionalista francés se dice dispuesto a que alguien de la Congregación para los Religiosos “vigile mi Seminario”, se dice listo para dejar de dar conferencias y a quedarse en su Seminario “sin salir”.
Pablo VI le recuerda a Lefebvre que el obispo Adam (Nestor Adam, obispo de Sión, ndr.) vino para hablarle en nombre de la Conferencia Episcopal Suiza. 
“Para decirme que ya no podía tolerar su actividad… ¿Qué debo hacer? Trate de volver al orden. ¿Cómo pueden considerarse en comunión con Nosotros, cuando toma posiciones contra la Iglesia?” 
“Nunca ha sido mi intención…”, se defiende Lefebvre. 
Pero el Papa Montini replica: 
“Usted lo ha dicho y lo ha escrito. Que sería un Papa modernista. Que aplicando un Concilio Ecuménico, yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese, tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la Iglesia”. 
Y Lefebvre responde: 
“La crisis de la Iglesia existe”.
 Pablo VI: 
“Sufrimos por ello profundamente. Usted ha contribuido para empeorarla, con su solemne desobediencia, con su desafío abierto contra el Papa”.
Lefebvre replica: 
“No se me juzga como se debería”. 
Montini responde: 
“El Derecho Canónico le juzga. ¿Se ha dado cuenta del escándalo y del daño que ha provocado en la Iglesia? ¿Es consciente de ello? ¿Le gustaría ir así ante Dios? Haga un diagnóstico de la situación, un examen de conciencia y luego pregúntese, ante Dios: ¿qué debo hacer?”.
El arzobispo propone:
 “A mí me parece que abriendo un poco el abanico de las posibilidades de hacer hoy lo que se hacía en el pasado, todo se ajustaría. Esta sería la solución inmediata. Como he dicho, yo no soy el jefe de ningún movimiento. Estoy listo a permanecer encerrado para siempre en mi Seminario. La gente entra en contacto con mis sacerdotes y queda edificada. Son jóvenes que tienen el sentido de la Iglesia: son respetados en la calle, en el metro, por todas partes. Los demás sacerdotes ya no llevan el hábito talar, ya no confiesan, ya no rezan. Y la gente ha elegido: estos son los sacerdotes que queremos”. (Los sacerdotes formados por monseñor Lefebvre, anota quien está escribiendo el acta.)
“No puedo permitir que usted se convierta en culpable de un cisma”
Entonces Lefebvre le pregunta al Papa si está al corriente de que "hay por lo menos catorce cánones que se utilizan en Francia para la oración Eucarística". 
Pablo VI responde: 
“No solo catorce, sino cientos… Hay abusos; pero es grande el bien que ha traído el Concilio. No quiero justificar todo; como he dicho, estoy tratando de corregir en donde sea necesario. Pero es un deber, al mismo tiempo, reconocer que hay signos, gracias al Concilio, de vigorosa recuperación espiritual entre los jóvenes, un aumento del sentido de responsabilidad entre los fieles, los sacerdotes y los obispos”.
El arzobispo responde:
 “No digo que todo sea negativo. Yo quisiera colaborar en la edificación de la Iglesia”. 
Y afirma Montini: 
“Pero no es así, lo que es seguro es que usted concurre en la edificación de la Iglesia. Pero, ¿es usted consciente de lo que hace? ¿Es consciente de que va directamente contra la Iglesia, contra el Papa, contra el Concilio Ecuménico? ¿Cómo puede adjudicarse el derecho de juzgar un Concilio? Un Concilio, después de todo, cuyas actas, en gran medida, fueron firmadas también por usted. Recemos y reflexionemos, subordinando todo a Cristo y a su Iglesia. También yo reflexionaré. Acepto con humildad sus reproches. Yo estoy al final de mi vida. Su severidad es para mí una ocasión de reflexión. Consultaré también mis oficinas, como, por ejemplo, la S.C. para los obispos, etc. Estoy seguro de que usted también reflexionará. Usted sabe que le estimo, que he reconocido sus méritos, que hemos estado de acuerdo en el Concilio sobre muchos problemas…”. 
Reconoce Lefebvre, 
“es cierto”.
“Usted comprenderá –concluye Pablo VI– que no puedo permitir, incluso por razones que llamaría “personales”, que usted se vuelva culpable de un cisma. Haga una declaración pública, con la que se retiren sus recientes declaraciones y sus recientes comportamientos, de los cuales todos tienen noticia como actos no para edificar la Iglesia, sino para dividirla y hacerle daño. Desde que usted se encontró con los tres cardenales romanos, ha habido una ruptura. Debemos volver a encontrar la unión en la oración y en la reflexión”. 
El Sustituto Benelli concluye la transcripción de la conversación con esta anotación: 

“El Santo Padre después ha invitado a Mons. Lefebvre a recitar con Él el “Pater Noster”, el “Ave María”, el “Veni Sancte Spiritus””.

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NOTA:

El final de este escrito, de Andrea Tornielli, en Vatican Insider, titulado
He aquí el acta secreta del encuentro entre Pablo VI y Lefebvre 
continúa diciendo:

Como se sabe, las esperanzas y las peticiones del Papa Montini cayeron en saco roto. Aunque el cisma lefebvriano se habría verificado más de diez años después, durante el Pontificado de Juan Pablo II, cuando Lefebvre, ya cerca de la muerte, decidió ordenar nuevos obispos sin el mandato del Papa, Monseñor John Magee, segundo secretario de Pablo VI, recordó que Montini, después de aquella audiencia «esperaba que el arzobispo (Lefebvre, ndr.) hubiera decidido cambiar su manera de conducir los ataques contra la Iglesia y contra la enseñanza del Concilio, pero todo fue inútil. Desde ese momento, Pablo VI comenzó a ayunar. Recuerdo bien que no quería comer carne, quería reducir la cantidad de comida que tomada, aunque ya comiera demasiado poco. Decía que tenía que hacer penitencia, para ofrecerle al Señor, en nombre de la Iglesia, la justa reparación por todo lo que estaba sucediendo».

Este domingo podrían anunciarse nuevos cardenales (Carlos Esteban)



En los próximos días se reunirá en Roma un consistorio de cardenales con el Papa. El servicio de noticias dependiente de la Diócesis de Colonia habla de la posibilidad de que la reunión sirva para anunciar la creación de nuevos cardenales.

Este domingo se reúne un consistorio de cardenales en Roma con el Papa, nada anormal, simplemente para discutir sobre las próximas canonizaciones, entre las que destacan la de Pablo VI y la del Arzobispo de San Salvador, Óscar Romero. Sin embargo, el servicio de noticias dependiente de la Diócesis de Colonia DomRadio.de ha anunciado al respecto la posibilidad -el rumor- de que la reunión sirva asimismo para anunciar la creación de nuevos cardenales.

Jan Hendrik Stens, periodista experto en Teología de la publicación, sostiene: “No se puede descartar que se anuncien nuevos cardenales durante o después del consistorio. El número máximo de cardenales elegibles para votar, es decir, aquellos que aún no han alcanzado los 80 años, no puede exceder de 120. A fines de junio, cuando venza el próximo consistorio, al menos habrá seis puestos vacantes”.

El rumor es especialmente interesante habida cuenta de la obsesión, repetida en numerosas ocasiones por el Santo Padre a sus íntimos, de Francisco por no abandonar el Papado -ya sea por el curso natural, ya por una retirada similar a la de Benedicto XVI- sin asegurarse de que el giro que pretende dar a la Iglesia queda como rumbo irreversible.

En principio, cada cardenal nombrado por Francisco sería un “hombre de confianza” que, en el futuro cónclave, votaría por un candidato dispuesto a seguir la línea de ‘renovación eclesial’ emprendida por el actual pontífice, con lo que cada nombramiento le acercaría a su objetivo.
De los actuales cardenales con derecho a voto, Francisco ha designado hasta ahora al 40% del Colegio Cardenalicio, un poco menos que el 44% designado por Benedicto. El 16% restante son cardenales elegidos por Juan Pablo II.

Pero 120 no es un número grabado en piedra. San Juan Pablo II amplió hasta esa cifra el número de electores y Francisco tiene idéntica potestad para volver a ampliarla, una reforma que no pocos ven como harto probable.


Carlos Esteban

Noticias 16 de mayo de 2018




"En Roma vamos a marchar por la vida contra el aborto y la eugenesia." Entrevista con Virginia Coda Nunziante apareció en La Verdad (Corrispondeza Romana)

ANTICONCEPCIÓN Y EL COLAPSO CATÓLICO Cincuenta años de desacuerdo (The Vortex Vídeo) (Transcritp here)

Pablo VI dejó escrito por carta su renuncia al pontificado en caso de un «grave y prolongado impedimento» (Infocatólica)

El clero de Osorno protestó ante la Compañía de Jesús por la actitud y modos de Arana (Infovaticana)

LA SANTA SEDE, CHINA Y EVANGELIZACIÓN (First Things, George Weigel)


Selección por José Martí

El nuevo paradigma y el aborto en Irlanda (Bruno Moreno)



Con cierta resignación, he leído el comunicado de la Asociación de Sacerdotes Católicos sobre el referéndum irlandés en el que se decidirá si se mantiene la prohibición constitucional del aborto o se elimina para liberalizar esa plaga moderna. La Asociación en cuestión es uno de esos grupos autodenominados progresistas, así que uno puede imaginar de antemano lo que va a decir, pero me ha parecido interesante analizarlo porque es una perfecta muestra de lo que se ha dado en llamar el “nuevo paradigma” moral, nacido con los Sínodos de la Familia y la exhortación Amoris Laetitia y sus diversas interpretaciones.
De forma ligeramente sorprendente, este grupo de sacerdotes irlandeses comienza diciendo que “como asociación que representa a sacerdotes católicos, defendemos plenamente la doctrina católica de que toda vida humana, desde su comienzo a su final, es sagrada, y de que todas las personas humanas tienen en común el derecho fundamental a la vida”. Uno estaría tentado de aplaudir, si no fuera por el sospechoso cambio en la expresión habitual (“desde la concepción hasta la muerte natural”, que se convierte en un vago “desde su comienzo a su final”) y porque la experiencia nos dice que la cosa no va a quedar ahí.
Y la experiencia, como suele suceder, es buena maestra, porque el párrafo inmediatamente posterior dice justo lo contrario (la coherencia y la lógica nunca han sido puntos fuertes del progresismo):
“También somos conscientes de que la vida humana, como se nos recuerda constantemente en nuestro ministerio, es compleja y suscita situaciones que suelen ser más grises que blancas o negras y que requieren de nosotros un enfoque pastoral, sensible y que no juzgue”.
¿Y cuál es el resultado de esa complejidad, pastoralidad y griseidad? Que cada uno debe votar a favor o en contra del aborto, según le parezca mejor:
“Nos animamos a nosotros mismos y a cualquier ciudadano que pueda estar interesado en nuestra opinión a hacer lo que podamos para informarnos exactamente sobre el objeto de la votación y las posibles consecuencias de nuestro voto. Después de hacer eso y de realizar la tarea, a menudo dolorosa y difícil, de consultar nuestra conciencia, depositemos nuestro voto. Un voto depositado de acuerdo con la conciencia de cada uno, sea cual sea el resultado, merece el respeto de todos”.
Lo más curioso es que estos sacerdotes progresistas tienen razón en cierto modo. La triste realidad es que, si tomamos en serio los presupuestos establecidos por Amoris Laetitia, es inevitable llegar a las mismas conclusiones que ellos sobre el aborto. Si en situaciones difíciles de un matrimonio no se pueden dar soluciones de antemano, si la acción intrínsecamente mala del adulterio puede ser lo que Dios pide a una persona en un momento concreto, seguir adulterando públicamente sin propósito de la enmienda es una opción posible que se deja a la conciencia individual, dejar de adulterar puede llevar a “sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas” (AL 298), no pecar mortalmente simplemente es un “ideal” (AL 298), los que viven en adulterio son “miembros vivos de la Iglesia” (AL 299), etc., la lógica exige que apliquemos esos mismos principios a otras cuestiones morales, como el aborto.
Los principios defendidos por el nuevo paradigma nos llevan a concluir que, aunque en principio haya que defender la vida, sobre la acción en concreto no se puede decir nada a priori: todo dependerá de las circunstancias específicas, que solo el propio sujeto puede conocer exhaustivamente. Si la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana no es quién para decirle a un católico que no adultere, porque priman sus circunstancias personales, ¿cómo va a tener autoridad el Estado para prohibir abortar a sus ciudadanas, cuando no puede conocer sus circunstancias personales? Ya no hay nada que sea malo en sí mismo y que deba estar prohibido porque nunca se debe hacer, todo depende de las circunstancias personalísimas e imprevisibles del caso concreto, del fin con que se hagan y de la situación dentro del proceso de crecimiento de cada persona.
Estos principios morales, que la Iglesia ha condenado repetidas veces bajo varios nombres (circunstancialismo, utilitarismo, subjetivismo) y que se resumen en la idea de que el fin justifica los medios, son imparables. Una vez que se aceptan, que se abre una brecha en la muralla y logran entrar, su propia dinámica les lleva a socavar y destruir todos los ámbitos de la moral, sin excepción. De hecho, ya se han aplicado al adulterio, el divorcio, la eutanasia y el suicidio, las parejas del mismo sexo, los anticonceptivos, la apostasía y, como hemos visto, al aborto. Y, sin cambiar una sola coma, podrían aplicarse igualmente al asesinato, la pederastia, el genocidio, la prostitución, la mentira, el robo o la idolatría. A la larga, si no son erradicados, su efecto será inevitablemente la disolución completa de la moral católica.
Esta constatación sería suficiente para justificar la necesidad de este artículo, pero aún hay algo más en el comunicado de los sacerdotes irlandeses que merece la pena y que puede mostrarnos un aspecto crucial del llamado nuevo paradigma. Inmediatamente después de afirmar que no se puede dar una solución a priori al dilema moral del aborto y que, por lo tanto, cada uno debe hacer lo que le indique su conciencia, la asociación de sacerdotes critica que, en algunas parroquias, se haya defendido el voto contrario al aborto:
“nos preocupa que algunas parroquias católicas estén permitiendo que sus púlpitos se usen durante la Misa para hacer campaña. Como entre los fieles católicos que van a Misa hay una gran variedad de opiniones sobre esta votación, creemos que es inapropiado e insensible y que algunos lo considerarán un abuso de la Eucaristía”.
Una vez más, lo llamativo es la profunda incoherencia y falta de lógica de esta actitud. Si, con respecto al aborto, cada uno debe hacer lo que le diga su conciencia, parece lógico que esos otros sacerdotes contrarios al aborto hagan también lo que les indica su propia conciencia y se opongan a ese crimen con todas sus fuerzas, proclamando la moral de la Iglesia. Pero no, cualquier defensa de la moral tradicional católica es anatema para el nuevo paradigma, que percibe muy bien que, para existir, la nueva moral debe destruir la antigua.
El nuevo paradigma es, en esencia, un arma arrojadiza: solo se usa para la disolución moral. Si alguien intenta acogerse al mínimo espacio que ofrece para defender la moral perenne de la Iglesia, inmediatamente es denunciado y acosado. Los neoparadigmáticos abandonan sin escrúpulo sus propios principios cuando no resultan útiles para acabar con la odiada moral tradicional. Contradecirse a sí mismos es un pequeño precio a pagar para alcanzar tan alto fin.
A mi juicio, es fundamental entender esto. Alguien educado en la doctrina y la moral tradicionales considera que la lógica, como manifestación de las leyes más profundas del ser, no puede dejarse de lado en ningún caso y, por lo tanto, que la contradicción interna siempre es señal de error y anula cualquier argumento. Asimismo, y aquí es donde está el peligro, suele dar por supuesto que sus contrincantes piensan del mismo modo y se someten a las mismas leyes lógicas. No podría estar más equivocado.
El mismo impulso que lleva a la revuelta contra la moral tradicional católica conduce igualmente a la negación de la lógica, de la verdad absoluta y, a la larga, de la misma realidad. Lo vimos numerosas veces durante los sínodos de la familia: los partidarios del divorcio nos hablaban de “indisolubilidades disolubles“, segundas uniones que eran “tan indisolubles como la primera“, adulterios que eran “un acercamiento personal a Dios“, la idea de que lo verdaderamente cristiano era volver a la Ley de Moisés, aplicaciones “pastorales” de las leyes morales que consistían en lo contrario de lo que manda la ley moral, la sorprendente afirmación de que adulterar es la “respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios” y “la entrega que Dios mismo está reclamando” (AL 303), los “caminos de conversión” en los que el interesado no caminaba ni se convertía pero al final podía comulgar o, por si quedaban dudas, la afirmación de que, en teología, “2+2=5″. Cualquier argumento valía siempre que llevase en la dirección adecuada; las contradicciones internas no parecían tener ni la más mínima importancia.
Es hora de que lo aceptemos: la lógica ha dejado de ser el presupuesto común de todos los que participan en una discusión. La cultura de la posmodernidad, liberada del cristianismo, la tradición, las normas morales y la autoridad, se esfuerza por liberarse también de la lógica como última “imposición externa", insoportable para el hombre posmoderno.
El nuevo paradigma, como su propio nombre indica, es intrínsecamente novedoso, posmoderno, y, por lo tanto, contrario en su raíz tanto a la existencia misma de la moral como a la de una lógica absoluta, que se presentan como obstáculos para la verdadera libertad humana. Ahí está su fuerza, en la indeterminación: solo usa los argumentos para atacar la moral tradicional, pero, para sí misma, no admite la fuerza de ninguno, porque no se rige por la razón y la lógica. Si no entendemos y asumimos esta naturaleza alógica profunda de lo que se ha llamado el nuevo paradigma moral, no comprenderemos a qué nos enfrentamos y nos limitaremos a dar palos de ciego, notando que algo va muy mal pero sin saber qué es.
Bruno Moreno

El oportunismo semipelagiano




La apostasía de gran parte del pueblo cristiano, que finalmente se concilia con el mundo, procede en buena medida del semipelagianismo generalizado en los últimos siglos entre los católicos (+Síntesis 215-218).
En la época primera de los mártires y también durante el milenio medieval la verdadera doctrina de la gracia -San Pablo, San Agustín, Santo Tomás- es la más común en el pueblo cristiano. A su luz se conoce que sólo Cristo puede vencer al mundo, y que para vencerlo prefiere usar de medios pobres y crucificados, «para que nadie pueda gloriarse ante Dios» (1Cor 1,29). La Iglesia entonces, como el Bautista, no se dice a sí misma: «no le diré al poderoso la verdad, pues si lo hago, me cortará la cabeza, y no podré seguir evangelizando». Por el contrario, sabiendo que la salvación del mundo la obra Dios, la Iglesia dice y hace la verdad, sin miedo a verse pobre y marginada. Y entonces es cuando, sufriendo persecución, evangeliza al mundo.
Pero el antropocentrismo iniciado en el Renacimiento trae un discurso muy diverso. En el misterio de la salvación «se suman» la parte de Dios y la parte del hombre. Recientemente escribe Lorenzo Cappelletti, en un artículo sobre la Concordia de Molina (1589): «esta doctrina, que tras atravesar cuatrocientos años parece predominar hoy en los católicos, era entonces considerada [cuando se propuso por vez primera] tanto por la escuela agustiniana como por la tomista (es decir, por todos), inusitada y contraria a la tradición» (30 Días, nº 80, 1994). Evidente.
El cristianismo semipelagiano entiende que la introducción del Reino en el mundo se hace, pues, en parte por la fuerza de Dios y en parte por la fuerza del hombre. Y así estima que los cristianos, lógicamente, habrán de evitar por todos los medios aquellas actitudes ante el mundo que pudieran debilitar o suprimir su parte humana activa -marginación o desprestigio social, cárcel o muerte-. Y por este camino tan razonable se va llegando poco a poco, casi insensiblemente, a silencios y complicidades con el mundo cada vez mayores, de tal modo que cesa por completo la evangelización de las personas y de los pueblos, de las instituciones y de la cultura. ¡Y así actúan quienes decían estar empeñados en impregnar de Evangelio todas las realidades temporales!…
No será raro así que al abuelo, piadoso semipelagiano conservador, le haya salido un hijo pelagiano progresista; y es incluso probable que el nieto baje otro peldaño, llegando a la apostasía. Éste itinerario es normal, y se cumple en tres generaciones o en poco más.
La descristianización de las naciones cristianas
Se ha consumado en nuestro tiempo la apostasía de las naciones cristianas de Occidente. El Renacimiento, aunque admira la antigüedad pagana e inicia el menosprecio del pasado cristiano, aún acepta la Iglesia de Cristo. La Reforma protestante rechaza la Iglesia, pero admite a Cristo. La Ilustración rechaza la Iglesia y Cristo, pero dice creer en el Dios del deísmo. El Liberalismo que le sigue, y sus hijos liberales y socialistas, marxistas o nazis, no cree en la Iglesia, ni en Cristo, ni en Dios; sólo en el hombre. Finalmente, la Apostasía actual no cree ya ni en la Iglesia ni en Cristo, ni en Dios ni en el hombre.
En éstas estamos.
¡ que arda tu corazón!
Apuntes del padre Iraburu.

Rumor de anuncio de consistorio para la creación de nuevos cardenales



Cardenal Eijk retira la mesa en su capilla




El cardenal de Utrecht, Willem Eijk, retire la mesa en la capilla de su palacio episcopal y reanudó la celebración de la Santa Misa en el altar. La capilla fue construida en 1899.

Hendro Munsterman publicó el 16 de mayo en briefvanderomeinen.wordpress.com dos imágenes de antes y después del retiro de la mesa.

También escribe que dos íntimos asociados de Eijk, Hans Zuijdwijk y Ronald Enthoven, están comprometidos en la Asociación Holandesa para la Liturgia en Latín Antiguo.

Eijk escribió el 7 de mayo que los obispos y, sobre todo, Francisco, fallan en su misión de mantener y transmitir fielmente el depósito de la fe.

El cardenal Eijk sabe de lo que está hablando: después del Concilio Vaticano Segundo, la Iglesia holandesa ya estuvo expuesta a experimentos como los de Bergoglio, los que destruyeron una Iglesia alguna vez floreciente. La asistencia a los templos en los Países Bajos está ahora por debajo del 1%.