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jueves, 17 de mayo de 2018

La tensa y dramática conversación entre Pablo VI y Marcel Lefebvre



El 11 de septiembre de 1976, once años después del concilio, se produjo en Castel Gandolfo un encuentro entre el Papa Pablo VI y uno de los principales escépticos con las reformas que se habían producido en la Iglesia a raíz del citado concilio, el arzobispo francés Marcel Lefebvre.

En ese momento, el fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, contaba ya con un seminario propio en Écône, en la diócesis suiza de Friburgo, que era reconocido por el obispo François Charrière. Tras la negativa de esta comunidad a celebrar según el nuevo misal romano en 1974, el obispo Pierre Mamie, sucesor de Charriere, de acuerdo con la Conferencia Episcopal helvética y con el Vaticano, le retiró el reconocimiento canónico y pidió su clausura.

La Santa Sede, por tanto, trató de dialogar con Lefebvre y tras varios procedimientos, dos años más tarde, Pablo VI recibió al francés en Castel Gandolfo. Ambos mantuvieron una reunión, de poco más de media hora, que fue sellada en un acta transcrita por el Sustituto de la Secretaría de Estado por aquel entonces, Giovanni Benelli. También estuvo presente el Secretario particular del pontífice, Pasquale Macchi.

Décadas más tarde, el documento ha salido a la luz gracias al libro La barca de Pablo, escrito por el regente de la Casa Pontificia, Leonardo Sapienza.

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A continuación, gran parte de la conversación publicada por Vatican Insider:
“Espero encontrarme frente a un hermano, un hijo, un amigo. Desgraciadamente, la posición que usted ha tomado es la de un antipapa –comienza Pablo VI- ¿Qué quiere que diga? Usted no ha consentido ninguna medida en sus palabras, en sus actos, en su comportamiento. No se ha negado a venir a verme. Y a mí me gustaría poder resolver un caso tan penoso. Escucharé; y le invitaré a reflexionar. Sé que soy un hombre pobre. Pero aquí no es la persona la que está en juego: es el Papa. Y usted ha juzgado al Papa como infiel a la Fe de la que es supremo garante. Tal vez sea esta la primera vez en la historia que sucede. Usted ha dicho al mundo entero que el Papa no tiene fe, que no cree, que es modernista, y cosas así. Debo, sí, ser humilde. Pero usted se encuentra en una posición terrible. Lleva a cabo actos, ante el mundo, de extrema gravedad”.
Lefebvre se defiende diciendo que no era su intención atacar la persona del Papa y admite: 
“Tal vez haya habido algo poco apropiado en mis palabras, en mis escritos”. Y añade que no es el único, pues con él están “obispos, sacerdotes, numerosos fieles”. Afirma que “la situación en la Iglesia después del Concilio” es tal que no saben qué hacer. “Con todos estos cambios o corremos el peligro de perder la fe o damos la impresión de desobedecer. Yo quisiera ponerme de rodillas y aceptar todo; pero no puedo ir contra mi conciencia. No soy yo quien ha creado un movimiento”, sino los fieles “que no aceptan esta situación. Yo no soy el jefe de los tradicionalistas… Yo me comporto exactamente como me comportaba antes del Concilio. Yo no puedo comprender cómo, de repente, se me condena porque formo a sacerdotes en la obediencia de la santa tradición de la santa Iglesia”.
Pablo VI interviene para desmentir: 
“No es cierto. Se le dijo y escribió muchas veces que usted se equivocaba y por qué se equivocaba. Usted no ha querido escuchar nunca. Continúe con su exposición”.
 Lefebvre retoma la palabra: 
“Muchos sacerdotes y fieles piensan que es difícil aceptar las tendencias que se hicieron al día siguiente del Concilio Ecuménico Vaticano II, sobre la liturgia, sobre la libertad religiosa, sobre la formación de los sacerdotes, sobre las relaciones de la Iglesia con los Estados católicos, sobre las relaciones de la Iglesia con los protestantes. Y, repito, no soy yo el que lo piensa. Hay mucha gente que piensa de esta manera. Gente que se aferra a mí y me empuja, a menudo contra mi voluntad, a no abandonarla… En Lille, por ejemplo, no fui yo el que quiso esa manifestación…”.
“Pero, ¿qué está diciendo?”, interrumpe Montini. 
“No soy yo… es la televisión”, balbucea Lefebvre para defenderse. 
“Pero la televisión –replica Pablo VI, que se demuestra bien informado sobre todo– transmitió lo que usted dijo. Fue usted el que habló, y de manera durísima, contra el Papa”
El arzobispo francés insiste culpando a los periodistas: 
“Usted lo sabe, a menudo son los periodistas los que obligan a hablar… Y yo tengo derecho de defenderme. Los cardenales que me han juzgado en Roma me han calumniado: y creo que tengo el derecho de decir que son calumnias… Ya no sé qué hacer. Trato de formar sacerdotes según la fe y en la fe. Cuando veo los demás Seminarios sufro terriblemente: situaciones inimaginables. Y luego: los religiosos que llevan el hábito son condenados o despreciados por los obispos: los que son apreciados, en cambio, son los que viven una vida secularizada, los que se comportan como la gente del mundo”.
El Papa Montini observa: 
“Pero nosotros no aprobamos estos comportamientos. Todos los días trabajamos con gran esfuerzo y con igual tenacidad para eliminar ciertos abusos, no conformes a la ley vigente de la Iglesia, que es la del Concilio y de la Tradición. Si usted se hubiera esforzado por ver, comprender lo que hago y digo todos los días, para asegurar la fidelidad de la Iglesia al ayer y la correspondencia al hoy y al mañana, no habría llegado este punto doloroso en el que se encuentra. Somos los primeros en deplorar los excesos. Somos los primeros y los más preocupados para encontrar un remedio. Pero este remedio no se puede encontrar en un desafío a la autoridad de la Iglesia. Se lo he escrito en repetidas ocasiones. Usted no ha tenido en cuenta mis palabras”.
Lefebvre responde afirmando querer hablar de la libertad religiosa, porque “lo que se lee en el documento conciliar va en contra de lo que han dicho sus Predecesores”
El Papa dice que no son argumentos que se discutan durante una audiencia, pero asegura tomar nota de su perplejidad y actitud contra el Concilio… 
"No estoy en contra del Concilio –interrumpe Lefebvre–, sino solamente en contra de algunos de sus textos". 
Si no está en contra del Concilio –responde Pablo VI– debe sumarse a él, a todos sus documentos”
El arzobispo francés replica: “Hay que elegir entre lo que ha dicho el Concilio y lo que han dicho sus Predecesores”
Después Lefebvre dirige al Papa una petición:
 “¿No sería posible prescribir que los obispos aprueben, en las iglesias, una capilla en la que la gente pueda rezar como antes del Concilio? Ahora se le permite todo a todos: ¿por qué no permitirnos algo también a nosotros?” 
Responde Pablo VI: 
“Somos una comunidad. No podemos permitir autonomías de comportamiento a las diferentes partes”. 
Lefebvre argumenta:
 “El Concilio admite la pluralidad. Pedimos que tal principio también se aplique a nosotros. Si Su Santidad lo hiciese, se resolvería todo. Habría un aumento de las vocaciones. Los aspirantes al sacerdocio quieren ser formados en la piedad verdadera. Su Santidad tiene la solución del problema en las manos…”. 
Después el arzobispo tradicionalista francés se dice dispuesto a que alguien de la Congregación para los Religiosos “vigile mi Seminario”, se dice listo para dejar de dar conferencias y a quedarse en su Seminario “sin salir”.
Pablo VI le recuerda a Lefebvre que el obispo Adam (Nestor Adam, obispo de Sión, ndr.) vino para hablarle en nombre de la Conferencia Episcopal Suiza. 
“Para decirme que ya no podía tolerar su actividad… ¿Qué debo hacer? Trate de volver al orden. ¿Cómo pueden considerarse en comunión con Nosotros, cuando toma posiciones contra la Iglesia?” 
“Nunca ha sido mi intención…”, se defiende Lefebvre. 
Pero el Papa Montini replica: 
“Usted lo ha dicho y lo ha escrito. Que sería un Papa modernista. Que aplicando un Concilio Ecuménico, yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese, tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la Iglesia”. 
Y Lefebvre responde: 
“La crisis de la Iglesia existe”.
 Pablo VI: 
“Sufrimos por ello profundamente. Usted ha contribuido para empeorarla, con su solemne desobediencia, con su desafío abierto contra el Papa”.
Lefebvre replica: 
“No se me juzga como se debería”. 
Montini responde: 
“El Derecho Canónico le juzga. ¿Se ha dado cuenta del escándalo y del daño que ha provocado en la Iglesia? ¿Es consciente de ello? ¿Le gustaría ir así ante Dios? Haga un diagnóstico de la situación, un examen de conciencia y luego pregúntese, ante Dios: ¿qué debo hacer?”.
El arzobispo propone:
 “A mí me parece que abriendo un poco el abanico de las posibilidades de hacer hoy lo que se hacía en el pasado, todo se ajustaría. Esta sería la solución inmediata. Como he dicho, yo no soy el jefe de ningún movimiento. Estoy listo a permanecer encerrado para siempre en mi Seminario. La gente entra en contacto con mis sacerdotes y queda edificada. Son jóvenes que tienen el sentido de la Iglesia: son respetados en la calle, en el metro, por todas partes. Los demás sacerdotes ya no llevan el hábito talar, ya no confiesan, ya no rezan. Y la gente ha elegido: estos son los sacerdotes que queremos”. (Los sacerdotes formados por monseñor Lefebvre, anota quien está escribiendo el acta.)
“No puedo permitir que usted se convierta en culpable de un cisma”
Entonces Lefebvre le pregunta al Papa si está al corriente de que "hay por lo menos catorce cánones que se utilizan en Francia para la oración Eucarística". 
Pablo VI responde: 
“No solo catorce, sino cientos… Hay abusos; pero es grande el bien que ha traído el Concilio. No quiero justificar todo; como he dicho, estoy tratando de corregir en donde sea necesario. Pero es un deber, al mismo tiempo, reconocer que hay signos, gracias al Concilio, de vigorosa recuperación espiritual entre los jóvenes, un aumento del sentido de responsabilidad entre los fieles, los sacerdotes y los obispos”.
El arzobispo responde:
 “No digo que todo sea negativo. Yo quisiera colaborar en la edificación de la Iglesia”. 
Y afirma Montini: 
“Pero no es así, lo que es seguro es que usted concurre en la edificación de la Iglesia. Pero, ¿es usted consciente de lo que hace? ¿Es consciente de que va directamente contra la Iglesia, contra el Papa, contra el Concilio Ecuménico? ¿Cómo puede adjudicarse el derecho de juzgar un Concilio? Un Concilio, después de todo, cuyas actas, en gran medida, fueron firmadas también por usted. Recemos y reflexionemos, subordinando todo a Cristo y a su Iglesia. También yo reflexionaré. Acepto con humildad sus reproches. Yo estoy al final de mi vida. Su severidad es para mí una ocasión de reflexión. Consultaré también mis oficinas, como, por ejemplo, la S.C. para los obispos, etc. Estoy seguro de que usted también reflexionará. Usted sabe que le estimo, que he reconocido sus méritos, que hemos estado de acuerdo en el Concilio sobre muchos problemas…”. 
Reconoce Lefebvre, 
“es cierto”.
“Usted comprenderá –concluye Pablo VI– que no puedo permitir, incluso por razones que llamaría “personales”, que usted se vuelva culpable de un cisma. Haga una declaración pública, con la que se retiren sus recientes declaraciones y sus recientes comportamientos, de los cuales todos tienen noticia como actos no para edificar la Iglesia, sino para dividirla y hacerle daño. Desde que usted se encontró con los tres cardenales romanos, ha habido una ruptura. Debemos volver a encontrar la unión en la oración y en la reflexión”. 
El Sustituto Benelli concluye la transcripción de la conversación con esta anotación: 

“El Santo Padre después ha invitado a Mons. Lefebvre a recitar con Él el “Pater Noster”, el “Ave María”, el “Veni Sancte Spiritus””.

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NOTA:

El final de este escrito, de Andrea Tornielli, en Vatican Insider, titulado
He aquí el acta secreta del encuentro entre Pablo VI y Lefebvre 
continúa diciendo:

Como se sabe, las esperanzas y las peticiones del Papa Montini cayeron en saco roto. Aunque el cisma lefebvriano se habría verificado más de diez años después, durante el Pontificado de Juan Pablo II, cuando Lefebvre, ya cerca de la muerte, decidió ordenar nuevos obispos sin el mandato del Papa, Monseñor John Magee, segundo secretario de Pablo VI, recordó que Montini, después de aquella audiencia «esperaba que el arzobispo (Lefebvre, ndr.) hubiera decidido cambiar su manera de conducir los ataques contra la Iglesia y contra la enseñanza del Concilio, pero todo fue inútil. Desde ese momento, Pablo VI comenzó a ayunar. Recuerdo bien que no quería comer carne, quería reducir la cantidad de comida que tomada, aunque ya comiera demasiado poco. Decía que tenía que hacer penitencia, para ofrecerle al Señor, en nombre de la Iglesia, la justa reparación por todo lo que estaba sucediendo».