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sábado, 10 de diciembre de 2022

Una cuestión seria





Analizar las palabras en sus propias categorías – ontología, etimología, semántica, sintaxis, gramática – siempre ha sido una actividad particular nuestra, tanto como para haber sostenido, en tiempo pasado, numerosas conferencias sobre el tema y haber publicado estudios sobre “lugares comunes” lingüísticos y estar a la espera del tercero acerca de los “modos de decir”, de publicación inminente. Esta curiosidad nace de la lectura del episodio bíblico (Gen. 2, 19-20) en donde se narra que Adán, ante la presencia del Señor, da el nombre a todos los animales y a las cosas.

Antes de pasar a la cuestión seria, anunciada en el título, damos razón de la inclusión de la ontología en las categorías verbales, término que refiere al ser de una res y, en este caso, de una palabra. Ahora bien, ¿qué tiene que ver la ontología con la “palabra”; es decir, un flatus vocis que, en cuanto tal, desaparece perdiéndose en el aire donde se dice “verba volant”?

Mucho: 1) porque más allá de la fonética, puro medio de transmisión, la palabra acoge en sí un significado que – abstracto/concreto – constituye su esencia misma; 2) porque de simple sonido se transforma, mediante el alfabeto, en documento, certificado que asevera el dicho “scripta manent”.

Era común que Santo Tomás de Aquino, antes de iniciar la lección, mostrase a los presentes una manzana diciendo: “Esta es una manzana. Quien no esté de acuerdo puede también retirarse” para demostrar que desde el pensamiento concreto brota el abstracto.

Todo esto se resume en el áureo brocardo justiniano “nomina sunt consequentia rerum” – los nombres se corresponden a las substancias de las cosas.

Con esto como premisa, pasamos a nuestra cuestión seria.

La expresión “religiones cristianas” es el área desde la cual parte nuestra atenta crítica que, poniendo aparte el sustantivo “religiones”, asume, cual elemento único a analizar, el atributo de “cristianas” porque nuestro intento es aquel de demostrar como ilícita atribución abusiva de este atributo a algunas confesiones – que son la mayor parte – y que son así llamadas e identificadas entre sí.

Ahora bien, para proceder con el examen completo, es necesario establecer qué significado atribuir al término “cristiano”. Entre los tantos presentes en el diccionario, aquel que corresponde a nuestro intento se despliega así: “dicho de quien se identifica con la doctrina y la práctica del cristianismo”; es decir, de Jesús el Cristo.

Por doctrina cristiana se entiende – sin duda alguna – el mensaje de todo el N.T., vale decir: los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas Paulinas, aquellas Católicas y el Apocalipsis. Naturalmente, aquello que prevalece, en términos de doctrina, es la Palabra de Dios, Jesús, quien constituye, enseñando, perfeccionando y dando pleno cumplimiento a la vieja ley (Mt. 5, 17-20), la nueva religión en la cual, entre las nuevas e importantes realidades, viene revelada la Santísima Trinidad con todos sus corolarios.

Ser y decirse cristiano exige la aceptación total del anuncio evangélico, significa acoger y vivir la secuela de Cristo, quiere decir adherirse a la praxis; es decir, a aquel complejo de normas, ordenamientos y comportamientos conformes al magisterio de Jesús y establecidos por la Tradición que el fiel, en cuanto cristiano, debe observar y poner en acto.

La historia del Cristianismo registra en su interior – en varias épocas y por diversas razones – escisiones, destajos y separaciones con las cuales partes de la Iglesia Católica, desconocida la autoridad central papal de Roma – sede del Vicario de Cristo y sucesor apostólico- se dan, con un acto de pronunciamiento público y rebelde, su propia autonomía tal que, por ejemplo, la interpretación de la Sagrada Escritura – dominio del Sagrado Magisterio, de la Jerarquía y del Clero – se transforma en ejercicio personal y subjetivo.

Cada cisma tiene origen en la herejía, desde la trinitaria hasta la cristológica, desde la mariana hasta la eucarística, sin faltar, para tales separaciones, pretextos de orden económico, personales y de poder, camuflados por motivaciones teológicas ficticias, como el caso del anglicanismo.

Damos un elenco de máximas de estas Iglesias/Confesiones que, con el infringir el estado de obediencia, son otra cosa que la Iglesia Madre, Cristiana, Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. Ellas pueden ser repartidas en dos grupos, así como sigue:

Protestante (luterana, anglicana, valdense, puritana, metodista, cuáquera, pentecostal, adventista, baptista, testigos de Jeová)

Ortodoxa (nestoriana, copta, oriental, rusa, griega, Armenia)

No está en el programa de la presente intervención dar las coordenadas históricas y los acontecimientos que caracterizaron el formarse de cada confesión. Es, en cambio, indispensable connotarlas como heréticas y cismáticas – como en efecto lo son- porque este es el punto que, demostrado, nos permitirá concluir según el tema propuesto, tema que nace de una investigación lingüística para terminar en una sentencia teológica.

Entonces: estas Confesiones son llamadas “cristianas” porque – se dice- sin importar el rechazo de la Iglesia Católica, la verdadera y única Iglesia cristiana, ellas se identifican con el culto de Jesús Cristo y a las secuelas de sus enseñanzas. Veamos entonces cuáles son los parámetros establecidos por Jesús – el Cristo- según los cuales se es cristiano.

Naturalmente son los Evangelios la fuente doctrinaria y documental que, con la autoridad del Hijo de Dios y de su Palabra, dan y despliegan las normas con las cuales será posible el sostenerse “cristiano” como lícita atribución o abuso. A tal fin, citaremos pericopas relativas a la supremacía del Papado y otras pertinentes a las condiciones de cuantos se encuentran escindidos de Cristo.

1) “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia… a ti te dare las llaves del reino de los cielos y todo aquello que unas en la tierra será unido en los cielos y todo lo que disuelvas en la tierra será disuelto en los cielos” (Mt. 16, 18-19). En esta primera declaración de Jesús, con el otorgamiento a Pedro del máximo poder sacerdotal – que legitima la facultad de decidir con plena autonomía intervenciones de orden y de importancia superior – se advierte manifiestamente que es la Iglesia Católica la única que puede decirse “cristiana”, y como institución divina – siendo el fundador y el custodio el Hijo de Dios – y como realidad humana histórica, cuya sucesión apostólica está en el trono pontificio – ininterrumpida en los siglos – afirma su inalterable e inalterada identidad originaria. Cuestionar la legitimidad del primado de Pedro y de sus sucesores, como lo hacen las Iglesias cismáticas, es ponerse en contra de la voluntad de Cristo.

2) “Cuanto hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: ´Simón de Jonás, Me amas tú mas que estos?´ Le respondió: ´Ciertamente, Señor, Tú sabes que te amo´. Le dijo: ´Apacienta Mis corderos´. Le dijo de nuevo: ´Simón de Jonás, Me amas?´. Le respondió: ´Ciertamente, Señor, Tú sabes que Te amo´. Le dijo: ´Pastorea mis ovejas´. Le dijo por tercera vez: ´Simón de Jonás, Me amas?´. Pedro se entristeció de que le dijese por tercera vez: Me amas? Y le dijo: ´Señor, Tú sabes todo, Tú sabes que Te amo´. Le respondió Jesús: ´Apacienta Mis ovejas´. “ (Juan 21, 15-17). Jesús, el resucitado, confirma el primado de Pedro y, con el encargarle la grey, lo constituye como el Primer Pastor a quien le es delegada la custodia y la cura del rebaño cristiano. Cuestionar, como lo hacen las Iglesias cismáticas y no aceptar esa supremacía, es ponerse contra la voluntad de Cristo.

3) “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirmaa tus hermanos” (Lc. 22, 31-32). Con esta exortación, Jesús confiere a Pedro el primado del poder magisterial que, con el sacerdotal y con el pastoral, lo califica como la suma autoridad espiritual. Cuestionar, rechazar o desconocer esta función, como lo hacen las Confesiones cismáticas, es ponerse contra la voluntad de Cristo.

4) “Y tengo otras ovejas que no son de este aprisco; tambien debo conducir a estas; escucharán mi voz y se convertirán en un solo rebaño y un solo pastor” (Juan 10, 16). En este versículo del Evangelio de Juan, Jesús declara que su Iglesia es el único aprisco en el cual, más allá de las ovejas que ya son suyas, deberán ser conducidas aquellas lejanas, aquellas “remotas y vagabundas… vacías de leche” (Par. XI, 127-129) de modo que se constituya un solo rebaño – comunidad católica – bajo la custodia de un solo pastor que, según tal connotación, es Cristo mismo y, subordinadamente, el Papa. Rechazar y no acoger esta visión de una Iglesia como la única y sola institución redentora, como lo hacen las Iglesias cismáticas, es ponerse contra la voluntad de Cristo.

Es esclarecedora a tal propósito la repuesta que el santo cura d´Ars – Juan María Vianney – dio a un anglicano que sostenía que, sin importar la diversidad de las creencias, “estaremos ambos en el reino de los cielos porque me fio en Cristo que dijo ´quien crea en Mí, tendrá la vida eterna´. A lo que, el santo cura: “Pobre de mí, querido mío, no estaremos unidos allá arriba más que en la medida en la cual habremos comenzado a serlo sobre la tierra: la muerte no podrá modificar nada. Donde cae el árbol, ahí permanece… El Señor también dijo otra cosa. Dijo que quien no haya escuchado a Su Iglesia debe ser considerado como un pagano. Dijo que no debía haber más que un solo rebaño y un solo pastor y estableció a San Pedro como cabeza de este rebaño. Querido mío, no existen dos maneras buenas de servir al Señor; existe solo una; es decir, como Él quiere ser servido” (Alfred Monnin: espìritu del cura d´Ars – ed Ares, 2009, pag. 172-173).

5) “Por lo tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28, 19). Con esta recomendación imperativa, Jesús pone el sello que garantiza el ser cristiano solo en la observación de lo enseñado y comandado por Él. Entre los elementos de los cuales Jesús nos comanda la observación y que se dan como distintivos del ser cristiano, están: a) obsequencia racional al dogma, con lo que se evita la herejía; b) el reconocimiento del primado episcopal de Pedro, transmitido en los siglos a sus sucesores que, como Vicarios de Cristo en la tierra, representan la única y suprema autoridad espiritual; c) el respeto unido al cumplimiento de todas las normas morales, litúrgicas, disciplinarias que constituyen la praxis. Relativizar el dogma, no reconocer como única y legítima la autoridad del Obispo de Roma – Christi Vicarius – sucesor de Pedro, mutar la praxis – así como hacen las Iglesias cismáticas – es ponerse contra la voluntad de Cristo, quien, en términos precisos, inequivocables, afirma: “El que no es conmigo. Contra Mí es, y el que conmigo no recoge, desparrama.” (Lc. 11, 23)

¿Cómo se está en contra de Jesús? La pregunta encuentra respuesta inmediata. Se está en contra de Jesús no creyendo en Su Palabra, no observando sus mandamientos, alterando sus enseñanzas con falsas y desvariadas interpretaciones y blasfemándolo. De esto se sigue, naturalmente, el encontrarse separados de Cristo, escisos de Su vida, separados del flujo vivificador de Su comunión, ser destinados a la perdición eterna.

Jesús mismo es quien aclara la condición de quién está en Su contra en el versículo evangélico (Juan 15, 5-6) donde afirma: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden… En esto está glorificado Mi Padre: que portéis mucho fruto y os convirtáis en Mis discípulos”. Discípulos; es decir, CRISTIANOS, del modo histórico y tradicional con el cual son llamados los seguidores de un maestro o de una escuela. Ahora si, por ejemplo, llaman “crociano” a un intelectual que sigue y vive la filosofía de Benedetto Croce (1866 – 1952) no acreditaremos el mismo título a quien niega, combate o denigra el sistema del mencionado filósofo, sino que lo definiremos como “anticrociano”.

Parece, por lo tanto, obvio sostener como “anticristiano” a quien no solo no vive las enseñanzas de Cristo, sino que incluso las enfrenta con actos privados y públicos, distorsionando a cuenta propia tales mandamientos, como por ejemplo – Mc. 10, 1-12 – Jesús define el divorcio como pecado de adulterio.

Las Confesiones cismáticas, así llamadas “cristianas”, admiten en su orden el divorcio, así como algunas de ellas permiten a las mujeres el acceso al orden sacerdotal, y así como otras incluso definen como “simbólica” la presencia de Cristo en las especies eucaríticas del pan y del vino, habiendo sido formadas sobre el tronco protestante, cuya doctrina, legada al nombre de un “reformador”, es un conglomerado de elementos incoherentes y personales que chocan abiertamente con el Evangelio.

Más allá de todo esto, estas Confesiones continúan llamandose “cristianas” y, como tales, son reconocidas también por la Iglesia Católica, la cual, inmersa y sumergida en el “espíritu ecuménico conciliar VAT.II”, sostiene su existencia como un don del Espíritu Santo, el cual “hace la diversidad en la Iglesia, y esta diversidad es tan rica y tan bella, y luego, el mismo Espíritu Santo hace la unidad. Y así la Iglesia es una en la diversidad” (Papa Francisco, Caserta – Iglesia pentecostal 28-07-2014). Continúan llamándose y a ser consideradas cristianas porque sostienen de seguir las enseñanzas de Jesús, invocan el nombre y Lo adoran en sus propias formas culturales.

A ellas así responderá el Señor Jesús: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos… no los he nunca conocido” (Mt. 7, 21)
Hacer la voluntad del Padre es lo mismo que hacer la voluntad del Hijo. No basta decirse cristiano para serlo y estas Iglesias/Confesiones no han correspondido a los mandamientos y no han hecho la voluntad de Cristo, por lo tanto, mas allá de definirse y ser consideradas “cristianas” no lo son porque el verdadero atributo, pertinente a su ser, es “anticristianas”; es decir, enemigas de Cristo e, incluso, por Él desconocidas. Solo con el regreso a la Iglesia Católica de Roma podrán sanar su anomalía y sentirse, “cum Ecclesia”, un solo rebaño con un solo pastor y un solo sacerdote en el pleno privilegio de decirse “cristianas”.
De hoc satis.

L.P

Traducido por S. Cuneo

martes, 9 de julio de 2019

Entre bastidores. El fallido “regalo” de Francisco a los ucranianos (Sandro Magister)



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La visita del 4 de julio de Vladimir Putin al Vaticano, que ciertamente para los ucranianos no es un rostro amigo, ensombreció la convocatoria a Roma, en los dos días posteriores, del Sínodo de la Iglesia Greco-Católica de Ucrania, con su arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk (ver foto).
El 5 de julio el papa Francisco les dirigió un discurso muy elusivo sobre las cuestiones candentes, es decir, tanto el conflicto militar en curso como la confrontación entre las Iglesias del campo ortodoxo, ambas con Rusia como protagonista. Y ni siquiera dio una pista respecto a lo que el nuncio vaticano en Kiev, Claudio Gugerotti, había anticipado como un “regalo” que el Papa habría hecho a la Iglesia ucraniana.
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Este “regalo” no podía ser ciertamente la elevación de esa Iglesia a patriarcado, con sus 5 millones de fieles. Quien se hizo vocero de esta secular aspiración fue, en una memorable sesión del Concilio Vaticano II, el entonces metropolitano ucraniano Josef Slipyj, liberado poco antes de la prisión de Siberia. Y en el 2003 este sueño estuvo cerca de hacerse realidad, cuando el entonces presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, Walter Kasper, envió al Patriarca ortodoxo de Moscú una carta para anunciarle el inminente viraje. Pero esto fue inmediatamente cancelado por el Vaticano a causa de las fortísimas reacciones negativas, no sólo de los ortodoxos rusos sino también del Patriarca ecuménico de Constantinopla.
Para el fallido patriarca se recayó en el estatus de “arzobispo mayor” y en público, por parte de la Santa Sede, desde entonces jamás se volvió a proponer la elevación a patriarcado de la Iglesia Greco-Católica ucraniana. Pero esa expectativa sigue estando siempre muy viva entre los greco-católicos ucranianos, y también a nivel académico es considerada por muchos eruditos como histórica y teológicamente fundamentada. Entre sus más convencidos y notables partidarios se ha distinguido, por ejemplo, el jesuita estadounidense Robert Taft, gran especialista de las Iglesias de Oriente y durante treinta años docente de primerísimo nivel del Pontificio Instituto Oriental, fallecido en el 2017 a los 86 años.
Pero es un hecho que la realización de este objetivo aparece hoy todavía más lejana que ayer, a pesar del deshielo entre Roma y el Patriarcado de Moscú, testimoniado por el abrazo de Francisco y Cirilo en La Habana. Más aún, precisamente a causa de este abrazo.
¿Pero entonces, excluido el Patriarcado, cuál podía ser el “regalo” del papa Francisco a los ucranianos?
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Hasta pocos días antes de la sesión romana del 5 y 6 de julio se daba por descontado, entre los bien informados, que la novedad consistiría en la promoción de un obispo ucraniano a un rol de relieve en la curia vaticana: la de secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales.
El preseleccionado era Teodor Martynyuk, obispo auxiliar de la diócesis greco-católica de Ternopil. Pero más que su promoción, la verdadera novedad habría sido el futuro eclesiástico de quien habría tomado el puesto: el arzobispo Cyril Vasil, de 54 años, eslovaco, el actual secretario de la Congregación.
Vasil es jesuita, pero no es del agrado de Jorge Mario Bergoglio, especialmente después que en el 2015, en el intervalo entre los dos sínodos sobre la familia, se alineó públicamente contra la Comunión a los divorciados que se han vuelto a casar. En consecuencia, el Papa vería con agrado su alejamiento del Vaticano.
Alejado de Roma, sin embargo Vasil obtendría lo que para él es el verdadero objetivo. Volvería a su Eslovaquia como arzobispo mayor de una nueva Iglesia Oriental de los Rutenios, la cual reuniría eslovacos, croatas, húngaros de rito greco-católico, más la anexión de una diócesis ucraniana, la de Mukachevo, también ella poblada por rutenios, por un total de casi 200.000 fieles.
La erección a Iglesia arzobispal mayor de esta nueva realidad incluiría las tres diócesis católicas de rito bizantino ya presentes hoy en Eslovaquia: la de Presov, metropolitana, la de Bratislava y la de Košice. Además se crearía una cuarta, la de Humenné. Pero es evidente que si también la diócesis de Mukachevo pasara a esta nueva Iglesia arzobispal mayor, sería un duro golpe para los greco-católicos ucranianos.
En efecto, la diócesis de Mukachevo no forma parte de la Iglesia Greco-Católica ucraniana que tiene su arzobispo mayor en Shevchuk. Figura como “inmediatamente sujeta” a la Santa Sede y es objeto de una vieja disputa entre greco-católicos eslovacos y ucranianos.
Si entonces el objetivo de Vasil se hiciera realidad, el “regalo” de Bergoglio a los greco-católicos ucranianos se transformaría en una burla, no compensada ciertamente por la promoción de Martynyuk a secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales.
Pero poco antes del traslado a Roma del Sínodo de la Iglesia Greco-Católica ucraniana y de su encuentro con el Papa, se ha filtrado que Martynyuk se negó a dejar Ternópil para ir al Vaticano.
El “regalo” se esfumó y toda la operación tuvo un compás de espera temporario. Se volverá a hablar de él en setiembre.
Sandro Magister

miércoles, 24 de octubre de 2018

La ‘papolatría’ y la trampa de la ‘tentación ortodoxa’ (Carlos Esteban)



Suceden tantas cosas y tan serias en la jerarquía de la Iglesia Católica que hemos dejado pasar sin comentario el cisma de los ortodoxos, el más grave de la Iglesia Oriental, probablemente, desde su ruptura con Roma.

Se lo resumo de forma harto grosera, porque no es el asunto del que quiero ocuparme. La Iglesia Oriental es una ‘Iglesia de Iglesias’, como la España de Sánchez es una ‘nación de naciones’. Estas iglesias son autónomas y autocéfalas, es decir, tienen su propia autoridad independiente, y se agrupan más o menos por naciones, aunque todas ellas reconocen vagamente el primado de Constantinopla.

Los ortodoxos ucranianos, en su mayoría, dependían hasta hace poco del Patriarca de Moscú, pero con el reciente enfrentamiento entre Rusia y Ucrania -anexión de Crimea e intervención rusa en el Donbás-, esto no acababa de gustar a los ucranianos que, a través del primer ministro Poroshenko, solicitaron a Constantinopla la autocefalia. Bartolomé, patriarca de Constantinopla, se lo ha concedido, y Moscú, en represalia, ha roto con la Iglesia madre.

Es, ya digo, un resumen grosero, pero lo traigo a colación por lo que tiene de relato didáctico para muchos católicos en el tiempo presente. Lo que ha sucedido con las iglesias ucraniana y rusa es una consecuencia lógica de dos rasgos de la Iglesia Oriental: el cesaropapismo -la dependencia del poder político- y la ausencia de unidad orgánica e institucional.

Y, sin embargo, vengo observando cómo algunos católicos tradicionales, escandalizados con las últimas innovaciones en la Iglesia Católica, miran hacia la Ortodoxia como una tentación. Envidian la reverencia de sus ritos, su tradicionalismo formal. Y la cosa no puede ser más absurda, naturalmente.

Los católicos de nuestro tiempo estamos muy mal acostumbrados, por no hablar de que, por lo común, desconocemos nuestra propia doctrina y nuestra propia historia. Hablo, naturalmente, de quienes miramos con alarma la llamada ‘renovación’ que quiere llevar a cabo en la Iglesia Francisco; hay un grupo genuinamente entusiasmado con ella, pero me perdonarán que les ignore en este texto: son quienes se han permitido oponerse abiertamente a los papados anteriores y hoy quieren pasar por entusiastas y estrictos partidarios del ministerio petrino.

En cuanto a los demás, parecen debatirse en el siguiente dilema

- si Francisco es el Papa, todo lo que diga y haga nos debe parecer genial y tenemos que dar gracias a Dios por el magnífico pontífice que nos ha concedido e ir repitiendo constantemente qué gran bendición es su presencia para la Iglesia;
- y si no podemos dejar de advertir que hace disparates o dice tonterías, entonces tenemos que concluir que no es el verdadero Papa o, como poco, que debe ‘dimitir’.

Este dilema es más falso que un euro de madera, y es consecuencia de una pésima formación doctrinal y de una absoluta ignorancia histórica

Se podría resumir diciendo que al católico practicante le resulta imposible decir, a la vez, que Francisco es el Papa y juzgar que es un mal Papa. No sé qué hubieran pensado durante la Edad de Hierro del Papado, o de un pontífice como Alejandro VI.

La Iglesia católica -la única Iglesia fundada por Cristo- no es un club social ni una empresa de la que el Papa sea el CEO, ni tampoco un gobierno de cuyo presidente pueda pedirse la dimisión cuando no nos gusta. Por otra parte, la Iglesia no es el Papa. De hecho, nunca como en esta época, con el ‘empequeñecimiento’ del mundo debido a los avances en los transportes y las comunicaciones, había tenido el Pontificado tanto peso en la práctica diaria de los católicos.

La novedad no es en sí misma una virtud, ni tenemos los católicos meramente las palabras del último Papa -el que sea- como fuente de nuestra vida espiritual. Tenemos dos mil años de doctrina estructurada y clara y una fuente inagotable de doctores y santos.

El Papa que tenemos hoy no es ni más ni menos Papa que todos sus predecesores y que todos los que vengan después, ni es su función cambiar una iota de la doctrina perenne de la Iglesia.

Carlos Esteban

sábado, 20 de octubre de 2018

El Vaticano abandona a los greco-católicos en Ucrania

(CORRISPONDENZA ROMANA)


Uno de los aspectos del “cambio de paradigma” del Papa Francisco, como lo destacan los especialistas, es el referido a sus constantes gestos con relación a los peores enemigos de Occidente, como por ejemplo Rusia, señalada por Nuestra Señora en Fátima como un flagelo que caería sobre el mundo. 

El vaticanista John Allen, que simpatiza con la Ostpolitik vaticana, afirma que el Papa es aliado de Putin, jefe de guerra en Siria, pero al mismo tiempo hace silencio sobre la invasión rusa a Ucrania. De ese modo la diplomacia vaticana decepciona al rito greco-católico ucraniano, el mayor rito oriental de la Iglesia. 

El Pontífice dejó eufórico al “Patriarcado de Moscú”, cismático, cuyos representantes fueron a Roma a pedir se terminase el apostolado de los greco-católicos. Para los rusos ortodoxos, ese rito ni siquiera debería existir. 

En el último mes de julio, el Papa recibió al Arzobispo Mayor de los greco-católicos. En el comunicado emitido después de la reunión, este último « refutó sistemáticamente todo cuanto el Papa había afirmado en su encuentro con los ortodoxos rusos».  

Los Papas siempre apoyaron a los greco-católicos en el mundo ruso, pero la diplomacia vaticana se mueve hoy en el sentido deseado por Moscú. El “cambio de paradigma” del Papa Francisco produjo en este tema, en grado máximo, una inversión contraria a la Historia y a la Fe. (“Catolicismo”, San Pablo, Brasil, octubre 2018).